8
la guardia de Jagang hacía esfuerzos titánicos, presionando con las espaldas para mantener atrás a la turba de cada lado. Un emperador enfurecido observaba mientras un combate feroz estallaba a su alrededor, pero no hacía ningún movimiento para retirarse a un lugar seguro. Incluso daba la impresión de no desear otra cosa que tomar parte en la batalla. Pero sus guardias hacían todo lo que podían para mantener tal batalla lo más lejos posible de él.
Kahlan divisó a Richard en el extremo opuesto del campo. A la luz de las antorchas su pintura roja destacaba como una advertencia de que el inframundo mismo estaba a punto de abrirse y engullirlos a todos. Detrás de él y de los hombres de su equipo toda la ladera estaba descontrolada. La violencia generada por el alcohol, el odio desatado y el ansia de sangre discurrían sin freno.
Kahlan, tras evaluar a su media docena de custodios especiales y ver que por el momento les preocupaba más proteger la vida del emperador que vigilarla a ella, se acuclilló junto a Jillian. Hilillos de sangre cruzaban el rostro de Nicci. Una línea de moretones causados por los anillos de Jagang discurría en ángulo ascendente por su mejilla. La mujer estaba aturdida pero parecía que despertaba.
—Nicci —susurró Kahlan en tono apremiante a la vez que alzaba con delicadeza la cabeza y hombros de la mujer—, ¿estás malherida?
Los ojos azules de Nicci pestañearon, intentando distinguir el rostro de Kahlan.
—¿Qué?
—¿Estás herida de gravedad? —Con un dedo, Kahlan apartó unos mechones de pelo rubio fuera de los ojos de Nicci—. ¿Tienes algo roto?
Nicci alzó la mano y se palpó el rostro. Movió la mandíbula de lado a lado, comprobando su funcionamiento.
—Creo que estoy bien.
—Tienes que levantarte. No creo que podamos permanecer aquí mucho tiempo. Richard ha iniciado su guerra.
Pese a su dolor, Nicci sonrió. Ella jamás había albergado dudas al respecto.
Kahlan se levantó, ayudando a Jillian a poner en pie a una Nicci todavía insegura. Jillian pasó un brazo por la cintura de la hechicera, ayudando a sostenerla. Nicci colocó un brazo sobre los hombros de la muchacha para apoyarse.
Jagang, echando una ojeada atrás, vio a Kahlan ayudando a Nicci a levantarse. Señaló a Kahlan con una mano mientras con la otra agarraba la camisa de uno de los guardias especiales y lo empujaba en dirección a Kahlan.
—No la perdáis de vista —masculló.
Aquellos hombres, los únicos que había allí que podían verla —además de Jagang y Richard— abandonaron sus esfuerzos por ayudar a contener las hordas de soldados que disputaban y se apresuraron a obedecer al emperador.
En medio de la confusión y el caos, los guardias regulares de Jagang, junto con un contingente de sus omnipresentes guardaespaldas, rechazaban furiosamente a la arremolinada muchedumbres que chillaba y peleaba a su alrededor. Los guardias de Jagang eran todos forzudos y de gran tamaño, pero apenas si podían mantener a los soldados regulares atrás. Centímetro a centímetro, empezaban a perder terreno.
Aquellos soldados regulares en realidad no estaban interesados en luchar con los guardias de Jagang, ni con el emperador —estaban por completo ocupados en pelear unos contra otros, inmersos en las pasiones de una riña de borrachos—, pero la pelea avanzaba sin embargo hacia el emperador.
Jagang gritó a sus guardias, enojado porque estaban siendo demasiado indulgentes. Les ordenó que destriparan a todos aquellos que retrocedían. Kahlan no pensó que a Jagang le preocupara en absoluto su seguridad, sino que era más bien indignación ante tal falta de respeto por su emperador.
Los guardias no vacilaron. Empezaron a matar a aquellos que presionaban para abrirse paso hacia ellos. Jagang agarró una espada corta cuando uno de sus guardaespaldas se la ofreció, y empezó a asestar tajos a ambos lados. Por encima del fragor del combate, los alaridos de los que caían apenas podían oírse.
No era tanto que los soldados de las proximidades involucrados en el motín desobedecieran de un modo deliberado las órdenes de retroceder; la realidad era que no tenían ninguna elección al respecto. Los estaba comprimiendo el alud de hombres de la ladera. A medida que toda la multitud quedaba inmersa en la batalla, los espectadores de la parte más cercana al campo de Ja’La quedaban atrapados en aquella aglomeración que descendía y eran transportados sin poderlo evitar hasta las mortíferas espadas de los guardias de Jagang.
Kahlan echó una ojeada al tumulto en el terreno de juego. Pestañeó ante lo que vio.
Richard tenía un arco.
Ya tenía colocada una flecha. Y tenía una segunda flecha entre los dientes.
Jagang estaba en el centro de sus guardias, con una espada corta ensangrentada bien agarrada mientras gritaba órdenes. Contemplaba con sus iracundos ojos negros a los soldados situados más allá, que combatían y morían disputando sobre quién había ganado al Ja’La dh Jin. Jagang señalaba con la mano libre, chillando órdenes, dirigiendo a sus leales para que mantuvieran atrás a la turba.
Kahlan miró más allá y vio a Richard con la cuerda del arco tensada ya contra la mejilla. En un abrir y cerrar de ojos, la flecha había salido disparada.
Contuvo la respiración mientras contemplaba cómo la flecha de afiladísima hoja de acero volaba. Casi con la misma rapidez con que salió la primera, otra la siguió.
Justo antes de que la primera pudiera dar en el blanco, uno de los guardias de Jagang giró al oír apremiantes solicitudes de ayuda por parte de otros guardas que pugnaban por hacer retroceder a un grupo de soldados que se habían abierto paso entre sus filas. El hombre pasó a la carrera por delante del emperador, y al pasar recibió la primera flecha dirigida al emperador. Le alcanzó en un lado del pecho, entre la placa delantera y trasera de una gruesa coraza de cuero. La flecha penetró lo suficiente para haber alcanzado el corazón y, a juzgar por el modo en que el hombre se tambaleó, así fue.
Sorprendido, Jagang se giró un poco, dando medio paso atrás cuando el hombre lanzó un quejido mientras caía. Aquel medio paso le salvó la vida, porque la segunda flecha alcanzó a Jagang en el lado derecho del pecho. De no haberse movido, habría recibido la segunda flecha en el centro del corazón.
Kahlan no podía creer que con tal clamor, desorden y confusión, combates furiosos, cólera, miedo, dolor y muerte por todas partes, Richard pudiera haber efectuado un disparo así.
Al mismo tiempo no podía creer que hubiera fallado el tiro.
Con una flecha profundamente clavada en el pecho, Jagang trastabilló. Al tiempo que caía de rodillas, sus guardias corrieron como locos a rodearlo y formar una barrera para prevenir que más flechas consiguieran darle. Kahlan perdió de vista al emperador tras la apretada cortina de guardaespaldas.
Utilizó ese instante de conmoción entre sus guardias especiales para hundir con fuerza el cuchillo que tenía en la mano derecha en un riñón de uno de sus custodios mientras éste contemplaba a Jagang. Luego clavó el arma de la mano izquierda en el vientre de otro hombre cuando éste se giró hacia ella y empujó hacia arriba el cuchillo, abriéndole en canal. Un tercer guardia abandonó la protección del emperador y cargó hacia ella. Jillian le puso la zancadilla cuando pasó corriendo. Kahlan le alcanzó la garganta con el cuchillo cuando cayó por delante de ella, y con un veloz movimiento le rebanó el cuello.
Se giró y vio a Richard en el otro lado del terreno de juego.
Tenía una espada.
Cuando otro guardia fue hacia allí para desarmarla, Nicci le clavó su cuchillo en la espalda. El hombre se revolvió, chillando sorprendido a la vez que alargaba el brazo por encima del hombro, hacia la herida. Ella lo apuñaló dos veces en el pecho… con golpes veloces y potentes. El desgraciado dio un traspié, intentando rodearla con los brazos para mantenerse en pie, pero no pudo y cayó al suelo. Para no ser una experta en el uso de cuchillos, Nicci parecía haber averiguado muy bien cómo funcionaban.
Un quinto hombre agarró a Jillian, intentando usarla como escudo mientras iba a por Kahlan. Ésta acuchilló el antebrazo que rodeaba el cuello de Jillian, cortando a través de músculo y tendones hasta llegar al hueso. Cuando él reculó con un grito de dolor, Jillian se liberó. Cuando el hombre arremetía contra Kahlan, ésta utilizó el impulso de su atacante para ensartarlo con el cuchillo que llevaba en la otra mano. Dio un brusco tirón ascendente a la hoja hasta alcanzar las costillas. Los ojos del soldado se abrieron como platos por la sorpresa. Kahlan se hizo a un lado mientras él caía por delante de ella, con las tripas fuera. En toda la confusión reinante no vio al sexto guarda especial, pero sabía que estaba por allí.
La masa de espectadores de la ladera situada detrás de Richard no dejaba de resbalar hacia abajo, penetrando en tropel en el campo de Ja’La. La mayoría de los arqueros ya habían sido arrollados por la arremolinada muchedumbre. Debido a que muchos de los hombres que sostenían las antorchas hacía mucho que habían sido a su vez aplastados contra el suelo por la batalla que descendía sobre ellos, la oscuridad era cada vez mayor. Empezaba a resultar difícil ver.
El campo de Ja’La estaba siendo inundado por combatientes. Había hombres que luchaban por su vida, otros por segarlas. Otros más, borrachos tras un día de celebraciones durante los partidos de Ja’La, peleaban por pelear. El suelo estaba cubierto de heridos de gravedad. Por todas partes, los heridos aullaban de dolor. Nadie los ayudaba.
Pronto hubo tantos rostros cubiertos de rojo que cada vez era más difícil seguir la pista de Richard. Lo que hacía muy poco le había hecho destacar ahora servía para ocultarlo. Unos momentos antes había resultado llamativo, ahora era un fantasma en medio del caos.
Los soldados estaban enfurecidos y con ganas de matar. Se blandían hachas, se cercenaban brazos, se hendían cráneos y se abrían pechos a tajos.
A pesar de que era cada vez más difícil hacerlo, Kahlan no perdía a Richard de vista mientras éste era atacado por soldados. Para muchos, era el objeto de su ira. Era responsable de la blasfemia cometida contra la Orden Imperial: quien había osado pensar que podía derrotar al equipo del emperador.
Él había logrado lo inconcebible, y lo odiaban por ello. Por lo que veían como arrogancia.
Kahlan supuso que creían que debería haber fallado, deliberadamente si era necesario. El fracaso era un motivo de rencor que daba rienda suelta a su odio cada vez que alguien tenía éxito en algo, en cualquier cosa. Al éxito había que aplastarlo. Ésas eran las bestias que formaban la Orden con sus enseñanzas. Las creencias de la Orden precisaban de bestias para imponerse.
Mientras Richard cruzaba el terreno, yendo hacia Kahlan, no dejaban de atacarlo. Él abatía a sus asaltantes con sumaria serenidad. Avanzaba metódicamente por el terreno de juego. Aquellos que intentaban detenerlo morían.
—¿Qué deberíamos hacer? —preguntó una asustada Jillian.
Kahlan echó una veloz mirada en derredor. No había ningún sitio al que escapar. El ejército de la Orden Imperial las rodeaba por todas partes. No había una ruta de escape. Kahlan, al ser invisible para la mayoría, podía escapar, pero no estaba dispuesta a abandonar a Jillian y a Nicci para que se las arreglaran solas entre tales animales. Incluso aunque quisiera hacerlo, de todos modos, llevaba el collar al cuello.
—Es necesario que nos quedemos aquí —dijo Nicci.
Kahlan, que sabía que no existía forma de que pudieran huir, de todos modos, contempló intrigada a la otra mujer.
—¿Por qué?
—Porque Richard lo va a tener difícil para encontrarnos si nos alejamos de aquí.
Kahlan no pensaba realmente que hubiera nada que él pudiera hacer. Al fin y al cabo, Nicci y ella llevaban collares alrededor del cuello. Jagang podría haber resultado herido, pero seguía consciente. Si intentaban huir las detendría con aquellos collares… o algo peor. Ella estaba dispuesta a ponerlo a prueba, pero no hasta que viera una oportunidad que valiera la pena.
Siempre era posible que Richard consiguiera acabar con Jagang. Entonces tendrían una posibilidad… a condición de que la hermana Ulicia o la hermana Armina no aparecieran. Jagang era un Caminante de los Sueños y, por lo que Kahlan sabía, ya podría haber utilizado el control de sus mentes para hacerlas acudir corriendo en su ayuda.
Abrazando con fuerza a Jillian, Kahlan miró en derredor. Nicci protegía a la muchacha desde el otro lado. La turba estaba poseída por un frenesí asesino.
Kahlan asintió.
—Por el momento estamos más seguras aquí, protegidas por los guardias de Jagang. Aunque, tal y como van las cosas, eso puede que no dure mucho.
Por todas partes los hombres seguían peleando. Jagang estaba de rodillas, en el centro de sus guardias, con las manos sobre el pecho. Algunos de los guardias se habían arrodillado junto a él para sostenerlo y abrirse paso. Otros gritaban órdenes urgentes para que trajeran a una Hermana. El terreno alrededor de la zona de observación del emperador empezaba a resultar resbaladizo debido a la sangre y las vísceras.
Kahlan permanecía petrificada, contemplando a Richard.
Se abalanzaban hombres sobre él desde todas direcciones, intentando matarlo, y él pasaba entre ellos como si fuera un fantasma. De un modo muy parecido a como había eludido a los bloqueadores, se agachaba a un lado cuando las espadas oscilaban en su dirección, esquivaba estocadas y se deslizaba entre los hombres cuando intentaban cercarlo. Cuando lanzaba una estocada, ésta era veloz y certera. Era la viva imagen de la economía de movimientos, sin hacer nunca más de lo necesario mientras se abría paso por el campo de Ja’La. A su alrededor decenas de miles de hombres combatían en una batalla tumultuosa.
Richard era un punto de serenidad en aquel mar del caos.
Su espada centelleaba y caían hombres. Ni siquiera se molestaba en matar a muchos, se limitaba a apartarlos de su camino después de que hubieran lanzado una estocada o blandido sus espadas contra él. Cuando uno arremetió contra él con un cuchillo, Richard lo decapitó.
Kahlan observaba cautivada.
Comprendía el modo en que él utilizaba una espada.
Era del todo distinto al modo en que cualquiera de los hombres que los rodeaban lo hacía. Y era, en cierto modo, como contemplarse a sí misma en el fragor del combate. Aun cuando cogía a los soldados por sorpresa, ella a menudo sabía lo que Richard iba a hacer antes de que lo hiciera.
En algunos aspectos él combatía de un modo diferente a como lo hacía ella, pero en muchos aspectos tenía mucho en común con el modo en que ella utilizaba un cuchillo. Él era más fuerte que ella, y por lo tanto usaba su fuerza cuando le proporcionaba ventaja, pero con todo tenía mucho en común con su forma de manejar un arma.
Desde luego, no podía recordar nada anterior al momento en que las Hermanas la habían capturado y utilizado el hechizo Cadena de Fuego sobre ella, así que supuso que tenía que haberlo aprendido de alguien, y aquel alguien había peleado como Richard.
Aun cuando era fuerte, Richard conservaba las energías, utilizando tan sólo la fuerza necesaria. No iba a por otros. Aguardaba hasta que iban a por él. No efectuaba grandes movimientos, en su lugar usaba el impulso del adversario en su contra, colocando la espada donde necesitaba estar, de modo que, cuando llegaban, ellos mismos se la clavaban. Parecía saber qué iban a hacer y donde estarían antes de que ellos lo supieran, y usaba aquella información contra ellos.
Y al mismo tiempo que avanzaba a través de la refriega, su mirada jamás estaba lejos de ella.
Sin embargo, a pesar de cómo se deshacía de los adversarios mientras avanzaba sin pausa por el terreno de juego, no era más que un hombre, el ejército que lo rodeaba no era algo que pudiera superar con facilidad. A pesar de la valentía con la que combatía, aquel ejército de hombres se iba arremolinando a su alrededor.
Al cabo de otro instante, Kahlan ya no pudo verle.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Jillian.
Kahlan vio que Jagang tosía sangre, tenía problemas para respirar.
—Creo que es necesario que empezamos a movernos.
—No podemos —dijo Nicci—. Si Richard no puede encontrarnos, estamos perdidas.
Kahlan indicó con un ademán el caos que las envolvía.
—¿Qué crees que va a poder hacer?
—A estas alturas —repuso Nicci—, yo pensaba que ya habrías aprendido a no subestimarle.
—Nicci tiene razón —dijo Jillian—. Yo incluso le he visto regresar del mundo de los muertos.