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richard despertó bruscamente de un sueño ligero. Incluso en plena noche el campamento estaba lleno de sonidos y actividad. Por todas partes había hombres chillando, riendo y maldiciendo. Repicaban metales, relinchaban caballos y rebuznaban mulas. A lo lejos, Richard pudo ver la rampa, junto con filas de hombres y carromatos, iluminada por antorchas. Incluso en mitad de la noche la construcción proseguía sin pausa.
Pero nada de eso lo había despertado. Algo más cercano había atraído su atención.
Vio unas sombras que se escabullían a través del círculo de guardias y carromatos que delineaban su prisión. Contó cuatro figuras que se abrían paso furtivamente en la oscuridad. Una comprobación rápida a los costados reveló otra a la derecha. Se preguntó si de verdad habían conseguido pasar sin ser vistos o si los guardias les habían permitido el acceso.
Por su tamaño, Richard supo quiénes eran. Tras lo que el comandante Karg le había contado sobre su apuesta con Jagang, había estado esperando esa visita. Era lo último que deseaba, pero él no podía elegir.
Lo que de verdad le preocupaba era que, encadenado al carro, las opciones que tenía eran limitadas. No podía ocultarse y no podía huir. Pelear con cinco hombres, puede que más, era lo último que deseaba tener que hacer antes del partido del día siguiente. No podía permitirse que lo hirieran.
Echó una ojeada y vio que La Roca no se hallaba cerca. El hombretón estaba tumbado sobre el costado profundamente dormido. Llamar en voz alta a su dormido alero le costaría a Richard la única cosa que tenía a su favor: la sorpresa. Los hombres que venían a por él pensaban que dormía. Si llamaba a La Roca los cinco podrían rebanarle el cuello a La Roca para poder llevar a cabo su tarea con Richard sin preocuparse de que hubiera interrupciones.
Los cuatro hombres fornidos se deslizaron más cerca, formando un semicírculo. Era evidente que sabían que la cadena le impediría escapar, y cerrándole el paso le impedirían tener margen de maniobra. Por lo silenciosos que eran, parecían seguir pensando que dormía.
Uno de ellos, con los brazos extendidos a los lados para mantener el equilibrio, dio un largo paso y lanzó una patada a la cabeza de Richard como si pateara el broc. Richard estaba preparado. Rodó al lado y luego lanzó con violencia el trozo de cadena alrededor del tobillo del agresor. Tiró hacia atrás de la cadena con todas sus fuerzas y ésta hizo perder pie al hombre, que cayó sobre la espalda con un golpe sordo.
—De pie —rezongó uno de los desconocidos ahora que sabía que Richard estaba despierto.
Richard sujetó un trozo doblado de cadena en el suelo tras él, manteniéndolo fuera de la vista, pero no se levantó.
—¿O qué? —preguntó.
—O te pateamos la cabeza donde estás sentado. Tú eliges, de pie o sentado, vas a salir herido de todos modos.
—Así pues, realmente tenéis miedo… tal y como todos dicen.
El hombre hizo una momentánea pausa.
—¿De qué hablas?
—Tenéis miedo de perder mañana —dijo Richard.
—No tenemos miedo de nada —dijo otra de las imprecisas figuras.
—No estaríais aquí a menos que tuvierais miedo.
—No tiene nada que ver con que tengamos miedo de nada —replicó el primer hombre—. Sólo hacemos lo que su Excelencia nos pide.
—Ah —dijo Richard—. De modo que es Jagang quien teme que os venceremos. Eso me dice muchas cosas. Debería deciros algo a vosotros también…, que somos mejores que vosotros y que no podéis ganar en un juego justo. Jagang también lo sabe, por eso os envió. Porque no sois lo bastante buenos para vencernos al Ja’La.
Mientras otro hombre, maldiciendo por lo bajo ante el retraso, alargaba el brazo para agarrarlo, Richard blandió la sección de cadena que tenía a la espalda con tanta fuerza como pudo. Alcanzó al tipo en un lado de la cara y éste giró en redondo, chillando por la inesperada sacudida de dolor.
Cuando un tercero cargó contra él, Richard se dejó caer atrás sobre los hombros, y con todas sus fuerzas alzó las piernas para patearle en la parte central de la barriga. El golpe lanzó violentamente al desconocido hacia atrás a la vez que lo dejaba sin resuello.
El primero volvía a estar ya de pie. El atacante que había recibido el tremendo golpe de cadena en la cara seguía retorciéndose en el suelo. El otro, con un brazo apretado contra la cintura, se levantó, recuperando el aliento, ansioso por vengarse. El cuarto y el quinto atacaron desde lados opuestos.
Dos de los hombres derribados estaban en pie, ansiosos por reincorporarse a la pelea. Siendo cuatro en total ahora, cargaron a la vez. Eran demasiadas manos intentando hacerse con la cadena a la vez para que Richard pudiera impedirles adueñarse de ella. Mientras intentaba apartarla a toda prisa de su alcance, uno de los hombres saltó y consiguió aferrar los gruesos eslabones con ambas manos.
Richard balanceó la pierna a un lado y a otro, alcanzó los pies de uno de ellos y lo derribó. El tipo aterrizó pesadamente sobre un hombro. Los otros dos aferraron la cadena y luego gruñeron por el tremendo esfuerzo de tirar de ella hacia atrás. La cadena se tensó de golpe, y el repentino tirón pareció como si pudiera arrancarle la cabeza a Richard a la vez que lo lanzaba de bruces sobre el suelo cuan largo era. El asfixiante dolor que sintió en la garganta fue tan intenso que por un segundo pensó que el collar de hierro podría haberle aplastado la tráquea.
Mientras Richard quedaba momentáneamente aturdido, luchando contra la creciente sensación de pánico, uno de sus atacantes le dio una patada en las costillas. Tuvo la impresión de que ese golpe podría haberle roto una costilla. Intentó rodar lejos pero volvieron a tirar de la cadena, haciendo girar el collar de hierro alrededor de su cuello a la vez que lo lanzaban hacia atrás. Richard sintió una quemazón allí donde el hierro se clavó en la carne.
Los guardias situados a lo lejos permanecieron donde estaban, vigilando. Habían decidido no intervenir. Al fin y al cabo, esos hombres pertenecían al equipo del emperador.
Al mismo tiempo que ésta se tensaba con violencia, Richard agarró la cadena mientras se ponía en pie, sujetándola bien en un intento de impedir que los otros utilizaran la cadena y el collar para partirle el cuello. Tres de aquellos hombres asestaron un poderoso tirón y consiguieron hacerle perder el equilibrio y derribarlo de espaldas.
Una bota descendió hacia su rostro. Richard volvió la cabeza a un lado justo a tiempo. Polvo y tierra volaron por los aires. Puños y botas descendieron con violencia desde todas direcciones.
Agarrando la cadena con una mano, Richard usó la otra para derribar hacia atrás a uno de sus atacantes. Bloqueó el puñetazo de otro y golpeó con el codo a un tercero en el muslo, obligando al tipo a doblar una rodilla en tierra por un instante. Con todo, por muy deprisa que pudiera bloquear o escapar de sus golpes, aún más caían sobre él. Como sus agresores mantenían la tensión sobre la cadena le era imposible maniobrar.
Se agachó en una posición defensiva, protegiendo el estómago, empequeñeciéndose tanto como podía, a la vez que obtenía tanto control sobre la cadena como le era posible. Uno de los desconocidos lanzó un puñetazo. Richard soltó la cadena y utilizó el antebrazo izquierdo para desviar el golpe. Al mismo tiempo se puso en pie de un salto y hundió un codo en la mandíbula del atacante con una fuerza capaz de quebrar cualquier hueso. El matón retrocedió dando traspiés.
Ahora que tenía más margen de cadena, Richard se agachó para evitar un puñetazo y dio una patada a la rodilla de aquel hombre. El golpe le hizo el daño suficiente para arrancarle un grito de dolor y provocar que el atacante empezara a cojear hacia atrás para ponerse a salvo, pero Richard usó al instante la oportunidad para asestarle una patada en la otra rodilla, haciendo que las piernas se le doblaran. Mientras éste caía estrepitosamente, Richard alzó la rodilla y se la hundió en la cara.
Cuando otro puñetazo hizo su aparición, Richard se echó hacia la izquierda y agarró la muñeca de su adversario. Con una sujeción férrea de la muñeca, estrelló la base de la mano izquierda en la parte posterior del codo del hombre. La articulación saltó, y el hombre lanzó un alarido a la vez que apartaba el brazo dislocado.
Llegó otro veloz puñetazo. Richard lo desvió, y, cuando el hombre lanzó a toda prisa un puñetazo con la otra mano, Richard desvió el brazo en la dirección opuesta, por encima del otro brazo del agresor. Con los brazos del sujeto cruzados y la tensión sobre el codo impidiendo cualquier escapatoria, Richard usó el efecto palanca sobre el brazo doblado para voltear a su fornido adversario.
Pese al éxito que estaba obteniendo, le era difícil rechazar a sus enemigos, porque la cadena que llevaba al cuello le impedía moverse con eficacia. De todos modos, sabía que, a pesar de la dificultad, no tenía otra opción que pensar en qué podía hacer, no en qué no podía hacer.
A Richard también le resultaba difícil combatir porque no osaba utilizar la clase de golpes que le habría gustado. Si mataba a cualquiera de los jugadores del emperador ello serviría, con toda probabilidad, como excusa para que Jagang acusase a Richard de asesinato y le hiciera ejecutar. Jagang no necesitaba excusas para ajusticiar a un hombre, pero el equipo de Richard empezaba a ser muy conocido y si ejecutaban a Richard todos sospecharían que era porque Jagang sabía que su equipo no podía vencer al de Richard. Aunque Richard dudaba de que a Jagang le importara gran cosa lo que nadie dijera, pero la excusa del asesinato le daría sin lugar a dudas una especie de justificación.
Si el hombre punta del comandante Karg estaba muerto, Jagang no tendría que preocuparse por la posibilidad de perder a Nicci. El equipo del emperador era temible, y tenía muchas posibilidades de ganar, pero sin Richard como hombre punta no existía la menor duda de que el equipo del emperador saldría victorioso.
Al mismo tiempo, Jagang no tendría que preocuparse por hacer ejecutar a Richard. Sus hombres parecían decididos a llevar a cabo la tarea por sí mismos. No serían castigados si mataban a Richard en una pelea. Richard no creía que ni siquiera Karg osara crear problemas por un cautivo suyo muerto en una pelea. En el campamento morían soldados en peleas todo el tiempo. Tales peleas era de lo más corriente y, por lo que Richard sabía, casi nunca recibían un castigo. Esto quedaría como una discusión que había acabado mal.
No obstante, lo peor era que si mataban a Richard, Kahlan no tendría la menor posibilidad de salvarse. Quedaría perdida para siempre en el hechizo Cadena de Fuego, convertida en un fantasma de su antiguo yo.
Esa idea hacía que Richard peleara con furia, aunque debía tener cuidado de golpear con la intención de detener más que matar. Refrenar golpes no era en absoluto fácil en el ardor de una pelea y Richard estaba recibiendo casi tanto castigo como infligía.
Cuando uno de los hombres volvió a lanzar un puñetazo, Richard le aferró el brazo. Gruñendo por el esfuerzo, se agachó bajo el brazo extendido, lo retorció y arrojó al hombre al suelo.
Al mismo tiempo que lo derribaban a él mismo al suelo, Richard recogió un trozo de cadena y giró en redondo, azotando con él la cara de uno de los agresores. El sonido del metal al chocar contra la carne y el hueso fue escalofriante. Otro matón asestó una patada a Richard con fuerza suficiente para dejarle sin aire en los pulmones.
Los golpes que Richard recibía empezaban a agotarle. Aunque la pelea sólo había empezado hacía unos momentos parecía como si hubiesen pasado horas. El intenso esfuerzo por defenderse lo estaba dejando sin fuerzas.
Justo cuando otro hombre se abalanzaba sobre él, éste fue arrancado hacia atrás con violencia.
La Roca había arrojado una lazada de su propia cadena alrededor del cuello del tipo. Mientras el hombre arañaba la cadena, forcejeando para poder respirar, La Roca tiró de él hacia atrás, lejos de Richard. En un fragor de puños, pies y movimientos de cadena, La Roca ayudó a Richard a hacer retroceder a los atacantes.
Alguien más, chillando amenazas coléricas, apareció en la oscuridad, entrando a la carrera a través del círculo de guardias. Richard estaba tan ocupado rechazando a sus enemigos, intentando desviar un aluvión de puños, que no pudo ver quién era.
De improviso, el recién llegado agarró a uno de los atacantes por el pelo y lo echó hacia atrás. A la luz de antorchas cercanas Richard vio los tatuajes de escamas. El comandante Karg chilló que los cinco hombres eran unos cobardes y amenazó con hacerles decapitar. Les asestó patadas a la vez que les ordenaba salir de la zona de alojamiento de su equipo.
Los cinco se levantaron a toda prisa y desaparecieron de vuelta al interior de la noche. Todo terminó de repente. Richard permaneció tumbado en el polvo, sin intentar siquiera incorporarse.
El comandante Karg apuntó con un dedo a los guardias, enfurecido.
—¡Si dejáis que alguien más pase, haré que os despellejen vivos a todos! ¿Entendido?
Los guardias situados junto al círculo de carros, con aspecto avergonzado, respondieron que comprendían. Juraron que nadie más pasaría.
Mientras yacía jadeando de dolor, tratando de recuperar el aliento, Richard apenas oyó los gritos del comandante. La pelea había sido breve, pero los golpes que los jugadores del equipo de Jagang le habían asestado habían hecho mucho daño.
La Roca se arrodilló, dándole la vuelta con cuidado a Richard para colocarlo sobre la espalda.
—Ruben, ¿estás bien?
Richard movió con cuidado los brazos, alzó las rodillas e hizo girar el pie con cautela, comprobando el tobillo donde sentía un dolor punzante, que podía moverlo. Le dolía todo el cuerpo. Estaba bastante seguro de que no lo habían dejado lisiado, pero no intentó levantarse todavía. No pensaba que hubiera podido hacerlo.
—Eso creo —respondió.
—¿De que iba todo eso? —preguntó La Roca a Cara de Serpiente.
El comandante Karg encogió los hombros.
—Ja’La dh Jin.
La Roca calló un instante, sorprendido ante la respuesta.
—¿Ja’La dh Jin?
—Es el Juego de la Vida. ¿Qué esperas?
A juzgar por su entrecejo cada vez más fruncido, La Roca no lo comprendía. Richard sí.
El Juego de la Vida no sólo tenía que ver con lo que sucedía en el terreno de juego. Incluía todo lo que acaecía antes y lo que acaecía después. Era estrategia e intimidación de antemano, el partido en el campo y lo que decidía el resultado de aquel partido. Debido a las recompensas posteriores al partido, lo que tenía lugar antes se convertía en parte del juego. Ja’La dh Jin no era tan sólo el partido sobre el terreno de juego, lo englobaba todo.
La vida tenía que ver con la supervivencia. La supervivencia era lo que importaba. Eso lo convertía todo en parte del juego, igual que en la vida. Una seguidora que acuchillaba a un jugador de un equipo para que el suyo venciera, pintar a los jugadores con pintura roja, o abrirle la cabeza al hombre punta del otro equipo en mitad de la noche formaba todo parte del Juego de la Vida.
Si querías vivir, tenías que pelear. Así de simple. Ése era el Juego de la Vida. La vida y la muerte eran la realidad lo que contaba, no el seguir un conjunto de normas prescritas. Si morías porque fracasabas en la tarea de protegerte, no podías gritar que alguien había jugado sucio una vez que estabas muerto. Tenías que pelear por tu propia vida, pelear para ganar, sin importar las circunstancias.
El comandante Karg se puso en pie.
—Descansa un poco… descansad los dos. Mañana se decide si viviréis o moriréis.
Dirigió los pasos hacia el círculo de guardias, chillándoles mientras iba hacia allí.
—Gracias, La Roca —dijo Richard una vez que el comandante hubo desaparecido—. Apareciste justo a tiempo.
—Te dije que cuidaría de ti.
—Lo hiciste muy bien, La Roca.
El hombretón sonrió de oreja a oreja.
—Tú limítate a hacerlo bien mañana. ¿Eh, Ruben?
Richard asintió a la vez que inhalaba una bocanada de aire.
—Lo prometo.