Capítulo 7

Xander se paseó por la suite que ocupaba en el hotel. No era el Ritz; olía un poco a moho, pero no era eso lo que le preocupaba en ese momento. Sostuvo el teléfono, casi aplastándolo entre los dedos. Era la única manera de impedir que lo lanzara contra la pared.

London. No había dejado de pensar en ella durante los últimos días. Su pelo pálido; su sensibilidad; sus pechos, redondos y perfectos; el tímido flirteo de sus ojos entre las largas pestañas que tanto contrastaba con el sexual striptease del que había sido testigo sin querer…

La manera en que le había ofrecido su virginidad fue perfecta, sin embargo, luego le dio un número de teléfono falso… Sin dejar de aparentar aquella imagen tan cándida.

Llevaba cuarenta y ocho horas intentando ponerse en contacto con ella o con alguien que pudiera ayudarle a encontrarla. Nada había funcionado y ya tenía suficiente.

Fuera por la razón que fuera, se había quedado prendado de esa chica.

Probablemente era algo temporal, en cuanto se hubiera acostado con ella un par de veces le ocurriría como con todas las demás mujeres, ¿verdad? No quería ser él quien la desvirgara. No quería hacerle daño; no quería aquella responsabilidad.

Bueno, al menos no lo quería la parte racional de su mente, pero en lo más profundo de su ser, a un nivel visceral que jamás había experimentado, quería marcarla. Dejar en ella una huella permanente y saber que, en ese momento concreto, era suya.

¿Qué demonios le pasaba?

No lo sabía. Fuera lo que fuera le urgía a coger las llaves, salir de allí y atravesar la ciudad a esa hora punta de la tarde. Decidido, llamó a Tara para pedirle la dirección de Luc y Alyssa. Diez minutos después se encontraba llamando al timbre de su puerta.

Luc abrió la puerta con su hija Chloe en brazos.

—¡Hola, Xander! Pasa, hombre.

Luc dio un paso atrás y él entró. Escuchó a Alyssa moviéndose en la cocina.

—Gracias. Me preguntaba si podía hablar un momento con tu mujer. Tengo que hacerle una pregunta. Necesito localizar a alguien que conocí el otro día en Las Sirenas.

En el rostro bronceado de Luc apareció una expresión comprensiva antes de guiñarle el ojo.

—Tiene como norma tratar a las chicas del club como si fueran de la familia, así que posiblemente pueda ayudarte. Pero no te sorprendas si te larga el discursito de «mamá gallina», todavía está intentando solucionar los estragos que causó Tyler en el personal. Gracias a Dios que apareció Delaney.

Vio como Luc se reía antes de caminar delante de él hasta la cocina. Alyssa estaba preparando carne asada y buscaba una cacerola en el estante debajo del fogón.

Al verle, alzó la cabeza y sonrió.

—¡Hola! Estaba a punto de llamarte para decirte que tu hermano está aquí.

Si había algo sobre lo que no quería hablar en ese momento era sobre Javier. Ya había tenido suficiente con aquella letanía de «vete a la mierda» que le había soltado. Javier no lo quería ni como socio ni como hermano, así que…

—No me quedaré demasiado tiempo. El otro día pasé por Las Sirenas Sexys y conocí a una chica llamada London. ¿Trabaja para ti?

Alyssa permaneció en silencio con el ceño fruncido antes de mirar a su marido.

—London no trabaja para mí —confesó con un suspiro—. Es mi prima.

«¿Su prima? ¡Oh, mierda!».

—No lo sabía.

Ella le miró fijamente.

—Me contó que te había conocido. ¿Le pediste que fuera a comer contigo?

Entre otras cosas. Esperaba no estar ruborizándose, pero para su consternación notaba cierto calor en la cara.

—Quiero hablar con ella.

Lo primero que quería en realidad era abrasarla con la mirada y conseguir que le ofreciera una explicación razonable para salir huyendo tras darle el número de teléfono de un videoclub. A continuación, quería arrancarle lo que fuera que llevara puesto, inclinarla sobre su regazo y zurrarle el trasero. Más tarde quería excitarla hasta que se volviera loca y le rogara que la follara. ¿Y después? ¡Oh, sí! Después le daría todo lo que quisiera y más.

—Antes deberíamos hablar de tu hermano. Está borracho como una cuba. Por lo que sé le visitó un detective privado y le dijo que…

—Javier no es problema mío. No me quiere en su vida y no tengo por costumbre meterme en asuntos ajenos. Contrataré a alguien que le lleve a casa. Estoy aquí por London.

Alyssa emitió un suspiro de exasperación, pero se encogió de hombros.

—De acuerdo. Sígueme.

Caminó detrás de la mujer. Sus tacones de aguja repicaban en el suelo de baldosa cuando salió de la cocina y atravesó el pasillo hasta una acogedora salita a la izquierda. Había un enorme sofá de piel marrón pegado a la pared, sobre el que se encontraba tendido Javier cuan largo era, con los ojos cerrados y medio inconsciente. Sentada junto a él, en el borde del sofá, sujetándole la mano, estaba London.

La imagen fue como un puñetazo en el estómago. Como si no pudiera respirar durante un momento. El sol entraba por la ventana creando un halo en torno a su pelo rubio, que caía suavemente por su espalda. London llevaba puesto un vestido playero, algo brillante y lleno de colores, y una chaqueta de punto. La ansiedad era evidente en su gesto. ¿Cuándo demonios había conocido ella a Javier? ¿Cómo era posible que lo conociera tan a fondo como para estar preocupada por él?

Ella estaba susurrándole algo a su hermano, algo que él no podía escuchar. Su primer instinto le impulsó a arrancarla del lado de Javier y besarla hasta que perdiera el conocimiento. Otra parte de él se alegraba muchísimo de que su hermano hubiera encontrado a alguien que se preocupara por él.

—Cariño —dijo Alyssa—. Tienes una visita.

London alzó la cabeza y le vio. Él la miró fijamente con una pizca de desagrado.

Le satisfizo verla jadear.

—Xander.

Él sonrió pero no fue una sonrisa agradable.

—Te he estado llamando.

Ella se estremeció, soltó los dedos de Javier y se levantó para acercarse a él.

—¿Qué tal estás?

—¿La verdad? Un poco enfadado. ¿Por qué lo hiciste?

Ella bajó la mirada antes de encogerse de hombros.

—No pensé que fuera importante.

—Porque estabas segura de que no te llamaría. —No era una pregunta, lo sabía.

Y lo que más le enfadaba era admitir que si se tratara de otra mujer y otro número de teléfono se hubiera deshecho de ambos sin mirar atrás. ¿Por qué ella era diferente?

—He estado llamando sin parar a un videoclub cerrado.

—Lo siento. —Al ver que arqueaba una ceja, ella se apresuró a continuar—. De verdad. Imagino que debería haber tenido el valor necesario para decirte que pensaba que no era buena idea volver a vernos.

—Solo quería ir a comer contigo.

Ella vaciló. La vio mirar por encima del hombro a su hermano, que les observaba con los ojos apenas abiertos. Javier estaba borracho. Otra vez. Aquello era jodidamente perfecto.

Alyssa se sentía tan incómoda como ellos.

—Voy a… Voy a terminar lo que estaba haciendo en la cocina —se disculpó sonriendo.

Cuando la prima de London desapareció, él se acercó despacio a ella.

—El otro día querías mucho más que una comida. Estoy dispuesto a ello. De hecho, me muero por hacerlo.

Las palabras fueron solo un susurro. Aunque no tenía la certeza de que debiera ser el primero para ella, ¿quién mejor que él? Puede que no tuviera grandes objetivos en la vida, pero sabía satisfacer a una mujer en la cama. Dejarla en manos de un inepto… No, no podía hacerlo. Ella había esperado mucho por razones que él todavía no conocía. Quería que disfrutara de su primera experiencia.

Y estaba decidido a tener una parte de ella que no tendría ningún otro hombre.

Ella abrió la boca antes de volver a mirar a Javier. Él se inclinó para ver su expresión y ésta fue toda una sorpresa. London observaba a Javier con preocupación, con completa ternura y bondad. Pero también le miraba como si fuera un dios; como si quisiera acurrucarse contra él, desnudarse y darle todo lo que pudiera de sí misma.

«¡Joder!».

Sí, podía darse la vuelta y largarse. Había muchas mujeres en el mundo, incluso en esa ciudad de mierda. Podía follar donde quisiera, en cualquier momento, con la chica que eligiera… Pero la deseaba a ella.

Se pasó la mano por el pelo, intentando buscar una explicación para la obsesión que sentía por aquella virgen. ¿Qué tenía para que no pudiera sacársela de la cabeza?

Era real. Le había rechazado. Y por primera vez en mucho tiempo quería conocer a una mujer más allá de su apariencia y lo que le gustaba hacer en la cama.

—Xander, no tienes por qué decirme lo que crees que quiero escuchar —explicó ella, volviéndose hacia él—. Fuiste muy claro. Ya he aceptado que no te intereso…

—No, eso es lo que dedujiste tú; yo no lo dije —contraatacó, mirándola con una furia y unos celos que le sorprendían incluso a él mismo—. Me dejaste anonadado. Quería hablar contigo antes de continuar; asegurarme de que querías mantener relaciones sexuales antes de que fuera demasiado tarde. London, te devoré hasta que te corriste en mi boca. ¿Qué más quieres que haga para demostrarte que me interesas?

Ella se sonrojó mientras miraba otra vez con nerviosismo a Javier, que seguía observándolos totalmente ido. Estaba claro que su hermano no se enteraba de nada, y eso le parecía bien.

—¿Tenías que mencionar eso? —le reprochó con las mejillas rojas.

—Sí, si vas a actuar como si no existiera. No pienso permitir que me vuelvas a apartar. Te deseo, London.

—Hay muchas otras chicas mucho más guapas que yo. ¿Por qué no buscas a alguien más experimentado? Creo que necesito a un hombre que siga mi ritmo.

—¿Así que quieres a un tipo agradable que conozcas en una biblioteca o en la iglesia?

—Sí. Quizá.

La imagen subió hasta su cerebro y le hizo ver rojo.

—Gilipolleces. ¿Crees que un hombre así haría que te hirviera la sangre en las venas, belleza?

—Es posible que eso sea lo que tú quieres, pero yo ando buscando algo más… significativo.

—¿Más significativo? Me ofreciste tu virginidad en la cama de tu prima como si no pudieras esperar a deshacerte de ella. —Ladeó la cabeza. Como esperaba, ella no respondió—. Tienes miedo.

—Un poco. —La vio mordisquearse el labio, como si le costara admitirlo.

Él se tranquilizó un poco. London estaba protegiéndose. Era evidente que conocía su reputación y no podía culparla. Si él estuviera en su lugar, también tendría ciertas reticencias. Pero eso no hacía que fuera menos molesto.

—Entiendo. Ven a comer conmigo. Hablaremos. —Cuando ella le miró como si fuera a rechazarle, no le dio tiempo a hablar—. Solo quiero conversar. Te tranquilizaré. Si todavía tienes dudas o no estás preparada, te dejaré en paz. Sin presiones ni enfados.

No estaba seguro de poder mantener su palabra, así que tendría que lograr convencerla. Porque pensar en no volver a verla le sacaba de sus casillas. No estaba seguro de si lo que le espoleaba era la emoción de la persecución —algo inaudito para él— o porque ver el mundo a través de los ojos de London era pura frescura. El sexo, que hacía tiempo que había dejado de ser diferente e interesante para él, era nuevo para ella. Porque, para London, todo era nuevo.

No pensaba darse por vencido.

—Venga, arriésgate. —Se acercó un paso hacia ella y le rodeó la cintura con un brazo para aproximarla todavía más—. Si lo que te preocupa es no tener demasiada experiencia o alguna cosa por el estilo, olvídalo. Hace días que no puedo pensar más que en ti.

Ella separó sus dulces labios rosados junto a su pecho. La vio parpadear y deseó ser lo único que vieran esos preciosos ojos azules. No era capaz de resistirse a ella y tampoco iba a intentarlo.

Bajó la cabeza y capturó su boca. ¡Santo Dios! Era como recordaba y mucho más. El añorado aroma a cítricos y flores le envolvió mientras sus labios se disolvían contra los de él como algodón de azúcar. Se hundió en su boca sedosa y le enredó los a dedos en el pelo para acercarla todavía más. Era muy raro que se excitara con un solo beso, pero ya estaba duro por ella.

¡Joder! Quería inhalarla. Su dulzura… Eso es lo que había obnubilado su mente.

Ella se había apoderado de su cabeza hasta el punto que se había preguntado si imaginó su dulce sabor a miel y la suave sensación de su cuerpo contra el suyo.

Durante años había follado con chicas cuyas figuras parecían ramas de árboles. Ya no le iban las chicas, sino las mujeres hechas y derechas. London le había transformado. A partir de ese momento, los pechos rotundos y las caderas redondas serían indispensables.

Ella abrió más la boca bajo la suya y él sorbió con codicia cada partícula de su ser que le ofrecía. Se hundió entre sus labios con un hambriento gemido con el que la reclamaba para sí mismo. ¿Se cansaría alguna vez de la manera en que le hacía sentir? London se sometía al beso, no importaba lo voraz que fuera, se entregaba por completo. Con ella, se sentía un gigante. Era jodidamente perfecta. Le excitaba como ninguna otra.

Y aquella no era la mejor posición para aquello, pero Javier ocupaba el único sofá de la estancia. Se acercó a una pared, pegando la espalda de London contra ella y tomando el control absoluto del beso. Al cabo de un rato le mordisqueó el cuello antes de acercar los labios a su oreja.

—Me pones a cien, belleza. La semana pasada fui un idiota por vacilar. No te he podido olvidar, no he deseado a nadie…

Ella le empujó.

—Basta.

La vio jadear mientras introducía una mano entre sus cuerpos para apoyarla sobre los pechos, como si tratara de coger aliento. Aunque la imagen era erótica a más no poder, daría cualquier cosa por tener la palma donde la tenía ella. Le daba muchas ideas.

Arqueó las caderas y presionó la pelvis contra su vientre, dejando que sintiera cuánto la deseaba.

—No, no es bastante. No sé si será bastante en algún momento Me muero por tocarte. Dame otra oportunidad, y conseguiré que disfrutes como nunca.

No le dio la oportunidad de responder antes de sustituir la mano de ella por la suya. La ahuecó sobre su pecho, frotando el pezón con la palma. Ella se balanceó sobre los talones y gimió con suavidad. La vio cerrar los ojos al mismo tiempo que su cuerpo se volvía flexible contra el suyo.

—Xander… —Ella entreabrió aquellos ojos azules y le miró con vulnerable sensualidad.

Él contuvo el aliento mientras seguía jugando con su pezón en una lenta caricia.

La pasión suavizaba la cara de London, en la que se podía leer cierta sorpresa. Era evidente que no esperaba sentirse tan excitada con aquel contacto. Era demasiado novata en el deseo, y él quiso avivar sus llamas hasta que ardiera con tanta intensidad que no volviera a pensar en dejar su cama.

—Belleza, te voy a dar todo el placer del mundo. —Siguió frotando el duro brote lentamente, una y otra vez, recreándose en cómo se avivaba el color de sus mejillas.

En cómo sus labios se separaban en silenciosa invitación para que se apoderara de ellos.

¡Santo Dios! No iba a poder esperar mucho más. Ése no era el lugar adecuado para tomar su virginidad. No era el momento. Pero tenía que tener más de ella; tenía que ver esos hermosos pechos otra vez. Succionarlos, saborearlos. Recordarle lo bien que podía hacerla sentir.

Desabrochó uno tras otro los botones del vestido para separar los bordes de la prenda. Llevó una mano a su espalda para soltar el sujetador. Se retiró un poco para capturar los pechos con las palmas. El sujetador seguía cubriendo sus pezones y la pared le impedía maniobrar con soltura. ¡Joder! Quería desnudarla. Quería que los rayos de sol que entraban por la ventana incidieran en su pálida piel e iluminaran esos pezones rosados antes de metérselos en la boca. Quería arrancarle la ropa, ponerla de rodillas y alimentar aquella boca exuberante con su miembro.

—Xander —jadeó ella con la voz entrecortada.

Era el sonido más dulce que hubiera oído nunca. Se lo demostró, saboreándole la piel. Ella gimió cuando la besó en el cuello, luego le rozó la clavícula con los labios camino de los pechos. Separó el sujetador para capturar el pezón. Estaba duro contra su lengua. ¡Oh, qué dulzura! Ella enredó los dedos en sus cabellos y le obligó a acercarse más. Así… perfecto. La tenía casi dónde quería, aunque prefería verla tumbada de espaldas en una cama, con él entre sus piernas separadas. Pronto, se prometió a sí mismo. Muy pronto.

Apartó el sujetador un poco más, pero las mangas del vestido le impedían quitárselo por completo. Daba igual, se las arreglaría.

Belleza, sea lo que sea lo que necesites, quiero dártelo. Ábrete para mí. Te prometo que conseguiré que sea una experiencia que nunca olvidarás.

Se escuchó el rechinar del cuero seguido de un rugido en el otro lado de la sala.

—¡Aparta tus putas manos de mi secretaria!

«¡Javier!». Reconoció la voz de su hermano.

¿London era la secretaria de Javier? ¿Desde cuándo?

Javier se acercó a ellos y le sujetó por el cuello de la camiseta para lanzado contra la pared. Luchó contra él, pero su hermano resultaba demasiado fuerte y ágil para estar tan borracho.

—¡Suéltame! —Le dio un codazo en el estómago que consiguió que aflojara un poco su agarre.

Miró a su hermano a la cara. Le apestaba el aliento a vodka… y su mirada ardía, imaginaba que por estar viendo los pechos expuestos de London. De hecho, su hermano parecía arrobado. Contenía el aliento como si estuviera demasiado impactado y moverse o hablar pudiera romper el hechizo. London miraba a Javier temblorosa, como si estuviera fascinada y aterrorizada a la vez. Se había quedado paralizada y se percibía el alocado palpitar de su corazón en el pulso de la base del cuello. No le cupo ninguna duda de que en unos segundos, su hermano pasaría las manos por los pechos que él acababa de saborear.

«¡Ni hablar!». No pensaba permitirlo. Además, ningún jefe debería poner «sexo» y «secretaria» en la misma frase.

Pero sin duda, los pensamientos de Javier habían tomado ese camino. Lo vio alzar la mano y dirigirla al rotundo pecho que subía y bajaba con la respiración entrecortada, al duro pezón, todavía mojado con su saliva.

—No lo hagas —gruñó.

Su orden rompió el hechizo. Con un gemido, London se bajó el sujetador, se lo colocó y llevó las manos a la espalda para volver a abrocharlo. Vio que se le llenaban los ojos de lágrimas. Y eso le irritó.

—La has avergonzado —acusó a Javier, estirando la mano hacia ella para ayudarla.

Su hermano soltó un gruñido y se interpuso entre ellos, apartándole el brazo de un manotazo.

—No vuelvas a tocarla.

Estaba a punto de decirle a Javier que London le había ofrecido su virginidad, pero eso solo la desestabilizaría más, aparte de que sería una falta de respeto.

—Estábamos hablando y nuestra conversación no te incumbe.

—Eso no es hablar; es magrear. Sé mucho mejor que tú quién y qué es bueno para ella. —La expresión de Javier era furibunda—. Te la tirarás y luego la dejarás por una puta barata cualquiera que esté dispuesta a chupártela en un baño. Dime que me equivoco. Dime que nunca te la han mamado mientras circulabas por la autovía de Santa Mónica, al doble de lo permitido, cualquier madrugada.

Xander no podía decir que no hubiera hecho ninguna de esas cosas. Rojo de ira apretó los dientes y se inclinó hasta pegar la nariz a la de Javier.

—Cállate. Esto es un asunto entre London y yo. Tú eres su jefe, no su novio ni su amante. Ni su Amo. Sé que te gusta controlar todo y a todos los que te rodean, pero ¿sabes qué? Eso no va conmigo. Eres como el Titanic, Javier. Te estás hundiendo y no permites que nadie te ayude. No pienso dejar que arrastres a London contigo.

Javier abrió la boca con gesto de desagrado, pero un leve sollozo rompió la tensión del momento. Él siguió la mirada de su hermano hasta London. La joven tenía los ojos azules llenos de lágrimas, la nariz roja y le temblaba la barbilla.

Parecía una niña desconsolada. Se apretaba las manos contra el pecho con los ojos enrojecidos. A él le dio un vuelco el corazón.

—Basta. Parad los dos. —London apenas fue capaz de decir las palabras sin tartamudear.

Mientras Javier y él estaban a punto de lanzarse a la yugular del otro, ella se había vuelto a poner el sujetador y casi había terminado de abotonarse el vestido.

Cuando el último vislumbre de su escote desapareció detrás del algodón, él sintió que su hermano se relajaba un poco. Javier la deseaba… La deseaba mucho. Y London no era inmune a él. Aquello no lo había previsto. «¡Joder!».

—Lo siento. —Esquivó a su hermano para acariciar la espalda de London y tranquilizarla.

Javier permaneció pegado a la pared; parecía que no se atrevía a moverse.

—¿Te encuentras bien, pequeña? —se limitó a decir.

Ella se sonrojó y bajó la vista. Todo su cuerpo pareció suavizarse. A él no se le escapó lo sumiso de su postura. Ni tampoco a Javier. Una mirada le indicó que, sin duda, Javier sabía que ella disfrutaría sometiéndose.

—Estoy bien —susurró ella—. Solo…

Parecía como si London quisiera disculparse ante Javier y le resultara demasiado torpe hacerlo envuelta por el abrazo del hermano que él despreciaba. Vio cómo Javier aceptaba sus palabras con un gesto de cabeza, poniendo fin a la conversación.

—Me gustaría ir a casa. ¿Puedes llevarme? —preguntó su hermano a London, sin mirarle a él ni una vez.

Xander no quería sentirse dolido, pero ésa era otra demostración más de que su hermano no le necesitaba ni lo quería en ninguna parcela de su vida. London había sido su secretaria durante un par de días, ¿por qué parecía dispuesto a confiar en ella y no en quien era de su misma sangre? Era un misterio. Dejando eso a un lado, no había manera humana posible de que dejara a London sola con Javier mientras estaba tan borracho… y excitado.

—Yo conduciré. —Lo expuso como una sugerencia aunque era una orden.

Javier le miró.

—¿Todavía no te has enterado del significado de «vete a la mierda»?

—No confío en ti, en ese estado, con ella.

—Cabrón. —Su hermano retorció la cara lleno de cólera—. Nunca le haría daño. Lo sabes.

—¿Sí? —Le desafió él—. ¿Y qué me dices de Whitney?

La cara de Javier adquirió un tono casi púrpura.

—Tuve… tuve un episodio ese día.

—Y podrías tener otro en los próximos diez minutos. Si quieres que London vaya contigo, yo conduciré.

Cuando Javier abrió la boca para discutir, ella se interpuso entre ellos y le puso una mano a cada uno en el pecho. Él sintió que el contacto le atravesaba de pies a cabeza. La lujuria inundó sus venas. Incluso un leve roce como ése le ponía a cien y lo único que quería era tocarla, besarla. A esas alturas de su vida, no tenía que esforzarse para acostarse con cualquier chica hermosa. Pero London había cambiado las reglas del juego.

—Es lo mejor, señor. No está en condiciones de conducir y yo no puedo hacerlo. Será mejor que conduzca Xander.

—¿Por qué no puedes? —Javier frunció el ceño.

La vergüenza fue visible en su expresión al tiempo que bajaba tanto los brazos como la vista.

—Me han declarado no apta para conducir.

Javier suavizó el gesto y le pasó el brazo por los hombros.

—¿Es por la misma razón por la que debes tomar medicinas, pequeña?

Clavó los ojos en la caricia de su hermano con el ceño fruncido. ¿Cómo demonios sabía Javier que London tomaba medicamentos? Él no sabía nada de eso.

Claro que tampoco había preguntado.

—Sí —susurró ella.

—¿Estás enferma? —Xander no tenía intención de acosarla, pero su tono apremiante la hizo estremecer.

N-no. No es lo que piensas —aseguró ella, pero no le sostuvo la mirada.

Él le puso un dedo debajo de la barbilla y le alzó la cara hacia la suya.

—¿Esto tiene algo que ver con que no quisieras que te viera la espalda cuando estabas desnuda?

La tez de London adquirió un tono profundamente rojo antes de que lanzara una mirada furtiva a Javier, que tenía los ojos abiertos como platos. Parecía muy furioso.

—¡Sucio hijo de perra! —Su hermano arremetió contra él—. ¿Qué le has hecho?

—¡Basta! —gritó London—. Los dos. Señor —miró a Javier—, conocí a Xander poco antes de que usted me entrevistase. Nuestra relación es personal y no tiene nada que ver con mi trabajo. Me ha pedido que no hable del trabajo fuera de la oficina; pues bien, tampoco hablaré de mi vida privada en el trabajo. —Antes de que él pudiera hacerle una ovación por no haberse dejado presionar por su hermano, ella le miró a él. Sus ojos azules brillaban de dolor y reproche—. No sé por qué estás tratando de convencerme de que… has cambiado de idea. No sé por qué intentas hacer valer algún tipo de reclamo sobre mí cuando los dos sabemos que Javier es solo mi jefe y que tú me dejarás atrás antes de que las sábanas se enfríen. Por favor, no me metáis en vuestras discusiones. No pienso interponerme entre vosotros. Voy a decirle a Luc donde voy. Me reuniré con vosotros en la puerta.

London salió de la estancia y él no pudo más que notar que tanto él como su hermano la seguían con la vista hasta que desapareció. Una silenciosa tensión flotaba en el aire. Los dos estaban jodidos. Xander había sospechado cuando la conoció que debajo de aquella dulce naturaleza, London escondía un fuerte carácter.

Ahora se lo acababa de demostrar. Y le gustaba.

A su lado, Javier se pasaba la mano por el pelo al tiempo que mascullaba una maldición sin dejar de mirar fijamente el punto por el que ella había desaparecido.

—No quiero que te acerques a ella.

Él se puso rígido.

—Yo tampoco te quiero cerca de ella, pero no voy a intentar imponer mi voluntad. Ni tú tampoco lo harás.

Sabiendo que solo iban a acabar discutiendo otra vez y que London era más importante que cualquier otra cosa, salió de la estancia detrás de ella. Escuchó que a su espalda, Javier entraba en el baño. «¡Bien!». Quizá dispusiera de unos minutos a solas con London.

Pero en vez de eso, se topó con Luc, que le miró airadamente con una ceja arqueada.

—Vamos a hablar. Solo tenemos un momento porque London está cogiendo algunas cosas en su habitación y no sé cuánto tiempo estará tu hermano en el baño, pero dudo que sea más de un minuto. Rápido, ¿qué ocurre con vosotros tres? ¿Por qué está llorando la prima de mi mujer?

Por mucho que le hubiera gustado decirle a Luc que no era asunto suyo, aquello no serviría de nada. Ese hombre podía hablar con Alyssa, quien sí podía interponerse entre London y él. Había llegado el momento de ser honesto.

—Javier ha bebido más de la cuenta para conducir, y London no puede hacerlo… Por cierto, ¿podrías explicarme por qué?

—No. Ese secreto es de ella. Si quiere que lo sepas, te lo contará ella misma.

Por su mente pasaron un millón de posibilidades, la mayoría terribles. ¿Qué demonios le había ocurrido a London? ¿Quién lastimaría a alguien tan dulce? Se sintió frustrado, pero una mirada al semblante testarudo del chef, le dijo que ese hombre no diría nada.

—Está bien —cedió—. Si ella no conduce, alguien tendrá que hacerlo. Me he presentado voluntario. No confío en mi hermano a solas con ella.

—¿Y por qué tenemos que confiar en ti a solas con ella? Todos sabemos que eres el rey de los polvos de una noche. —Luc cruzó los brazos sobre el pecho.

—London es una mujer adulta.

—Apenas ha salido del cascarón y lo sabes.

Por supuesto que lo sabía.

—Confía un poco en ella. Es posible que no sea la mujer con más experiencia del mundo, pero posee la suficiente inteligencia para tomar sus decisiones.

—Quizá, pero solo para quedarme más tranquilo, te diré que poseo una enorme colección de cuchillos, algunos muy afilados; otros… no tanto. —Luc se encogió de hombros como si sus palabras no tuvieran importancia, aunque le delataba la tensión de sus músculos—. Con esos últimos, cuesta un poco más cortar la carne.

Él puso los ojos en blanco intentando no gemir.

—Luc, vamos, hombre…

—Hablo en serio. ¿Te parece que bromeo?

No, en absoluto.

—Estoy tratando de proteger a London. Javi es un Amo sin preparación que trata de enterrar su instinto y necesidad en el trabajo, la culpa y el alcohol. No está centrado. Antes de que viniéramos a Lafayette, intenté que respondiera con una sumisa en el club de Thorpe, en Dallas. Se largó en medio de la escena. Simplemente se dio la vuelta y se fue. Si yo no hubiera estado allí, esa chica se habría quedado atada a un banco de azotes en una mazmorra. Si tú no estás al tanto de estas cosas, pregúntale a Logan, Hunter o Jack; ellos te explicarán lo malo que es eso.

—No necesito que me expliquen nada. No creo que London vaya a permitir que tu hermano la ate y azote esta noche.

Algo comenzó a arderle en el pecho; celos. «¡Celos!». Jodidamente fantástico.

—Si tengo en cuenta la manera en que Javi la mira, podría intentarlo. O al menos tumbarla en la cama para meterse entre sus piernas.

Luc arqueó una ceja.

—Antes tendría que permitírselo London. Y es una chica muy dulce.

Sí, lo era, pero quería dejar de ser virgen. Y él había sido testigo de cómo había mirado a su hermano. Se lo permitiría.

—No quiero darle la oportunidad. En lo que a mí respecta, ella es mía. No pienso darle a Javier la oportunidad de que me la robe antes de que yo lo haya intentado. —Antes de que tuviera la oportunidad de hacerla suya.

—Dejar a London a solas con Javier solo debería preocuparte si pensaras que ella también está interesada en tu hermano.

A otro lado de la pared, sonó la cisterna. Javier saldría en cualquier momento.

Luc y él debían aclarar las cosas ya.

—Da igual. —Xander negó con la cabeza—. Yo la vi primero.

—Madura… —le recriminó Luc.

—No estoy preparado para renunciar a ella, en especial por Javi. ¡Es un desastre!

—Quizá, pero no creo que tú estés preparado para ser un hombre de una sola mujer. Sería mejor que la dejaras en paz.

El agua corrió en el lavabo dentro del baño al tiempo que él se erizaba.

—Puedo ser bueno para ella.

—London no tiene experiencia para tratar contigo —explicó Luc.

—La trataré como a una reina.

—Pero aún así la dejarás, y no tardarás mucho.

Por lo general estaría de acuerdo, pero ¿en ese momento?

—Eso no lo sabes. Sea como sea, no pienso renunciar a ella. Puedo proporcionarle una experiencia digna de recordar.

Luc ladeó la cabeza, pensando en sus palabras.

—¿Y quién la recogerá cuando el orgasmo se desvanezca?

—¿Por qué te has puesto en plan padre de una hija adolescente? Te he dicho que la trataré bien. Que estoy interesado en ella. No puedo comprometerme a nada más. Hace solo tres días que la conozco.

Con una sacudida de cabeza, Luc pareció sopesar esas palabras antes de cambiar de táctica por completo.

—¿Sabes qué? Creo que tu hermano te necesita de verdad.

Él se puso en guardia.

—No es eso lo que dice.

—Como tú mismo has dicho, está dominado por la ira, la culpa y el alcohol. ¿Quién demonios sabe? Necesita una fuerza estable en su vida. Si tú no eres capaz de dominar a tu hermano, ¿qué te hace pensar que serás mejor para London?

—¿Dominarle? He traído a Javier aquí para que se tranquilizara, pero me mandó a la mierda. Ahora se aferra a la prima de Alyssa como si fuera un chaleco salvavidas y no pienso cedérsela.

—Tampoco dudo de que Javier la desee… —indicó Luc—. Sabes la respuesta a esto, ¿verdad?

El sonido del agua se detuvo. Javier saldría en unos segundos.

—¿Cuál? —le preguntó.

—Compartidla.

Se quedó boquiabierto. Había escuchado más de una vez el discurso de borracho de Logan sobre que Deke y Luc habían compartido a su hermana, Kimber, hacía algún tiempo. Una virgen poseída por dos hombres a la vez… Hasta que ella eligió a Deke y se casó con él.

—Hace dos minutos ni siquiera querías que la tocara.

—Y todavía no quiero, pero no parece que vayas a darte por vencido. Y he visto cómo tu hermano la miraba esta tarde, tampoco va a ceder. London no necesita convertirse en el objeto de una discusión, ya tiene bastantes problemas. Compartidla, y cuando tú quieras seguir tu camino, ella todavía tendrá a Javier. —Encogió los hombros—. Nadie acabará lastimado.

Él contuvo la respiración con la mente dando vueltas como un tiovivo. ¿Querría seguir con London para siempre jamás? Posiblemente no. Apenas era capaz de estar con una mujer más de unas horas. «Para siempre jamás» era mucho tiempo. Podría disfrutar de ella ahora, sí… pero ¿compartirla? ¿Dejársela a Javier?

Se escuchó el pestillo de la puerta del cuarto de baño. Chasqueó los dedos con impaciencia para intentar aclararse los pensamientos justo cuando Javier abría la puerta.

—Estás loco —masculló para Luc, antes de dirigirse a la puerta, decidido a llegar antes que su hermano a la salida… y a London.