Catorce meses antes:
Jueves, 10 de junio de 1976
El hombre muerto estaba desnudo y tumbado boca arriba en el centro de la mesa de las autopsias, algo inclinada y rodeada de canalones para la sangre.
—¿Quién era? —preguntó Klinger.
—Trabajaba para Leonard —contestó Salsbury.
La habitación donde se hallaban los tres hombres sólo estaba iluminada en el centro por dos lámparas situadas sobre la mesa de autopsias. Junto a las paredes había mesas con ordenadores, tableros de mando y monitores; y las diminutas bombillas de los sistemas y el brillo de los diferentes campos de aplicación formaban fantasmagóricas manchas de luz verde, azul, amarilla y rojo pálido en las sombras del entorno. Había nueve pantallas de tubos de rayos catódicos instaladas en la parte alta de las paredes, y colgadas del techo, otras cuatro; todas ellas emitían una luz verde azulada.
En medio de este misterioso resplandor, el cadáver parecía menos un cuerpo real que un ahorcado en una película de terror.
—Se llamaba Brian Kingman —informó Dawson, sombrío, casi reverente—. Formaba parte de mi equipo personal.
—¿Desde hacía mucho tiempo? —preguntó Klinger.
—Cinco años.
El hombre muerto tenía casi treinta años y su condición física había sido buena. Ahora, tras haber cesado de circular la sangre siete horas antes, había aparecido la lividez; la sangre estaba asentada en las pantorrillas, en la parte posterior de los muslos, en las nalgas y en la parte baja de la espalda; puntos en los que la carne se había vuelto de color púrpura y se encontraba un poco hinchada. El rostro estaba blanco y arrugado. Las manos las tenía estiradas a los costados, con las palmas hacia arriba y los dedos crispados.
—¿Estaba casado? —preguntó Klinger.
Dawson negó con la cabeza.
—¿Tenía familia?
—Los abuelos, muertos. Ni hermanos ni hermanas. Su madre murió al nacer él y su padre, en un accidente de coche el año pasado.
—¿Tías y tíos?
—Ninguno cercano.
—¿Amigas?
—Ninguna que supusiese una relación seria, ni para él ni para ellas. Por eso lo escogimos. En caso de desaparecer, nadie perdería mucho tiempo ni energía buscándolo.
Klinger reflexionó unos segundos; luego, añadió:
—¿Contabais con que el experimento lo mataría?
—Sabíamos que existía esa posibilidad —admitió Ogden.
—No os equivocasteis —señaló Klinger, con una sonrisa siniestra.
A Salsbury le molestó algo que advirtió en el tono del general.
—Tú conocías los riesgos cuando te uniste a Leonard y a mí.
—Naturalmente que los conocía.
—En ese caso, no te comportes como si la muerte de Kingman fuese solamente responsabilidad mía. Es culpa de los tres.
—Ogden, me has interpretado mal —gruñó el general, con el ceño fruncido—. No considero que Leonard y tú tengáis la culpa de nada. Este hombre era una máquina que se ha roto, nada más; podremos conseguir otra máquina. Eres demasiado susceptible, Ogden.
—Pobre muchacho —terció Dawson, mientras miraba tristemente al cadáver—. Habría hecho cualquier cosa por mí.
—Y así ha sido —sentenció el general. Miró pensativamente al hombre muerto—. Leonard, hay seis criados en la casa, ¿sabía alguno de ellos que Kingman estaba aquí?
—Es bastante improbable. Lo hemos traído en el más absoluto secreto.
Trece meses antes, aquel ala de la casa de Greenwich había sido aislada de las otras veinte habitaciones. Se la proveyó de una entrada privada y se cambiaron todas las cerraduras. Se dijo a los criados que una filial de Futurex estaba realizando allí experimentos, ninguno de ellos peligroso, y que había que tomar precauciones de seguridad para proteger del espionaje industrial los archivos y los descubrimientos.
—¿Sigue el personal sintiendo curiosidad por lo que se hace aquí? —se interesó Klinger.
—No —respondió Dawson—. Hasta donde ellos han visto, aquí no ha ocurrido nada en todo el año pasado. El ala separada ha perdido su misterio.
—En ese caso, creo que podemos enterrar a Kingman en la propiedad sin demasiado riesgo —decidió Klinger. Se volvió hacia Salsbury—. ¿Qué pasó? ¿Cómo murió?
Salsbury se sentó en un taburete alto y blanco, a la cabeza de la mesa, apoyó los talones sobre uno de los travesaños y les habló por encima del cadáver.
—Trajimos a Kingman por primera vez a principios de febrero. Él pensaba que nos estaba ayudando en cierta investigación sociológica que tenía importantes aplicaciones comerciales para Futurex. Después de cuarenta horas de sesiones de preguntas, yo sabía de él todo lo que quería saber sobre sus gustos, aversiones, prejuicios, rasgos de carácter, deseos y procesos mentales básicos. Posteriormente, a finales de febrero, repasé las transcripciones de estas sesiones y seleccioné cinco puntos fundamentales, cinco opiniones y/o actitudes de Kingman que intentaría cambiar mediante una serie de factores subliminales.
Eligió tres factores simples y dos complejos. Kingman sentía pasión por los bombones de chocolate, por los pasteles de chocolate, por el chocolate en todas sus formas; y Salsbury quería que llegase a sentir asco la primera vez que lo probase. No podía ni tenía intención de comer brécoles; pero Salsbury quería que acabasen gustándole. Kingman sentía un miedo profundo hacia los perros; un intento de transformar este temor en afecto constituía el tercero de los factores simples. Los dos restantes puntos suponían para Salsbury un riesgo mucho mayor de fracaso, pues para tratarlos debería diseñar unas órdenes subliminales que penetrasen profundamente en la mente de Kingman. En primer lugar, Kingman era ateo, un hecho que había ocultado hábilmente a Dawson durante cinco años. En segundo lugar, tenía grandes prejuicios contra las personas de color. Convertirlo en un amante de Dios y en un defensor de la causa negra sería mucho más difícil que transformar en aborrecimiento su gusto por el chocolate.
Salsbury completó el programa subliminal en la segunda semana de abril.
Llevaron de nuevo a Kingman a la casa de Greenwich el 15 de ese mes; oficialmente, para que participase en una investigación sociológica adicional para Futurex. Aunque él no se enteró, ingirió la sustancia subliminal, la droga, el 15 de abril. Salsbury lo puso bajo estrecha observación médica y le estuvo haciendo pruebas durante tres días, pero no encontró indicios de un estado tóxico temporal, de daños permanentes en los tejidos, de cambios en la química sanguínea, de lesiones psicológicas notables o de cualquier otro efecto secundario degradante atribuible a la droga.
Al cabo de esos tres días, el 19 de abril, todavía en excelente estado de salud, Kingman participó en lo que él creía que era un experimento de percepción visual. Vio dos largometrajes en una tarde y, al final de cada película, se le pidió que contestase a cien preguntas relacionadas con lo que acababa de ver. Las respuestas carecían de importancia, y fueron archivadas sólo porque Salsbury archivaba habitualmente todo pedazo de papel del laboratorio. De hecho, el experimento tenía únicamente un objetivo: mientras Kingman veía las películas, también asimilaba inconscientemente tres horas de programación subliminal destinadas a cambiar cinco de sus actitudes.
Los acontecimientos del día siguiente, 20 de abril, demostraron la eficacia de la droga y del programa subliminal de Salsbury. En el desayuno, Kingman intentó comer una rosquilla de chocolate, arrojó de la boca el primer mordisco, se excusó y se levantó rápidamente de la mesa. Fue al lavabo más cercano y vomitó. Durante la comida se tomó cuatro raciones de brécol con salsa de mantequilla como acompañamiento de las chuletas de cerdo. Aquella tarde, cuando Dawson lo llevó a dar una vuelta por la finca, Kingman se pasó unos quince minutos jugando con varios de los perros guardianes que había en la perrera. Después de cenar, cuando Ogden y Dawson empezaron a hablar sobre los continuados esfuerzos de integración racial en las escuelas públicas del norte, Kingman pretendió ser un liberal de toda la vida, un ardiente defensor de la igualdad de derechos. Y, finalmente, ajeno a las dos cámaras de vídeo que supervisaban su dormitorio del ala aislada, rezó sus oraciones antes de dormirse.
—¡Tenías que haberlo visto, Ernst! —le contó Dawson a Klinger, con una sonrisa de puro contento, cuando estaban de pie junto al cadáver—. Fue muy alentador. Ogden cogió a un ateo, a un alma condenada a quemarse en el infierno, y lo convirtió en un fiel discípulo de Jesús. ¡Y todo en un solo día!
Salsbury se sentía incómodo. Se removió en el taburete. Ignoró a Dawson y, mirando al general en medio de la frente, continuó hablando.
—Kingman se marchó de aquí el 21 de abril. Me puse a trabajar inmediatamente en la preparación de la última serie de subliminales, ésa sobre la que nosotros tres hemos discutido cientos de veces; el programa que me proporcionaría un control total y permanente de la mente de las personas mediante el uso de una frase clave. Terminé el cinco de junio. Volvimos a traer a Kingman aquí el día ocho, hace dos días.
—¿Se mostró suspicaz? —preguntó Klinger—. ¿O estaba molesto por todos esos viajes que tenía que hacer?
—Todo lo contrario —le aclaró Dawson—. Estaba encantado de que yo lo estuviese usando para un proyecto tan especial, a pesar de que no sabía exactamente de qué se trataba. Veía en ello un signo de mi confianza en él. Además, pensaba que si se mostraba disponible para el trabajo de Ogden, sería promocionado mucho antes que por la vía normal. Esta actitud no se sale de lo común, la he visto en todos los jóvenes ejecutivos ambiciosos y en todos los aspirantes a un puesto directivo.
Cansado de permanecer en pie, el general se acercó a la consola de la computadora más cercana, apartó del teclado la silla y se sentó. Estaba casi por completo en la penumbra. La luz verde de una pantalla le bañaba el hombro derecho y la misma parte de su rostro brutal. Parecía un duende.
—De acuerdo. Disteis por finalizado el programa el día cinco. Kingman volvió aquí el ocho. Le suministrasteis la sustancia…
—No —le interrumpió Salsbury—. Una vez se ha administrado la droga a un sujeto, no es necesario repetir la dosis, ni siquiera años después. Cuando llegó Kingman, empecé inmediatamente con el programa subliminal. Le pasé dos películas durante la tarde. Por la noche, la noche de anteayer, tuvo un mal sueño. Se despertó sudando, temblando, aturdido, con escalofríos y con náuseas. Le costaba respirar. Vomitó junto a la cama.
—¿Tenía fiebre? —se interesó Klinger.
—No.
—¿Crees que tuvo una reacción retardada a la droga… un mes y medio después?
—Es posible —dijo Salsbury. Pero estaba claro que no era eso lo que pensaba. Se levantó del taburete, se dirigió a su escritorio, situado en un rincón oscuro de la estancia, y regresó con unas hojas de ordenador impresas—. Esto es un registro de las pautas de sueño de Kingman entre la una y las tres de la madrugada. Es el lapsus crucial. —Se lo entregó a Dawson—. Ayer, le mostré a Kingman otras dos películas; así se completaba el programa. Esta noche pasada…, ha muerto en la cama.
El general se reunió con Dawson y con Salsbury bajo el óvalo de luz de la mesa de autopsias y empezó a leer la hoja de casi dos metros de papel continuo.
RESUMEN PARCIAL
PROGRAMA DE SUPERVISIÓN MÉDICA:
BK/OB REP 14
REGISTRADO: 10/6/76
ESTA IMPRESIÓN: 10/6/76
IMPRESIÓN
HORAS | MIN | SEG | LECTURA | ||
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0100 | 00 | 00 | ELECTRO-FASE | 3 | SUEÑO |
0100 | 01 | 00 | ELECTRO-FASE | 3 | SUEÑO |
0100 | 02 | 00 | ELECTRO-FASE | 4 | SUEÑO |
0100 | 03 | 00 | ELECTRO-FASE | 4 | SUEÑO |
0100 | 04 | 00 | ELECTRO-FASE | 4 | SUEÑO |
—¿Tenías a Kingman enganchado a un montón de máquinas mientras dormía? —se asombró Klinger.
—Casi todas las noches que pasó aquí, desde un principio —admitió Salsbury—. Las primeras veces, en realidad, no había razón para ello; pero con el tiempo hube de someterlo a una estrecha vigilancia, estaba acostumbrado a las máquinas y había aprendido a dormir enredado con todos esos cables.
—No sé interpretar lo que estoy leyendo aquí —reconoció el general, a la vez que señalaba las hojas impresas.
—A mí me pasa lo mismo —le secundó Dawson.
Salsbury reprimió una sonrisa. Unos meses atrás había llegado a la conclusión de que su mejor defensa contra aquellos dos tiburones era su instrucción altamente especializada. Jamás desperdiciaba una ocasión para ponerla de manifiesto; y para que les quedase bien grabado en la mente que, si lo despachaban, ninguno de ellos podría llevar a cabo la investigación y el posterior desarrollo, o solucionar una inesperada crisis científica una vez la investigación y el desarrollo hubiesen llegado a su fin.
—La cuarta fase del sueño es la más profunda —explicó a la vez que señalaba las primeras líneas del papel continuo—. Tiende a producirse en las primeras horas del sueño. Kingman se iba a la cama a medianoche y se dormía a la una menos veinte. Como podéis ver, llegaba al cuarto nivel veinte minutos después.
—¿Dónde está la importancia de esto? —preguntó Dawson.
—El cuarto nivel se parece más a un coma que cualquiera de las otras fases del sueño. El electroencefalograma muestra unas largas ondas irregulares de unos pocos ciclos por segundo. No hay movimiento corporal por parte del durmiente. Es en la cuarta fase, estando la mente exterior virtualmente en coma y con toda la entrada sensorial bien cerrada, cuando la mente interior se convierte en la verdadera parte operativa del cerebro. Recordad que, a diferencia de la mente consciente, la interior nunca duerme. Pero, como no se produce ninguna entrada sensorial, el subconsciente no puede hacer otra cosa durante la cuarta fase del sueño que trabajar consigo mismo. En aquellos momentos, el subconsciente de Kingman tenía sólo una cosa con la que trabajar.
—El programa llave-cerradura que le implantaste ayer y anteayer —supuso el general.
—Así es. Y mirad aquí, más abajo.
0100 | 08 | 00 | ELECTRO-FASE | 4 | SUEÑO |
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0100 | 09 | 00 | ELECTRO-FASE | 4 | SUEÑO |
0100 | 10 | 00 | ELECTRO-FASE | 1 | SUEÑO/REM |
0100 | 11 | 00 | ELECTRO-FASE | 1 | SUEÑO/REM |
—Durante toda la noche, subimos y bajamos, volvemos a subir y a bajar a lo largo de las distintas fases del sueño —continuó Salsbury—. Casi sin excepción, nos sumergimos en el sueño profundo paulatinamente y salimos de él también por etapas, y pasamos un tiempo en cada nivel. Sin embargo, en este caso, Kingman pasó directamente del sueño profundo al sueño ligero; como si algún ruido en el dormitorio lo hubiese sobresaltado.
—¿Se produjo algún ruido? —quiso saber Dawson.
—No.
—¿Qué es REM? —preguntó Klinger.
—Significa que se produce un rápido movimiento de ojos bajo los párpados. Es una indicación muy fehaciente de que Kingman estaba soñando en la primera fase.
—¿Soñando? —se extrañó Dawson—. ¿Soñando qué?
—No hay forma de saberlo.
El general, a pesar de estar recién afeitado, se rascó la sombra de una incipiente barba en su tosca barbilla.
—Pero tú crees que este sueño lo causó su subconsciente, que daba vueltas a la implantación llave-cerradura.
—Sí.
—Y que podía ser un sueño sobre el programa subliminal.
—Sí. No encuentro una explicación que tenga más sentido. Algo sobre el programa llave-cerradura conmocionó tanto su subconsciente que le impulsó directamente en el sueño.
—¿Una pesadilla?
—En este punto, sólo un sueño. Pero, durante las dos horas siguientes, sus pautas de sueño se volvieron más y más inusuales, más irregulares.
0100 | 12 | 00 | ELECTRO-FASE | 1 | SUEÑO/REM |
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0100 | 13 | 00 | ELECTRO-ONDAS ALFA | ||
0100 | 14 | 00 | ELECTRO-ONDAS ALFA |
—La presencia de ondas alfa significa que estuvo despierto dos minutos. No completamente despierto, probablemente tenía todavía los ojos cerrados. Estaba suspendido en el borde del primer nivel de sueño.
—La pesadilla lo despertó —imaginó Klinger.
—Probablemente.
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0100 | 16 | 00 | ELECTRO-FASE | 1 | SUEÑO |
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0100 | 30 | 00 | ELECTRO-FASE | 1 | SUEÑO/REM |
—La primera vez que se sumergió en el sueño profundo, permaneció en él ocho minutos —siguió explicando Salsbury—; en esta ocasión, sólo duró seis. Es el comienzo de una pauta interesante.
0100 | 31 | 00 | ELECTRO-FASE | 1 | SUEÑO/REM |
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0100 | 32 | 00 | ELECTRO-FASE | 1 | SUEÑO/REM |
0100 | 33 | 00 | ELECTRO-FASE | 1 | SUEÑO/REM |
0100 | 34 | 00 | ELECTRO-ONDAS ALFA | ||
0100 | 35 | 00 | ELECTRO-FASE | 1 | SUEÑO/REM |
0100 | 36 | 00 | ELECTRO-FASE | 1 | SUEÑO/REM |
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0100 | 39 | 00 | ELECTRO-FASE | 2 | SUEÑO |
0100 | 40 | 00 | ELECTRO-FASE | 3 | SUEÑO |
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0100 | 42 | 00 | ELECTRO-FASE | 3 | SUEÑO |
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0100 | 44 | 00 | ELECTRO-FASE | 3 | SUEÑO |
0100 | 45 | 00 | ELECTRO-FASE | 3 | SUEÑO |
0100 | 46 | 00 | ELECTRO-FASE | 3 | SUEÑO |
0100 | 47 | 00 | ELECTRO-FASE | 3 | SUEÑO |
0100 | 48 | 00 | ELECTRO-FASE | 4 | SUEÑO |
0100 | 49 | 00 | ELECTRO-FASE | 4 | SUEÑO |
0100 | 50 | 00 | ELECTRO-FASE | 4 | SUEÑO |
0100 | 51 | 00 | ELECTRO-FASE | 1 | SUEÑO/REM |
—Esta vez, está en sueño profundo solamente tres minutos —observó Klinger—. El ciclo se está acelerando, por lo menos en la parte descendente.
—Pero ¿por qué? —se impacientó Dawson—. Aparentemente, Ernst lo comprende, pero yo no estoy muy seguro de entenderlo.
—Algo está sucediendo en su subconsciente durante el sueño profundo —le aclaró Salsbury—. Algo tan perturbador que le hace pasar súbitamente a la primera fase, sueño con sueños. Esta experiencia subconsciente, sea la que sea, se está volviendo más intensa o, si no es más intensa, significa que la capacidad del sujeto para soportarla está disminuyendo. Quizás ambas cosas. En cada ocasión, sólo es capaz de aguantarla en lapsos más cortos que la vez anterior.
—¿Quieres decir que siente dolor en la cuarta fase? —preguntó Dawson.
—El dolor es una condición de la carne —rechazó Salsbury—. Dolor no es precisamente la palabra adecuada para esta situación.
—¿Cuál es la palabra adecuada?
—Ansiedad, tal vez. O miedo.
0100 | 52 | 00 | ELECTRO-FASE | 1 | SUEÑO/REM |
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0100 | 53 | 00 | ELECTRO-FASE | 1 | SUEÑO/REM |
0100 | 54 | 00 | ELECTRO-FASE | 1 | SUEÑO/REM |
0100 | 55 | 00 | ELECTRO-ONDAS ALFA | ||
0100 | 56 | 00 | ELECTRO-ONDAS ALFA | ||
0100 | 57 | 00 | ELECTRO-FASE | 1 | SUEÑO/REM |
0100 | 58 | 00 | ELECTRO-FASE | 1 | SUEÑO/REM |
0100 | 59 | 00 | ELECTRO-FASE | 2 | SUEÑO/REM |
0200 | 00 | 00 | ELECTRO-FASE | 2 | SUEÑO |
0200 | 01 | 00 | ELECTRO-FASE | 2 | SUEÑO |
0200 | 02 | 00 | ELECTRO-FASE | 2 | SUEÑO |
0200 | 03 | 00 | ELECTRO-FASE | 3 | SUEÑO |
0200 | 04 | 00 | ELECTRO-FASE | 3 | SUEÑO |
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0200 | 07 | 00 | ELECTRO-FASE | 4 | SUEÑO |
0200 | 08 | 00 | ELECTRO-FASE | 1 | SUEÑO/REM |
—Esta vez un minuto —comprobó Klinger.
—Ahora está extremadamente agitado. —Salsbury hablaba como si el hombre estuviese todavía con vida—. La pauta se vuelve cada vez más inusual e irregular. A las dos y veinte, vuelve al tercer nivel. Mirad lo que ocurre después.
0200 | 20 | 00 | ELECTRO-FASE | 3 | SUEÑO |
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0200 | 21 | 00 | ELECTRO-FASE | 3 | SUEÑO |
0200 | 22 | 00 | ELECTRO-FASE | 3 | SUEÑO |
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0200 | 24 | 00 | ELECTRO-FASE | 3 | SUEÑO |
0200 | 25 | 00 | ELECTRO-FASE | 1 | SUEÑO/REM |
Klinger estaba tan fascinado por el registro de la desintegración de Kingman como habría podido estarlo ante el hecho real.
—¡Ni siquiera llegó al cuarto nivel antes de pasar de nuevo a la primera fase!
—¿Tan asombroso es eso? —quiso saber Dawson.
—Lo es. Su mente en estos momentos está furiosamente turbulenta; hasta el punto de no despertarlo. Y empeora.
0200 | 26 | 00 | ELECTRO-FASE | 1 | SUEÑO/REM |
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0200 | 28 | 00 | ELECTRO-ONDAS ALFA | ||
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0200 | 30 | 00 | ELECTRO-ONDAS ALFA | ||
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0200 | 32 | 00 | ELECTRO-FASE | 1 | SUEÑO/REM |
0200 | 33 | 00 | ELECTRO-FASE | 2 | SUEÑO |
0200 | 34 | 00 | ELECTRO-FASE | 2 | SUEÑO |
0200 | 35 | 00 | ELECTRO-FASE | 2 | SUEÑO |
0200 | 36 | 00 | ELECTRO-FASE | 3 | SUEÑO |
0200 | 37 | 00 | ELECTRO-ONDAS ALFA |
—A las dos horas y treinta y siete minutos se despertó sobresaltado, ¿no? —preguntó Dawson.
—Efectivamente —confirmó Salsbury—. No despierto del todo; pero más allá del primer nivel de sueño, en la zona de las ondas alfa. Veo que ya sabes interpretarlo.
0200 | 38 | 00 | ELECTRO-FASE | 1 | SUEÑO/REM |
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0200 | 39 | 00 | ELECTRO-FASE | 1 | SUEÑO/REM |
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0200 | 50 | 00 | ELECTRO-FASE | 1 | SUEÑO/REM |
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0200 | 58 | 00 | ELECTRO-ONDAS ALFA | ||
0200 | 59 | 00 | ELECTRO-ONDAS ALFA | ||
0300 | 00 | 00 | ELECTRO-ONDAS ALFA | ||
0300 | 01 | 00 | ELECTRO-ONDAS ALFA | ||
0300 | 02 | 00 | ELECTRO-SIN LECTURA | ||
0300 | 03 | 00 | ELECTRO-SIN LECTURA | ||
0300 | 04 | 00 | ELECTRO-SIN LECTURA | ||
0300 | 05 | 00 | ELECTRO-SIN LECTURA |
SIGNOS DE VIDA NEGATIVOS
SIGNOS DE VIDA NEGATIVOS
SIGNOS DE VIDA NEGATIVOS
FIN IMPRESIÓN
FIN PROGRAMA
STOP
Dawson respiró casi explosivamente, como si hubiese estado conteniendo la respiración durante el minuto anterior.
—Era un buen hombre. Que descanse en paz.
—Aquí, al final, hubo cinco lecturas de ondas alfa consecutivas —observó el general—. ¿Significa eso que estuvo completamente despierto los cinco minutos anteriores a su muerte?
—Completamente despierto —ratificó Salsbury—. Pero no consciente.
—Creía que habías dicho que murió mientras dormía.
—No, he dicho que murió en la cama.
—¿Qué pasó durante esos cinco minutos?
—Os lo mostraré.
Se acercó a la computadora más cercana y manipuló brevemente en el teclado. Todos los escáneres que había sobre ellos estaban oscuros, salvo dos. Uno de éstos era una pantalla ordinaria de televisión, controlada por la computadora mediante un circuito cerrado. El otro era un tubo de rayos catódicos para leer información.
Salsbury se apartó del teclado.
—En la pantalla de la derecha veréis una cinta de vídeo con los últimos seis minutos de la vida de Kingman. La pantalla de la derecha mostrará una lectura sincronizada de algunos de sus signos vitales fundamentales y los actualizará cada treinta segundos.
Dawson y Klinger se acercaron.
La pantalla de la derecha parpadeó. Apareció seguidamente una imagen clara en blanco y negro: Brian Kingman tumbado boca arriba sobre la ropa de la cama, con doce ajustes de recogida de datos pegados en la cabeza y en el torso, y unos cables que conectaban los ajustes con dos máquinas situadas junto a la cama. En el brazo derecho tenía enganchado un esfigmógrafo, que iba conectado directamente a la máquina más pequeña. Kingman brillaba a causa del sudor. Temblaba. Cada pocos segundos, uno de sus brazos se levantaba de forma defensiva o una de sus piernas daba patadas al aire. A pesar de estos movimientos, tenía los ojos cerrados y estaba dormido.
—Ahora está en la primera fase —señaló Salsbury.
—Soñando —dijo Dawson.
—Evidentemente.
En la parte superior de la pantalla de la izquierda un reloj marcaba el tiempo en horas, minutos, segundos y décimas de segundos. En el fondo verde claro bajo el reloj, los caracteres blancos producidos por la computadora informaban sobre los cuatro signos de vida más importantes de Kingman.
BK/OB INF 14, EN FUNCIONAMIENTO, COMO SIGUE:
TEST | NORMAL PARA ESTE SUJETO | VALOR |
---|
TEMPERATURA | 37 | 37 |
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RESPIRACIÓN | 18 POR MIN | 22 POR MIN |
PULSO | 70 POR MIN | 90 POR MIN |
PRESIÓN SANGUÍNEA | ||
SÍSTOLE | 100-120 | 110 |
DIÁSTOLE | 60-70 | 70 |
—Todavía está dormido —indicó Salsbury—, pero su respiración y su pulso han subido aproximadamente un veinticinco por ciento. Parece que tiene una pesadilla. Va a empeorar dentro de un momento. Está a punto de salir de ella. Listo para despertarse. Mirad con atención. ¡Ahora!
En la pantalla, Kingman levantó de repente las rodillas, dio patadas con ambos pies y volvió a alzar las rodillas para mantenerlas casi a la altura del pecho. Se sujetó la cabeza con ambas manos, puso los ojos en blanco y abrió la boca.
—Ahora está gritando —les aclaró Salsbury—; lamento que no haya sonido.
—¿A qué le grita? —preguntó Dawson—. Ya está despierto; la pesadilla ha pasado.
—Espera —dijo Salsbury.
—La respiración y el pulso se están acelerando —observó Klinger.
Kingman seguía chillando en silencio.
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—Mirad cómo se le está hinchando el pecho —se asustó Dawson—. ¡Cielo santo, le van a reventar los pulmones!
Sin dejar de retorcerse, pero algo menos violentamente que un momento antes, Kingman empezó a morderse el labio inferior. Al cabo de unos segundos, tenía la barbilla cubierta de sangre.
—¿Un ataque epiléptico? —preguntó el general.
—No —contestó Salsbury.
A las 2.59, la pantalla de la izquierda empezó a imprimir una nueva línea en la parte superior:
TEST | NORMAL PARA ESTE SUJETO | VALOR |
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TEMPERATURA | 37 | 37,1 |
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RESPIRACIÓN | 18 POR MIN | 48 POR MIN |
PULSO | 70 POR MIN | 190 POR MIN |
PRESIÓN SANGUÍNEA | ||
SÍSTOLE |
CANCELADA CANCELADA CANCELADA CANCELADA CANCELADA CANCELADA CANCELADA CANCELADA
En la pantalla en blanco y negro, Kingman tuvo una convulsión y se quedó prácticamente inmóvil. Se agitaban los pies y la mano derecha se abría y se cerraba; pero aparte de eso, estaba inmóvil. Tampoco los ojos estaban ya en blanco; los tenía cerrados, fuertemente apretados.
La pantalla de lectura quedó en blanco; un instante después, lanzó un mensaje de emergencia.
0200 | 59 | 12 |
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INFARTO MASIVO DE MIOCARDIO
INFARTO MASIVO DE MIOCARDIO
—Un ataque de corazón —concretó Salsbury.
El brazo izquierdo de Kingman estaba doblado en V sobre su pecho y parecía estar paralizado. La mano izquierda estaba crispada e inmóvil contra el cuello.
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PULSO IRREGULAR
RESPIRACIÓN IRREGULAR
Ahora los ojos de Kingman estaban abiertos. Miraba al techo.
—Está gritando de nuevo —comentó Klinger.
—Intentando gritar —le corrigió Salsbury—. Dudo que pudiera sacar algo más que un gruñido en el estado en que se encontraba en esos momentos.
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PULSO IRREGULAR
RESPIRACIÓN IRREGULAR
ELECTROONDAS DEGRADÁNDOSE A DELTA
Los pies de Kingman dejaron de dar patadas.
La mano derecha dejó de abrirse y cerrarse.
—Se acabó —dijo Salsbury.
Las dos pantallas se quedaron en blanco simultáneamente.
Brian Kingman había vuelto a morir.
—¿Pero qué lo mató? —preguntó Dawson, cuyo rostro en aquellos momentos era de color gris ceniza—. ¿La droga?
—La droga no —puntualizó Salsbury—, el miedo.
Klinger se acercó a la mesa de autopsias y contempló el cuerpo.
—Miedo. Supuse que era eso lo que ibas a decir.
—Un temor repentino y fuerte consigue matar —justificó Salsbury—. Y, en este caso, todas las evidencias apuntan a ello. Naturalmente, llevaré a cabo una minuciosa autopsia; pero no espero encontrar ninguna causa fisiológica del ataque cardíaco.
Dawson asió el hombro de Salsbury y dijo:
—¿Quieres decir que Brian se dio cuenta, en su sueño, de que estábamos a punto de dominarlo? ¿Y que el hecho de ser dominado lo aterrorizó tanto que esa idea lo mató?
—Algo así.
—Eso significa que la droga funciona…, pero no el programa subliminal.
—Oh, funcionará —afirmó Salsbury—. Sólo tengo que refinar el programa.
—¿Refinar?
—Os lo explicaré de la forma más simple que pueda. Escuchad, para implantar el mensaje subliminal llave-cerradura, practiqué… un agujero en la identidad y en el ego. Aparentemente, este primer programa era demasiado crudo. No me limité a hacer un agujero; hice añicos la identidad y el ego, o casi. Tengo que ser más sutil la próxima vez, introducir las órdenes con cuidadosa persuasión.
Salsbury acercó un carro de instrumental a la mesa de la autopsia.
Dawson, a quien la explicación de Salsbury no le había satisfecho completamente, se quejó:
—Y ¿qué pasará si no lo perfeccionas lo suficiente? ¿Qué pasará si muere el próximo sujeto que utilices en la prueba? Se puede comprender que un miembro de mi equipo personal deje el trabajo y desaparezca sin dejar rastro. ¿Pero dos? ¿O tres? ¡Imposible!
Salsbury abrió un cajón del carro. Sacó un grueso lienzo y lo extendió sobre la superficie.
—No utilizaremos a nadie de tu equipo para la segunda.
—¿En qué otra parte vamos a encontrar un sujeto para la prueba?
Salsbury extrajo del cajón, uno a uno, algunos instrumentos quirúrgicos y los dispuso en fila sobre el lienzo.
—Creo que ha llegado el momento de crear esa sociedad anónima en Liechtenstein, de contratar a tres mercenarios, proporcionarles documentos falsos y traerlos desde Europa con sus nuevos nombres.
—¿A esta casa? —preguntó Dawson.
—Sí. Hasta dentro de un tiempo no necesitaremos la finca amurallada en Alemania o Francia. Les daremos la droga a los tres el primer día de su llegada. El segundo día comenzaré el nuevo programa llave-cerradura con uno de ellos. Si funciona con él, si no lo mata, lo pondré en práctica con los otros dos. Finalmente, haremos la prueba sobre el terreno en este país. Cuando llegue ese momento, estaremos encantados de tener dos o tres hombres bien adiestrados y sumisos al alcance de la mano.
—Contratar unos abogados en Vaduz, crear la sociedad, comprar documentos falsos, contratar a los mercenarios, traerlos aquí… —protestó Dawson, con el ceño fruncido—. Todo esto son diligencias que yo no quería llevar a cabo hasta que estuviésemos seguros de que la droga y el programa subliminal fueran efectivos.
—Funcionarán.
—Todavía no estamos tan seguros.
Salsbury puso un escalpelo a la luz, estudió la silueta de su afilado canto y comentó:
—Estoy seguro de que el dinero no saldrá de tu bolsillo, Leonard. Encontrarás alguna forma de desviarlo de la sociedad.
—Te aseguro que no es tan fácil como tú dices. Futurex no es un club privado, es una sociedad anónima. No puedo asaltar la tesorería cuando quiera.
—Se supone que eres más que multimillonario. Comparable a Onassis, a Getty, a Hughes: Futurex no es el único lugar donde puedes meter mano. Encontraste en alguna parte más de dos millones de dólares para montar este laboratorio, y cada mes consigues sacar los ochenta mil dólares que se necesitan para mantenerlo. En comparación, este nuevo gasto es una fruslería.
—Estoy de acuerdo contigo —le apoyó el general.
—No es tu dinero el que va a parar a un pozo sin fondo —se revolvió Dawson, con irritación.
—Si piensas que este proyecto es un pozo sin fondo, creo que deberíamos darlo por terminado ahora mismo —dijo Salsbury.
Dawson empezó a pasear de arriba abajo, se detuvo al cabo de un momento, metió las manos en los bolsillos del pantalón y las volvió a sacar inmediatamente.
—Son estos hombres quienes me preocupan.
—¿Qué hombres?
—Esos mercenarios.
—¿Qué pasa con ellos?
—No son más que simples asesinos.
—Precisamente.
—Unos asesinos profesionales. Se ganan la vida matando…, matando a gente.
—Yo nunca he tenido nada bueno que decir de los mercenarios —aseguró Klinger—, pero es eso lo que simplifica las cosas, Leonard.
—Sí, en principio tenéis razón.
—Entonces, ¿qué pasa? —inquirió Salsbury, impaciente.
—Bien, no me gusta la idea de tenerlos en mi casa —respondió Dawson, en un tono casi remilgado.
Salsbury pensó que era un maldito hipócrita, pero no tuvo el valor de decirlo. Su confianza en sí mismo había aumentado a lo largo del año transcurrido, aunque no hasta el punto de permitirle hablar a Dawson de una forma tan franca.
—Leonard, ¿cómo crees tú que saldríamos librados de la policía y de los tribunales si se descubriese cómo ha muerto Kingman? —intervino Klinger—. ¿Se limitarían a darnos una palmadita en la espalda y a dejarnos marchar con una reprimenda? ¿Crees que porque no lo hayamos estrangulado, disparado o golpeado dudarían en llamarnos asesinos? ¿Piensas que saldríamos impunes porque, aunque asesinos, no nos ganamos la vida de esta forma?
Por un instante, los ojos de Dawson, negros como espejos de ónix, miraron la fría luz fluorescente y brillaron perversos. A continuación, volvió la cabeza un centímetro y se perdió el efecto. Sin embargo, algo de aquella misma cualidad frígida y extraña perduró en su voz.
—Yo nunca he tocado a Brian. Nunca he levantado un dedo contra él. Jamás le he dicho una palabra poco amable.
Ni Salsbury ni Klinger hicieron comentario alguno.
—Yo no quería que muriese.
Los otros esperaron.
Dawson se pasó una mano por el rostro.
—Muy bien. Me iré a Liechtenstein. Te buscaré a esos tres mercenarios.
—¿Para cuándo? —preguntó Salsbury.
—Si tengo que mantener en secreto cada paso que dé…, tres meses. Tal vez cuatro.
Salsbury asintió con una inclinación de cabeza y siguió disponiendo el instrumental quirúrgico para la autopsia.