LIBRO IV

[ACERCA DE LA PROCLAMACIÓN DE MIGUEL Y LAS EXEQUIAS DE ROMANO]

[IV.1] De esta forma moría Romano, después de haber gobernado el imperio durante cinco años y medio. La emperatriz Zoe, cuando se enteró de que había expirado, ya que no estaba presente cuando agonizaba, se puso enseguida al frente del gobierno del Estado, pues los designios divinos la convertían en su heredera. En realidad se preocupó más bien poco tiempo de estar al frente, pues en seguida dirigió todas sus preocupaciones a entregar el mando a Miguel, sobre el que se trató en el libro anterior. Las gentes de Palacio que eran titulares de cargos hereditarios, la mayor parte viejos sirvientes de su familia, pero también aquellas personas que habían tratado a su marido y estaban vinculadas a la familia de éste por su padre, le disuadían de tomar precipitadamente cualquier decisión en asuntos tan importantes y le aconsejaban que tuviera en cuenta lo que más podría convenirle y, una vez deliberado sobre ello, que condujese al trono a una persona que, de entre todas las posibles, destacase por encima de las demás y se comprometiese a tratarla, no como a su mujer, sino como a su señora y soberana.

[2] Así pues, éstos la presionaban por todos los medios posibles, creyendo que iban a poder convencerla fácilmente y llevarla a aceptar lo que ellos pensaban. Pero todos los votos que ella hacía y todos los pensamientos que tenía la inclinaban hacia Miguel, pues no juzgaba a este hombre con la razón, sino con la pasión. Por otra parte, como era preciso fijar un día en el que éste debía ser coronado y recibir las demás insignias del poder, el hermano mayor de Miguel, el eunuco Juan, tan astuto a la hora de concebir proyectos como eficaz a la de realizarlos, después de encontrarse con ella en secreto y decirle que «estamos perdidos si continúa dilatándose el vacío de poder», hace que secunde por completo sus propósitos. Ella hace llamar al instante a Miguel y, después de vestirlo con el traje bordado en oro, ciñe su cabeza con la corona imperial y lo hace sentar en un trono suntuoso. Luego ella se sienta a su lado con idéntico fasto y ordena a todos cuantos por aquel entonces residían en Palacio que se prosternen ante ellos dos y los aclamen al unísono como sus emperadores. Así hicieron éstos. El suceso se difundió también fuera de Palacio y toda la Ciudad quiso participar en la aclamación del nombre que estaba en boca de todos, pues aunque la mayoría fingía su alegría y sólo adulaban al nuevo emperador, por otra parte, entre aliviados y desahogados, recibían a Miguel con verdaderas muestras de alegría y placer, como si se hubieran quitado de encima un peso con la muerte de Romano.

[3] Una vez que el entorno del emperador escenificó aquella vespertina proclamación, no tardó en llegar un doble mandato al Prefecto de la Ciudad: que se presentara nada más amanecer en Palacio junto con la asamblea del Senado, tanto para prosternarse ante el nuevo emperador como para formar el habitual cortejo fúnebre del ya fallecido. Éstos comparecieron de acuerdo con la orden recibida. Uno a uno entraron en la sala del trono y agacharon la cabeza hasta el suelo ante la pareja imperial que ahí estaba sentada. Mostraron su devoción a la emperatriz sólo con este gesto, mientras que al emperador también le besaron la mano derecha. Después de esto, Miguel, ya proclamado emperador y soberano, empezó a reflexionar sobre lo que convenía al Estado. Después de depositar sobre un suntuoso catafalco el cadáver del fallecido Romano, se dispuso su cortejo fúnebre y todos se presentaron para rendir los últimos honores al difunto soberano. Entre los que desfilaban a la cabeza del lecho mortuorio estaba también el eunuco Juan, hermano del nuevo emperador, acerca del que se hablará en el correspondiente pasaje de la presente historia.

[4] Yo mismo presencié aquel fúnebre cortejo para despedir al emperador cuando todavía no me apuntaba la barba y acababa de entregarme al estudio de los textos poéticos. Observando atentamente sus restos, no los habría podido identificar con certeza, ni por su aspecto, ni por sus rasgos, si no hubiera deducido por sus insignias que el fallecido era el emperador. Su rostro estaba desfigurado, pero no porque se hubiera descompuesto, sino por estar hinchado. El color de su piel había cambiado por completo, pero no como es propio de un cadáver, sino que recordaba a los que se hallan tan pálidos y tumefactos por la ingestión de fármacos que no parece que corra sangre por sus venas. Y en cuanto al pelo, tanto el de la cabeza como el de la barba, era tan escaso que aquellas partes desoladas de su anatomía semejaban un campo arrasado por el fuego en el que desde lejos se aprecian algunas espigas sueltas. Si alguno realmente lo lloró, fue este espectáculo el que hizo correr sus lágrimas, pues toda aquella muchedumbre, los unos porque les había hecho mucho daño y los otros porque no habían recibido ningún favor suyo, veía pasar el cortejo, o al verlo, se unía a él, sin dirigirle una sola palabra para aclamarlo.

[5] El que así había vivido, tales exequias recibió, y de todos los esfuerzos y gastos destinados a su monasterio, el único beneficio que sacó fue el que se depositara su cadáver en un estrecho rincón del templo.

[ACERCA DEL CARÁCTER DE MIGUEL]

[6] Miguel por el momento representó un papel solícito y atento con la emperatriz, pero luego, apenas transcurrido un poco de tiempo, cambió por completo y a los favores y beneficios que ella le hizo, le correspondió con un trato infamante. No estoy en condiciones ni de alabar, ni de censurar este proceder, pues si por una parte no considero que sea una buena acción odiar a la mujer que te llenó de favores y comportarse con ella de forma ingrata, por otra no puedo dejar de aprobar que sintiera miedo de que ella le reservase el mismo tratamiento que a su primer marido.

[7] Pero sobre todo es la forma de ser de Miguel lo que más dudas me crea cuando reflexiono sobre el particular. Pues si se le exime únicamente del crimen perpetrado contra Romano, de la acusación de adulterio y de las cosas de las que tal vez se hizo acreedor a fin de evitar las sospechas, habrá de ser considerado entre los emperadores más sobresalientes que ha habido. En efecto, aunque carecía por completo de cultura griega, su carácter era más equilibrado que el de los filósofos que se dedican al estudio de ésta. Sabía dominar también los ardores carnales y los ímpetus de su juventud, de forma que no eran las pasiones las que guiaban su razón, sino ésta la que dominaba a aquéllas. No sólo tenía una mirada vehemente, sino también el carácter, siempre dispuesto a sostener inteligentes discusiones. Su lengua estaba muy bien dotada para ello, ya que no construía discursos planos, sino que se expresaba con fluidez y sonoros ecos.

[8] Se veía siempre en apuros cuando tenía que remitirse a leyes o cánones, bien fuese al emitir pronunciamientos, bien al hacer alegaciones, y entonces su elocuencia no le era de gran utilidad. Pero si la causa debía solventarse mediante argumentos, la abordaba enseguida desde muchos ángulos, encadenando unas deducciones con otras, de forma que su talento natural estaba por encima del entrenamiento retórico. Pero todavía no hablemos sobre estas cosas. De nuevo nuestro relato debe volver al principio para proceder con orden y mostrar así cómo el emperador se preocupó enseguida de administrar correctamente el Estado.

[9] Las premisas de su ascenso al poder imperial no parecían buenas, tal como reveló nuestra exposición anterior. Cuando se hizo con el control del poder, durante un tiempo, aunque no mucho, se tomó como un juego, por así decirlo, su rango imperial, y atribuía su suerte a las circunstancias y a un inesperado desenlace de los acontecimientos, a la vez que prodigaba las muestras de afecto hacia su mujer, para la que concebía sólo placeres y diversiones. Luego en cambio, cuando se dio cuenta del enorme poder que tenía y comprendió la naturaleza polifacética de sus responsabilidades, así como el gran número de problemas que plantean al que es un verdadero emperador las preocupaciones del gobierno, entonces cambió de improviso de manera radical y, como si hubiera dejado de ser un adolescente y se hubiera hecho hombre, hizo frente a sus deberes de soberano con virilidad y nobleza a la vez.

[10] Y esto es lo que más que nada me admira del emperador, que a pesar de que llegó a la cumbre de la fortuna partiendo de tan humilde condición, ni se ofuscó su entendimiento, ni pensó que no estaba a la altura del poder, ni tampoco introdujo cambio alguno en las instituciones, sino que, como si hubiera sido preparado desde siempre para esta tarea, abordó los problemas con serenidad y desde el mismo día en que empezó a reinar se mostró como si hubiera gobernado el Estado todos los días anteriores. No introdujo ningún cambio en las prácticas habituales, ni derogó ley alguna, ni promulgó leyes contrarias a las existentes. Es más, ni siquiera realizó una sola sustitución en los puestos del senado de acuerdo con la costumbre de introducir cambios que marca el principio de cada reinado. Pues a pesar de que antes de acceder al poder había algunas personas que merecían su confianza o a las que él debía ciertos favores, aunque ya siendo emperador no faltó a las obligaciones que tenía con ninguno de ellos, sin embargo no los promovió enseguida a puestos de la más alta responsabilidad, sino que después de entrenarlos durante largo tiempo en los más modestos e inferiores, los fue ascendiendo lentamente hasta los más importantes. Debo declarar por lo tanto acerca de este hombre que, de no haber estado ligado por un destino fatal a esa banda de hermanos —ya que no podía hacer desaparecer entera a toda su familia, ni enderezar los desvarios de su comportamiento—, no habría podido medirse con él ninguno de los más famosos emperadores.

[ACERCA DE JUAN ORFANOTROFO Y LOS OTROS HERMANOS DEL EMPERADOR]

[11] Pero así como no he visto que ninguno de los emperadores de mi tiempo —y tengo que decir que he contado a muchos a lo largo de mi vida, ya que la mayoría de ellos cambiaba con el año—, así como ninguno de éstos, como digo, gobernó el imperio libremente, sino que fueron malos gobernantes, unos por propia voluntad, otros por las amistades que tenían, otros por cualquiera de las circunstancias que suelen concurrir en estos casos, del mismo modo, aquél, aunque por sí mismo era bueno, resultó muy perjudicial debido a sus hermanos. Parecía que la naturaleza que los había engendrado a todos, mientras había sido generosa al repartir bondades con Miguel, había producido el efecto contrario en el resto de la familia. En efecto, cada uno de ellos pretendía ser el único de entre todos en tener derechos y no dejaba que existiera ningún otro hombre ni en tierra ni en mar, como si sólo ellos fuesen los únicos seres vivos en el mundo, y los cielos les hubieran repartido la tierra y el mar. Su hermano intentó refrenarlos en muchas ocasiones, y no sólo con consejos, sino con severas censuras y terribles represalias, esperando infundirles así un miedo atroz con sus amenazas, pero no consiguió gran cosa, pues el mayor de los hermanos, Juan, resolvía los problemas según la ocasión, bien aplacando la cólera de uno, bien reclamando para los otros libertad de acción. No obraba de esta forma porque secundara los propósitos de éstos, sino por la responsabilidad que tenía de velar por su familia.

[12] Sobre este hombre quiero que mi relato se extienda algo más. No diré nada falso y sin fundamento, ya que conozco a este hombre desde que todavía no me apuntaba la barba, le escuché hablar, estuve presente cuando tomaba sus decisiones y me hice una exacta imagen de su persona, de forma que conozco algunas cosas que redundan en su alabanza y sé de otras no tan nobles. Por el momento digamos que en él se mezclaban las siguientes virtudes: era de una viva inteligencia y más perspicaz que nadie que haya visto, algo que ya delataba simplemente su penetrante mirada; se hizo cargo con diligencia de los asuntos del Estado y no dejó nunca de demostrar su celo en este punto, de modo que adquirió cierta experiencia en todos los campos y sobre todo demostró su eficiencia y sagacidad en la política fiscal; y, como no quería causar daño a ninguna persona, pero tampoco que lo despreciara cualquiera, aunque no hizo mal a nadie, adoptó en público una pose severa con la que asustaba a muchos sin que la ofensa pasara de la mirada, pues la mayoría, aterrorizados por su aspecto, se abstenían de cometer malas acciones. Así que no sólo era el hermano del emperador, sino un auténtico baluarte suyo, ya que ni de día ni de noche dejaba de lado sus responsabilidades, sino que incluso, cuando en ocasiones se entregaba a los placeres, o participaba en banquetes, ceremonias y procesiones, no descuidaba las obligaciones que le correspondían. Ninguna cosa le pasaba inadvertida y no había ni una sola persona que quisiera ocultarle algo, pues todo el mundo vivía atemorizado y tenía miedo de su vigilancia, ya que a cualquier hora intempestiva de la noche salía de repente a caballo para inspeccionar todos los rincones de la Ciudad, recorriendo a la manera de un rayo todos los barrios habitados a la vez. Como todos esperaban su imprevista visita en cualquier momento, no se atrevían a salir y permanecían retirados, cada cual en la casa en que vivía, porque los intercambios de visitas habían sido suprimidos.

[13] Esto es lo que se podría alabar de él y, lo que sigue, lo que merecería censura. Era de natural versátil y siempre se adaptaba a las opiniones de sus interlocutores, cualesquiera que éstas fuesen. En una misma ocasión sabía mostrar las más diversas opiniones y así, mientras criticaba de lejos a cada uno de los que se presentaban ante él, cuando luego éstos se colocaban a su lado, los acogía con grandes muestras de benevolencia, como si los viera entonces por vez primera. Y siempre que alguien le hacía una importante revelación que podía incluso salvar al imperio, fingía conocerla desde hacía mucho tiempo para no tener que devolver favores y censuraba además al informador por su tardanza. De esta forma, mientras éste se retiraba avergonzado, él hacía frente a la contingencia cortando de raíz con castigos el mal que tal vez se estaba ya gestando. Quería llevar una vida regalada y principesca y hacer frente a los problemas como si fuera un emperador, pero se lo impedía el propio carácter, pues su naturaleza, para decirlo de algún modo, no conseguía ocultar su avidez congénita. Por ello, una vez que se entregaba a la bebida —pues éste era su flanco débil—, no tardaba en proferir toda suerte de indecencias, aunque ni siquiera entonces descuidaba sus responsabilidades de gobierno y, pese a todo, no distendía en ningún momento su ceño fiero y amenazante.

[14] Yo muchas veces, cuando me lo encontraba en los banquetes, me admiraba de que un hombre así, dominado por la bebida y la euforia, pudiera soportar el eje del poder de Roma. Cuando estaba borracho, escudriñaba hasta el más mínimo gesto de cada uno de los convidados y, como si los hubiera sorprendido en flagrante delito, les exigía luego responsabilidades y les juzgaba por lo que habían dicho o hecho mientras bebían, de forma que le tenían más miedo borracho que sobrio. Era una extraña mezcla aquel hombre. Antaño había vestido el hábito monástico, pero aunque ni en sueños se había cuidado de la decencia a él debida, fingía no obstante cumplir con todos los deberes propios de su estado prescritos por la ley divina y despreciaba por completo a los que llevaban una vida de disipación. Pero si por el contrario alguien abrazaba una vida recatada o vivía libremente de acuerdo con la virtud, o incluso cultivaba su espíritu con el estudio de la sabiduría profana, él se oponía a todos ellos por igual y no dejaba de hacer algo a cada uno para echar por tierra su empeño. Si ante los demás su comportamiento era así de extravagante, ante su hermano el emperador mantenía en cambio la misma actitud siempre, sin cambiarla ni alterarla, sino conservando ante él el equilibrio de carácter.

[15] De los cinco hermanos que eran en total[1], el emperador Miguel representaba por su carácter como la antítesis de los demás. Por su parte, el eunuco Juan, acerca del que acabo de hablar, ocupaba el segundo puesto en virtud después del emperador, aunque ni siquiera él podía compararse con los otros hermanos. De forma que, y para corregir lo que acabo de decir, comparado con sus tres hermanos Juan resultaba ser la antítesis del emperador por su manera de ser, pero si era con aquél con el que se le comparaba, entonces aunque quedaba muy por debajo de él, no dejaba pese a todo de presentar ciertas semejanzas, y es que ni siquiera a él le gustaba la maldad de sus hermanos, a pesar de que los quería más que a nadie y era incapaz de exigirles responsabilidades por lo que habían hecho. Es más, ocultaba todas sus acciones ilícitas y les dejaba cada vez más libertad de iniciativa con tal de que sus actos no fueran descubiertos por el emperador.

[ACERCA DE CÓMO EL EMPERADOR SE DISTANCIÓ DE ZOE]

[16] Pero dejemos en este punto lo que se refiere a los hermanos y que el relato se centre de nuevo en el emperador. Éste, aunque había mantenido hasta cierto punto una actitud muy favorable con la emperatriz, cambió de repente. Como tenía en efecto sospechas de ella, sospechas a las que daba pie su propia experiencia, le privó de toda la libertad de la que hacía ella gala hasta entonces. Le prohibió entonces las salidas habituales y la encerró en el gineceo sin permitir que nadie se presentase ante ella a no ser que lo autorizase aquel al que se confiaba su custodia, y eso después de verificar quién era, de dónde venía y para qué visitaba a la emperatriz. Mientras el emperador le imponía pues una custodia semejante, ella se exasperaba por todo esto, como es natural, pues había recibido un pago tan hostil como recompensa a sus muestras de favor. No obstante, se contenía y no consideraba adecuado oponerse a nada de lo que se había decidido, sobre todo porque aunque quisiera hacer algo, carecía de medios para reaccionar, privada como estaba de la guardia personal de la emperatriz y desprovista de toda autoridad. Así pues, ella evitaba actos irreflexivos tan típicos de la naturaleza femenina, como el dar rienda suelta a la lengua y perder el control de uno mismo. Por ello, ni recordaba al emperador la amistad y confianza que les unía antaño, ni se incomodaba con los hermanos porque la agobiaran y cubrieran de oprobios, ni miró nunca o despidió con acritud al que tenía la orden de vigilarla, sino que se mostraba afable con todos y, tal como suelen hacer los más hábiles oradores, se adecuaba a las circunstancias y a las personas.

[17] De esta forma actuaba la emperatriz, pero ellos no cambiaron ni un ápice su conducta con respecto a ella, sino que sentían un gran temor hacia esta mujer, como si se tratase de una leona que ha depuesto su ferocidad sólo por el momento, y así se defendían utilizando toda clase de muros y barreras. Pero mientras éstos la vigilaban con todos sus ojos, el soberano poco a poco dejó incluso de verla. Conozco varias explicaciones para esta actitud. En primer lugar, ya no podía tener relaciones con ella, pues la enfermedad que estaba latente en su interior había acabado por estallar, de forma que su constitución estaba muy afectada y su organismo se hallaba en malas condiciones. Además, la vergüenza le nublaba la vista y no era capaz de sostenerle la mirada, consciente de que había renegado de su amistad, roto la palabra dada y violado sus acuerdos. En tercer lugar, después de hablar con algunos santos varones de las cosas que había hecho para obtener el poder, éstos le dieron algunos preceptos para que se salvase su alma y él se abstuvo entonces de todo acto impuro, inclusive del ayuntamiento legítimo con su mujer. Había aún otra razón por la que temía acercarse a la emperatriz: las convulsiones de su cerebro se producían, no ya como antes a largos intervalos, sino que le sobrevenían perturbaciones cada vez más frecuentes, bien fuese porque algún factor externo le alterase, bien porque la enfermedad de su interior sufriese alguna mutación. Y así como no sentía vergüenza ante los demás cuando se producían estas convulsiones, se abochornaba en presencia de la emperatriz. Y puesto que la enfermedad le asaltaba de forma imprevista, se mantenía siempre a resguardo de aquélla para no avergonzarse si ella lo veía.

[ACERCA DE LA ENFERMEDAD DEL EMPERADOR Y LA ADMINISTRACIÓN DEL ESTADO]

[18] Por este motivo dejó de hacer salidas frecuentes y ni siquiera tenía valor para encontrarse con la gente. Pero cuando quería celebrar audiencias o cumplir con cualquier otra de las obligaciones habituales del poder, entonces las personas que estaban encargadas de observarle y protegerle tendían unos velos de púrpura a ambos lados del trono y cuando veían que al emperador, o bien se le desviaba un poco la vista, o la cabeza se le inclinaba hacia delante, o que aparecía cualquier otro síntoma que indicara que iba a dar comienzo el acceso, entonces ordenaban a los presentes que salieran enseguida, al tiempo que corrían las cortinas y lo trataban en su propia habitación. Si el acceso le sobrevenía rápido, más rápido aún volvía a restablecerse y no había ningún síntoma de la enfermedad que le dominase después, sino que recuperaba libremente la plena consciencia. Cuando marchaba a pie o a caballo, le escoltaba una guardia todo en derredor suyo, de forma que cuando le sobrevenía la convulsión, lo mantenían a resguardo formando en círculo y así lo atendían. Muchas veces se le vio caer del caballo. Cuando en una ocasión cruzaba a caballo un torrente de agua, le sobrevino en ese momento la enfermedad y como los escoltas, confiados, se habían alejado un poco por un instante, él se cayó de repente de la silla y la multitud le vio allí, sobre tierra, presa de espasmos. Ninguno se atrevió a alzarlo, antes bien todos se lamentaban y compadecían al emperador por su desgracia.

[19] De los sucesos que vienen a continuación, nuestra narración dará cuenta cuando corresponda, pero veamos ahora actuar al emperador en pleno dominio de sus facultades, del mismo modo que lo acabamos de ver presa de la enfermedad. En los intervalos que le dejaba la enfermedad, cuando estaba en su sano juicio, se entregaba por completo a las responsabilidades de gobierno, no sólo garantizando la buena administración de las ciudades situadas en el interior de nuestras fronteras, sino conteniendo también las expediciones emprendidas contra nosotros por los bárbaros que nos rodean, bien mediante embajadas, bien mediante presentes, bien incluso con el envío de tropas año tras año. Nadie transgredía los acuerdos, ni quien asumía el poder en Egipto, ni quien dirigía los contingentes persas, pero es que ni siquiera el babilonio o alguna otra de las más recónditas naciones manifestaban hostilidad alguna[2], sino que los unos se reconciliaron completamente con nosotros y los demás, temerosos de la intervención del emperador, contenían a sus tropas por miedo de que les pasara algo. Confió a su hermano Juan la supervisión y control de las finanzas públicas y puso a su disposición la parte más importante de la administración civil, pero él gestionó lo demás personalmente, ocupándose en parte de los asuntos administrativos, y a la vez organizando y reforzando el potencial del ejército, verdadero nervio del poder romano. Mientras su enfermedad, desde que comenzó, no dejaba de progresar hacia su clímax final, él se hacía cargo de todo como si ningún mal le atenazase.

[20] Cuando su hermano Juan lo vio consumirse poco a poco, temió por él y por toda su familia y por que el imperio, entrando en crisis una vez partido el emperador de la compañía de los vivos, se olvidase de él, convirtiéndole en fácil presa de numerosos intrigantes. Toma en consecuencia una decisión, muy sensata según parecía, pero en realidad llena de riesgos, tal como demostró el desenlace posterior de los acontecimientos, pues a raíz de ella se hundió su barco con toda la tripulación y, por así decirlo, perecieron todos de una muerte funesta y terrible. Pero de esto hablaremos después. Así pues, Juan, como si lo viera todo perdido, a espaldas de los hermanos empieza a apremiar al emperador con palabras más persuasivas que veraces. Un día, llevándoselo a él solo, aparte de los demás, le dirige un discurso lleno de circunloquios. Lo inicia con una serie de consideraciones previas que fuercen al emperador a preguntarle por su sentido. «Que cuanto yo hice», dice, «no fue por servirte como a un hermano, sino como a mi señor y emperador, lo sabe el cielo, y lo sabe la tierra toda, y tú mismo no podrías negarlo. Y que, en cuanto a raciocinio, sentido del Estado y beneficios aportados, estoy, por decirlo prudentemente, algo por encima del resto de la familia, tú mismo deberías saberlo antes que nadie. Por ello no sólo sirvo al presente de tu trono, sino que estoy conservando su futuro libre de conspiraciones, y aunque no puedo poner freno a las habladurías del pueblo, pretendo que los ojos de todos no se fijen en nadie más que en ti. Por lo tanto, ya que te he dado verdaderas garantías de mi afecto hacia tu persona y de mi correcta gestión de la administración, no debes rechazar ahora esta consideración que te voy a hacer. Pero si lo haces, entonces yo me callaré y no diré ahora cuál es el final al que están abocados nuestros intereses, para no dejarte preocupado cuando me retire».

[21] Ante estas palabras el emperador se sintió confuso y le preguntó qué es lo que pretendía con esto y cuál era el propósito de su discurso: «Deja por el momento», dijo, «lo de tu afecto hacia mí, pues es cosa sabida». Él toma entonces la palabra y dice: «No creas, emperador, que ha pasado desapercibido a los oídos de la gente, o a sus propios ojos, que padeces una enfermedad manifiesta y recóndita a un mismo tiempo. Que no te sobrevendrá de ella consecuencia alguna es algo que sé perfectamente, pero las lenguas de los hombres no dejan nunca de fabricar rumores sobre tu muerte. Temo pues que, pensando que vas a morir en breve, se subleven contra ti y, poniendo a uno de ellos a su frente, lo sienten en tu trono. De forma que en lo que me concierne a mí y en general a toda nuestra familia, estoy poco preocupado, pero en lo que respecta a ti, temo que un emperador, a pesar de ser tan bueno y justo, pueda llevar las riendas del poder de forma irreflexiva, de modo que, aun cuando logre escapar al mal que le atenaza, no pueda sustraerse a una crítica: la de no haber previsto el futuro». Ante esto el emperador, ya más predispuesto, le responde: «¿Pero cómo prevenir todo esto? ¿Cómo pondremos freno a las habladurías del pueblo y, digámoslo así, a sus propósitos de usurpación?».

ACERCA DE LA ADOPCIÓN DE MIGUEL POR PARTE DE LA AUGUSTA Y DE SU CORONACIÓN COMO CÉSAR

[22] «De una forma fácil y rápida», dice Juan. «Si no hubiera muerto nuestro hermano, tú le habrías procurado la segunda dignidad del imperio, la de César, pero puesto que la muerte nos lo arrebató, que sea entonces Miguel, el hijo de nuestra hermana, al que has confiado ya el mando de tu guardia personal, el que merezca esta posición[3]. Te servirá entonces más que ahora y sólo en su título medirá su fortuna, pues en lo demás te tratará como si fuera un esclavo que ocupa la última dignidad del imperio». De este modo convence por lo tanto a su hermano con esta persuasiva argumentación. Una vez que conciertan su propósito, deliberan en segundo lugar acerca de cómo llevarlo a cabo. También en este aspecto Juan es el que hace las sugerencias. «Sé, emperador», dice, «que el imperio pertenece por derecho hereditario a la emperatriz y que toda la opinión pública está muy predispuesta hacia ella, tanto por ser mujer y heredera del poder, como porque se ha congraciado la voluntad de muchos gracias a la generosidad de sus donativos. Convirtámosla entonces en madre de nuestro sobrino para que la relación que establezca con él sea lo más honorable posible. Hagamos que ella, al mismo tiempo que adopta a Miguel, le ascienda a la dignidad y al titulo de César. Sin duda no nos desobedecerá, pues ella es de ánimo dócil y no tiene el más mínimo motivo para oponerse».

[23] El emperador aprueba este plan. Exponen entonces a la emperatriz sus proyectos y la convencen con facilidad, haciendo que enseguida se muestre dispuesta a llevar a cabo sus propósitos. Convocan luego una gran ceremonia pública y reúnen a todos los dignatarios en el templo de las Blaquernas[4]. Una vez que el recinto sagrado está lleno, hacen entrar a la emperatriz y madre junto con su hijo adoptivo, cumpliendo así lo que pretendían. Mientras ella acoge a Miguel como su hijo desde el exterior de la cancela del altar, el emperador le rinde honores y homenaje como hijo de la emperatriz y lo asciende a la dignidad de César. Los allí reunidos realizan en ese momento la aclamación. Luego se lleva a cabo para la proclamación del César todo lo que suele decirse o hacerse en esas ocasiones. Se disuelve entonces la reunión. Juan, como si lo hubiera conseguido todo al haber llevado el poder a su familia, no sabía cómo administrar la alegría que le desbordaba.

[24] Este suceso se convirtió en comienzo de grandes males por venir y lo que parecía fundación de un linaje se convirtió en la ruina de todos ellos, como mostrará a continuación el relato. Las personas del entorno del emperador, después de haber dispuesto así las cosas y colocado a este joven César en el umbral del trono, como si fuera a heredar enseguida el poder una vez que el emperador fuese derrotado por la triunfante enfermedad, ya no se preocuparon más de la continuidad del poder, pensando que se habían asegurado todo para el futuro. El emperador por su parte, no sé si porque enseguida se arrepintió de lo sucedido, o porque de algún modo cambió de opinión respecto a su sobrino, no lo trataba como a un César, ni lo consideró mejor que a la mayoría y ni siquiera le daba el tratamiento que le correspondía, sino que sólo respetaba los símbolos de su rango.

[ACERCA DEL CÉSAR MIGUEL Y SUS PADRES]

[25] Yo lo vi permanecer en pie, aparte, entre los dignatarios imperiales, esperando que los demás dijesen al emperador algo positivo sobre él. Pero ni siquiera compartía mesa con el emperador, a no ser ocupando el puesto de César en los banquetes oficiales. Si en alguna ocasión se disponía para él una solemne parada de lanceros para preservar en parte la imagen debida al César, ello era a ocultas y por iniciativa de los hermanos del emperador. En efecto, aquéllos, puesto que temían por la vida de su, hermano y habían depositado sus esperanzas en su sobrino, proporcionaban a éste, entre solícitos y aduladores, un séquito propio de un emperador y hacían por lo demás todo lo posible para reservarse en el futuro parcelas de poder y gestión. Por este motivo le asignaron una residencia, pero no en Constantinopla, sino que se la fijaron un poco fuera de la Ciudad. En apariencia habían acordado esto con el pretexto de rendirle grandes honores, pero en realidad no era esta situación sino una deportación disfrazada, pues no entraba y salía luego cuando quería, sino según se le ordenaba, de forma que ni en sueños pensaba que pudiera obtener algún favor de su tío.

[26] Ahora bien, este hombre, por decir también algo sobre él, era por su ascendencia paterna de una extracción muy humilde y absolutamente oscura, pues su padre procedía de alguna zona desértica o tierra remota, no sembraba ni cultivaba campo alguno porque no disponía de la más pequeña parcela y ni siquiera guiaba una boyada, pastoreaba rebaños o conducía las manadas a los pastos. En definitiva, no tenía ni se le conocía otro medio de vida. Había dirigido su atención al mar, pero no para ser mercader o navegante, ni para guiar como práctico por un salario a los que zarpaban o entraban en puerto, sino simplemente porque había perdido todas sus esperanzas en tierra y se había vuelto al mar. El hombre se labró una importante posición en la construcción naval, pero no talando árboles ni desbastando luego las maderas para piezas de navío, ni ajustándolas o ensamblándolas, sino que después de que otros las hubieran ensamblado, él mismo se encargaba entonces de embadurnar con pez las piezas ensambladas, de forma que una nave no era botada al mar después de ensambladas sus partes si él con su técnica no decidía previamente cuándo estaba a punto.

[27] Yo mismo lo vi cuando ya había cambiado su suerte y se había convertido en juguete de la fortuna[5]. Nada en él era adecuado o concorde con la solemnidad de una parada, ni el caballo, ni sus vestidos, ni ninguna otra de las cosas que pueden transformar a un hombre. Por el contrario, del mismo modo que alguien que, siendo un pigmeo, quiere ser un Hércules y pretende adoptar la apariencia de aquél, queda más en evidencia por su disfraz, envuelto en la piel de león pero agobiado por el peso de la maza, así en él todo producía el efecto contrario.

[28] Esto en lo que se refiere a la familia del padre, pero si alguien quisiera trazar su genealogía materna, dejando aparte a su tío, no encontraría mucha diferencia con su linaje paterno. Tales eran pues aquellos de los que él había nacido. Pero en cuanto a él, en lo que respecta a dignidad, porte aristocrático y clase, al menos en apariencia, estaba muy lejos de parecerse a sus progenitores. Era más hábil que nadie a la hora de esconder el fuego bajo las cenizas, quiero decir, una perversa intención detrás de un propósito benevolente, pero también era capaz de concebir y decidir proyectos aberrantes. A sus benefactores les correspondía con suma deslealtad y no sabía agradecer a nadie ni su amistad ni las muestras de dedicación o devoción que le profesaba. No obstante, la doblez de su carácter le permitió ocultar por completo su forma de ser. En efecto, una vez que alcanzó la posición de César, supo mostrarse paciente durante no poco tiempo, mientras que, sin que nadie lo advirtiera, se representaba a sí mismo en hábito imperial y trazaba como por anticipado aquello que había decidido hacer después. Así, ya arremetía contra toda su familia, como decidía acabar con todos aquellos que le habían hecho favores y contribuido a que obtuviera la dignidad de César, ya descargaba su furia contra la emperatriz, como asesinaba a algunos de sus tíos y mandaba al exilio a los demás; y mientras concebía todos estos planes en su interior, fingía por fuera que su afecto hacia ellos era cada vez mayor. Con el eunuco Juan, cuantas más insidias y secretas asechanzas tramaba contra él, más pérfidas eran las falsedades que fabricaba, pues se presentaba ante él con hábito humilde, le llamaba su dueño y señor y simulaba poner en él todas las esperanzas de su vida y su salvación.

[29] Aunque los artificios del César pasaron inadvertidos a los demás y permanecieron en secreto los designios ocultos de su alma, por lo menos Juan, que estaba aún más atento a la hora de observar que el César a la de fingir, sospechó todo lo que ocurría, pese a que no consideró adecuado cambiar rápidamente los planes respecto a él y se reservó el momento de actuar para una ocasión más adecuada. Pero esto, a su vez, no escapó al César. De forma que habían tomado posiciones uno frente al otro y mientras mantenían en secreto sus asechanzas, fingían tenerse mutuo afecto entre ellos. Así, cada uno de ellos creía que sus planes pasaban inadvertidos al otro, pero ninguno de los dos ignoraba cuáles eran los del otro respecto a él. No obstante, Juan se dejó atrapar por el César, pues no supo sacar el máximo partido a su sagacidad, ya que, por aplazar el momento de la relegación o deposición del César, tuvo que expiar el grueso de las desgracias que se abatieron luego sobre su casa, tal como mostrará más adelante el relato.

[30] Yo, que estoy acostumbrado a atribuir a la Divina Providencia el gobierno de los asuntos de mayor transcendencia y que incluso hago depender de ella todas las demás cosas que se producen, siempre que nosotros no invirtamos el orden natural, considero que también fue obra de la Providencia y del gobierno celeste el que la sucesión del emperador no recayera en cualquier otra persona de la familia, sino precisamente en este César, el instrumento del que supo servirse la Divinidad para exterminar a toda su familia. Pero de esto se hablará posteriormente.

[ACERCA DE LA RELIGIOSIDAD DEL EMPERADOR]

[31] El emperador, mientras tanto, presentaba ya un cuerpo anormalmente hinchado y era evidente a ojos de todos que padecía hidropesía. Además de otros medios que utilizó para conjurar la enfermedad, como prácticas de expiación y actos de purificación, construyó sobre todo un fastuoso templo a los Santos Anárguiros, situado un poco antes de llegar a las murallas de la Ciudad, hacia el Sol Oriente, aunque no puso todos los fundamentos, sino que amplió los cimientos existentes[6]. Había allí en efecto un santuario sin prestigio alguno y que no destacaba por su arquitectura. Él embelleció la estructura de este edificio, le dotó de un recinto exterior, lo rodeó con muros y le dio esplendor construyendo nuevos edificios, para asi convertirlo en un santuario de ascesis que eclipsó prácticamente todos los esfuerzos y medios invertidos por los anteriores emperadores al fundar templos dedicados a la divinidad. Hizo que la altura y la profundidad se correspondiesen de forma proporcionada y a la armonía de su arquitectura añadió una indescriptible belleza, pues engastó en muros y pavimento las piedras más preciosas, hizo que todo el templo deslumbrara con mosaicos de oro y frescos y lo decoró, donde era posible, con iconos que se diría estaban llenos de vida. Además, con esta iglesia supo combinar, por así decirlo, en equilibrada mezcla, las delicias de los baños, la abundancia de las aguas, la belleza de los prados y todas las demás cosas que son capaces de regocijar la vista y conducir todos los sentidos hacia los objetos que les son propios.

[32] Hacía esto, en parte para rendir honores a la divinidad, y en parte para propiciarse a Sus Servidores y que éstos curaran, si había algún medio, sus entrañas hinchadas. Pero no consiguió nada, pues se había cumplido el término de sus días y su organismo estaba ya quebrantado. Cuando renunció por completo a esta esperanza, se preparó entonces para afrontar el Juicio futuro y se dispuso a partir dejando su alma libre de todas las impurezas que se le habían agregado.

[33] Dicen algunas personas no muy favorables a su familia y que más bien emiten sus juicios según sus simpatías, que antes de que Miguel empuñara el cetro, unos ritos secretos le empujaron hacia él, pues tuvo visiones de espíritus aéreos que secretamente le prometieron el poder y le reclamaron a cambio como pago que negase a Dios. Dicen que fueron estas borrascas las que le agitaron y zarandearon, empujándole a estas prácticas de expiación. Si esta historia fuese verdad, lo sabrían sólo los que participaron con él en esas prácticas y propiciaron las visiones, pero si es falsa, entonces prevalecería de nuevo mi enfoque. Sé que los hombres tienen por costumbre inventar historias y no me dejo llevar fácilmente por las calumnias del vulgo, sino que primero pongo a prueba lo que se me dice y sólo entonces puedo dar crédito a lo sucedido.

[34] Me consta por otra parte que este hombre, después de acceder al trono, demostró toda su piedad, no sólo frecuentando los sagrados templos, sino tratando además a hombres de filosofía, de los que era especialmente devoto. Por filósofos me refiero, no a los que investigan la esencia de las cosas ni a los que indagan acerca de los principios del mundo sin preocuparse de los principios en los que se basa su propia salvación, sino a aquellos que han despreciado el mundo y viven con las realidades que lo transcienden[7]. De entre los que abrazaron este tipo de vida ¿acaso hubo alguno del que él no tuviese noticia? ¿Qué tierras o mares, qué hendiduras en las rocas o cavidades ocultas de la tierra no exploró para sacar a la luz a alguno de los que se ocultan en estos sitios? Y cuando los encontraba y conducía a Palacio ¿qué honores dejó entonces de rendirles? ¿No les lavaba los pies cubiertos de polvo? ¿No les abrazaba luego y besaba lleno de alegría? ¿No se cubría entonces en secreto con sus andrajos y acostándolos en el lecho imperial él mismo se tendía sobre un jergón a sus pies, dejando reposar su cabeza sobre una gruesa piedra? Estas y otras cosas admirables hacía el emperador y si las mencionamos aquí no es porque quiera escribir un encomio de él, sino en mi condición de simple historiador de los hechos.

[35] Mientras que la gente suele rehuir el contacto con aquellos cuyo cuerpo corrompió la lepra, éste daba muestras de su grandeza de ánimo al visitarles y posar incluso su rostro sobre las llagas de sus cuerpos. Luego los estrechaba entre sus brazos y les atendía lavándoles, como si se viera reducido a la condición de un esclavo ante sus señores. Que esto, que dije a modo de digresión, baste pues para sellar las bocas de los maldicientes y que el emperador quede libre de sus calumnias.

[36] El emperador, para propiciarse a la divinidad, recurría por lo tanto a toda clase de prácticas piadosas y a la compañía de espíritus puros. De forma que una parte no pequeña de los tesoros imperiales fue utilizada para construir por todo el continente conventos destinados tanto a monjes como a monjas. Erigió además un nuevo edificio oficial al que dio el nombre de Asilo de Menesterosos, en el que invirtió una gran cantidad de dinero en beneficio de los que escogieron la vida ascética. Y como no dejaba de concebir un proyecto tras otro, pensó también en lo siguiente a fin de salvar a las almas perdidas. Puesto que a la Ciudad acudía un gran número de heteras, no intentó siquiera disuadirlas mediante palabras —pues este género de mujeres es sordo ante cualquier práctica redentora—, pero tampoco intentó reprimirlas con ninguna medida para que no pareciera que recurría a la violencia, sino que fundó un centro de ascesis en la ciudad imperial, deslumbrante por su belleza y enorme por sus dimensiones, y proclamó entonces mediante un decreto a cuantas comerciaban con la belleza de su cuerpo —como si fuera un heraldo de poderosa voz—, que si alguna de ellas decidía abandonar esta práctica y vivir en la abundancia, que se cobijara allí, vistiera el hábito divino y no temiera que le faltase nada para vivir, pues ‘sin sembrar ni arar les germinarán todos los frutos[8]. Como consecuencia, un gran enjambre de aquellas que suelen vivir en los burdeles se dirigió hacia allí y cambiaron sus costumbres junto con el hábito para enrolarse así como nuevas reclutas de la virtud al servicio de la milicia de Dios.

[37] Pero el emperador no se detuvo tampoco aquí, sino que, dispuesto a ganarse la salvación de su alma, se puso en manos de cuantos se han consagrado a Dios y envejecido en la ascesis, en la idea de que estas personas hablaban directamente con Dios y todo lo podían. A unos les entregaba su alma para que la formasen o reformasen, mientras que de otros exigía garantías de que intercederían por él ante Dios y se le perdonarían sus pecados. Esta circunstancia precisamente aguzó contra él la lengua de personas malintencionadas, aunque sobre todo contribuyeron a ello ciertos escrúpulos de algunos monjes. En efecto, no todos aceptaron sus proposiciones, sino que la mayoría mostró reticencias ante ellas temiendo que el emperador hubiese hecho algo prohibido y se avergonzase de confesarlo, haciéndoles así transgredir la palabra de Dios. Pero todo quedaba en sospechas mientras que evidentes eran su anhelo y deseo de obtener remisión de sus pecados terrenales.

[ACERCA DE LA SUBLEVACIÓN DE LOS BÚLGAROS]

[38] Sé muy bien que muchos que han seguido el rastro de su vida en las crónicas de entonces, quizás puedan contar una versión algo distinta de la nuestra, pues en aquellos tiempos predominaban las suposiciones tendenciosas. No obstante yo me vi implicado en estos mismos sucesos y algunos de los que le trataron más de cerca me informaron de los aspectos más reservados de la historia, de forma que soy un juez imparcial de lo ocurrido, a menos que alguien me censure porque cuento lo que he visto y escuchado. Ahora bien, si la mayor parte de las cosas que he dicho hasta ahora pudiera quizás abrir la puerta a la maledicencia de personas malintencionadas, de lo que me dispongo a decir no sé si alguien podría cuestionar su veracidad. Dado que sería largo enumerar cuántas decisiones y medidas tomó aquél tanto en las revueltas internas como en las guerras contra los pueblos extranjeros, voy a seleccionar sin embargo sólo una de entre todas, me refiero a la lucha contra los bárbaros que expondré de forma sintética y abreviada.

[39] El pueblo de los búlgaros había pasado a formar parte del dominio de los romanos a costa de numerosos peligros y combates cuando Basilio, aquel astro de soberanos, hizo con ellos, como se suele decir, una presa tan fácil como la de Misia[9] y les quitó todo su poder. Pero aunque entonces se encontraron en un estado de postración absoluta y tuvieron que apoyarse en la potencia de Roma, soportaron por poco tiempo una derrota así y se dispusieron a regresar a su primitiva arrogancia. Pese a que no daban por el momento muestras de rebelarse, cuando llegó alguien dispuesto a alentar su coraje, ellos se situaron de inmediato en el bando enemigo.

[40] Lo que les incitó a cometer un acto tan insensato fue un hombre portentoso, tal como ellos le juzgaban, de su propia nación, sin un linaje que merezca recordarse, pero con una inteligencia muy versátil y capaz de arrastrar a sus compatriotas a sus maquinaciones. Su nombre era Doliano, pero no sé si heredó de su padre este apellido o si él mismo se dio este sobrenombre. Este hombre, cuando comprendió que toda la nación estaba dispuesta a rebelarse contra los romanos, pero que al carecer de alguien que los gobernase y los condujese a esta empresa, no pasaban más allá de los propósitos, empieza a intentar demostrar que es el más capacitado para la empresa, el más prudente a la hora de tomar decisiones y el más preparado para conducir una guerra. Una vez que con ello consiguió captar sus voluntades, sólo le fue preciso entonces tener un noble linaje para que lo eligieran como su caudillo —pues los búlgaros tienen por costumbre confiar el mando de su nación a los que son de linaje real—, y puesto que sabía que la tradición y la ley lo imponen, se presenta como descendiente de aquel famoso Samuel y de su hermano Aarón, que no hacía mucho habían gobernado como reyes a todo su pueblo[10]. No se acredita sin embargo como descendiente legítimo del tronco real, sino que muestra o finge que es vástago lateral de ese mismo tronco y así los convence con facilidad. De esta forma, alzándole sobre el escudo, le ponen el poder en sus manos. Entonces revelan abiertamente las intenciones que albergaban e inician su secesión. Sacudiéndose de su cerviz el yugo del poder romano sancionan así su libertad e independencia, dando comienzo entonces a sus incursiones de pillaje contra el territorio de Roma.

[41] Si los bárbaros hubieran iniciado esta insensata intentona nada más ascender el emperador al trono, no habrían tardado en saber de qué madera era el emperador al que se enfrentaban, pues en aquel entonces estaba en la plenitud de su forma física y afrontaba con energía los peligros. Para él no habría supuesto ningún esfuerzo coger enseguida las armas y marchar con sus mejores generales contra el país de los búlgaros para enseñarles a no hacer tan rápido defección de Roma. Pero puesto que el parto de la revuelta se produjo cuando se estaba consumiendo y la salud de su organismo se encontraba ya irremediablemente quebrantada, cuando el más leve movimiento le causaba dolor y tenía incluso grandes dificultades para vestirse, a los bárbaros les pareció adecuado hacer como una puesta en escena de su usurpación y divertirse con esta parodia, aunque fuese por breve tiempo, hasta que el fervor de su alma y su noble afán de emulación devolvieran al emperador inesperadamente la salud y lo pusieran en pie, dispuesto a marchar de nuevo contra sus enemigos.

[42] Cuando Miguel escuchó lo ocurrido, antes incluso de que el mensajero terminara de leer el discurso, quiso marchar enseguida en guerra contra ellos, poniéndose él mismo al frente de toda la formación. El cuerpo, no obstante, se le resistía y la enfermedad le empujaba a adoptar una decisión contraria. Los miembros del senado se oponían por su parte frontalmente a sus proyectos y los familiares le rogaban que ni siquiera saliera de la Ciudad, pues no lo consideraban adecuado. Él se sentía impotente y sólo bullía de impaciencia por iniciar la guerra contra los búlgaros. Consideraba algo terrible que, como él acostumbraba a decir, sin haber conseguido siquiera incrementar en nada el territorio del imperio de los romanos, se le arrebatara parte de él. Sospechaba que Dios y los hombres le juzgarían si permanecía ocioso ante lo sucedido, tolerando, sin hacer nada en contra, que los búlgaros hicieran defección de Roma.

[43] Esta idea torturaba al emperador todavía más que sus sufrimientos físicos, pero el mal que ella le causaba producía en él el efecto contrario al de éstos, pues si la enfermedad le hinchaba el cuerpo, el sufrimiento ante lo que sucedía lo contraía y vaciaba, de manera que aquél se veía desgarrado por dos enfermedades opuestas. En consecuencia, antes que a los bárbaros, tiene que vencer la resistencia de las gentes más allegadas a él y logra así un verdadero triunfo sobre su familia, sobre sus amistades y sobre sí mismo cuando, devolviendo el vigor a su cuerpo enfermo gracias al ímpetu de su alma, se dispone para la guerra confiándose a Dios. Da comienzo a una deliberación, luego fija un objetivo y hace todo para conseguirlo, pero no para salir precipitadamente sin orden alguno, sino haciendo primero los preparativos que requiere el ejército y que no voy a enumerar aquí. No moviliza entonces a todo el ejército ni confía en su superioridad numérica[11], sino que escoge los contingentes mejor preparados y a los generales más experimentados en el mando y con éstos marcha contra los escitas[12]. Marcha entonces en formación, disponiendo su falange según las reglas de la estrategia.

[44] Cuando llega a la frontera de los búlgaros, establece su campamento en un lugar adecuado y comienza antes que nada con las deliberaciones. Enseguida decide entablar combate con ellos, decisión verdaderamente increíble y que llenaba de incertidumbres a todos los allí presentes. Pues si de noche el emperador precisaba de atención médica y apenas le quedaba un soplo de vida, cuando se hacía de día se incorporaba de repente, como si alguien le hubiese devuelto las fuerzas, montaba a caballo, se sujetaba con fuerza a la silla, marcaba el paso al caballo manejando con habilidad las riendas y luego continuaba cabalgando, guiando con una sola mano los dos cabos anudados. Para los que lo veían era como un prodigio.

ACERCA DE LA HUIDA DE ALUSIANO A BULGARIA

[45] Mientras que la guerra todavía se demoraba, sucedió una cosa realmente prodigiosa, tanto casi como el comportamiento del emperador. El más gentil de los hijos de Aarón —éste había sido en tiempos rey de los búlgaros—, llamado Alusiano[13], una persona de un carácter agradable, de brillante ingenio y condición distinguida, se convierte en causa determinante de la victoria del emperador, pero no porque lo quisiera, sino cuando pretendía justamente lo contrario. Pero Dios que lo empujó, convirtió en una victoria para el emperador acciones de signo contrario.

[46] Este Alusiano no disfrutaba de mucho predicamento ante el emperador, ni era miembro del senado, ni le alcanzaba distinción alguna, sino que se le había ordenado permanecer en sus posesiones y no dirigirse a Bizancio a menos que el emperador autorizase su ingreso. Esta situación le tenía abatido y contrariado, pero no había nada que pudiese hacer por el momento. Pero cuando se enteró de lo que sucedía en su pueblo y que, al carecer de linaje real, habían elegido como su rey a un bastardo que era además un falsario, concibe entonces un golpe lleno de audacia. Abandona a sus hijos, renuncia al afecto de su mujer y, sin confiar a ninguno de ellos su propósito, sino a unos pocos de sus hombres que sabía que eran audaces y dispuestos a empresas temerarias, planea una audaz marcha casi desde el extremo Oriente hasta Occidente. Para que no se supiera y no fuera descubierto por los de la Ciudad, se disfraza completamente, no quitándose simplemente algunas ropas y quedándose con otras de su vestimenta habitual, sino caracterizándose al modo de un mercenario. Así pudo pasar desapercibido a ojos de todos.

[47] Como él mismo me dijo más tarde, se encontró en dos o tres ocasiones en la Gran Ciudad con quien suscribe estas líneas. Era en efecto este hombre un conocido mío y me saludaba con afecto, pero ni aun así lo reconocí, como tampoco lo hizo ningún otro de aquellos a los que él se aproximó. Consiguió pues escapar a los mil ojos del poderoso Orfanotrofo y ni éste le pudo capturar. Pero aunque desapareció de repente, activó la vigilancia de las autoridades, por si era posible encontrarlo y detenerlo. Y así, por decirlo de algún modo, escapó a los ojos de todos y llegó a tierra de los búlgaros. Sin embargo, no se muestra enseguida a la gente, sino que aborda a algunas personas por separado, habla de su padre como si de otra persona se tratase, ensalza su linaje y se informa de si, en el caso de que alguno de los hijos de aquél se presentase allí, los sublevados lo preferirían a él como legítimo en vez de al bastardo, o por el contrario, puesto que este último estaba al frente del poder, a aquél lo considerarían poco menos que como a un piojo.

[48] Cuando vio que todos preferían al hijo reconocido antes que al dudoso, se atreve entonces a revelarse con gran secreto a una persona de éstas, que sabía con certeza que era ferviente partidaria de su familia. Aquél, posando enseguida su mirada sobre él, pues lo había conocido bien, reconoce sus rasgos y cae de rodillas ante él para besarle los pies. Exige entonces que le muestre cierta señal secreta, para así disipar por completo sus dudas. Se trataba de un lunar negro que se extendía por su codo derecho y que estaba cubierto por una mata de espeso pelo. Cuando también lo ve, entonces se abraza a él todavía más y le besa el cuello y el pecho. Ambos actúan entonces con gran habilidad y consiguen difundir la noticia abordando por separado a diferentes personas, de forma que la mayoría cambió su apoyo en favor del descendiente legítimo. La monarquía se convirtió así en algo semejante a una poliarquía, en la que unos preferían a éste y otros a aquél. Pero luego ambos bandos llegaron a un acuerdo y reconciliaron a los dos caudillos, que en adelante compartieron mesa y trataron los asuntos en común, aunque cada uno sospechaba del otro.

[49] Pero Alusiano se anticipa a las intrigas de Doliano y lo hace detener de repente, sacándole los ojos y cortándole la nariz, todo con el mismo cuchillo de cocina. Así, el pueblo escita se reúne de nuevo bajo un solo poder[14]. Pero Alusiano no se pasa enseguida al bando del emperador, sino que por el momento, agrupando sus fuerzas, marcha contra él. Una vez trabado el combate, es derrotado, aunque huye y consigue salvarse. Dándose cuenta entonces de que no resultaría fácil enfrentarse en el campo de batalla con el emperador de los romanos, y acordándose de sus seres más queridos, hace saber en secreto al emperador que si obtuviese su clemencia y alguna dignidad honorífica, se pondría a su servicio, él y todo lo que de él depende. El emperador acepta la propuesta y celebra una entrevista con él, como quería, todavía más secreta. De esta forma, cuando por segunda vez se presenta para entablar combate, abandona de repente su propia falange y se pasa al bando del emperador[15]. El soberano le concede el más alto honor y le hace marchar a Bizancio, mientras al pueblo búlgaro, desgarrado ya por tantas guerras e incapaz todavía de encontrar un caudillo, lo pone en fuga, lo derrota en batalla y lo somete de nuevo al imperio, contra el que se había sublevado. El emperador regresa triunfante a Palacio, conduciendo numerosos prisioneros, que eran además las personas de más distinción entre los búlgaros. Entre ellos estaba también el bastardo que los había acaudillado, con la nariz mutilada y las cuencas de sus ojos vacías.

[50] Así pues, entra en el recinto de la ciudad triunfalmente. Todo Bizancio acude a recibirle. Yo mismo vi al emperador entonces, zarandeado por el caballo que lo conducía, como si fuese un cadáver en un cortejo fúnebre. Los dedos que sujetaban las riendas parecían los de un gigante, pues cada uno de ellos tenía el grosor y el tamaño de un brazo, hasta tal punto había avanzado el mal en sus entrañas. En cuanto a su rostro, no conservaba huella alguna de semejanza con sus anteriores rasgos. Y así, conducido hasta el Palacio, marcha al frente de un espléndido triunfo, habiendo hecho desfilar a los prisioneros por en medio del hipódromo, demostrando a los romanos que la voluntad resucita a los muertos y el noble afán de emulación permite superar las debilidades del cuerpo.

[51] Pero no podía vencer indefinidamente a su naturaleza, ni ser más fuerte que la enfermedad o dominarla, y ésta, poco a poco, se abría paso larvadamente, llevándolo al encuentro del fatal desenlace. Las personas del entorno del emperador al principio intentaban ocultar su situación y deliberaban acerca de la administración del Estado, para evitar que se introdujesen cambios, pero cuando la noticia de su enfermedad se difundió por todas partes y recorría ya la Ciudad entera, dejaron de lado las decisiones que habían tomado y sólo deliberaban y pensaban de qué modo evitar que se les escapase el control del poder. Esto en lo que respecta a ellos.

ACERCA DE LA TONSURA DEL EMPERADOR

[52] El emperador por su parte buscaba, antes que la mudanza del cuerpo, otro tipo de mudanza más espiritual. Rechaza así el imperio del que en breve iba a separarse y, colocándose por encima de todo vínculo terrenal, muda su estado para consagrarse a Dios. Para no ser turbado en este tránsito, una vez dado su voto a Dios, abandona el Palacio y marcha al monasterio que él mismo había fundado, o mejor dicho: es llevado por sus porteadores. Y una vez que está dentro del lugar de meditación y se postra sobre el pavimento del templo, suplica a Dios que, cuando se le muestre, le acepte como una víctima propiciatoria y que, purificado, le acoja tras su consagración. Después de conciliarse así a la divinidad y granjearse su favor, se pone en las manos de los sacrificantes que inmolan gustosos su voluntaria ofrenda. Éstos, colocándose en pie a ambos lados de él, después de cantar al Poderoso los himnos preparatorios del sacrificio, le quitan el vestido imperial de púrpura y le visten con el sagrado vellón de Cristo, le retiran la diadema de la cabeza y le imponen el yelmo de la salvación. Luego arman su pecho y su espalda con la cruz, le ajustan el viril ángulo contra los espíritus del mal y lo dejan partir. En esto quedó su voluntad y decisión.

[53] Pero mientras él estaba exultante y gozoso por su tránsito a la vida elevada y ligero y presuroso recorría el camino del espíritu, su familia, y especialmente su hermano mayor, se sentía toda ella cubierta de una nube de desánimo, hasta el punto de que no podían contener sus lamentos de compasión. Ni siquiera la emperatriz se pudo sobreponer al dolor, sino que tan pronto como alguien le informó de lo sucedido, afrontando las miradas de todos los hombres, marcha a pie para verlo, transgrediendo así las costumbres propias de su sexo. Él, ya estuviera avergonzado por los males que le causó, ya se quisiera olvidar de ella por entregar sus pensamientos constantemente a Dios, no le permite entrar donde está él.

[54] Mientras ella volvía de nuevo a Palacio, él se incorpora despacio del lecho y se dispone a calzarse los pies, porque la hora le convocaba a rezar y debía presentarse para los himnos prescritos. Pero no le habían dispuesto las sandalias que suelen usar los monjes, sino que allí estaban sin cambios los zapatos que usaba en su hábito anterior[16]. Este descuido le irrita y se encamina hacia el templo con los pies desnudos, apoyándose en las paredes de los lados. Su respiración era ya jadeante, estaba exhalando sus últimos suspiros. En este estado se le conduce de nuevo a su lecho y se acuesta. Luego permanece un breve tiempo en silencio, puesto que la voz se le ahogaba en la garganta. Cuando le faltó el aire, rindió su alma a Dios[17]. Muchas cosas decidió y llevó a cabo el emperador durante su reinado, y no erró en la mayoría de ellas. Cuando yo mismo considero y comparo todo lo que hizo, encuentro que sus aciertos superan a sus faltas y no me parece que a aquel hombre le haya faltado tampoco un Destino superior, sino que sin duda disfruta ahora de una posición más excelsa.

[55] Concluye pues Miguel sus días con una gran y noble acción, después de siete años de reinado, cuando en el mismo día en el que hizo mudanza hacia una vida espiritual, llegó al término de su vida física. No hubo cortejo fúnebre ni entierro de excepción. Está enterrado en el propio templo, en el lado izquierdo según se entra, fuera del recinto del sagrado altar.