London apenas había recorrido tres metros desde la puerta cuando tropezó con un sólido muro de músculos. Con el corazón acelerado y los ojos llenos de lágrimas, alzó la mirada, teniendo que parpadear para evitar las fuertes luces del club.
Thorpe le bloqueaba el paso.
—Lo siento, señor. —Intentó no sorber por la nariz sin conseguirlo—. Perdone.
Cuando intentó esquivarlo para seguir corriendo, él la sujetó por el brazo. Podía dar imagen de elegancia, pero bajo el impecable traje y esos gélidos ojos grises, era sagaz y mucho más fuerte de lo que esperaba.
—¿Has utilizado tu palabra segura?
«¿Cómo lo sabía?». Aunque tenía la cabeza llena de fragmentos de dolor y pesar, logró asentir con la cabeza.
—Pues ven conmigo —la invitó con un suspiro.
Le obedeció porque él no le dejaba elección. Al ver que no la llevaba de vuelta con Javier y Xander, sino que recorrían otro pasillo hasta una puerta cerrada con llave por la que se accedía a un tramo de escaleras, ella se sintió más intrigada y aliviada que preocupada.
—Es evidente que no estás bien. ¿Te gustaría hablar sobre ello?
La habitación a la que accedieron estaba a oscuras, pero divisó un lujoso sofá de terciopelo color chocolate en un rincón. Era de ésos que invitan a acurrucarse en una esquina y llorar. Sin embargo, el hombre que tenía delante exigía una respuesta con su penetrante mirada y su ceja arqueada.
—No, señor.
¿Qué iba a decir? Era una cobarde y había fallado a los dos hombres que amaba.
Le faltaba coraje para creer que alguien podía pasar por alto sus defectos y cicatrices y preocuparse por ella. No tenía valor para ver el horror en las caras de los que amaba. Quizá no confiaba lo suficiente en ellos. Quizá aquello no fuera importante para Javier y Xander, aunque lo era para ella; anhelaba ser perfecta para los dos.
Y nunca lo sería.
Aquel pensamiento horadó su pecho hasta que pensó que le estallaría. Se rodeó con los brazos y apenas pudo mantener el equilibrio cuando otro sollozo la atacó.
Sintió que la envolvían unos cálidos brazos. Thorpe comenzó a canturrear palabras de consuelo dulcemente en su oído. ¡Santo Dios!, incluso olía a lujo. Aquel pensamiento inundó su cabeza mientras él la llevaba a una butaca de cuero, cerca de una enorme pared de ventanas tintadas sobre la sala principal del club.
Él la dejó sobre el asiento y se acercó al mueble bar para servir una copa de líquido color ámbar, que le ofreció a ella.
—Bebe.
Era evidente que Thorpe pasaba gran parte de su tiempo en ese lugar, supervisando el Dominium.
Ella sostuvo el vaso con firmeza. Se suponía que no debía beber tomando la medicación, pero aquella noche había sufrido una devastación tras otra, así que ya daba igual. Se llevó el recipiente a los labios y apuró el contenido de un trago. Olía a algún licor suave combinado con un toque floral. Marcó un ardiente camino en su interior. Lo mejor de todo es que le hizo sentir calor de inmediato. Un momento después, se sintió flotar… relajada. «Ahh…».
—Gracias. —Lo miró con gratitud.
Él sonrió de medio lado.
—De nada. La mayoría de la gente prefiere saborear a placer una copa de una cosecha de 1888, pero si el coñac ha servido para calmarte, me siento complacido.
Ella se estremeció. Beber de golpe un licor tan valioso era un pecado.
—Lo siento, señor.
Él la ignoró y miró por la ventana. Observó la multitud vestida de cuero y látex con la mirada penetrante de un vigilante.
—¿Te han lastimado o forzado a traspasar tus límites?
—No.
—Bien. Dado que no quieres explicarme lo ocurrido, espero que te des cuenta de que, por tu seguridad, no puedo permitir que vagues por el local sin estar acompañada de tu Amo o con un collar en el cuello. Caerían sobre ti como pirañas.
Ella se sonrojó y agradeció que la estancia estuviera a oscuras. Debería haber pensado en eso. Aquel era un club de sexo y había muchos depredadores vagando por allí; tenía que haberse imaginado que algún Amo podía considerarla una presa.
—Por supuesto. No se me ocurrió.
—Ni tampoco a Xander y Javier, es evidente.
—Salí corriendo y…
—… y ellos lo permitieron.
Sí, lo hicieron. Porque les había decepcionado… por última vez, estaba segura.
Lo peor de todo era que si el tiempo retrocediera a ese instante, su reacción sería la misma. La tristeza la aplastó como una losa. Tampoco es que la amaran ni nada parecido, tenía que seguir adelante y eso haría.
De ninguna manera pensaba confesarle todo aquello a aquel perfecto y elegante desconocido que tenía ante ella.
—Tengo que marcharme. ¿Puede acompañarme a la salida? —Se levantó con piernas temblorosas.
Él clavó en ella una aguda mirada, haciendo que volviera a sentarse. Entonces asintió con satisfacción.
—¿Te gustaría que llamara un taxi?
Había dejado el bolso con el móvil, la medicación y el dinero en la habitación del hotel. «¡Estúpida! ¡Estúpida! ¡Estúpida…!».
—No, gracias. Prefiero caminar. —Lo que no sabía era hacia dónde.
—No vas a salir sola de aquí —aseguró él con una severa expresión que no daba opción a contradecirle—. Y a pesar de lo que piensas, Xander y Javier no parecen dispuestos a salir de aquí sin ti.
Ella miró a su alrededor antes de acercarse al enorme ventanal por el que se veía el piso inferior. Tras escudriñar la sala durante unos segundos, vio a ambos buscándola. Xander intentaba no llamar la atención y miraba a los asistentes, pasando la vista de un rostro a otro con discreción.
Una bellísima rubia se acercó a él sobre unos altos tacones de aguja plateados.
Tenía unas piernas kilométricas, que brillaban bronceadas bajo las luces. Sus glúteos eran firmes y altos, y entre ellos se colaba la tira de encaje de un tanga. Con respecto a lo que cubría la parte superior de su cuerpo… Llamarlo top era ser generoso; apenas eran unas brillantes correas y un retal de seda que envolvía con elegancia su delgada figura.
La mujer se arrodilló delante de Xander con la cabeza inclinada, ofreciéndose y exponiendo ante él su espalda desnuda. Desnuda desde la perfecta curva de la nuca hasta la rendija entre sus nalgas. Por un terrible momento se le detuvo el corazón. Se apretó la mano contra la boca mientras sentía que le ardían los ojos. Se mordió los labios para contener un sollozo. Thorpe ya debía de sentir lástima por ella, no pensaba darle más razones para que la compadeciera.
Cuando Xander puso la palma de la mano sobre la cabeza de la sumisa y se inclinó para hablarle al oído, ella apartó la mirada. No podía verlo. El momento era un horrible y sombrío recordatorio de que él no era realmente suyo. Ella había sido una conveniente distracción, una manera de ayudar a su hermano. La otra mujer era una belleza a la que él daría la bienvenida con los brazos abiertos, en particular después de su fracaso con ella. Tenía que aceptar la realidad. Un atractivo millonario que podía acostarse con la mujer que quisiera, no elegiría a una chica rellenita y llena de cicatrices. Si en algún momento había llegado a pensar que él estaría con ella más de lo que le llevaría alcanzar un par de orgasmos, es que vivía en un mundo de fantasía.
Miró a otro lado y divisó a Javier, todavía buscándola. Según parecía, él no se molestaba en guardar las formas. Abordó a un Amo que llevaba a su sumisa a cuatro patas. Tras mirar la cara de la mujer, se alejó en dirección a otra joven que estaba atada en una mesa con la cabeza cubierta con una capucha que solo tenía unos agujeros coincidiendo con sus fosas nasales. Su cabello rubio le envolvía los hombros y cubría la mayor parte de los pechos.
London supo que Javier interrumpiría la escena de aquel Amo. No conocía mucho aquel mundo, pero dudaba que su comportamiento fuera bien recibido. Tenía que ser como escuchar el timbre de la puerta cuando estabas en medio de un buen polvo.
Contuvo el aliento y miró a Thorpe, que se había puesto rígido.
—No puedo permitir que esto continúe —escupió él.
—Lo entiendo. —Javier no podía avasallar como un elefante en una cacharrería.
Con el corazón en la garganta, volvió la mirada al punto donde la sumisa escultural se había arrodillado frente a Xander. Ambos habían desaparecido y, conociéndolo, bueno… Pronto estaría perdido en el interior de aquella rubia perfecta a la que proporcionaría aquel tipo de éxtasis increíble que ella no volvería a sentir.
Conteniendo las lágrimas como pudo, se alejó del cristal y se paseó por la estancia.
—Espera aquí —ladró Thorpe.
«Será un placer». No se atrevió a asomarse de nuevo a la ventana. Cuando se dio la vuelta, vio un teléfono en la mesa para café. Podía llamar a Alyssa y pedirle que fuera a recogerla. Descartó la idea al instante, Lafayette estaba a seis horas de viaje y no podía alejar a su prima de sus negocios ni de su hija. Alyssa ya tenía suficiente.
Sabía que tenía que encontrar la salida a ese lío por sí misma.
Se dejó caer sobre el sofá, se apoyó en el reposabrazos y sollozó hasta que se sintió rota, enferma y vacía. Tal era su desesperación que no sabía si volvería a sentirse entera. Estaba segura de que para entonces, Xander ya le habría proporcionado a la rubia un montón de orgasmos. Quizá invitaría a su hermano a unirse a él para que le ayudara a devorar a su nueva conquista. A pesar de lo doloroso que sería para ella, era lo que ambos necesitaban: otra mujer.
Alguien que no fuera ella.
De repente, Thorpe volvió a abrir la puerta.
—Acompáñame.
Cuando él le ofreció el brazo, ella deslizó la mano temblorosa por la dura forma de su bíceps.
Thorpe la guio fuera de la estancia sin decir palabra. Bajaron las escaleras y se dirigieron a su despacho privado. Además de un escritorio de diseño moderno y un ordenador portátil último modelo, había muestras de cultura en cada rincón. Arte valioso. Cristal y acero.
Entre aquellas cuatro paredes, experimentadas sumisas se arrodillaban frente a hombres dominantes. Ella sólo llevaba encima una gabardina y los ojos manchados de rímel. Y apenas una semana antes, era virgen.
Aquel no era su sitio.
Un momento después, se giró la silla que había tras el escritorio y Javier se puso en pie. Parecía furioso y aliviado a la vez cuando depositó un vaso vacío sobre la mesa de Thorpe, antes de dirigirse hacia ella. Con un gruñido, la agarró por los hombros y la empujó contra la pared, apresándola con su cuerpo. Olía a vodka, deseo y decisión. Ella contuvo el aliento con el estómago encogido.
Por supuesto que le deseaba, pero no podía ser egoísta. Ella siempre sería de ellos; de él y de Xander. Pero en ese momento debía asegurarles que estaba bien y desaparecer de sus vidas. Su buena conciencia le impedía quedarse con los hermanos Santiago, cuando estaba casi segura de que no era la mujer que ellos necesitaban.
Javier encerró la cara de London entre sus manos y la obligó a mirarle con aquellos enormes ojos azules. La estrechó posesivamente entre sus brazos mientras luchaba contra la tentación de colocarla sobre su regazo y ponerle el trasero como un tomate.
—No vuelvas a arriesgarte de esta manera. No tienes ni idea de lo que acecha en un club como éste. Este lugar está lleno de hombres que devoran niñitas inocentes como postre.
—Gracias por tus palabras, pero mis clientes son gente selecta —aseguró Thorpe desde la puerta.
Javier volvió la cabeza hacia él.
—¿Acaso tu sistema de selección es infalible? He observado que no la has dejado sola en una mazmorra.
—Touché. —Thorpe le ignoró y miró a London—. Tiene razón. Éste no es el lugar apropiado para ser independiente. Trátala con amabilidad, Santiago. Voy a buscar a tu hermano… Os dejaré a solas para que… habléis.
Después de que el hombre se retirara con dignidad, Javier observó que London bajaba la mirada al suelo. Le dolió el corazón al verla. Xander y él la habían presionado demasiado, y se reprochaba no haber hecho caso a los instintos de su hermano, el miedo de London era demasiado profundo para despojarla de él en una sola noche. No sabía el tiempo que llevaría sanarla, pero ahora necesitaba abrazarla y consolarla. En cuanto apareciera Xander, hablarían con ella, la escucharían y negociarían; le harían saber lo especial que era… Le dirían que la amaban.
—No nos abandones, London. Si no estás preparada para lo que te exigimos, dínoslo. No te limites a huir, habla con nosotros.
—Tiene razón.
Ambos miraron a la puerta y se encontraron con Xander en el umbral. Tenía los labios apretados y los hombros tensos. Él sospechó que su propia cólera y ansiedad se veían reflejadas en el estado de ánimo de su hermano.
—¿No estabas entretenido con la rubia perfecta? —London se cubrió los labios con los dedos en cuanto pronunció las palabras—. Da igual. No me debes nada, no es asunto mío.
—¿No te gusta pensar que estoy con Whitney? Bien, pero no me interesa esa mujer. Se ofreció pero la rechacé. Me hizo… me hizo un favor hace algunas semanas, que no funcionó. —Su hermano le miró fijamente y él apartó la vista—. Ya me he disculpado con ella, así que me puse a buscarte otra vez hasta que Thorpe me envió aquí. ¿En qué demonios estabas pensando para escaparte así?
Notó la expresión de tristeza de London.
—Esto no va a funcionar —aseguró ella—. Nosotros…
A él le dio un vuelco el corazón. El temor y la negación le atravesaron como un relámpago. Cuando estaba con ella y con su hermano todo era fácil, tan natural como respirar. Jamás había sido tan feliz. Y también la hacían feliz a ella, ¡maldita fuera!
Lo había visto en su mirada, en su radiante sonrisa, en las lágrimas de emoción que anegaban sus ojos.
—Chorradas. —Xander entró y cerró con un portazo—. No dices más que jodidas chorradas. Es el miedo quien habla. Te niegas a creer, o confiar, en que nos importas lo suficiente para quedarnos sea lo que sea lo que ocultas. Así que no vamos a verte la espalda esta noche. Me desilusiona, aunque no me importa esperar.
—No creo que pueda mostrárosla nunca. —Ella intentó zafarse de sus brazos, pero él se mantuvo firme—. Me lo habéis dado todo, lo habéis hecho todo, pero eso no cambia lo que soy. Ni mis limitaciones ni mis temores. Suéltame, Javier. De verdad… no puedo.
—No es que no puedas, es que no quieres —replicó Xander con serenidad.
Él se puso rojo de ira.
—¿Ya estamos con lo de siempre? ¿No sois vosotros, soy yo? —Pensar que London intentaría incluso demostrar aquellas tonterías hizo que la cabeza le estallara—. No sigas por ahí. Te lo pido… No lo hagas. Eres lo primero que me importa en años. No pienso dejar que te marches.
—Javier…
La acalló con un beso. No pensaba escuchar sus excusas, no quería oír cómo desconfiaba de sí misma. Ella lo había arrancado de aquel abismo mental en el que había caído y del que nunca pensó que saldría. Ahora quería ayudarla de la misma manera. Entendía, por supuesto, que ella se sintiera abrumada, vulnerable y asustada.
Pero si se lo permitía, Xander y él podían hacer que se sintiera tan amada que jamás querría marcharse.
Xander se puso detrás de London como si hubiera leído sus pensamientos, colocándola entre ambos. Se sintió aliviado al ver que su hermano le aflojaba el cuello de la gabardina para besarle con ardor la piel hasta la oreja. Ella suspiró y dejó caer la cabeza sobre el hombro de Xander. Él abrió el resto de la prenda y su hermano se apoderó de sus pechos. Ella se arqueó ante el carácter exigente de las caricias.
¡Oh, Dios! Verla así, con los ojos cerrados, los labios separados con creciente deseo, las manos de su hermano recorriéndola… le excitaba más allá de lo imaginable. ¿Era porque Xander era una extensión de sí mismo? ¿Porque, como en su infancia, su hermano y él estaban juntos en ello, esforzándose en complacer a la mujer que amaban? Cualquiera que fuera la razón, daba igual. Si podían abrazarla, obligarla a comprender que aquello que ocultaba no importaba…
—No podemos… —jadeó ella—. No aquí. Ni nunca más.
—¡A la mierda! —gruñó Xander en su oído, girándola para mirarla a la cara—. Claro que podemos, belleza. Cada día. ¡Joder!, cada hora del día. Eso es lo que queremos. Eso que piensas de que no eres lo suficientemente buena es una gilipollez.
Cuando Xander le cubrió los labios con los suyos, hundiéndose en su boca, Javier clavó los ojos en la gabardina negra que le cubría la espalda. Ella no había dicho que el resto de su cuerpo estuviera fuera de los límites.
La necesitaba. Los dos lo hacían. Sentir su piel bajo las manos y escuchar sus gritos de pasión podía calmar su terror, la bestial furia que inundaba su interior.
Quizá… Pero London también necesitaba la tranquilidad que ellos le transmitían.
Tenían que conseguir que les creyera que la deseaban a todos los niveles, que la querían en todos los aspectos.
Con un suave empujón, les guio a través de la estancia. No pasó mucho tiempo antes de que Xander levantara los labios del sedoso cuello de London y lo mirara con el ceño fruncido.
—Siéntate en la silla, Xander —exigió.
Algo —su tono, su expresión, la erección que presionaba la cremallera— debió de transmitir a su hermano lo que sentía, porque Xander la llevó consigo a través de la estancia sin protestar.
London miró a Xander que, sentado, buscó la cremallera con una provocativa y burlona sonrisa para deslizar la pestaña poco a poco por los dientes metálicos.
Ella se tensó, contuvo el aliento y dejó salir el aire con un suspiro de frustración.
—Basta. No quiero eso. Sí… ¡Oh, Dios…! No soy lo que necesitáis. Estoy tratando de liberaros para que encontréis lo que buscáis. No lo hagáis más difícil para mí.
—Tú eres lo que queremos —repuso Xander—, y vamos a ayudarte a que te des cuenta.
Su hermano separó los bordes de la bragueta de los pantalones de cuero para liberar su erección y se pasó el pulgar sobre el glande.
Él apretó su cuerpo contra la espalda de London, presionando su duro miembro contra ella al tiempo que le apresaba la oreja con los dientes.
—Vas a sentir cuánto te necesitamos, pequeña, no lo podrás negar. Ponte de rodillas ante Xander.
—Pero yo… —Ella negó con la cabeza, como si intentara no dejarse envolver por la situación, y él se lo impidió deslizando los dedos por su sexo hasta acariciarle el clítoris, que se endureció bajo la caricia casi al instante. La oyó contener el aliento.
—No vas a ningún sitio —le aseguró—, no hemos terminado contigo.
—Y tampoco vamos a intentar descubrir tu espalda, ¿entendido? —añadió Xander con socarronería.
Por mucho que él deseara verle la espalda para que ella comenzara a sanar, sabía que su hermano tenía razón. No era el momento; eso tenía que ser su elección.
Él negó con la cabeza mientras seguía acariciándole el clítoris.
—No. Tendremos paciencia, pero reclamamos el resto de tu cuerpo. Venga, ponte de rodillas.
London se derritió contra él y se le debilitó la voz.
—Estamos en el despacho de Thorpe. Él…
—No es tan estúpido como para regresar ahora —aseguró Xander—. Escucha a tu jefe, a tu Amo, y arrodíllate.
—Si no lo haces, no disfrutarás de un orgasmo en bastante tiempo, y tú quieres que te los demos, ¿verdad? —A Javier no le importaba jugar sucio si con eso obtenía lo que todos necesitaban.
Ella vaciló antes de acercarse e inclinarse sobre los reposabrazos del sillón y arrodillarse en el suelo, delante de Xander. Él percibió breves vislumbres de sus muslos y la curva de sus nalgas, lo que incrementó su deseo un poco más.
¡Santo Dios!, era una hermosa sumisa y la necesitaba en su vida. Por primera vez en mucho tiempo no miraba al pasado, sino al futuro. Si ahora se preocupaba por su vida, su prosperidad, su felicidad era gracias a ella. No pensaba dejar que se alejara de él.
—Chúpale la polla. —Se inclinó sobre ella, observando y esperando.
Ella miró por encima del hombro y le sostuvo la mirada. Sus pupilas estaban dilatadas y anhelantes. Le gustaba que la dominaran. Y le gustaba, en concreto, la orden que acababa de darle.
La vio gatear entre las piernas abiertas de Xander y apoyó las manos en sus muslos. Su hermano se acarició la erección, sosteniéndola, justo cuando ella se inclinó. Observó cómo se la metía en la boca, centímetro a centímetro.
Cuando su miembro desapareció entre aquellos labios, Xander dejó caer la cabeza con un gemido. Estaba seguro de que su hermano había disfrutado de centenares, quizá de miles, de mamadas en su vida, pero la boca de London era especial porque ella le importaba. Y él lo sabía tan bien como sabía su nombre.
Verlos juntos le excitó tanto que no pudo contener un gruñido gutural. Era gracioso. Que Xander le hubiera arrastrado hasta Lafayette le había puesto furioso a más no poder, pero aquello había hecho que conocieran a London. La necesitaban en sus vidas, necesitaban su luz, su calor. No solo le había salvado, también había solventado su relación con Xander. Ahora, la conexión que compartían ponía fin a todos esos años en los que había tenido el corazón helado. Gracias a ella habían vuelto a estar unidos, cada vez más. Y si había conseguido eso, haría que su futuro fuera todavía más feliz que el presente.
Xander introdujo los dedos entre sus largos cabellos dorados y se envolvió la mano con ellos mientras la observaba adorar su erección. En aquel momento ella acogía a su hermano en su corazón y él lo aceptaba con reverencia. No eran dos personas implicadas en un simple acto sexual, sino amantes que se comunicaban sus sentimientos sin decir palabra. La escena le conmovió.
—No hay vuelta atrás, belleza. Es perfecto. Tus lentos movimientos me matan, y esa lengua… Sí, nena, chúpame la polla. Oh, joder, así… así… Más… sí… —Xander gimió mientras ella volvía a lamer su erección—. Te necesito.
El vibrante gemido de Xander lo sintió él en su columna. Si no poseía pronto a London, y buscaba su propio placer, iba a volverse loco. Y todavía peor, si su hermano y él no la reclamaban ahora, se moriría.
Se arrodilló detrás de London. Alzó el bajo de la gabardina por los muslos, las nalgas… Y se detuvo cuando ella se quedó paralizada.
—Tranquila, todo está bien —prometió, colocando la tela para que le cubriera la parte baja de la espalda y el nacimiento de los glúteos—. No la subiré más, te lo juro. Déjame perderme en ti.
Xander tiró con fuerza de su pelo, sacando la erección de su boca y obligándola a mirarle a los ojos. Él deseó poder ver la cara de London, pero en ese momento lo que reclamaba su atención era aquel precioso trasero.
—Es lo que todos necesitamos, belleza, el contacto. La cercanía. —Xander le acarició un pecho y le pellizcó un pezón—. Siéntelo tú también… Es perfecto.
Al escucharle, él suspiró aliviado. Xander lo comprendía a la perfección.
Ella se estremeció bajo las caricias de su hermano. La vio contener el aliento y aprovechó la oportunidad para clavarle los dedos en el sexo. Estaba mojada…
London necesitaba que la tocaran tanto como ellos necesitaban ser tocados por ella.
Si lograban derribar el último muro que rodeaba su corazón, podrían demostrarle que la amaban a pesar de cualquier imperfección.
—Tócame —gimió London.
Todavía no había terminado de decir las palabras cuando Xander le sujetó la cabeza otra vez al tiempo que alzaba las caderas, llenándole la boca con su hambrienta erección. Ella lloriqueó en torno a él y arqueó la espalda. Aquel movimiento alzó su trasero hacia él, que se sintió desgarrado. Casi podía sentir el placer de su hermano. Con frenesí, metió la mano en el bolsillo y sacó el objeto que había guardado antes allí. Lo dejó junto a su rodilla. Esperaba que London lo aceptara con la misma calma con la que tomaba ahora a Xander.
Abrió la cremallera y se bajó los pantalones hasta las rodillas. El duro suelo no era lo más indicado para su comodidad, pero no le importaba. Lo único importante en ese momento era perderse en el interior de London y compartir esa experiencia con Xander. Juntos conquistarían el mundo de ella sin obstáculos, aunque la protegerían con todas sus fuerzas.
Pasó la mano por aquel exuberante trasero suyo antes de recoger el tubo del suelo. Con dedos temblorosos lo abrió y vertió el lubricante en la hendidura entre sus nalgas antes de untarse también las yemas. Luego comenzó a presionar la entrada virgen, hundiendo los dedos allí hasta que tuvo dos tan adentro como podía.
Ella se tensó y gimió alrededor de la erección de Xander.
—Shhh… —La tranquilizó con suavidad, recostándose sobre ella para hablarle al oído—. Ya has tenido dilatadores aquí dentro. Te trataré con ternura, pequeña, pero no pienso desistir. Déjame enseñarte este placer; deja que te demuestre lo bueno que puede ser.
Tras frotar el glande contra sus nalgas, situó la punta contra su ano. Luchó contra el deseo de penetrarla de golpe, aunque su paciencia estaba a punto de acabarse.
—¡Tómala! —gruñó Xander.
Él puso la mano en la curva de su espalda y se aproximó con suavidad. Ella se arqueó todavía más… ¡Santo Dios! Aquella era una de las imágenes más hermosas, entregadas y deseables del mundo. Ella confiaba en él… Sabía que no iba a hacerle daño.
—Impúlsate hacia mí —le ordenó al tiempo que comenzaba a presionar en su interior—. Muy bien, ábrete para mí.
Muy despacio, ella hizo lo que le pedía y él se introdujo en aquel apretado hueco unos centímetros. Dentro y fuera, presionó contra el apretado anillo de músculos unas cuantas veces antes de que por fin cediera y pudiera deslizarse lentamente en las sedosas profundidades de su cuerpo. Ella contuvo el aliento poco antes de soltar un agudo grito, que fue mitad placer mitad dolor. Él se detuvo, pero ella se movió hacia atrás como un cálido guante de terciopelo. Él no pudo contener el gemido que desgarró su pecho ante el impactante éxtasis. Jamás se había sentido mejor. Que Xander estuviera allí hacía que el momento fuera todavía más perfecto.
—¿Estás dentro?
—Sí —graznó él.
Fue como si Xander soltara las riendas y comenzara a taladrar la boca de London con largos y brutales empujes, sujetándole la cabeza justo donde quería.
—Así, belleza. Abre la garganta. Tómalo todo. Siente cuánto te queremos. Ahh, ¡joder!
Vio cómo London clavaba los dedos en los muslos de Xander y ahogaba un grito cuando él se retiró lentamente antes de volver a penetrarla con un largo envite que estimuló cada nervio de su cuerpo. Notó que una enorme explosión se fraguaba en la base de su columna. Iba a estallar al cabo de unos instantes, y no serían unos simples fuegos artificiales, sino una supernova. Un violento cataclismo diferente a todo lo que había sentido antes. La cálida carne de London friccionando contra su miembro desnudo… Se había olvidado de ponerse un preservativo y estaba tocando el cielo con las manos. Era peligroso, doloroso… La sensación más maravillosa que hubiera sentido nunca. Los dos estaban sanos, y era demasiado tarde. No pensaba renunciar a aquello.
—¿Estás chupándosela, pequeña? —preguntó.
Ella asintió con la cabeza, haciendo oscilar de arriba abajo la erección de Xander.
—Bien, buena chica. ¿Me sientes? ¿Te lleno?
El gemido de ella fue algo entre un quejido y un suspiro. Él sintió un hormigueo en el pene. ¡Qué sensación! Apretó los dientes, aferró la tela de la gabardina y dejó caer la cabeza hacia atrás con un gruñido de placer. No recordaba cuándo fue la última vez que había penetrado el culo de una mujer. ¿En la universidad? No importaba. El incidente se había borrado de su memoria, ahora solo estaba London.
El puro y definido placer que provocaba su apremiante agarre le dejaba la mente en blanco. Solo existía una dulce y destructiva necesidad.
—¿Te hago daño? —logró decir.
Ella negó con la cabeza frenéticamente y empujó las caderas hacia atrás, siguiendo su ritmo. Lo que él había pensado que no podía ser mejor, se convirtió en algo increíble. La sujetó por la cintura y embistió con más fuerza. Sabía que estaba a punto de correrse… Y también sabía que eso no saciaría su necesidad de ella. Al contrario, estaba seguro de que volvería a correrse en alguna parte de su interior un rato después, y luego otra vez. No importaba cuántas veces la poseyera, jamás saciaría esa hambre. Ella se había metido en su sangre, bajo su piel, en el centro de su corazón… Y no quería que fuera de otra manera.
—¿Te llena por completo, cariño? —preguntó Xander.
London solo pudo responder con un quejido.
Él notó que ella estaba al límite y quería más; que tenía el cuerpo cubierto por una fina pátina de sudor. Cada músculo de su cuerpo funcionaba en gloriosa armonía para incrementar la fricción con su pene y succionarle en el interior de su recto. Ver a London a punto de alcanzar el clímax era lo más hermoso del mundo; ella se contorsionaba, su pelo flotaba a su alrededor. ¿Por qué no había sabido nunca que el amor podía provocar esa satisfacción tan intensa? ¿Por qué había pensado que podría conformarse con algo menos que la devoción que inundaba ahora su corazón?
Admiró la concentración con la que Xander se perdía entre sus labios. Su hermano sudaba; las gotas resbalaban por sus sienes, sus hombros, su torso. Lo vio murmurar algo mientras impulsaba su pene dentro de su boca. Él los miró fijamente, estaba transmitiendo su propia energía a London y ésta a Xander. Su hermano alzó la mirada y… ¡sí!, la energía regresó a él. Los dos estaban enamorados de esa mujer y al estar con ella ese amor se multiplicaba, convirtiéndose en algo tan grande que casi no podía manejarlo.
El remolino de emoción era un sublime placer diferente a todo. Ardía en la base de su espalda, se extendía a sus testículos, que sentía pesados y tensos. Las sensaciones se incrementaban con un hormigueo.
—No puedo contenerme, Xander —jadeó—. Tienes que reclamarla tú también.
Su hermano asintió con la cabeza antes de acariciar la mejilla de London.
—¿Te correrás para nosotros, belleza?
Para ayudarla a alcanzar el éxtasis, él se recostó sobre su espalda, rodeó su cintura y le acarició el clítoris. London se estremeció, jadeando, y gritó cuando le rozó el inflamado brote. Bajo sus dedos, éste se hinchó hasta ponerse duro como el acero y ella palpitó en torno a su miembro, succionándolo, y haciéndole perder el control. Soltó las riendas y se dejó llevar, martilleando en ella con todas sus fuerzas mientras su hermano se contenía, impulsándose en la apretada boca con medidos movimientos. London tomó todo lo que le daban y se entregó por completo de una manera sublime.
Con ella no solo había encontrado de nuevo a su hermano, sino que se había encontrado a sí mismo.
El pensamiento bajó disparado por su espalda hasta donde se incrementaban las sensaciones. El amor no lo era todo, también estaba la necesidad de perfección, de pertenencia; la certeza de que sabía qué hacía volar su corazón. Durante el último año había estado muerto por dentro, ahora tenía la impresión de que la vida se expandía ante él.
Acarició el muslo, besó la cabeza de London y se retiró. Entonces alzó la mirada hacia Xander, que asintió con la cabeza y retiró el pene de su boca.
—Es mi turno, belleza. —Xander se puso en pie y la sujetó por el brazo—. Javier, échame una mano para subirla al sillón.
Javier se subió los pantalones y la cremallera antes de ayudar a London a ponerse de rodillas sobre el sillón, frente al respaldo. Cuando ella intentó darse la vuelta para sentarse, él se lo impidió sujetándola por las caderas, hasta que Xander se acercó, poniéndose un preservativo.
—Quédate quieta, pequeña. También eres de Xander y él quiere probar ese culito perfecto.
Con la respiración entrecortada, ella se agarró con firmeza al respaldo del sillón hasta que se le pusieron blancos los nudillos.
—Deprisa.
—Ya voy. —Xander le deslizó la palma de la mano por el muslo y cubrió el cuerpo de ella con el suyo; la gabardina se interponía entre ellos.
Él vio cómo su hermano le sujetaba las caderas y se situaba detrás para introducirse con frenesí en su empapada y suave vagina. Se sepultó por completo, apretando los dientes. Giró dentro de los resbaladizos pliegues mientras pasaba los dedos por el clítoris. Ella le gratificó con un jadeo. La pálida piel de la joven se sonrojó al tiempo que se contoneaba hacia él, buscando más. Observarlos juntos era algo hermoso, especial, íntimo y él no podía quedarse quieto. Tenía que formar parte de ello.
Rodeó el sillón y tomó su ovalado rostro entre las manos antes de inclinarse hacia sus labios, apresando su boca con un posesivo beso que esperaba que la reclamara con la misma fuerza que cuando se internó en su cuerpo. Se sintió feliz cuando ella se aferró a sus hombros como si le fuera la vida en ello y se dejó llevar por el beso.
—Arquea la espalda, belleza. Impúlsate hacia mí. —Xander interrumpió el ensueño.
Javier apartó los labios de los de ella.
—Haz lo que te dice.
Ella obedeció y él observó cómo ella tomaba lentamente el grueso y resbaladizo pene de su hermano por el ano. Los hermosos chillidos de placer inundaron de nuevo el aire y ella le miró; parecía perdida y anonadada.
—Está dentro de ti, pequeña, ¿verdad? —Al verla asentir, él sonrió—. Tan adentro como estuve yo. Reclamándote como yo te reclamé. Tómalo por completo como me tomaste a mí. Queremos todo de ti. Cada hermoso centímetro de tu cuerpo, incluso las cicatrices que escondes.
—¡No! —Ella meneó la cabeza—. No puedes…
—Tranquila. Lo entiendo. —La sujetó por el pelo—. Tienes miedo, pero es algo que debes olvidar.
Xander gimió mientras seguía empujando. Parecía que había perdido el control por completo.
—¡Joder! Sí, belleza… ¡Oh, cariño! Estás tan apretada, tan caliente… Eres jodidamente perfecta. Javier tiene razón. Ríndete por completo. Córrete y llévame contigo.
La voz de Xander contenía una nota de súplica y sus envites adquirieron un ritmo frenético, comenzó a entrar y salir de su cuerpo con intensa ferocidad. Ella iba a estar dolorida al día siguiente, pero él sabía que Xander se ocuparía de ella, tal y como había prometido… Como se ocuparían durante el resto de su vida si ella les dejaba.
La existencia antes de conocerla no había sido importante porque no había colmado sus necesidades significativas. ¿Cómo era posible que en tan solo un puñado de días ella hubiera iluminado sus vidas con el brillo del sol, mostrándoles lo oscuras que habían sido hasta entonces? No lo sabía ni le importaba. Se inclinó de nuevo sobre la boca de London y comenzó a rozarle los labios, a lamérselos con una tierna promesa de pertenencia.
De pronto, ella gritó dentro de su boca y se puso rígida. Él alzó la vista a tiempo de ver cómo Xander dejaba caer la cabeza hacia atrás con el pecho sudoroso mientras se aferraba a London en un instante congelado. La foto de aquel impactante éxtasis le puso duro otra vez. ¡Joder!, esta mujer podía ser su fin, y él haría lo que fuera para demostrarle que no importaba lo que pensaba, que para él era la mujer más hermosa del mundo.
La estrechó entre sus brazos mientras se estremecía con la destructiva fuerza del orgasmo; hasta que sus gritos se convirtieron en gemidos y Xander se retiró de la estrecha funda, exhausto pero con una expresión de satisfacción que debía de ser idéntica a la suya.
Mientras la euforia y la respiración entrecortada daban paso a un saciado letargo, London se derrumbó entre ellos. Javier se dejó caer a su lado y se sentó en el suelo frío apoyando la espalda en el escritorio para abrigarla en su regazo, deseando que fuera su suave piel y no la tela de la gabardina lo que sintiera contra su torso.
Después de cerrarse la bragueta, Xander se arrodilló ante ella y le acarició la mejilla con la mano.
—¿Estás bien?
Ella ladeó la cabeza.
—Muy bien.
Esa certeza debería hacerle sentir mejor, pero no fue así. London estaba allí, físicamente con ellos… aunque él sentía que sus pensamientos…
Antes de que pudiera pedirle que les dijera qué llenaba su mente, sonó un golpe en la puerta. Si era Thorpe, sin duda no poseía el don de la oportunidad.
—¡Largo! —exigió Xander.
La puerta se abrió y apareció Callie, con una sonrisa sardónica.
—No os quejéis, he esperado hasta que han cesado los gruñidos y gemidos. Imaginaos que hubiera entrado antes.
Xander gruñó una creativa amenaza acompañada con ciertas maldiciones malsonantes. Él no podía estar más de acuerdo.
—Callie, hablo en serio. Lárgate o le diré a Thorpe que…
—Es él quien me ha ordenado que venga a interesarme por la chica. —Callie se adentró en la estancia con los tacones resonando en el suelo. Se inclinó sobre London, ignorándoles, y le sonrió—. ¿Quieres que te acompañe al cuarto de baño?
Lo que quería decir que Callie estaba dándole la oportunidad de escapar de ellos en el caso de que quisiera. Él nunca se había considerado un hombre violento, pero en ese momento, quería arrancar la cabeza a Thorpe por su interferencia, sin importarle las consecuencias.
—London está bien —insistió Xander—. Déjanos en paz.
—Ésta es una de esas veces en las que no tengo que hacer lo que tú me digas, señor —repuso Callie antes de mirar a London con amabilidad—. ¿Necesitas un momento para refrescarte y volver a recomponerte?
Él apretó a London entre sus brazos, deseando que se quedara con ellos, pero ella asintió con la cabeza y se alejó para ponerse de pie. Se cerró la gabardina y anudó el cinturón. Xander se levantó y él le imitó, estirando el brazo hacia London.
—Ve, pequeña. Da igual que estés alterada o tengas dudas, cuando regreses hablaremos de todo.
Ella se encogió de hombros sin sostenerle la mirada, luego les dio la espalda. Él temió parecer un troglodita si seguía sus instintos y la estrechaba contra su pecho.
Una mirada a Xander le indicó que su hermano seguía su misma línea de pensamiento. Por lo general, después de mantener relaciones sexuales, London era tierna y se mostraba feliz, adorable, cálida… Ahora parecía lejana. El estado de ánimo que mostraba no le gustó. ¿Pena? ¿Tristeza?
—No nos importa. Me refiero a tu espalda —farfulló—. Te adoro como eres.
Aquellas palabras, cuya intención era reconfortarla, no parecieron tener impacto en ella. Ni siquiera se volvió. La única señal de que las había oído fue el temblor de sus hombros y de su voz.
—Es importante para mí.
Antes de que pudiera replicar, ella salió. El clic de la puerta fue como un hachazo en su corazón.
Dio un paso adelante. ¡A la mierda con Callie! ¿Qué más daba si se comportaba como un troglodita? Cuando abrió la puerta, solo pudo vislumbrar a London con el brazo de Callie sobre los hombros; Thorpe bloqueaba la puerta y la vista. Xander se detuvo a su lado con una expresión que decía que quería dar a su amigo un puñetazo y hablar más tarde. Pero los dos sabían que eso solo empeoraría la situación.
—Solo van al cuarto de baño, no al cadalso, así que borrad esas expresiones. Todavía no ha muerto nadie. —Thorpe entró y cerró la puerta antes de dirigirse a su sillón, detrás del escritorio—. Dadle a London unos minutos de privacidad. Sea lo que sea lo que ha ocurrido, le ha afectado profundamente. ¿Habéis traspasado sus límites?
Xander se pasó la mano por el pelo y dio unos pasos vacilantes.
—Se oculta de nosotros. Tratamos de llegar a ella, pero no puede ser libre hasta que se acepte a sí misma y nos crea cuando decimos que también la aceptamos.
—No podéis forzarla. Deberías saber que eso puede llevar meses, incluso años. Si no está preparada, no lo está y punto.
Eso ya lo sabían. Javier se frotó la cara en un gesto de frustración.
—Dadle tiempo —insistió el dueño del club.
Él sabía que Thorpe tenía razón, se lo decía la lógica. La confianza no se podía forzar; tenía que ganarse. Por otra parte, no podía dejar de tener miedo. Le embargaba el terrible presentimiento de que se acababa el tiempo.
Los segundos se convirtieron en minutos, y fueron pasando uno tras otro. Xander seguía paseándose con los ojos clavados en aquella puerta que él mismo quería arrancar con sus propias manos. Salir en busca de London, eso es lo que le gritaba su instinto.
Cuando Thorpe se sirvió una copa, deseó que le invitara, pero necesitaba mantener la cabeza clara para tratar con ella. No pensaba arriesgarse a meter la pata.
Thorpe frunció el ceño.
—Estáis más tensos que las cuerdas de todos los violines de una sinfónica juntas. Tranquilizaos.
Sonó un móvil y Javier metió la mano en el bolsillo instintivamente, lo mismo que Xander. La única pantalla iluminada era la del teléfono de Thorpe.
—Bueno, parece que vuestra chica necesita un poco más de tiempo.
Él resistió el deseo de arrancarle el teléfono de la mano.
—¿Qué quieres decir?
—London quiere irse del Dominium. Callie la llevará a algún lugar seguro y se quedará con ella hasta que esté preparada para regresar.
La furia que atravesó sus venas no fue tan rápida como la de Xander.
—Callie no tiene por qué hacer eso. London es nuestra.
—¿Os habéis casado con ella? ¿Lleva vuestro collar en el cuello? —preguntó Thorpe con la agudeza que le caracterizaba.
No, pero en ese momento tuvo el deseo de haberlo hecho. La amaba. Además, estaba seguro de que ella también le amaba, incluso aunque a London le diera miedo admitirlo. No podía permitirse el lujo de dejarse llevar por el pánico; tenía que hacer gala de toda su paciencia, persuadirla con ternura, convencerla de que con él estaba a salvo. Una mirada a su hermano le indicó que pensaba lo mismo.
Tras un largo silencio, Thorpe sonrió con frialdad.
—Eso pensaba. En el Dominium no pasamos por alto algo que no ha sido consensuado de antemano. Nunca. Eso incluye retener a alguien contra su voluntad. Lo sabes de sobra, Xander. No os preocupéis, Callie se encargará de vuestra chica hasta que se le aclaren las ideas.
—No es Callie quien debe estar con London. Por favor, dinos donde está. Se encuentra confundida y abrumada. Necesita tranquilidad y seguridad. No se la podemos dar aquí —intentó convencerle Xander.
Thorpe se encogió de hombros.
—Ella no opina igual. Pronunció su palabra segura y aún así os la habéis tirado. Y eso no hizo que ella se sintiera mejor, así que tranquilízate. Tienes que pagar el precio.
Una mirada a su hermano le indicó que Xander quería lanzarse sobre el dueño del club tanto como él. Sabían lo que podía estar pasando por la cabeza de London, y eran ideas inadecuadas y terribles. ¿Cómo poner fin a esos pensamientos? Temía las conclusiones a las que podía llegar. Cuando atravesó la puerta para marcharse, la desolación en su tono había parecido un adiós definitivo.