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richard vio cómo Kahlan gritaba de dolor, arañando el collar que llevaba en el cuello. El corazón le martilleó, atemorizado, mientras combatía. No obstante, sus esfuerzos frenéticos por abrirse paso a través de la pared de hombres con corazas de cuero y cotas de malla le estaba resultando imposible llegar hasta ella. De hecho, apenas si conseguía defenderse del creciente número de asaltantes.

Una mortífera variedad de armas arremetió contra él desde todas direcciones: espadas, cuchillos, hachas y lanzas. Tuvo que alterar su táctica para rechazarlas. Atravesó a un hombre que empuñaba una espada y aprovechó el movimiento hacia atrás para romper una lanza. Se agachó bajo un hacha cuando ésta pasó silbando justo por encima de su cabeza. Sabía que si cometía aunque sólo fuera un error, éste podía costarle la vida.

Durante todo ese tiempo, a pesar de combatir tan duro como jamás había combatido en su vida, se veía obligado a ceder cada vez más terreno. Era el único modo de evitar que pudieran con él. Una y otra vez volvió a atacar con furia salvaje, abriendo brechas en las filas enemigas, pero al mismo tiempo que lo hacía más hombres aparecían para ocupar el lugar de aquellos que habían caído ante su espada. En aquellas ráfagas de frenético esfuerzo lo mejor que conseguía era no perder terreno. Pero cada vez que tomaba aliento lo perdía.

Kahlan estaba tan cerca, pero tan lejos…

Jagang volvía a arrebatársela.

Richard se reprendió por no haber hecho más para intentar eliminar a Jagang. Debería haberlo intentado con más ahínco. Si aquel hombre no hubiera pasado por delante de Jagang justo en el momento equivocado, la flecha de Richard habría cumplido su tarea. Pero incluso mientras se decía que debería haber hecho más, que debería haber intentado algo más, sabía que no podía obsesionarse con lo que podría haber sido. Tenía que idear algo que pudiera hacer ahora.

A través de ojeadas brevísimas podía ver a Nicci en el suelo también. Al igual que Kahlan, la hechicera se hallaba en una situación desesperada. Richard sabía que era urgente que las ayudara. Y Samuel no estaba haciendo nada que valiera la pena.

La angustia por ellas hacía que Richard se distrajera y estaba desajustando el ritmo de sus movimientos. Falló en una estocada, dejando a su adversario con vida para volver a atacarle. Sólo una acción veloz le salvó de que la hoja le hiciera algo más que un corte superficial en un hombro. En varias ocasiones estuvo a punto de perder la vida mientras intentaba vislumbrar a Kahlan. Había estado a punto de pasar por alto un movimiento que captó cuando ya casi era demasiado tarde. Tenía que concentrarse. No podía ayudar a Kahlan, Nicci y Jillian si estaba muerto.

Los brazos, sin embargo, le pesaban como si fueran de plomo.

Tenía las manos resbaladizas debido a la sangre. La espada no dejaba de resbalar en ellas.

Un hombre hizo girar en redondo un hacha, como para demostrar a Richard que tenía ante sí a un experto. El sujeto agarró el mango y empezó a blandir el hacha hacia abajo, con intenciones letales. En el último instante, Richard se agachó a un lado, luego, con un grito de esfuerzo, blandió su propia arma. El golpe cercenó el brazo del atacante. Richard utilizó el pie para derribar al sobresaltado tipo de espaldas, luego se agachó bajo un frenético mandoble de una espada contra su cabeza y hundió la suya en el bajo vientre del rival.

La espada que utilizaba funcionaba, pero no era su espada. Samuel tenía su espada.

Lo que Samuel estaba haciendo allí era algo que Richard temía imaginarlo. Sin embargo, viéndole observando con atención a Kahlan, no tenía que imaginarlo.

Richard recordaba que Zedd le había contado, al entregarle por vez primera la Espada de la Verdad, que no podía utilizarla contra Rahl el Oscuro porque éste había puesto en funcionamiento las Cajas del Destino. Zedd dijo que durante aquel período de un año el poder de las cajas protegía a Rahl el Oscuro de la Espada de la Verdad.

Richard sabía que fue una estupidez hacer lo que acababa de hacer, pero tenía que poner a prueba la teoría de su abuelo. Tenía que saber hasta qué punto era cierta si quería tener éxito en lo que tenía por delante. Las Cajas del Destino estaban en funcionamiento en su nombre, y la Espada de la Verdad no pudo lastimarle por esa razón.

Cuando pensaba que no podía seguir adelante, utilizaba la cólera que le provocaba el espantoso peligro en que estaba Kahlan para obligarse a seguir. No sabía cuánto tiempo podría mantener tal esfuerzo. Sólo sabía que cuando parase, moriría.

Justo entonces, otro soldado se abrió paso a mandobles desde detrás de Richard, protegiendo su flanco izquierdo de un trío que atacaba desde esa dirección. Por rabillo del ojo Richard vio pintura roja.

Descargó la espada sobre un rostro en cuanto su dueño cometió el error de doblar atrás el brazo. Mientras él caía a un lado con un grito, Richard usó la oportunidad para dirigir una veloz ojeada a su izquierda.

Era Bruce.

—¿Qué haces tú aquí? —le chilló entre el entrechocar de aceros.

—¡Lo que siempre hago… protegerte!

Richard apenas podía creer que Bruce, un soldado regular de la Orden Imperial, estuviera peleando a su lado, combatiendo a la guardia real del emperador. Aquel hombre estaba cometiendo traición al combatir al lado de Richard. Supuso que vencer al equipo del emperador ya era la mayor traición. Bruce peleaba con furia. Sabía que aquél era un juego que no podían permitirse perder. Lo que le faltaba en sutileza lo compensaba en tenacidad.

Richard echó otra mirada de soslayo y vio que Samuel empezaba a llevarse a Kahlan a rastras. El rostro de la mujer era una imagen de aterrado padecimiento, y tenía los dedos ensangrentados de tanto arañar el collar.

Con un repentino fogonazo y un sonoro golpe en el aire, los soldados que rodeaban a Richard, incluido Bruce, fueron lanzados hacia atrás como por una explosión. Sin embargo no había llamas, ni humo, ni cascotes que volaran, ni el zumbido posterior a una explosión. De pie en el centro del acontecimiento, Richard se quedó con la visión borrosa y un escozor en la carne.

En todas direcciones, el bosque de fornidos guardias reales yacía derribado sobre el oscuro terreno, igual que árboles talados. A lo lejos, el rugido de la batalla seguía, pero en la zona más próxima a Richard reinaba una quietud espectral. La mayor parte de los hombres parecían estar inconscientes. Unos pocos gemían mientras intentaban moverse, pero sus brazos caían tras alzarse brevemente, como si incluso eso fuera un esfuerzo excesivo.

Un violento aguijonazo de dolor se dejó sentir de repente en la base del cráneo de Richard. Pareció como si lo hubiesen golpeado por detrás con una barra de hierro. La intensa punzada le hizo caer de rodillas. Reconoció la sensación. No lo habían golpeado con hierro. Era magia. Junto a él, Bruce yacía boca abajo.

Todavía de rodillas, Richard vio, más allá, en la distante oscuridad, a una mujer demacrada que avanzaba con paso majestuoso hacia él entre los soldados derribados. Se movía igual que un buitre vigilando una presa herida. El aspecto zarrapastroso que mostraba hizo sospechar a Richard que era una de las Hermanas de Jagang.

Incapaz de soportar el penetrante dolor que sentía en la cabeza, Richard cayó de cara al suelo. Un dolor abrasador recorría cada nervio de su cuerpo. No podía mover las piernas. Pugnó con todas sus fuerzas por levantarse, pero no consiguió que su cuerpo respondiera. Con el mayor de los esfuerzos logró por fin mover un poquitín la cabeza.

Tumbado allí, sobre el vientre, intentó desesperadamente alzarse de rodillas, pero no pudo. Miró a Kahlan a través del campo de batalla plagado de caídos. Incluso presa de un evidente dolor, ella lo miraba a su vez, preocupada por lo que le sucedía a él.

La Hermana estaba aún a cierta distancia, pero Richard sabía que se estaba quedando sin tiempo para hacer algo.

—¡Samuel! —chilló.

Samuel, que intentaba arrastrar a Kahlan por el brazo, paró en seco y miró hacia atrás, a Richard, con los dorados ojos pestañeando. Richard no podía ayudar a Kahlan. Al menos, no en el modo en que quería ayudarla.

—¡Samuel, idiota! Usa la espada para cortar el collar de su cuello.

Samuel, sujetando el brazo de Kahlan con una mano, alzó en la otra la espada que Richard tanto codiciaba, contemplándola con el entrecejo fruncido.

Richard vio que a la Hermana se acercaba más. Recordaba que en una ocasión, cuando fue llevado al Palacio de los Profetas, usó la Espada de la Verdad para partir un collar de hierro que rodeaba el cuello de Du Chaillu. También recordaba la vez que había estado en Tamarang con Kahlan y usado la espada para seccionar los barrotes de la prisión. La Espada de la Verdad podía cortar acero.

También sabía de cuando las Hermanas le habían puesto el collar alrededor del cuello que la espada no podía atravesar un rada’han. El collar había sido cerrado y mantenido fijo con el poder de su propio don. No era tanto el acero lo que la espada no podía cortar, sospechaba Richard, sino el poder vinculante de la misma magia. Cuando se usaba el rada’han para lo que fue diseñado éste se convertía, en cierto modo, en una parte de la persona a la que estaba fijado. Por ese motivo sabía que la espada no podría cortar el collar de Nicci.

Pero el collar que Kahlan llevaba al cuello era diferente. No era el don de ésta lo que lo ligaba a ella. Sencillamente lo habían cerrado alrededor de su cuello y usado para controlarla. Richard también sospechaba que Seis podría haber proporcionado a Samuel un poco de ayuda extra. Sin lugar a dudas no era su ingenio lo que le había permitido llegar tan lejos. Cualquier habilidad adicional que ella le hubiera dado podría ayudar. Richard no estaba seguro de que fuese a funcionar, pero era la única posibilidad de Kahlan. Tenía que conseguir que Samuel lo probara.

—¡Date prisa! —chilló Richard—. ¡Desliza la hoja por debajo del collar y corta! ¡Deprisa!

Samuel frunció el entrecejo, contemplando a Richard con suspicacia por un momento. Bajó los ojos hacia el tormento que padecía Kahlan, luego se dejó caer sobre una rodilla y deslizó a toda prisa la espada por debajo del collar.

Algunos de los soldados del suelo daban la impresión de que podrían estar empezando a recuperar el conocimiento. Gemían mientras se sujetaban las cabezas entre las manos.

Samuel dio un potente tirón a la Espada de la Verdad. El sonido del acero al partirse repiqueteó en la noche, y Kahlan, libre del collar, se desplomó aliviada.

Mientras yacía en el suelo jadeando, recuperándose del suplicio, Samuel corrió un corto trecho hasta el enorme caballo de guerra en el que había llegado el comandante Karg. Alargó la mano bajo el cuello del animal y atrapó las riendas. Tras acercar el caballo, pasó una mano bajo el brazo de Kahlan.

Kahlan yacía sin fuerzas en el suelo, aturdida aún por el dolor, pero empezaba a mover las piernas, intentando levantarse. Con Samuel tirándole del brazo, por fin consiguió verse en pie.

Richard, que seguía siendo incapaz de levantarse, miró al lado y vio a la Hermana, con el harapiento chal bien cerrado sobre el cuerpo, pasando por encima de hombres caídos en su inexorable avance hacia él.

Kahlan trastabilló, pero en seguida se recuperó lo suficiente para inclinarse y agarrar una espada. Tenía intención de acudir en ayuda de Richard.

Richard no podía permitirlo.

—¡Huye! —le chilló—. ¡Huye! ¡No hay nada que puedas hacer aquí! ¡Escapa mientras aún puedes hacerlo!

Samuel introdujo una bota en el estribo y saltó sobre la silla.

Kahlan permaneció con la mirada fija en Richard, con lágrimas en sus hermosos ojos verdes.

—¡Date prisa! —la instó Samuel desde el caballo.

Ella no pareció oírle. No podía apartar los ojos de Richard. Sabía que lo dejaba allí para que muriera.

—¡Vete! —chilló Richard con todas sus energías—. ¡Vete!

Afloraron lágrimas a sus propios ojos. No obstante por mucho que lo intentaba, ni siquiera podía alzarse sobre manos y rodillas. La magia que le recorría abrasadora no lo permitía.

La Hermana dirigió una mano en dirección a Samuel. Una llamarada de luz salió disparada en la noche.

Samuel utilizó la espada para desviar el fogonazo y éste se perdió en la noche, describiendo un arco. La Hermana pareció sorprendida.

Por todas partes la batalla proseguía con toda su virulencia. Más cerca, los guardias aturdidos por el estallido inicial del poder de la Hermana todavía no estaban lo bastante recuperados para levantarse. Al parecer la mujer no quería que interfirieran. Tenía sus propios planes.

El enorme caballo de guerra sacudió la cabeza a la vez que piafaba. Kahlan dirigió la mirada hacia Nicci. La hechicera estaba enroscada sobre sí misma, temblando de dolor. Jillian yacía en el suelo, a su lado, aturdida por la misma explosión de la magia de la Hermana. A pesar de sus posibilidades de escapar, Richard supo que Kahlan iba a arrojarlas por la borda para intentar ayudarles.

Sabía que no había nada que Kahlan pudiera hacer por Nicci. Si Kahlan se quedaba, moriría. Era así de sencillo. Por mucho que aborreciera esa idea, por el momento Samuel era la única salvación para ella.

—¡Huye! —gritó Richard, con la voz entrecortada por las lágrimas.

—Pero tengo que ayudar a Nicci y…

—¡No hay nada que puedas hacer por ella! ¡Morirás! ¡Huye mientras todavía puedes!

Samuel alargó la mano hacia abajo y le agarró el brazo, ayudándola a montar en el caballo, detrás de él. En cuanto estuvo en la grupa, Samuel no perdió el tiempo y golpeó los ijares del animal con los tacones. El caballo salió a galope tendido, arrojando tierra y piedras tras él.

Mientras el caballo desaparecía en la oscuridad, Kahlan miró atrás.

Él no apartó los ojos de ella en ningún momento, sabiendo que era la última vez que la vería.

En un instante, todavía con la vista vuelta hacia Richard, Kahlan se perdió en la oscura confusión del campamento y desapareció.

Richard se dejó caer sin fuerzas contra el frío y duro suelo, con las lágrimas surcándole del rostro.

Surgiendo de la oscuridad, la Hermana, que avanzaba entre los guardias reales aturdidos, llegó por fin y se detuvo junto a él, mirándolo con fijeza. Richard sintió que el dolor aumentaba, dificultando cada inhalación de aire. La mujer quería estar totalmente segura de que no era capaz de alzar ni un dedo contra ella.

Bajó los ojos para observarlo atentamente con sorprendido asombro.

—Vaya, vaya, quién me lo iba a decir, pero si tenemos aquí a Richard Rahl en persona.

Richard no recordaba a la Hermana. La mujer tenía un aspecto demacrado; sus cabellos canosos estaban descuidados y sus ropas apenas eran otra cosa que harapos. Parecía más una pordiosera que una Hermana de la Luz… o una Hermana de las Tinieblas.

—Su Excelencia va a estar muy complacido conmigo por llevarle tal trofeo. Creo que estará más que complacido, también, de tener la oportunidad de vengarse de ti, muchacho. Imagino que antes de que finalice la noche estarás padeciendo un suplicio muy largo en las tiendas de tortura.

Recuerdos de Denna pasaron raudos por la mente de Richard.