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verna alzó la mirada cuando la mord-sith se acercó resueltamente al otro lado del pequeño escritorio y se detuvo.
—¿Qué sucede, Cara? —¿Alguna noticia en el libro de viaje?
Verna suspiró pesadamente y depositó sobre la mesa los informes de los centinelas que había estado estudiando. Indicaban la existencia de una actividad creciente en torno a los partidos de Ja’La que se celebraban en el campamento de la Orden. Verna recordaba lo que parecía haber ocurrido hacía una eternidad, allá en el Palacio de los Profetas, cuando Warren le había hablado por vez primera sobre el Día Ja’La, sobre como el emperador Jagang estaba llevando el Ja’La dh Jin a todo el Viejo Mundo. Warren había estudiado el Ja’La dh Jin y sabía muchísimo sobre él.
Supuso que más que leer los informes estaba rememorando a Warren. Cómo lo echaba en falta. Cómo echaba en falta a tantísimas personas que habían perecido en aquella guerra.
—No, me temo que no —respondió—. Dejé un mensaje en el libro de viaje por si Ann echaba un vistazo al suyo, pero todavía no ha respondido.
Cara golpeó con un insistente dedo sobre el escritorio.
—Es obvio que algo les ha sucedido a Nicci y Ann.
—No discrepo. —Verna extendió las manos—. Pero no podemos hacer nada al respecto. ¿Qué hacer? ¿Dónde buscar? Hemos registrado el palacio, pero es tan extenso que no hay modo de saber cuántos lugares podríamos haber pasado por alto.
La expresión de Cara era en parte de enojo, en parte de preocupación y en parte de impaciencia. Si a eso se le añadía el hecho de que a Richard no se le encontraba por ninguna parte, Verna comprendía a la perfección lo que sentía la mujer.
—¿Han encontrado tus Hermanas alguna cosa inusual?
Verna negó con la cabeza.
—¿Las otras mord-sith?
—Nada —dijo Cara por lo bajo, a la vez que reanudaba su deambular.
Reflexionó sobre la situación un momento, luego se volvió hacia Verna.
—Sigo pensando que lo que fuera que sucediera tuvo que haber sucedido la noche que bajaron a la tumba.
—No digo que estés equivocada, Cara, pero ni siquiera estamos seguros de que llegaran a bajar a las tumbas. ¿Y si cambiaron de idea por algún motivo y fueron a otro lugar distinto primero? ¿Y si alguien le llevó un mensaje o algo a Ann, y se fueron corriendo a otra parte? ¿Y si sucedió algo antes de que bajaran a la tumba?
—No lo creo —dijo Cara a la vez que cruzaba los brazos—. Sigo pensando que algo ahí abajo está mal. Algo en las tumbas da la impresión de no ser como tiene que ser.
Verna no cuestionó que podría estar mal. Ya lo había hecho sin que sirviera de nada. La mord-sith no sabía qué estaba mal. Simplemente tenía una vaga sensación de que algo no estaba como tenía que estar.
—Tu sensación no nos proporciona mucho en lo que basarnos. A lo mejor, si fuera un poco más específica.
—¿No crees que no he intentado pensar en qué podría ser?
Verna contempló el lento deambular de Cara.
—Bueno, si tú no sabes qué te proporciona esa sensación respecto al lugar, a lo mejor hay alguna otra persona que podría saber por qué piensas que algo está mal ahí abajo.
—Eso suena a lord Rahl. Él siempre dice que hay que pensar en la solución, no en el problema —Cara suspiró—. Pero nadie baja nunca… —Giró en redondo y chasqueó los dedos—. ¡Eso es!
Verna frunció el entrecejo.
—¿Qué has pensado?
—Que debemos recurrir a alguien que conozca el lugar.
—¿A quién?
La mord-sith apoyó ambas manos sobre el escritorio y se inclinó al frente con una sonrisa astuta.
—El personal de la cripta. Rahl el Oscuro tenía a gente que se ocupaba de las tumbas… que se ocupaba de la tumba de su padre, en todo caso.
—¿Qué es eso de las tumbas? —preguntó Berdine mientras entraba con paso lento en la habitación.
Nyda, una mord-sith alta, rubia y de ojos azules la acompañaba. Verna vio a Adie cerrando la marcha.
—Se me acaba de ocurrir que el personal de la cripta podría proporcionar información sobre las tumbas —dijo Cara.
Berdine asintió.
—Es probable que tengas razón. Algunos de los textos que hay en las tumbas están en d’haraniano culto, así que Rahl el Oscuro en ocasiones me llevaba allí abajo para que le ayudara a traducir frases.
»Rahl el Oscuro era bastante quisquilloso sobre el modo en que se cuidaba de la tumba de su padre. Hizo ejecutar a gente por no ocuparse como era debido del lugar.
—No son más que tumbas de piedra. —Verna no podía creerlo—. No hay nada allí abajo; no hay mobiliario, colgaduras, o alfombras. ¿Qué hay allí para mostrarse maniático al respecto?
Berdine cruzó los brazos y se inclinaba al frente como si tuviera muchas cosas que contar.
—Bueno, en primer lugar insistía en que los jarrones estuvieran siempre llenos de rosas blancas frescas. Tenían que ser de un blanco inmaculado. También exigía que las antorchas estuvieran siempre encendidas. El personal de la cripta no tenía que permitir que ni un solo pétalo de rosa permaneciera sobre el suelo, ni que una antorcha que se apagaba se enfriara sin ser reemplazada por una nueva y encendida.
»Si Rahl el Oscuro visitaba la cripta de su padre y veía un pétalo de rosa en el suelo, o si una de las antorchas se apagaba, se enfurecía. Se decapitaba a miembros del personal de la cripta por tales infracciones, así pues, como puedes imaginar, prestaban mucha atención a sus deberes ahí abajo.
—En ese caso hemos de tener una charla con el personal de la cripta —dijo Verna.
—Puedes intentarlo —repuso Berdine—, pero no creo que tengan mucho que decir.
Verna se puso en pie.
—¿Por qué no?
—Rahl el Oscuro temía que pudieran hablar mal de su difunto padre mientras estaban abajo en la cripta…, así que les hizo cortar la lengua.
—Querido Creador —masculló Verna a la vez que se llevaba una mano a la frente—. Ese hombre era un monstruo.
—Rahl el Oscuro lleva mucho tiempo muerto —dijo Cara—, pero el personal de la cripta debe de andar aún por ahí. Ellos conocerían el lugar mejor que nadie. —Inició la marcha hacia la puerta—. Vayamos a ver qué podemos averiguar.
—Creo que tienes razón —repuso Verna a la vez que rodeaba la mesa—. Quizá consigamos obtener alguna información de ellos. Si de verdad hay algo que no está bien ahí abajo tenemos que saberlo. Si no, entonces tenemos que poner nuestros esfuerzos en otra parte.
Adie agarró el brazo de Verna.
—Sólo vine a decirte que me voy.
Verna pestañeó, sorprendida.
—¿Te vas? ¿Por qué?
—Me ha estado preocupando el hecho que no hay nadie en el Alcázar del Hechicero. ¿Y si Richard va allí en busca de nuestra ayuda? Necesitará saber que está sucediendo. Necesitará saber que el Alcázar está cerrado. Necesitará saber lo que Nicci ha hecho al poner en funcionamiento las cajas en su nombre. Necesitará conocer la desaparición de Ann y Nicci. Puede que necesite incluso ayuda de alguien con el don. Debería de haber alguien allí si aparece por el Alcázar.
Verna indicó con un ademán al oeste antes de clavar la mirada en los ojos completamente blancos de Adie.
—Pero el Alcázar está cerrado. ¿Dónde te alojarías?
La amplia sonrisa de Adie dibujó una red de finas arrugas.
—Aydindril está desierta. El Palacio de las Confesoras está vacío. No me faltará un techo precisamente. Además, me siento en el bosque como en casa, no en este… este lugar. Debilita mi don lo mismo que hace con el de cualquier otra persona con el don que no sea un Rahl. Tengo dificultades para usar mi don aquí de modo que pueda ver. Me es incómodo estar aquí. Preferiría hacer algo que no sea estar aquí sentada, inútil, en la oscuridad que este lugar impone.
—No puede decirse que seas inútil —objetó Verna—. Ayudaste con muchas cosas que encontramos en los libros.
Adie alzó una mano para acallarla.
—Lo habrías deducido sin mí. De nada sirvo aquí. Soy una anciana que estorba.
—Eso no tiene nada de cierto, Adie. Todas las Hermanas valoran tus conocimientos. Así me lo han dicho.
—Quizá, pero me sentiría mejor si sintiera que tengo un propósito en lugar de deambular por este, este… —volvió a indicar su alrededor—, enorme laberinto de piedra.
Verna transigió, entristecida.
—Comprendo.
—Te echaré de menos —dijo Berdine.
Adie asintió.
—Cierto. Y yo también te echaré de menos, criatura, y las charlas que hemos tenido.
Cara dirigió una mirada suspicaz a Berdine pero no dijo nada.
Adie alargó el brazo y agarró el hombro de Nyda.
—Nyda estará aquí para ti.
—No te preocupes, le haré compañía —respondió Nyda a la vez que contemplaba a Berdine—. No dejaré que se sienta sola.
Berdine sonrió agradecida a Nyda y asintió en dirección a Adie.
—Estamos rodeados por más enemigos que estrellas hay en el cielo —dijo Cara—. ¿Cómo esperas que una ciega pueda cruzar entre ellos?
Adie frunció los labios mientras ponía en orden sus ideas.
—Richard Rahl es un hombre listo, ¿no?
Cara se sorprendió por la pregunta, pero la respondió de todos modos.
—Sí —cruzó los brazos—. En ocasiones demasiado listo para su propio bien.
Adie sonrió.
—Él es listo, ¿así que tú siempre sigues sus órdenes?
Cara lanzó una breve risotada.
—Desde luego que no.
Las cejas de Adie se enarcaron en fingido asombro.
—¿No? ¿Por qué no? Él es vuestro líder. Acabas de decir que es listo.
—Listo, sí. Pero no siempre ve el peligro que lo rodea.
—Pero ¿tú sí?
Cara asintió.
—Puedo ver peligros que él no puede ver.
—¡Ah! ¿Así que puedes ver peligros que sus ojos, poseedores del don, no pueden?
La mord-sith sonrió.
—A veces lord Rahl puede estar tan ciego como un murciélago.
—Los murciélagos también ven en la oscuridad, ¿no es así?
Cara suspiró con tristeza.
—Eso supongo. —Regresó al tema que las ocupaba—. Pero lord Rahl me necesita para ver todos los peligros que lo rodean que él no puede ver.
Con un dedo largo y delgado, Adie dio un golpecito en la sien de Cara.
—Tú ves con esto, ¿no? ¿Ves los peligros para él? —La anciana enarcó una ceja—. ¿Ves los peligros que los ojos no pueden ver? A veces no tener ojos me permite ver más.
Cara torció el gesto.
—Todo eso puede estar bien, pero ¿cómo vas a pasar a través del ejército de la Orden? ¿No estarás pensando en cruzar el campamento a pie?
—Eso es exactamente lo que debo hacer —Adie agitó un dedo en dirección al techo—. Hoy está nublado. Esta noche será oscura. Una vez que el sol se ponga y antes de que salga la luna, estará negro como boca de lobo. En una noche así, aquellos que tienen ojos no pueden ver, pero yo sí puedo ver en la oscuridad. Podré caminar entre ellos y ellos no me verán. Si voy a lo mío, y me mantengo apartada de aquellos que estén despiertos y vigilantes, no seré más que una sombra entre sombras. Nadie me prestará ninguna atención.
—Tienen hogueras —señaló Berdine.
—El fuego cegará sus ojos a lo que esté en la oscuridad. Cuando hay fuego los hombres vigilan lo que está a la luz, no lo que está en la oscuridad.
—¿Y si por casualidad algunos de esos soldados sí te ven, o te oyen, o algo? —preguntó Cara—. Entonces ¿qué?
Adie sonrió levemente mientras se inclinaba hacia la mord-sith.
—No te gustaría toparte con una hechicera en la oscuridad, pequeña.
Cara pareció lo bastante preocupada por la respuesta como para no poner objeciones.
—No sé, Adie —dijo Verna—. Realmente me gustaría que estuvieras aquí, y a salvo.
—Déjala ir —dijo Cara.
Cuando todos la miraron con sorpresa, prosiguió:
—¿Y si ella tiene razón? ¿Y si lord Rahl se presenta en el Alcázar? Necesitará saber todo lo que ha sucedido. Necesitará saber que no debería entrar en el Alcázar porque las trampas que Zedd colocó podrían matarle.
»¿Y si lord Rahl necesita su ayuda? Si ella piensa que él podría necesitarla, debería estar allí para ayudarlo. Yo no querría que nadie me impidiese ayudarlo.
—Además —intervino Berdine a la vez que intercambiaba una triste mirada con la anciana hechicera—, no hay nada que sea seguro en este lugar. Probablemente estará más a salvo que cualquiera de nosotros aquí. Cuando ese ejército de ahí abajo por fin entre en el palacio, estar aquí dentro será cualquier cosa menos seguro. Va a ser una larga y sangrienta pesadilla.
Adie sonrió mientras alargaba el brazo y acariciaba la mejilla de Berdine.
—Los buenos espíritus cuidarán de ti, pequeña, y de todos aquellos que están aquí.
Verna deseó creerlo.
Se preguntó qué hacía siendo la Prelada de las Hermanas de la Luz si no lo creía.