[VIIc.l] Ahora que me dispongo a escribir la historia del emperador Miguel Ducas, o mejor, a hacer un esbozo de ella a modo de un simple epítome, antes que nada pido a los que me leen que no consideren que mis palabras exageran sus virtudes o sus actos, sino que, al contrario, se quedan muy por detrás de ellos. El sentimiento de asombro y admiración que experimento muchas veces cuando lo veo y lo escucho es similar al que me afecta ahora que me dispongo a describir su persona. No sé realmente de qué modo podré mantener a este hombre lejos del aura de admiración que lo rodea, y tampoco cómo podrá nadie dejar de desconfiar de mis palabras o sospechar de lo que escribo cuando estas líneas están redactadas mientras todavía vive el emperador, y cuando he compuesto mi historia precisamente por esto, para que todos puedan saber que el carácter de este hombre revela inequívocamente su destino superior y lo sitúa por encima de cualquier otra naturaleza conocida[1].
[2] Ante la duda sobre qué decir en primer lugar acerca de él, antepongo un hecho a todos los demás: que nunca ninguna de las personas que estaban a su servicio, ya fuesen buenas o diligentes en algún aspecto, ya fuesen negligentes, escapó nunca a su atención; que nadie oyó jamás de él una mala palabra, o fue humillado en público o expulsado por alguna falta; y que por el contrario, si alguna de ellas incluso llegaba a ultrajarle en algo, él prefería soportar la ofensa de aquella persona antes que censurarla ante todos. Pero lo más sobresaliente era que a pesar de haber descubierto a algunas personas, sobre todo miembros de su guardia personal en los que él había depositado su confianza, cuando estaban a punto de causarle algún daño, ni los censuró por ello, ni intentó siquiera amedrentarlos; y a muchos incluso, a los que sorprendió en flagrante delito cuando sacaban dinero de las cajas imperiales, luego los dejó partir sin cargos, sin inquietarlos o reprochar su comportamiento.
Dotado de una inteligencia perfectamente desarrollada, había aprendido la ciencia del buen gobierno a partir de su constante dedicación a estos asuntos y así conocía todos los detalles del sistema tributario, las contribuciones, los depósitos, el balance entre los ingresos y los gastos del fisco, la acuñación de las monedas, su ley exacta, el exceso o falta de peso de cada una de ellas, cómo se fundía el mineral de oro y cuántos quilates de oro puro tenía cada una de las monedas acuñadas con este material, en fin, y para no enumerar uno a uno sus conocimientos, llegó a dominar completamente todos estos campos, y cuando luego trataba con los expertos en cada uno de ellos podía imponer su opinión en todos los casos o incluso desacreditar a aquellas personas que tenían competencia en estos terrenos.
[3] Apenas le apuntaba el vello de la barba y los pelos empezaban sólo a espesarse en sus mejillas, cuando él mostraba una inteligencia en nada distinta a la de las personas de edad. No se entregaba, en efecto, a los placeres, ni se dejaba vencer por su estómago, ni le agradaban los banquetes fastuosos y además, con respecto a los goces del amor, mostraba un desinterés tal, que ni siquiera conocía la mayoría de sus formas o cuáles contravenían incluso las costumbres establecidas. Su pudor era tan excesivo que si alguien llegaba a proferir con su boca alguna palabra impúdica o el simple nombre del amor, al instante su rostro se enrojecía por completo.
[4] Alguien podría tal vez preguntar cuáles son las ocupaciones propias del imperio a las que se dedica este joven, o bien cuáles son las pasiones juveniles en las que el emperador sobresale. Pues bien, le interesan los libros de todo tipo de doctrina, las características del estilo culto, los aforismos laconios, los gnomologios, la elegancia en la composición, la variada presentación de los discursos, la alternancia de figuras, la innovación formal, la configuración poética del estilo y, por encima de todo esto, le atrae el amor por la filosofía, la elevación anagógica, la conversión alegórica y las demás interpretaciones del discurso. Ignoro si hubo alguna vez entre los emperadores uno más profundo que él en sus pensamientos o más certero en cada una de sus disquisiciones. Y si en general es preciso separar las palabras y las obras de un emperador de las que corresponden a un filósofo o a un orador, o de las que se atribuyen a los músicos, si la competencia sobre las esferas suele ser propia de los astrólogos, la que afecta a las demostraciones con figuras propia de los geómetras y la de los silogismos propia de los filósofos, y si las secretas operaciones de la naturaleza se asignan a los físicos y así cada disciplina es cultivada por alguien distinto y cada persona se ocupa de algo diferente —ya que los hombres tienden a repartirse los objetos de su conocimiento—, él en cambio lo ha abarcado todo, pues puede ser contado entre los filósofos, sería capaz de hablar junto a los oradores sobre zeugmas y énfasis, junto a los ópticos de la refracción y difracción de los rayos, e incluso, cuando es preciso desentrañar el sentido alegórico de los textos, ha superado muchas veces al que redacta estas líneas, aun cuando me había escogido como maestro por encima de todos los demás y ensalzaba mi nombre ante todos. Además, sin haber cultivado los metros yámbicos, sabe improvisarlos y, aunque no acierte muchas veces con el ritmo, expresa en ellos ideas llenas de fuerza. Para decirlo brevemente: en nuestra época es como una preciada joya de múltiples facetas.
[5] Su aspecto es como el de una persona de edad, adecuado para un censor o similar al de un pedagogo. Tiene una mirada fija y sus cejas no se enarcan severas ni se fruncen recelosas sobre los ojos, sino que adoptan distendidas la figura que les es propia. Su andar no es precipitado y como nervioso, ni tampoco indolente y cansino, sino rítmico, y cualquier experto en música que entendiese de pasos de danza no dejaría de alabarlo por ello. Y en cuanto al tono de su voz, es musical y armonioso y ni resuena acuoso en su garganta ni es débil e imperceptible.
[6] A pesar de que son muchas las palabras y los sucesos que cada día angustian o estimulan su espíritu, su carácter no se deja exasperar ni su ánimo abatir por ninguna de estas circunstancias. Ríe siempre con gran dulzura y llora inconsolable; raras son las ocasiones en las que estalla su ira y no infrecuentes aquellas en las que mejora su humor. Aunque no dedicó mucho tiempo al estudio de las leyes, las ha incorporado a todas de tal modo a su conducta, que no son los libros, sino el corazón, el que le dicta su uso. Enrojece con facilidad y no es precisamente desvergüenza lo que tiene. Es hábil a la hora de jugar con la pelota[2], pero es otra esfera, la celeste, la que excita su pasión. Sólo conoce un juego de azar, el que obedece al impulso y al cambio de los acontecimientos y sólo un dado, el de la tierra, a la que Platón asignó esta forma geométrica[3]. Disfruta con la caza, pero sólo cuando ve que el ave escapa sin ser capturada, pues si el halcón se le aproxima, su ánimo se tortura y no puede mantener fija la mirada en la presa.
[7] Indiferente le dejan los fastos imperiales y no quiere ceñir su cabeza con coronas de pedrería, sino con las imágenes de las virtudes. No todas las murmuraciones que alguien sugiere a su oído penetran en su corazón, sino que permanecen fuera de su umbral cuantas suelen afligirle, mientras que dejan su impronta en su alma cuantas más le complacen. En su padre ve él su modelo, y aunque sus virtudes superan a las de éste en muchos aspectos, él en cambio se reconoce inferior a él en todas ellas. Pero lo más sobresaliente de su persona, aquello que no puedo dejar de admirar, es que, mientras las turbulentas aguas parecían arrastrar al Estado tanto en Oriente como en Occidente —una situación que habían desencadenado los emperadores anteriores—, entonces, cuando otro en su lugar, por muy resuelto que fuese, se hubiese dejado arrastrar por aquel cúmulo de desgracias y hubiera cedido ante los acontecimientos —¿y qué habría ocurrido entonces, sino que se habría roto la cuerda de la que pende el imperio, hundido su tejado y cedido sus cimientos?—, su espíritu firme y su ánimo inflexible consiguieron detener el curso de los acontecimientos, de forma que, aunque todavía no hayamos arribado a puerto, al menos nos mantenemos a flote entre las tormentas que nos agitan y no hemos sido rechazados todavía hacia alta mar.
[8] Éste es pues el trato que da a todos, pero en lo que respecta al autor de la presente historia, el favor que le dispensa no admite parangón ni comparación con el dado a ninguna otra persona, ya que no ha puesto tanta confianza en ninguno de sus hermanos, ni en personas de alto linaje, ni en los sacerdotes u hombres piadosos, como la que ha depositado en mi propia persona. Quizás los beneficios con los que me ha honrado, las constantes donaciones que me ha hecho y que no ha dejado de aumentar e incrementar, añadiendo un bien sobre otro y ampliando lo ya existente, podrían admitir una cierta equiparación con los de otra persona, pero en lo que se refiere a la espontánea predisposición de su voluntad, al innato afecto de su alma, al hecho de que tan pronto como me ve su espíritu se reconforta y rebosa de alegría y satisfacción, y a aquel ensalzarme no sólo a la altura de cuantos sabios conoce, sino de cuantos ha oído hablar, en todos estos aspectos, nadie sin duda podría descubrir una disposición semejante hacia otra persona. ¡Ojalá no me alcancen nunca los dardos de la envidia y el rencor!
[9] Sin embargo, mientras abreviaba mi narración, he pasado por alto muchas cosas, como la pasión que siente hacia su esposa y hacia el hijo que engendró de ella, o la que siente hacia sus dos hermanos, unas personas realmente admirables, por más que él se revele aún más admirable que ellos. Y para no alabar aquí a la emperatriz por su linaje, que supera por su prosperidad y antigüedad al de cualquier otra dinastía[4], bastará con mencionar como paradigma de todas sus demás cualidades, su carácter incomparable y su hermosura sin parangón. Y si es verdad que, como dice el trágico, “el silencio adorna a las mujeres”[5], éste se convirtió para ella en el más preciado ornato, porque ella no habló ante otro que no fuera su marido. Y así, por sí sola, se revelaba más hermosa que cuando las circunstancias exigían que se engalanase.
[10] Y con respecto a sus hermanos, ¿cómo se comporta el emperador? Nunca ha creído que sea preciso tratarlos como súbditos o tirarles de las riendas en cada ocasión, sino que comparte con cada uno de los dos las ocupaciones imperiales y les concede poder para obrar con independencia. Diré también algo acerca del tío, el César: el emperador está prendido de su voluntad y admira su inteligencia a la hora de aconsejarlo, así como su destreza al administrar cualquier asunto. Y si él mismo se ocupa de la administración del Estado, confía a su tío todo lo que implica un mando militar.
[11] Aún añadiré esto a lo ya dicho: cuando este emperador se enteró de que yo iba a escribir una historia sobre su persona, me ordenó que no redactara nada hasta que él mismo publicase un esbozo sobre su carácter. De hecho su secretario me leyó luego lo que él había escrito. Yo, antes de escuchar aquella lectura, conjeturé que se trataría de asuntos reservados y graves, pero él en cambio se rebajó de tal modo en esas páginas, se consideró tan vil y tantas censuras vertió contra su persona, que hasta un corazón de diamante se habría asombrado, conmovido por la gran estatura de su humildad. Esto bastará, divino emperador, como ejemplo de todas tus demás virtudes y cualidades.
[12] A Constantino, hijo del emperador Miguel Ducas, yo mismo lo vi nutrirse de la leche de los senos cuando era un retoño, con la diadema imperial ceñida ya en su cabeza. De él no voy a describir hechos o palabras —pues todavía no hizo nada ni ha aprendido a hablar—, pero sí su apariencia, las aptitudes que, en la medida de lo posible, se aprecian ya en él, así como, a partir de estos dos aspectos, la personalidad que alberga. No he visto hasta ahora, en efecto, criatura más hermosa sobre la tierra. Su rostro está moldeado como si fuera un círculo perfecto; sus ojos son zarcos, amplios, llenos de serenidad; las cejas trazan una simple línea recta sobre los ojos que se interrumpe un poco en la base de la nariz y se arquean suavemente sobre los temporales; las alas de la nariz se hallan sueltas y el trazo de ésta, aunque al principio se eleva un poco, se muestra algo aquilino conforme avanza hacia la punta; de la cabeza brota un cabello brillante como el sol; los dos labios son delicados y se pliegan armónicamente. Este niño es atento y mira de una manera dulce, aunque aún más dulces son sus retozos infantiles. Todo ello revela un alma que ni se abate ni se exalta, sino serena, a la que mantiene despierta un impulso divino.
[13] Se dice que Heracles vio a Áyax Telamonio cuando todavía era un lactante y lo envolvió en su piel de león. Yo por mi parte lo he abrazado a menudo y pedido que pueda sacar provecho de mi elocuencia. Todavía lo abrazaré, incluso muchas veces todavía, y ojalá que pueda sacar partido de él cuando sea mayor de edad y reciba el poder de su padre. Néstor de Pilo, después de la captura de Troya, recomendó a Neoptólemo, el hijo de Aquiles, lo que debía hacer para llegar a ser un hombre íntegro y así, pues quizás una vez llegado a la adolescencia este príncipe llegue a leer mi libro, yo le aconsejaría tan sólo esto: que vea en el padre un modelo sobre el que interrogarse a sí mismo. Y si te asemejaras, niño, al que te engendró, no serías una mala persona[6]. Si llego a vivir más años de los que tengo, compondré otro libro para ti en el momento en el que tú mismo me proveas de material para escribir. En caso contrario, que te baste esta obra, que servirá de base a otros que vayan a redactar tu historia[7].
[14] Este príncipe, un espíritu refinado desde el mismo momento que alcanzó la adolescencia, se inclina por su propio carácter hacia la oratoria, aunque tampoco le repugnan disquisiciones más graves. Me crea problemas cuando discute sobre los habitantes de las antípodas, pues niega su existencia por no creer que tengan la cabeza suspendida de los pies. Tiene una mano algo gruesa, pero es diestro con ella, así como delicado y ágil en el dibujo. Su carácter no es reservado ni cínico, sino que resulta accesible a todos. Sus impulsos son nobles, resulta un excelente jinete, apasionado de la caza, no sólo deseoso de superar a la liebre, sino incluso de alcanzar a las grullas en su vuelo. Se precipita algo al hablar y, aunque en ocasiones se le trabe la lengua, sabe rematar su discurso con elegancia.
[15] Este príncipe no deja entrever fácilmente su voluntad, sino que se encierra en sí mismo y adopta todo el aire de un censor. Por lo general permanece vigilante y sus palabras son resueltas cuando es preciso hablar. No cede fácilmente ante los que le contradicen, sino que opone argumentos a sus argumentos e intenta convencer, pero concluye siempre con una sonrisa reafirmándose sin acritud en lo que dijo. Por su sensatez, se diría un anciano; en sus convicciones, firme, pues no cambia rápidamente de propósito una vez definido su rumbo; por sus dádivas moderado, pues ni es un manirroto, ni cierra firme el puño; hábil como jinete, excelente cazador, en suma, un bien preciadísimo tanto para la madre como para los hermanos.
[16] ¿Qué se podría decir de este hombre? ¿Cómo podrían parangonarse mis palabras a la brillantez de su carácter y a las virtudes de su alma? Él es, en efecto, una joya de múltiples facetas y constituye tal vez la más bella ofrenda hecha a nuestra época. Convergen en él dos elementos contrarios, pues aunque por su inteligencia es la persona más viva de todas las que yo he visto o he oído hablar, da muestras sin embargo de un ánimo tan apacible que bien se lo podría comparar al del silencioso fluir de un reguero de aceite. En cuanto a sus dotes de mando, es equiparable a aquellos antiguos y célebres Césares y también sus empresas lo son a las hazañas y victorias de los Adrianos y Trajanos y cuantos con ellos compartieron su suerte. Sus progresos en este arte no fueron espontáneos ni casuales, sino debidos a la lectura de libros de táctica, estrategia y poliorcética, así como de todo cuanto escribieron hombres como Eliano y Apolodoro[9]. Y si tales son sus capacidades como estratega, ¿es que lo son menos sus cualidades de administrador y para todo lo que concierne a la justicia y las finanzas? Lejos de ello. Como el proverbio, se puede decir que se adapta a todas las empresas de mérito como el cuchillo a la piedra molar. ¿Acaso es propenso a la cólera? En absoluto, salvo por la que es preciso aparentar a veces. Entonces ¿es implacable en su rencor? No, sino que también en este aspecto resulta ser especialmente admirable, no parangonable a ningún otro. ¿Pero quizás tiene la lengua fácil y se insolenta, o se muestra impertinente contra su hermano primero y contra su sobrino después? En absoluto, pues precisamente él se ha convertido para todos nosotros en un modelo de prudencia, actúa con mesura en cualquier circunstancia y sólo al mezclar lo grave con lo jocoso muestra tal vez falta de moderación o de proporción.
[17] Practica toda clase de caza. Escruta el vuelo de los pájaros y el paso de las bestias, azuza a los perros con sus voces, persigue al ciervo de pelaje manchado y enloquece con la caza del oso, algo que yo le he censurado a menudo, pero para él esta afición es un entretenimiento insustituible. Así pues, divide su existencia entre estas dos cosas, los libros y las partidas de caza, o mejor, éstas son las cosas que le gustan y practica cuando dispone de ocio, pero cuando cumple con sus obligaciones lo que le corresponde es ejercitar el mando militar y, de acuerdo con las circunstancias, o negociar la paz con los enemigos, o entablar combate. Conoce los batallones, las formaciones de combate, la disposición de las tropas, cómo hay que alinear las falanges y la profundidad que deben tener, cómo reducir una formación en cuadrángulo o una en cúneo, o desplegar las filas o replegarlas, proceder al asalto de unas murallas, luchar a caballo, cómo agrupar a la infantería de acuerdo con el tiempo disponible, el terreno o el número de los enemigos… Pero ¿para qué enumerar sus conocimientos uno a uno? En todos estos aspectos ha llegado a ser el más capaz con excepción de su hermano y su sobrino, los dos príncipes invencibles[10].