Javier notó que London se quedaba sin aliento y todo su cuerpo se tensaba entre sus brazos. Se apartó un poco y vio que tenía la cara blanca como el papel.
«¿Qué demonios le ocurría?».
Se giró con rapidez y se encontró con su hermano observándoles. La sensación de culpa fue como una bofetada que resonó en todo su cuerpo. ¡Maldición! Debería haber guardado las distancias. London trabajaba para él y además mantenía una relación con su hermano. Pero esas dos buenas razones no impedían que su activa erección se impusiera a su cerebro y lo instara a seducirla para poder devorar toda su dulzura.
—Xander… Yo… —¿Qué decir, salvo lo obvio? Deseaba a London. Estaba desesperado por sentir su calidez, su ternura. Y aquellos hermosos y redondos pechos le volvían loco.
—Lo siento. De verdad. Debes de pensar lo peor de mí —farfulló ella, alejándose de él.
Xander negó con la cabeza y dejó en el suelo la mochila que llevaba colgada del hombro, antes de apoyarse en la pared con expresión ilegible.
—No, solo pienso que estás muy sexy. Sigue.
Javier frunció el ceño. No quería dejar a London, pero…
—¿No la consideras tuya? ¿No me advertiste ayer sobre ello?
—Y todavía es mía. Bésala otra vez. —Su hermano le dirigió una astuta sonrisa, cubierto tan solo con aquella toalla abultada por su erección.
¿Xander se excitaba observándolos? Parecía que sí. ¿Quería eso decir que no le mataría con el arma que seguramente ocultaba en aquella mochila?
Una mirada a la cara de London le indicó que estaba tan confundida como él.
Pero aquella sorpresa no era suficiente para detenerle. Por la razón que fuera, tenía la bendición de su hermano y se moría por saborear a esa mujer un poco más. Quizá entonces podría encontrar fuerzas para dominar ese hambre, e incluso saciarla en cierta medida. Sería mucho más fácil de conseguir si no la necesitara tanto.
Encerrando la cara de London entre las manos, aproximó sus labios a los de ella una vez más. Capturar su boca fue como ahogarse en dulce y cálida miel. Su sabor le encandiló un poco más. Ella no besaba con demasiada experiencia; no le extrañó, sabiendo que era virgen. ¿Por qué no había remediado eso su hermano? Xander la deseaba mucho más que al resto de las mujeres que solía frecuentar.
Aquella pregunta se perdió bajo la deslumbrante sensualidad natural de la joven.
Ella se contoneó entre sus brazos y enredó su lengua tímidamente con la de él.
¡Dios!, su miembro se puso tan duro que resultaba casi doloroso y le hizo consciente de cada uno de los quince meses que había permanecido célibe. Ella le envolvió con su suave y provocativo cuerpo, que se ablandó contra el de él. Quiso desnudarla, tumbarla en la cama y separarle las piernas. Le gustaría atarla y tenerla a su completa merced.
En cambio, se limitó a acercarla, a rodearla con sus brazos para apretar contra sí cada centímetro de su calidez. No era suya para hacer el amor con ella, y lo sabía, pero tal vez lograría dejar su huella en ella. Marcarla de alguna manera. O, al menos, aprender su sabor de memoria.
De repente, notó una sombra sobre la cara. Abrió los ojos y vio a Xander junto a London, tirando de la manga de su camiseta hasta dejar al descubierto el pálido hombro. Los labios de su hermano hicieron un lento recorrido desde la base del cuello hasta la oreja de la joven.
—Así, belleza —susurró Xander—. Bésale. Sí, con toda la pasión que posees. Demuéstrale cuánto le deseas, cuánto lo necesitas. Eres más hermosa todavía al darle placer. Nos estás volviendo locos de necesidad.
Javier sintió que le recorría una corriente de sorpresa, pero no era suficiente para hacerle apartar sus labios de los de ella. Estaba seguro de que no existía fuerza humana capaz de conseguir que hiciera eso en aquel momento. Se preguntó qué demonios estaba haciendo su hermano antes de decidir que no le importaba. Estaba siendo muy egoísta y lo sabía, pero London era la primera cosa buena que le ocurría desde hacía años. Iba a dejarse llevar por su creciente necesidad de ella hasta que Xander lo apartara, le golpeara y le echara a patadas.
Le aturdió constatar que su deseo se incrementaba cada vez que veía cómo Xander deslizaba los labios por aquella piel sedosa. La imagen le ponía todavía más duro, provocaba a la bestia que había en su interior para que rugiera de impaciencia.
¿Alguna vez había estado tan excitado?
«¡Nunca!».
Se detuvo un momento para observar los labios de su hermano sobre la piel de London. Se le aceleró tanto la respiración que le resonó en los oídos.
—No te detengas —insistió Xander con los ojos brillantes.
De repente lo entendió. A su hermano le excitaba verle tocar a London igual que le pasaba a él.
La certeza explotó en su mente como una bomba. Tardó en recuperarse y las secuelas le dejaron nadando en un mar de mareantes posibilidades. ¿Hasta dónde dejaría Xander que llegara? ¿Podría lamerle los pezones? ¿Podría convencer a su hermano para que permitiera que se la chupara? ¿Podría esperar lo máximo… acostarse con ella?
Mientras un imparable deseo le desgarraba de arriba abajo, miró a London. Le estudió la cara; los ojos cerrados, las mejillas ruborizadas, los labios separados en un silencioso jadeo… Era la viva imagen de la pasión y jamás podría olvidarla.
—¿Te gusta que te acariciemos los dos, London? —preguntó. Tenía que saberlo, deseaba escuchar cómo lo admitía. Nunca había compartido a una mujer con nadie, aunque no dudaba que Xander sí lo había hecho. Si London quería disfrutar de esa experiencia, no había fuerza en la tierra capaz de conseguir que ella saliera de ese dormitorio sin haberla satisfecho por completo.
—Ése es el secretito de London, hermano. Nos desea a los dos. Me lo confesó hace unos minutos en la cocina.
Volvió a sorprenderse. Aquella mañana iba de sorpresa en sorpresa, pero no iba a dejar que eso interfiriera. Decidió que era mejor dejarse llevar de revelación en revelación mientras pudiera seguir acariciando a London.
Aún así, tenía que escucharlo de los hinchados y exuberantes labios de la joven.
—¿Es verdad lo que dice Xander, pequeña? ¿Nos deseas a los dos? —murmuró con los labios a un suspiro de los de ella.
—Sí —gimió London mientras le sostenía la mirada.
La admiró por su honradez. Aunque pudiera parecerle increíble eso hacía que tuviera todavía más ganas de acostarse con ella.
—Ya te lo dije —se regocijó Xander—. No querrás decepcionarla, ¿verdad, hermano?
—Claro que no. Merece conseguir todo lo que desee.
Por encima del desnudo hombro de London, Xander sonrió.
—En efecto. Creo que cuando entré, estabas a punto de quitarle la camiseta. Estoy esperando.
Una ardiente oleada de lujuria inundó sus venas. No vaciló. Cogió el bajo de la camiseta de London con una mano y la subió por su vientre. Cuando llegó a los pechos, ella le detuvo y volvió a bajarla. Ella debía de haber intuido que una vez que le viera los senos, nada le detendría. Se sumergiría en ella. Su estrecha vagina albergaría su miembro palpitante y la tomaría tantas veces como Xander le permitiera.
Pero ahora se limitó a soltar la camiseta.
—¿Qué es lo que te da miedo, pequeña?
—Nada —susurró ella—. Pero quiero que me prometas que no mirarás mi espalda. Quiero que lo prometáis los dos.
Xander y él intercambiaron una mirada; su hermano no parecía sorprendido.
—Bueno, si eso hace que te sientas mejor.
Ella asintió con la cabeza.
Él decidió que era mejor asegurarse de que eso era lo que ella quería.
—Si no estás preparada para nosotros, puedes decir que no.
Ella abrió los párpados y le miró con aquellos ojos azules llenos de aturdimiento.
Jadeaba con fuerza. Cuando Xander la rodeó con los brazos y le pasó un dedo por el pezón erecto mientras le rozaba el cuello con los labios, ella contuvo el aliento. En ese momento fue la propia London la que cogió el bajo de la camiseta al tiempo que daba un paso atrás, y se la pasaba por la cabeza para lanzarla al suelo.
La vio recostarse sobre la cama, y mirarles desde allí apoyada en los codos. Su pelo dorado caía sobre las sábanas en un despliegue áureo. Parecía una diosa.
—Estoy preparada. Quiero esto. Digo que sí.
—Entonces no nos detendremos, belleza —prometió Xander con solemnidad, gateando por la cama hasta tenderse a su lado—. Los dos queremos hacer el amor contigo. Una y otra vez, hasta la extenuación.
La vio estremecerse mientras le miraba a los ojos, suplicante. Javier esperaba que eso fuera lo que Xander quisiera también. No podía resistirse a ella más de lo que podía contenerse al ver la carne que desbordaba las copas de encaje del delicado sujetador. Se arrastró por la cama y cubrió aquellos pechos con su torso.
La visión de sus senos en casa de Alyssa y Luc, mientras Xander le chupaba los pezones, le había excitado hasta límites insospechados. Ahora iba a tener la oportunidad de poner su boca en esas crestas rosadas, de saborear la delicada carne con la lengua… Y de ver cómo su hermano se prendía en el otro pezón para que pudieran succionarlos a la vez, excitarla todavía más. Conseguir que suplicara. Y solo pensarlo hacía que también él estuviera a punto de implorar.
Ella asintió con la cabeza, como si articular alguna palabra fuera demasiado.
London se arqueó hacia él y Xander desabrochó los corchetes sin dejar de lamerle el cuello. En el mismo momento en que su hermano alzó la prenda, él introdujo las manos por debajo y bajó los tirantes por sus brazos. Luego lanzó el sujetador en la misma dirección que había seguido la camiseta, sin apartar la vista de ella ni un segundo.
Xander estiró los brazos y alzó sus rotundos pechos.
—Belleza, arquea la espalda. Ofrécele a Javier tus pezones. Así. Muy bien. Ahora, pórtate como una buena chica mientras él los chupa.
Ella asintió con la cabeza, perdida en el deseo, e hizo exactamente lo que Xander ordenaba. Javier sabía que London era de naturaleza sumisa, pero ser testigo con sus propios ojos… Deseó perderse en su interior, ser el dueño de su placer.
Se inclinó y la besó en los labios entreabiertos en una súplica, luego bajó por su mandíbula hasta los montículos de sus pechos. Curvó la lengua alrededor de uno de sus pezones mientras le apresaba las caderas con las manos.
El jadeo que emitió London hizo que le bajara un escalofrío por la espalda. Ella llevó las manos a su cabeza para enredar los dedos entre sus cortos cabellos, acercándole todavía más. Se moría por escuchar cómo le hacía sentir, pero no quería soltar la dulce generosidad de sus pezones para exigirle que se lo dijera. No importó; Xander se ocupó de ello.
—¿Te gusta eso, belleza? ¿La succión de su boca va directa a tu sexo? ¿Sientes un hormigueo? ¿Estás mojada para nosotros?
—Sí. Nunca había sido… Siento como si… —London jadeó—. Estoy ardiendo. Necesito…
—Sabemos lo que necesitas —murmuró él contra sus pechos.
Volvió a capturar el pezón otra vez con la boca, chupándolo, mojándolo con la lengua. Lo mordisqueó con suavidad para probar su teoría de que también le proporcionaba placer un poco de dolor.
Y así fue, su jadeo resonó en la estancia y el deseo estremeció su cuerpo. ¡Joder, sí! Tal y como él sospechaba. Repitió el gesto con el otro brote tenso y ella se arqueó todavía más, introduciendo el pecho en su boca más profundamente. Finalmente, ella lanzó un grito al tiempo que le rodeaba la cadera con una pierna para frotar su sexo contra él.
—¿Te duele un poco, belleza? ¿Es eso lo que ha provocado Javier? ¿Te ha gustado?
London asintió con la cabeza frenéticamente.
—Me duele todo el cuerpo.
—Bien… —La voz de Xander destilaba lujuria—. Vamos a tener que ponerle pinzas en algún momento.
—Sí. —Javier se alejó un poco y comenzó a succionar el pezón más cercano, gimiendo al tiempo que acariciaba con la mano la generosa redondez.
Xander se detuvo y apretó la otra, pero no era suficiente.
—Chúpale el otro pezón, Xander. Los tiene muy sensibles y es lo que necesita.
Con una amplia sonrisa, su hermano se inclinó sobre el otro pezón y sopló para después observar su reacción como un depredador al acecho. Sus labios gravitaron sobre el erizado pico. Para sorpresa de Javier, aquello hizo que el gemelo se endureciera todavía más en su boca. Notó que a London se le ponía la piel de gallina y gimió. Aquella dulce y hermosa mujer no dejaba de sorprenderle por su sensibilidad. ¿Cómo demonios iba a renunciar a ella?
Pero no era el momento de preocuparse por ello. Tenía que saborear el regalo que estaba recibiendo.
London suspiró, un suplicante sonido que reverberó en su pecho.
—Por favor… Oh, por favor. No puedo…
La vio mirar a su hermano de una manera suplicante, antes de volverse hacia él como si solo ellos tuvieran la virtud de satisfacerla. Fue lo que él necesitó para comenzar a bajarle la cremallera de los pantalones.
Xander sonrió con picardía mientras sacaba la lengua a hurtadillas para acariciar con ella el lateral del pecho, pero sin darle todo lo que ella exigía.
—Ayuda a Javier, belleza. Bájate los pantalones, luego tendrás tu recompensa. ¿Llevas ropa interior?
Sin duda, algunas veces su hermano era muy listo. London comenzó a quitarse los pantalones hasta revelar unas sencillas bragas de algodón gris. Se vio invadido por una profunda decepción. Quería ver su sexo. Tocarlo, olerlo, saborearlo.
Estudiarlo antes de hundirse en él para que ciñera su dolorida erección.
—¡Oh, esto es una vergüenza! —Xander puso sus pensamientos en palabras al tiempo que pasaba el dedo por el borde de las bragas—. No son nada bonitas.
—Es que no esperaba que nadie las viera y…
—Pues de ahora en adelante más vale que lo esperes. —La firme nota en el tono de Xander indicaba que no era una sugerencia. Si London no percibía la orden implícita en la voz de su hermano, lo haría con rapidez.
—De acuerdo. —Ella se sonrojó de pies a cabeza y él no pudo resistirse a capturar un pezón entre los dedos.
London se arqueó jadeante e inconscientemente separó todavía más las piernas, haciendo desaparecer la poca paciencia que le quedaba.
Tomó el lateral derecho de las braguitas entre las manos. Eran suaves y parecían haber pasado por muchos lavados. No oponían resistencia alguna a su determinación.
Las rasgó con rapidez por la costura. Xander se rio y repitió el gesto en la otra cadera. Luego tiraron la tela al suelo.
—¡Me las podía haber quitado! —protestó ella—. Son mis favoritas.
—Eran —puntualizó Xander mientras le acariciaba el vientre dirigiendo los dedos hacia su sexo.
—Irán derechitas a la basura. —Javier sonrió, al tiempo que intercambiaba una mirada de satisfacción con su hermano, antes de concentrarse en ella. En su sexo.
El monte de Venus estaba cubierto de una fina capa de vello rubio. Una mirada un poco más abajo le indicó que estaba mojada; sus pliegues brillaban de necesidad.
Xander introdujo los dedos entre los hinchados labios y presionó para que sobresaliera el clítoris, que comenzó a acariciar lentamente en círculos. Ella contuvo el aliento y se estremeció. Cuando Xander retiró los dedos, estaban empapados. Un almizclado aroma flotó en el aire mientras le veía llevarse los dedos a la boca para chuparlos con fruición.
—Mmm… Tan delicioso como recordaba.
—¡Xander! —London le miró de soslayo, avergonzada.
—¿Qué ocurre? Eres demasiado dulce para que hubiera podido resistirme. Javi, ¿tú hubieras podido?
Él y su hermano habían hecho muy pocas cosas juntos desde que comenzó la pubertad. Cuando eran niños, sin embargo, habían estado muy próximos y compartido las mismas pasiones: los Hot Wheels, el helado, las peleas de almohadas. Siempre había pensado que aquel entendimiento mutuo se había perdido para siempre. Ahora, por el contrario, le sorprendió la sintonía que existía entre ellos con respecto a London.
—No —reconoció—. Quiero poner mi boca en su sexo.
—Pronto —prometió su hermano—. Antes, London tiene que aprender algunas reglas básicas. Va a tirar a la basura toda su ropa interior. No vas a volver a usarla. No usarás nada.
Ella le miró boquiabierta.
—Pero me gusta usar bragas. No puedes ordenarme eso. No puedo ir por ahí sin ellas. Es… es impropio de una señorita. Y cuando me ponga falda…
—Oh, deberías usar faldas todos los días. Queremos tener acceso instantáneo a tu sexo. —Le dirigió una sonrisa depredadora antes de mirarle a él—. ¿No estás de acuerdo conmigo, Javier?
—Sí. Eso haría que esperara con ansia ir a trabajar.
No estaba seguro de si Xander tenía intención de permitir que su chica fuera a la oficina sin bragas y trabajara con él ocho horas en ese estado. ¿Acaso se imaginaba que no iba a tocarla a cada momento? ¿O es que su hermano tenía intención de estar allí también? No tenía ninguna certeza al respecto, pero no iba a preguntar.
Ella abrió más los ojos.
—¿Tampoco puedo usarlas en la oficina?
—Por supuesto que no puedes. —Xander asintió con la cabeza—. Cuéntale tus fantasías, hermanito. Apuesto lo que quieras a que son muy jugosas.
Era como si Xander le hubiera leído la mente. Y no podía decir que le molestara.
Era increíble la manera en que se comprendían el uno al otro, al menos en lo que concernía a la seducción de London.
—Quiero inclinarte sobre el escritorio, pequeña, levantarte las faldas y acariciar estas adorables nalgas, antes de enterrar los dedos en tu sexo hasta que rezume de necesidad.
—Como ahora —informó Xander, ahuecando los dedos y deslizándolos de nuevo entre sus pliegues.
Ella se estremecía cada vez que su hermano se acercaba al clítoris y él no podía esperar a tocarla, saborearla, penetrarla y perderse en su interior.
—Justo —confirmó con voz ronca—. No hago más que pensar en jugar contigo hasta que estés preparada para correrte. Entonces clavaré mi polla en ese apretado coñito tuyo. No me importará que los teléfonos suenen o lleguemos tarde a alguna reunión. Cuando te folle, tu prioridad número uno será satisfacerme. Mi miembro será lo único que deba preocuparte en ese momento.
—Imagínate lo que será tirarte a esta preciosidad, Javi, mientras yo estoy en la silla, observándoos.
Él notó que su erección palpitaba y que la frente se le perlaba de sudor. Tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para no hundirse en el cuerpo virgen de London.
No quería hacerle daño —de hecho haría lo que fuera necesario para protegerla de cualquier dolor—, pero la escena que describía Xander estaba despojándolo de cualquier tipo de control.
—O mejor todavía, imagínate que mientras follas con ella, me chupa la polla.
Esa nueva imagen atravesó su cerebro y le hizo gemir. Su control salió volando, no podía detenerse. No podía esperar. Se arrancó la camiseta y devoró la boca de London con una arrebatadora pasión que hizo que ella lloriqueara contra sus labios.
Luego se bajó los pantalones. London abrió los ojos como platos, pero él ya no podía esperar ni un segundo más para alcanzar su Shangrila. Deslizó la mano por su cuerpo en dirección a su sexo. Sus dedos se enredaron con los de Xander y su hermano deslizó los suyos más abajo para insertar uno en la vagina. Él se concentró en el clítoris, frotándolo en lentos y suaves círculos. Ella gimió sin control.
—Eso sería espectacular. —Tragó con la saliva el nudo de lujuria de su garganta—. Tenemos que hacerlo. ¿Has visto alguna vez cómo se corre?
Xander asintió con la cabeza.
—Es lo más jodidamente excitante que haya visto nunca. Se sonroja de pies a cabeza y el olor de su sexo lo inunda todo. No sabes lo sabrosa que es.
Javier quería saberlo de primera mano. Quería devorarla, reconocer cada parte de su cuerpo, hacer que gritara su nombre cuando el orgasmo la alcanzara.
—No creo que pueda esperar hasta que lleguemos a la oficina.
—No te preocupes. Vamos a follarla ahora —aseguró Xander—. ¿Es lo que quieres, belleza?
London se arqueó hacia ellos, ofreciéndoles sus pesados pechos. Tenía los pezones hinchados y preparados. Javier no puedo resistirse e inclinó la cabeza para volver a capturar la deliciosa perla con la boca.
Xander gimió y él lo miró. Su hermano lo observaba.
—¿Es lo que quieres? Contéstame que sí y haré lo mismo en el otro pezón.
—¡Sí! —jadeó ella, rodeándole la cabeza con un brazo para acercarlo todavía más.
Con una sonrisa, Xander bajó los labios para capturar la pequeña baya roja con ellos. Succionó con fuerza hasta que sus mejillas se ahuecaron, y él le imitó.
London lloriqueó y jadeó. Bajo sus dedos, el clítoris se puso todavía más duro.
—Cada vez que le chupamos los pezones, me ciñe el dedo, hermano.
¡Santo Dios! Todo aquello era tan erótico que él se encontró frotando la erección contra el muslo de London mientras se preguntaba cuánto tardaría en perderse en su interior.
—Es que estoy a punto de… —gimió ella.
—Sí, lo estás —convino Xander con un ronco susurro—. Pero no tienes permiso para correrte.
Ella parpadeó y los miró con un desvalido pánico.
—¿Permiso?
—Bien, belleza, no dudo que te correrás con nuestras pollas dentro de ti, pero estás hablando con dos Amos. Si no sabes lo que eso quiere decir, nos encantará enseñártelo. Somos nosotros los que controlamos ahora tus orgasmos. Los que los provocan… Los que dejan que te corras o te ordenan que te contengas… Que lo supliques dulcemente.
Él se quedó paralizado. Xander era un Amo con años de experiencia. Había sometido mujeres de costa a costa, en varios continentes. Incluso a pares. Hizo una mueca; la última vez que había intentado dominar a alguien fue un desastre, aún con la ayuda de su hermano. Sin embargo, en ese momento notaba que su mente y su cuerpo estaban conectados. No sentía pánico, pero se mentiría a sí mismo si decía que no estaba preocupado. Sí, le gustaba el bondage y no le importaba proporcionar un poco de dolor si eso era lo que le gustaba a una mujer, pero el juego mental que suponía el BDSM…
—Por favor… —susurró ella, arqueando la espalda y contoneando las caderas.
Notó distraídamente que ella se había sonrojado de pies a cabeza. Observó que Xander introducía otro dedo en la apretada abertura. London se estremeció, contuvo el aliento y dejó escapar un largo gemido.
—Buenos días, punto G. —Su hermano movió el brazo, seguramente para frotar los dedos contra esa zona interior en concreto.
Ella se aferró a las sábanas con los ojos abiertos como platos. Él supo lo que significaba y recogió parte de la humedad que se había reunido otra vez en sus pliegues para esparcirla por el clítoris.
—No puedo contenerme. Necesito… —Ella jadeó—. Por favor, dejadme. ¡Dejadme! Haré lo que queráis.
—Lo harás de todas maneras —gruñó Xander—. Todo lo que te hagamos te proporcionará placer. Desearás correrte una y otra vez. Te abrirás de piernas cada vez que te lo digamos. En cualquier momento, en cualquier sitio. Sin preguntar. ¿Lo has entendido?
A ella se le aceleró la respiración. El clítoris se puso todavía más duro bajo su dedo.
—Va a correrse —advirtió a su hermano.
Xander le miró.
—¿Crees que deberíamos permitírselo?
Por un lado, quería que echara hacia atrás la cabeza y gritara sin control. Por otro, le encantaba verla contorsionarse e implorar. Si se corría más tarde, el orgasmo sería más intenso tras haberlo contenido.
—Todavía no. —Sonrió.
No había tenido demasiadas razones para sonreír a lo largo de los últimos doce meses, pero esa sonrisa le salió del alma. Aunar esfuerzos con su hermano para controlar el placer de London hizo que todo encajara en su lugar. Con Whitney el pánico le había dominado. Ahora, en cambio, se sentía preparado y concentrado. Una extraña sensación de anticipación inundó su pecho. No solo quería hacer el amor con London —aunque se moría por ello—, sino que había algo que le estimulaba por completo y no era perderse en una botella. Era todo un progreso.
Su hermano asintió con la cabeza.
—Buena decisión. Justo lo que yo pensaba, belleza —la llamó Xander.
—¿Qué? ¡No! Por favor, dejadme… —La vio mover las caderas con más fuerza, buscando la fricción que la conduciría al borde.
Apartó los dedos del clítoris al momento y sonrió al ver que Xander retiraba los suyos de la vagina. La silenciosa comunicación que habían disfrutado cuando jugaban de pequeños, la que pensaba que habían perdido para siempre, surgió otra vez entre ellos con la misma fuerza de entonces. Eran dos mentes y un único propósito: hacer gemir a London; que ella implorara, sufriendo un poco más.
Xander golpeó suavemente el monte de Venus con la mano y ella contuvo el aliento antes de mirarle suplicante. Él no sabía por qué ver cómo Xander disciplinaba a la joven le removía por dentro, pero no podía negar que así era.
—Acepta lo que te damos —gruñó contra uno de los pechos, apresando otra vez el pezón.
Con la mirada clavada en London, Xander hizo lo mismo. Succionaron, chuparon, mordisquearon y pellizcaron sus pezones al unísono. Ella comenzó a suplicar. Sus palabras fueron una sangrante letanía que se convirtió en gritos de desesperación. Él no pudo seguir manteniendo las manos alejadas de aquel hinchado y empapado sexo, y comenzó a frotar suavemente allí los dedos, hasta que el orgasmo se aproximó. Entonces los retiró y volvió a concentrarse en el pezón… antes de volver a perderse entre sus muslos separados. Repitió el ciclo una y otra vez. Tantas que perdió la cuenta. London comenzó a decir incoherencias, a retorcerse, suplicando y gimiendo. Tenía la piel sonrojada, los ojos nublados… Se moría por perderse en el placer que rozaba con la punta de los dedos y que ellos mantenían lejos de su alcance.
—Santo Dios, qué hermosa es… —Tragó saliva.
—Lo es. ¿La deseas?
Él frunció el ceño ante esa pregunta.
—¡Joder! Más que nada en el mundo.
—Cuéntale cómo la deseas. Descríbelo. Asegúrate que ella lo sabe.
Respiró hondo. No comprendía lo que Xander pretendía, pero le encantaba la idea de que London fuera consciente de su necesidad.
—Ardo por dentro y por fuera, pequeña. Me hormiguea la piel. Tengo la polla a punto de reventar por ti. Me muero por sentirte alrededor de ella. Quiero tocarte por todas partes, inhalarte. Solo quiero follar contigo.
Quería ser la última persona en la que ella pensara antes de quedarse dormida y la primera a la que recordar cuando despertara por la mañana.
—Entonces, hazlo —ordenó Xander, arrastrando las palabras.
Parpadeó para mirar a su hermano. Su expresión indicaba que hablaba en serio.
—Es tuya. Me gustaría, pero tú…
—La comparto.
—No podemos compartir su virginidad.
—¿Sientes algo por ella?
London intentó incorporarse.
—Por favor, no le preguntes eso. Os deseo a los dos. Quiero estar con vosotros, pero eso no significa que…
—¿… le importe? —la interrumpió Xander, antes de mirarle a él—. Claro que sí. Responde a mi pregunta, Javier.
¡Dios! Su hermano le interrogaba cuando la lujuria ofuscaba su lógica con tanta intensidad que apenas sabía su propio nombre. Pero sí, deseaba a London…
—Sí. —Bajó la mirada hacia ella, tendida sobre las sábanas arrugadas. A aquellos inocentes ojos azules a los que comenzaba a asomar un profundo conocimiento femenino, a las mejillas sonrojadas y los labios hinchados que había lamido una y otra vez. Y su corazón la anheló con más fuerza—. En ti veo al tipo de persona que quiero ser. He pasado mucho tiempo en la oscuridad, intentando poseer el control, juntando toda la amarga cólera que podía para llenar mi corazón con ella y no volver a ser débil. Me he alejado de todo lo que era importante para mí, centrándome en el trabajo y el vodka. De pronto, tú irrumpiste en mi vida, me ofreciste tu dulzura y…
¡Santo Dios! ¿Estaba enamorado de ella? ¿Sería posible? La conocía desde hacía solo unos días. Pero durante ese tiempo había visto quién era ella y sabía que si se alejaba de él por la razón que fuera, quedaría destrozado.
London se estiró hacia él y lo atrajo para fusionar sus labios en aquel sensible momento. Cuando alzó la cabeza para mirarla, ella tenía reflejado el corazón en los ojos y estuvo seguro de que podía leer sus intenciones. Todas las emociones que pugnaban en su interior.
—Me intrigaste cuando te conocí… que fue antes de que tú me conocieras a mí. Te vi en casa de Kata la mañana que Xander te trajo a Lafayette, antes de que te despertaras. Te levantaste tambaleando de la cama y te ayudé a volver a acostarte. Me miraste y me llamaste «preciosa».
Un suave sonrojo volvía a cubrir sus mejillas y él tuvo que acariciar la suave piel con la palma. No recordaba el incidente, pero le hacía sonreír.
—Me ayudaste incluso antes de conocerme.
Era esa clase de persona.
Ella asintió con la cabeza.
—Y te deseé. Fue lo primero que pensé cuando te vi. —Luego miró a Xander—. Estaba pensando en alguien cuando tú me observabas bailar en el club. Y de pronto, estabas allí, como si te hubiera evocado. Eras una fantasía hecha realidad.
—Ese día, en el club, ¿qué querías que hiciera?
Ella tragó saliva.
—Mirarme. Desearme.
—Y lo hice. Todavía lo hago. Pero también querías que me acostara contigo. Eso es lo que haremos ahora. ¿Javier?
Su hermano estaba sugiriendo que fuera el primer amante de London. La necesidad le atenazaba, constriñendo sus buenas intenciones. Notaba los testículos tensos, la erección a punto de explotar, pero tenía que pensar en London.
Suavemente bajó los labios a los de ella una vez más, quedándose a un suspiro de tocarlos. Ella entreabrió los suyos para darle la bienvenida.
—Córrete por mí, pequeña.
London dejó caer la cabeza descontroladamente y él deslizó los dedos entre los pliegues anegados, esparciendo la humedad hasta el clítoris. Ella contuvo la respiración con un jadeo, se puso rígida, separó más las piernas y gimió.
En cuanto él rodeó el clítoris otra vez, todas las sensaciones que Xander y él habían estado estimulando durante largos minutos la inundaron. Su hermano le ayudó, acariciando con la nariz el cuello y los pechos de London, inhalando su aroma y susurrándole al oído obscenas sugerencias que él apenas podía escuchar. El latido de su corazón atronaba de tal manera en sus oídos que casi no oía nada. Ella gemía más alto cuanto más se endurecía su clítoris y se contorsionaba mientras le miraba, como si temiera que él la apartara del borde y no pudiera alcanzar el precipicio. Eso hizo que estuviera todavía más decidido a llevarla al éxtasis absoluto.
De pronto, la vio abrir la boca en un grito silencioso y sintió cómo se estremecía sin control. London convulsionó mientras el almizclado aroma de su sexo inundaba el aire. Observó que un profundo sonrojo cubría todo su cuerpo mientras se dejaba llevar gritando de una manera tan brutal que él llegó a pensar que las ventanas se caerían a pedazos. Fue uno de los sonidos más hermosos que hubiera escuchado nunca.
—¡Joder! —escuchó gruñir a Xander—. Una rendición absoluta. Me encanta que no retenga nada.
Javier la besó en la mandíbula hasta llegar a la boca. Ella jadeaba cuando rozó sus labios con suavidad.
—Gracias por confiar en mí. Ha sido asombroso.
No lo decía a la ligera. La imagen de ella, entregada al placer que le daba, confiándole su cuerpo por completo, le hacía sentir humilde. London le rodeó el cuello con los brazos y le estrechó con fuerza, enterrando la cara en su hombro. Se estremecía de pies a cabeza y, casi al instante, notó que sus lágrimas le mojaban el pecho. Algo se rompió en su interior.
Con suavidad se retiró ligeramente para poder mirarla a los ojos.
—¿Pequeña? ¿Te he molestado? ¿Tienes miedo?
Ella negó con la cabeza, pero pareció tener que buscar las palabras.
—Nunca lo hubiera imaginado. Hasta que os conocí a vosotros me había masturbado alguna que otra vez con los dedos, con algún juguete… Pero no estaba preparada para lo que acabo de sentir.
Ella enterró otra vez la cara en su pecho, como si estuviera avergonzada, y él se derritió. London no poseía ni pizca de artificialidad. No se ocultaba tras una máscara; aquello no era un juego para ella. Simplemente se entregaba por completo.
Alzó la mirada buscando a Xander, preguntándole en silencio si no deberían esperar. Quizá ella no estaba preparada para ellos, ni para mantener relaciones sexuales en ese momento. Su miembro protestaría, sí, aunque eso no importaba.
—Está bien —aseguró su hermano.
Se dio cuenta de que London necesitaba que alguien la abrazara, así que la estrechó con fuerza. Xander se acurrucó al otro lado y ella le rodeó también el cuello con un brazo. Al poco rato, su hermano comenzó a besarla en los labios. Ella respondió a aquel tierno engatusamiento, abriéndose para Xander y permitiendo que accediera a las profundidades de su boca y de su corazón con aquel beso.
Su hermano se alejó poco a poco.
—Javier te hará disfrutar, belleza. Lo sabes, ¿verdad?
Ella asintió y lo miró con confianza. Xander le pasó un preservativo.
Él negó con la cabeza, rechazando el pequeño sobre plateado.
—Es tuya. Ya la has compartido mucho.
Xander le cogió la mano y le puso el envoltorio en la palma.
—Tú la necesitas y ella te desea. Adelante.
—También tú la necesitas. Además, estoy a punto. Llevo demasiado tiempo sin sexo… —Besó a London en la frente—. Lo último que quiero es hacerle daño porque no pueda contenerme. Tienes mucha más experiencia y yo sólo sería un ariete. Es mejor que seas tú.
—¿Estás seguro? —Xander tenía el ceño fruncido.
—No confío en mí mismo. —Lo lamentaba, pero era cierto—. Y sé que tú la deseas.
Xander asintió con la cabeza.
—¿Belleza?
Javier supo que Xander se lo preguntaba con cariño. ¿Estaba preparada? ¿Le deseaba? ¿Confiaba en él? ¿Xander era importante para ella? Las preguntas estaban escritas en la cara de su hermano. Se le ocurrió que jamás había visto a su hermano tan preocupado por una mujer, pero algo había cambiado en él mientras estaba demasiado inmerso en su propio drama como para darse cuenta de que el playboy se había convertido en un hombre de verdad.
London apartó un mechón de la cara de Xander.
—Será un honor. Es decir, si todavía me deseas.
Xander se arrancó la toalla y la lanzó al suelo, desnudándose ante ella. Su miembro estaba erguido y tenía humedad en la punta.
Su hermano le lanzó una última mirada a él como si quisiera comprobar que estaba de acuerdo con la decisión. Era gracioso pensar que durante años no se habían comunicado y de repente, gracias a esa chica, estuvieran en completa sintonía. Le respondió con un asentimiento de cabeza.
—Por supuesto que te deseo —aseguró Xander—. He tenido que recurrir a cada truco que conozco para no meterme dentro de tus bragas. —Su hermano la miró de arriba abajo antes de guiñarle un ojo—. ¡Oh, vaya! No llevas bragas.
Ella soltó una risita tonta a pesar de los restos de las lágrimas que manchaban sus mejillas. El sonido, dulce y ligero, le calentó el corazón. Xander se moría por poseerla y lo tenía escrito en la cara en la tensión que hacía que sus hombros estuvieran rígidos. Estaba seguro de que su hermano necesitaba liberarse tanto como él, pero se tomó su tiempo. Sabía tan bien como él que London tenía que estar relajada para poder sentir placer.
Javier apartó un pálido mechón de la cara femenina antes de besarla en la frente, en la nariz y en los labios brevemente.
—Estás en buenas manos. —Miró a su hermano—. ¿Os dejo solos?
Xander le miró como si hubiera perdido el juicio.
—No. Quédate. Habla con ella. Ayúdame a mantenerla relajada, segura y excitada.
Parecía que su hermano quería que él también formara parte de la experiencia, que estuviera en los recuerdos de London igual que él. Ella relacionaría el placer con los dos. Algunas veces, su hermano tenía buenas ideas. Todavía no sabía lo lejos que estaba dispuesto a llegar Xander, pero no era el momento de cuestionárselo. Apartó cualquier pensamiento y se dedicó a disfrutar del momento, saboreándolo.
—Quédate. —Ella le acarició con suavidad—. Por favor…