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kahlan estaba sentada en silencio en las sombras, en una silla de cuero, con las manos cruzadas sobre el regazo. Jillian estaba en el suelo, a poca distancia, sentada con las piernas cruzadas. De vez en cuando, Kahlan echaba una ojeada a las hermanas Ulicia y Armina, ocupadas en comparar los libros que eran la clave para abrir las Cajas del Destino. Revisaban cada tomo palabra por palabra, en busca de cualquier variación.
Algunas de las otras Hermanas que Jagang tenía cautivas habían encontrado un tercer libro en las catacumbas situadas debajo del Palacio del Pueblo, de modo que las hermanas Ulicia y Armina disponían ahora de otra copia adicional que podían cotejar con los otros dos libros que ya tenían: el procedente del Palacio de los Profetas, que Jagang hacía tiempo que poseía, y el que el emperador había encontrado en Caska, donde había capturado a las hermanas Ulicia, Armina y Cecilia, así como a Kahlan.
Los libros se suponía que eran el Libro de las sombras contadas. En los títulos de los lomos de los dos últimos, sin embargo, no se leía «sombras contadas», sino que en su lugar aparecía «sombra contada». Existía desacuerdo entre las hermanas Ulicia y Armina sobre si eso era significativo o no.
Por lo que Kahlan había podido dilucidar a partir de retazos de conversaciones que había oído, existía una copia fiel y cuatro copias falsas. Jagang estaba en posesión ahora de tres de esas cinco copias, y ponerle las manos encima a todas las copias era su máxima prioridad.
El misterio se había acentuado cuando el libro encontrado en las catacumbas recién descubiertas bajo el Palacio del Pueblo tenía escrito sombras en el título del lomo, como se suponía que debía ser. Los títulos por sí solos sugerirían que las dos primeras eran copias falsas —como Kahlan había dicho— y que la última podría ser la copia auténtica. Por el momento, sin embargo, no había modo de que pudieran demostrarlo.
A Kahlan le preocupaba qué haría si Jagang le exigía que diera su veredicto sobre si el último era una copia auténtica o no.
Por lo que las Hermanas habían indicado a Jagang, los libros decían que era necesario que una Confesora verificara si el libro era una versión fidedigna o no. Kahlan había oído que ella era tal persona, una Confesora pero, junto con el resto de su olvidado pasado, no sabía qué era una Confesora, y no tenía ni idea de cómo iba a ser capaz de identificar la copia auténtica. A Jagang no le había importado si ella sabía o no el modo de hacerlo. Simplemente esperaba que lo hiciera.
Con los dos primeros, el que el título estuviera mal le había dado una razón plausible para proclamar que eran falsos; pero en el caso de la última edición no tendría nada sobre lo que basarse, ya que el título era correcto y el texto mismo no podía ofrecerle ninguna ayuda porque la magia le impedía ser capaz de verlo. Puesto que tenía la atención concentrada en Nicci, Jagang no había pedido a Kahlan su resolución sobre la validez del último de los volúmenes.
Si lo hacía, y Kahlan no podía proporcionarle una respuesta que le satisficiera, Jillian sería quien pagaría por ello.
Hasta el momento las Hermanas no habían sido capaces de hallar ninguna diferencia entre las tres copias. Con todo como habían indicado con cierta vacilación al emperador, las diferencias no demostrarían nada. Las tres podían ser diferentes y a la vez ser copias falsas. ¿Cómo iban a saberlo? No había nada que dijera que el libro encontrado más recientemente, aun cuando fuera distinto de los otros dos, fuera una copia fidedigna. Ser distinto, en sí mismo, no demostraba nada.
Hasta donde Kahlan podía comprender, el único modo real de identificar la copia auténtica sería teniendo el original y las cinco copias. A pesar de sus bravatas y exigencias, Jagang tenía que saberlo también, y ése era sin duda el motivo de que tuviera a gente dedicada a localizar los demás libros.
Fuera como fuese, Jagang quería de todos modos que se comprobaran los libros en busca de cualquier discrepancia, así que las Hermanas los comprobaban… palabra por palabra.
El emperador les había concedido mucho tiempo para revisar los libros. Si bien estaba sumamente interesado en descubrir el verdadero Libro de las sombras contadas, por el momento estaba más interesado en Nicci.
Desde el momento en que habían capturado a Nicci se había mostrado obsesionado con ella. Apenas había llevado a ninguna otra mujer a su lecho e incluso casi había renunciado a acudir a los partidos de Ja’La. A Kahlan le daba la impresión de que él pensaba que si podía demostrar de un modo satisfactorio a Nicci lo intenso que era el deseo que sentía por ella, ésta se convencería de lo auténticos que eran sus sentimientos hacia ella y su obstinación se desvanecería.
Pero Nicci se había limitado a mostrar más indiferencia aún.
Tal actitud atraía de un modo extraño a Jagang, pero a la vez le incitaba a actuar con violencia y no hacía más que empeorar el calvario de ésta.
En varias ocasiones, tras un arranque de violenta cólera, la ira de Jagang se había extinguido al reparar de improviso en que podría haber ido demasiado lejos. En esas ocasiones, había hecho que trajeran a Hermanas a toda prisa para que reanimaran a Nicci. Durante todo el tiempo que ellas trabajaban desesperadamente para salvarle la vida, él paseaba de un lado a otro con un semblante culpable y preocupado. Más tarde, una vez que la habían curado, recuperaba su indignación y culpaba a Nicci por empujarlo a tal violencia.
A veces, como la noche anterior, dejaba a Kahlan y a Jillian en la habitación exterior mientras llevaba a Nicci dentro para pasar la noche a solas con ella. Kahlan suponía que tal intimidad era su idea de un romance. Mientras la conducían al dormitorio, Nicci había compartido una breve mirada disimulada con Kahlan. Había sido una mirada de compartida comprensión de la locura total que se había apoderado del mundo.
Jagang había estado tan distraído desde que había recuperado a Nicci que había hecho caso omiso de casi todo lo demás, desde el Libro de las sombras contadas a los partidos de Ja’La. A Kahlan no le gustaban los partidos de Ja’La, pero deseaba con desesperación ver al hombre a quien todo el mundo llamaba Ruben. Sabía por los guardias que el equipo del comandante Karg había ganado hasta el momento todos sus partidos. Pero Kahlan quería ver al hombre punta con los extraños dibujos pintados en el cuerpo, el hombre de los ojos grises, el hombre que la conocía.
—Mira aquí —dijo la hermana Ulicia, dando golpecitos en la página de uno de los libros—. Esta fórmula es diferente.
Kahlan contempló sus espaldas mientras ambas se encorvaban sobre la mesa, comparando los libros abiertos ante ellas. Los dos enormes guardaespaldas de Jagang de pie al otro lado de la habitación también mantenían la vista puesta en las Hermanas. Los dos guardias especiales de Kahlan no parecían estar interesados en las Hermanas; vigilaban a Kahlan. Ésta, enrojeciendo al reparar en qué era lo que miraban, echó una guedeja de sus cabellos sobre la visión que proporcionaba la falta del botón superior de su blusa.
—Sí… —repuso la hermana Armina, arrastrando la palabra—. La constelación es diferente. ¿No es eso curioso?
—No sólo eso, sino que mira aquí. Los ángeles del acimut son distintos. —La hermana Ulicia acercó más uno de los quinqués—. Son diferentes en las tres copias.
La hermana Armina asentía mientras paseaba la mirada entre los libros.
—No lo captamos anteriormente, en los dos primeros libros. Siempre pensé que eran iguales, pero no lo son.
—Al ser algo tan pequeño es fácil ver por qué se nos pasó por alto. —La hermana Ulicia señaló los libros—. Esto los convierte a los tres en diferentes.
—¿Qué crees que significa?
La hermana Ulicia cruzó los brazos sobre el pecho.
—Sólo puede significar que al menos dos tienen que ser copias falsas… pero en realidad, por lo que sabemos, las tres podrían serlo.
La hermana Armina lanzó un suspiro entristecido.
—Así que ahora sabemos algo nuevo… pero en realidad no nos dice nada útil.
La hermana Ulicia lanzó a la otra mujer una mirada de soslayo.
—Su Excelencia tiene un modo de hallar las cosas. A lo mejor sacará a la luz las otras copias y entonces tendremos por fin un medio de poder saber algo con certeza.
La colgadura que cubría la puerta se alzó bruscamente a un lado. Jagang empujó a Nicci a través de la abertura, y ésta dio un traspié y cayó a los pies de Kahlan. Los ojos de la mujer se alzaron por un breve instante, pero fingió no ver a Kahlan como tenía por costumbre.
Kahlan vio la cólera en los ojos de Nicci. También el dolor, y la desesperada desesperanza.
Quiso abrazarla, darle consuelo. Pero no podía hacer tal cosa.
—¿Qué habéis descubierto? —preguntó Jagang a las dos Hermanas colocándose detrás de ellas.
La hermana Ulicia dio un golpecito a uno de los libros y él se inclinó por encima del hombro de la mujer, mirando con atención el lugar que indicaba.
—Justo aquí, Excelencia. Los tres son diferentes en este lugar, justo aquí.
—¿Cuál es el correcto?
Ambas Hermanas retrocedieron un poco.
—Excelencia —respondió la hermana Ulicia con voz titubeante—, todavía es demasiado pronto para saberlo.
—Debemos tener las otras copias si queremos saberlo con seguridad —deslizó la hermana Armina.
Jagang giró la mirada hacia ella por un momento y luego se limitó a gruñir con indiferencia. Echó una ojeada por la estancia, comprobando que Kahlan seguía en la silla donde le había dicho que estuviera. Vio, también, que Jillian estaba en el suelo y que había guardias vigilándolas a todas.
—Seguid estudiando los libros —dijo a las dos Hermanas—. Voy a ir a ver los partidos de Ja’La. Vigilad a la chica.
Empujó a Nicci hacia el exterior, por delante de él, y luego chasqueó los dedos a Kahlan, indicando que esperaba que ella también los acompañara. Kahlan agarró su capa y lo siguió. Le alegró que al menos Jillian no tuviera que estar en las proximidades de las turbas de los soldados, o de Jagang. Por supuesto, Jagang podía ejercer su control a través de las Hermanas y de ese modo lastimar a la joven en cualquier modo que deseara, dondequiera que lo deseara, en cualquier momento que lo deseara.
Tras echarse la capa sobre los hombros, Kahlan hizo a la preocupada Jillian un ademán para instarla a permanecer donde estaba. Los ojos color cobre de la joven ascendieron para clavarse en Kahlan mientras le respondía con un asentimiento. Temía quedarse sola. Kahlan lo comprendía, pero no podía ofrecerle una protección real.
Fuera de la tienda unos cuantos cientos de guardias bien armados formaron a toda prisa en filas, listos para escoltar al emperador. Tales hombres fornidos, con corazas de cota de malla y armas relucientes, eran una presencia amedrentadora. Media docena de los guardias especiales de Kahlan, con un aspecto un poco menos amedrentador pero no menos brutal, formaron alrededor de ella. La mano rechoncha de Jagang agarró el delgado brazo de Nicci y la condujo entre los pasillos que se abrían entre las filas de los hombres.
La mayoría de aquellos hombres dedicaron una buena mirada a Nicci. Puede que ella le perteneciera a Jagang, pero aun así querían echarle un buen repaso. Tuvieron buen cuidado, no obstante, de asegurarse de que el emperador no les viera mirarla con lascivia. Aquellas miradas dejaron a Kahlan con la tranquilidad de que la mayoría de aquellos hombres no podían verla.
Aunque estaba nublado, las nubes no parecían lo bastante espesas para amenazar lluvia. No había llovido durante algún tiempo y el suelo había adquirido una solidez polvorienta. Bajo la apagada luz gris el campamento militar parecía más siniestro aún, más mugriento. El humo de las fogatas flotaba en el aire, enmascarando el hedor hasta cierto punto.
Mientras pasaban entre interminables grupos ruidosos, Jagang preguntó a uno de sus guardias personales de más confianza por los partidos de Ja’La. El soldado puso al corriente al emperador sobre los diferentes partidos que habían tenido lugar últimamente.
—¿Les ha ido bien al equipo de Karg? —inquirió Jagang.
El guardia asintió.
—Invicto hasta ahora. Aunque su margen de victoria ayer no fue tan grande como lo ha estado siendo.
La sonrisa dura de Jagang fue tan gélida como el cielo.
—Espero que ganen hoy. De todos los equipos que han venido a retarme, espero que a mi equipo le toque aplastar a ése.
El guardia señaló con una mano a su izquierda.
—Están jugando hoy… en esa dirección. Es el partido decisivo para ellos. Si ganan hoy se colocarán en cabeza de todos los equipos y obtendréis vuestro deseo, Excelencia. Si no es así, tendrá que haber partidos eliminatorios. Pero vuestro equipo jugara contra ellos si son los vencedores de este partido.
Mientras caminaban, con Jagang conversando con su guardia, Nicci dirigió una ojeada atrás, a Kahlan. Ésta supo que pensaba en el hombre del que ella le había hablado y sintió un aleteo de ansiedad.
Mientras se abrían camino por el revoltijo que era el campamento en la dirección indicada por el soldado, abriéndose paso a través de la multitud a medida que se acercaban más al campo de Ja’La, Kahlan podía oír a lo lejos vítores y gritos de ánimo.
Había muchos más espectadores de los que Kahlan había visto en los partidos anteriores. Era evidente que éste era un partido importante, la multitud estaba muy excitada. Al sonar un rugido ensordecedor supo que uno de los equipos había marcado. Los espectadores se apretaron más al frente, empujándose unos a otros, ansiosos por saber qué equipo había marcado.
A medida que los guardias gruñían órdenes o apartaban hombres a empellones, la apretada multitud miraba por encima del hombro y luego de mala gana se hacía a un lado para dejar pasar al grupo del emperador. Con una cuña de guardias fornidos abriendo un sendero, consiguieron por fin llegar a una zona que había sido acordonada para el emperador junto al terreno del juego. Otros guardias de Jagang que se habían adelantado habían formado ya una barrera a cada lado para mantener atrás al público.
Entre la pantalla de espectadores Kahlan captó visiones fugaces de hombres corriendo por el campo de juego. Los aullidos y gritos de la muchedumbre hasta dificultaban que oyera sus propios pensamientos. Vislumbró destellos de pintura roja, pero con la multitud que contemplaba el partido y la pared de guardias a cada lado, por no mencionar el corpachón del emperador frente a ella, flanqueado por su guardia de corps, resultaba difícil ver nada que no fueran cortos retazos de lo que ocurría en el campo.
Otro grito salvaje surgió de la multitud al marcar uno de los equipos. El rugido estremeció el suelo bajo los pies de Kahlan.
Entre las pequeñas brechas entre los guardias, descubrió que había algo diferente en aquel partido. Alrededor de todo el borde del terreno de juego, frente a los espectadores, había unos hombres de pie a intervalos regulares, con los pies separados, las manos en la espalda. Ninguno llevaba camisa, al parecer para exhibir su poderosa complexión.
Pocas veces había visto Kahlan a sujetos como aquéllos. Cada uno era enorme, y todos parecían estatuas, como si los hubieran forjado a partir del mismo mineral de hierro.
Cuando Jagang avanzó al frente, yendo al borde del terreno, Nicci, al ver que Kahlan miraba a aquellos ceñudos hombres, se inclinó hacia ella.
—El equipo de Jagang —dijo por lo bajo.
Kahlan comprendió, entonces, lo que éstos hacían. El vencedor del partido jugaría contra el equipo del emperador, así que esos hombres no estaban allí sólo para observar las tácticas del equipo al que se enfrentarían; estaban allí para intimidar al equipo que podía jugar contra ellos. Era una clara amenaza del sufrimiento que les esperaba.
El comandante Karg divisó al recién llegado emperador y se introdujo a través de la barrera de guardias. Kahlan había llegado a reconocer al hombre por sus excepcionales tatuajes de escamas de serpiente. Él y Jagang intercambiaron cumplidos mientras sonaban aclamaciones por otra jugada llevada a cabo en el terreno de juego.
—A tu equipo parece estarle yendo bien —dijo Jagang cuando las aclamaciones se apagaron un poco.
El comandante Karg echó una ojeada a Nicci igual que una serpiente estudiando a su presa. Ella ya tenía su mirada furibunda puesta en el hombre. La mirada del oficial recorrió todo el cuerpo de la hechicera antes de devolver la atención a Jagang.
—Bueno, Excelencia, a pesar de lo bueno que es mi equipo, soy muy consciente de que al vuestro jamás lo han vencido. Son los mejores, desde luego.
La parte posterior de la cabeza afeitada y el cuello de toro de Jagang se arrugaron cuando asintió.
—A tu equipo tampoco lo han vencido, pero no ha sido puesto a prueba de verdad en una competencia real. Mis hombres los vencerán con facilidad. No tengo la menor duda.
El comandante Karg cruzó los brazos, observando el juego durante un rato. La multitud chilló entusiasmada cuando un grupo de hombres pasó por delante a toda velocidad, para gemir a continuación, decepcionada, cuando fueron incapaces de marcar. Karg volvió a girar la cabeza hacia el emperador.
—Pero si resulta que ganan a vuestro equipo…
—Si lo hacen… —lo interrumpió Jagang.
Karg sonrió a la vez que inclinaba la cabeza.
—Si lo hacen, entonces sería un gran logro para un humilde aspirante, como yo mismo.
Jagang escrutó a su comandante con falso aire amable.
—¿Un gran logro digno de una gran recompensa?
Karg indicó con la mano a los hombres del terreno de juego.
—Bueno, Excelencia, en el caso de que mi equipo ganara, cada uno de ellos tendría una recompensa. Cada uno tendría a la mujer que eligiera. —Juntó las manos a la espalda a la vez que efectuaba un encogimiento de hombros—. Parece muy justo que, como la persona que seleccionó cuidadosamente a cada jugador, yo tuviera una recompensa similar.
La risita entre dientes de Jagang tenía un deje tan lascivo que le produjo un escalofrío a Kahlan.
—Supongo que tienes razón —dijo Jagang—. Nómbrala, pues, y si ganáis, es tuya.
Karg osciló sobre los talones un momento, como si considerara sus opciones.
—Excelencia, si mi equipo gana… —El comandante Karg dirigió una sonrisa maliciosa atrás— me gustaría tener a Nicci en mi lecho.
La helada mirada de Nicci podría haber cortado acero.
Al tiempo que su regocijo se extinguía, Jagang echó un vistazo atrás a la mujer.
—Nicci no está disponible.
El comandante asintió mientras regresaba a la contemplación del partido. Después de que los vítores a otra jugada en el campo se apagaran, contempló a Jagang.
—Puesto que estáis seguro de ganar, Excelencia, en realidad no es más que una insignificante promesa, una apuesta ociosa. Si de verdad creéis que vuestro equipo triunfará sin la menor duda, entonces yo no tendría jamás el placer de recoger tal recompensa.
—En ese caso no tendría ningún sentido hacer tal apuesta.
Karg indicó el campo de Ja’La.
—¿Vos estáis seguro del éxito de vuestro equipo, no es así, Excelencia? ¿O tenéis dudas?
—De acuerdo, Karg —dijo Jagang por fin—, si ganáis, ella será tuya durante un tiempo. Pero sólo durante un tiempo.
El comandante volvió a inclinar la cabeza.
—Desde luego, Excelencia. Pero, como todos sabemos, lo cierto es que no tenéis necesidad de temer que vuestro equipo pierda.
—No, no la tengo. —Los ojos negros de Jagang se volvieron hacia Nicci—. ¿A ti no te importa mi pequeña apuesta, verdad, querida? —La sonrisa burlona regresó—. Al fin y al cabo, es tan sólo hipotética, ya que mi equipo nunca pierde.
Nicci enarcó una ceja.
—Como os dije al llegar aquí, en realidad no importa lo que yo quiera, ¿no es cierto?
La sonrisa de Jagang permaneció allí mientras la observaba unos instantes. Era una sonrisa que daba la impresión de ocultar pensamientos de una muerte horrenda para ella por su pública insolencia.
A medida que la intensidad del juego en el campo aumentaba, la multitud que los rodeaba empezó a empujar hacia adelante, intentando tener una mejor visión. Los guardias de Jagang reaccionaron haciendo retroceder a los espectadores y haciéndole aún más sitio al emperador. Querían asegurarse de disponer del espacio que necesitaban para protegerle. Los espectadores retrocedieron a regañadientes.
Mientras Jagang y el comandante Karg contemplaban el partido, enfrascados en la acción que tenía lugar en el terreno de juego, Kahlan comprobó qué hacían sus guardias especiales y vio que también ellos estaban absortos en el juego. No dejaban de avanzar, un poco cada vez, alargando el cuello, intentando ver mejor. Kahlan se aproximó poco a poco a Nicci. A medida que los guardias hacían retroceder a los espectadores, Kahlan y Nicci obtenían un ángulo de visión mayor, tanto del terreno de juego como de los jugadores.
—El equipo que lleva la pintura roja lo dirige el hombre del que te hablé —susurró Kahlan—. Creo que se pintó a sí mismo y a todos sus hombres para que nadie lo reconociera.
Al pasar corriendo algunos jugadores por delante de ellas consiguieron la primera visión clara de los delirantes dibujos pintados en todos los hombres del equipo rojo.
Cuando vio aquellos dibujos, Nicci pareció sobresaltarse.
—Queridos espíritus…
Dio un paso al frente para ver mejor. Kahlan, preocupada por el brusco cambio en el comportamiento de la mujer y la evidente alarma que mostraba, fue hacia ella.
Entonces Kahlan divisó al hombre a quien todos llamaban Ruben. Se acercaba corriendo desde la izquierda con el broc bien apretado contra el pecho mientras esquivaba a los hombres que se lanzaban a por él.
Kahlan se inclinó más cerca de Nicci y señaló a la izquierda, atrayendo su atención hacia el hombre llamado Ruben.
—Es él —dijo Kahlan.
Nicci se asomó un poco para mirar a donde señalaba su compañera. Cuando lo vio, se quedó blanca como el papel. Kahlan nunca había visto a nadie quedarse lívido con tanta rapidez.
—Richard…
En cuanto Kahlan oyó el nombre supo que ese nombre encajaba con él. No sabía por qué, pero sencillamente encajaba con él.
En su mente no hubo la menor duda de que Nicci estaba en lo cierto. Su nombre no era Ruben, eran Richard, y sintió una extraña sensación de alivio por el sólo hecho de saber su nombre, de saber su nombre auténtico.
Kahlan, temiendo que Nicci fuera a desmayarse, posó una mano en la parte inferior de la espalda de la mujer para sostenerla. Bajo aquella mano pudo percibir cómo temblaba todo el cuerpo de Nicci.
Esquivando contrarios mientras corría a toda prisa por el campo, con sus aleros a cada lado, el hombre que ella sabía ahora que se llamaba Richard vio a Jagang por el rabillo del ojo. A la vez que corría, sus ojos se encontraron con los de Kahlan. La conexión, el reconocimiento en los ojos del hombre, la llenó de ánimo.
Cuando Richard divisó a Nicci de pie junto a ella, dio un traspié.
Aquel instante de vacilación dio a sus perseguidores su oportunidad. Lo embistieron, derribándolo al suelo. El impacto fue tan violento que el broc salió volando por los aires.
El alero derecho de Richard hundió el hombro, estrellándose contra los rivales y tumbándolos.
Richard yacía boca abajo, sin moverse.
Kahlan sintió que se le hacía un nudo en la garganta.
Justo a tiempo, el otro alero utilizó un codo contra la cabeza de un contrario que estaba a punto de dejarse caer sobre Richard. Mientras el adversario se desplomaba al lado, Richard empezó por fin a moverse. Al ver que varios hombres pasaban volando por encima de él rodó lejos a la vez que recuperaba el resuello.
En un instante estaba ya en pie, si bien un tanto tambaleante.
Era el primer error que Kahlan había visto cometer a aquel hombre.
El labio inferior de Nicci temblaba mientras ésta permanecía de pie, paralizada, con los ojos clavados en Richard. Las lágrimas habían aflorado a sus ojos azules.
Kahlan se preguntó de improviso si podría ser posible…
Descartó la posibilidad.
Sencillamente no era posible.