Capítulo 12

London se estremeció. Excitación. Anticipación. Una leve ansiedad. El momento la aturdía.

Observó a ambos hermanos con la cabeza todavía dando vueltas. Aquello era como una fantasía, los dos preocupados por ella, comprometidos y aunando esfuerzos para darle lo mejor. Cada uno por su cuenta la tocaba con una pasión que la volvía loca, que la hacía perder la razón. Pero los dos juntos… Lo que le hacían sentir era una devastadora necesidad, algo que arruinaba por completo cualquier idea preconcebida del deseo. La manera en que jugueteaban con ella, complementándose el uno al otro, la volvía loca y obnubilaba su cuerpo. Una espesa humedad inundaba su dolorido sexo, anegando sus pliegues hinchados. Se moría por sentirlos profundamente en su interior.

Durante un momento contuvo el aliento. ¿Se quedaría Javier? Estaba segura de que Xander sería un amante tierno… al principio; luego desataría ese lado oscuro y salvaje que ocultaba tras aquella pícara sonrisa. De alguna manera, sería menos perfecto si Javier no estaba allí, observándolos… dispuesto a reclamarla después.

Puede que fuera una fantasía, pero le gustaría tener a los dos. Quizá porque ambos despertaban sentimientos en ella y le preocupaba que si Javier se retiraba solo podía significar que no sentía lo mismo. Aquello, por el motivo que fuera, fue lo que rompió su compostura.

Teniendo cuidado de mantener oculta la espalda, se arqueó en la cama lo suficiente para ponerle una mano en el cuello y besarlo con aquella imprudente desesperación que no podía contener. Javier no dudó en responder. Le sostuvo la cara entre las manos como si fuera un precioso tesoro y apretó posesivamente su boca contra la de ella antes de enredar sus lenguas.

El deseo era como una droga que la hacía flotar y tambalearse. Se vio envuelta en puro placer. Sentía hormiguear la piel. El corazón le latía con el frenesí de un redoble de tambores. Tras aquel orgasmo debería estar saciada, y sin embargo quería más sexo, cada pizca de placer que pudieran arrancarle. Se estremecía de necesidad ante la perspectiva de abandonarse a ellos en todos los aspectos. A través de su nube de pasión, escuchó el sonido cuando abrió el envoltorio del preservativo. Javier se separó y ella volvió la cabeza. Los dos clavaron los ojos en Xander, que se deshizo del papel metálico lanzándolo sobre la mesilla de noche antes de deslizar la funda de látex por el hinchado glande. Tragó saliva. Su larga y gruesa erección hizo que abriera los ojos como platos. El miembro de Xander estaba lleno de venas hinchadas que lo hacían palpitar. Estiró la mano para tocarlo y jadeó.

Cerró los dedos en la desnuda mitad inferior. El calor que desprendía la aturdía tanto como su tamaño. No podía cerrar los dedos en torno a la gruesa columna de carne, pero lo que más la sorprendía era la suave piel.

Curiosa y con el clítoris palpitante, deslizó los dedos hasta la punta enfundada en el condón y regresó de nuevo a la raíz desnuda, que sobresalía de un nido de vello negro. Xander gimió y gruñó una maldición, dejando caer la cabeza hacia atrás.

—¿Eres más sensible sin el preservativo? —preguntó ella. Notó que él se tensaba y alzaba los hombros. Parecía que su contacto hacía que le resultara difícil controlarse y aún así permitía que le tocara. Por fin, asintió con la cabeza.

Javier se acercó todavía más, para murmurarle al oído.

—En la piel desnuda la sensación es más intensa. Tranquila, disfrutará igual con el condón puesto. Solo quiere protegerte, pequeña.

Eso era algo que sabía, pero el gesto de Xander provocó en ella una inmensa ternura. A simple vista no parecía el tipo de hombre dispuesto a sacrificar su placer por otra persona, pero había arriesgado la relación con su hermano llevándolo a Lafayette; seguro de que allí le salvaría. También había oído que había ayudado a sus amigos en más de una ocasión, algunas veces incluso arriesgando su vida. Era evidente que Xander la deseaba, pero había estado dispuesto a que su hermano fuera el primero en poseerla porque lo quería, y ahora estaba dispuesto a sentir menos placer para no ponerla en peligro.

Se dio cuenta de que él poseía muchas cosas materiales —coches, casas, ropa de marca, mujeres preciosas…— pero ¿tenía lo que realmente quería su corazón? Ella sospechaba que había manipulado aquella situación con su hermano y con ella porque, en lo más profundo, quería ser abrazado y aceptado. Suponía que Xander no era consciente de ello, aunque se preguntó si alguien había hecho algo por él.

No era mucho, pero ella le entregaría su virginidad y su afecto. Seguramente tomaría también su corazón, igual que su hermano, pero ése era exclusivamente su problema. Sabía que su inocencia le impulsaría a sorprenderse y a pensar que estaba enamorada y se obligó a jurarse a sí misma que solo esperaría placer.

Separó las piernas para Xander, ofreciéndose sin condiciones, y sostuvo con firmeza la mano de Javier. Él le devolvió el apretón mientras el hermano menor gateaba sobre ella, hasta jadear sobre sus labios. En ese momento deslizó el condón hasta el final y se acomodó encima de ella, buscando la abertura con su erección.

—Al principio será un poco doloroso. Es inevitable —aseguró él con pesar.

—Está bien.

—Será suave o me las pagará —prometió Javier, rozándole la mejilla con los labios.

—Muy suave —prometió Xander, aunque parecía que su control pendía de un hilo.

—Respira hondo y concéntrate —ordenó Javier.

Xander asintió con la cabeza distraídamente. Estaba rígido de pies cabeza cuando le separó los muslos todavía más con los suyos y comenzó a indagar ligeramente en la entrada, insertando el glande un poco para retirarse otra vez.

La sensación era impactante; de pronto estaba y al momento se retiraba. Sentía el calor de su piel en la de ella, veía la tensa necesidad que desgarraba su rostro, y la anticipación desgarró sus venas hasta casi paralizarle el corazón. Ella tomó aliento con fuerza para tranquilizarse antes de sonreír.

—No estoy hecha de cristal. Adelante.

Lo vio tragar saliva antes de mirar a Javier, con el que pareció comunicarse en silencio. Su hermano sonrió. Tranquilizadoramente, sí, pero también con cierta picardía, como si ambos estuvieran conspirando contra ella.

Antes de que pudiera preguntarse lo que tramaban, Javier le puso los dedos en la nuca y le giró la cabeza hacia él. Sus labios buscaron los de ella, que gimió cuando reclamó su boca en un beso embriagador que le hizo encoger los dedos de los pies.

Al mismo tiempo, Xander se impulsó y rompió la delgada membrana que protegía su cuerpo. Mientras ella ahogaba un grito en el beso de Javier, el hermano pequeño se hundió más profundamente en su interior. El dolor fue una larga y ardiente cuchillada, como si horadaran sus entrañas. Arrancó los labios de los de Javier y contuvo el aliento con horror, tensándose y peleando.

—¡Basta! —sollozó.

Xander la inmovilizó contra la cama y se quedó completamente quieto durante unos minutos, en los que la arrulló con dulzura mientras susurraba disculpas. Le rozó las mejillas y la oreja con los labios. Poco a poco, el dolor se apaciguó hasta convertirse en una sorda molestia… que también desapareció al cabo de un rato.

Sin dejar de respirar hondo, se relajó. Ya estaba. Perder la virginidad no era la única llave para vivir plenamente, pero podía ser el principio.

De repente, Xander movió las caderas, introduciéndose más profundamente todavía en su vagina, centímetro a centímetro, y Javier se apoderó de sus labios otra vez.

—Lamento que te doliera, belleza. —La voz temblaba tanto como su cuerpo—. No sé cuánto tiempo aguantaré. Estás tan cerrada… Eres tan… mía.

Las roncas palabras la hicieron estremecer y encendieron su cuerpo. Ahora, cuando él se retiró y volvió a embestir, surgió un conciso punto de luz que estimuló todas sus terminaciones nerviosas a pesar del dolor. El glande impactó contra un lugar de su interior haciéndola contener el aliento. Su sexo latía… ardía. Intentó hablar, pero los labios de Javier no abandonaron los suyos ni un instante y se tragaron su voz.

Juntos la envolvieron en más sensaciones; Xander aumentando el recorrido de sus embestidas lentamente, rozando cada sensible lugar en su interior y Javier jugueteando con sus pezones, pellizcando primero uno y luego el otro, estimulándola con aquellos juegos. Ella se arqueó cada vez que las sacudidas de placer en sus sensibles pechos impactaban en su clítoris.

Por fin, Javier alzó la cabeza con la respiración entrecortada y observó cómo su hermano se clavaba en ella y volvía a salir. El miembro de Xander estaba empapado en sus fluidos y un leve rastro de sangre manchaba el preservativo. Ella se abandonó al placer con un trémulo suspiro.

—¿Qué sientes? —preguntó Javier a su hermano.

—Es jodidamente bueno. Intento no correrme todavía. Eres asombrosa, belleza. Muévete conmigo —jadeó Xander, agarrándole las caderas y enseñándole sin palabras cómo mecer su cuerpo contra el de él mientras la penetraba, ahora con más dureza y rapidez—. Ayúdame, Javi —musitó con voz ronca—. Quiero que disfrute un poco antes de que se corra otra vez.

—Será un placer. —Javier sonrió.

Xander se apoyó en las rodillas y la asió por las caderas, levantándoselas del colchón para impulsarse en su interior con más fuerza, una embestida tras otra.

Javier, mientras tanto, se chupó los dedos para acariciarle la zona que rodeaba el clítoris una vez más.

Ella se arqueó, estaba más sensible que nunca. La sangre recorrió su cuerpo, hinchando los pliegues de su sexo. Cada vez que Xander la penetraba, chocaba contra su clítoris, que Javier frotaba durante el resto del tiempo. El sudor cubrió su piel hasta que no pudo respirar; hasta que todo su cuerpo se tensó.

—Sigue, belleza. Eres tan hermosa… Estás tan cerrada…

Javier le acarició un pecho con la nariz.

—Tu piel parece brillar. Abre los ojos, pequeña. Mírame.

Ella giró la cabeza lentamente y se ahogó en su mirada azul. Ardía. La deseaba con una desesperación que se reflejaba en cada línea de su cuerpo.

—Por favor, Javier… —London no sabía lo que pedía. ¿Alivio? ¿Liberación?—. ¡Xander!

Pero no había alivio a la vista, solo un placer interminable que la arrastraba hacia abajo como si fuera arenas movedizas. Era imposible escapar de aquello y comenzó a caer.

Con una mano, Javier siguió acariciándole el clítoris, mientras que la otra la puso en torno a su gruesa erección y comenzó a moverla de arriba abajo. La imagen incrementó un poco más la excitación entre sus piernas; no podía apartar la vista de aquella carne dura y necesitada.

—Va a follarte después —prometió Xander con voz ronca—. En el momento en que yo me retire, va a meterse en tu dolorido y apretado coño. ¿Podrás soportarlo?

—¡Sí! —gritó al tiempo que se arqueaba y movía con agitación.

—Bien. Yo miraré mientras y no pasará mucho tiempo antes de que vuelva a desearte.

La liberación estaba allí mismo, tentándola con un doloroso latido en su clítoris.

Contuvo el aliento, segura de que en cualquier momento estallaría. Sin embargo, su sangre seguía hirviendo, cebando el clímax con cada lento movimiento. Las terminaciones nerviosas de su sexo ardían. Gemía y se aferraba a las sábanas mientras miraba suplicante a Javier, pidiéndole sin palabras que obligara a Xander a lanzarla al precipicio.

—¡Más rápido!

—Ésa no es la manera más educada de pedir lo que quieres —la amonestó Xander.

Ella se mordió los labios hasta que sintió un pinchazo de dolor, entonces sollozó un poco más.

—Por favor. Necesito más. No puedo… soportarlo.

—Claro que puedes. Espera un poco. Me gusta escucharte suplicar, dime otra vez lo que necesitas. —Él siguió clavándose profundamente en su interior, estimulando las sensibles paredes de su canal.

S-sí… —Ya no podía enlazar dos palabras—. Por… favor. Más… Ahora… Duele…

—Así. Eres jodidamente dulce, pero no se te ocurra correrte todavía. —Xander miró a su hermano—. Apuesto lo que quieras a que la pequeña London nunca ha chupado una polla. ¿Por qué no le enseñas?

Ella sintió otro ramalazo de deseo en el vientre al escuchar las entrecortadas palabras de Xander. Y antes de saber lo que ocurría, Javier también estaba sobre ella, le alzaba la cabeza con una mano y la alimentaba con su duro miembro. Lo recibió con los labios separados, llena de curiosidad. La experiencia era diferente a lo que esperaba, de hecho era mejor. Él frotó la longitud contra su lengua y ella abrió más la boca para albergarla. El sabor era penetrante y fresco, tan masculino que la hizo gemir. Su aroma estimuló sus fosas nasales haciendo que la cabeza le diera vueltas.

El almizcle que flotaba en la zona genital en torno a su erección era potente y muy viril. Ella gimió mientras le succionaba lo más profundo que podía.

En respuesta, Javier se arqueó sobre ella y contuvo el aliento con un jadeo, al tiempo que se impulsaba en su boca hasta tocar con el glande el fondo de su garganta. Ella le miró a los ojos con un quejido.

—¡Joder! Esto es demasiado… —La ronca declaración de Xander le erizó la piel, haciéndola estremecer cuando él se introdujo más adentro de su resbaladizo pasaje—. Respira por la nariz, belleza, y relaja la garganta. Javier tiene más para ti y tú lo quieres todo, ¿verdad?

Ella asintió temblorosa con la cabeza. Claro que lo quería. Anhelaba todo lo que ellos pudieran darle. No sabía si esa relación duraría mucho más o si la olvidarían al día siguiente, pero en ese momento lo único que sabía era que estaba dispuesta a entregarse a ellos por completo para complacerlos de la misma forma que la complacían a ella.

Hizo lo que Xander le indicó, tomando aire por la nariz y aflojando los músculos de la garganta. Cuando se retiró, acercándose otra vez a sus labios, giró la lengua alrededor del cálido miembro de Javier.

—¡Oh, Dios! —siseó él antes de agarrarla por el pelo. Ella notó un fuerte hormigueo en el cuero cabelludo, doloroso y placentero a la vez, cuando él volvió a introducirse más profundamente que antes.

En el momento en que se retiró, ella chupó el glande con los labios antes de trazar remolinos con la lengua alrededor de la piel tersa, como si fuera un helado, lamiendo, saboreando, adorando.

Javier dejó caer la cabeza con un largo gemido.

—¡Dios!

Jadeando sin control, ella succionó con más fuerza hasta que lo notó rígido contra la lengua.

—Pequeña —suspiró él—. Cariño…

La ronquera de su voz la excitó un poco más.

Xander volvió a tumbarse sobre ella y la sujetó por las caderas, inmovilizándoselas, para impactar contra ese sensible lugar en su interior. Ella contuvo el aliento alrededor de la erección de Javier y él aprovechó el lapso para penetrarle la boca hasta el fondo, presionando contra la garganta. Intentó relajarse para tomarle mientras él la miraba fijamente, con las fosas nasales abiertas y la oscura promesa de devastarla por completo grabada en sus rasgos. A ella comenzó a latirle el clítoris y se le contrajo el vientre de necesidad.

—Eres increíble, belleza. —La voz de Xander la hizo estremecer de pies a cabeza—. Le complaces y me complaces… Javier, retírate. Ven aquí.

Con un suspiro, el mayor de los Santiago se retiró de su boca. Ella sollozó en señal de protesta. Ya echaba de menos su sabor, no solo la intimidad de tocarle y mirarle, sino de paladear su piel y percibir su deseo en la lengua.

Vio que él continuaba acariciándose con un puño apretado sin dejar de mirar a Xander.

—Deprisa.

Sonriendo, Xander la inmovilizó con una mirada al tiempo que deslizaba las manos por sus caderas para alzarle las nalgas hacia su pelvis. En ese momento, él liberó toda la furiosa necesidad que había retenido desde que la penetró. Embistió en su interior durante mucho tiempo, con rítmicos envites que la hicieron arquearse e implorar.

London había contenido el clímax por ellos, en parte por retrasar el inevitable momento en que concentrarían su atención en otra mujer y en parte por atesorar tantos recuerdos como fuera posible, pero había llegado a un punto en el que la asoladora necesidad se apoderaba de ella. Su sexo ardía, palpitaba en torno a Xander cada vez que su erección la taladraba hasta golpear en sus lugares más sensibles.

Le clavó las uñas.

—¡Xander!

—Ahora, belleza. ¡Córrete!

Sus palabras fueron mágicas. Llevaron consigo una lenta oleada, casi interminable, que surgió en su interior hasta convertirse en un muro de sensaciones que la envolvió por completo, arrasando tanto su cuerpo como su mente. Momentos antes de alcanzar el éxtasis, supo que aquello la aturdiría; la desarmaría; la cambiaría por completo.

Y aún así, lo anhelaba más que nada.

La explosión la lanzó a un lugar que no había alcanzado nunca. Arqueó las caderas y su grito hizo temblar las paredes cuando su sexo comenzó a palpitar. Se desintegró entre los brazos de Xander cuando su miembro comenzó a latir en su interior. Él apretó los dientes con los tendones del cuello hinchados y la cara roja, antes de lanzar un mugido de primitiva satisfacción.

Las embestidas se sosegaron poco a poco. Sus músculos internos continuaron ciñéndose al pene de Xander mientras ambos intentaban recuperar el aliento. Su piel estaba húmeda por el sudor. Jadeaba. No estaba segura de si podría abrir los ojos o mover un solo músculo; había alcanzado dos orgasmos gigantes, el último más inmenso que el primero, que ya había dado la vuelta a su mundo. Sintió un profundo cansancio en las venas. Quería dormir durante una semana.

Xander apretó la frente contra la de ella y le apartó el pelo de la cara, más cerca que nunca.

—¿Qué tal estás, belleza?

—Dios… —susurró ella—. Ha sido… No me esperaba nada así.

Él alzó la cabeza y sonrió. Ella sintió que su corazón se agitaba dentro de su pecho, y volvió a hacerlo cuando él pasó el pulgar sobre el labio inferior, haciéndolo hormiguear. Luego la besó con suavidad.

—Por lo general, la primera vez de una mujer es demasiado dolorosa para que la goce. O eso me han dicho. Me has dado algo especial, belleza. Quería que disfrutaras.

Ella asintió con la cabeza.

—No cambiaría ni un instante.

—No hemos terminado, ¿verdad?

El tono brusco de Javier la hizo estremecer. Se giró hacia él y notó que estaba más tenso que la cuerda de un arco. Apretaba los dientes y tenía los ojos entrecerrados. Sus pómulos, sonrojados, sobresalían como cuchillas gemelas a cada lado de la cara y su mano seguía moviéndose de arriba abajo, apretando su erección con rapidez.

Por increíble que pudiera parecer, su vagina palpitó de nuevo. Una mirada a Javier… y le deseó. Para casi todo el mundo resultaría extraño… seguramente equivocado o pecaminoso, pero tanto uno como otro la hacían, a su manera, sentirse especial. No podía elegir.

Y si ambos la deseaban, ¿por qué no corresponder a ambos?

—En absoluto, hermano. —Xander se retiró de su apretado pasaje y se deshizo del preservativo—. Tu turno.

Ella notó que su cuerpo intentaba retener a Xander y, una vez se hubo retirado, apretó los puños sintiéndose vacía. Se sentía dolorida y le parecía que llevaba años con los muslos separados, pero eso no impedía que su clítoris palpitara. En especial cuando vio que Javier se ponía el condón y se lanzaba sobre ella como si no pudiera esperar un momento más.

Cuando la abrazó, le temblaban las manos. Él se apoyó en los codos y rozó la tierna abertura con el glande. Notó que su erección era algo más gruesa que la de Xander. Quizá no mucho, pero albergarle la dilataría todavía más.

—¿Estás dolorida? —preguntó él.

—No te preocupes por mí.

La boca de Javier se convirtió en una fina línea mientras la miraba con severidad.

—Me niego a seguir si estás demasiado dolorida.

Ella se sentía un poco magullada, pero no lo suficiente como para no querer tomarlo en su interior. Quería que él supiera que no le deseaba menos que a su hermano. Los sentimientos hacia Javier eran tan fuertes como los que le provocaba Xander.

—Estoy bien —murmuró—. Te deseo.

Él se inclinó sobre sus labios, depositando en ellos una serie de besos urgentes que la excitaron una vez más. El deseo se reavivó y ella ladeó la cabeza para que pudiera apoderarse de toda su boca al tiempo que doblaba las rodillas y basculaba las caderas para introducirlo en su interior.

Él se retiró hacia atrás.

—No has respondido a mi pregunta, pequeña.

—Estoy bien, te lo prometo.

—¿No estás demasiado dolorida?

—No soy tan frágil. El cuerpo humano está hecho para disfrutar del sexo y eso es así a pesar de alguna minúscula incomodidad.

Xander introdujo la mano entre ambos y rozó el clítoris en un contacto devastador. Cuando acarició el sensible brote entre los dedos, ella gritó. Él sonrió con expresión típicamente masculina y volvió a repetir el gesto, antes de introducir y curvar los dedos en el interior de la empapada abertura.

—Está jugosa —le indicó a su hermano.

—¿Ya no sangra? —Eso era lo que más preocupaba a Javier.

Xander retiró la mano y sostuvo los dedos en alto. Estaban brillantes pero limpios.

Javier los miró, todavía vacilante, aunque parecía como si se muriera por perderse en su interior.

—Pídele que te folle, belleza —susurró Xander—. Necesita que le tranquilices, pero te garantizo que lo que está esperando en realidad es escuchar que te mueres porque te llene ese bonito y apretado coñito con esa polla suya. Que aceptes todo lo que tiene para ti.

—¿De veras? —murmuró ella. ¿Quería que se lo pidiera? No obstante, quizá fuera excitante para ellos; los hombres veían películas porno. Puede que no fuera una experta, pero estaba segura de que ninguna de esas actrices había puesto las mismas caras o emitido los mismos sonidos guturales que ella al alcanzar el orgasmo. La mayoría de lo que se veía en las pelis porno era una actuación que consistía en gemir, provocar y hacer que el espectador disfrutara del sexo. No era tan tonta como para pensar que era de verdad. Algunas actrices parecían divertidas y experimentadas o categóricamente aburridas, al menos por lo que recordaba haber visto cuando era adolescente en casa de una amiga. Fue poco antes de su accidente y solo había observado la película unos cinco minutos; le habían sobrado cuatro y medio. Que una mujer le pidiera a un hombre que la follara no era nada si lo comparaba con aquello. Quizá a Javier le gustara.

—¡Joder! —Javier apretó los dientes mientras miraba a su hermano entre anonadado e irritado—. ¿Cómo has hecho para leerme la mente?

—Estaba aquí cuando le quitaste la camiseta. —Xander se rio.

Estaban hablando en serio. Los dos intentaban con todas sus fuerzas que aquella fuera una experiencia memorable para ella, así que no debería tener ningún problema en pedirle a Javier que le diera lo que quería. Era cierto.

—¿Puedes follarme? —murmuró con timidez, sintiendo que tenía las mejillas rojas—. Por favor…

Dudaba haber pronunciado tales palabras en su vida. Al menos en voz alta. Su madre, directora de un colegio y profesora de catequesis los domingos en la iglesia, habría sufrido una apoplejía si se las hubiera escuchado. Ahora, entre dos hermanos condenadamente sexys y desesperada por comunicarles lo que sentía, esas palabras le parecían preciosas.

Xander gimió.

—Es muy provocativo escucharte decirlo.

—Lo es. —Javier tragó saliva. Había escuchado la confesión, pero seguía conteniendo el aliento con los dedos enredados en su pelo. Notó que él se estremecía antes de deslizarle los labios desde la garganta a la oreja—. ¿Estás segura, pequeña? Ha pasado mucho tiempo para mí. No creo que pueda ser suave.

Tenía una expresión tensa y dominante. Aquellas palabras hicieron que le palpitara el clítoris. Seguramente debería preocuparle que él le pidiera algo que no estaba preparada para darle. Y no, no debería abrirse de piernas para su jefe, ni sentirle en su interior, dado que tenían que trabajar juntos durante las próximas semanas. Sabía que era estúpido esperar que su atención y su afecto impidieran que volviera a recurrir a la botella y, sin embargo, no importaba. Deseaba a Javier con desesperación y él parecía necesitarla un poco.

—Da igual.

Él arqueó una ceja.

—¿Está bien? ¿Permitirás que te haga lo que quiera?

Ella no vaciló. Quizá debería, pero…

—Si puedo… sí.

—¿No quieres saber qué escena pervertida tengo en la cabeza antes de estar de acuerdo en llevarla a cabo?

—Si quieres, dímelo, pero confío en ti —aseguró con sinceridad—. Da igual lo que necesites, estoy aquí.

Javier jadeó sorprendido y tensó la espalda al tiempo que se pasaba una mano por el pelo.

—Alucinante.

El susurro fue dicho en tono reverencial y ella se deleitó en la alabanza implícita, brindándole una brillante sonrisa.

Él apretó los puños y ensanchó las fosas nasales. Luego se recostó de nuevo sobre ella y la miró fijamente.

—¿Cuánto confías en mí?

¿Cómo podía medir tal cosa?

—Bueno… Has hecho un extraordinario esfuerzo por que me encuentre cómoda y enseñarme desde que empecé a trabajar para ti, te has interesado por mi salud, por mi medicación; le dijiste a Xander que tuviera cuidado conmigo… No tengo razones para pensar que quieres hacerme daño. Toma lo que necesites.

—¿Qué necesitas tú, pequeña? —Ahuecó la mano sobre su mejilla, controlándose a duras penas.

En ese momento ella solo necesitaba una cosa.

—Complacerte.

Javier tragó saliva. Se estremeció por la lujuria reprimida que parecía pender de un hilo.

—Eres tan dulce y sumisa…

—¿Verdad? —intervino Xander—. Me di cuenta inmediatamente.

London frunció el ceño. ¿Era cierto? Si sumisa quería decir capaz de hacer lo que fuera para ganarse sus alabanzas y saber que les había hecho felices, entonces sí. Si eso explicaba el extraño deseo de arrodillarse, inclinar la cabeza o algo por el estilo para indicar que se ponía en sus manos por completo, imaginaba que sí era sumisa.

La idea no le molestaba. No sabía demasiado de sexo, pero aprender de ellos sería una felicidad.

Por fin, Javier miró a su hermano.

—¿Tienes ahí todo lo necesario? Necesito hacerlo.

Xander vaciló.

—¿Estás seguro? La última vez, en el Dominium…

—La última vez no tenía la cabeza clara. Ahora en cambio estoy lúcido. No permitiré que a ella le ocurra nada. Y tú también estarás aquí.

London no sabía de qué hablaban, pero les miraba y escuchaba. Parecía que Xander se debatía entre si debía o no ayudar a Javier, hasta que sonrió de medio lado.

—Bueno, he traído algunas cosas.

Ella le observó rebuscar en el interior de la mochila que había dejado en el suelo.

Javier le siguió con la vista antes de sonreír y besarla con exigencia en los labios, adentrándose en el interior de su boca. Se relajó bajo él, aferrándose a sus hombros.

Le dio la impresión de volar en una nube. Le flotaba la cabeza y al mismo tiempo se moría de impaciencia. Quería calmar el terrible vacío que sentía en su interior.

Pero en vez de complacerla, Javier se alejó.

—Pon la cabeza sobre la almohada y extiende brazos y piernas.

London parpadeó ante el tono dominante. Un escalofrío la recorrió, pero ni se le pasó por la cabeza no obedecer.

—Bueno… —Se estiró sobre la cama, teniendo cuidado en todo momento de mantener la espalda fuera de la vista.

Él arqueó una ceja para manifestar su desagrado.

—¿Cómo me has llamado siempre en el trabajo, pequeña?

—¿Señor?

—En efecto. Pues eso soy también en el dormitorio, ¿lo has entendido?

Ése era el Amo que llevaba dentro y ella lo supo instintivamente. Le gustó. Era exigente y ella se esmeraría en complacerle. Estaba decidida a conseguirlo.

—¿Lo has entendido? —repitió él ante su silencio, en tono más ronco y duro.

—Sí, señor.

Se apresuró a apoyar la cabeza contra la almohada. Olía a misterio y almizcle, como el propio Javier. Queriendo obtener su satisfacción, se estiró en la cama cual larga era, separando brazos y piernas. Se sintió vulnerable, expuesta. De pronto no estaba segura de sí misma, pero quería sus alabanzas.

—Preciosa. —Él le pasó un dedo por el muslo. Su erección se balanceó arriba y abajo cuando se acercó para poder acariciarle el pecho, deteniéndose en el pezón.

Ella jadeó. Xander se centró de nuevo en la mochila y sacó una cuerda bastante larga. Se detuvo a mirarla y su erección resurgió en todo su esplendor.

—Joder… Debería haberte dicho que te pusieras así. Eres preciosa. Mira ese coño…

Los dos clavaron los ojos en ella. En ese momento se sintió realmente hermosa y eso la excitó, haciendo que se le anegara el sexo.

—Qué bella estampa. Podría mirarte durante toda la noche —admitió Javier, que vio en ese momento la cuerda—. Excelente. ¿Qué más tienes ahí dentro?

Ella observó la larga cuerda mientras Javier la tomaba de las manos de su hermano y se acercaba a ella. Tragó saliva. El corazón le revoloteaba en el pecho con tanta intensidad que los latidos le resonaban en los oídos.

—Pon los brazos por encima de la cabeza, pequeña. —La ronca demanda de Javier era acuciante.

Le obedeció al instante. Él le agarró las manos con suavidad y las cruzó para envolverle la cuerda alrededor de las muñecas, trazando un elaborado nudo. Miró por encima de ella a su hermano, que meneó la cabeza.

—Déjame a mí. —Xander dejó la mochila en el suelo y se acercó a ella con una amplia sonrisa—. Belleza, estás consiguiendo que quiera volver a follarte.

—Es mi turno —gruñó Javier.

Con una risa, Xander volvió a concentrarse en la cuerda.

—Voy a enseñarte un nudo al estilo del Oeste. Debemos controlar la tensión de las cuerdas; evitar la presión en el interior de la muñeca para no arañar la piel. Será mejor que no apaguemos la luz por ahora, no conocemos los límites de London.

Javier le atendía con intensa concentración.

—Por supuesto.

De alguna manera, que ambos colaboraran para dominarla y darle placer era excitante. No se trataba solo del hecho de que fueran guapísimos y estuvieran entregados a ella en ese momento, era la armonía. La manera en que se comunicaban y transmitían los conocimientos. Cuando les conoció, unos días antes, no se hablaban. Se rehuían, aunque compartían la misma sangre y recuerdos de infancia.

Era una fantasía absurda imaginar que podía reunirlos de nuevo… ¡Qué tontería!, pero no podía evitar desearlo.

—Ahora si pasas la cuerda por aquí, se forma una lazada. Luego, vuelves a rodear las muñecas con el extremo y lo dejas suelto —demostró Xander mientras ella sentía la soga en las muñecas—. ¿Ves? Hemos hecho un nudo corredizo. Ahora termínalo tú. Sí, así. Pasa los cabos sueltos en dirección contraria, dejando espacio entre las muñecas, o ejercerás demasiada presión en el punto más sensible. —Frotó la pálida piel sobre las venas.

—Hecho. ¿Ahora qué? —preguntó Javier.

—Rodea las muñecas un par de veces y pasa los extremos por el lazo central. Así… —indicó Xander—. Perfecto. Ahora mírame. —Tiró de la cuerda por el centro y separó los cabos en direcciones opuestas—. Lleva uno a este poste y el otro a ése. Bien. Átalos pero usa el dedo índice para comprobar que hay espacio suficiente entre la cuerda y las muñecas. Si estuviera muy apretado, acabaría sintiendo un hormigueo, lo que indica que comprimes algo que no deberías. Tócale las manos de vez en cuando. Si la piel está demasiado fría, será señal de que se le corta la circulación.

—De acuerdo. No es ése el tipo de dolor que quiero proporcionar a la pequeña London.

Xander envió a su hermano una sonrisa torcida mientras comprobaba la cuerda en el interior de las muñecas.

—En efecto. Termina.

Javier tomó los cabos sueltos y aseguró la cuerda a la gruesa madera, por encima de su cabeza, con un nudo. Luego la miró con una oscura promesa en los ojos, diciéndole sin palabras que era cuestión de tiempo que desatara en ella toda su lujuria.

Xander se inclinó para inspeccionar el trabajo de su hermano y ella tiró para probar. No podría soltarse.

—Puedes empezar. —Miró a Javier con expresión seria, para variar—. Yo me quedaré aquí para ayudarte.

Javier asintió y luego la miró, estudiándola. London sintió su mirada por todo el cuerpo, con los pezones erizados, el vientre tenso y las piernas rígidas. Después de haber obtenido tanto placer, ¿cómo podría volver a sentirse saciada? No conocía la respuesta, pero no podía negar que apenas podía esperar para sentir a Javier contra ella; dentro de su cuerpo.

—Vas a disfrutar, pequeña —le prometió.

—Por favor, fóllame.

Xander alzó una ceja y sonrió.

—¡Oh, qué educada! No podríamos pedir más, ¿verdad, Javi?

Javier entrecerró los ojos.

—Todavía no está lo suficientemente inmovilizada. ¿Tienes más cuerda?

—Tengo algo mejor —aseguró Xander, metiendo la mano en la mochila.

Y sonaba como si realmente así fuera. Ella sospechó que debería prepararse para lo que fuera, pero incluso sabiendo que lo que fuese que tuviera reservado para ella la satisfaría, no esperaba los sonidos metálicos ni las cadenas.

Ella abrió los ojos como platos y contuvo el aliento.

—Ahora tienes toda su atención. —Xander sonrió con diversión.

La mirada penetrante de Javier se agudizó y le lanzó una sonrisa depredadora, al tiempo que tomaba la larga cadena que sostenía su hermano.

—Esto es perfecto.

—¿Te gusta, belleza? ¿Estás asustada?

Ella le miró, parpadeando.

—Quizá un poco.

Bueno, quizá más que un poco, pero no pensaba confesarlo. Confiaba en Javier.

Su miedo era hacia lo desconocido, pero no podría decir que vivía si no probaba nuevas experiencias. Se dejó invadir por una hermosa ansiedad sexual.

¿Cuánto tiempo tardarían en inmovilizarla por completo? Pronto lo sabría.

Javier le sujetó un tobillo, lo rodeó con el grillete de piel que ella no había visto hasta ese momento y luego aseguró la cadena al poste de la cama, cerrando algún candado que quedaba fuera de su vista. Acto seguido se alejó un paso para admirar su trabajo, antes de brindarle una sonrisa que la hizo estremecer de pies a cabeza.

Estaba claro que después pensaba ser meticuloso.

—Sujétale el otro.

Xander le obedeció al instante, abriendo más sus piernas para inmovilizar el otro tobillo en la esquina opuesta de la cama. Ella sintió los músculos tirantes y supo que sus empapados pliegues eran completamente visibles. Los dos hermanos miraron su sexo y le brindaron la misma sonrisa lujuriosa. Ella notó una contracción en el vientre.

—¡Deprisa!

Javier gateó sobre la cama y se inclinó hacia ella para mirarla con intensidad.

—No eres tú quien dicta las reglas o los tiempos, pequeña. —Se señaló a sí mismo—. Amo. Preciosa sumisa —indico, acariciándole un pecho.

—Haces lo que te decimos —añadió Xander, pasándole la mano por el muslo—. Aceptas lo que te damos.

—Tengo el presentimiento de que voy a disfrutar mucho oyéndola implorar —gruñó Javier.

Cada palabra la excitaba más. Gimió y se contorsionó, alzando las caderas y mirándolos suplicante.

—Sí, señor. Solo que… Por favor…

—Dios mío, eso es música para mis oídos —gimió Javier, alejándose de ella.

Se giró y buscó algo a su alrededor, dando la vuelta sobre sí mismo… Diván, suelo, tocador… hasta que encontró lo que estaba buscando. Recogió un mullido cojín de raso en color chocolate y regresó junto a ella.

—Arquéate.

Ella se apoyó en la cabeza y obedeció. Javier le deslizó el cojín bajo la espalda.

Las cuerdas no le permitían alzar su cuerpo, solo quedarse quieta, con los pechos apuntando al techo.

—Está preciosa —alabó Xander—. Buena idea. Necesitamos acordar una palabra segura, belleza.

—¿Una qué?

Javier cogió la mochila y abrió la cremallera para echar un vistazo al interior.

—Una palabra que pronunciarás cuando alcances los límites mentales o físicos. Una palabra que no uses a la ligera. —Miró a su hermano—. ¿No tienes pinzas?

¿Para pezones? ¿Dolería o solo sería un poco de presión en los sensibles brotes? ¿Sería como sentir sus bocas? ¿Una corriente directa al clítoris? Se tragó un nudo de lujuria, deseando poder saber la respuesta a esas preguntas.

—Lo siento. Quizá la próxima vez —se lamentó Xander, antes de mirarla—. Piensa en una palabra, algo que no se te ocurriría decir durante el sexo.

Dado que no sabía qué es lo que podría llegar a decir, tenía la mente en blanco.

Xander sonrió.

—Sin duda no puede ser «por favor», «sí» o «más duro».

Javier sacó algo de la mochila y lo ocultó en la mano con una risita ahogada.

—Yo no te recomiendo «deprisa» o «fóllame». No importa qué palabra sea, hará que nos detengamos de inmediato.

—Y tampoco debe ser «no» o «basta» —aconsejó Xander.

—¿Porque no obedeceréis? —No sabía muy bien lo que sentía al escucharles.

Estaba asustada, excitada y un poco nerviosa; lo que no era demasiado lógico. Todo aquello estaba ocurriendo con tanta rapidez que no estaba segura de cómo actuar.

Solo sabía que deseaba a esos dos hombres. De eso no cabía duda.

Él negó con la cabeza.

—Porque si quieres, puedes fingir protestar y yo pretender que no te escucho. Es un juego.

—Exacto. —Javier dejó en la mesilla algo que ella no pudo ver.

—Y tampoco propongas algo como «supercalifragilisticoespialidoso». Tuve una sumisa que lo intentó una vez —sonrió Xander—. Le puse el culo como un tomate y no alcanzó el orgasmo ni una vez. La palabra segura es algo muy serio, belleza. Elige una —insistió.

—Hazlo ya. —Ahora era Javier el que se impacientaba.

Él tomó lo que había dejado en la mesilla de noche y lo guardó en la palma. Ella clavó los ojos en el puño e intentó imaginar qué ocultaba. La cabeza le daba vueltas sin llegar a ninguna conclusión.

—Mmm… —Ambos la observaban y eso la hizo sentirse ansiosa y, bueno, más excitada. Acabó diciendo la primera palabra que le pasó por la mente—. Ford.

—¿Cómo los coches? —preguntó Xander, confundido.

¡Santo Dios! No debería haber soltado eso. Los dejaría desconcertados si explicara la razón, pero un paseo en un Ford era la razón de que a los veinticinco años estuviera experimentando la satisfacción absoluta que proporcionaba el sexo.

—Sí. ¿Vale?

Ambos hermanos intercambiaron una mirada.

—Ford —gruñó Javier—. Entendido. No la olvides, dila si es necesario.

Como si pudiera.

—Sí, señor.

Javier miró a Xander.

—¿Hemos terminado de exponer los términos?

—Adelante.

Apenas había dicho Xander eso cuando Javier se arrodilló entre sus piernas separadas, abrió el pequeño frasco que ocultaba en la mano y dejó caer una gota en su clítoris, que esparció con una mirada abrasadora. ¿Se había perdido algo de lo que ellos hablaban? No lo sabía.

Javier cerró la botellita y se la lanzó a Xander, que la atrapó al vuelo al tiempo que la miraba con picardía.

—¿Q-qué es eso? —No pudo evitar la pregunta.

—Aceite de almendras con una pizca de canela, extracto de romero y algo que no sé cómo se llama… —Xander se encogió de hombros con una sonrisa burlona.

—Deja que pase un minuto y lo sentirás, pequeña. —Javier se tendió sobre ella, colocando el glande en su entrada—. Dios, me mata la espera, pero estoy decidido. Te vas a correr conmigo.

Javier le cubrió los labios con los de él y se perdió en el interior de su boca, buscando su lengua con un gruñido. El beso hablaba de hambre y desesperación. Él se aferró a ella como a un ancla, una que no quería soltar. Ella intentó fundirse con él, piel con piel, retorciéndose lo que le permitían las ataduras. Notó que él se alzaba un poco, aguardando a la entrada de su cuerpo. Pero ¿por qué?

De repente sintió una sensación de calor entre las piernas, justo debajo del clítoris. No pasó mucho tiempo antes de que se convirtiera en una lenta quemazón que la hizo contener el aliento.

—Ya ha comenzado a sentirlo. —La voz de Xander fue un ronroneo junto a su oído. De alguna manera, ahora ardía por todas partes, principalmente entre las piernas.

Gimió, arqueando las caderas hacia Javier. Él volvió a tenderse sobre ella para capturar uno de sus pezones, que sujetó entre los dientes. Al cabo de un rato repitió el gesto en el otro. Entregada a él, con un cojín en la espalda, no podía detenerle… Y tampoco quería. Las sensibles crestas comenzaron a latir cuando él las succionó, haciendo que se le contrajeran las entrañas. El clítoris ardía ahora como si estuviera sometido a los fuegos del infierno y con Javier encima, besándola y tocándola, frotándole su gruesa erección contra el muslo, ella apenas podía aguantar un segundo más de tormento.

—¡Fóllame, maldita sea!

Javier la miró con severidad.

—Después te castigaré por eso.

Fue apenas un momento antes de impulsarse y clavarle la erección hasta el fondo, con un poderoso envite. Mientras notaba que sus músculos internos se dilataban para albergarle, ella emitió un largo suspiro. Los gritos que acompañaban el suspiro se quedaron dentro de su pecho.

Quería rodear a Javier con los brazos, pero no podía moverlos ni tampoco las piernas, solo podía yacer allí, a su merced. Incluso el cojín que tenía debajo restringía los movimientos de su torso. Solo tenía las caderas libres y fue Javier quien las dirigió cuando las sujetó y comenzó a alzarlas en contrapunto con sus duros y desesperados empujes.

Con cada envite, chocaba contra su ardiente clítoris. El deseo la inundó y, aunque no podía moverse, sentía como si flotara. El placer hizo volar su mente desafiando a la gravedad. Creció y creció, doloroso cuando la aguda necesidad por alcanzar el orgasmo aumentó más.

—Dios, eres el Cielo, pequeña —masculló Javier en su oído—. Tan cerrada… No voy a durar. Prepárate para correrte.

Xander se inclinó sobre su oreja y le rozó el sensible lugar que hay debajo.

—¿Te satisface, belleza? ¿Te llena de deseo?

—¡Sí!

Ella cerró los ojos ante la multitud de sensaciones. Aquellos dos hermosos hombres desataban sobre ella toda su experiencia y ella se moría de placer. Con cada uno de los poderosos empujes iba desapareciendo su inocencia, reemplazando a la tierna jovencita por una mujer hecha y derecha. Acababa de experimentar el éxtasis por primera vez y se preguntó si podría volver a prescindir de él.

Notó el aliento de Javier en el pecho. Sus envites eran cada vez más cortos y se obligó a concentrarse en el punto donde más placer recibía. Abrió los ojos para mirar con aturdimiento a Xander, que gravitaba sobre ella con una sonrisa.

—Ahí, ahí —le dijo a su hermano—, estás frotando el lugar correcto.

Había impactado allí media docena de veces con el glande y cada una de las terminaciones nerviosas de su vagina palpitaba de excitación. La presión y el ardor se incrementaban. ¿Cómo era posible que fuera a alcanzar el clímax otra vez y sintiera algo diferente?

—Estás dejándome sin circulación, pequeña. ¡Joder!

Para su sorpresa, él creció en su interior. Javier contuvo los movimientos y los hizo más largos, friccionando la punta de su erección sobre un lugar diminuto cerca del cérvix. Una y otra vez repitió las abrumadoras embestidas hasta que el fuego fue inmenso.

Y algo como nada que hubiera imaginado la abrumó e inundó; ardiente, una fuerza desatada que la hizo gritar con toda la fuerza de sus pulmones cuando su vagina se aferró a su miembro como si quisiera mantenerle dentro para siempre. Y todavía era incapaz de procesar tan increíble placer…

—Jodidamente hermosa —murmuró Xander—. Así. Rómpete en mil pedazos. Dánoslo todo.

—¡London! —gritó Javier, mirándola con posesiva furia mientras seguía taladrándola con toda su fuerza y alcanzaba el orgasmo. La miró fijamente a los ojos y… la marcó para siempre.