9
kahlan sólo pudo extrañarse ante la afirmación de Jillian. Ahora sabía que aquel hombre podía de verdad iniciar una guerra, pero no creía realmente que pudiera ir al inframundo y regresar. No obstante, observando la peligrosa turbamulta que se desplegaba a su alrededor, supo que no era el momento ni el lugar para discutirlo.
Escudriñó la confusión de desenfrenada violencia, buscando una salida. Si Jagang moría, o aunque sólo perdiera el conocimiento, podría sacar a Jillian, Nicci y a ella misma de allí. Se preguntó si importaba si Jagang, siendo un Caminante de los Sueños, estaba inconsciente o no. Le preocupaba que incluso en un estado de inconsciencia pudiera todavía ser capaz de controlarlas mediante los collares.
Si Jagang moría o perdía el conocimiento, y no era capaz de detener a Nicci y a Kahlan mediante los collares, todavía estaba la cuestión del enorme ejército que las rodeaba. Kahlan era invisible para prácticamente todos los hombres que tenían en derredor, pero Jillian y Nicci no lo eran. Conseguir hacer pasar a una mujer con el aspecto de Nicci y a una jovencita como Jillian a través de todos aquellos hombres no sería fácil.
—¿De verdad piensas que Richard puede sacarnos de aquí? —preguntó a Nicci.
La mujer asintió.
—Con mi ayuda. Creo que sé un modo.
Kahlan no pensaba que Nicci fuera la clase de mujer que fuera a poner su fe únicamente en una esperanza y una oración. Durante el calvario al que la había sometido Jagang jamás había intentado aferrarse a ilusiones falsas o esperanzas vanas de salvación. Si decía que conocía un modo, Kahlan se sentía inclinada a pensar que no hablaba por hablar.
Más allá, a través de una brecha en la batalla campal, Kahlan divisó a Richard. Éste lanzó una estocada al frente, atravesando a un soldado antes de que pudiera blandir su propia espada. Richard, cubierto con los símbolos de color rojo sangre, extrajo de inmediato la espada del muerto y aprovechó el movimiento hacia atrás para estrellar el pomo en el rostro del hombre que arremetía contra él por detrás.
—Ésta puede ser nuestra única oportunidad —dijo Kahlan.
Nicci estiró el cuello para comprobar los progresos de Richard antes de volver a echar una ojeada a la confusión en torno al emperador herido.
—No creo que tengamos una mejor. Creo que es ahora o nunca. Con estos collares, no obstante…
—Si Jagang está lo bastante distraído podría no detenernos.
Nicci lanzó a Kahlan una mirada que sugería lo estúpida que era tal idea.
—Ahora, escuchadme —dijo—. Si algo sale mal, haré lo que pueda para encargarme de que tú, Jillian y Richard tengáis una posibilidad de huir —Nicci alzó un dedo admonitorio—. Si llega ese momento, aprovechad esa oportunidad… ¿me oís? Si llega ese momento, no os atreváis a desperdiciar esa oportunidad. ¿Comprendido?
A Kahlan no le gustó que Nicci pensara en sacrificar su vida para darles una posibilidad de huir. También se preguntó por qué Nicci pensaba que era más importante que Kahlan viviera en vez de ella.
—Si me prometes que no considerarás siquiera hacer tal cosa a menos que no haya absolutamente ningún otro modo… Preferiría hallar un modo de sacarnos a todas de esto.
—Es la única vida que tengo —replicó Nicci—. Quiero conservarla, si es eso lo que te estás preguntando.
Kahlan sonrió y puso una mano en el hombro de Jillian.
—Quédate cerca, pero no estorbes si tengo que usar un cuchillo. Y no temas usar el tuyo si tienes que hacerlo.
Jillian asintió mientras Kahlan la conducía hacia donde había visto por última vez a Richard. Nicci permaneció a poca distancia detrás de Jillian.
Antes de que Kahlan hubiera dado una docena de pasos, el comandante Karg, montado en un enorme caballo de guerra, se abrió paso entre la muralla de combatientes que había detrás de ellas. El enorme caballo resopló su disgusto ante los hombres que se interponían en su camino.
El comandante, encabezando una amplia fuerza de guardias reales, miró en derredor para evaluar la situación. Al igual que los soldados que custodiaban a Jagang, los recién llegados eran combatientes de élite. Eran todos fornidos e iban armados hasta los dientes; y parecía haber miles de ellos. La violencia que pusieron en acción no tenía parangón. Entraron en tropel entre los soldados regulares en medio de una oleada de sangre.
No mucho más allá, tras los guardias reales, Kahlan vio alzarse goterones de fuego en el cielo nocturno. El resplandor rojo iluminó los rostros tensos de los combatientes. A quién combatían parecía haber perdido su importancia. Los soldados daban la impresión de haber enloquecido en un mundo que se había vuelto loco. Era un sálvese quien pueda, excepto para la guardia real, que sí tenían una idea clara de a quién combatían: a cualquiera salvo ellos mismos.
—Vienen Hermanas —anunció Nicci mientras observaba las llamas y el humo que ascendían hacia el negro cielo—. No tenemos mucho tiempo. Intentad manteneos fuera de la vista de la guardia.
Kahlan asintió mientras se abría paso con cautela, junto con Jillian, en una dirección que las alejaba del grupo principal que luchaba por entrar. Nicci tenía un plan para sacarlas de allí. Su intención era bordear la confrontación principal entre los soldados regulares y la guardia real a la vez que iban hacia donde había visto a Richard la última vez, esperando no alejarse mucho del camino que seguía Richard para alcanzarlas. Al mismo tiempo quería mantenerse lejos de la guardia de élite, sería un enemigo muy distinto de los soldados regulares.
El comandante Karg saltó del caballo.
—¿Dónde está Jagang? —gritó a la barrera de guardias que protegían al emperador herido.
—Le han disparado una flecha —dijo un oficial a la vez que hacía una seña a los demás para que dejaran pasar al comandante.
Kahlan vio a Jagang, entonces, todavía de rodillas, sostenido por un hombre fornido acuclillado a cada lado. Estaba pálido pero consciente. Tenía problemas para respirar, tosía de vez en cuando y dejaba pequeñas manchas oscuras de sangre en su barbilla con una mano aferraba la flecha que sobresalía del lado derecho del pecho.
—¡Una flecha! —chilló Karg—. ¿Cómo, en el nombre de la Creación, sucedió eso?
El oficial agarró a Karg por la cota de malla y lo acercó a él con un violento tirón.
—¡Tú hombre le disparó!
El comandante Karg lo fulminó con la mirada a la vez que alzaba la barbilla del oficial con la punta de un cuchillo.
—Quítame las manos de encima.
El hombre soltó al comandante, pero le devolvió la mirada iracunda.
—Ahora, ¿qué es eso que dices sobre mi hombre? —preguntó Karg.
—Fue tu hombre punta. Le disparó una flecha al emperador.
El semblante de Karg se ensombreció.
—Entonces lo mataré yo mismo.
—Si no lo matamos nosotros primero.
—Estupendo. Hacedlo vosotros, entonces. No me importa en realidad quién lo mate… siempre y cuando esté muerto. Es peligroso. No quiero que ande suelto para hacer más daño. Sólo traedme su cabeza para que sepa que se ha acabado.
—Considéralo hecho —respondió el oficial.
Karg hizo caso omiso de la fanfarronada del otro y empezó a empujar hombres fuera de su camino.
—¡Poned en pie al emperador! —chilló a voz en cuello a la pared de guardias que rodeaba a Jagang—. Vamos a llevarlo a su tienda. Allí hay Hermanas que pueden ayudarle. No podemos hacer nada aquí.
Nadie lo discutió. Unos guardias ayudaron a Jagang a alzarse. Dos hombres, uno a cada lado, pusieron los hombros bajo sus brazos, sosteniéndole.
—Karg —dijo Jagang con voz débil.
El comandante se le acercó.
—¿Sí, Excelencia?
Una sonrisa irónica apareció en el rostro del herido.
—Me alegro de verte. Imagino que te la has ganado durante un tiempo.
El comandante Karg compartió una breve sonrisa maliciosa con el emperador antes de girar y chillar a los guardias.
—¡En marcha!
Jillian aferró a Kahlan por un lado, Nicci por el otro, mientras seguían escabulléndose hacia un lado, intentando no ser vistas. Los guardias que ayudaban a Jagang empezaron a sacarlo de allí. Los hombres que el comandante Karg había traído con él volvieron a abrirse paso a machetazos y cuchilladas a través de la batalla.
Kahlan sintió pavor ante la idea de volver a estar en la tienda de Jagang. Al mismo tiempo que no perdía de vista del todo a los guardias, miró atrás, buscando, pero no vio a Richard.
Soldados borrachos y enfurecidos seguían combatiendo alrededor de las tres mientras Kahlan observaba como los guardias del emperador comenzaban a organizar una cuña al frente para despejar un sendero que los llevara a la tienda del emperador.
Casi todas las antorchas hacía rato que se habían apagado. Los guardias habían traído algunas, pero no estaban cerca. Kahlan ni siquiera podía ver ya el campo de Ja’La. Incluso la meseta que se alzaba por encima de las llanuras Azrith parecía haber desaparecido en la negrura.
Con un ruido sordo que hacía temblar el suelo, ascendían llamaradas a medida que las Hermanas utilizaban su poder para abrirse paso a través del vasto ejército amotinado para acudir al rescate de Jagang. Había habido miles de hombres en el partido de Ja’La, y no daba la impresión de que ninguno estuviera huyendo del lugar. Ahora los guardias que protegían al emperador necesitaban escapar de aquella turba.
También Kahlan, Jillian y Nicci necesitaban escapar a través de la turba, pero carecían de soldados fuertemente armados para ayudarlas. Contaban, en su lugar, con pasar inadvertidas. Encorvándose para parecer inofensivas, evitaban mirar directamente a los hombres que tenían alrededor. Mantenían las capuchas de las capas subidas y las cabezas gachas mientras se escabullían poco a poco a través de bolsas de relativa calma en mitad del caos. Era una marcha lenta. Todavía no habían conseguido dejar atrás a los guardias ocupados en combates cuerpo a cuerpo. Tenían que conseguir cruzar aquella línea de guardias, y a continuación pasar entre el ejército situado más allá.
El comandante Karg, con una sonrisa perversa en su rostro de serpiente, surgió de improviso de la oscuridad y agarró a Nicci por el brazo.
—Aquí estás. —Le echó atrás la capucha de la capa para dedicarle una buena mirada—. Tú te vienes conmigo. —Hizo una seña a uno de sus subordinados—. Lleva contigo a la chica también. Vamos a celebrar todos una fiesta.
Jillian lanzó un chillido cuando aquel individuo la arrancó de las manos de Kahlan y se la llevó a rastras siguiendo al comandante Karg y a Nicci. Cuando Jillian intentó apuñalarlo, éste le quitó el arma de la mano. Aquellos hombres no podían ver a Kahlan, o también la habrían cogido a ella.
Kahlan se colocó muy pegada a la espalda del soldado que sujetaba a Jillian. Empezó a alzar su cuchillo, pero una mano fuerte le sujetó la muñeca. Era uno de sus custodios especiales; el sexto hombre, aquél al que le había perdido la pista. Se alzaba imponente detrás de ella. Kahlan lo conocía. Era uno de los que eran más listos. No era descuidado como los demás. Todavía llevaba consigo todas sus armas.
Mientras a Nicci y a Jillian, que no dejaba de chillar, las arrastraban cada vez más lejos de Kahlan, el hombre le retorció a ésta el brazo a la espalda hasta que sus dedos perdieron sensibilidad. Kahlan lanzó un grito de dolor, pero el semblante del individuo fue indiferente a su tormento. Ella dio patadas a las espinillas de su captor, intentando que la soltara, pero en lugar de aflojar la presión, aquel animal le retorció aún más el brazo, hasta que el dolor le impidió por completo forcejear. La llevó a empujones en la dirección en que iba el emperador.
Nicci volvió la cabeza para mirar a Kahlan mientras el comandante Karg la arrastraba a través de la confusión de hombres. Kahlan sólo pudo ver vislumbres de su cabello rubio entre los cuerpos en veloz movimiento.
La mano que la sujetaba le soltó la muñeca y la agarró por la parte superior del brazo. Aquella mano la arrastró con brusquedad de vuelta entre los hombres que combatían, de vuelta a la oscuridad. Kahlan giró, lista para oponerse a lo que era evidente que tenía intención de hacer aquel animal.
Richard estaba justo allí.
El mundo pareció detenerse.
Los ojos grises del hombre le miraban el alma.
A tan poca distancia, los extraños dibujos de color rojo en su rostro resultaban aterradores. Pero la sonrisa que había en su cara le daba el aspecto del hombre más dulce y amable del mundo.
Parecía incapaz de hacer otra cosa que sonreír mientras la miraba fijamente a los ojos. Kahlan tardó un instante en recordar cómo se respiraba.
Por fin bajó la mirada y vio al guardia especial que la había estado sujetando por la muñeca. Estaba en el suelo. Tenía la cabeza torcida en un ángulo antinatural. No parecía que respirara. Con cuerpos tumbados por todas partes, nadie prestaba ya atención. Al fin y al cabo, él no era más que un soldado, como todos los que peleaban entre sí.
Salvo que él había podido verla.
Los pensamientos de Kahlan regresaron en tropel. Pensar en que aquel cerdo tuviera a Nicci y a Jillian la hacía sentir mareada y con náuseas. Agitó la mano.
—Tenemos que ayudar a Nicci y a Jillian. El comandante Karg las tiene.
Richard no vaciló. Sus ojos grises giraron en dirección al lugar por el que Nicci había desaparecido.
—Deprisa. No te separes de mí.
Tras una docena de pasos estaban de vuelta en lo más reñido de la batalla. En esta ocasión, no obstante, no era a soldados regulares a los que tenía que enfrentarse Richard…, era a la guardia real. No pareció importarle. Avanzó a través de ellos, abatiendo hombres para despejar un sendero para ella cuando tenía que hacerlo, evitándolos cuando era posible.
Cuando uno le lanzó una estocada, Richard retrocedió, haciéndose a un lado, y seccionó el brazo del atacante, atrapando la espada antes de que chocara contra el suelo. Arrojó el arma a Kahlan. Ella la atrapó y tuvo que utilizarla al instante para detener a un soldado que iba a por Richard.
Proporcionaba una sensación agradable tener una espada en las manos. Proporcionaba una sensación agradable ser capaz de defenderse. Los dos se abrieron paso a mandobles a través de los guardias reales.
El comandante Karg echó un vistazo atrás y vio acercarse a Richard. Soltó a Nicci y sonrió burlón, listo para luchar. Los guardias que lo rodeaban vieron que el comandante quería ocuparse por sí mismo, de modo que regresaron a sus propios problemas.
—Bueno, Ruben, parece que…
Richard blandió el arma y decapitó a aquella serpiente sin ceremonias. No estaba interesado en otra cosa que no fuera lo necesario. No necesitaba darle una lección al enemigo. Tan sólo le interesaba eliminarlo.
Un guardia que había visto lo sucedido empezó a avanzar hacia Richard. Nicci le rodeó el cuello con un brazo y lo degolló con el cuchillo. El rostro del hombre mostró una sorpresa total, cayendo primero sobre una rodilla antes de desplomarse de bruces contra el suelo.
En un instante estuvieron en mitad de un combate feroz. Con tantos soldados experimentados yendo tras ellos, Richard ya no pudo refrenarse. Se internó en medio de la guardia real con ganas.
Preocupada por el hecho de que hubiera demasiados para él, Kahlan no podía dejar que lo hiciera solo. Tenía la ventaja de ser invisible y causar sus propios estragos. Hombres que esperaban combatir a Richard caían bajo su espada, que surgía de la nada. Entre los dos, estaban masacrando a la guardia.
También Nicci pasó de inmediato al ataque. Los tres tenían ahora un único propósito: abrirse paso entre los guardias reales.
—¡Tenemos que llegar a la rampa! —gritó Nicci a Richard.
Éste extrajo su espada de un adversario que caía por delante de él y miró a Nicci con el entrecejo fruncido.
—¿La rampa? ¿Estás segura?
—¡Sí!
Richard no discutió. Cambió de dirección, cubriendo a Jillian a la vez que batallaba para pasar por entre la masa de hombres fornidos, asegurándose de que ninguno de ellos podía llegar hasta ella.
Mientras avanzaban a base de cuchilladas y mandobles, Kahlan sabía que debía mantenerse alejada de Richard para que éste dispusiera del espacio que necesitaba. La mayor parte de los hombres iban tras él. Ninguno podía ver a Kahlan, así que ésta mantuvo a Jillian bien apartada del camino de Richard, de modo que los guardas no pudieran agarrarla para usarla como un escudo que les permitiera llegar hasta él. Kahlan estaba en mejores condiciones de protegerla que Nicci, e intentaba proteger a la muchacha a la que vez que también le cubría la espalda a Nicci.
Cuando uno de los guerreros de la Orden situados detrás alzó una espada para atacar a Jillian, alguien atravesó a éste por detrás.
Mientras el moribundo caía, Kahlan se encontró mirando el rostro sonriente de un hombre con unos extrañísimos ojos dorados.
—Estoy aquí para ayudarte, hermosa dama.
Incluso en la casi oscuridad, la espada del hombre refulgía.
Iba vestido como un soldado de la Orden, pero no era uno de ellos. Mientras Jillian retrocedía contra Kahlan, otro hombre intentó clavarle una espada; el individuo de los ojos dorados giró en redondo y con un mandoble de revés alcanzó al atacante en la cabeza, que estalló en pedazos de hueso y sesos.
Kahlan pestañeó, atónita.
Richard vio lo que sucedía y corrió hasta allí. El desconocido, con el semblante repentinamente enfurecido, acometió con la reluciente arma a Richard.
Richard hizo entonces la cosa más rara del mundo: se quedó quieto.
Kahlan tuvo la seguridad de que en esta ocasión iban a atravesar a Richard, pero la espada, que apenas un momento antes había hecho pedazos la cabeza de un hombre, hizo una cosa de lo más desconcertante. Justo antes de ensartar a Richard, se desvió a un lado, como si él hubiera estado protegido por un escudo invisible.
El hombre, más enfurecido aún, volvió a lanzar una estocada, pero de nuevo la espada se desvió. El desconocido pareció no sólo sorprendido, sino preocupado. La preocupación se transformó en una mirada de fría cólera.
—¡Es mía!
Kahlan no tenía ni idea de a qué se refería. Antes de poder hacerse preguntas sobre ello, vio que Nicci se desplomaba a la vez que se llevaba las manos a la garganta.
Un nuevo pelotón de guardias reales embistió a tal velocidad y en tal número que obligó a Richard a darse la vuelta y pelear contra ellos o morir. Una nueva batalla estalló de pleno. Hombres que chillaban gritos de batalla llegaron en tropel, blandiendo espadas. Richard peleó frenéticamente, pero se vio obligado a retroceder. A medida que la oleada de enemigos llegaba, el espacio entre Richard y Kahlan empezó a ensancharse.
Kahlan empezó a atacar a los soldados que pululaban alrededor de Richard, pero el desconocido la agarró por el brazo, y tiró de ella hacia atrás para sacarla de allí.
—Tenemos que irnos. Ahora. Él puede ocuparse de esos hombres. Nos está dando una oportunidad de escapar. Tenemos que aprovecharla.
—No voy a dejar que…
Kahlan lanzó de repente un jadeo al sentir una violenta sacudida de dolor. La espada cayó de su mano. Alzó las manos hacia su garganta, aferrando el collar. Chilló aunque no quería hacerlo. El abrasador dolor era muy agudo, muy violento.
Cayó de rodillas, igual que había hecho Nicci. Lágrimas de atroz dolor brotaron de sus ojos.
—¡Vamos! —gritó el desconocido—. ¡Tenemos que escapar… date prisa!
Kahlan era incapaz de hacer nada para huir. Casi no podía ni respirar, atenazada por el desgarrador dolor.
A través de una visión empañada por las lágrimas, pudo ver el horror, la ira, del rostro de Richard mientras intentaba en vano llegar hasta ella.
Más miembros de la guardia de élite irrumpieron en el lugar, decididos a acabar con el hombre punta que había humillado al emperador e iniciado el motín. Aun cuando su espada mataba con cada estocada y los rivales caían agonizantes a su alrededor, más y más soldados arremetieron e hicieron retroceder a Richard.
Kahlan cayó de bruces sobre el duro suelo. El dolor le abrazó los nervios de la espalda y luego las piernas, provocándoles espasmos. No tenía control sobre sus músculos.
El desconocido agarró el brazo de Kahlan.
—¡Vamos! ¡Tenemos que huir!
Cuando ella fue incapaz de responder, empezó a arrastrarla.