Capítulo 21

Javier parpadeó, anonadado. ¿London pensaba realmente que alguno de ellos iba a abandonarla sin decir palabra? Jamás. Eso no ocurriría nunca. A su lado, Xander abrió los ojos como platos. Era evidente que se estaba enfrentando a la sorpresa que le provocaba aquella petición igual que él.

Xander llevaba meses diciéndole que ser un buen Amo implicaba dar a la sumisa lo que ésta necesitaba. En ese momento, era la tranquilidad que suponía aceptar su petición con cierta sensibilidad. Sin embargo, eso no le convertía en un hombre paciente.

—Si eso es lo que quieres, adelante. Pero no vuelvas a vacilar, pequeña. Muéstranos lo que es nuestro y deja que nosotros… —«Nos encarguemos de enseñarte que seguimos considerándote igual de hermosa»—. Deja que pase lo que tenga que pasar.

Ella bajó la mirada al suelo. Lo hizo de manera tan automática que tuvo que ser algo inconsciente. Si él no se hubiera puesto duro viendo su suave desnudez, aquello lo habría excitado al instante.

—Sí, señor.

Otro suspiro. La vio erguir los hombros. Le temblaba la barbilla. Él quiso abrazarla.

La vio girarse en dos tiempos para mostrar cada centímetro de su espalda desnuda. Ella se arrodilló e inclinó la cabeza con respeto, exponiendo no solo su cuerpo, sino su alma; contuvo la respiración y esperó.

Su piel mostraba los indicios de la tragedia y el dolor que ella había sufrido.

Profundas marcas trazaban una serie de patrones en zigzag en la parte baja de su espalda, la mayoría de un pálido color rosado. Había otras cicatrices por encima, más recientes y rectas. Operaciones quirúrgicas. A juzgar por la cantidad de incisiones, habían sido más de una. Le pediría detalles más tarde, cuando se sintiera más tranquila y supiera que las respuestas no tenían importancia. Ése no era el momento.

Una mirada de soslayo a su hermano le indicó que tenía los ojos brillantes por las lágrimas. «¡Oh, Dios mío!», le vio pronunciar con expresión de agonía. Él deseó poder haber sufrido ese dolor en su cuerpo, haberlo padecido por ella; era evidente que Xander sentía lo mismo. Sin embargo, el pasado de London era parte de lo que hacía tan especial a la mujer que permanecía arrodillada ante ellos.

Hizo un gesto con la cabeza a Xander; era la silenciosa promesa de conseguir que London sanara por completo y fuera una mujer completa. Lo conseguirían juntos.

Como si fueran uno, se arrodillaron tras ella. Apenas podía esperar un instante más para tocarla; ninguno podía. London estaba destrozada, perdida y asustada.

Ahora tenían que recomponerla, darle seguridad en sí misma y ayudarla a encontrar su camino.

Le puso la mano en la cadera izquierda al tiempo que se inclinaba sobre ella, respirando sobre su hombro. Xander hizo lo mismo en el lado derecho. Ella jadeó; ¡Santo Dios!, realmente esperaba que la dejaran. Acabaría recibiendo una buena zurra por ello, cuando estuviera más segura de sí misma. Una vez que pudieran gastarle bromas sobre sus equivocaciones. Ahora necesitaba saber que estaban allí para ella.

Le pasó los dedos por la espalda, más despacio al acercarse a las lesiones. Se demoró trazando las cicatrices, que dibujó una y otra vez. No miraba, solo sentía. El punto que tocaba en ese instante estaba más dañado, seguramente sería el lugar donde habían estado más afectados los nervios. Una imagen de ella atrapada entre metales retorcidos, llorando, sangrando, tan joven… ¡Qué lástima! Apretó los labios entre sus omóplatos.

—Ponte a cuatro patas, belleza, sobre manos y rodillas —ordenó Xander en voz baja y suave.

Ella contuvo un gemido antes de obedecer, ofreciéndoles mejor ángulo para acceder a la parte más lastimada de su cuerpo. El sol la bañaba con sus dorados rayos. Lo único que vio fue el dolor que ella había sufrido y la piel que quería besar.

No podía hacer nada para quitar aquellas marcas, pero sí conseguir que ella supiera que su corazón les importaba más que sus cicatrices.

Xander la sujetó por las caderas, se inclinó sobre ella y posó los labios sobre la parte superior de la nalga derecha. Él hizo lo mismo en la izquierda, pasando la boca por las rosadas incisiones, deslizando la lengua sobre las que parecían haber sido más dolorosas y profundas. Ella soltó otro jadeo, estremeciéndose, y él alzó la mirada para verla clavar los dedos en la moqueta. London había agachado la cabeza y apretaba con fuerza los ojos cerrados.

Su cara angelical estaba surcada de lágrimas.

A él se le encogió el corazón.

—Pequeña, no llores. Sigues siendo hermosa para nosotros. Siempre lo serás.

—Siempre —prometió Xander sin dejar de besarla—. No son cicatrices, son un testimonio de tu fuerza. Nos asombras, belleza, siempre te querremos.

Se sintió orgulloso de su hermano. Él no lo habría expresado mejor.

Ella sollozó, su cuerpo se estremecía con cada aliento. Javier consideró que ya había esperado suficiente. London se había abierto a ellos como necesitaba, ahora era su turno.

Sin levantarse, gateó hasta arrodillarse frente a su cabeza. Ella le miró con aquellos ojos tormentosos, húmedos y nublados. Él la besó en la frente.

—Mírame, no apartes la vista.

Ella asintió con la cabeza, apoyándose en su hombro con una mano y tendiéndole la otra a Xander.

—Sí, señor.

Cada vez que escuchaba eso era más excitante que la anterior.

—No necesito ver tus cicatrices. No son importantes. No son nada. Lo que aprecio, lo que necesito… es tu corazón. Tu alma. Te amo.

Ella abrió la boca, conmocionada, en un silencioso jadeo.

Xander le tomó la barbilla con la mano y la obligó a mirarle.

—Este sucio bastardo se ha apropiado de las palabras más bonitas, pero creo que llega con que te diga que, desde que te vi bailando en aquel escenario, me mostraste la alegría de estar vivo y conseguiste que me diera cuenta de qué era lo que llevaba tantos años perdiéndome. También te amo.

Ella volvió a estremecerse, pero esbozó una acuosa sonrisa. Sus ojos seguían húmedos. Javier notó que le clavaba los dedos en el hombro antes de mirarle. Él tuvo que inclinarse para besarla brevemente en una silenciosa promesa. Luego la besó Xander.

—Yo no sabía quién era o dónde estaba, no era consciente de qué necesitaba hasta que llegasteis vosotros y me indicasteis el camino. Os amo a los dos.

Era jodidamente perfecto, igual que ella…

Xander y él estrecharon su cuerpo desnudo entre ambos. Su hermano se quitó la camiseta con rapidez y comenzó a darle besitos en el cuello, la cara, sus labios…

Pero él hacía lo mismo y tuvieron que turnarse para apoderarse de sus labios, para internarse en su boca, demostrándole con sus besos lo importante que era para ellos.

Cuando Xander se hundió en su suculenta boca otra vez, él aproximó los labios a la oreja de London.

—Desabróchame la camisa, pequeña.

Ella gimió pero llevó las manos a los botones para abrir la prenda muy despacio, acariciándole la piel mientras seguía besando a Xander.

La sensación de sus dedos le hizo sentir un profundo ardor. Acabó perdiendo la paciencia y abriendo la camisa de un tirón. Los botones tintinearon contra el suelo y a él no le importó donde caían. Lo único en lo que podía pensar era en desnudarse y sentir la piel femenina contra la suya, en pasarle los dedos por la espalda, desde los hombros hasta las nalgas, antes de apoyar la mano sobre las cicatrices para apretarla contra su torso.

—Me siento muy afortunada —confesó ella cuando Xander le permitió tomar aire.

—Nosotros también —le aseguró su hermano.

Ella parpadeó antes de menear la cabeza.

—Vosotros sois ricos y guapos, sofisticados y encantadores. Poderosos… Podríais tener a la mujer que quisierais.

—Eso él —bromeó Javier.

—Cierra el pico —gruñó Xander.

—¿Por qué yo? —London sonaba tan insegura que él supo que solo el tiempo y el amor que le profesaban cambiaría su actitud. Algunas cosas se hacían esperar.

Xander le encerró la cara entre las manos.

—Todas las demás mujeres fueron un mero entretenimiento. Una manera de pasar el rato y superar el aburrimiento. Querían mi dinero o salir en una foto conmigo, yo no les importaba. Ni tampoco mi hermano. Hasta que no te conocí no comprendí el concepto de casa, de familia… No sabía dónde estaba mi sitio. Eso lo conseguiste tú, belleza.

Xander volvió a capturar sus labios para sellar su unión con urgente reverencia hasta que ella se apartó, jadeando, con los ojos nublados. Javier contuvo una amplia sonrisa y se dijo a sí mismo que sería mejor que dijera lo que debía ser dicho antes de que se olvidaran de las palabras.

—Derretiste el bloque de hielo en el que vivía, cariño. —Le acarició la barbilla antes de girarle la cara hacia él—. Nuestro padre era un frío bastardo para el que solo existían el deber y el dinero, que me inculcó a fuego esa filosofía. Siempre había pensado que si seguía sus designios obtendría todo lo que necesitaba. Casarme con Francesca fue un error y lo supe enseguida, pero era mi deber seguir casado con ella; había hecho unos votos. Después de que murió me di cuenta de que, aunque ella tenía todo lo que el dinero podía comprar, le faltaba lo que realmente necesitaba. Fran era una criatura necesitada que precisaba de amor y yo no supe dárselo, después de su muerte solo podía pensar en que mi ineptitud había sido una soga alrededor de su cuello.

—Y ahogaste tus remordimientos en alcohol —terminó ella con suavidad—. Oh, Javier, tienes un corazón de oro. Empleaste a una chica sin experiencia, le confiaste tus secretos y le ayudaste a volver a vivir. Cree un poco en ti mismo.

Dulce hasta el final.

—Fuiste tú quien me abrió los ojos, pequeña. Siempre te lo agradeceré.

—Antes de que lleguemos demasiado lejos, tenemos que preguntarte algo —intervino Xander.

Ella soltó una risita.

—Caray, eso suena muy serio. ¿De qué se trata? Si lo que queréis es alargar el contrato laboral a más de cinco semanas, la respuesta es sí.

—Pues no, pero viene bien saberlo. —Él le guiñó un ojo antes de meter la mano en el bolsillo. Allá iba. Pronunciaría esas palabras por segunda vez en su vida, solo que en esta ocasión significarían algo. Rozó la pequeña cajita cuadrada y la sacó—. Te quiero más de lo que puedo decir con palabras. Cásate conmigo.

Cuando abrió el joyero, ella contuvo el aliento. Había un anillo de platino; una banda de diamantes de un quilate rodeaba la mitad de otra piedra perfecta, casi incolora, de cinco quilates.

Ella abrió los ojos como platos.

—¡Oh, Dios mío…!

—Y conmigo… —Xander sacó otro anillo similar que se complementaba con el anterior—. Hay un diamante por cada uno de nosotros, pero tú estás en medio, como queremos que sea. Para que te sientas rodeada y amada.

Javier esperaba muchas posibles reacciones, salvo lo que ocurrió: London hundió la cara entre las manos y comenzó a sollozar.

Xander y él se miraron, los dos tenían la misma expresión de incomprensión.

Belleza, si no te gusta…

—Me gusta. Me gusta mucho —jadeó, bajando las manos para mirarles con los ojos llenos de lágrimas—. Os amo. ¿Estáis seguros de que queréis casaros conmigo? Solo hace una semana que me conocéis.

—Querer no es la palabra correcta, pequeña —aseguró él, arqueando una ceja—. Insistir es más exacta.

—Personalmente creo que la que mejor define nuestra intención es exigir —contribuyó Xander.

Él asintió con la cabeza.

—Tiene razón. Me gusta exigir.

Ella se rio y les abrazó a la vez.

—Entonces sí. Un sí enorme. Soy la mujer más afortunada del mundo.

Javier sacó el anillo de la caja y tomó su mano para ponérselo en el dedo. Xander hizo lo propio, encajando ambas joyas.

Cuando él se inclinó en busca de un beso, Xander le dio un codazo en el pecho.

—Espera, hay más.

—¿No podemos dejar eso para más tarde?

—No. —Xander parecía tan inamovible como una montaña—. Quiero dejar todo bien atado.

Negó con la cabeza, suspirando. Su hermano tenía razón pero ¡joder!, quería llegar a la parte en la que la llevaban a la cama y usaban cada parte de sus cuerpos para demostrarle lo importante que era para ellos.

—¿Qué más? —inquirió ella con alegría.

Él dejó a un lado la idea de mantener relaciones sexuales en ese momento.

London tenía que saber todo lo que habían pensado.

—Cada uno de nosotros quería regalarte algo. Dado que jamás has estado en la ciudad con la que compartes nombre, queríamos llevarte allí de luna de miel… y de paso, tomar un poco el sol en la costa francesa. Luego descansaremos rodeados del bello paisaje de la Toscana. Nos hemos ganado la oportunidad de estar solos durante un tiempo.

Se puso de pie para tomar la documentación del viaje de la mesa y se la tendió.

Ella fue ojeando los papeles con el ceño fruncido.

—Estos billetes son para principios de septiembre, chicos. Solo faltan dos meses. No podremos estar casados para entonces.

—El dinero abre muchas puertas —se jactó Javier.

—Y tenemos que casarnos rápido. Para empezar, no quiero esperar ni un solo día, pero imagino que te gustará presentarnos antes a tu madre.

—Va a ser divertido. —El sarcasmo de sus palabras hablaba de algo muy distinto—. Estoy segura de que vendrá; solo quiere que yo sea feliz.

—Nosotros nos aseguraremos de ello —prometió Xander—. Y éste es el segundo regalo… —Sacó un sobre del bolsillo trasero de los vaqueros y se lo tendió—. Ábrelo, hay un fax del hospital. Anoche me hicieron un análisis de sangre. Sabía que estaba sano porque siempre he tenido mucho cuidado, pero quería que lo comprobaras.

D-de acuerdo. —Vio que London fruncía el ceño de una manera adorable—. Es una buena noticia.

—Es una gran noticia —la corrigió Xander—. He perdido años de vida familiar. Mi hermano siempre ha estado demasiado ocupado buscando el éxito. He malgastado el tiempo siendo tonto del culo.

—Bueno, tonto del culo pero con muchos ligues —bromeó ella.

—Sí. —Su hermano tuvo el detalle de sonrojarse—. Pero no quiero esperar más. Vamos a casarnos y a formar una familia. Quiero tener hijos. Y quiero empezar ya.

London parpadeó y le miró boquiabierta.

—¿Ahora mismo?

Xander asintió con la cabeza.

—Quería que supieras que estoy sano, así que no tenemos que volver a usar barreras entre nosotros.

La felicidad iluminó los ojos azules de London antes de que frunciera el ceño en señal de sufrimiento.

—Creo que yo… también debo ser honesta. Los médicos me han dicho que esos desvanecimientos que tengo jamás se detendrán. Estoy mejor con los medicamentos, pero nunca podré quedarme sola con un bebé, ni siquiera con un niño pequeño. No estoy segura de que pueda ser una buena madre…

—¡Basta! —la interrumpió él—. Escúchame bien, London, quiero que comprendas lo que voy a decirte. Serás una madre maravillosa. Nuestros hijos tendrán tu amor, comprensión y ayuda. Si no puedes quedarte sola con un bebé… bueno, por eso es tan bueno que seamos tres. Te echaremos una mano. Podemos contratar a quien haga falta. Te ayudaremos de todas las maneras posibles.

—Queremos formar una familia contigo, belleza —murmuró Xander, acariciándole el pelo mientras la miraba profundamente a los ojos, deseando que le entendiera.

—Me siento muy afortunada. —Ella sonrió con todo el amor que albergaba en su corazón.

—¿Eso es un «sí»?

Su hermano era insistente, pero le entendía. Pensar en vivir bajo el mismo techo que London, que llevara sus anillos, que su vientre creciera con sus hijos mientras compartían años de amor… Nada sonaba más perfecto.

—Sí. —La vio besar a Xander con suavidad—. Aunque da la impresión de que quieres dejarme embarazada antes incluso de la boda.

—Esta misma noche, si es posible. He desperdiciado la mayor parte de mi vida. No quiero perder otro momento más en iniciar nuestro futuro.

Él la besó en el cuello.

—No tengo más remedio que estar de acuerdo con él, pequeña. No puedo decir que viviera hasta que te conocí. Me parece que mi vida se reduce a lo que hemos creado juntos.

Ella se mordisqueó los labios antes de asentir con la cabeza.

—Tenéis razón. Sé por experiencia propia que nunca se sabe lo que durará la vida. ¿Para qué esperar? Venga, amadme.

Ninguno de ellos desperdició un instante antes de bajarse las cremalleras, quitarse los pantalones y dejarlos caer a un lado. Él ya estaba muy duro y comenzó a acariciarse, ansioso por sentir la mano de London a su alrededor. Xander parecía tan ansioso por estar dentro de ella como él.

Juntos, la tendieron sobre la moqueta, boca arriba. London parecía nerviosa, y era natural. Acababan de tomar un montón de decisiones importantes, de ésas que cambian el rumbo de la vida. Aquella era la primera que ponían en práctica. Quizá era poner el carro delante de los bueyes, pero los tres sabían lo que querían y no había razón para esperar.

Javier buscó sus labios para apoderarse de su boca, entrelazando sus lenguas.

Bajo su cuerpo, ella jadeó y arqueó la espalda. Levantó la mirada y vio que Xander se había puesto a devorar su sexo y le acariciaba el clítoris con la punta de la lengua.

La pálida piel de London adquirió un profundo tono rosado y su respiración se entrecortó. ¡Santo Dios, se moría por follarla!

Metió la mano debajo de su cabeza para agarrar un puñado de pelo y tirar hasta que ella abrió la boca. Se sumergió en ella tomándolo todo, perdiéndose en su interior, obligándola a saborear cuánto la deseaba. Bajo su dominio, London se puso rígida y su respiración se volvió entrecortada. A él le encantaba ver crecer su deseo, le gustaba excitarla.

—Xander está devorándote a fondo, ¿verdad, pequeña? —murmuró contra su seno antes de lamer la sensible carne. Comenzó a chupar su pezón con fuerza, succionado el brote con dureza.

—Sí… ¡Sí!

Tomó el otro pezón y lo mordisqueó hasta que ella siseó de placer y comenzó a lanzar gemidos incoherentes. London estaba casi a punto.

—¿Sí, qué? —le gruñó en el oído al ver que Xander se retiraba de su sexo.

—Sí, señor.

Su hermano se lamió los labios mojados antes de ponerse sobre ella, entre sus piernas con la erección en la mano.

—Jamás lo he hecho sin protección, belleza.

A él le sorprendió que Xander no se hubiera olvidado de usar preservativo ni una vez en una larga vida de relaciones sexuales. La sinceridad que se reflejaba en su expresión hacía que creyera cada palabra.

London separó las piernas un poco más, doblando las rodillas para recibirlo.

Javier siguió besándole los pezones sin apartar la vista de su hermano.

Una vez que Xander se sumergió por completo en ella, le vio cerrar los ojos con un ronco gemido.

—¡Joder! Es un placer incomparable. Nunca he sentido nada igual. Nada volverá a interponerse entre nosotros.

Ella le rodeó las caderas con las piernas y se arqueó al tiempo que asentía con la cabeza.

—Nada…

Xander comenzó a moverse con un ritmo lento, profundo, Javier siguió besándole los pezones alternativamente, sintiendo que se endurecían cada vez más mientras le acariciaba el clítoris con la mano libre.

—¿Cuándo tuviste el período por última vez? —preguntó Xander.

—Santo Dios, esto es tan bueno que no puedo pensar en nada.

—Inténtalo, pequeña. Por nosotros —le suplicó él sin dejar de frotar la dura perla.

—Mmm… Creo… —jadeó ella—… que fue hace diez días. Dos semanas quizá…

—Seguramente esté en un momento fértil —le indicó a su hermano.

—Sí… —Xander jadeó y comenzó a penetrarla con más fuerza.

Ella se ruborizó y se puso rígida por completo mientras contenía el aliento a tan solo unos minutos de la explosión que se avecinaba.

—Va a correrse.

—Bien —aseguró su hermano, con la respiración entrecortada, mientras embestía con más fuerza en su sexo—. Nos correremos juntos.

A su alrededor, el aire se espesó de anticipación. Ella dejó de respirar un instante antes de gritar al alcanzar su liberación. Bajo sus dedos, el clítoris se puso duro como una piedra. Ella corcoveó y también Xander soltó un alarido de satisfacción, clavándose en ella con fuerza mientras soltaba su semilla en su interior.

Luego su hermano cayó sobre ella y él les observó recuperar el aliento en un enredo de brazos, piernas, respiraciones y corazones.

Él también estaba a punto de explotar. Quería —necesitaba— estar dentro de ella, vertiendo su semen en su vientre, llenándola con todo lo que tenía para darle.

Xander alzó la cabeza y le miró sonriente.

—Ha sido asombroso. Necesitas probarlo.

—Ahora mismo —gruñó él.

—Vamos a probar otra cosa. Túmbate de espaldas.

Él se preguntó para qué hasta que se dio cuenta de lo que tenía en mente Xander.

No pudo contener una amplia sonrisa. Se acercó a ella y la tomó entre sus brazos para tenderla sobre su cuerpo estirado. Deslizó su erección en aquel suave y empapado sexo, notando un escalofrío de placer en la espalda al sentir sus músculos internos palpitando en torno a su miembro desnudo.

—¡Dios!

—¿A que es asombrosa? —preguntó Xander, acercándose a la cabeza de London y tomándola por la barbilla—. Abre la boca, belleza. Chúpamela bien, que quiero follarte otra vez. No te apresures, Javi.

«¿Que no se apresurara?».

—¿Te has vuelto loco? —Ya estaba a punto de explotar y ver que su chica albergaba el miembro de Xander entre esos suaves labios y la frotaba con la lengua hacía que se le tensaran todavía más los testículos.

—Tenemos un plan —le recordó Xander por lo bajo.

Lo tenían y debían llevarlo a cabo. Asintió con la cabeza y volvió a internarse en la vagina de London con menos fuerza. Quería que ella se corriera otra vez, con él.

Quería que asociara el placer con su contacto durante el resto de su vida.

Con sus senos bamboleándose ante su cara, alzó las caderas y volvió a llenarla con su miembro al tiempo que cerraba los labios alrededor de un pezón y comenzaba a chupar. Cada vez que succionaba, ella le ceñía con sus músculos internos. Le llegaban también los jadeos y el aliento en torno al pene de su hermano. No pasó mucho tiempo antes de que las pequeñas bayas se pusieran duras en su boca, de que la piel de London adquiriera aquel tono rosado que tan bien conocía.

Buscó el sensible lugar en el interior de su vagina con el pene y lo friccionó con fuerza hasta que ella se tensó.

—¡Javi!

—Sí, ésta es nuestra chica. Siente el placer. Vamos a dártelo todo siempre. La noche que nos casemos; cuando te crezca el vientre con nuestros hijos; con cada aniversario que celebremos; cada año que pase… Así será siempre para nosotros, cariño.

—Por favor… —lloriqueó ella, volviendo a ceñirlo en su interior.

—Xander… —advirtió a su hermano. El tiempo se agotaba.

Xander se retiró de su boca con un sonido de succión y ella gritó de deseo, jadeando cuando se puso detrás de ella. Él le vio sacar del bolsillo del pantalón un tubo de lubricante. A los pocos segundos, había quitado la tapa y vertido una cantidad en la punta de los dedos para impregnar la entrada trasera de London. Se impregnó las yemas con más cantidad y se cubrió la erección.

—Estate quieto, Javi.

Él apretó los dientes y luchó contra el deseo de ordenarle a Xander que se apresurara.

—Arquea la espalda, belleza. Empuja hacia mí y déjame entrar aquí.

—¿Queréis que os tenga dentro a la vez? —susurró.

—¡Oh, sí! —aseguró Xander.

Javier volvió a apresar su pecho otra vez.

—Cada día.

Ella suspiró feliz e hizo lo que Xander le ordenaba. Javier sintió que su hermano se introducía a través de la delgada membrana que les separaba. Juntos, llenaron a la mujer que pronto sería su esposa, la madre de sus hijos. Juntos crearon el futuro, alternando lentos envites, certezas susurradas… asegurándose que ella disfrutaba, besándola por todas partes.

La oleada de placer subió con rapidez y, para su sorpresa, Xander les acompañó.

Su hermano sujetaba las caderas de London y, mientras ella apretaba los pechos contra su torso, él devastaba su boca con la suya hasta que el orgasmo la envolvió. Él sintió una tensa opresión en los testículos; los sentía cargados y pesados, como si una bomba estuviera a punto de bajar por su columna hasta estallar justo en el glande, lleno de sangre. Notaba el corazón desbocado. La fantasía de ver a London embarazada y desnuda, con los ojos brillantes mientras les esperaba, inundó sus pensamientos.

¡Santo Dios! Aquel orgasmo iba a matarle, pero no intentó controlarlo.

Simplemente se dejó llevar y se entregó por completo. Lanzó un gruñido para expresar su liberación al tiempo que se derretía por el éxtasis. Xander se unió a él con un grito.

Entonces se perdieron en un enredado montón de piernas y sudor. Entre ellos, London soltó una risita.

—Está claro que os va a encantar este asunto de hacer bebés.

—No te haces una idea —Javier le rozó la boca con otro beso y sonrió.

—Y estaremos encantados de demostrártelo —prometió Xander con tono solemne, deslizando la mano sobre la de ella para admirar los anillos.

Por fin, se levantaron y la ayudaron a entrar en la ducha. Era un poco estrecha y él tomó nota mental de asegurarse de que la casa en la que vivieran tuviera un cuarto de baño muy grande.

Mientras Xander le lavaba la espalda con movimientos suaves, él se perdía en el dulce sabor de su beso. Ella se puso rígida.

—Esperad, chicos…

Él alzó la cabeza a regañadientes.

—¿Qué ocurre, pequeña?

—No quiero vivir en Los Angeles. Sé que tenéis que volver allí porque es donde tenéis la base del negocio. —Ella suspiró—. Pero tengo muy malos recuerdos de ese lugar, y mi madre… Bueno, sería sin mala intención, pero no nos dejaría en paz…

—Está bien —aseguró él mientras la obligaba a girar hacia su hermano, al tiempo que internaba los dedos otra vez en su coño. Seguía hinchado, mojado…

Siempre perfecto.

La sujetó por las caderas y le indicó que se inclinara un poco. Se deslizó tras ella.

London contuvo el aliento y le miró por encima del hombro. En esa mirada él vio sorpresa… Acompañada de cierta preocupación por sus cicatrices.

—Shhh… Para nosotros eres absolutamente hermosa, London. Siempre lo serás. Nos da igual dónde quieras vivir. Ya lo arreglaremos pero esto… —Se metió hasta el fondo en la resbaladiza funda—. Esto siempre será mi hogar.

—Nuestro hogar —añadió Xander—. Me gusta verte follar con él, belleza. Acéptale, con todo nuestro amor. Es tuyo.

—Quiero quedarme aquí. —La tensión era patente en su voz hasta que comenzó a gemir y empujar hacia él, exigiendo más.

Se lo dio sin dudar.

—Quien iba a imaginar que cuando mi hermano me trajo a lo que yo consideraba el culo del mundo iba a encontrar todo lo que siempre había querido.

—Gracias por ello, Xander —suspiró ella—. Gracias a los dos.

—¿Ves? Tenía razón. —Xander sonrió de oreja a oreja—. Odio decírtelo, pero…

—No, no lo odias, pero en este caso tengo que agradecértelo también.

—De nada. Ahora cállate y fóllala más rápido.

—Vete a la mierda. Solo quieres que me corra para ocupar mi lugar.

—Puedes jurarlo —gimió Xander, como si fuera muy obvio.

Entre ellos, London se rio.

—A este paso vamos a tener que casarnos muy rápido.

—¿Mañana es suficientemente rápido? —sugirió su hermano.

—Mmm… —El sonido fue más un gemido de placer que de otra cosa—. No puedo traer a mi madre a tiempo y… ¡Oh, Dios! ¡Qué placer! ¡Sí! —Ella se tensó y él se dio cuenta de que Xander tenía una mano entre sus piernas, sin duda llevándola al orgasmo.

—Entonces, después del próximo fin de semana —insistió Xander—. Eso nos dará algunos días para pasar en la cama. Alyssa, Tara y Kata sin duda estarán encantadas de ayudarte a planificar la boda. Todo lo que tendrás que hacer será aparecer y decir «sí, quiero».

Ella clavó las uñas en los muslos de Xander mientras se tensaba alrededor de su pene. El placer creció como una ola desesperada, como un rugido profundo y poderoso que se alzó hasta formar una cresta en su interior mientras volvía a llenarla con su semilla. ¡Dios! Jamás se cansaría de eso. Podía ser primitivo y salvaje, pero estimulaba algo en su interior saber que podía hacerlo una y otra vez.

Ayudado por Xander, cargó con una exhausta London desde la ducha y la metieron en la cama. La besó con suavidad, satisfecho como si el más potente elixir inundara sus venas.

Pero Xander tenía otra idea. En cuanto ella estuvo boca arriba, la penetró otra vez, haciéndole el amor con todo su cuerpo; empujando lentamente o con dureza, hasta que ella volvió a contorsionarse, gimiendo.

—¿Feliz? —le preguntó él.

Ella asintió con la cabeza. Su cara era una máscara de incoherente gozo. Tenía los ojos aturdidos y nublados de excitación, por culpa del placer que había recibido durante toda la mañana, y el día todavía no había acabado.

—Sí —repuso ella finalmente—. Soy muy feliz, señor.

Maldita sea, ahora quería volver a follarla él también. Suspiró. Debían darle un respiro… y eso harían… al final.

—Yo también, cariño.

—¡Oh, Dios! Contad conmigo. Soy jodidamente feliz. —Xander la inmovilizó y se perdió en su sexo como un hombre poseído.

—¿Ves cómo se sonroja? —preguntó a su hermano—. ¿Cómo te ofrece los labios? Adelante, Xander. Ya sabes lo que debes hacer.

—Tú lo que quieres es follarla otra vez.

—Siempre —bromeó sin dejar de mirarla—. Me has salvado, pequeña. Lo habéis hecho los dos. Os amo por ello. Gracias.

—Yo también os amo —susurró ella, jadeando al alcanzar el orgasmo.

—De nada. —Xander arrastró las palabras mientras le miraba sonriente—. ¡Joder!