Capítulo 19

—Buenos días, Javier. Imagino que me llamas a las siete de la mañana porque no hay mejor momento en el día —gruñó Nick Navarro en el oído de su interlocutor.

Javier se contuvo para no decirle lo que le ardía en la punta de la lengua. Tenía que concentrarse, no iba a entrar al trapo a la provocación de su amigo a pesar de cómo se sentía o de lo mucho que el otro hombre se lo mereciera. Necesitaba detener aquella sensación aterradora que tantas veces experimentara en el pasado. London le necesitaba.

—Esto es jodidamente importante. —Y era lo más suave que podía decir—. No has perdido de vista a Chad Brenner, ¿verdad?

—Sí, no ha salido de Florida desde hace semanas. Parece un ermitaño adicto al trabajo. Vive a base de comida china y pizza a domicilio.

—Me importa muy poco lo que come. ¿Has estudiado sus cuentas bancarias?

—No ha habido nada inusual desde ayer por la tarde.

—Vuelve a mirar.

Navarro gimió y él pudo escuchar el susurro de las sábanas cuando se levantó de la cama. También llegó una ahogada protesta femenina y tuvo que decirse que no importaba. Pagaba a Nick lo suficiente como para que trabajara cuando la ocasión lo requiriera, daba igual lo que estuviera haciendo.

Treinta segundos después, volvió a escuchar la voz de Nick.

—¿Cómo lo has sabido? La cuenta de Brenner tiene cincuenta mil dólares menos. Sacó diez mil en efectivo hace tres días y el resto ayer, poco antes de que cerrara el banco.

—Eso es lo que pensaba. ¿Estás vigilando también a Valjean?

—Lo tengo localizado en todo momento. Conozco a varias personas en la Interpol y, en ocasiones, intercambiamos información. —Se escuchó ruido de un teclado antes de que Nick suspirara—. ¿Qué cojones ha estado haciendo en México?

—Pues se ha dedicado a matar a un ex-empleado mío.

—¿De verdad? ¿Y crees que Brenner le pagó por ello?

—Sí, eso es justo lo que pienso. Vuelve a examinar las cuentas de Brenner, ¿puedes remontarte a los movimientos de hace un año? ¿Aparece algún desembolso significativo en junio del año pasado?

—Eso va a llevarme unos minutos…

Unos minutos en los que él se volvería loco. Silenció la llamada y reclamó la atención de su hermano.

—¿Qué hacemos si comprobamos que Brenner pagó a Valjean para que matara a Francesca? ¿Asesinarle?

—Estoy seguro de que nada te gustaría más, pero… —Vio cómo Xander respiraba hondo y meneaba la cabeza—… iremos a la policía. No sé si serán pruebas suficientes para demostrarlo, pero tenemos que intentarlo.

—De acuerdo. ¿Por qué querría Brenner que asesinaran a Francesca? —Le había costado asimilar que su desidia hacia su esposa la empujara hacia los brazos del hombre que la mató. Sin embargo, la posible participación de Brenner en el asunto le hacía verlo desde una perspectiva diferente.

—Venganza. Es la baza que jugó con Carlton.

Cerró los ojos con fuerza mientras le embargaba una sensación terrible y dolorosa. Ya había sido malo pensar que había provocado la muerte de su esposa por su falta de atención, pero saber que la verdadera razón era que se había creado un terrible enemigo en Brenner solo hacía que la sensación de culpa resultara incluso más pesada.

—Pero ¿por qué no la toma conmigo? —No lo entendía.

—Creo que lo ha hecho —señaló Xander—. Hubiera sido muy sospechoso que te ocurriera algo después de una disputa pública de aquella envergadura. Además, si te mataba a ti, no podía verte sufrir. Se ha hecho con todas las innovaciones producidas en el último año solo para tener el placer de ver cómo caías; su intención es empujar a la compañía lentamente hacia su destrucción absoluta. Y eso ha hecho desde la muerte de Fran.

Venganza. El motivo era tan sencillo que él lo había pasado por alto. Sí, había montones de capas y complejidades en los acontecimientos que casi le habían destrozado. Resentimiento hacia Xander por haberse negado a dominar a Fran, hacia su propia desidia, estupor por la arrogancia de Brenner… Al final, todo se resumía en simple venganza.

—¡Lo pillé! —escuchó gritar a Nick al otro lado de la línea—. En junio pasado se retiraron dos importantes cantidades de la cuenta de Brenner, primero fueron diez mil dólares. Cuatro días después, desaparecieron cuarenta mil.

—¡Joder! —Se pasó la mano por el pelo—. ¿Sabes dónde está ahora Valjean?

Nick permaneció en silencio mientras tecleaba unos datos en el portátil.

—Sin duda ya no está en Cancún. Según mis datos estuvo allí menos de veinticuatro horas. En cuanto la policía mexicana fue a por él, desapareció. Imaginan que alquiló un barco y que regresó por mar, saltándose algunos controles. Claro que no puede ir demasiado lejos de esa manera.

—¿Adónde se dirigió? —ladró él.

—A algún otro punto de México, Belice, Cuba… Ésos son los más probables. ¡Espera! —Unos clics más tarde, él casi le veía fruncir el ceño—. El FBI me avisa de un posible avistamiento de Valjean.

El FBI solo manejaba datos del interior de Estados Unidos. ¿Valjean estaba dentro del país?

—¿Dónde?

—En el puerto de Nueva Orleans.

A tan solo unas horas de Lafayette. ¿Había enviado Brenner a Valjean para matarle? Que lo intentara… Que ese capullo se acercara, lo estaba esperando.

Pondrían todo aquello en conocimiento de la policía, pero los engranajes de la Justicia se movían lentamente y podía no ser suficiente. Estaba preparado para aclarar las cosas con Brenner. En una ocasión le ofreció al ingeniero un porcentaje de las ganancias o una opción efectiva de acuerdo, pero el hombre se negó. Quería jugar duro… pues muy bien.

—Esta mañana, Brenner ha retirado de su cuenta otros diez mil.

Las palabras cayeron como una losa. Eso era solo el principio.

—Quiere decir que ha enviado a alguien a por mí.

—¿Tú crees? —Xander no parecía de acuerdo, y Nick formuló en su oído casi la misma pregunta.

—Veamos… —continuó Navarro—. Si lo que quiere es matarte, ¿para qué molestarse en elaborar un plan con el que robar información de tu empresa? ¿Por qué matar a tu mujer? No creo que quiera verte muerto, quiere que sufras.

—Igual que él. —Antiguos recuerdos ocuparon su mente. Algunas de las palabras de despedida de Brenner fueron que no cejaría hasta que hubiera destruido todo lo que le importaba. Matando a Fran, lo había vuelto tan loco que casi había acabado con Industrias S. I. él mismo. Desde que llegó a Louisiana estaba mejor y la tenía a ella…

—¿Dónde está London? —Miró a su hermano. El pánico le desgarraba por dentro como una fría oleada que amenazaba con hacerle explotar. Si Brenner había pagado a Valjean para que hiciera daño a London… sería mejor que rezara para estar muerto antes de que él lo encontrara. No le importaba si acababa en la cárcel durante el resto de su vida. Nadie se atrevía a amenazar la existencia de su hermosa chica, que tanto había luchado por volver a disfrutar de la vida después del accidente.

—Imagino que con Luc. —Pero la cara de su hermano indicaba que comenzaba a pensar y atar cabos—. ¡Joder! Ya habrán llegado a Lafayette.

—Voy a llamar a Luc. Tú inténtalo con el teléfono de London, quizá ahora lo tenga encendido. Nick, sigue la pista de Valjean.

—De acuerdo. Me pondré en contacto contigo en cuanto tenga algo.

Cortó la llamada y él no desperdició ni un segundo. Pero el teléfono de Luc sonaba sin que nadie respondiera. Una nueva oleada de pánico lo atravesó como un río helado e impactó en sus entrañas.

A su lado, Xander le hizo señas.

—¡La he encontrado! Está en las oficinas.

—¿Un sábado?

Xander frunció el ceño, dándose cuenta de lo raro que era eso. Marcó el número de London sin obtener respuesta. Volvió a marcar tres veces más y en cada ocasión saltó el contestador.

Javier se pasó la mano por la cara, muerto de miedo. Respiraba, pero sentía como si todo estuviera parado: el tiempo, su respiración, incluso el coche que recorría un kilómetro tras otro. Todavía quedaba una hora de trayecto hasta Lafayette.

Vio de reojo que Xander presionaba el dedo en la pantalla del móvil para colgar y notó que el pánico dejaba un rastro helado en sus venas.

—¿No da señales de vida?

Negó con la cabeza. Su mente no dejaba de girar.

—Si está en la oficina, no está con Luc.

—Si está allí, podría encontrarla Valjean. ¡Joder!

Intentó pensar de manera racional.

—¿Por qué iba a ir a buscarla allí Valjean durante el fin de semana?

—No lo sé, pero lo mejor será asegurarnos de que no ocurre. —Xander sacó el teléfono y llamó. Le respondieron de inmediato. Javier rezó para que esa persona pudiera ayudarles—. Logan, necesitamos ayuda inmediata.

Xander le explicó la situación con rapidez. Javier no conocía la Logan a fondo, pero por lo visto era un hombre de acción. Aseguró que llamaría a la policía mientras se dirigía a la oficina. Hunter, su hermano, que al parecer estaba con él ese momento, le acompañaría para rescatar a London.

Xander pisó el acelerador una vez que colgó; estaba rebasando los límites permitidos, pero él no le dijo nada. Nada era más importante que llegar junto a su chica y salvarla. Mientras tanto, no dejó de pensar con quién más podían ponerse en contacto para impedir que Valjean actuara.

Revisó los contactos, agradeciendo no haber borrado nunca ninguno. Rezó para que aquel número en concreto siguiera siendo válido mientras cogía el móvil de su hermano y marcaba.

—Brenner.

—Soy Javier Santiago. ¡No cuelgues! Quiero negociar.

—No sé de qué me hablas —se burló el ingeniero como si escuchar aquel tono de pánico fuera muy agradable.

—Del asesino que has contratado; Valjean. Sé que fue él quien mató a mi mujer y quién ha acabado con la vida de Albert Carlton. Y también que ahora lo has enviado a matar a mi secretaria, London.

—No sé de dónde sacas esas alocadas ideas —negó Brenner con tono juguetón. Aquel cabrón estaba disfrutando de sus súplicas—. He visto fotos de esa chica. Una monada, ¿verdad? Desde que mi mujer me dejó como resultado de la merma de mis ingresos, tras la pérdida de mis derechos por la propiedad intelectual de mis inventos, sé cuánto se las echa de menos… ¡Oh, qué tonto soy! Estoy dando por supuesto que estás enamorado de ella. ¿Es cierto eso? He oído rumores… Ya sabes lo mucho que le gusta hablar a la gente… Según cuentan, no solo te tiras a tu secretaria, sino que además la compartes con ese hermano tuyo. Debo decir que me tienes muy sorprendido.

Cada minuto que hablaba Brenner era un minuto más que Valjean tenía para encontrar a London.

—Déjate de juegos. ¿Qué es lo que quieres para detener a Valjean? Te lo entregaré todo. Te traspasaré la propiedad de toda la compañía si le llamas para que deje en paz a London.

Brenner contuvo el aliento y él pudo captar el suspiro de felicidad que emitió a continuación. Sin embargo, apretó los dientes, se tragó el orgullo y no dijo nada.

—Santiago, suenas casi… humilde. Creo que nunca te había visto tan descontrolado. ¿Qué ha sido de toda tu arrogancia? Sin duda me gusta mucho más este aspecto tuyo.

Aquel capullo jugaba con él.

—¿Qué más quieres? ¿Mi vida? Es tuya. Iré a cualquier sitio que quieras para que me puedas matar como más te guste.

Xander se inclinó hacia el aparato.

—También yo. Si nos quieres matar a ambos y acabar con nuestra familia, solo tienes que decirlo. Dinos dónde y cuándo… Allí estaremos.

Javier miró a su hermano en ese momento y tuvieron un instante de comprensión absoluta. No tenía que adivinar qué pensaba Xander; lo sabía. Ninguno de ellos sería feliz, su vida no valdría nada si no la tenían a ella. London les había proporcionado esperanza, un rumbo y una razón para ser mejores.

—Bueno, no se perdería mucho. —Brenner arrastró las palabras—. ¿Qué ha hecho Xander en su vida salvo desperdiciar esperma por todas partes? No es una contribución memorable para la raza humana. Sin embargo, encuentro muy interesante que ambos ofrezcáis vuestra vida a cambio de esa chica. Imagino que es cierto que los dos estáis enamorados de ella, lo que indica que eres capaz de amar a otro ser humano, Santiago, algo que, estoy seguro, tu difunta esposa no pensaba que fuera posible.

—Fui un marido horrible —admitió Javier, tanto para sosegar a Brenner como porque era cierto—. Lamento haber sido también un mal jefe. Te lo juro, puedes quedarte con la maldita compañía, solo tienes que devolvernos a London sana y salva. Pondré todo a tu nombre en cuanto llegue a la oficina. Solo tienes que ordenarle a Valjean que se detenga.

El sudor de tres generaciones de Santiago se iría por el retrete. El negocio al que había dedicado su vida, el legado que pensaba dejar a sus hijos… A cambio de una mujer a la que conocía hacía una semana.

Y lo haría sin dudar. Una simple mirada a Xander le dijo que estaban en sintonía.

—Bien, por muy tentador que suene, no sé quién es Valjean —dijo Brenner—. No sé a qué viene toda esta historia. ¿Estás borracho otra vez?

—¡Dime de una vez qué quieres de nosotros! Crees que me quedé con tus logros, así que estoy dispuesto a darte los nuestros. Sin condiciones. Solo debes devolverme a la chica. —«Mi salvadora, mi adorado tormento».

—No quiero tus empresas, Santiago. Cualquier cosa que inventara cuando trabajaba para ti se ha quedado obsoleta, puedo actualizarlas de la manera que quiera. Y eso estoy haciendo. Por suerte, en United Velocity están más que felices de pagarme con dinero y acciones todo lo que diseño para ellos.

Javier apretó el teléfono con fuerza, tan tenso que podía sentir cada latido de su corazón palpitando en su mente. El mundo se hacía cada vez más pequeño mientras se concentraba en la carretera casi vacía que se extendía ante él y en el sonido de la voz de Brenner.

—¿Quieres dinero? ¿Una disculpa pública? Me he ofrecido a morir por ella, ¿qué más quieres?

—Oh, ya me has dado todo lo que podía querer por ahora. —Su voz pareció contener una risa de satisfacción. Normalmente, eso era como sentir una lija en la piel, pero ahora no importaba su orgullo—. No puedes ofrecerme nada más. Espero que encontréis a la chica antes de que sea demasiado tarde. Pensaré en vosotros.

Sonó un clic y la línea murió bajo su oído. Un frío pánico atravesó sus venas a toda velocidad. Había fallado. London era inocente, no tenía nada que ver con la maldad; su único crimen era no haber confiado en su amor. Se quedó paralizado. Sí, eran ellos los que habían cometido un crimen. ¿Cómo podía ella confiar en un amor que jamás le habían confesado? ¡Santo Dios!, ella podía llegar a morir sin saber que la amaban con toda su alma. Xander y él sufrirían una profunda angustia durante el resto de sus desgraciadas existencias. En su mente, ya ponía en fila las botellas que consumiría… Mentalmente se veía consumiendo el vodka mientras sostenía en la mano la calibre 38 que le había ocultado a Xander. Durante algo más de un año, la culpa que sentía por lo que le había ocurrido a Francesca le había atravesado, envolviendo su vida, hasta que se convirtió en un caparazón a su alrededor. Si le ocurría a London algo igual la pena acabaría con sus ganas de vivir. Sin embargo, antes de poner fin a todo, buscaría el rastro de Brenner y le mataría lentamente, haciéndole sentir todo el dolor que pudiera.

—¿Te ha colgado?

—Sí. —Su voz sonaba casi calmada; apenas lograba entender de dónde salía esa tranquilidad cuando en su interior solo sentía pánico y resonaban estridentes maldiciones.

Cuando se sentía muerto.

Comenzó a hiperventilar. Luchó contra el deseo de permitir que sus sentimientos y pensamientos se desintegraran en el caos.

Xander sostuvo el volante con una mano y le dio una palmada en el muslo con la otra.

—No te contengas mientras estás conmigo. Suéltalo todo, hermano.

El doloroso hormigueo que recorrió su piel le llevó de vuelta a la realidad y asintió con la cabeza.

—Gracias.

—De nada. London nos necesitará a los dos.

Su hermano tenía razón otra vez.

—Estamos juntos en esto.

Xander recuperó su teléfono y volvió a marcar el número de Brenner. Al instante salió el buzón de voz. El ingeniero había dicho la última palabra. El hombre que sabían que era el responsable de todo su sufrimiento estaba disfrutando de su venganza. Era un ojo por ojo en su forma más poética.

—¡Joder! —Parecía que Xander quisiera tirar el teléfono por la ventana pero no se atreviera—. Intenta ponerte en contacto con London otra vez. Quizá responda.

Javier sentía un nudo en el estómago. Todavía faltaban aproximadamente treinta minutos para llegar a Lafayette. Y ese lapso de tiempo podía hacer que fuera demasiado tarde. Incluso podía ser muy tarde ya, aunque debía mantener la esperanza.

Quizá Valjean todavía no había dado con ella. Quizá podían salvarla. Quizá… Un timbrazo… Dos… Tres… Buzón de voz. Comenzó a gritar al aparato, esperando que ella escuchara ese mensaje. A pesar de ello, siguió intentando hablar con ella.

—London, ponte en contacto con Luc. Busca un lugar seguro; alguien te persigue. Un hombre quiere… —No podía decirlo en voz alta. Las palabras harían que fuera demasiado real—. Tiene intención de hacerte daño. Por favor, mantente a salvo. Te amo.

—Yo también te amo, belleza —gritó Xander a su lado.

Finalizaron la llamada; no tenían otra elección. Unos dolorosos minutos después, volvieron a intentarlo. Un timbrazo… dos… tres…

London parpadeó en medio de la desconocida oscuridad mientras el teléfono vibraba otra vez en su bolsillo. No podía responder; aquel hombre estaba intentando matarla.

Se acercaba con la cuerda en las manos y ella sabía que si se la ponía en torno al cuello moriría. Notó que las llaves se le hundían en la palma y, con el corazón acelerado, intentó clavárselas en el estómago a su asaltante.

Él anticipó el movimiento y saltó a un lado para evitarla.

Ella intentó alcanzar la puerta, llegando incluso a apretar la manilla, pero él la agarró por un brazo y tiró de ella bruscamente. Cuando ella tropezó, él le arrancó las llaves de la mano para tirarlas al suelo.

—¿Quieres irte tan pronto? —El hombre poseía un marcado acento francés.

Mirando a su alrededor en busca de un arma, se tambaleó sobre los pies. Una insensata certeza la recorrió y la hizo quedarse sin aliento: con todo lo que había ocurrido, se había olvidado de tomar las últimas dosis de sus medicinas. ¿Qué ocurriría si se desmayaba?

No tendría manera de ofrecer resistencia y ese hombre la mataría sin remedio.

¡No! Su vida ya había sido demasiado breve tras haberse pasado años inmersa en dolorosas sesiones de rehabilitación tras el accidente. Por fin estaba viva, ¡maldita fuera!

Y todo gracias a Javier y Xander.

Ahora que se había alejado de ellos, seguramente la consideraban una cobarde. O peor todavía, ni siquiera pensarían en ella. En el momento en que la negrura comenzó a reclamarla y sus rodillas se aflojaron, supo que los hermanos Santiago podían seguir adelante sin que ella hubiera reunido el valor suficiente para decirles que les amaba. ¡Maldición!, debería haberse quedado con ellos; debería haberles enseñado la espalda. Quizá no se habrían horrorizado; era posible que siguieran deseándola. En ese momento podía estar en la cama, entre ambos, saciada y sonriente.

Pero no, se hallaba entre la vida y la muerte.

Mientras caía, se tropezó por casualidad con su asaltante. Él trastabilló y soltó un gruñido antes de aterrizar sobre la moqueta con un ruido sordo. Lo escuchó maldecir entre dientes y ella contuvo el aliento, esforzándose por caminar a pesar de la inestabilidad. Tenía que continuar consciente, debía usar toda su energía para luchar…

Se clavó las uñas en el antebrazo y se concentró en el dolor hasta que sintió que se recuperaba algo del aturdimiento. Alejó la vertiginosa niebla que envolvía su cabeza mientras se giraba en lo que esperaba fuera la dirección en que se encontraba la puerta, pero su sentido de la orientación había desaparecido y casi cayó sobre el escritorio.

Se aferró al borde de la mesa, desesperada por mantenerse erguida. Notó bajo los dedos algo frío y metálico. A su espalda, el asaltante le rodeó el tobillo con la mano y tiró, intentando hacerla caer al suelo. La sensación, la maldad que contenía su contacto, la hizo gritar. Pero allí no había nadie. El único negocio abierto era una oficina de correos tres pisos más abajo. Nadie la oiría. Nadie sabía que estaba allí.

La negrura la reclamó de nuevo. Lo superó y tiró de su pierna bruscamente para liberarse de su agresor. Pateó y pateó hasta que impactó en algo sólido. Lanzó una mirada por encima del hombro y vio a un tipo de mejillas huecas que le observaba con furia mientras gateaba a sus pies. Lo escuchó mascullar algo y, aunque las palabras estaban dichas en francés con el melódico acento que poseía esa lengua, su tono no contenía belleza alguna. El gruñido estaba lleno de cólera y le hizo saber que el hombre había perdido la calma.

Se había abalanzado sobre ella, tomándola por sorpresa para estrangularla con aquella cuerda… Para arrebatarle la brizna de vida que había disfrutado desde el accidente. Si lo conseguía, ella no volvería a ver el sol. No aprendería a conducir. No lograría su objetivo de caminar cinco kilómetros sola… Pero lo peor de todo era que jamás tendría la oportunidad de decir a Javier y Xander que los amaba. Se había ocultado, sopesando los riesgos desde dentro de su segura burbuja, sin atreverse a dar un paso fuera de su límite de seguridad. ¿Cómo esperaba vivir una vida extraordinaria si no corría ningún riesgo fuera de lo común?

Los pensamientos desaparecieron cuando el asaltante la agarró del brazo y tiró de ella para tenerla cara a cara. Ella intentó zafarse y la brusquedad del gesto hizo que le subiera una dolorosa sensación por el brazo y su piel. La adrenalina, el terror puro, inundó su sangre con algo terrible y frío. Sabía que apenas le quedaban unos segundos para poder vivir esa vida extraordinaria; que él estaba a punto de matarla.

Se sujetó con fuerza a la esquina del escritorio, clavándose la madera en los dedos, y se obligó a buscar cualquier resquicio. Cualquier oportunidad que le hiciera ganar unos segundos para alejarse de aquel infierno, para retrasar lo que parecía inevitable. Allí, no tan inalcanzable para ella, estaba su salvación.

Gruñó al tiempo que se lanzaba sobre el escritorio, haciendo que él se golpeara contra el mueble. Él aflojó la presa y ella se hizo con el arma… para perderla. Antes de que pudiera volver a intentarlo, él tiró con crueldad de su tobillo y la empujó hacia el suelo. Ella no se dio por vencida.

Se retorció en el aire y solo dispuso de un segundo para clavarle el codo en la sien.

Él se desplomó; London sabía que solo había conseguido aquello porque le había pillado por sorpresa. No dispondría dos veces de la misma oportunidad, era ahora o nunca. Sí, si fallaba podía acabar muerta, pues ésa era la intención de aquel hombre: matarla, así que tenía que sobreponerse y seguir luchando.

Escuchó un rugido de frustración masculina. Ese tipo no había esperado que ella le diera problemas. Se limitó a pensar que moriría como una niña buena y ella ya había pasado por eso y no pensaba volver a rendirse. Había perdido sus años de juventud, pero ¡mierda!, no renunciaría al resto de su vida por no luchar con todas sus fuerzas. La ironía de aquel pensamiento hizo que volviera a tratar de coger el arma.

El metal se clavó en sus dedos, frío y pesado. Cerró el puño en torno a la culata.

Solo dispondría de una oportunidad, luego perdería el factor sorpresa. Su asaltante apenas tuvo tiempo de abrir los ojos oscuros antes de que le golpeara con la pesada arma en la cara.

Lo vio tropezar y caerse sobre el trasero. Se obligó a dar otro paso hacia él, mareada. Se detuvo entre las piernas abiertas del asaltante, llevó el pie atrás y le dio una patada en la ingle con tanta fuerza como pudo.

Él se llevó las manos a los testículos al tiempo que movía la cabeza; su pelo oscuro contrastaba con el tono claro de la moqueta. Ella no sintió ni pizca de remordimientos al verlo rodar a un lado, todavía sujetándose sus partes. Por un lado quiso arrastrarle por la muñeca hasta el escritorio e inmovilizarlo allí usando su propia cuerda, pero no se atrevía a acercarse y darle la oportunidad de atraparla otra vez. No sabía cuánto tiempo le llevaría recuperarse de aquel dolor y, cuando eso ocurriera, la perseguiría con una furia tremenda e intentaría matarla con todas sus fuerzas. Lo mejor sería salir de allí cuanto antes.

Con el corazón en un puño, se alejó de su asaltante y se tambaleó hacia la puerta, buscando el picaporte. Él la había cerrado con llave y sus manos temblorosas no eran capaces de abrir el cerrojo. El pánico la inundó y casi la ahogó cuando le escuchó levantarse a su espalda, llamándola con alguna palabra francesa no demasiado agradable. El gélido gruñido hizo que le bajara un escalofrío por la espalda.

—¡Puta! Será un placer matarte con mis propias manos —le tradujo.

«¡No! ¡No! ¡No!». Gimió para sus adentros con miedo y frustración. La certeza de que estaba perdiendo la oportunidad de escapar, de que él estaba a punto de pillarla, la hizo encender la luz, rezando para que la claridad lo dejara momentáneamente ciego. Le escuchó resoplar a su espalda y le dio la impresión de que se detenía, pero no se atrevió a mirar.

Volvió a accionar el picaporte. Esa vez respiró hondo, intentando tranquilizarse y contener el temblor de sus dedos el tiempo suficiente como para lograr su objetivo.

Por fin lo consiguió y salió en tromba al pasillo… para caer en brazos de un desconocido.

¿Aquel asesino había venido acompañado?

Contuvo el aliento e intentó zafarse del hombre que aguardaba en el oscuro corredor, pero éste la sostuvo con brazos firmes antes de ponerla a su espalda y levantar el arma que llevaba en la mano. Él le puso un dedo en los labios, indicándole sin palabras que guardara silencio. Sus ojos, muy azules, brillaban con intensidad entre sus rasgos cincelados, bajo el pelo cortado a cepillo. Era Hunter.

El alivio casi la hizo caer al suelo.

En la pared de enfrente había otro hombre encorvado. Lo reconoció por los ojos, tan azules como los de su hermano mayor; era Logan. Al igual que Hunter llevaba un arma y su expresión era la de un depredador. Logan la arrastró a su lado para que se apoyara en la pared, protegiéndola con su cuerpo e indicándole por señas que permaneciera quieta.

Temblorosa, contuvo el deseo de llorar de alivio y observó, conteniendo la respiración, cómo su asaltante salía de la oficina mirando a su alrededor, buscándola. En su ansia, el hombre atropelló a Hunter que, al instante, lo tiró al suelo y lo hizo rodar sobre su estómago para inmovilizarlo colocándole un brazo en la espalda y apretando con su mano entre los omóplatos. El francés comenzó a gritar al instante.

—Silencio —ordenó Hunter—. No entra en mis planes romperte el brazo o dislocarte el hombro, pero tampoco me importaría. Dime lo que quiero saber y no tendremos problemas.

—No voy a decir nada —escupió el francés.

—Pues vas a gritar como una nena. —Logan se agachó al lado del tipo—. Así que piensas que es muy divertido asaltar a una chica que no te ha hecho nada —comenzó a decir mientras recogía la cuerda que el asesino había dejado caer y la sostenía ante sus ojos con una mirada inquisitiva. Ella asintió con la cabeza—. Porque no creo que tu idea fuera montar con London una escena de sumisión, ¿verdad?

—No —aseguró ella con la respiración entrecortada—. Me la puso en la garganta. Quería estrangularme.

Hunter miró al asaltante con los ojos entrecerrados mientras le apuntaba a la cabeza con el arma. Logan tomó la mano libre y, uniéndola a la que ya agarraba su hermano, se la ató con la cuerda.

—Esto pasa por usar una cuerda, gilipollas —masculló Hunter—. Coge mi teléfono, London.

Ella obedeció y esperó instrucciones. Su instinto le pedía que llamara ya a la policía, pero se estremecía con tanta intensidad que le castañeteaban los dientes.

—Bien. Busca entre mis contactos a Jack Cole. Llámale. Dile que estás con nosotros y tenemos un asunto entre manos, que avise al sheriff.

Jack respondió al instante y evaluó la situación con pocas preguntas, dándole tiempo incluso a decirle que se tranquilizara y controlara la respiración. Desmayarse en ese momento no serviría para nada.

Unos segundos después comenzaron a escucharse sirenas cada vez más cerca.

Ahora la sensación de alivio fue como una fría oleada. No sabía quién era ese hombre ni por qué había querido matarla, pero aquello había acabado. Estaba viva.

Había llegado el momento de tomar decisiones.