Capítulo 14

London observó salir a Xander sin saber adónde iba. Estaba segura de que regresaría, no abandonaría a su hermano en esas circunstancias. Miró preocupada a Javier. La tensión era patente en cada poro de su piel mientras se paseaba por la oficina con los puños apretados. Era un polvorín a punto de estallar.

Recordó las palabras de Xander: «Distráele. Cálmale. Sedúcele si es necesario».

No sabía si funcionaría, pero Javier llevaba solo demasiado tiempo. Tenía que intentar demostrarle que estaba a su lado, que le ayudaría en lo que fuera necesario.

Él se dio la vuelta y ella admiró su ancha espalda, cubierta por una chaqueta a medida de color gris oscuro, mientras se alejaba. Aprovechó que Javier no miraba para soltarse el pelo, que cayó en cascada sobre sus hombros, y desabrocharse los botones superiores de la blusa. Sus pechos rebosaban por encima del sujetador blanco de encaje y los pálidos mechones coquetearon con las curvas, envolviéndolas.

¿Sería eso suficiente para seducirle?

Javier dio un puñetazo contra la pared más alejada. Ella brincó al tiempo que agradecía que el tabique fuera de sólido panel de madera, a pesar de lo feo y oscuro que era. Lo vio girar sobre los talones. Al momento, él alzó la mirada desde la alfombra hasta ella, paseando lentamente los ojos por su cuerpo hasta clavarla en sus pechos. Javier se detuvo. Sus miradas se encontraron y ella percibió que la brillante gelidez de sus ojos se transformaba en un fuego que la hacía arder de pies a cabeza.

—Tienes la blusa desabrochada.

—Ya lo sé, señor.

—Como no te la abroches voy a follarte.

Eso era justo lo que ella esperaba, y la excitación la atravesó como un rayo hasta concentrarse entre sus piernas. Se sonrojó.

—Estoy deseándolo, señor.

Él le lanzó una mirada penetrante.

—Estás tratando de provocarme, pequeña.

El calor que él emitía la envolvió por completo. Al instante comenzó a palpitarle el clítoris. Tras una mañana de desenfreno, no debería desearle tanto. Pero tratándose de Javier parecía no poder evitarlo.

—¿Funciona, señor? —Bajó la mirada a la dura cordillera que presionaba contra la bragueta; a pesar de aquella prueba innegable, quería escuchárselo decir.

—Sí. Y como la primera vez te funcionó, estás traspasando el límite. No solo eres irrespetuosa con tu jefe, también desobedeces a tu Amo.

London no supo por qué, pero la amenaza implícita de sufrir un castigo la hizo estremecer. Tuvo que obligarse a seguir adelante.

—Lo siento, señor, pero siento los pezones muy tensos y los pechos pesados. Mi… mi cuerpo está vacío.

—No es tu cuerpo, sino tu coño —gruñó él por lo bajo.

—Sí.

—Dilo.

Ella se sonrojó.

—Siento el coño vacío —se obligó a decir—. He supuesto que querrías remediarlo, pero puedo pedírselo a tu hermano o, si prefieres, solucionarlo en el baño.

Él entrecerró los ojos y ella tuvo el presentimiento de que acababa de ganarse un buen castigo. Sin embargo, Javier ya no estaba pensando en lo agobiado que estaba o en que quería buscar la solución en el fondo de una botella de vodka.

Lo vio recorrer la oficina hasta detenerse al lado del escritorio, donde señaló el suelo.

—Ven aquí.

Ella obedeció, caminando más lentamente de lo normal al tiempo que contoneaba las caderas.

—¿Sí, señor?

—Inclínate sobre el escritorio y levántate la falda. Enséñame el culo.

Ella se quedó paralizada. Respiró hondo, intentando relajarse. Si alzaba la falda solo un poco, él no vería ninguna cicatriz. Tenía que mantener la sangre fría, algo muy difícil con aquellos hombres cerca. Solo se había mostrado voluntariamente ante personal sanitario, y seguramente jamás se sentiría segura para hacerlo en otras circunstancias.

Se mordió los labios al tiempo que se giraba hacia el escritorio. Estudió a Javier por encima del hombro agitando las pestañas. Cuando miró al frente de nuevo, Xander estaba en el umbral de la puerta con la mochila negra en la mano. Contuvo un temblor mientras se inclinaba sobre la mesa. Levantó la falda poco a poco por los muslos, provocándolos. Cuando notó el aire fresco en las nalgas, se detuvo e irguió la cabeza para observar a Xander, que se acercaba.

—¡Joder! —maldijo Javier mientras ella escuchaba el roce de la cremallera—. No la has subido lo suficiente, pequeña, álzala un poco más. Ya.

Ella notó que se le contraían las entrañas, que sus pliegues se inundaban de sangre, que se le hinchaba el clítoris… Obedeció y llevó el borde de la falda negra hasta las caderas, rezando para que las odiadas cicatrices no se vieran.

Xander se acercó a ella y le cogió las muñecas para estirarle los brazos por encima del escritorio. Tenía en la mano unas esposas, que cerró con rapidez sobre una de sus muñecas, antes de asegurar el otro extremo en el asa de un cajón. Luego repitió el gesto en el otro brazo. Ella tiró y se escuchó un tintineo metálico. No podría escapar.

—Separa las piernas —exigió Xander—. Déjanos ver ese coñito jugoso que Javi va a llenar.

Ella tragó saliva y su corazón se aceleró tanto que le dolió el pecho. Le temblaron los muslos, pero logró separarlos. Alzó la cabeza a tiempo de ver que Xander sacaba algo rosa de la mochila, junto con un tubo, antes de dejar la bolsa en el suelo. Luego se unió a Javier detrás de ella.

—¡Qué hermosura! —comentó Xander—. He traído preservativos.

—London necesita un correctivo. Estaba tratando de provocarme.

—Lo consiguió —se rio Xander—. Cuando termines de castigarla, tengo una sorpresita para ella.

London deseó ver qué estaba mostrándole, pero de repente la voz de Javier era mucho más calmada.

—Excelente. Bien pensado.

Sin previo aviso, sintió el abrumador impacto de una mano en la parte más carnosa de su trasero. Gritó… Le escocía, le dolía. Y supo que habría más.

—Silencio —ladró Javier—. Acepta tu castigo con dignidad. Cada vez que me tientes así, te pondré el culo rojo. Dime si lo has entendido.

Ella cerró los ojos para permitir que la sensualidad del momento la inundara.

—Lo entiendo, señor.

Apenas acababa de decir la última palabra cuando sintió un azote en la otra nalga. El dolor inicial la hizo jadear y se le aflojaron las rodillas. Luego, Javier frotó la caliente palma de su mano sobre su trasero. La molestia se convirtió al instante en un cálido hormigueo. Notó que su piel revivía.

Y que su sexo le dolía como nunca.

—¡Oh!

De repente, notó que le metían dos dedos entre los resbaladizos pliegues buscando su interior. Gimió y se arqueó para absorberlos más adentro, eso podía aliviar su necesidad.

—Está muy mojada, Javi —anunció Xander—. Está preparada.

—Así que esta chica es muy traviesa, ¿verdad? —le murmuró al oído.

Ella no sabía cuándo se había acercado tanto, pero en el momento en que intentó volver la cabeza por encima del hombro, Xander le sujetó el pelo con la mano libre impidiéndole cualquier movimiento.

—Estate quieta. Mirada al frente. Acepta el resto del castigo.

—Sí —le tembló la voz y emitió un gemido.

Él retiró los dedos del anhelante canal.

Javier tomó con rapidez el lugar de su hermano. Ella recibió dos azotes un poco más abajo y el calor se extendió por su piel. Después dos más, en la carnosa curva, que fueron seguidos por otros más rápidos y ligeros en el mismo lugar. El dolor la estremecía. Se arqueaba y contoneaba… Temía… Hasta que él frotaba la hormigueante piel y una dulce y mágica calidez se propagaba por todo su cuerpo.

Ella gimió cuando sintió los labios de Javier en la piel caliente de la nalga derecha. La lamió lentamente antes de mordisqueársela con suavidad. Un inmenso placer la atravesó. No entendía por qué le gustaba tanto el castigo de Javier. Sí, dolía… pero incluso el dolor se había convertido en algo hermoso y la inundaba de pies a cabeza. La mantenía erguida a pesar de que solo quería derretirse a sus pies.

Xander le tiró del pelo como advertencia antes de dar un paso atrás, quedándose al lado de su hermano. Lo escuchó emitir un largo silbido.

—¡Bonito culo! ¡Qué rojo!

—Sí —convino Javier—. Siempre que me provoques, pequeña, recibirás tu castigo.

—¿Tengo permiso para pedirle por favor que me folle? —jadeó.

—¿Lo deseas? —preguntó él, que sonaba muy satisfecho por la perspectiva.

—Sí, señor. —Ella gimió y se retorció.

—¿Lo necesitas? —dijo con más fuerza.

—Sí… —Lo que había comenzado con la intención de provocarle había terminado por consumirla a ella. Tenía el cuerpo en llamas y solo él podía aliviarla.

—No te olvides, Javi. Antes tengo que hacer algo. Espera un poco, belleza… —intervino Xander.

¡Santo Dios! ¿También él iba a pegarle? El pensamiento hizo que las llamas se avivaran y se le aflojaran las rodillas.

Sin embargo, sintió algo frío en su ano. Contuvo el aliento e intentó cerrar las nalgas, pero Xander las separó con las manos para introducir lentamente un dedo en el pasaje que jamás había tocado nadie.

—¿Xander? —La alarma convirtió su voz en un chirrido.

—Shhh… No te haré daño. Pero hay dos hombres que te desean y vamos a querer follarte a la vez. Tenemos que prepararte para que puedas hacerlo.

Sexo anal. Había oído hablar de ello, por supuesto. Lo que decía Xander tenía sentido. ¿De verdad permitían las mujeres que sus hombres las poseyeran por ahí?

Las preguntas seguían zumbando en su mente mientras Xander retiraba el dedo.

Notó que volvía a indagar en el mismo sitio, pero ahora la intrusión era mucho más ancha.

—¡Dios, quiero hacerlo! —gimió Javier, antes de inclinarse sobre su cabeza para gruñir en su oído—. Quiero follarte ahí y escucharte jadear mientras te alimento con cada centímetro de mi polla. Quiero que te sientes sobre ella y te retuerzas sin dejar de sollozar, pidiéndome más de lo que deseo darte.

Escuchar todo aquello hizo que ella también lo quisiera. Seguramente dolería un poco al principio, pero aún así lo deseaba con primitiva pasión. Esperó con toda su alma que para él significara algo más que sexo. No había iniciado una relación con esos hombres con idea de enamorarse, aunque sospechaba que estaba a punto de caer en picado.

—Quiero poseer cada uno de tus orificios. Quiero penetrarlos tan profundamente que grites sin contención. Y luego, quiero ver cómo Xander hace lo mismo antes de tomarte los dos juntos. ¿Podrás soportar que te follemos a la vez?

Ella no lo sabía, pero estaba dispuesta a intentarlo. Lloriqueó al tiempo que asentía con la cabeza.

—Por favor…

—Xander, date prisa, maldito seas. —El profundo gruñido de Javier le indicó que estaba a punto de perder el control.

—No puedo apresurarme. —Xander la exploraba, empujando lenta y profundamente dos dedos en su ano.

Las sensaciones eran extrañas y salvajes. Ella se arqueó para tomar más y Xander le acarició las caderas antes de recostarse sobre ella.

—Apenas aguanto las ganas de meter mi polla en este cerrado culito. Lo haré durante mucho tiempo, muy despacio, hasta que grites y arañes… Luego Javier hará lo mismo, hasta que tú sepas distinguir de quién es la polla que tienes dentro. Ése será el regalo más sumiso que puedes darnos. ¿Lo conseguirás?

Ella no vaciló, asintió con la cabeza frenéticamente.

—Sí. Haré lo que quieras.

—Buena chica, belleza —canturreó él con dulzura antes de mirar a su hermano—. Creo que está preparada para el siguiente paso. Te apuesto lo que quieras a que tiene el coñito muy mojado.

Javier pasó los dedos por los pliegues hinchados sin apenas tocar el clítoris. Ella tuvo que contener un grito de necesidad.

—Empapado, delicioso. Venga, hazlo.

No tuvo tiempo de preguntar qué pretendían antes de que Javier se dejara caer entre sus piernas, apoyando la espalda contra el escritorio y acercara la cara a su sexo. Contuvo el aliento al notar su aliento en el clítoris y… al mismo tiempo, algo duro, frío y extraño comenzó a invadir su ano y a llenar el vacío recto, que se dilató con una ardiente sensación. Intentó retorcerse para escapar de la intrusión. Fue solo un acto reflejo; el azote de Xander en sus nalgas y el gruñido que emitió la hicieron detenerse mientras él introducía lentamente el resto del objeto en el pasaje virgen.

London gimió y se retorció, mordiéndose los labios al notar que la estiraba todavía más, pero Xander siguió introduciendo el suave dilatador anal en su interior.

Terminaciones nerviosas que no sabía que tenía despertaron a la vida. Echó la cabeza hacia atrás con un grito de pasión y su ansia creció por la insistente lengua de Javier en el clítoris.

El placer hizo hervir su sangre, creciendo y ardiendo entre sus piernas.

—¡Córrete! —gritaron los dos al unísono.

La insistencia, la sensación de unidad, el éxtasis apremiante… impidieron que se resistiera. Javier frotó su dolorido brote con la lengua mientras ella explotaba en un tembloroso placer, tan deslumbrante que se sintió ebria y débil. Xander se separó y buscó algo en la mochila mientras su hermano seguía paladeándola un poco más.

Finalmente, Javier se levantó y se bajó los pantalones. Su hermano le pasó un preservativo que él abrió y se puso antes de situarse detrás de ella. Unos segundos después, taladraba su vagina, hundiéndose hasta el fondo entre los hinchados tejidos, más tirantes ahora por el dilatador anal. La presión adicional avivó todavía más las sensaciones y aulló de placer.

Xander tampoco esperó demasiado tiempo antes de unirse a la acción. Bajándose la cremallera frente a su cara, sacó su duro miembro y le acarició los labios con el sedoso terciopelo del glande. Ella abrió la boca y él se deslizó sobre su lengua, llenándole la húmeda cavidad con su miembro y las fosas nasales con su aroma almizclado, viril, provocativo… Rara vez la presionaba, pero la conquistaba con su astucia y atractivo, hasta que sucumbir era la única elección. Abrió más la boca para humedecerle con la lengua mientras él le sostenía la barbilla con una mano y el pelo con la otra. Las sensaciones la embriagaban. Javier la llenaba desde atrás, inundándola por completo, estirando y estimulando cada una de sus terminaciones nerviosas, al tiempo que ahuecaba la mano sobre su monte de Venus con espíritu posesivo, frotando el clítoris para hacerla arder. No podía soportarlo. No podía detener lo que se avecinaba. No podía hacer otra cosa que dejarse llevar.

Miró la cara de Xander, implorándole en silencio. Él estaba concentrado en ella, la miraba fijamente, respiraba al mismo ritmo, consumiéndola. Ella gimió en torno a su miembro; una súplica ahogada que replicó también en la gruesa erección de Javier, que ciñó con sus músculos internos. El placer volvió a crecer. Subió tan alto que amenazó con abrumarla de nuevo.

London contuvo el aliento, con todos los músculos tensos, dejando que las sensaciones la inundaran hasta que no pudo más, y luego se dejó llevar. La oleada de éxtasis desgarró su cuerpo, su mente, e hizo que se sacudiera, gritando y abriendo su alma. Xander maldijo. Javier gimió. Ambos aceleraron sus movimientos antes de alcanzar el éxtasis; sus penes palpitaron en su interior mientras derramaban su semilla.

Notó un sabor salado en la lengua. Tenía la piel sudorosa, pero se sentía saciada, somnolienta y feliz. En un estado tan nebuloso como el propio placer.

Cuando Xander retiró la erección de su boca, ella se derrumbó sobre el escritorio, apoyando la mejilla en la fría madera, y cerró los ojos, satisfecha.

—¿Estás bien? —preguntó él, inclinándose para besarle la mejilla.

Ella sonrió perezosa y asintió con la cabeza.

Él se rio mientras le liberaba las muñecas con un clic metálico.

—Creo que tu secretaria ya tiene suficiente por hoy.

Javier abandonó su vagina con cuidado. Le escuchó deshacerse del condón usado.

—Es posible que la hayamos presionado mucho, pero me gustaría adorarla un poco más.

Poniéndole una mano en la cintura, la ayudó a incorporarse. Ella se abandonó entre sus fuertes y reconfortantes brazos, y lo eran más todavía cuando le decía lo hermosa que era y la besaba en el cuello de esa manera. Se estremeció. Xander se acercó y se pegó a su espalda, acorralándola contra su hermano.

—Necesito verte, pequeña —murmuró Javier—. Desnúdate.

—Sí —convino Xander—. Yo también necesito verte.

Aquella petición fue como una jarra de agua helada que la dejó conmocionada y temerosa. Debía evitar eso a toda costa. Brian que se dedicaba a la medicina, se había sentido demasiado asqueado para seguir saliendo con ella cuando le vio la espalda… ¿Qué iban a pensar dos millonarios atractivos y perfectos al ver todos sus defectos?

Tragó la bilis que le inundó la garganta al tiempo que se escabullía entre ellos y se bajaba la falda. Agitada, contuvo las lágrimas y se abrochó los botones de la blusa con dedos temblorosos.

—No. Haré cualquier otra cosa que me pidáis, pero eso no. Por favor.

La miraron con idénticos ceños fruncidos y ella percibió su confusión y decepción como si fueran tangibles. Se le contrajo el estómago y tuvo que apretar los puños. Le dolía contrariarlos mucho más de lo que debería. Pero le lastimaría más ver sus caras cuando notaran todas esas cicatrices que no podía borrar. Incluso pensar en su horror y rechazo era más de lo que podía soportar.

Abrochando el último botón, se giró con los ojos llenos de lágrimas, cogió el bolso y se lanzó hacia la húmeda y ardiente tarde de Lafayette.

—¿Qué demonios ha pasado?

Javier parpadeó. No comprendía nada, salvo que la expresión afligida y aterrada de London le ponía enfermo.

Xander le miró con el ceño fruncido y él le imitó. Se habían dado contra una pared de ladrillo que no habían visto. Esa misma mañana, London había estado desnuda en su cama, sus hermosos y erguidos pechos, el suave vientre, los muslos rotundos y los empapados pliegues que tan bien albergaban a su pene. Había sido accesible y se había entregado de una manera total… hasta ese momento.

—Ni idea, pero voy a enterarme. No pienso permitir que London camine hasta casa bajo este terrible calor con falda y tacones.

Xander asintió con la cabeza.

—Estoy de acuerdo.

Juntos, corrieron hacia la puerta y bajaron las escaleras. Sacó ventaja a Xander en el vestíbulo y vio antes a London, que atravesaba el aparcamiento hacia la calle.

—¡London! —la llamó a voces, con todo el cuerpo tenso por la necesidad de que ella se diera la vuelta, le mirara y le explicara… Que le dejara abrazarla y consolarla.

Ella los ignoró y siguió caminando.

De repente, la vio detenerse y tambalearse, agitando los brazos en el aire como si estuviera buscando algún lugar al que agarrarse para recuperar el equilibrio. Pero a su alrededor solo había aire.

Cayó al suelo con un jadeo. Sus rodillas cedieron mientras corría hacia ella lo más deprisa que podía. Su hermano hizo lo mismo.

—¡London!

Llegaron demasiado tarde para sostenerla. Tuvieron que observar cómo se desmoronaba sobre el asfalto. A él se le detuvo el corazón y se le quedó la mente en blanco. La preocupación inundaba sus venas. Los metros que le separaban de London parecían un abismo infranqueable. Corrió mientras el tiempo se dilataba eternamente.

Se detuvo junto a ella con una maldición y Xander hizo lo mismo. Le sostuvo la cabeza con la mano. Estaba helada.

El miedo que inundaba sus venas como agujas afiladas era fiel reflejo del que veía en la cara de Xander.

—Llama al 911 —graznó.

Y su hermano llamó mientras él la alzaba en brazos. No sabía si moverla en ese estado era lo más prudente. ¿Sería ese uno de los desvanecimientos que había mencionado ella el día que la contrató?

—Llegarán dentro de un momento —explicó Xander guardando el móvil—. ¿Tienes alguna idea de cuál es la causa de esto? Sin duda no comió demasiado en el desayuno.

—Me dijo que tenía desvanecimientos de vez en cuando, pero no sé la causa. Hoy hemos sido incansables. —Y él se lo reprochaba para sus adentros—. Quizá…

No podía decir el resto de las palabras. El temor le oprimió el corazón mientras atravesaba el aparcamiento y el vestíbulo del edificio. Se acercó al banco de granito cercano a la fuente de agua y la tumbó sobre él. El pálido pelo se derramaba por el borde cuando se arrodilló a su lado. A lo lejos se escuchaban las sirenas. Le acarició la mejilla con la mano sin dejar de mirarla, deseando que abriera aquellos hermosos ojos azules y le mirara.

Al otro lado del banco, Xander se puso en cuclillas y le sostuvo la mano.

Belleza, estamos aquí, cariño. Vuelve con nosotros.

Se formó a su alrededor una pequeña multitud que pululaba cerca de los ascensores. Una pareja entró en el edificio y se detuvo en seco, mirándoles. Javier les ignoró. Si no podían ayudar a London, eran inútiles.

Se movió para bloquear su imagen y apretó los labios contra su oreja.

—Pequeña, lo siento… —Por presionarla, por exigirle demasiado, por hacerle sentir el deseo de escapar. Por todo. Francesca le había demostrado que las relaciones no eran lo suyo. Por el bien de London, debería alejarse de ella y cedérsela a Xander. Lo cierto es que en circunstancias normales pensaría que su hermano era demasiado playboy para tomarse en serio a una mujer, pero con ella no se comportaba como con las demás, así que era el mejor para ella. Era menos intenso. Es posible que él fuera el Amo que ella necesitaba, pero cargaba demasiadas cosas sobre los hombros.

Si ella abría los ojos y se recuperaba, intentaría hacer lo mejor para ella.

De repente entraron un par de paramédicos corriendo y la pareja de antes tuvo que apartarse para dejarles pasar.

Javier se separó y dejó espacio para los dos profesionales. Xander permaneció al otro lado, mirándoles con sombría atención. Los paramédicos preguntaron sobre el incidente y si había sufrido antes alguna contusión en la cabeza, pero ellos no sabían lo que había provocado el desmayo. ¿Cansancio? ¿Hipoglucemia? ¿Los misteriosos problemas de salud que ella había mencionado?

Xander sacó el teléfono y buscó a Alyssa entre sus contactos. Antes de que le diera tiempo a marcar su número, los paramédicos pusieron un frasco de sales aromáticas debajo de la nariz de London. Ella recuperó el conocimiento con una tos seca y abrió aquellos ojos azules con un revoloteo de pestañas. Estaba bien. Cuando vio que se sentaba con la ayuda de los hombres, respiró aliviado.

Su hermano revoloteó alrededor, protectoramente, escuchando las preguntas que hacían a London. La vieron sacar un bote de medicación del bolso mientras conversaba con los sanitarios. Apenas lograba escucharla debido a lo bajo que ella hablaba y al rugido de su corazón. Fuera lo que fuera lo que estaba diciendo, hacía que Xander apretara los dientes, aunque le vio guardar el móvil en el bolsillo y asentir con la cabeza.

Cuando los paramédicos se levantaron y se dirigieron hacia la salida, él se plantó delante.

—¿Está bien?

Uno asintió con la cabeza.

—Olvidó tomarse la medicación, aunque según nos ha dicho, no es la primera vez que pierde el conocimiento. Le hemos puesto un poco de hielo en el golpe de la cabeza. Por lo demás, está bien.

Aquello no era suficiente. Tenía más preguntas. Sí, sin duda debía cedérsela a Xander, pero eso no quería decir que dejara de importarle.

Los sanitarios salieron y él se acercó a London y Xander. Le dolía observarlos juntos. Sin embargo, a él le quedaba su trabajo… y el vodka. Justo lo que merecía.

Su hermano la tomó del brazo para ayudarla a levantarse y él la sujetó por el otro lado. Ella se tambaleó, un poco indecisa, parpadeó y negó con la cabeza, como si así pudiera mantener el equilibrio. Luego se alejó de ellos.

—Estoy bien. No me ocurre nada. Tengo que marcharme.

La observó mirar a su alrededor, orientándose, antes de dirigirse hacia las puertas. Xander le lanzó una mirada que decía que solo saldría de allí por encima de su cadáver. Ella no sería suya, pero estaba de acuerdo con su hermano.

—Vas a subir a la oficina para explicarnos esto —exigió él.

—Y sin rechistar —apostilló Xander, bloqueándole el camino.

—Que os haya ofrecido mi virginidad no os da derecho a privarme de mi autonomía y libre albedrío —siseó ella.

Y tenía razón, aunque la respuesta no le gustaba. Y Xander, siempre encantador y poco combativo, pareció a punto de pegar a alguien a causa de la frustración.

—No, es cierto —intervino él con voz suave—. Sin embargo, soy tu jefe y me merezco una explicación. Quiero saber por qué te vas en mitad de una crisis.

Estaba siendo manipulador y no le importaba. Si la obligaba a quedarse podría entenderla y velar por ella antes de que se la cediera a Xander. Entonces podría renunciar a ella con la conciencia limpia.

London se mordisqueó el labio durante un tenso momento.

—De acuerdo. Tienes diez minutos.

Era una pequeña victoria, pero no se atrevió a celebrarla.

—Ponte el hielo en la cabeza.

Ella hizo un mohín cuando la condujeron de regreso al ascensor, de vuelta a las oficinas de Industrias S. I. Él cerró la puerta a su espalda mientras Xander la ayudaba a sentarse. Su hermano se le adelantó y la acomodó en el sofá de cuero antes de acercar una de las sillas. Él dio un paso hacia ellos.

—¿Estás bien de verdad? No tienes por qué hacerte la valiente —explicó él con suavidad.

No importaba lo que ocurriera, se preocupaba por ella y quería que supiera que su bienestar significaba mucho para él.

Ella suspiró con fuerza y las lágrimas anegaron sus ojos azules. Luego rodaron por sus mejillas, haciendo aparecer una mancha de rimel debajo de sus pestañas. Y aún así estaba tan hermosa que se le oprimió el corazón. No sabía cómo lograría mantenerse alejado de ella una vez que se retirara con dignidad, tras habérsela cedido a su hermano.

—Estoy bien —insistió ella—. Mirad, no quería contaros toda mi triste historia para que no sintierais lástima por mí. No necesito más lástima. Llevo años recibiéndola y quería saber si podía gustarle a alguien por mí misma. Por lo general, cuando cuento esto, todo el mundo siente simpatía por mí, pero luego se distancian. Prefieren salir y contratar a gente normal, así que no me sorprendería que no quisierais saber nada más de mí.

Se encogió de hombros como si no le importara, aunque él leyó en su cara que era justo lo contrario. No quería poner a prueba su amarga teoría, pero deseaba verla fuerte y feliz. Y Xander podría ocuparse de conseguirlo.

—Poco después de empezar el instituto, fui con mi amiga Amber y su novio a la playa. Mientras estábamos allí, Amber pesco a Josh debajo del embarcadero con otra chica del instituto. Estaban magreándose y Amber se enfadó muchísimo. Josh intentó apaciguaría, pero ella no se avino a razones; insistió en que debíamos marcharnos. Todos nos subimos al coche y ella se puso a conducir como una loca. Tenía la música a todo volumen, así que no pude escuchar la discusión. Comenzó a llover y se saltó un semáforo. Varios coches chocaron con nosotros desde la derecha, haciéndonos girar, hasta que por fin impactamos de frente contra un autobús escolar. Ellos dos murieron al instante. Yo sufrí lo que los médicos llaman «una conmoción cerebral traumática».

Él la vio tragar saliva, como si contar aquella historia la hubiera dejado vacía, envuelta en la dolorosa determinación de marcharse. Sin embargo, él pensó anonadado que nunca había deseado abrazarla con tanta fuerza.

—Lo siento mucho, belleza —murmuró Xander, sosteniéndole las manos—. De verdad. Sigue…

Notó que a ella le temblaba la barbilla como si estuviera conteniéndose para no llorar mientras hablaba.

—Tuve fractura de cráneo, derrame y otros daños neurológicos. Se me rompió la mandíbula, el codo y el fémur. Estuve casi dos años en coma. Cuando desperté, todo había cambiado. Mis padres habían envejecido diez años, me había perdido el baile de graduación y mis compañeros dejarían el instituto al poco tiempo, sin mí. No podía hablar ni caminar. Algunos médicos dijeron que no volvería a hacerlo. Para entonces, la mayoría de mis amigos me había abandonado. Pero sobreviví. He pasado por tres operaciones para solucionar los problemas en la columna. Como resultado del trauma en la cabeza, me olvido de cosas. No puedo conducir, y nunca podré hacerlo, porque algunas veces pierdo la consciencia, como hoy. Lo más seguro es que jamás pueda tener hijos porque no puedo estar sola con un niño. —Nuevas lágrimas aparecieron en sus ojos junto con mucha resolución—. Y aún así, ¡me niego a rendirme!

—No tienes por qué hacerlo, pequeña —la consoló él, llenando el silencio tras las jadeantes palabras.

Le dolía el corazón. Ella había sufrido y no solo físicamente. Tenía profundas cicatrices emocionales. Se sentía defectuosa y no deseada. Aún así, había reunido el coraje necesario para acudir a entrevistarse con él para conseguir un trabajo. A pesar de considerarse imperfecta, se había entregado por completo a ellos. Su valor le asombraba. Él, tras la muerte de Francesca, había dejado que la culpa le embargara hasta el punto de casi matarse. London, por el contrario, se había superado a sí misma; había vuelto a aprender a hablar y caminar, a vivir, reír y amar de nuevo. Se sentía avergonzado. ¡No la merecía!

—Y ahora los dos me miráis como si fuera un bicho raro. —Golpeó el suelo con un pie, secándose las lágrimas bruscamente—. Me largo. Estoy segura de que encontraréis enseguida a alguien mejor que yo para sustituirme en la oficina… y en la cama.

Xander corrió tras ella, sin embargo fue Javier quien llegó a tiempo de bloquear la puerta. No la merecía y podía ser malo para ella, pero antes le demostraría que era digna de ser amada por sí misma. Porque la amaba. Y lo sentía en su corazón… Lo tenía en la punta de la lengua.

Saber que la amaba le dejó anonadado. ¡Por Dios! ¿Cuándo se había enamorado de ella? Sin duda en algún momento entre el día que la entrevistó para ser su secretaria y cuando la vio llorar porque el destino se interponía en su voluntad de seguir adelante. Ahora comprendía que nunca había sentido algo similar por Francesca; aquella dulce sensación, tan potente y capaz de perdurar. Por London haría lo que fuera —mentir, matar, robar, venderse— si así la hacía feliz y la mantenía a salvo.

Cruzó los brazos sobre el pecho y bajó los ojos hacia ella. Dolía quería abrazarla, pero ella consideraría que era lástima y le odiaría por ello. No importaba lo que le costara, tenía que ser fuerte por ella.

—No te marchas. No pienso sustituirte por nadie ni en mi cama ni en la oficina, London. Quiero que lo escuches con claridad. Te quiero en esa silla. —Señaló la silla de secretaria en la zona de recepción—. Te quiero aceptándome dentro de ti todos los días, todas las noches, una y otra vez. No tienes por qué rendirte. Eres tan hermosa que algunas veces no soy capaz de creer que tenga tanta suerte.

Miró a Xander por encima del hombro. La miraba a ella. Luego alzó una mano temblorosa hasta el hombro de la joven y la hizo girar hasta que pudo mirarla a los ojos. Su hermano la envolvió en un abrazo de oso; su cuerpo se pegó al de ella al tiempo que se inclinaba para transmitirle toda su fuerza. Durante un terrible momento, ella intentó zafarse, agitándose para escapar.

—No quiero tu lástima —le escupió ella.

—Bien. —Xander le apresó el pelo y tiró con fuerza, inmovilizándole la cabeza—. Créeme, lo que siento no es lástima. Me haces sentir admiración.

—¿Por no haber conseguido nada en mi vida? —chilló ella.

Las emociones estaban a punto de vencerla y él ya no pudo aguantar ni un momento más. La estrechó, atrapándola entre él y su hermano. Le puso las manos en los hombros.

—Has tenido que luchar mucho más duro que cualquiera que haya pasado por mi vida. Has tenido que volver a poner un pie delante de otro. En los pocos días que hace que te conozco me has hecho pensar que quizá el vodka no sea la respuesta, sino la tenacidad. Igual que tú, tendré días buenos y malos. Pero tú te negaste a quedarte inmovilizada en una cama, te levantaste y aprendiste a ser productiva. Estudiaste y comenzaste el camino hacia una vida completa. Sin embargo yo, hasta que tú te cruzaste en mi camino, pensaba que mi destino, lento pero seguro, se encontraba en el fondo de una botella de Cîroc.

London se giró hacia él y Xander la soltó poco a poco. Ella le miró parpadeando, con los ojos húmedos y desafiantes, como si le retara a que la dejara. Pero incluso aunque quisiera, incluso aunque fuera bueno para ella, Javier supo que no lo haría.

No podría. Comenzó a creer con fuerza que los tres tenían una razón de ser juntos.

Jamás se hubiera imaginado que compartiría a una mujer, y mucho menos con su hermano. Sin duda jamás lo habría elegido para una relación a largo plazo.

Pero era lo que elegía en ese momento. Su corazón se había encargado de ello.

—No pienso dejarte. Ni tampoco mi hermano. Confía en nosotros.

La confusión atravesó su hermoso rostro. Y apareció un surco entre sus pálidas cejas cuando comenzó a negar con la cabeza.

—Tú puedes tener a quién quieras. Y él también. —Ella señaló a Xander—. Soy…

—… perfecta para mí y para mi hermano. Fin de la cuestión. ¿Tú qué dices, Xander?

Él hizo una pausa, una rareza en él. Por fin, se encogió de hombros.

—Jamás me había sentido así y no estoy preparado para renunciar a lo que tenemos. Aunque no lo entiendo… esto funciona.

London agachó la cabeza.

—Podrías…

—De eso nada, y si continúas menospreciándote a ti misma, te voy a poner el trasero como un tomate.

Ella frunció el ceño y se rodeó con los brazos; parecía meterse dentro de sí misma mientras se apartaba. Javier la observó. Si intentaba traspasar la puerta, la detendría. Pero en ese momento necesitaba un poco de espacio e iba a dárselo.

—Intentaré creerte. Lamento decirte que no lo voy a conseguir de la noche a la mañana.

Era frustrante pero comprensible. London había perdido años de experiencia, de madurez, de vivencias. Tras un trauma de ese tipo, era normal que fuera cautelosa.

Asintió con la cabeza e intentó mantenerse alejado, sin tocarla… y no fue capaz.

Poco a poco se acercó y le rodeó el brazo con los dedos para atraerla contra su pecho y besarla en la coronilla.

—Me has dado un susto de muerte.

—Es algo que no puedo evitar. Con todo lo ocurrido en las últimas veinticuatro horas, olvidé la medicación.

Xander la miró reprobadoramente; estaba seguro de que era una expresión idéntica a la que aparecía en su cara.

—No podemos tolerarlo. A partir de ahora, te lo recordaremos.

—No soy una inválida —replicó ella.

—Todo el mundo necesita ayuda de vez en cuando.

Xander tenía razón, y él también estaba aprendiendo una lección de todo lo ocurrido. ¡Qué día más emocional! ¡Qué aclaratorio!

Y aún quedaban muchas horas por delante.

—Pequeña, cuéntamelo. —Le acarició la mejilla—. ¿Por qué no quieres desnudarte para nosotros?

—No pienso quitarme la ropa delante de vosotros para que podáis ver todos mis defectos. Consideradlo… ¿cómo lo llamasteis? Mi límite. Si es un problema para vosotros, no podremos seguir adelante. —La vio recoger de nuevo el bolso—. Si podéis aceptarlo, bien. Ahora voy a organizar una fiesta que dejará a todos con la boca abierta.