Ahora cierro ese pequeño cuaderno. Quizá mañana abra otro. Quizá también acabe cubierto de letras, como los cientos de cuadernos que se amontonan en el suelo de esta habitación. Los escribo sin intención alguna, sin buscar el menor efecto, los escribo SIN RAZÓN, y por hacerme compañía en días inacabables y vacíos.

Y esta quizá sea la verdadera RAZÓN de mi destino. Quizá es que ya he llegado a la tumba desde la que puedo recuperar el mundo perdido, el mundo invisible. Pero nunca lo sabré, porque yo ya no estoy aquí.

A veces este me parece el contenido de la felicidad tan arduamente investigado. Otras veces creo que ya estoy en el infierno. En alguna rarísima ocasión me he acercado al espejo para afeitarme y he visto a un hombre de escaso cabello, de mejillas hinchadas, con una sonrisa infantil perpetuamente fija en la cara de yeso. Y esa sonrisa me ha recordado algo que olvidé alguna vez. Mejor sería decir que esa sonrisa me recuerda que he olvidado algo. Pero no sé lo que es porque lo he olvidado. ¿Y cómo es posible recordar que se ha olvidado algo?