Mientras London se duchaba, Xander se reunió con Javier en la cocina sin saber qué decir. Era extrovertido en todos los aspectos de su vida, pero el rechazo de su hermano siempre le había afectado. ¿Había cambiado por fin algo entre ellos?
Cuando entró en la cocina, Javier estaba achicharrando unas tostadas que, a todas luces, no eran las primeras que quemaba. En el aire flotaba un cierto olor acre. El café que hervía en la cazuela parecía alquitrán, pero ¿acaso él podía hacer algo?
Cocinar no se le daba mejor que a su hermano.
—Buenas —saludó.
Javier se dio la vuelta. Vaciló. El silencio se podía cortar.
—Buenas.
Parecía como si la tensión hubiera irrumpido en la estancia como un corredor esprintando hacia la meta en pos de una medalla de oro olímpica. Había esperado…
Sí, bueno, las esperanzas no valían para nada. Era evidente que aún tenían que hablar.
—Creo que London está satisfecha por cómo ha funcionado todo.
Javier asintió lentamente sin mirarle.
—Creo que sí. Tú y yo… Nosotros… Formamos un buen equipo.
¿Lo había notado? Emitió un suspiro de alivio.
—Sí, es cierto. Por primera vez en mucho tiempo.
¿Cómo continuar? ¿Limitándose a farfullar que podían ser un buen equipo en otros muchos ámbitos? Se preguntó si debería de argumentar que jamás había intentado abandonarle de ninguna manera… ni siquiera con Fran. Pero seguramente eso haría que volvieran a sumergirse en el complejo problema otra vez y aquella frágil tregua se rompería.
No se le escapaba que, por una vez, Javier parecía relajado. Incluso feliz. Era casi mediodía y su hermano no parecía tener prisa por encontrar una botella. Si compartir a London contribuía a aquel beatífico estado, bien… Observar a su hermano acostándose con ella le había hecho sentir algo sin igual. Había participado antes en tríos, aunque había sido únicamente por diversión; una experiencia placentera que no tomaba en serio ninguno de los participantes. Lo ocurrido en esa casa había sido diferente. Lo que habían compartido había significado algo para los tres. Para London había sido su primera vez y Javier parecía haberse reencontrado con el Amo que llevaba dentro. Él ya sabía que era así, pero por fin había salido a la luz.
Xander pensaba que estaba de vuelta de todo. Se había acostado con miles de mujeres y, realmente, había llegado a creer que una era igual a la siguiente. De pronto, había conocido a London y… ¿Quién iba a imaginar que una cándida virgen se adueñaría de su corazón desde el momento en que la viera? Con ella todo era correcto; ser su primer amante, que Javier estuviera presente y le ayudara a llevarla al clímax… Los tres habían completado un círculo que no comprendía.
Sin embargo, había llegado el momento de enfrentarse a la realidad. Tragó saliva. Si no mantenía la calma al hablar con su hermano, si no recurría a toda su diplomacia, pondría en peligro la posibilidad de continuar con lo que habían compartido esa mañana.
Las tostadas saltaron en ese momento con olor a chamusquina y tan negras como las que reposaban en la encimera.
—¡Maldita sea! —Javier las cogió todas y las tiró a la basura—. Este aparato está estropeado.
—Ríndete. Ninguno de los dos sabe manejar una tostadora. —Meneó la cabeza.
—En serio —suspiró su hermano, haciendo una mueca antes de dar un sorbo al café—. Y este brebaje también es horrible.
—Deberíamos llevar a London a comer por ahí. Si no lo hacemos acabaremos envenenándola.
Allí estaba otra vez; su hermano vaciló un momento. Algo había atravesado su mente.
—Será lo mejor. —Le vio tirar lo que quedaba de café por el fregadero, enjuagar la taza y cerrar los ojos. Cuando le miró, respiró hondo—. Con respecto a lo ocurrido hace un rato, ¿qué hacemos ahora?
No fingió no entenderle.
—Estoy improvisando, como contigo, aunque lo cierto es que creo que formamos un buen equipo con ella.
—¡Maldita sea! No estoy preparado para renunciar a ella.
No es que le tomara por sorpresa.
—Quizá te sorprenda, pero yo tampoco.
—Lo sé. Estaba presente cuando la follaste. Vi tu expresión, te entregaste por completo.
Javier siempre había sido muy buen juez, así que saber que había captado la situación con tanta rapidez no debía de ser una sorpresa.
—Sí.
—¿Por qué la compartiste conmigo? ¿Acaso quieres enmendar lo que no hiciste con Fran?
Le dio la espalda. Aquello siempre acababa igual…
—No. Es posible que no me creas, pero no podía hacer nada para salvar a tu esposa. —Cuando vio que su hermano fruncía el ceño, comenzó a enfadarse, pero se negó a estropear aquella oportunidad—. Cuando te levantaste de la cama pensabas que London era mía, ¿verdad?
—Sí. —Javier apretó los dientes. Era obvio que odiaba tener que admitirlo.
—Imagínate lo que pasaría si no le gustaras y yo le ordenara que se sometiera a ti de todas maneras.
Javier se paseó por la estancia mientras meditaba sus palabras.
—No habría estado bien.
—Sí. ¿Crees que eso la habría hecho feliz?
—No. —Su hermano cerró los ojos.
—Incluso si le hubiera ordenado que no tenía que hacer el amor contigo, sino solo someterse, ¿crees que ella hubiera disfrutado igual?
La pausa fue todavía más larga. Por fin, Javier emitió un suspiro.
—Hubiera sido una violación emocional.
Quiso aplaudir, aunque en ese caso tampoco iba a servir de nada un «ya te lo dije».
—En efecto. Fran no era sumisa y me odiaba. Y no me preguntes por qué no te lo había explicado antes, porque sabes que lo intenté.
Javier se pasó las manos por la cara y se frotó los ojos. Cuando apartó los brazos, su expresión era de puro arrepentimiento.
—¡Joder, lo siento! He sido un estúpido. ¿Por qué no estás enfadado conmigo? —Frunció el ceño—. ¿Por qué has compartido a London?
Lo cierto era que él necesitaba a su hermano, su hermano necesitaba a London y ella les deseaba a los dos. Por no hablar de la debilidad que él mismo sentía por ella.
Abrió la boca justo en el mismo momento en que entró ella. Parecía feliz, llevaba el pelo apartado de la cara en una coleta y su expresión era resplandeciente.
—Estáis muy serios. ¿Qué pasa?
Javier le miró. La conversación no había acabado y sería interesante ver lo que les deparaba el resto del día, en especial cuando su hermano adoptara su posición como presidente de la compañía. Sin embargo, él se encogió de hombros y esbozó una gran sonrisa.
—Nos lamentábamos de la absoluta inutilidad de Javier en lo que se refiere a habilidades culinarias.
Ella arrugó la nariz y miró hacia la basura, repleta de tostadas quemadas.
—Ya veo. Gracias por intentarlo.
—Lamento no haber podido hacer más. ¿Tienes hambre? —preguntó Javier.
London asintió.
—Estoy famélica.
Él se sentía muy satisfecho tras las actividades matutinas e imaginó que la expresión sonriente de su hermano era un calco de la suya.
—Hemos conseguido que se te abra el apetito, ¿verdad?
Ella se sonrojó y bajó la mirada.
—No me avergüences.
Incluso Javier soltó una risita.
—Conozco un lugar donde podemos comer algo de camino a la oficina. ¿Qué os parece?
Ella esbozó una dulce sonrisa.
—Me gustaría mucho.
Él exhaló un suspiro de alivio. Después de todo, la última vez que le propuso salir a comer ella le había facilitado un número falso. Le preocupaba que quisiera acostarse con él y que en realidad se sintiera más atraída por Javier. Una mirada a su hermano le indicó que él, sin embargo, pensaba que no querría tener nada que ver con él. Salvo en el caso de Fran, a ninguno de los dos le había preocupado nunca que una mujer quisiera quedarse o marcharse. Aquel momento era casi surrealista.
En ese instante se dio cuenta de que quizá le habían incluido porque el suyo era el único coche disponible. Daba igual; iba a explotar la situación con la finalidad de que el resultado fuera el mejor para todos.
Antes de nada, tanto su hermano como él debían darse una ducha para presentar un aspecto medianamente respetable. Gracias a Dios, podían usar la misma ropa.
Quizá su hermano fuera un par de centímetros más alto, pero usaban la misma talla, así que tomó prestadas algunas prendas y se metió en el cuarto de baño del pasillo.
Cuando regresó a la cocina, London estaba respondiendo a un mensaje de texto con el ceño fruncido.
Javier llegó también en ese momento.
—¿Va todo bien?
Ella alzó la cabeza y les miró con pesar.
—Se trata de Alyssa. Tenía el móvil en modo vibración y no me enteré de que estaba preocupada. No sabía que me había quedado aquí, con vosotros.
—¿Quieres que vayamos a verla después de comer algo? —preguntó Javier.
—No. No pasa nada. Estoy segura de que me hará un montón de preguntas y no hay tiempo para eso. Vámonos a picar algo y luego a la oficina, ¿os parece?
Javier asintió.
—Sí.
Xander se preguntó de nuevo si él estaba incluido.
Salieron al sofocante verano de Louisiana.
—Jamás me acostumbraré a esta humedad —gimió Javier—. Parece que la ciudad está muerta y dicen que es encantadora, ahora sé por qué. ¿Cómo puede gustarle a alguien este clima?
—Recuérdame que me ría de Logan por quedarse a vivir aquí voluntariamente. Menuda estupidez.
Se subieron al coche y se dirigieron a un restaurante abierto veinticuatro horas.
Era la hora del almuerzo y el lugar estaba abarrotado. Tardaron algunos minutos en conseguir un reservado en una esquina. Cuando se sentaron, se dio cuenta de que su hermano y él se habían sentado a ambos lados de London y a nadie parecía desagradarle tal disposición.
Hicieron el pedido y, mientras llegaban las bebidas, Javier parecía demasiado ocupado acariciando la mano de London y besándole los dedos para echar de menos la botella de vodka. Le vio inclinarse para susurrarle al oído y ella se sonrojó. Javier rozó entonces sus labios con los de ella, brillantes e hinchados. Quiso hacer lo mismo y mucho más. Le puso la mano en el muslo al tiempo que le ponía un dedo debajo de la barbilla para girarle la cara hacia la suya y darle un beso. El contacto duró un buen rato. No se pudo resistir y lo repitió otra vez. A pesar de que no hacía mucho tiempo que habían salido de la cama, quiso arrastrarla allí de nuevo.
De repente, London jadeó en su boca.
Él alzó la cabeza a regañadientes. Se dio cuenta de que la mayoría de los presentes los miraba fijamente.
—Tenemos que contenernos —murmuró—. Esto forma parte del Cinturón de la Biblia y London vive aquí.
Su hermano lanzó un vistazo a su alrededor con el ceño fruncido, antes de asentir con la cabeza. Se enderezó lentamente. Él se dio cuenta de que Javier había metido la mano por debajo de la falda de la joven. No sabía por qué la idea le excitaba…
—Tenemos otro problema —murmuró Javier con la voz ronca—. London no nos ha hecho caso. ¿Verdad, pequeña? —Xander noto que su hermano movía la mano bruscamente y que sonaba un chasquido—. Se ha puesto bragas.
La miró con el ceño fruncido.
—¿Belleza?
Ella bajó las pestañas con un jadeo. Él notó que le palpitaba la erección.
—Pensé que aquello eran solo palabras dichas en medio de la pasión. Pero no es tan difícil poner remedio al asunto. Solo tengo que…
—¿Meter las manos debajo de la falda y quitártelas sin que nadie se dé cuenta? —la desafió él—. ¿Cómo te propones conseguir tal cosa?
Ella boqueó. Luego cerró la boca de golpe.
—Estamos en un lugar público. Jamás se me ocurriría que querríais…
—Pues queremos y no podemos.
—No podemos mantener relaciones sexuales aquí —protestó ella—. Nos arrestarían.
—Cierto, pero como llevas bragas, tampoco podemos tocar tu coñito por debajo de la mesa. Y eso nos pone de mal humor.
—Y si estamos de mal humor, significa que no tendremos tantas ganas de que alcances el orgasmo —añadió Javier.
Pero su hermano seguía moviendo los dedos debajo de la falda. Ella se puso rígida y se mordió los labios, contoneándose sobre el asiento.
—Estate quieta —le advirtió él.
—Pero… Pero él está…
—¿Frotándote el clítoris?
London se sonrojó y miró a su alrededor para ver si alguien le había oído.
—Sí.
—Porque ahí es donde quiere tener los dedos. Tienes dos opciones, belleza; puedes usar tu palabra segura o no. Si lo haces, nos detendremos y mantendremos una larga conversación sobre confianza. O puedes ser una buena chica y permitirnos acceder a tu sexo cada vez que queramos.
Estaba presionándola mucho y lo sabía. London apenas había dejado atrás la virginidad y estaban abrumándola. La cuestión era que a ella le gustaba. La miró; ella jadeaba, sus pezones presionaban contra la camiseta. Ahora solo tenía que perder algunas ideas preconcebidas y ponerse en sus manos.
—Jamás te meteremos en problemas con la ley, pequeña. Nadie, salvo nosotros tres, sabe lo que está ocurriendo debajo de la mesa, ¿verdad?
London miró a su alrededor.
—Sí.
—Bien. Ahora separa más las piernas. —Él la ayudó apresándole el muslo y acercándolo al suyo.
Javier apoyó el codo en la mesa antes de agradecérselo con un gesto de cabeza.
—Gracias.
—Estoy seguro de que será un placer. —Sonrió.
Su hermano y él necesitaban más momentos como aquellos… Momentos en los que estaban fácilmente de acuerdo. Se dio cuenta de que London no era solo una chica que les importara a ambos parecía alguien capaz de borrar de un plumazo casi veinticinco años de animadversión entre ellos. Cuando ella estaba presente no se dejaban llevar por sus temperamentos, sino que se unían con el propósito común de hacerla placenteramente feliz. Era posible que aquello no tuviera sentido para algunos; si se peleaban por todo lo demás, ¿por qué no hacerlo también por una chica? Pero London tenía un corazón capaz de corresponder a ambos.
—Mírame —exigió él.
Ella le buscó con los ojos nublados. Quizá nadie pudiera imaginar qué estaba haciendo Javier por debajo de la mesa, pero era fácil adivinarlo. London mostraba su placer en aquellas mejillas ruborizadas y el aliento jadeante que escapaba entre sus labios separados. La imagen que presentaba fue directa a su miembro.
De pronto, la vio cerrar los ojos y gemir.
—¿Te gusta sentir los dedos de Javier en tu coñito? —susurró él.
Ella asintió con la cabeza.
—¿Vas a ser una niña buena y te vas a correr por él?
Ella abrió los ojos con expresión de pánico.
—No puedo en público.
Él arqueó una ceja y miró a su hermano.
—Javier, ¿estamos pensando lo mismo?
—Dado que ella no quiere, y tampoco se lo ha ganado… —Se encogió de hombros—. Me limitaré a jugar con ella.
Ella jadeó.
—Pero me duele.
—Estoy seguro de ello —se jactó Javier—. Cuando estés preparada para dejar de enfrentarte a mí de esta manera, dejará de dolerte. Hasta entonces…
La camarera llegó con el pedido, aunque pareció reticente a acercarse a la mesa, como si supiera que interrumpía algo importante.
Xander le brindó una sonrisa y la chica puso los platos humeantes ante ellos.
Después les acercó un frasco de salsa de tabasco y les dejó en paz.
En el momento en que Javier retiró la mano del sexo de London para chuparse los dedos y él pudo oler el suave y almizclado aroma de su necesidad, notó que comenzaba a palpitarle el pene. Se concentró en su plato. Era eso o arrancar la ropa que cubría a la joven, tumbarla sobre la mesa y penetrarla delante de todo el mundo.
En cuanto entraran en las oficinas… Detuvo ese pensamiento. ¿Y si su hermano no le permitía entrar? Sabía que si dejaba a London a solas con Javier no existía la menor posibilidad de que transcurriera el día sin que su hermano no se perdiera en la apretada funda femenina. Y ella no le rechazaría.
Xander se preguntó si eso le haría perder a las dos personas que más le importaban.
Javier se concentró en la comida mientras sujetaba el tenedor con una mano y metía la otra bajo la falda de London. Ella picoteó los alimentos sin entusiasmo, retorciéndose en el asiento mientras se mordía los labios para no gemir ni rogar. Él, por su parte, vertió tabasco en los huevos; aún así, le parecieron bastante insípidos.
Observó a London y a su hermano, empalmado y lleno de ansiedad. El rostro femenino adquirió un hermoso tono rosado y algunas gotas de sudor le perlaron el labio superior. A esas alturas, Xander ya había dejado de intentar comer y solo les estudiaba, preguntándose si su hermano la conduciría al éxtasis en público.
La respiración de London era cada vez más agitada. La vio aferrarse a la mesa con los ojos cerrados y una sensual expresión de concentración en la cara, ceño y labios fruncidos. Sin duda, estaba a punto de correrse.
De repente, Javier retiró los dedos y se los volvió a lamer.
—Esas bragas me molestan mucho, pequeña. La próxima vez obedecerás, ¿verdad?
Ella abrió los ojos y pareció a punto de protestar. Él le puso la mano en la espalda y trazó círculos tranquilizadores con la palma.
—No discutas. Solo muéstrate de acuerdo y quítate las bragas en cuanto subamos al coche. A partir de ese momento, Javier será mucho más agradable.
Ella miró a su alrededor como si siguiera queriendo discutir.
—Sois muy insistentes.
—Ni se te ocurra intentar cambiarnos. Fuera de la cama también te trataremos como una princesa —prometió Javier—. Te mimaremos. Pero queremos tener tu sexo a nuestra disposición; sin obstáculos, discusiones ni esperas.
«Queremos». Así que Javier y él seguían adelante con aquella extraña relación con London. No sabía hacia donde iban ni cuánto duraría, pero no podía negar que se sentía mucho más feliz que en toda su vida.
Asintió con la cabeza.
—Bien dicho, Javi.
Su hermano y él terminaron de desayunar. London apenas había consumido la mitad del contenido del plato. Dado que todavía se retorcía en el asiento, pensó que debía de estar preocupada.
Pagaron y salieron. Javier subió al asiento trasero con ella. Los dos la miraron con impaciencia y su hermano tendió la mano con la palma hacia arriba al tiempo que esbozaba una mueca de apremio.
Ella suspiró.
—¿Es en serio?
Javier se limitó a arquear una ceja. Parecía un Amo muy enfadado. Él se sintió orgulloso.
—No lo entiendo —insistió ella.
—Es un asunto de confianza —explicó él—. ¿Vamos a lastimarte? No. ¿Vamos a tocarte? Claro que sí. ¿Confías en nosotros?
—Sí, pero sigo pensando que es muy… inusual.
Ella había vivido tan protegida que él sabía que iban demasiado deprisa. Pero tenerla entre ellos parecía obrar una especie de magia que afectaba a su mutuo entendimiento, por no mencionar el hecho de que se moría por volver a perderse en su interior.
Con un bufido, ella puso los ojos en blanco y buscó debajo de la falda con el mayor disimulo. Tras algunos gruñidos y tirones, subió un poco la tela y se bajó las bragas. Una pieza de seda rosa con encaje blanco. Él observó por el espejo retrovisor que la dejaba sobre la palma de Javier con dedos temblorosos. Su hermano sonrió antes de llevársela a la nariz para olería profundamente.
Ella le miró conteniendo la respiración, entre horrorizada y excitada.
El resto del trayecto duró poco tiempo. Se moría de ganas de saber qué habría hecho Javier con London en el asiento trasero si hubiera dispuesto de más minutos.
Ahora que habían llegado, el temor volvió a apoderarse de él, ¿le dejaría fuera su hermano?
Aparcó y se bajó del coche. Dado que aquello era el sofocante verano de Louisiana, sabía que Javier no se demoraría demasiado tiempo en el interior de un vehículo con el aire acondicionado apagado. Al poco rato, su hermano se bajó también y le tendió la mano a London. Los tres comenzaron a andar hacia el edificio.
Antes de que ninguno pudiera decir nada, comenzó a sonar el teléfono de Javier, que miró la pantalla y atendió la llamada.
—Hola, Doug.
«Maynard». Él se estremeció. Todavía no habían tenido la posibilidad de contar a Javier las decisiones que habían tomado la noche anterior.
El empleado siguió hablando en el aparato mientras ellos entraban en el bloque de oficinas. London sacó las llaves y se subieron al ascensor.
Como era lógico, se perdió la cobertura dentro del cubículo.
Javier le miró.
—¿De qué cojones habla Maynard? ¿Qué es esa historia que me estaba contando de que has ordenado cambiar algunos datos de la base?
—Es algo que decidimos ayer, los tres —informó London—; Doug, Xander y yo.
La expresión de Javier no cambió.
—Explícate.
Mientras London abría la puerta, el teléfono volvió a sonar.
—Ahora te llamo. —Luego, Javier les hizo señas para que entraran en las oficinas.
Xander tragó saliva y entró. Aquello no debería significar tanto. Una semana antes no era ningún secreto que Industrias S. I. le importaba muy poco, o al menos eso era lo que decía en voz alta, pero tras haber pasado más tiempo con su hermano todo había cambiado. Ahora sabía lo profundamente que Javier había querido ahogar la culpa en el alcohol. Se daba cuenta de que sus empresas corrían peligro y, por una vez, no le parecía apropiado estar irritado. London había tenido el mismo efecto que un bálsamo apaciguador.
Encendieron la luz y ella se dirigió de inmediato a su mesa para encender el ordenador. Javier abrió la puerta de su despacho y giró la cabeza para mirarles con impaciencia.
—Entrad ya.
No le gustaba que su hermano le lanzara órdenes, pero en vez de limitarse a hacer eso, Javier podía echarle, así que encogió los hombros y le siguió. Le animó saber que London no llevaba nada debajo de la falda.
Se sentaron ante la mesa de reuniones que había en el interior. Supuso que, como solía decirse, la mejor defensa era un buen ataque.
—Ayer eché una mano a London con el trabajo. Estoy de acuerdo con las suposiciones de Maynard, es probable que alguien ajeno a la compañía haya accedido a información secreta del Proyecto de Recuperación.
—¿Por eso le has dicho que no corte los accesos? —El tono de Javier sugería que le consideraba un absoluto idiota.
Él apretó los dientes.
—Si les damos de baja, jamás sabremos quién es el espía. Si permitimos que siga accediendo y le proporcionamos información falsa, podremos encontrar al culpable. Ordené a Maynard que se pusiera manos a la obra con alguien de su absoluta confianza; debían cambiar la información con datos falsos; algo llamativo y excitante. —Se encogió de hombros—. Algo que pudieran creerse.
Javier se mantuvo en silencio, meditando.
—No me parece mala idea.
Viniendo de su hermano, era casi una alabanza.
—Maynard eligió a su yerno para adulterar la información. Sheppard no está al tanto. —Se refería al responsable de Investigación y Desarrollo—. Que insista tanto en que no se retiren los permisos me mosquea un poco.
—¿Crees que está ayudando a alguien a conseguir nuestros secretos? —Al verle asentir con la cabeza, Javier se quedó pensativo—. Es posible. Deberíamos llevar esto con el mayor sigilo. Sheppard ha trabajado para mí durante los últimos ocho años, es muy inteligente y un mercenario nato. Es posible que traicione a la empresa.
—Lo único que no me encaja es que… Sheppard ha tenido oportunidades antes, ¿verdad? ¿Por qué ahora? —preguntó.
Javier ladeó la cabeza. Su silencio decía que estaba de acuerdo con él.
—Bueno, acaba de casarse de nuevo. Me han dicho que su tercera esposa tiene gustos caros.
—Salen para Fidji dentro de una semana —intervino London—. Me lo dijo su secretaria en un correo electrónico en el que me pedía retrasar una reunión.
—Tiene que mantener contenta a su nueva esposa —señaló él.
Javier pareció estar meditando el siguiente paso a dar antes de mirar a London.
—Voy a llamar a Maynard para que me ponga al tanto de los últimos acontecimientos. Mientras tanto, localízame a Sheppard y dile que quiero hablar con él.
—Sí, señor. —London se disculpó antes de salir.
Xander les observó coger los teléfonos, dudando entre quedarse allí con su hermano o descubrir exactamente lo mojada que estaba London. No le dio tiempo de decidir antes de que ella regresara y diera un toque en el hombro a su hermano.
—Señor, Sheppard está al habla. Parece muy molesto.
—Genial. —Javier puso los ojos en blanco y silenció la llamada del móvil que sostenía en la mano—. Maynard quiere informarme sobre la actividad sospechosa que se ha realizado en las últimas horas. —Su hermano miró a London con cara de expectación y luego al teléfono que sostenía en la mano. Suspiró y se lo tendió—. Xander, habla con Doug. Toma nota de lo que dice. Tengo que tranquilizar a Sheppard antes de que cree problemas de verdad.
Él tomó el aparato y observó con cierta sensación de triunfo que su hermano se dirigía al escritorio de London. Ya era parte del equipo; por fin tenía un propósito en Industrias S. I. y no uno sin importancia. Iba a aprovechar esa oportunidad y se iba a convertir en indispensable para su hermano.
Con un profundo suspiro, activó la llamada y saludó a Maynard.
—Tu hermano está ido. He intentado contactar con él durante toda la mañana, espero que tú si estés dispuesto a escuchar —comenzó el jefe de seguridad—. Una de las cuentas accedió esta noche a la base de datos desde un cibercafé en Cancún, México. Descargaron los nuevos contenidos.
«¿Alguien estaba trabajando en un paraíso vacacional?».
—¿Vive allí alguno de los suministradores del contrato?
—No.
—¿Alguno está allí de vacaciones?
—No. Hice una discreta averiguación antes de llamar. Nadie.
A pesar de que él odiaba la idea de que algún capullo estuviera robándoles, si estaban entrando en la base de datos y descargando la información falsa, tanto mejor. Atraparían al espía y seguirían con el Proyecto de Recuperación conforme lo planeado.
—He escuchado que Sheppard está cabreado como una mona porque United Velocity está a punto de hacer un anuncio importante.
Su más cercano competidor por las cuentas millonarias del ejército americano no era trigo limpio, pero tampoco tenían ninguna prueba de que tuviera algo que ver con el robo de información, si bien se había adelantado en los últimos proyectos.
—Mantente al corriente y ponte en contacto conmigo mañana para informarme de las novedades. Y que tu yerno siga inventando información falsa, por si acaso. —Xander tenía un plan—. Podríamos necesitarlo más tarde.
Maynard se mostró de acuerdo y terminaron la llamada. Una rápida mirada a la ventana que comunicaba el despacho con recepción, le indicó que Javier seguía al teléfono. De hecho, tenía la cara tan roja como si estuviera a punto de estallar.
London estaba a su lado y le ponía una mano en el hombro. El Javier que él conocía la hubiera apartado. Se quedó aturdido cuando, después de que su hermano se paseara por la estancia, ella le abrazó y, sin soltar el teléfono, él enterró la cara en su cuello.
Javier no necesitaba estrés, sino resultados. Y todos necesitaban saber qué esperar de ese trío suyo.
Ojeó la agenda de su móvil y dio con la única persona que conocía capaz de conseguir información: un antiguo militar que había sido guardaespaldas suyo. A través de los años, Decker McConnell había resultado ser muy hábil rebuscando en la basura y desechos de la humanidad para dejar al descubierto los pequeños y sucios secretos de los demás. Podría investigar a los empleados de Industrias S. I. sin levantar sospechas. Y si Decker tenía la manera de dar con los culpables y quería su porción de sangre… Bueno, no pensaba oponerse.
Decker respondió al primer timbrazo.
—¿En qué lío te has metido ahora?
Con una sonrisa, se sentó en el sillón de Javier.
—¿Por qué piensas que estoy en un lío?
Su amigo resopló.
—Porque solo me llamas cuando estás metido en alguno.
Sí, Decker tenía la habilidad de resolver los problemas, pero no había tenido que recurrir a él en tantas ocasiones.
—No exageres —bromeó—. Hay un asunto para el que necesito tu ayuda.
—Por favor, dime que no se trata de otro marido celoso que ha amenazado con matarte.
—No. —Se estremeció. ¿Había sido toda su vida algo tan vacío? Parecía que todos consideraban su existencia como un chiste verde. Por otro lado, ¿había hecho algo más que tirarse mujeres sin ton ni son?
Miró a London y se preguntó cómo sería si pudiera asegurar que ella era la última mujer con la que pensaba acostarse. Para su sorpresa, el pensamiento no le resultó inquietante. Si tuviera que conformarse con una, querría a una dulce descarada con carácter, capaz de comprenderle. Querría a una con la que ser él mismo, que no lo agotara. A una a la que siempre pudiera recurrir. Era gracioso, jamás había pensado que su mujer ideal se ajustara a un perfil determinado, pero así era. Y London encajaba como anillo al dedo.
No quería perderla.
Tragó saliva.
—El asunto no está relacionado con ninguna mujer; es un tema de negocios.
Decker escuchó la situación con atención; los accesos anónimos, que la última dirección IP conducía a Cancún, la historia de espionaje industrial que no podía probarse pero de la que sin duda había que sospechar…
—¡Joder! Jamás te hubiera imaginado relacionado con un asunto de este tipo —se sorprendió Decker—. ¿Algún sospechoso en particular en el que quieras que me concentre? ¿Necesitas resultados para alguna fecha en concreto?
—Necesitamos que se resuelva tan pronto como sea posible. Concéntrate en empleados de United Velocity. —Xander se exprimió el cerebro buscando algún nombre que pudiera tener algo en contra de Industrias S. I. y solo se le ocurrió uno—. Investiga a un tipo llamado Chad Brenner. Era uno de nuestros científicos estrella e inventó algunas tecnologías punteras mientras estuvo trabajando para nosotros. A Brenner no le gustó tener que renunciar a los derechos sobre sus inventos cuando se unió a nosotros, pero todo lo que hizo mientras estaba en nuestra nómina nos pertenecía porque investigaba bajo patente de Industrias S. I. Nos denunció y perdió. De eso hace dos años, pero quizá sienta rencor; no lo sé. También cabe la posibilidad de que se trate de espionaje industrial; hace un año United Velocity estaba al borde del colapso y aunque todavía no se han recuperado del todo, están en camino de hacerlo. No se me ocurre nadie más.
—Empezaré por ahí y te llamaré en cuanto tenga algo. Conozco a algunos tipos relacionados con el espionaje industrial, les preguntaré. Si no sabes nada de mí durante unos días, significará que estoy sobre la pista de algo jugoso.
Colgaron y se guardó el móvil en el bolsillo. Seguramente debía contárselo a su hermano, pero una mirada a la ventana de comunicación le indicó que su estado de ánimo no había mejorado. Ahora seguía paseándose con inquietud por la estancia contigua como si apenas pudiera contenerse para no dar una paliza a alguien. Por fin, finalizó la llamada con un gruñido y colgó el aparato con un brusco golpe.
—¿Qué ocurre? —preguntó a su hermano saliendo del despacho—. ¿Sheppard te ha dado malas noticias?
—United Velocity ha revelado que tiene un nuevo prototipo de un vehículo ligero con las mismas funciones que una ambulancia; demasiado parecido al nuestro. Según su oficina de prensa, saldrá al mercado en breve. Lo consideran un gran paso adelante y están deseando mostrarlo a la comunidad militar. Mucha coincidencia, ¿verdad? Según dicen, lo presentarán dentro de veintiséis días.
—Si solo han leído la información falsa que filtramos anoche, ¿cómo conseguirán tener listo tan pronto el prototipo?
—Sabía que estaban dedicándose a algo semejante; que seguían nuestros pasos y que iba a ser una carrera a ver quién lo conseguía antes.
—Pero ¿el nuestro está listo?
—Lo estará dentro de tres meses, sí… Pero no de veintiséis días. —Javier se pasó una mano por el pelo. De repente, había aparecido esa mirada perdida en su cara; la que tenía cuando quería vodka.
—Si se han tragado el anzuelo, tienen la información falsa.
—Sí. Pero ¿y si usan algo de lo que obtuvieron antes de que el yerno de Maynard subiera los documentos falsos que se inventó?
Sí, lo cierto era que no podían saber con qué jugaba United Velocity. Se le revolvió el estómago. ¡Joder! Aquel asunto tenía mala solución a menos que actuaran con rapidez.
—¿Cuánto tiempo llevan trabajando en esa clase de vehículo?
Javier se encogió de hombros.
—Eso es lo que se pregunta todo el mundo. Son solo rumores. Siempre los hay, pero no se pueden creer sin más. Lo único que no entiendo es cómo se han enterado de nuestros secretos. No podemos dejar que nos hundan porque, en el mejor de los casos, ser derrotados por ellos significaría que podrían quedarse con nuestros contratos de defensa. Eso nos haría perder un billón de dólares de ganancias y nuestras finanzas no pueden permitírselo.
Y él no podía permitir que su hermano volviera a recurrir a una botella de vodka.
Lanzó una mirada de alarma a London y vio que ella también captaba el problema. Apareció en su cara una mirada de resolución.
—Así que debemos superarnos y tener algo en veinticinco días —comunicó a su hermano—. Tenemos mucho que hacer. Si tienen la información falsa, no nos ganarán. Y si tienen la real, les ganaremos. Solo tenemos que ser más rápidos.
La respuesta de Javier fue una maldición.
Disimuladamente envió a Decker un mensaje de texto pidiéndole que se apresurara porque se habían quedado sin tiempo. Luego sacó las llaves del coche del bolsillo y se detuvo junto a London, camino de la puerta.
—Tengo que salir un momento. Distráele. Cálmale. Sedúcele si es necesario. Haz lo que sea para que no recurra a una botella.
La solemne inclinación de cabeza le indicó que ella le había entendido a la perfección.
—No permitiré que beba.