Capítulo diez

No hay duda de que empalidecí, cuando uno de los hermanos comentó a la hora de la cena, que frente a la imagen de San Francisco se había encontrado un ramillete de Edelweiss de una especie tan extraordinariamente hermosa que en la región sólo florece en la cumbre de un promontorio que se levanta a más de mil pies de altura y se eleva por encima de un lago de malos presagios. Los hermanos hablan de acontecimientos asombrosos relacionados con las horrendas peculiaridades de ese lago, que hacen referencia a sus profundas y turbulentas aguas; y aseguran también que los más repugnantes fantasmas se aparecen en sus playas o brotan de sus aguas.

Las flores de Benedicta han provocado gran conmoción y sorpresa, ya que incluso entre los más audaces cazadores, muy pocos se atreverían a escalar ese promontorio que existe junto al lago hechizado… ¡y la dulce muchacha realizó esa proeza! Fue absolutamente sola a este lugar terrible y escaló su ladera casi vertical, hasta alcanzar la tierra fértil donde crecen aquellas flores con las que sintió el impulso de agasajarme. Estoy seguro de que fue el Cielo quien la preservó de contratiempos para que yo pudiese encontrar en ello el signo inequívoco de que me ha sido encomendada la labor de salvarla.

¡Oh, tú, pobre niña inocente, maldita para el pueblo, Dios ha declarado que debo cuidar de ti! ¡Mi pecho ya siente de alguna forma esa veneración que habrá de darte cuando, en reconocimiento de tu pureza y santidad, Él le conceda a tus reliquias un signo evidente de Su favor, y la Iglesia te reconozca bienaventurada!

He tenido noticias acerca de otra circunstancia que debo referir a continuación: en esta región, esas flores son consideradas el símbolo del amor fiel: los jóvenes se las entregan a sus amadas y estas doncellas adornan los sombreros de sus galanes con ellas. Es evidente que, al expresar su gratitud a un humilde siervo de la Iglesia, Benedicta fue movida, quizá sin darse cuenta, a manifestar al mismo tiempo su amor a la Iglesia, a pesar de que desgraciadamente tiene muy pocos motivos que justifiquen ese afecto.

Paseando de forma errante por las inmediaciones del monasterio, he llegado a familiarizarme con todos y cada uno de los senderos que hay en estos bosques, en el siniestro desfiladero y en las escarpadas laderas de las montañas.

Con frecuencia soy enviado a hogares de campesinos, cazadores y pastores, para dar medicinas a los enfermos o llevar consuelo a quienes más lo necesitan. El muy reverendo Superior me ha informado de que cuando reciba las sagradas órdenes habré también de llevar los sacramentos a los moribundos, ya que soy el más joven y vigoroso de los hermanos. En estas altitudes, sucede en ocasiones que un cazador o un pastor se despeña, y después de varios días se le encuentra todavía con vida. El deber de todo sacerdote es justamente el de cumplir los ritos de nuestra santa religión junto al lecho del herido, de forma que nuestro bendito Salvador se, encuentre allí presente para recibir el alma que regresa hasta Él.

¡Espero que para poder merecer una gracia tan elevada, nuestro bienamado Santo logre conservar mi alma purificada de toda pasión y deseo terrenal!