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Espías

Don Raimundo Medina hizo un gesto de fastidio cuando su ordenanza le indicó con suma discreción que el teniente Alonso le aguardaba en el despacho. Hasta ese momento la tarde había sido maravillosa y perfecta. Tras excusarse con las damas, a las que prometió regresar en apenas unos instantes, el general salió del saloncito cerrando con discreción la puerta del recargado cuarto. Habían rezado el rosario y ahora disfrutaban de una animada conversación mientras merendaban chocolate y picatostes. La esposa del Generalísimo le había honrado con su presencia en aquella su casa, e incluso había traído a su adorable hija Carmencita, que había hecho las delicias de aquellas damas. Don Raimundo había notado que algunas de aquellas delicadas aristócratas le lanzaban miradas muy explícitas, como interesándose sobremanera por su persona. A sus cuarenta y siete años juzgaba que sería provechoso para su carrera contraer matrimonio, más para evitar ciertos chismorreos que por otra cosa. Ya iba siendo hora.

Tras dejar a las señoras ensalzando la labor del auxilio social, el jefe de la inteligencia del Ejército nacional entró en su ordenado despacho donde el teniente Alonso le aguardaba solícito.

—Buenas, Alonso, descanse.

—Disculpe que haya venido, pero hay noticias.

—No se preocupe, joven, no se preocupe —dijo el general atusándose el bigote y abriendo la caja de habanos para tomar uno y olerlo con fruición antes de encenderlo.

—Efectivamente nuestras sospechas eran fundadas. Al parecer, De Heza mandó apresar a un capitán de nombre Blas Aranda que se disponía a partir con la División Azul. Lo llevaron a su casa en la sierra, la de la finca.

—¿Y?

—Al día siguiente el capitán se incorporó de nuevo al convoy de la División Azul, en Vitoria. Parece que le han encargado hacerse con la reliquia.

—Bien, bien —dijo el general frotándose las manos—. Si la consigue y se la devuelve a De Heza, ése será el momento de cogerle con las manos en la masa. Recuerde que hoy por hoy no tenemos pruebas de su participación en el robo. Es mejor que el Generalísimo no sepa nada de momento, le daría un soponcio.

—Ese Aranda…

—¿Sí?

—… al parecer es un republicano que había conseguido hacerse pasar por un oficial nacional herido en combate, es murciano, comunista y se llama Javier Goyena, estoy preparando una biografía suya…

—Excelente trabajo, Alonso.

—… se recuperaba de sus heridas de guerra, amnesia creo, en los Baños de Benasque…

—¡Vaya!, ¿no era ahí a donde habíamos enviado a Escorpión?

—… exacto, y me ha telegrafiado. Conoce al sujeto.

—Vaya, vaya… ¿tenemos ya a alguien en la División Azul?

—Sí, tenemos a un hombre que sigue los pasos de Aranda, o Goyena si lo prefiere.

—¿Cómo está Escorpión?

—Muy bien, dice que quiere participar en esta misión. Sabe que es un asunto delicado, un asunto para los mejores, me dijo. La modestia nunca fue una de sus cualidades.

—¿Cómo anda de… lo suyo?

—Creo que mejor —dijo el joven teniente muy resuelto.

—Me parece que durante la guerra se empleó demasiado a fondo. Se lo tomó como algo personal. Usted sabe que no me agrada su carácter sanguinario.

—Pero efectivo.

—Efectivo, sí —murmuró el general—. Sea pues, que vaya Escorpión… pero… el tal Aranda le conoce de los baños, ¿no?

—Me temo que sí.

Don Raimundo se rascó la barbilla pensativo:

—Le diré lo que haremos, Alonso —añadió como el que está acostumbrado a mandar y ser obedecido—. Envíe a Escorpión, pero que permanezca en retaguardia, sin que se le vea. El hombre que ya ha infiltrado usted actuará bajo sus órdenes. Hágale saber que debe informar de todo a Escorpión, hasta de la más mínima incidencia.

—Entendido.

—… y recuerde, mucho tacto y prudencia, De Heza es muy astuto y sólo podremos golpearle una vez, que, además, debe ser la definitiva. Manténgame informado —dijo el general levantándose y dando por terminada la entrevista.

—A sus órdenes.

* * *

Aquella mañana les dieron sus nuevos uniformes. Javier sintió un escalofrío cuando se vio frente al espejo, embutido en un uniforme de la Wehrmacht y con el casco calado hasta las orejas. Sus ojos claros, el pelo castaño tirando a rubio y la blanca tez le hacían parecer un auténtico nazi. Volvió a preocuparse al comprobar que tanto los dos uniformes como las altas botas con chapa metálica, el abrigo y el resto del material eran de excelente calidad. El equipo de campaña, mochila, capote, marmita y cubiertos encajaba a la perfección y apenas si ocupaba un mínimo espacio. Aquellos desgraciados sabían hacer las cosas bien. El Ejército alemán era una poderosa y organizada máquina de matar al servicio de un nuevo orden europeo en el que pertenecer a los vencedores suponía vivir en la abundancia, en un mundo moderno y avanzado, en una sociedad modelo del bienestar, pero ser ciudadano de los países vencidos aseguraba una vida de tristeza, hambre y esclavitud.

Como siempre ocurría, los españoles incumplían las normas hasta al vestir el uniforme. Muchos de los divisionarios dejaban asomar el cuello de su camisa azul bajo el cuello de sus flamantes guerreras feldgrau. Además, solían coser en ellas sus insignias de Falange, del SEU o incluso las condecoraciones ganadas en la guerra de España. El «temperamento español», solían decir los alemanes con aire resignado.

El orden y profesionalidad del Ejército alemán contrastaban como el día y la noche con lo que el entristecido Javier recordaba del Ejército republicano. ¡Qué ingenuos fueron! Y pensar que creían que una guerra se ganaba así como así, entre vino, risas y dando paseos a los fascistas. Qué pena.

* * *

Enseguida comenzaron con los agotadores ejercicios de que constaba el período de instrucción. Las piezas del 10,5 que debían usar en la compañía de Javier eran hipomóviles. Excepto Jesús el Animal, nadie en la unidad había tratado con caballos en toda su vida. Era de risa ver cómo aquellos voluntariosos soldados intentaban hacerse con los percherones y acémilas que llevaban más tiempo en el ejército que ellos mismos. Tocaban diana a las seis, se desayunaba a las siete, hasta las diez y media hacían instrucción, luego reunión, después las interminables clases teóricas para comer finalmente a la una del mediodía. Tras descansar un poco, a las tres, y bajo el cálido sol estival, volvían a la agotadora instrucción hasta las cinco y media, luego cena y paseo hasta las nueve y media de la noche. Era raro el día en que no les caía alguna misa, aunque lo peor para Javier era la instrucción. Enganchar las piezas a aquellas indomables bestias, moverlas por caminos que los doiches instructores sabían intransitables, soltar las baterías y montarlas en cuanto les daban la orden, cargar, disparar y ajustar los tiros hasta hacerse con el dominio de aquellas máquinas de matar, ésa era la rutina diaria del joven comunista, que había resuelto aplicarse al máximo en el aprendizaje de todo lo que fuera instrucción militar de cara a asegurar su supervivencia en el frente. Eso, unido a que no era un pobre fanático le valió el que los mandos se fijaran en él por su mayor aplomo y madurez y le ascendieran a cabo. Tanto se aplicó que en los ejercicios de tiro logró un tres de tres que le colocó en la lista de candidatos al grupo de tiradores de élite que se estaba constituyendo. Javier sintió miedo por ello porque sabía que en la guerra, la mayoría de las bajas se dan entre la infantería, mientras que los artilleros tienen una esperanza de vida mucho mayor. Sus suicidas compañeros consideraban como una deshonra desempeñar cualquier actividad que no fuera la infantería, malditos locos, por lo que Javier se sintió más desgraciado aún. Era el único en la compañía que no quería estar en primera línea y por avatares del destino se veía abocado a luchar como francotirador.

* * *

Grafenwöhr, 25 de junio de 1941

De Escorpión a comandante en jefe

Estimado don Raimundo:

Las cosas transcurren tal y como habíamos planeado. He llegado sin novedad al campamento en que se ejercita la División Azul y me he incorporado de inmediato al puesto que se me había asignado en los servicios auxiliares. Nada más llegar me vi en la necesidad de tomar ciertas medidas de urgencia pues nuestro hombre situado con Aranda, al que llamaré «Amarillo», me comunicó en nuestra primera entrevista que nuestro agente iba a ser destinado a la compañía de tiradores de élite por haber demostrado una excelente puntería en los ejercicios de tiro. Ni qué decir tiene que de inmediato frené dicha iniciativa poniéndome en contacto con Jesús Badillo, el coronel del Regimiento de Artillería en que se halla encuadrado Aranda, o Goyena, al que llamaré a partir de ahora «Rojo». El citado coronel no me puso ninguna pega al mostrarle la credencial que usted me dio y me aseguró que Rojo seguiría en su puesto de cabo de artillería. Creo que hemos logrado así que no esté demasiado cerca del frente, al menos de momento. No nos interesa que le peguen un tiro el primer día.

Amarillo parece un buen tipo, es escueto y parco en sus informes pero me mantiene al día.

Nada más. ¡Viva Franco!

¡Arriba España!

ESCORPIÓN

* * *

Madrid, 14 de julio de 1941

Del comandante en jefe del SIME a Escorpión

Buen trabajo, Escorpión, da gusto disponer de agentes tan capaces. El motivo de esta misiva no es otro que proporcionarle la máxima información con respecto a esta misión, por lo que es mi deber comunicarle que hemos ampliado las informaciones que disponíamos sobre Rojo. Tras someter a vigilancia a su mujer y a su madre en Murcia, hemos detectado algo que podría dar al traste con la misión que se le ha asignado. Al parecer la mujer de Rojo mantiene una relación estable con otro hombre desde hace un año. Espera un hijo suyo. Se casó. Parece ser que había dado por muerto al marido y cuando éste dio señales de vida decidió ocultárselo de momento. Rojo no debe saber esto nunca, repito, NUNCA. Precisamente su mujer y su hija son el punto clave en esta cuestión pues fueron utilizadas por De Heza para chantajearle y meterlo en esta misión. Necesitamos que Rojo atraviese las líneas enemigas y vuelva con el brazo. Sólo así podremos probar que De Heza ha traicionado al Generalísimo. ¿Cómo anda nuestro hombre de moral?

¡Viva Franco!

¡Arriba España!

Don RAIMUNDO MEDINA,

Comandante en jefe del Servicio

de Inteligencia Militar Español