6
con una gran tristeza, Kahlan contempló cómo Richard se arrodillaba junto a su alero derecho caído. El cuerno sonó. Los hombres del equipo de Jagang abandonaron a toda prisa a su víctima para regresar a su extremo del campo y prepararse para defenderse.
—¿Está muerto? —preguntó Jillian.
Kahlan pasó un brazo alrededor de los hombros de la muchacha y la apretó contra su costado izquierdo.
—Eso me temo.
—¿Por qué tendrían que hacer algo así?
—Es el modo en que la Orden juega a Ja’La dh Jin. Matar es un medio de obtener lo que quieren.
Kahlan podía ver las lágrimas en los ojos de Richard mientras sus hombres enlazaban sus brazos bajo los suyos y lo arrastraban atrás, lejos del cuerpo. Si no regresaba al juego de inmediato lo expulsarían por retrasar el partido. Los ayudantes del árbitro se pusieron a arrastrar el cuerpo sin vida fuera del terreno de juego.
Kahlan oyó cómo Jagang, a media docena de pasos por delante de ella, reía por lo bajo.
Nicci, junto a él, echó una ojeada a sus espaldas. Kahlan no supo exactamente cómo interpretar la líquida expresión de sus ojos azules. Parecía en parte tristeza por Richard, en parte rabia contenida, y, de algún modo, una advertencia para Kahlan.
Kahlan no había conseguido volver a hablar con Nicci desde la noche que fue maltratada de aquel modo tan terrible. Por otro lado, desde el momento en que Jagang había efectuado su apuesta con el comandante Karg, el emperador había estado taciturno e irascible.
La noche anterior, mientras Nicci aguardaba en el dormitorio y Kahlan esperaba en la estancia exterior de la tienda, el emperador se había reunido con algunos de los miembros de su equipo. Kahlan no lo había oído todo, pero había sonado como si les hubiera dado órdenes a fin de que el hombre punta del equipo de Karg no les causara problemas.
Kahlan había pasado la noche en blanco, preocupada por si Richard no vivía para ver el nuevo día. Lo que fuera que se había planeado proporcionó a Jagang ganas de disfrutar de Nicci, de modo que ordenó a Kahlan y a Jillian que permanecieran donde estaban, en la estancia exterior. Quería estar a solas con su Reina Esclava, como la llamaba.
Kahlan no había sabido lo que Jagang le estaba haciendo a la mujer. Pero no importaba lo que le hiciera, Nicci jamás gritaba. En el lecho del emperador ella siempre parecía quedarse como atontada, con la vista fija fuera de este mundo, mientras él hacía lo que quería. Kahlan comprendía que era la única defensa que Nicci tenía. Al retraerse en sí misma, su indiferencia externa era la única protección que tenía para mantener la cordura. No le haría ningún bien prestar atención a todo lo que aquel animal le hacía. Por otra parte, su indiferencia enfurecía a Jagang y a menudo le provocaba arranques de violencia.
Kahlan se preguntaba si, cuando él empezara a hacerle lo mismo a ella, tendría la fortaleza que tenía Nicci.
Esa mañana Kahlan se había preguntado si tendrían que volver a llamar a las Hermanas para salvar a Nicci, o para curarla. Sin embargo, cuando Jagang salió del dormitorio llevaba a Nicci agarrada de los cabellos. La arrojó al suelo, frente a él, pareciendo complacido con la indefensión de la mujer. Kahlan se había sentido aliviada al ver que, si bien Nicci parecía apaleada, y con moretones, al menos no daba la impresión de estar herida de gravedad.
En el terreno de juego el equipo de Richard se reunió, preparándose para la siguiente jugada. Kahlan echó una ojeada en derredor mientras parte del público todavía expresaba a gritos su satisfacción por la muerte del jugador. Otros, no obstante, chillaban furiosos, agitando puños en dirección al equipo del emperador. La tensión se palpaba en el aire. Cuando el partido se reanudó, la multitud empezó a calmarse, al menos hasta cierto punto.
De todos modos, Kahlan podía percibir que el estado de ánimo de los espectadores había cambiado. Lo que había sido una aprobación universal de que el partido esperado finalmente se iniciara había pasado a ser descontento e incluso en algunos aspectos empezaba a parecer agitación. Había empezado a cambiar cuando Jagang había intervenido para anular el último punto que Richard había marcado. Jagang había invalidado la decisión de los árbitros, diciendo que el tanto se había marcado después de sonar el cuerno. Los árbitros habían accedido y declarado nulo el punto, pero todo el mundo sabía que el broc había entrado con claridad antes del toque del cuerno.
Nada de eso importaba, sin embargo. El emperador lo había decidido.
El equipo rojo parecía empeñado en seguir jugando como si no acabaran de perder a su hombre más fornido, y en el terreno de juego se abrían paso por la fuerza a través de una línea de bloqueadores. Richard esquivó con habilidad varios intentos de atraparlo.
Richard se paró de improviso sobre la casilla segura, un lugar que raras veces se usaba, impidiendo que el hombre que había estado a punto de placarlo lo hiciera. Era el animal que le había partido el cuello al alero.
Kahlan no podía imaginar qué tramaba Richard. Estar en aquella casilla impedía que lo atacaran mientras permaneciera allí, pero también permitía que sus adversarios lo rodearan. Si bien estaba a salvo por el momento, no podía marcar desde allí. Al final tendría que moverse, pero con cada momento que pasaba el terreno que lo rodeaba se tornaba más y más peligroso.
Cuando el jugador que iba a placarlo se giró para comprobar la posición de sus compañeros, Richard gritó algo para atraer su atención. El hombre se giró hacia él.
Richard, sosteniendo el broc contra el pecho, lo soltó de repente en un lanzamiento fulminante. La pesada bola chocó de pleno contra el rostro del individuo con tanta fuerza que rebotó de vuelta a las manos de Richard.
El golpe fue lo bastante fuerte como para hundir en parte el rostro del jugador. Con la nariz hundida, el hombre se quedó flácido y cayó directo al suelo hecho un ovillo.
La multitud lanzó un grito ahogado ante el inesperado giro de los acontecimientos.
En un ataque de cólera, otro rival a la derecha de Richard embistió, aun cuando Richard estaba en la casilla segura. El árbitro no pareció predispuesto a invalidar la acción. Richard agarró el broc bajo el brazo izquierdo a la vez que se agachaba un poco hacia ese lado. Girándose, balanceó con fuerza el brazo derecho. El grueso hueso de su antebrazo alcanzó al hombre en la garganta. El jugador se llevó las manos a la garganta a la vez que trastabillaba hacia atrás y caía. Luchaba con desesperación por respirar. Con la tráquea aplastada, su rostro empezó a pasar del rojo al azul.
Sin una vacilación, otro rival de gran tamaño embistió desde la izquierda con un puño alzado. Richard se apartó y se sirvió del impulso del adversario. El potente golpe alcanzó al hombre justo sobre el corazón. El impacto fue suficiente para hacerle retroceder tambaleante. El hombretón se llevó las manos al pecho, con expresión aturdida y confusa, y luego, a la vez que los ojos se le ponían en blanco, cayó desmadejadamente al suelo.
Sin la menor ayuda, Richard había eliminado a tres adversarios que eran considerablemente mucho más grandes que él. A Kahlan le fue fácil comprender por qué había tantísimas flechas alrededor del terreno de juego apuntando a aquel hombre en todo momento.
Kahlan se planteó qué sucedería si Richard conseguía alguna vez tener una espada en las manos.
Richard no perdió tiempo. Salió disparado a través de la brecha que acababa de crear. Sus compañeros parecían haber estado preparados para la jugada, pues estaban colocados ya a lo largo de su ruta, listos para cerrar el paso a los placadores que iban tras él. Por todas partes en el terreno de juego chocaron unos contra otros.
Kahlan pudo ver cómo todos los rostros de la ladera situada frente a ella giraban al unísono mientras contemplaban cómo corría Richard, esquivando a algunos hombres mientras sus bloqueadores derribaban a otros para apartarlos de su camino.
Richard corrió al interior de una zona de lanzamiento. Libre de obstáculos, arrojó el broc a la red y marcó otro punto. Su equipo volvía a ir por delante.
La multitud se dejó llevar por el frenesí. Incluso Jagang había dado un paso al frente, más cerca del borde del campo, para observar, con un puño crispado. También todos sus guardias se inclinaron para observar mientras el equipo de Richard recibía el broc del árbitro e iniciaba otra carga.
A medida que penetraban en el territorio del adversario, Richard corrió hacia la izquierda, pero fue placado al poco. Kahlan pensó que casi parecía deliberado. Le recordó el modo en que había caído en el barro para que nadie pudiera reconocerle la primera vez que ellos habían ido a ver a su equipo.
Cuando Richard golpeó el suelo, el broc salió disparado de sus brazos. También esto le pareció muy poco natural. Se le pasó por la cabeza que parecía formar parte de un plan. Su alero izquierdo, que corría campo adelante, estaba casualmente en el lugar correcto. Se agachó y recogió el broc cuando éste pasaba rodando, y en un instante llegó a la zona de lanzamiento y lanzó. Con Richard caído, era legal que un alero intentara puntuar.
El broc entró en la red, lo que desencadenó unas estruendosas aclamaciones.
El alero alzó los brazos jubiloso por haber marcado. Era algo que los aleros raras veces tenían la oportunidad de intentar, y que en más raras ocasiones conseguían. Si bien Kahlan sabía que estaba permitido, nunca antes lo había visto hacer.
Cuando sonó el cuerno, indicando el fin del turno, Richard alcanzó a su alero izquierdo y, con una sonrisa de orgullo, le dio una palmada en la espalda. A juzgar por el modo en que el alero miró a Richard, Kahlan pensó que el reconocimiento por parte de Richard había significado tanto para el hombre como el punto marcado.
Desde el último partido al que habían asistido, cuando Nicci había pronunciado el nombre de Richard, Kahlan sabía que Richard era su nombre auténtico. No había podido intercambiar ni una palabra con Nicci desde entonces, no obstante, de modo que no podía preguntar, pero sospechaba que Richard era en realidad Richard Rahl… lord Rahl.
No sabía si era cierto, pero sin duda alguna eso explicaría muchas cosas, como por qué el hombre cayó al barro aquel primer día, por qué se pintaba la cara con dibujos extravagantes, y por qué decía a la gente que su nombre era Ruben.
Lo que sucedía era que parecía imposible, no obstante; lord Rahl cautivo de la Orden Imperial, jugando en un equipo de Ja’La contra el equipo del emperador.
Lo que de verdad la preocupaba, de todos modos, era que él la conocía. Había pronunciado su nombre aquel primer día que había estado en una jaula dentro de un carro en un convoy de suministros que entraba en el campamento. Suponía que era posible que la Orden lo hubiera capturado sin darse cuenta de a quién tenían. No obstante, la coincidencia de todo ello le resultaba de lo más disparatado. Aunque sabía que probablemente había más en ello de lo que comprendía, y que quizá Richard se había dejado coger para poder acercarse a ella. Para rescatarla.
Ahora, se dijo, quizá debía comportarse como una tonta.
Con todo, se preguntó por qué estaba ella en el centro de tantas cosas.
Deseó tener una oportunidad de conversar otra vez con Nicci para preguntarle si realmente era Richard Rahl. Pero por otra parte, por la reacción de Nicci, por sus lágrimas al verlo, Kahlan no necesitaba preguntar. Podía verlo escrito en el rostro de la mujer.
Ése era el hombre a quien Nicci amaba.
Por el rabillo del ojo, Kahlan no perdía de vista a sus guardias especiales. Cuando la multitud rugió, alzando los puños en el aire con entusiasmo, sus custodios se inclinaron a este lado y al otro para mirar por entre la guardia real y ver el campo en el mismo instante en que el equipo del emperador cogía el broc para jugar su turno. Tres de sus jugadores, habían sido reemplazados. Por el modo en que los tres fueron abandonados en un lateral, Kahlan supo que los tres habían muerto. Richard había matado a tres hombres en un instante y sin ninguna ayuda.
El equipo del emperador parecía estar poseído por una furia ciega mientras iniciaba su carga. Apelotonados en un grupo compacto, avanzaron por el centro, decididos a aplastar a cualquiera que se interpusiera en su camino. El equipo de Richard se separó para dejarles pasar, luego desde ambos lados les atacaron desde la retaguardia, agarrando las piernas de los jugadores. Placados de ese modo, los hombres cayeron de bruces.
Uno de los placajes fue lo bastante violento para partirle el tobillo a uno. El jugador aulló de dolor. El hombre punta, al oír el grito, se distrajo durante una fracción de segundo, pero bastó para que pudiera ser golpeado por dos hombres. Fue arrojado al suelo con tal brutalidad que el impacto le arrebató el aire de los pulmones e hizo que le castañetearan los dientes. Estalló una reyerta por la posesión del broc.
Cuando el equipo del emperador se recuperó, sus miembros apartaron por la fuerza a los adversarios y consiguieron conservar el broc. Otra vez de pie, lucharon para conseguir dejar atrás a los defensores. Varios hombres del equipo de Richard quedaron en el suelo, retorciéndose de dolor. La multitud aulló enfervorizados gritos de ánimo al equipo del emperador. Su hombre punta esquivaba a los perseguidores yendo a un lado y a otro, rodeando a algunos y derribando a otros.
Los guardias de Kahlan, oyendo los rabiosos vítores, no dejaban de adelantarse poco a poco, para ver mejor qué sucedía. Eso dejaba más espacio donde Kahlan estaba. La presión de los espectadores que bordeaban la ladera situada detrás, todo su peso empujando al frente, provocaba que la zona reservada para el emperador quedara apretujada. Hacia la parte frontal, donde estaba Jagang, los guardias reales mantenían atrás a la excitada multitud, pero incluso ellos estaban inmersos en la frenética lucha que tenía lugar en el campo de Ja’La.
Kahlan rodeó con más fuerza a Jillian con el brazo izquierdo para protegerla, manteniéndola cerca mientras sus guardias especiales, que cada vez tenían menos espacio, empezaban a avanzar despacio hacia donde había más sitio, más cerca de la acción. Los que habían estado detrás de ella empezaron a hacer presión, apiñándose por delante de ella.
Nicci, olvidada por el emperador a medida que éste se veía más atrapado por la acción, dio un paso atrás. Eso concedió a los custodios de Kahlan espacio para adelantarse. Pareció natural, como si ella simplemente tratase de no interferir con lo que ellos querían.
Jagang, como todos los demás, vitoreaba, refunfuñaba, maldecía y chillaba a voz en cuello a los equipos del terreno de juego. La oscuridad hacía mucho que había hecho su aparición, prestando una atmósfera sobrenatural al acontecimiento. Las antorchas a lo largo del borde del campo proyectaban una luz parpadeante sobre la zona despejada de terreno. Entre las antorchas vigilaban arqueros listos para disparar. Pero incluso ellos estaban absortos en el juego, más atentos a la acción que a los cautivos.
Kahlan sentía como si estuviera en el centro de un furioso ritual desenfrenado dedicado a la violencia. La muchedumbre no sólo chillaba y aclamaba, sino que empezó a entonar cánticos, golpeando el suelo con los pies al compás mientras su equipo corría por el campo. El suelo temblaba bajo aquellos cientos de miles de botas. La noche, oscura y encapotada, parecía reverberar con un tronar continuo y retumbante.
La atmósfera era cautivadora. Incluso contagió a Kahlan.
Junto con todos los espectadores, sentía como si estuviera sobre el terreno de juego. El corazón le martilleaba mientras contemplaba cómo Richard esquivaba placajes, se agachaba bajo un brazo extendido y se deslizaba entre hombres que se lanzaban a por él. Componía un gesto de dolor, medio volviendo la cabeza, cuando alguien recibía un golpe. Muchos de los espectadores gemían, como si ellos mismos hubieran recibido el golpe.
Mientras el reloj de arena marcaba los turnos, Kahlan vio que Richard no conseguía marcar tantos que estaba segura de que podría haber conseguido. Éste daba la impresión de aminorar la velocidad justo lo suficiente para que pudieran atraparle y derribarle. En una ocasión lanzó y falló.
Ella no sabía el motivo.
A medida que el partido se alargaba, Kahlan tuvo cada vez más claro que él manipulaba la puntuación, manteniéndola ajustada. Cuando el equipo del emperador marcaba, no pasaba mucho tiempo antes de que él marcara a su vez para mantener el tanteo igualado, pero a continuación no conseguía volver a marcar… hasta que el equipo del emperador volvía a hacerlo. Un turno tras otro del reloj de arena fue transcurriendo. El marcador señalaba un empate a siete.
Kahlan podía ver por el modo en que él se movía que no sólo se contenía, sino que también ahorraba energías. El otro equipo se estaba agotando.
Un partido tan igualado sólo servía para caldear las emociones de las laderas cubiertas de espectadores. Muchos de ellos vitoreaban, aplaudían, silbaban y chillaban a su equipo favorito, mientras que otros agitaban puños y dirigían imprecaciones al equipo contra el que estaban. Aquí y allá estallaban peleas entre los espectadores, que acababan siendo breves porque todo el mundo quería ver el juego.
Kahlan, que había observado el lento avance de Nicci, vio que ésta había conseguido colocarse a media docena de pasos por detrás de Jagang. Nadie le estaba prestando la menor atención. Jagang había echado un vistazo atrás en dos ocasiones, sólo mirando a medias, para comprobar que estaba lo bastante cerca.
Kahlan podía ver que las mujeres que seguían el campamento, cerca del borde del campo, presas de un desenfreno idéntico al de la enorme multitud, descubrían sus pechos cuando los jugadores pasaban corriendo por su lado. Si bien el territorio situado en las inmediaciones de las bandas era muy valorado, y a menudo objeto de peleas para conseguir un puesto, a las mujeres que acudían a los partidos se les permitía el acceso hasta el límite mismo del terreno. La multitud masculina, que sabía lo exaltadas y ansiosas que estaban por captar la atención de los jugadores, las azuzaba. Por encima del ruido ensordecedor de la multitud, Kahlan podía oír a algunas de las mujeres de las bandas que tenía más cerca aullando promesas lascivas para los vencedores. Tal conducta acrecentaba la atmósfera de cruda perversión. Todo formaba parte del Ja’La dh Jin.
Cuando Nicci consiguió deslizarse lo bastante cerca, Jillian alargó el brazo y le tocó la mano.
—¿Te encuentras bien? —susurró justo lo bastante alto para que lo oyera por encima del ruido del gentío—. Estábamos muy preocupadas por ti.
Posando la mano en la mejilla de la muchacha, Nicci sonrió brevemente a la vez que asentía.
—Está tramando algo —dijo Nicci por lo bajo mientras se inclinaba un poco más cerca de Kahlan.
—Lo sé.
—Ésta podría ser una oportunidad para ti de escapar. Haré todo lo que pueda para ayudarte. Estate preparada.
Con el collar alrededor del cuello Kahlan no sabía qué posibilidad podría tener de escapar. De todos modos las palabras de su amiga le dieron ánimos, aun cuando pensaba que no era en absoluto realista. Si bien Kahlan no creía que tuviera ninguna posibilidad real de escapar, podría ser una oportunidad para hacer otra cosa, algo que podría salvar a otros.
Cuando Nicci volvió a echar una ojeada, Kahlan alzó la mano un poco, ocultando lo que tenía debajo, en la palma.
—Ten. Coge esto.
Cuando Nicci se limitó a fruncir el entrecejo, Kahlan giró la mano por un breve instante, justo el tiempo suficiente para que Nicci viera el mango de un cuchillo. La hoja estaba apretada a lo largo de la muñeca de Kahlan, bajo la manga de la camisa.
—Consérvalo —dijo Nicci—. Puedes necesitarlo.
—Todavía tengo dos.
Nicci la miró sorprendida un momento, luego ladeó la cabeza, indicando que Kahlan debía entregar el cuchillo a Jillian. Jillian abrió la capa justo lo suficiente para mostrar a la hechicera el cuchillo que Kahlan ya le había dado.
Nicci alzó los ojos hacia Kahlan.
—Los cuchillos no son mi fuerte.
—No es difícil manejarlos —repuso Kahlan a la vez que introducía el mango en la mano de Nicci—. Cuando sea el momento apropiado, limítate a hundir el extremo puntiagudo en alguna zona importante de alguien a quien odies.
Los ojos azules de Nicci echaron una mirada furtiva a Jagang.
—Creo que eso sí lo puedo hacer.
Kahlan pensó que Nicci, a la suave luz de las antorchas, con los cabellos rubios descendiendo por encima de sus fuertes hombros, era probablemente la mujer más hermosa que había visto nunca. No era sólo que fuese hermosa, sin embargo. A pesar de lo que Jagang le hacía, había una fortaleza interior en ella, una nobleza.
—¿Es Richard Rahl? —preguntó Kahlan.
Los ojos azules de Nicci volvieron a girar hacia Kahlan y la miraron con fijeza un momento.
—Sí.
—¿Qué hace aquí?
Una sonrisa apenas visible curvó la boca de la mujer.
—Es Richard Rahl.
—¿Sabes lo que trama?
Nicci negó con la cabeza de un modo apenas perceptible mientras recorría con la mirada a todos los guardias, asegurándose de que ninguno les prestaba atención. Entre las brechas podían ver a los hombres con estrafalarios dibujos rojos pasar corriendo.
—¿De verdad es Richard? —preguntó Jillian.
Nicci asintió.
—¿Cómo lo sabes? Quiero decir, con toda esa pintura que llevan encima, ¿cómo puedes estar segura? Conozco a Richard y no soy capaz de saberlo.
Nicci echó una mirada a Jillian.
—Es él.
Su tono era de tal serena certeza que impedía cuestionarlo. Kahlan pensó que era probable que Nicci pudiera reconocer a aquel hombre en una oscuridad total.
—¿Cómo es que me conoce? —preguntó.
Nicci volvió a clavar la mirada en los ojos de Kahlan un largo instante.
—Éste no es lugar para hablarlo. Sólo estate preparada.
—¿Para qué? —quiso saber Kahlan—. ¿Qué piensas que va a hacer? ¿Qué piensas que puede hacer?
—Si conozco a Richard, imagino que está a punto de iniciar una guerra.
Kahlan pestañeó, sorprendida.
—¿Él solo?
—Si tiene que hacerlo…
En el terreno de juego, el equipo del emperador marcó un punto justo antes de que el cuerno sonara. La multitud enloqueció. Kahlan se estremeció ante el clamor.
El equipo de Richard iba ahora por detrás por un punto.
Mientas aguardaban a que los jugadores ocuparan su puesto y el cuerno indicara el inicio del turno del equipo de Richard, la multitud empezó a entonar un cántico compuesto por una especie de gruñidos profundos, ásperos y rítmicos simultáneamente, la horda empezó a golpear el suelo con las botas.
«Uh-ah». Pisotón. «Uh-ah». Pisotón. «Uh-ah». Pisotón.
El suelo temblaba. Incluso Jagang y su guardia real se sumaron. Eso daba a la noche un aire fantasmagórico, salvaje y primitivo, como si todo lo que era civilizado hubiera quedado relegado ante aquel espectáculo de un salvajismo sin paliativos.
Los seguidores del equipo del emperador querían que los suyos despedazaran a los aspirantes antes que permitirles marcar. Los seguidores del equipo de Richard querían que sus hombres aplastaran a aquellos que intentaban detenerles.
El cántico era una petición de sangre.
Como quedaba sólo un turno, el equipo de Richard tenía que marcar durante ese juego o perderían. No obstante, si marcaban sólo un punto durante su período de juego el partido estaría empatado y tendrían que pasar a una prórroga.
Kahlan captó vislumbres de Richard, que no mostraba ninguna emoción, mientras éste se reunía con sus compañeros, a los que hizo unas breves señas con la mano. Cuando giró, su mirada barrió el lugar donde ella estaba y, por un instante, sus ojos se encontraron.
El poder transmitido por aquella conexión visual hizo que a Kahlan le martilleara el corazón y le flaquearan las rodillas.
Con la misma rapidez con que había llegado, la mirada de Richard siguió adelante. Nadie salvo Kahlan habría sabido que la había mirado directamente, y, de haberlo hecho, no habrían comprendido el motivo.
Kahlan comprendió.
Él estaba comprobando la posición en que estaba ella.
Había llegado el momento para el que Richard se había pintado con aquellos símbolos extraños. Había llegado el momento para el cual había mantenido la puntuación igualada. Había aplastado a todos los demás equipos con los que se habían enfrentado para estar seguro de hallarse aquí, en ese lugar, en ese momento.
Ella no podía imaginar por qué, pero era para ese momento.
Richard profirió de improviso un grito de batalla e inició la carga.
Al verle cubierto con los aterradores símbolos rojos, los músculos en tensión, la colérica mirada de rapaz, el poder concentrado en lo que hacía, la soltura con que se movía… Kahlan pensó que su desbocado corazón podría acabar estallando.