London salió del dormitorio de Javier y cerró la puerta. Xander la miró; estaba pálida y rígida. Él dejó la maleta y el maletín de su hermano en el suelo y se acercó a ella.
—¿Qué ha ocurrido? —La agarró por los hombros—. ¿Qué te pasa?
Ella meneó la cabeza sin mirarle a los ojos.
—Nada.
El Amo que había en él quiso castigarla por mentir, pero London todavía no se había sometido a él… Ni acostado con él… Ni siquiera había salido con él. Eso le reconcomía. Aún así, no lograba deshacerse del desasosiego que le invadía.
—Quiero saber la verdad.
—Estoy bien.
Se acercó para coger su maleta y la hizo rodar por la cocina y la sala hasta el pasillo que conducía a otros dormitorios. Como era de esperar, London eligió el más femenino, decorado en tonos crema y ciruela, con muchos espejos y cristales, que creaban un ambiente de graciosa sofisticación. Él la siguió.
—Puedo ayudarte —insistió—. Cuéntame el problema.
Ella se detuvo y relajó un poco los hombros.
—Se trata de algo que tengo que resolver en mi cabeza, gracias. La parte buena es que Javier se ha dormido.
Era evidente que no iba a decirle nada. Intentó no tomarse aquella falta de confianza como algo personal, pero dado que era la única persona en la estancia, no lo consiguió. De todas maneras, sabía que presionándola no iba a conseguir nada.
—¿Tienes hambre, belleza? ¿Podemos salir a comer algo por ahí? —Quizá mientras tanto pudieran hablar. Ella podría relajarse frente a una copa de vino y ayudarle a aclarar las cosas—. Conozco un precioso restaurante francés que…
—No podemos dejar solo a tu hermano. ¿Qué te parece si encargamos una pizza? De todas maneras tengo que estudiar todo lo que Javier tiene en el escritorio, y ver si hay algo urgente.
Eso no era precisamente la seducción que él tenía en mente. Había ido a casa de Luc y Alyssa con muchos planes en la cabeza: London tenía que escuchar lo preciosa que era; necesitaba sentirse deseada. Pero todo aquello había sido relegado al olvido al verla con la mano de Javier entre las suyas.
Por lo que podía ver, London había hecho todo lo que estaba a su alcance para ayudar a su hermano. Después de la visita de Navarro, Javier se había refugiado en una botella de Cîroc y había sido una suerte que ella se lo llevara de la oficina. De no ser por London, ¿qué habría ocurrido? ¿Su hermano habría bebido una botella tras otra, hasta acabar encontrando la muerte en el fondo de una?
Ella tenía razón; Javier no podía quedarse solo. Por lo general habría dejado que su hermano se ocupara de sí mismo, pero eso era cuando estaba bien. Hoy había sufrido un golpe horrible. La culpa le carcomía y él sabía que Javier sufriría todavía más por la vida que crecía en el vientre de Fran y que se había visto apagada de golpe.
Lo que más le frustraba era la oportunidad del momento. Por fin había dado con London tras pasarse días buscándola. Comenzaba a llegar a ella y a conquistarla lentamente cuando, de repente, Javier se había interpuesto entre ellos. ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que su hermano se despejara y se dedicara a perseguirla también? Estaba seguro de que no demasiado. Para empezar, Javier ya se sentía protector con ella. Después de todo, London era su secretaria, aunque estaba seguro de que no era ésa la razón de la preocupación de su hermano.
La situación se le estaba yendo de las manos. Tenía que pensar rápido o perdería a London antes de tenerla. El consejo de Luc resonó de repente en su cabeza.
«Compartidla».
—Déjame ayudarte. —Señaló el maletín de Javier con la cabeza.
Le dio la impresión de que iba a aceptar, aunque finalmente negó con la cabeza mientras se dirigía hacia la cocina.
—Él me mataría.
Xander la siguió.
—No es mi intención ofenderte, pero apenas llevas unas horas trabajando en la empresa y yo la he sufrido durante toda mi vida. Soy el propietario de la mitad, así que el formulario de confidencialidad no puede aplicarse a mí. A pesar de lo que Javier piensa, no soy un inútil.
—No era mi intención decir que lo fueras. —Parecía horrorizada de que él pudiera pensar eso. Aún así, vaciló mientras sopesaba los pros y los contras en su cabeza. Por fin, puso el maletín en medio de la mesa.
—Hay una pizzería a domicilio cerca. Mientras haces el pedido, sacaré los documentos y podremos empezar.
Él quiso celebrarlo alzando el puño. Iba a matar dos pájaros de un tiro; por un lado pasaría más tiempo con London y por otro se implicaría en los negocios familiares. Sentirse entusiasmado por lo primero tenía sentido; su belleza era un primor y probar su sabor una vez solo había aguzado su apetito por ella. Apenas podía esperar a tenerla de nuevo en la boca. Si le hubiera alentado solo un poco, ahora estaría sobre la mesa de la cocina, desnuda, y él se habría puesto a darse un festín con su cuerpo más rápido de lo que ella podía parpadear.
Pero también se sentía emocionado por poder participar por fin en los negocios que pertenecían a su familia desde hacía dos generaciones. Odiaba sentirse distante e inútil. Estaba resentido por que Javier se ocupara de todo. Y ahora que su hermano se perdía en el alcohol, estaba más que dispuesto a encargarse de todo mientras él se recuperaba.
London le facilitó el nombre de la pizzería y, tras discutir sus ingredientes favoritos, él buscó el número con el móvil para llamar. La observó esparcir los documentos en pulcros montones por toda la mesa mientras hacía el pedido. Se fijó en que ella se mordisqueaba el labio o hablaba consigo misma mientras lo ordenaba todo.
—Lo último que hice antes de almorzar fue hablar con Doug Maynard y…
Él hizo una mueca.
—Ese tipo es gilipollas.
—Sí, me di cuenta de inmediato —convino ella—, pero tiene razón en algunas cosas.
—¿Sobre cómo ser más gilipollas todavía?
London le miró con reproche.
—Esto es un tema serio.
Hablaba en serio, aunque no conseguiría nada diciéndolo.
—¿En qué tiene razón?
—La gente de Investigación y Desarrollo nos ha indicado que necesitan que los contratistas y suministradores externos tengan acceso a la información… desde todo el mundo. Personas de las que no sabemos nada están accediendo a las bases de datos de S. I. y eso incluye algunos archivos relacionados con los proyectos secretos. ¿Es eso normal? Quiero decir, ¿necesitan documentarse sobre prototipos que todavía no se comercializan?
—Yo creo que no. —Aquello era preocupante—. Déjame ver. —Le tendió la mano y ella le pasó una carpetilla.
—Ahí dentro hay una lista. Fíjate en esos tres logins en particular. Uno accedió a través de un servidor indio, otro inglés y otro de Dubai. ¿Toleraría el gobierno americano que gente de esos países tuvieran al alcance de su mano sus futuros secretos?
—Depende de a qué accedan y de las circunstancias. —Probablemente no.
London rebuscó en otro montón de documentos hasta dar con el que buscaba.
Releyó los datos con rapidez. Él admitió para sus adentros que estaba muy impresionado. En tan solo unas horas, ella había desarrollado un gran sentido común para los negocios sin más datos que lo que Javier hubiera podido indicarle antes de que apareciera Navarro e hiciera volar su sentido común.
—De esta lista —meditó ella—, estoy segura de que la mayoría de los accesos tenían que ver con el Proyecto de Recuperación. Javier lo mencionó en una ocasión y tuve que archivarlo para él. Por desgracia, no pude recabar demasiada información al respecto.
Y él tampoco se había enterado de demasiados datos antes de que Javier le viera y se callara. Solo sabía que era algo que podría servir para arrancar a la compañía de la espiral de muerte en que estaba inmersa. Por lo que dedujo, se trataba de una especie de vehículo Humvee.
—¿No puedes obtener más datos al respecto?
Ella meneó la cabeza.
—Javier lo guarda con contraseña. Y con razón.
Sin duda. Él estudió la lista de entradas a la base de datos; los nombres de los archivos a los que se había accedido, la fecha y las IPs asociadas.
—¿Tienes ahí el portátil de Javier?
La expresión de London indicó que ella le había leído el pensamiento. Sacó el ordenador del maletín y lo encendió. Él adivinó la contraseña al segundo intento.
—¿Cómo lo has sabido? —Ella parecía asombrada y a él le gustaba impresionarla.
—Es posible que ahora no nos hablemos, pero conozco muy bien a mi hermano. —Sonrió de oreja a oreja antes de inclinarse hacia ella y guiñarle un ojo—. Tengo más habilidades, ¿quieres verlas?
Ella puso los ojos en blanco.
—Estoy segura de ello. Concentrémonos en el asunto, ¿de acuerdo? Creo que tenemos entre manos algo importante.
Él gimió en protesta, y gemir era solo una parte de lo que quería hacer en realidad.
—Creo que deberíamos empezar por aquí. —London señaló el papel que había dejado sobre la mesa… Era una lista con todas las entradas dudosas y sus contraseñas.
Él se sentó frente al portátil de Javier y accedió a una de las bases de datos, que estudió por encima antes de entrar en materia. Seleccionó los últimos diez archivos a los que había accedido aquella IP y los abrió uno por uno.
Cuando iba por el tercero, notó un hormigueo en la nuca que no le gustó nada.
—Esto está jodido. A menos que me equivoque mucho, nos están espiando.
London se inclinó sobre su espalda y miró la pantalla. Mostraba esquemas, dimensiones y materiales utilizados hasta ese momento. Aparecían también los resultados de una simulación por ordenador y la capacidad prevista del vehículo; concretamente los últimos cálculos e innovaciones. Por lo que indicaba el siguiente documento, el prototipo no estaría disponible hasta septiembre. ¿Por qué los contratistas necesitaban conocer esos detalles con tantos meses de adelanto?
—Justo lo que opina Doug Maynard. Creo que tiene razón. —London lo miró con impaciencia.
—Hay que actuar con rapidez. —Cuanto más pensaba en que alguien estaba aprovechándose del arduo trabajo realizado por Industrias S. I. y del dinero que ya habían invertido en el proyecto, unos diez millones de dólares, más furioso se ponía.
—Maynard no me hará caso —indicó ella.
—Pues no podemos esperar a que Javier se despierte y esté sobrio. Podrían pasar horas. —Miró el reloj—. Ahora son las cinco en la Costa Oeste, todavía podemos pillarle en el despacho.
Lo cierto era que Doug no iba a escucharle, dado que aunque era él quien pagaba la mitad de su salario, aquel capullo solo oía lo que quería.
Respiró hondo antes de buscar el número de Doug en el directorio de la compañía. Respondió la secretaria que le indicó que se encontraba reunido, pero tomaría nota de cualquier mensaje.
Él no disponía de tiempo ni de paciencia para ello. No le importaba si Maynard estaba hablando con la Junta Directiva o masturbándose en el baño. Cualquier cosa que fuera iba a dejar de hacerla si quería conservar su trabajo.
—Soy el señor Santiago. Es urgente que hable con él. Localícele ya.
La secretaria jadeó.
—Sí, señor. Ahora le aviso, señor.
Él meneó la cabeza con media sonrisa. Le gustaba provocar ese respeto en una mazmorra, cuando una beldad se arrodillaba ante él, pero que una mujer con la que mantenía una conversación telefónica estuviera a punto de desmayarse porque le tenía miedo no le estimulaba nada.
—Cree que eres tu hermano —musitó London.
Él silenció el teléfono.
—Sin duda. Pero si ella no pensara que soy Javier, tendría que haber dejado recado y, mira… —Encogió los hombros—. Esto funciona.
Ella vaciló.
—A mí me da igual, aunque quizá Javier no opine lo mismo.
—Él necesita menos presión y menos tonterías. Puedo ayudar, solo tiene que dejarme.
Un segundo después, una conocida voz masculina inundaba la línea.
—¿Santiago?
Conectó de nuevo el volumen.
—Hola, Doug, soy Xander.
El hombre comenzó a gritar.
—Pensaba que eras el jefe. He interrumpido una reunión muy importante para responder al teléfono. ¿Qué quieres? ¿Necesitas que alguien de mi equipo le ponga un micro a un par de strippers con las que quieres follar?
La cólera comenzó a hervir en su interior y tuvo que contenerse, a pesar de que lo que quería era meterse en el teléfono y estrangular a aquel gilipollas.
—¿Has terminado ya con la broma, Doug? ¿Quieres seguir cobrando tu sueldo?
—¿Quieres decir que de verdad me llamas por algo relacionado con la compañía? —Doug soltó una carcajada que se alargó varios minutos—. ¿Estás hablando en serio? ¿Tu hermano ha muerto o algo así?
—Un solo comentario más, una sola risa y estás despedido. ¿Has comprendido?
Doug dejó de reírse.
—No tienes autoridad.
—¿Quieres comprobarlo?
Hubo una larga pausa en la que él imaginó que Doug por fin se daba cuenta de que no estaba de broma.
—No.
—Ésa es la respuesta correcta. Quería hablar contigo sobre los accesos que han despertado vuestras sospechas. Mira…
—Tienes que conseguir que Javier nos deje bloquearlos.
—Por eso te llamo. Esto es muy sospechoso. Estoy seguro de que quien está accediendo a nuestros archivos es un espía. ¿Quién ha autorizado estos accesos?
—Creo que fue Sheppard, de Investigación y Desarrollo. Los llama «reservas» para suministradores o subcontratas. Una memez.
—Por supuesto. Estas entradas tienen vía libre a todos los suministros. ¿Cuándo lo autorizó Sheppard?
—Calculo que hace unos quince meses. Se ha perdido el rastro de la autorización. Ya sabes que la política de la empresa es hacer una copia de seguridad y autodestruir cualquier tipo de documentación en papel al pasar unos meses. Pero hace más o menos un año un virus traspasó nuestro firewall, acabó con todos los archivos y, además de destruir las bases de datos, se cargó la copia. Poco a poco hemos ido validando las entradas de cada departamento, pero Sheppard sostiene que él y su gente no tienen tiempo para llevar a cabo todos estos sinsentidos.
Sheppard también iba a enterarse.
—¿Quieres decir que nadie sabe exactamente quién ha accedido a la información confidencial? ¿Ni por qué lo han hecho? ¿Y que si cerramos ahora el grifo no nos enteraremos nunca?
—Así es —admitió Maynard lentamente—. ¡Maldición!
Xander consideró la situación. Quería detener el acceso de los ladrones a los sistemas internos y a las bases de datos de la compañía… Pero también quería atraparlos y meterlos entre rejas.
—¿Y no se puede poner una trampa? ¿Quizá borrar de las bases de datos cualquier mención referente al Proyecto de Recuperación durante algunas semanas? —Lanzó una mirada a la lista de fechas en las que habían accedido. Durante los últimos días habían estado dentro casi todo el tiempo—. Quizá alguien de tu absoluta confianza podría sustituirlos por información falsa. Ésa sería la respuesta a nuestras oraciones. Luego podremos rastrear esos archivos y atrapar a un posible topo.
Doug no vaciló.
—Una trampa. Me gusta. Tu hermano no lo aprobará.
Seguramente. Javier solía actuar de frente. Sin embargo, él creía que cuando se trataba con ladrones, había que ser igual de deshonesto.
—Asumo cualquier responsabilidad al respecto. —Miró a London. Parecía orgullosa de él; no veía esa actitud en nadie desde… Bueno, no la había visto nunca. Pero también se mostraba un tanto pesarosa—. Dame un segundo, Doug.
No esperó respuesta del otro hombre, silenció la llamada y agarró a London con la mano libre.
—Éste es el primer proyecto que te da Javier, ¿verdad?
—Sí. —Ella comenzó a menear la cabeza al percibir su tono—. No pasa nada, comprendo lo que está ocurriendo. Tienes que llegar al final, es lo más importante.
—Tú también eres importante. Si Javier te ha contratado, es porque eres inteligente.
Ella se estremeció.
—No es eso lo que él dijo.
Él clavó los ojos en ella, sorprendido.
—¿Javier ha admitido que quiere acostarse contigo?
Ella se sonrojó antes de asentir con la cabeza.
—Así que dudo mucho que se enfade si no completo el proyecto.
—Es posible, pero no es él quien me preocupa, belleza. ¿Quieres involucrarte en esto? ¿Quieres aprender?
La expresión de London indicaba que no tenía demasiadas ganas de responder.
Contó mentalmente hasta cinco. Luego la tomó por los hombros y bajó la voz.
—Te he hecho una pregunta, London.
—Sí, señor.
¡Joder! Nunca había comprendido a la gente cuando describía que se moría por ciertos objetos que despertaban su lujuria, amor u obsesión, pero ahora lo hacía.
Lista, honesta y sumisa, London le colmaba de muchas maneras. Una rápida revisión mental de las últimas veinte chicas que se había llevado a la cama le hizo darse cuenta de que tenían en común varios aspectos: no hablaban de nada que no fuera ellas mismas; les gustaba su físico y su dinero; tenían grabado el número del cirujano plástico en la agenda del móvil, y follaban por follar, no porque significara algo.
En ese momento se dio cuenta de que nunca se había llevado a la cama a una mujer que le importara. Para él, el sexo había sido placer. No, una válvula de escape.
Sumergirse en una mujer tras otra hacía que no pensara en el hecho de que nadie le quería por ser él; ni sus padres ni su hermano. Se había llevado a la cama a dos de sus profesoras del instituto que solo se preocuparon de lo que podía hacerlas sentir, no de cómo era él realmente en su interior.
London era distinta. Podía desear perder su virginidad, pero no acariciaría a un hombre al que no amara en toda la extensión de la palabra.
—Pues entonces, trabajemos juntos en este proyecto, belleza —sugirió él—. ¿Qué te parece eso?
Ella le miró con timidez, con los ojos azules brillando de esperanza. ¡Maldición!, haría cualquier cosa para que esa expresión no desapareciera de su cara.
—Sí, me gustaría —murmuró ella.
—Lo único que tenías que hacer era decirlo.
La sonrisa de London brilló con confianza y él se sintió emocionado… y excitado. Su erección presionó contra la cremallera, suplicando atención. Le gustaría robar algunos momentos con ella, tumbarla sobre la alfombra delante de la chimenea. No le importaba en absoluto que estuvieran en junio y las temperaturas superaran los treinta grados a la sombra. La luz de las llamas haría resplandecer su piel cuando la desnudara. Se quedaría embelesado con cada centímetro que dejara al descubierto. Adoraría sus labios, sus pezones, su sexo… Le acariciaría la cintura, rozaría con la palma de la mano la curva de las caderas y deslizaría su miembro profundamente en su interior, hasta el fondo, hasta que no quedara nada fuera. Hasta que ella supiera que una parte de ella le pertenecía y siempre lo haría.
—¿Estás bien? —preguntó ella de repente.
«¡Joder! Concéntrate en los negocios. Doug Maynard está al otro lado de la línea. Manda toda esa sangre a la cabeza».
Conectó el teléfono y respiró hondo.
—Doug, adelante. Pongamos en marcha ese plan. ¿Tienes a alguien de confianza para que cambie la información verdadera por datos falsos?
—Mi yerno. Es un hombre íntegro.
—De acuerdo. Confío en tu buen juicio, así que no me falles. Intentaré contratar a algunos de los mejores rastreadores de IPs. Investiga un poco en la compañía. Dile a tu yerno que indague entre sus compañeros; que se fije en si alguien tiene problemas financieros o pasa una mala racha… Cualquier cosa podría darnos una pista de quién está traicionándonos.
—Lo haré. Creo que es lo más adecuado.
—Pon a buen recaudo todo lo relacionado con el Proyecto de Recuperación. Es nuestra prioridad número uno, ¿entendido?
—Por completo.
En el mismo instante en que colgó, llegó la pizza.
—¿Hay vino en la casa? —preguntó London mientras buscaba los platos, tenedores y algunas verduras para hacer ensalada.
Xander abrió la tapa de la caja de las pizzas y el aire se llenó de olor a orégano y ajo.
—No, solo había vodka. Y lo eché por el desagüe. Estoy seguro de que a Javier le encantará la idea.
London se mostró de acuerdo con una inclinación de cabeza. Se sentaron ante la mesa de la cocina y comenzaron a comer con entusiasmo, sin dejar de estudiar los documentos que contenía el maletín de Javier. Ella gimió cuando le tocó un mordisco con más queso de lo habitual y eso no ayudó demasiado a su libido. Si Javier seguía durmiendo durante toda la noche, ¿cómo iba él a contenerse y no ir a la habitación de London para intentar seducirla? Quizá debería hacerlo.
Ella le miró fijamente mientras bebía un poco de agua, con la indecisión brillando en su expresión.
—¿Puedo preguntarte algo?
—Claro. —En especial si le acercaba más a ella.
Aun así, ella hizo una pausa en la que pareció sopesar sus palabras.
—Tu hermano me lo preguntó esta tarde y no supe qué responderle. Creo… Creo que porque no existe respuesta. —Meneó la cabeza como si se diera cuenta de que estaba desvariando—. ¿Por qué yo? Uso Google, como todo el mundo. He visto fotos tuyas en las que estás acompañado de modelos preciosas, mujeres de la jet-set, incluso estrellas del porno. Javier está seguro de que te has acostado con cinco mil mujeres. ¿Exagera?
Por lo general, él habría esbozado una amplia sonrisa, halagado por sus palabras y habría evitado la respuesta soltando algo gracioso. Eso haría que ella se sintiera especial sin admitir nada, pero con London no quería hacer lo que solía hacer porque para él no era una mujer más.
—Posiblemente —se obligó a admitir—. Dejé de contar hace muchos años… —Hizo unos rápidos cálculos mentales, unas seis chicas a la semana durante los últimos dieciséis años era una cifra muy cercana a la realidad. Y sabía que en algunas ocasiones habían sido más, todas aquellas en que estuvo con más de una mujer a la vez como la noche que se fue de esa casa—. Esa cifra debe de ser bastante aproximada.
Ella contuvo el aliento y él intentó no sonrojarse. La vio retraerse ante sus ojos.
—Entonces yo no te voy a ofrecer nada de lo que necesitas. Creo que eres demasiado para mí. Solo te reirás de mí y pensarás que soy una estúpida virgen con sobrepeso que…
—Como termines esa frase, voy a zurrarte el trasero con tanta fuerza que no podrás sentarte durante una semana.
Ella le miró boquiabierta durante un momento. Parecía un pez boqueando fuera del agua.
—No te he dado permiso para que me sometas.
Cierto, pero… Adoptó su mejor mirada de Amo y la dejó paralizada con solo mirarla. La vio contener el aliento, pero ella le sostuvo la mirada, hasta que él se inclinó y arqueó una ceja. Solo entonces ella bajó los ojos al regazo.
—Ahora lo has hecho. Como una dulce sumisa. —Le puso un dedo debajo de la barbilla y la obligó a mirarle mientras le acariciaba las mejillas con la vista—. No soy demasiado para ti. Jamás te consideraré estúpida. Te adoro justo cómo eres, belleza. Eres una mujer de verdad, con sus curvas. En lo que respecta a ser virgen, será un honor para mí que me ofrezcas tu virginidad y pueda darte placer a cambio. Lo cierto es que me muero por hacerlo. —Le ofreció una amplia sonrisa—. Pero eso es decisión tuya. Es cierto que me elegiste para ello, pero quiero que vuelvas a hacerlo. —Meneó la cabeza antes de intentar explicarse—. Algo ha cambiado en mi interior y creo que es gracias a ti.
—No te esfuerces en conquistarme, por favor.
Aquellas palabras le irritaron, pero admitió que las merecía.
—Hablo en serio. Si me conocieras mejor, sabrías que no es mi manera habitual de seducir. Solo estoy intentando explicarte que jamás he querido, ni necesitado, explicarle nada a una mujer. Nunca.
Ella apartó la mirada, azorada.
—No es por mí. Es por tu hermano…
—Llevo toda mi vida a su lado. No.
—Me refiero a que es esta situación con Javier.
Él meneó la cabeza.
—No. Es diferente, lo admito. Y te agradezco el haber logrado algún tipo de contacto con él y toda tu ayuda, pero no es por eso. He intentado hacer lo que considero correcto con él durante todo el tiempo para poder volver a la normalidad, sin embargo no me había dado cuenta de lo mal que está. Me has hecho pensar, simplemente siendo tú. —Se detuvo y respiró hondo. Aquella conversación se había vuelto muy profunda y, por extraño que resultara, no le molestaba—. Has conseguido que quiera ser un hombre mejor; un hombre digno de ti.
Ella irguió la espalda, pero su respiración era jadeante y entrecortada.
—Estás loco. Apenas me conoces.
—Las menudencias, las particularidades y rarezas, cómo te gustan los huevos o si prefieres ducharte o bañarte, no, tienes razón. Sin embargo, aquí dentro me hago una idea bastante aproximada de cómo eres —aseguró, acercando su mano al valle entre sus pechos, sobre su corazón. Éste palpitaba un poco más rápido de lo normal y cuando se inclinó hacia ella, se aceleró todavía más.
Él sonrió.
—Haces difícil que pueda resistirme a ti. Lo sabes, ¿verdad?
—Sería fácil decirte que no lo intentaras, pero te quiero dispuesta y receptiva. Aunque te deseo tanto como te deseaba en el club de tu prima, me alegro de haberme detenido. Te mereces que la primera vez sea especial.
London le estudió durante un buen rato, con los ojos azules llenos de dudas. Por fin, bajó la mirada y tomó otro mordisco de pizza.
—Quiero creerte.
Él ya había jugado antes a eso. Él mentía y las mujeres le imitaban al decir que creían en su sinceridad. Las hacía sentirse mejor y aquello duraba por lo menos hasta que se enfriaban las sábanas. Con London no era así. Ella estaba intentando realmente creer que era especial, diferente a los miles de mujeres que se había llevado a la cama. Deseó encontrar las palabras para hacérselo entender. O mostrárselo. Sí, eso es lo que más le gustaría.
—No conozco las palabras adecuadas para hacerte comprender lo sincero que soy, pero estoy dispuesto a decírtelo todas las veces que sean necesarias, a esperar todo lo que necesites. Además de eso, trabajaremos juntos para mantener el negocio a flote y rescatar a Javier. E incluso aunque no llegue a pasar nada entre nosotros, siempre te estaré agradecido porque has conseguido que me replantee mi vida.
Ella apretó los labios y se puso rígida al tiempo que se inclinaba hacia él. De repente, se le lanzó encima y le cubrió la boca con la suya. La de ella, suave, se amoldaba perfectamente a sus labios. Él aprovechó la ocasión y la apretó contra su cuerpo. Tenía el miembro más duro que nunca. Ella gimió y se frotó contra su cuerpo, jadeando en el interior de su boca con desesperación. London le excitaba como ninguna otra, no podía resistirse a ella. Se concentró en explorar y aprender su sabor. Era posible que fuera nueva en su vida, pero resultaba familiar, casi como volver a casa.
Sus amigos le hablaban de eso cuando se casaban. Describían a sus esposas como un ancla, como un apoyo sin el que no sabrían vivir. En lugar de asustarse por aquella cuestión, se sintió más excitado y la apretó con más fuerza, al tiempo que se preguntaba si podría quitarle aquel vestido en treinta segundos o menos y reclamarla por completo.
El estruendoso timbre del teléfono fue como una campana. Xander hubiera querido ignorarlo, pero ella se retiró al escucharlo.
—Estoy avergonzada… —Ella se dio la vuelta.
Él la retuvo por el codo con una mano mientras cogía el teléfono con la otra.
—No lo estés. Déjame responder, luego hablaremos.
Al verla asentir, cogió la llamada. Era Maynard para informarle de la manera en que su yerno iba a sustituir la información de la base de datos y cómo pensaba rastrear las IPs de los visitantes. Cuarenta minutos después, colgó y miró a su alrededor, buscándola. Estaba sentada frente al portátil, concentrada, con el pelo recogido en una coleta que colgaba sobre su espalda, unas mallas grises y una sudadera rosa que resaltaba sus pechos. Al verla, su erección quedó cautivada.
—Estás mirándome fijamente. —Era evidente que eso la ponía nerviosa.
—Te diré lo que pienso. —Sonrió de oreja a oreja.
—Puedo adivinarlo, y no me ayudará a terminar antes el borrador de este informe anual.
—El del año pasado fue horrible.
—Sí, Javier me lo dijo. ¿Por qué no permitió que le ayudaras, si acababa de enterarse de la muerte de su esposa?
Una pregunta sencilla y lógica.
—Lo cierto es que no lo sé. Cada uno de nosotros adoptó su papel hace mucho tiempo. La verdad, creo que yo estaba satisfecho con el mío, o eso me decía a mí mismo. Imagino que finalmente me di cuenta de que no se puede ir de fiesta en fiesta y de mujer en mujer y encima esperar que la vida tenga sentido. Tengo treinta años y no he hecho nada en mi vida. De hecho, soy afortunado de no tener algún hijo o enfermedad.
La expresión de London era más compasiva de lo que a él le gustaba.
La miró con el ceño fruncido.
—No busco simpatía. Soy el típico pobre niño rico, lo sé. Bua, bua…
—Así que tenías todo el dinero que podías desear y todas las cosas que este podía comprar. —La vio encogerse de hombros—. ¿Y quién te quería?
Una pregunta jodidamente dolorosa. La respuesta brilló en su mente como una llama y la cólera inundó su alma.
—Estoy bien.
—Creo que no lo estás. Y sé que Javier tampoco lo está. Eso hace que quiera abrazaros a ambos con todas mis fuerzas.
La ira lo inundó. Odiaba sentir que se ponía a la defensiva, pero no luchó contra ello.
—No necesito tu lástima.
Ella se irguió en el asiento y meneó la cabeza.
—No se trata de eso. No siento lástima por ti, solo quiero que los dos sepáis la alegría que proporciona amar y ser amado. Mis padres me amaron sin condiciones. No éramos ricos, pero lo habrían dado todo por mí. Yo tenía amigos e incluso tenía un gato que me seguía a todas partes; un siamés que se llamaba Merlín. No necesitaba ropa de marca ni diamantes para sentirme rica. En realidad me gustaría que supierais lo que se siente al pertenecer a alguna parte porque eres amado por las personas que te rodean.
Santo Dios, acababa de clavarle un cuchillo en lo más profundo; eso era lo que él no había tenido nunca. Y cuanto más hablaba ella del calor y de la sensación de pertenencia que el amor proporcionaba, más lo quería. Lo ansiaba con desesperación. Como un adicto que quisiera su dosis.
Y, de repente, todas las piezas encajaron en su lugar. Se había enamorado de esa chica a la que conocía desde hacía apenas unos días, con la que todavía no se había acostado y que era inocente e inteligente a la vez, porque le convertía en el centro de su universo. Miró en su interior y supo lo que estaba mal. Qué era aquello sin lo que no podía vivir.
Xander la miró fijamente mientras se preguntaba cómo demonios había cambiado el eje de su mundo en tan solo setenta y dos horas. ¡Joder! Eso no importaba. Lo único que importaba era cómo llegar a ella, cómo hacer que le amara, que dependiera de él, que nunca dejara de desearle. London era la ternura, el brillo del sol y, por primera vez en su vida, se moría por sentirse harto de eso.
—Eso es lo que yo quiero también —susurró.