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todos los ojos estaban puestos en Richard mientras corría con el broc bajo el brazo izquierdo. La multitud, en tensa expectación, contenía la respiración. También Kahlan, que había dado un paso al frente, permanecía paralizada.

El equipo de Jagang, en el otro extremo del campo, inició su acometida para detener la carga. Si podían impedir que el equipo de Richard marcara, ganarían el campeonato. Eran jugadores experimentados que sabían que la victoria estaba al alcance de su mano y no tenían la intención de permitir que se les escapara.

Richard, escudado por los bloqueadores y el alero que le quedaba, atajó hacia la derecha. Fue pegado al borde derecho del campo mientras corría a una velocidad vertiginosa. Las llamas de las antorchas silbaron y aletearon cuando pasó como una exhalación junto a ellas. Varias mujeres alargaron los brazos para intentar tocarle mientras aullaban.

Richard estuvo de repente justo allí, delante de ellos, pasando a toda velocidad ante el emperador. Jagang dio la impresión de querer placar él mismo a Richard cuando éste pasó.

Kahlan esperó que Richard se detuviera, girara hacia el emperador y lo matara con la misma eficiencia con que había matado a otros, pero no lo hizo. Ni siquiera echó una ojeada mientras pasaba como una exhalación.

Richard tuvo su oportunidad de asesinarlo y no la había aprovechado.

Kahlan no podía imaginar por qué no lo había hecho, si como Nicci pensaba, él había tenido realmente intención de hacer algo. A lo mejor no eran más que ilusiones por parte de Nicci… y de Kahlan.

En un instante Richard y sus hombres ya habían pasado y desaparecido campo adelante.

Los hombres del equipo de Jagang, observando cómo se acercaban y viendo que estaban relativamente pegados unos a otros en su carga, en lugar de desperdigados por todo el terreno como habían hecho en ocasiones pasadas, convergieron para formar una barrera infranqueable de hueso y músculo para detener su avance.

En los últimos turnos el equipo del emperador había impedido marcar al de Richard. Sabían que ganarían si se limitaban a contener al adversario y le impedían marcar durante su turno. De todos modos, parecían querer más. No tan sólo ganar; querían castigar a los aspirantes. Parecían ferozmente determinados a poner fin a aquello del modo más brutal posible.

Mientras corrían, los hombres de Richard, en vez de dispersarse o moverse hacia posiciones designadas, de un modo repentino e inexplicable, se juntaron. Aún más sorprendente, formaron una única columna, con los hombres de mayor tamaño al frente. Cada hombre alargó el brazo y sujetó una mano al hombro del situado delante, trabando la columna. Sus largas zancadas se movían al unísono.

En un instante, todo el equipo de Richard había pasado a formar un sólido ariete humano.

Aquella columna, con Richard cerca de la parte posterior, no avanzaba muy rápido, pero no necesitaban ir de prisa, su peso conjunto les proporcionaba un ímpetu pasmoso.

Aun cuando los hombretones del equipo de Jagang se prepararon a nivel individual, la desbocada fila de hombres se abrió paso de forma demoledora entre ellos, como un tronco de árbol a través de la puerta de un indigente.

Todos los jugadores de Jagang estaban acostumbrados a que su colosal tamaño les fuera de gran utilidad pero, no obstante lo fornidos que eran, no eran rival para el peso ingente de todo el equipo de Richard incrustándose contra ellos de un modo tan concentrado. Con un peso tan aplastante, la columna pasó a través sin ver aminorada su velocidad, arrollando a los bloqueadores defensores.

Algunos de los hombres de Richard situados delante fueron arrancados por la violencia del contacto, pero a medida que cada uno se desprendía, éste dejaba a un nuevo hombre en cabeza, de modo que la fila permanecía mientras rebasaba la barrera defensiva.

En cuanto estuvieron en el territorio de los defensores y en la primera línea de lanzamiento, mucho antes de alcanzar la zona de puntuación habitual, la columna se deshizo, chocando contra los bloqueadores que convergían sobre ellos. Por un instante, la acción abrió una pequeña zona segura para Richard.

Alzó y lanzó el broc desde aquella línea posterior. Había mucha distancia hasta la red y, mientras el balón describía un arco en el aire nocturno, iluminado por antorchas, la multitud se inclinó al frente como una sola persona, todo el mundo conteniendo la respiración, todos los ojos observando con atención.

Con un fuerte golpe sordo, el broc aterrizó firmemente en la red, marcando dos puntos.

La multitud estalló en un rugido atronador, que hizo temblar el aire y estremecerse el suelo.

El equipo de Richard iba ahora un punto por delante. Al equipo del emperador no le quedaban más turnos, no había modo de que ganaran. Aun cuando al equipo de Richard le quedaba tiempo de juego, no lo necesitaban. El partido estaba ya ganado, aunque no hubiera finalizado y la arena del reloj de arena siguiera cayendo.

El emperador Jagang se quedó con un rostro inexpresivo. Los guardias, con semblante sombrío, usaron todo su peso para mantener atrás a la entusiasmada multitud mientras las aclamaciones proseguían sin perder su intensidad.

Jagang alzó por fin un brazo bien alto y las enloquecidas celebraciones empezaron a apagarse a medida que la atención se desviaba para ver lo que haría el emperador. Jagang hizo una seña al árbitro para que se acercara.

Kahlan intercambió una breve mirada con Nicci. No pudieron oír nada mientras los hombres conferenciaban, con las cabezas muy juntas.

El árbitro, con semblante un tanto pálido, dedicó al emperador un movimiento afirmativo con la cabeza y luego corrió al centro del campo, alzando una mano para indicar una resolución.

—El hombre punta del equipo aspirante salió de los límites del campo mientras corría a lo largo de la banda —gritó el árbitro—. Los dos últimos puntos no cuentan. El equipo de su Excelencia todavía gana por uno. El juego debe reanudarse hasta que se agote el tiempo.

Si la muchedumbre había enloquecido cuando Richard marcó, ahora la embargó una furia delirante. Todo el ejército que contemplaba el partido estaba sumido en el caos.

Richard, sin embargo, no parecía en absoluto alterado por la resolución. De hecho, ya estaba situado en su extremo del campo, junto con sus compañeros, como si lo hubiera esperado. Sus hombres, con aspecto de estar concentrados en su tarea, tampoco parecían desanimados.

Cuando el árbitro les arrojó el broc, estaban preparados. En el Ja’La, el juego no podía interrumpirse. El equipo de Jagang, por otra parte, había estado celebrando el repentino cambio en su suerte y no había formado aún para defender. El equipo de Richard, al que quedaba poco tiempo, no perdió ni un instante e inició la carga de inmediato.

En su carrera por el terreno de juego fueron hacia el lado izquierdo en esta ocasión, el lado opuesto al de Kahlan. Una vez más, formaron la misma columna compacta, con la mano de cada hombre descansando en el hombro del jugador situado delante. La diferencia era que esta vez permanecían bien lejos de la banda; lo bastante lejos para que cualquiera, en especial la muchedumbre de aquel lado del campo, pudiera ver que no estaban en absoluto cerca del límite.

El equipo de Jagang vio lo que se acercaba pero todavía no habían organizado una defensa para detener la formación que se les venía encima. Comprendieron el riesgo y corrieron a cerrar el paso a los contrincantes.

Cuando el equipo de Richard se abrió paso, imparable, por la red de bloqueadores y alcanzó la misma zona de puntuación que en la jugada anterior, los atacantes volvieron a dispersarse para crear un espacio seguro y proteger a su hombre punta. En aquel instante, libre de defensores, Richard lanzó el broc.

Éste voló por encima de los brazos extendidos del equipo de Jagang y entró con un golpe sordo en la red, obteniendo dos puntos.

La muchedumbre prorrumpió en enloquecidos vítores.

El cuerno sonó, apenas se oía por encima de atronador ruido.

El partido había finalizado. El equipo de Richard había ganado el campeonato… por dos veces.

Jagang, con el rostro rojo de cólera, dio un largo paso atrás, estiró el brazo, aferró la parte superior del brazo de Nicci y tiró violentamente de ella hacia delante para colocarla a su lado.

Y alzó con energía el otro brazo en el aire. El árbitro y sus asistentes se quedaron paralizados, observando a Jagang. Los vítores perdieron intensidad y la consternada multitud calló poco a poco.

—¡Su hombre punta pasó por encima de la línea divisoria! —rugió Jagang—. ¡Salió del terreno!

Cuando Richard había llevado a cabo la jugada la vez anterior, puesto que había estado tan cerca, Kahlan había podido ver que no sobrepasaba la línea divisoria. De hecho, las personas a lo largo de la línea divisoria había estado alargando los brazos, intentando tocarle, y él había estado fuera de su alcance. Esta vez, incluso si Richard hubiera corrido fuera de la línea, no había modo de que Jagang pudiera haberle visto desde el otro extremo del campo.

—¡La jugada fue nula! —chilló Jagang—. ¡Esos puntos no son válidos! ¡El equipo real ha ganado el campeonato!

Los espectadores lo contemplaron fijamente con incredulidad.

—¡Jagang el Justo ha hablado! —gritó Nicci a la multitud, mofándose del decreto de Jagang.

Richard acababa de obligar a Jagang el Justo a demostrar a todos que, bajo la Orden, la justicia era inexistente. Y Nicci había retorcido el cuchillo por él.

Jagang le asestó un revés con tanta fuerza que la derribó cuan larga era a los pies de Kahlan.

Los partidarios del equipo del emperador enloquecieron de júbilo. Muchos saltaban mientras chillaban y vitoreaban, como si ellos mismos hubieran conseguido algo.

Los partidarios del equipo de Richard se enfurecieron.

Kahlan, conteniendo la respiración, agarró el cuchillo, comprobando la posición de los guardias mientras Jillian se inclinaba para ayudar a la mujer que sangraba en el suelo a los pies de ambas.

Partidarios del equipo de Jagang gritaban pullas a hombres que les gritaban que su equipo lo componían tramposos y que habían perdido. Empezaron a darse empujones entre sí. Los puños empezaron a volar. Se desenvainaron armas.

En un instante todo el campamento se había amotinado.

Las laderas repletas de público parecieron quebrarse, luego de improviso parecieron empezar a precipitarse en dirección al campo de Ja’La. En el frenético tumulto que se desencadenó dio la impresión de que todo el ejército se había enzarzado en una batalla campal.

Kahlan no lo habría creído posible, pero Nicci tenía razón.

Richard acababa de iniciar una guerra.