Capítulo seis

Los lugareños pertenecen a una estirpe obstinada y orgullosa. Me han asegurado que una crónica de la antigüedad afirma que estos asentamientos descienden de los romanos, que en su época excavaron millares de túneles en estas montañas para extraer de ellas la sal, algunas de cuyas minas siguen en pie. Desde la ventana de mi celda puedo ver estas enormes montañas y los negros bosques que las adornan, y que a la puesta de sol parecen antorchas encendidas sobre las cimas recortadas contra el firmamento.

También me han dicho que los antepasados de estas personas (posteriores a los romanos) eran todavía más obstinados que sus actuales descendientes y se emperraron en la idolatría mucho después de que todos sus vecinos le hubieran rendido definitiva pleitesía a la cruz de nuestro Señor. Actualmente, sin embargo, inclinan sus rígidos cuellos ante el símbolo sagrado y preparan sus corazones para recibir este ejemplo de verdad viva. Aunque su cuerpo es realmente fornido, su espíritu goza con la humildad, y es sumiso ante el Verbo. En ningún otro lugar las personas besan mi mano con tanto fervor como aquí, a pesar de que aún no soy sacerdote, lo que demuestra el poder y la victoria gloriosa de nuestra fe.

Físicamente son vigorosos y sus rasgos y talle son en extremo hermosos, y especialmente en el caso de los muchachos. Incluso los hombres mayores caminan erguidos y con un aire tan altivo como el de cualquier monarca. Las mujeres lucen cabellos largos y dorados que peinan con trenzas alrededor de la cabeza; y también les gusta adornarse con joyas. Algunas poseen un brillo en sus pupilas que rivaliza con el fulgor de los rubíes y granates que adornan sus blancos cuellos. Me han dicho que los jóvenes luchan por sus parejas del mismo modo que los ciervos. ¡Ah, qué malvadas pasiones anidan en los corazones de los hombres! Aunque como soy ignorante en estos asuntos, y como nunca llegaré a sentir tan impías emociones, tampoco me es lícito juzgar o condenar.

¡Ah, Señor, qué bendición es la paz con que has llenado los espíritus de quienes han entregado sus vidas a Ti! Comprueba, oh Señor, que en mi pecho no existe la menor alteración, y que todo presenta calma y paz; como en el alma de ese crío que llama a su Padre. Ojalá todo permanezca de ese modo por siempre jamás.