Xander observó que London salía y cerraba la puerta. No se habían topado con uno de sus límites, sino con una pared de ladrillo. Con cualquier otra mujer, una que no actuara como su sumisa, su vida privada y sus sentimientos no se verían implicados. Pero lo cierto es que jamás había querido estrechar lazos con ninguna, solo quería colarse entre sus piernas.
London lo había cambiado todo.
—No podemos dejar que se vaya —dijo Javier.
—No, no podemos —convino él—. Se está ocultando de nosotros.
—Y de sí misma. Tenemos que ayudarla a aceptarse como es. A aceptar su belleza.
Javier tenía razón, lo que quería decir que tendrían que ser más exigentes.
London se había ganado un buen castigo antes de salir. Sonrió. Esperaba con anticipación lo que vendría.
—Sí.
Javier vaciló.
—¿Cuento contigo? No quiero que te impliques en algo que no tengas pensado acabar.
Sabía lo que estaba pidiéndole su hermano. Se detuvo a revisar de nuevo sus pensamientos; seguían siendo los mismos. Quería a London a su lado, entre Javi y él.
De alguna manera ella conseguía que se desvaneciera cualquier vestigio de discordia entre ellos. Hacía posible que se comportaran de nuevo como hermanos. A su vez, aquella mujer, una sumisa en ciernes, necesitaba que su hermano y él la guiaran, protegieran y cuidaran. Cada vez con más frecuencia, parecía que era él quién podía iluminar la confusión de London y la oscuridad de su hermano. Era como si alguien le necesitara, para variar. Le gustaba esa sensación. Le gustaba mucho.
—Sí, cuenta conmigo.
—No puedes jugar con esta chica, Xander. No puedes tirártela unas cuantas veces y luego dejarla por la siguiente mujerzuela. —Javier se pasó la mano por el pelo—. Si no estás seguro, será mejor que lo dejes ahora.
Se cabreó. ¿Quién le daba derecho a Javier para decirle lo que debía hacer y lo que no? Abrió la boca para decirle a su hermano que se fuera al infierno cuando se dio cuenta de que Javier solo protegía a London. Y no lo haría si ella no le importara. Lo que quería decir que, definitivamente, su hermano comenzaba a sentir algo más que culpa y ganas de beber.
Javier tenía razón. London no conocía el tipo de vida rápida y promiscua que llevaba desde hacía más de una década. Ella se había entregado por completo a ellos.
Significaban algo para ella. Viendo la frágil imagen que tenía de sí misma, no podía acostarse con ella y luego dejarla por una chica perfecta. Eso la destruiría. Y por chocante que resultara, pensar en no volver a estar con ella le dejaba muerto por dentro.
Respiró hondo y retrocedió. Sin duda, esa mujer le importaba algo. Quizá le importara mucho.
—No la dejaré —prometió.
Javier ladeó la cabeza.
—¿Puedes aceptar realmente que solo estarás con ella?
Tragó saliva. Si lo decía así, la situación parecía muy seria. London había sido de lo más dulce, sí. No había sentido placer igual al de convertirse en su primer amante, pero el deseo de obligarla a someterse en la cama y hacerle alcanzar el placer de cada manera que conocía era incontenible.
—Puedo. Con respecto a lo otro… Si soy honesto, he tenido sexo de todas las formas, tamaños y colores. De todas las texturas y sabores… Todos los días. He estado con tantas mujeres que he cubierto el cupo. No voy a preguntarme si estoy desaprovechando mi vida, ya he disfrutado de lo lindo.
Por otra parte, cuando estaba con London y Javier todo encajaba, como si las piezas de un puzle hubieran ocupado su lugar correcto. Se preocupaban los unos por los otros. Y parecían aceptarle como eran. Jamás se había sentido mejor. Los románticos siempre decían que cuando se enamoraban era porque conocían a alguien que les hacía sentir completos… Por fin lo entendía.
Ése era el quid de la cuestión; se sentía completo. Era lo que había buscado inconscientemente en cada cama en las que había estado. No podía inventarse o fingir esos sentimientos. No se podían comprar ni aunque diera su alma a cambio…
Eran más preciosos que los diamantes y más raros que un concierto rock en un convento. No había manera de que destruyera lo que le había llevado toda la vida encontrar.
Pero no era el único que tenía que comprometerse para que eso funcionara.
—Yo estoy dispuesto. ¿Qué me dices de ti? —preguntó a Javier.
—¿De mí? Sin duda otras mujeres no serán problema.
—No, lo será el vodka. Ha sido tu amante durante el último año, y no cabe en esta relación.
—No es lo mismo —adujo Javier.
—Tonterías. Has dejado que el vodka te consuele más de lo que debe. London no soportará todo eso; no tiene por qué hacerlo. No puedes apartarla ni decirle que se vaya a la mierda cuando quiera hablarte de tu inclinación por la botella.
Javier curvó los labios.
—Tú encárgate de tus fantasmas, que yo me ocuparé de los míos. Créeme, London es importante para mí. Quizá más importante que cualquier otra cosa. Quiero tener la posibilidad de hacerla feliz.
Xander miró a su hermano fijamente.
—¿Piensas casarte con ella?
Él se encogió de hombros.
—El matrimonio no me salió bien la primera vez, aunque estoy dispuesto a admitir que London me importa mucho más de lo que nunca me importó Francesca. No sé adónde nos lleva eso, pero ya nos enteraremos.
—Sí. —Xander asintió con la cabeza—. Jamás pensé que me convertiría en monógamo… y ya no digo que no vaya a serlo. De todas maneras, Javi, ella tiene sus traumas y quiere mantener sus defensas alzadas. No estoy seguro de que ella esté pensando en una relación tan seria como la que estamos planteándonos.
Su hermano suspiró como si cargara el peso del mundo.
—No tenía ni idea de que hubiera pasado por algo así.
—Ni yo. —¿Y no se sentía ahora estúpido por no haberlo sabido antes? Había tomado el más hermoso regalo que ella podía hacer a nadie, y no le había preguntado por qué seguía siendo virgen a los veinticinco años. La explicación de London le daba sentido a todo, pero pensar en que ella había pasado tanto dolor le retorcía las entrañas.
—Tendremos que ir poco a poco —dijo Javier—. Sé que no podemos obligarla a confiar en nosotros; tendremos que demostrarle que puede hacerlo.
«Eso es».
—Antes de que alce más muros.
—¡Joder! ¿Cómo lo conseguimos?
Él sonrió de oreja a oreja. Sí, eso de ser un poco pervertido de vez en cuando venía bien.
—Ocúpate de ella. Usa cada oportunidad que se presente para demostrarle que nos importa. Y el viernes, nos la llevaremos de fin de semana. Nos marcharemos a eso de las tres. Se me ha ocurrido una idea.
Fueron pasando los días: miércoles, jueves… Hasta que llegó el viernes. Para sorpresa de London, el resto de la semana resultó relativamente tranquilo aunque extenuante. No había tenido demasiado tiempo para pensar. Su vida había cambiado tanto en menos de una semana que no se paraba a analizar lo que ocurriría después…
Tal y como le dijo a su curiosa y preocupada prima.
Se centró en preparar los elementos necesarios para la fiesta de lanzamiento del prototipo del Proyecto de Recuperación un día antes de la fecha que había anunciado United Velocity. Investigación y Desarrollo aseguró que se emplearían a fondo para tener todo listo y Javier había comenzado a despachar a Sheppard, el jefe de departamento, con un conciso «hay que lograrlo». La mayoría de los invitados asistirían por videoconferencia, pero habría también algunas personas en persona en D. C. A consecuencia de las sospechas del robo de información, la seguridad era algo apremiante y Xander fue el encargado de asegurarse de que todo estaba en orden.
Para ser alguien que se había pasado toda su vida adulta siendo un playboy, se puso a trabajar en el asunto como si se hubiera dedicado a ello desde siempre.
Para sorpresa de todos, Javier se mostró mucho más concentrado —y sereno— durante esos días. Probablemente porque todos habían compartido la oficina durante el día y no quería ganarse una reprimenda de su hermano. Sin la influencia del vodka, era incluso más dinámico. Sacó adelante un montón de papeleo que llevaba meses esperando, y los teléfonos comenzaron a sonar sin parar. El viernes resultó evidente que volvía a ser el mismo Javier que había logrado los contratos de defensa.
Todos querían ponerse en contacto con él, desde el Wall Street Journal a Defense Industry Daily. Incluso Los Angeles Times intentaron acaparar minutos de su tiempo.
Aceptó algunas llamadas, por supuesto, en las que aseguró que en breves semanas haría un anuncio espectacular y que esperaba que Industrias S. I. volviera a estar en lo más alto a principios del año siguiente. Xander se ocupó de las llamadas que su hermano no podía atender y ella había escuchado, sin querer, que atribuía la nueva dedicación de Javier a que había superado la pérdida de su esposa y a su nuevo equipo ejecutivo, con su dinámica secretaria al frente. Aunque no debería sentirse así, aquellas palabras le calaron muy hondo.
Esperaba sinceramente que todo siguiera sobre ruedas. Javier podía recaer en algún momento y ella no había llegado a creerse, ni por un instante, que hubiera superado por completo la muerte de Francesca, pero le gustaba la nueva actitud productiva de su jefe.
Sin embargo, no era solo su jefe. Todos los días Xander y él la agasajaban con café, muffins y muchos besos. Solían almorzar desnudos; a veces en la oficina, a veces en un motel cercano. Cenaban tarde, a menudo bromeando entre susurros con caricias no demasiado inocentes y muchas copas de vino, antes de dirigirse a casa de Javier, donde caían sobre la cama. Los dos hombres se dedicaban durante horas y horas a someterla y darle placer, hasta que acababa dormida, entre los dos, agotada, satisfecha y sonriente. El mismo ciclo se repetía día tras día. Cuando se detenía a pensar en la burbuja de emociones en la que se había convertido su vida, no podía contener una amplia sonrisa.
Y aún así, temía que aquello fuera un arreglo temporal y se decía a sí misma que no debía de implicarse demasiado. Xander desearía muy pronto a otras mujeres y Javier recurriría a una botella de Cîroc en cualquier momento. Desde luego, no había cambiado de opinión con respecto a mostrarles el mapa de cicatrices entrecruzadas que tenía grabado en la espalda. Era como si se hubiera establecido un acuerdo tácito entre ellos; tanto en la oficina como en el dormitorio, «no preguntes, no comentes».
Sin embargo, cada vez que se desabrochaba la blusa en vez de quitársela o se ponía una camiseta para dormir, sabía que les estaba decepcionando. No es que no confiara en ellos, ni que les considerara superficiales pero ¿para qué arriesgarse y que salieran huyendo? Mejor ocultar las marcas.
—Apaga el ordenador, pequeña. Nos vamos —anunció Javier con un maletín en la mano.
El despacho de su jefe tenía la puerta cerrada y dentro reinaba la oscuridad.
Xander estaba junto a Javier, esperando. Se había apropiado del pequeño despacho que había al otro lado de la recepción. Los dos parecían ansiosos por salir de allí. La pícara sonrisa del hermano menor hizo que se pusiera en guardia.
—Son solo las tres.
—No te hemos pedido que nos digas qué hora es, belleza —señaló Xander—. Te hemos ordenado que apagues ese aparato y nos acompañes.
Y no esperaban una réplica. Con un estremecimiento, ella desconectó el ordenador, cogió el bolso y se levantó.
—¿Adónde vamos?
Ellos dos se miraron con aire conspirador antes de que Xander cruzara los brazos.
—Es una sorpresa.
Aquello resultaba excitante y aterrador al mismo tiempo. No tenía razones para negarse.
—Dejad que vaya al cuarto de baño y os acompaño.
—Cuando acabes, abre la puerta pero no salgas de allí.
Las órdenes de Javier hacían que mojara las bragas… si le hubieran permitido usarlas. Cada vez que se ponía unas, se las arrancaban.
Sin imaginar qué pretendían, asintió con la cabeza y se dirigió al aseo. Tras usar el inodoro, se lavó las manos y abrió la puerta, como le habían ordenado. Un instante después entró Javier, seguido de Xander, que llevaba una pequeña mochila.
—Inclínate sobre el lavabo. Así, apoya los codos en la encimera.
Ella obedeció y la dulce comezón que encendían sus voces se inflamó entre sus piernas una vez más. Accedió mientras los pensamientos giraban en su cabeza. ¿Qué estaban tramando?
En el momento en que se situó como ordenaban, le alzaron la falda, dejando al descubierto sus muslos, su trasero y su sexo, que ella había rasurado con cuidado cada mañana. La blusa que llevaba cubría sus cicatrices, pero aún así, se tensó un poco.
Buscó sus miradas en el espejo. Ninguno de ellos podía ocultar la excitación que brillaba en sus ojos. Xander rebuscó en la mochila, colocándose de tal manera que ella no podía ver sus manos. Sacó algo que le entregó a Javier; un objeto que también él le ocultó. Xander intercambió una mirada con su hermano y éste sonrió mientras le acariciaba el trasero desnudo.
—¡Oh, Dios! ¡Tienes un culo de infarto! —alabó Javier, introduciendo los dedos por la hendidura.
Los tenía resbaladizos y algo fríos. Lubricante. Ella se estremeció. Javier comenzó a juguetear con su ano. A lo largo de los últimos días, los dos habían comenzado a estirarlo con los dedos y con dilatadores cada vez más grandes.
Después de llenarla de esa manera, por lo general no podían esperar para ocupar su sexo y la penetraban sin cesar hasta conducirla a un incontenible orgasmo tras otro.
En esa ocasión, Javier introdujo un nuevo dilatador anal… Sí definitivamente era más grande que el anterior, pero él no se bajó la cremallera, ni tampoco lo hizo Xander.
Contuvo el aliento cuando Javier retiró parte del dilatador antes de empujarlo más adentro. Repitió la operación varias veces, follándola con el artilugio y estimulando terminaciones nerviosas que no había sentido hasta entonces. Contuvo el aliento mientras se aferraba al borde del lavabo. Clavó los ojos en el espejo, aturdida porque pudieran excitarla con tanta facilidad.
A su espalda, los dos gimieron antes de que Javier lo introdujera por completo, dejando la base entre sus nalgas. En ese momento, Xander movió la mano para acariciarle el clítoris con suavidad y subir un grado más su libido.
—Está empapada, preparada. —Xander la cogió del codo y la ayudó a incorporarse.
—Excelente, vámonos.
Tentativamente, oprimió sus músculos internos en torno al dilatador y siguió a Xander. Sin duda, caminaba de una manera graciosa, pero él no dijo nada. Javier se lavó las manos y los siguió, ocupándose de cerrar la puerta una vez estuvieron fuera.
El trayecto hasta el ascensor fue tranquilo, pero ella no podía negar la silenciosa tensión sexual que flotaba en el aire. ¿Qué demonios habían maquinado? ¿Por qué no la follaba alguno de ellos? ¿Por qué no la tocaban y hacían que se desvaneciera aquella comezón?
Se montaron en el coche y salieron de Lafayette por la 149, lo que la sorprendió.
Luego tomaron la 120 en dirección a Texas, lo que la dejó todavía más anonadada.
¿Adónde demonios se dirigían? Durante el trayecto, la acariciaron, la tocaron… La besaron y alabaron mientras jugaban con ella, pero no permitieron que se corriera.
Siguieron conduciendo, deteniéndose solo a repostar gasolina, comer e ir al cuarto de baño. Ya caía el sol cuando las brillantes luces de Dallas aparecieron ante su vista.
Xander se dirigió a un hotel que parecía una mansión, situado en una zona elegante y lujosa. Con el dilatador todavía en su interior, salió del coche con ayuda de Javier y miró a su alrededor. Aquel lugar hablaba de riqueza.
—¿Dónde está mi equipaje? —susurró ella.
—En mi maleta están tus artículos personales. Y no necesitarás nada más, pequeña. —Javier sonrió de oreja a oreja.
¿Pensaban mantenerla desnuda todo el fin de semana? La idea provocó un fuerte miedo en su interior, aunque no podía negar que le excitaban aquellas maneras posesivas propias de un cavernícola. De hecho, sintió una punzada de temor por no ser capaz de desnudarse y mostrarse realmente hermosa para ellos.
Pronto estuvieron dentro, en una suite con una decoración espléndida en colores cálidos, llena de antigüedades y paneles de brillante madera oscura. La puertaventana se abría a una terraza rodeada de muros, con una mesa y varias sillas.
La cama estaba cubierta con una suntuosa colcha. El cuarto de baño era de mármol blanco y en él había dos cabinas de ducha, toallas mullidas y orquídeas frescas. Era un sueño hecho realidad. ¿Qué demonios hacían allí?
Javier le puso las manos en los hombros y se inclinó. Ella notó su aliento en el cuello.
—¿Quieres comer o beber algo?
—N-no… —Lo que ella quería eran respuestas a por qué estaban allí y qué iban a hacer, pero si se lo preguntaba no se lo dirían. Y, sobre todo, quería alcanzar el orgasmo.
—¿Necesitas dormir unos minutos?
¿Cómo podía pensar él que sería capaz de dormir, con el estómago en un puño y el sexo en llamas?
Por el rabillo del ojo observó que Xander rebuscaba en una maleta. Sacó algo negro envuelto en plástico y desapareció en el cuarto de baño. Javier siguió la dirección de su mirada.
—Ve con él.
Ella contuvo un suspiro de impaciencia. Si quería averiguar lo que estaban tramando, iba a tener que seguirles la corriente.
Se dirigió al cuarto de baño, pero antes de que hubiera dado dos pasos, Javier la atrapó por la muñeca y la estrechó contra su cuerpo. Le cubrió los labios con los suyos, exigiendo y demandando. Él enredó los dedos en su pelo y le echó la cabeza hacia atrás hasta que estuvo en la posición que él quería.
Igual que siempre que la besaba, se perdió en él. Cuanto más se abría ella, más profundamente se zambullía él. Y en el momento en que eso ocurría, a ella le palpitaba la cabeza, se le aceleraba el corazón y su sexo… estaba tan mojado que era mejor que no llevara bragas.
Un largo instante después, él alzó la cabeza y le acarició el cuello con la nariz.
—Estoy loco por ti, pequeña.
A ella le dio un vuelco el corazón y luego se le aceleró. «Te amo». Lo tenía en la punta de la lengua, pero contuvo las palabras. Él disfrutaba del tiempo que pasaban juntos mientras superaba el trágico asesinato de su esposa, razón por la que había estado a punto de convertirse en un alcohólico; no iba a enamorarse de ella. Igual que Xander no iba a prescindir del resto de las mujeres de manera permanente.
Esperar otra cosa era para niñas que creían en cuentos de hadas.
—Me pasa lo mismo, señor.
El sombrío alivio que vio en su cara la dejó perpleja. ¿Pensaba él que iban a pasarse día y noche juntos, entregándose de todas las maneras posibles, si no le importara?
Él la soltó bruscamente, la sostuvo por los hombros y la obligó a girarse hacia el cuarto de baño.
—Venga…
Entró en la estancia con cautela… Una luz suave le calentó la cara cuando Xander la situó ante el lavabo para levantarle la falda y pasarle la mano por las nalgas. Le retiró el dilatador poco a poco. La ausencia de presión la hizo suspirar de alivio. Tras lavar el juguete y limpiarse las manos, él le tendió una serie de artículos envueltos en plástico negro.
—Ponte esto y date prisa. No queremos retrasarnos. —Xander le rozó los labios con un beso y se marchó, cerrando la puerta a su espalda.
Apenas tardó un minuto en darse cuenta de que en el paquete había prendas que revelaban más de lo que cubrían. Un body de red con unas aberturas estratégicamente situadas sobre su sexo y su trasero fue lo primero que vio. Después cogió algo de cuero… ¿Un vestido? No sabría cómo llamarlo. El corpiño parecía más bien un bustier. En vez de apretarse con cordones en la espalda, se cerraba con una cremallera en el frente y acababa debajo de los pechos, que quedaban al descubierto. Estos sobresalían por encima de la prenda y sus pezones rosados estaban duros como guijarros al pensar en todo lo que Xander y Javier podían hacerle esa noche.
Debajo del ceñido corpiño, había una faldita de cuero que terminaba justo encima de su sexo, dejándolo al descubierto. En las caderas, bajaba un poco más. Se dio la vuelta y se miró en el espejo por encima del hombro. La prenda le cubría la mitad de las nalgas. La otra mitad estaba tan desnuda como el día que nació, salvo la red que dibujaba sus glúteos.
Tras revisar con rapidez el peinado y el maquillaje, se puso unas plataformas negras que Xander había dejado en el lavabo. Luego se miró. Parecía una mezcla entre estrella del porno y miembro de una banda… Pero estaba… ¡Caray!
Abrió la puerta lentamente y miró a hurtadillas. Los dos estaban esperándola con los ojos brillantes de impaciencia. Cualquier resto de incertidumbre desapareció bajo sus ardientes miradas.
—No te escondas detrás de la puerta, pequeña —ordenó Javier—. Sal.
Le temblaban los dedos cuando apagó la luz del cuarto de baño y entró en el dormitorio. Les escuchó gemir. Una mirada rápida le indicó que los dos se habían puesto pantalones de cuero y lucían unas saludables protuberancias.
Xander le acarició un pecho, frotando el pulgar sobre el pezón.
—Estás preciosa.
—Sí, lo está —convino Javier, deslizándole una mano bajo la faldita, por la cadera.
—Mmm… —Xander se inclinó para besarle el seno—. Me vuelves loco de deseo.
Ella tuvo que soltar una risita tonta al escucharlo.
Javier le tendió una gabardina negra y ella se la puso con rapidez. Así que no iban a quedarse allí, sino que irían a otro sitio. ¿En dónde era aceptable aparecer vestido de esa manera?
Después de que los dos se pusieran unas ceñidas camisetas negras, la condujeron hasta la puerta. Xander había llamado ya para que les llevaran el coche y se deslizaron por las calles escasamente alumbradas con destino desconocido. La curiosidad la carcomía, pero no pronunció las preguntas que rondaban en su cerebro; no tardaría en enterarse. Por ahora le bastaba con saber que ellos dos impedirían que la arrestaran por escándalo o la confundieran con una prostituta.
Permaneció sentada silenciosamente junto a Javier que, de repente, le vendó los ojos. Una vez que le puso una máscara acolchada, la tomó de la mano. Los nervios le encogían el estómago, pero aquel simple toque la apaciguaba.
Tras unos minutos, el coche se detuvo y la ayudaron a salir. Una vez dentro de dondequiera que hubieran ido, Xander saludó a una mujer llamada Guisantito, que tenía la voz parecida a Betty Boop. Él bromeó con ella porque, al parecer, se había teñido el pelo de color púrpura. Luego atravesaron otra puerta hasta un lugar que parecía un bar o un club de copas. La gente hablaba en voz baja y se escuchaba el tintineo de vasos de cristal.
Después de que la guiaran por la sala, Xander la detuvo, tomándola del brazo.
—Te ayudaré a bajar las escaleras. Sígueme y confía en mí. No te dejaré caer.
—Lo sé. —Le brindó una sonrisa sabiendo que su expresión debía de transmitir todo su nerviosismo, aunque él no dijo nada.
Dio gracias de que nadie pudiera ver lo que llevaba debajo del abrigo mientras le cogía la mano.
Javier la sostuvo por el otro brazo. Bajaron lentamente los tres juntos. Los sonidos de azotes y gemidos se combinaban con el olor a cuero. Un deje almizclado flotaba en el aire. ¿Sudor? ¿Deseo? ¿Sexo? Lo que fuera era un poderoso afrodisíaco que inundó sus fosas nasales y le endureció los pezones. Tenían que estar en alguna especie de club sexual.
Justo cuando acababa de pensar eso, llegaron al final de las escaleras y Xander le quitó la venda. Parpadeó un par de veces para acostumbrarse a la luz.
—La luz es demasiado brillante —comentó, entrecerrando los ojos—. Espero que se suavice.
Xander meneó la cabeza.
—Tiene que haber luz. Si un Amo va a zurrar a su sumisa, atarla o depilarla, o quiere realizar cualquier otro acto que se le ocurra, debe poder verla para asegurarse de que ella obtiene lo que desea y si no es así, dárselo.
«Entendido». Miró a su alrededor y observó las escenas iluminadas que se presentaban ante sus ojos. Había sumisas atadas a bancos de azotes, a mesas, a la enorme cruz que había en la esquina; la mayoría estaban siendo azotadas, flageladas o palmeadas. Un Amo decoraba los pechos de su sumisa con unos patrones. Otro pasaba una cuerda por los pequeños piercings que tenía su sumisa a ambos lados de la columna como si fuera un corsé. «¡Caray!».
Apartó la mirada y Xander se rio.
—No le veo la gracia. Odio las agujas o cualquier otra cosa que traspase la piel.
Él se puso serio al instante.
—Has tenido que sufrir demasiados pinchazos. No te haremos nada de eso, belleza. Lo siento.
Javier le puso la mano en la nuca y se la acarició para tranquilizarla.
—Xander se arrepiente de comportarse como un capullo. Por desgracia, lo hace casi todo el tiempo.
Xander dio un puñetazo a su hermano, pero bloqueó con su cuerpo la imagen de las escenas mientras la conducía a un pasillo. Sus pisadas resonaron en los suelos de hormigón.
—Me llegó el rumor de que estabas aquí. —Un hombre apareció en el umbral de una puerta con una amplia sonrisa y le tendió la mano a Xander. Alto y delgado, poseía unos penetrantes ojos grises. Aunque vestía un elegante traje que podría hacerle parecer un intelectual, emitía vibraciones de amenazante poder.
—¡Hola, Thorpe! ¿Qué tal? —Xander le tendió la mano.
El hombre se la estrechó.
—Muy bien. Demasiado ocupado. ¿Todavía buscando problemas?
—Cada minuto de mi vida. —Xander se giró hacia su hermano—. Thorpe, quizá recuerdes a Javier.
Thorpe le miró con el ceño fruncido.
—En efecto. ¿Hoy estás sobrio?
Ella contuvo el aliento. «Eso era no andarse con rodeos».
Javier entrecerró los ojos como si le estuviera costando seguir siendo educado.
—Sí.
—Me alegra oírlo. —Cuando Thorpe clavó en ella aquellos ojos grises para estudiarla, intentó no estremecerse.
—¿Quién es esta dulce sumisa?
Ella no podía sostener su mirada, así que bajó la vista al suelo. ¿Qué se suponía que debía responder? Notó que se le enrojecían las mejillas y miró a Xander.
—Ésta es London. Es prima de una amiga de Logan. —Le acarició el codo—. Tranquila, belleza. Puedes hablar.
Buscando fuerza en su interior, se obligó a alzar la mirada. Se concentró en el pelo castaño de Thorpe, que había comenzado a llenarse de canas en las sienes. Su mirada era demasiado vehemente.
—Hola.
Él sonrió con amabilidad. Su aura de poder no cedió ni un ápice, pero al menos supo que no desataría aquella parte oscura en ella.
De hecho, él le tomó la mano entre las suyas.
—¿Es la primera vez que vienes a un club como el Dominium?
—Sí, lo es.
—Lo supe en cuanto te vi. —Su sonrisa se hizo más profunda y ella percibió el indicio de unos hoyuelos bajo la barba incipiente—. Espero que te diviertas y hagas que se gane cada gramo de tu sumisión; Xander merece un reto.
—Ni caso —murmuró una mujer que pasaba en ese momento junto a ellos con un corsé azul de encaje que enfatizaba sus lujuriosos pechos y su diminuta cintura.
Tenía el pelo negro a la altura de los hombros. Llevaba puesto un lazo negro alrededor del cuello y una sonrisa descarada en la cara. Era digna del póster central de cualquier revista.
—Lo único que conseguirás es el culo rojo, pero disfrutarás de ello —aseguró la belleza.
Thorpe arqueó una ceja y la miró con expresión irritada.
—Callie… estás siendo irrespetuosa. Discúlpate.
—Lo siento, Xander —dijo mecánicamente, sin nada de sinceridad—. Ya sabes cómo soy.
—Una bruja. No conseguiremos cambiarte ni con un millón de palizas.
—No, pero te dejo intentarlo. —Se rio ella.
A London no debería haberle gustado que otra mujer hiciera propuestas a su hombre… Más o menos. Pero le gustó el humor de la mujer y admiró su coraje.
—¡Callie! —La expresión de Thorpe era definitivamente enfadada.
Ella puso en blanco unos ojos azules maquillados con kohl.
—Vale, vale… —La mujer la miró a ella—. En serio, mira a éste. Estoy segura de que el diablo y él comparten un par de genes.
Callie sacó la lengua a Thorpe antes de alejarse lentamente. El hombre la observó marcharse con los puños cerrados. En el momento en que ella les mostró la espalda, en la tensa cara del dueño del club apareció un desnudo y sombrío anhelo que la dejó conmocionada. Si deseaba tanto a Callie, ¿por qué se lo ocultaba?
Xander miró a Thorpe con una sonrisa.
—¡Joder! Esta chica da al término «malcriada» una nueva dimensión.
—En particular desde que permití que un nuevo Amo se encargara de su entrenamiento. Es mucho más permisivo con ella. —Thorpe entrelazó las manos a la espalda, parecía totalmente indiferente.
Xander lo miró anonadado, la sonrisa había desaparecido de su cara.
—¿Has renunciado a ella y la has entregado a otro Amo?
A juzgar por el tono de Xander, aquello era extraño. Y por lo que ella veía, Thorpe deseaba a la hermosa morena con cada fibra de su ser.
El dueño del club respiró hondo.
—Sí.
Xander negó con la cabeza como si le costara creerlo. Luego miró a su hermano.
—¿Puedes acompañar a London por el pasillo? Es la tercera puerta a la derecha. —Entregó a Javier una llave de tarjeta—. Yo voy ahora mismo.
Javier asintió con la cabeza y deslizó el brazo alrededor de su cintura.
—Vámonos, pequeña.
Ella no quería irse. Se moría de curiosidad por saber por qué Thorpe renunciaba a una mujer a la que deseaba con todas sus fuerzas. Sin embargo, siguió a Javier por el pasillo hasta una estancia privada.
Tras abrir la puerta e invitarla a entrar, apretó el interruptor que había en la pared, a su espalda, iluminando un conjunto de artilugios propios de BDSM. Había látigos, pinzas o cuerdas en cada lugar que miraba. Incluso había una anticuada estaca. De repente, la vida sexual de las personas que acababa de conocer pasó a un segundo plano y comenzó a preocuparse por la suya. Era una mujer sin experiencia que se hallaba en un club de sexo y no con uno, sino con dos Amos. Tragó saliva.
¿En qué estaba pensando?