La mañana del lunes, Alyssa dejó a London frente a las oficinas provisionales de Industrias S. I. un poco antes de las ocho y media. Ella tuvo que pasearse de un lado a otro del vestíbulo desierto hasta que Javier llegó unos minutos más tarde. Le pareció tan atractivo e impresionante que se le debilitaron las rodillas. Javier se había cortado el pelo durante el fin de semana. Aquel estilo más corto acentuaba los marcados ángulos de sus pómulos. Se había puesto un traje color gris oscuro con una camisa color borgoña. Parecía hecho a medida y, dada la calidad de la tela y la confección, probablemente así era.
Él se acercó sin que sus zapatos italianos hicieran un solo ruido. Javier se detuvo a su lado y esbozó un amago de sonrisa. Ella respondió. En ambos casos fue un reflejo automático; él por educación y ella porque no podía evitarlo al ver un hombre tan guapo. No fue capaz de leer su enigmática expresión, pero el hecho de que pareciera casi feliz hizo que sintiera más ligero el corazón. Quizá tuvieran un día agradable.
—Buenos días. —Su profunda voz la estremeció por dentro.
Esperó que él no notara el leve temblor que la atravesó. Era su jefe; no debía olvidarlo.
—Buenos días, señor.
Javier le tendió un llavero con dos llaves que le puso en la palma de la mano.
Ella parpadeó y le miró sin comprender mientras él se volvía hacia la puerta de las oficinas.
—Una es de esta puerta. Si alguna vez llega antes que yo, podrá entrar —explicó mientras la abría.
—¡Oh, genial! Gracias. —Aquella demostración de confianza le hizo querer ser realmente digna de ella y convertirse en un punto de apoyo para él. Sí, de acuerdo, Javier solo estaría allí unas semanas y tendría poco tiempo para conseguirlo. Si tenía que mudarse, lo decidiría cuando llegara el momento. Al menos tendría un empleo.
—Sin embargo, no quiero que se quede después de que yo me haya ido. No quiero que ponga en peligro su seguridad al permanecer en unas oficinas desiertas o recorriendo sola un aparcamiento vacío. ¿Entendido?
Ella asintió con la cabeza. A pesar de su adicción al alcohol y sus problemas, era una buena persona. Le gustó constatarlo.
—Por supuesto.
—Excelente. La otra llave es de la casa que tengo alquilada.
Ella le miró sin comprender. No podía haber oído bien.
—¿Su casa?
La miró de reojo antes de concentrarse en abrir la puerta.
—Claro. Sabe que me gusta beber vodka. Y ahora que mi hermanito el playboy y yo no compartimos casa… Bueno, digamos simplemente que si alguna vez no he aparecido por las oficinas al mediodía, deberá venir a buscarme. Dígame su número de teléfono, le enviaré un mensaje de texto con mi dirección dentro de un momento. Espero que no le moleste.
Ella intentó procesar sus palabras mientras Javier abría la puerta y la invitaba a entrar. El interior estaba oscuro, pero él encendió la luz al instante. Esperaba que la sorpresa no fuera visible en su cara.
—N-no… en absoluto. Pero no entiendo. Si sigue sin aparecer por aquí al mediodía, ¿no prefiere que me ponga en contacto con su hermano? Después de todo es de su familia y a mí apenas me conoce.
—Xander y yo no nos hablamos. No creo que esa situación vaya a cambiar en las próximas semanas. Le prohíbo que le llame por la razón que sea. —Su tono indicaba que aquel era el fin de la conversación. Indagar algo más en ese momento era muy mala idea. Pero eso no impidió que sintiera una incontenible curiosidad.
—Bien.
—Percibo que se guarda las preguntas para sí misma, perfecto. —Javier cerró la puerta a su espalda y atravesó el local hasta el escritorio que ella usaría, en la zona de recepción—. La discreción es una parte muy importante de este trabajo. A menudo tenemos entre manos secretos gubernamentales. Siendo así, deberá rellenar algunos formularios. —Le vio sacar unos papeles de un cajón.
Le siguió hasta la mesa y puso el bolso en una esquina. Frunció el ceño mientras subía la mirada de las hojas a su cara.
—¿Unos formularios?
—Son unos acuerdos de confidencialidad. No tiene libertad para decir para quien trabaja, ni lo que hace. No puede divulgar información sobre lo que mecanografíe, fotocopie, fotografíe o registre de cualquier manera. No puede hablar de nada de lo que vea al trabajar aquí, blablabla… Está todo ahí escrito. Léalo y pregúnteme cualquier duda.
Ella asintió con la cabeza.
—Mmm… Mi prima y su marido ya saben que trabajo para usted.
Él arqueó una ceja.
—¿Su prima y su marido?
—Alyssa y Luc. Vivo con ellos en este momento y…
—Ah… Me preguntaba de qué conocía a Morgan. Era demasiado esperar que hubiera trabajado antes para ella, o fuera su vecina. —Suspiró—. Parece como si todo el mundo fuera amigo de mi hermano en este lugar. Supongo que también conoce a mi innombrable hermanito, ¿verdad?
Ella no lo pudo evitar. Se puso como un tomate.
—Parece un hombre encantador.
Él maldijo por lo bajo.
—No quiero detalles. Voy a fingir que no sabe nada sobre… las inclinaciones de mi hermano. Dejaremos las cosas así.
Por lo que parecía le había contrariado de alguna manera.
—No lo conozco demasiado. Solo…
—Ya, ya sé. Pero mientras trabaje para mí, no quiero oír ni una palabra sobre Xander. ¿Entendido?
No lo comprendía y tuvo la sensación de que la posibilidad de que se hubiera acostado con Xander le contrariaba, pero no añadió más.
—Sí, señor.
—No le diga a nadie más que trabaja para mí, en especial a Xander. No necesito que él me cuide y no pienso permitir que la utilice para ello. Si me entero de que le ha dicho cualquier cosa de lo que ocurre dentro de estas paredes, está despedida.
«¡Caray! Esto es grave». Sus palabras por sí solas ya comunicaban la importancia de la orden, pero la severa expresión de su cara las acentuaba. «¡Qué mal rollo!». No lo entendía, era sangre de su sangre y tenía que admitir que tan intensa rivalidad entre hermanos le molestaba. Sin embargo, ella estaba allí para realizar un trabajo.
—Eso no será problema, señor.
—Muy bien. —Sacó otra llave y abrió la puerta de su despacho antes de volverse hacia ella—. Me encargaré de que disponga de todo lo necesario. Aún así, sería interesante que valorara la situación y me dijera si echa algo de menos. Cuando firme los formularios, entréguemelos. Su cuenta de correo ya debe de estar dada de alta. Por favor, mándeme un e-mail con su número de móvil y cualquier cita médica que pueda tener en un futuro cercano.
Tomó nota mental para no olvidar nada.
—De acuerdo.
—Y ya, para mi tranquilidad, ¿toma alguna medicación durante el día?
Ella meneó la cabeza, intentando que aquella asquerosa sensación de derrota no se apoderara de su interior. Se había negado a continuar sintiéndose arruinada, a dejar que sus limitaciones le impidieran realizar los deberes que implicaba su trabajo.
—La tomo antes de dormir o con el desayuno.
Él asintió con la cabeza.
—Espero que me informe de cualquier cambio.
—Incluso aunque hubiera cambios, no permitiré que la medicación interfiera en mis funciones.
La mirada de Javier se suavizó.
—Lo creo. Solo quiero estar informado. Este trabajo es muy exigente, y no pienso permitir que sacrifique su salud por él.
Ella se derritió por dentro. Bajo aquel severo control y la expresión intimidatoria, ya había demostrado dos veces en pocos minutos lo importantes que eran para él las personas. Era muy tierno… Y seguramente le clavaría una de aquellas miradas cortantes como una navaja si lo sugería en voz alta.
—Gracias.
Con una señal de aprobación, él desapareció en su despacho y cerró la puerta.
Ella se dedicó a llevar a cabo las tareas pendientes con rapidez, aturdida por el magnífico ordenador portátil nuevo y todos los suministros de primera clase que había en su escritorio.
Él había pensado en cada detalle. El juego de artículos de escritorio era, a la vez, femenino y valioso. El teléfono, ligero y de última tecnología. La taladradora de tres agujeros no era de plástico, tenía la base metálica y parecía lo suficientemente fuerte como para taladrar un documento, con la carpetilla incluida, sin esfuerzo.
Tras mandarle un correo electrónico con su número de teléfono, se dedicó a leer el formulario y firmarlo. Después golpeó su puerta, con una libreta y un lápiz en la mano.
—¿Sí? —Por la pequeña ventana vertical de separación, observó que Javier ni siquiera había levantado la cabeza.
Indecisa, abrió la puerta y se acercó al escritorio.
—Aquí está el formulario firmado. Estoy de acuerdo.
Lo dejó en el escritorio, entre ellos, y él lo cogió, comprobando que hubiera firmado cada una de las páginas.
—Gracias. —Justo en ese momento sonó la señal de un correo entrante y él miró la pantalla del ordenador con una leve sonrisa—. Y también me acaba de llegar su número de móvil. Excelente. —Lo miró mientras lo guardaba en la agenda—. ¿Algo más?
—Tengo todo el material que necesito. Muchas gracias. Estoy preparada para el trabajo. —Se sentó en la silla frente a él y puso la libreta sobre su pierna cruzada—. ¿Qué quiere que haga hoy?
Él suspiró e hizo una pausa, buscando en la larguísima lista mental que debía de ocupar su mente.
—Lo primero será conseguir que yo esté en contacto con el resto de la compañía y pueda trabajar online con ellos de la mejor manera posible. Es importante una comunicación fluida con el departamento de investigación y desarrollo. Busque un servicio de videoconferencias seguro, que funcione bien y no me cueste una fortuna.
Ella tomó nota.
—¿Ha utilizado ya alguno que no le haya satisfecho?
Él soltó algunos nombres que ella apuntó al instante.
—Me ocuparé de ello.
—Ocúpese también de esto. —Javier le lanzó una carpetilla por encima del escritorio—. El jefe de seguridad se ha cabreado al ver la lista de personas que están accediendo a la base de datos del sistema, pero el responsable de investigación y desarrollo asegura que toda esa gente tiene que estar dada de alta. No he tenido tiempo todavía para clasificar todos estos datos. No entiendo que lleven sus peleas hasta el despacho del propio presidente de la empresa. También quiero que lea a fondo la declaración del año pasado de la Junta Directiva. La siguiente será dentro de un mes, más o menos. La anterior fue toda una batalla campal. El pasado junio no fue un mes demasiado bueno para mí. —Carraspeó, descartando el tema con su expresión—. Este año… quiero que el informe sea espectacular.
¿No había dicho Kata que Javier había perdido a su esposa un año antes? Si estaba inmerso en esa desgracia, seguramente tal informe no había sido su mejor trabajo. ¿Por qué no se lo había encargado a otra persona?
—¿Posee algún informe anterior en el que quiera que me base?
—Lo cierto es que no. Comience de cero. Le proporcionaré el nombre de un contacto en el departamento de Relaciones Públicas para que la ayude a recopilar datos y números que pueda necesitar. Trabajará con él en lo que necesite, pero si se parece algo al del año pasado, por favor, cámbielo. Me gustaría que me presentara un borrador dentro de dos semanas.
London asintió con la cabeza.
—Entendido. ¿Algo más?
—No por el momento. —Él volvió a clavar la vista en los papeles del escritorio.
Ella frunció el ceño.
—¿No archivé esos documentos durante la entrevista del viernes?
—Casi todos, sí, pero tengo que volver a revisarlos. —Los miró con atención, inclinando los macizos hombros antes de alejar y acercar la página para intentar enfocarla—. Me resultan muy difíciles de leer.
Mmm, ella no tenía ese problema.
—Quizá debería escanearlos para que pudiera leerlos en el ordenador y hacer la letra tan grande como quisiera. Entrecerrar los ojos constantemente puede producir dolor de cabeza.
—Buena idea. —Recogió todos los documentos de la mesa y se los tendió—. Cuando acabe, puede volver a archivarlos.
—Ya lo había pensado. —Se puso en pie y se dio la vuelta con torpeza—. ¿Cuándo fue la última vez que se revisó la vista? Puedo concertar una cita con el oculista.
—Es posible que sea mayor que usted, pero le aseguro que no soy un anciano. —Su expresión decía que no se le ocurriera añadir una palabra más en ese tema.
—No era mi intención…
Él la acalló alzando un solo dedo.
—Eso es todo, gracias.
Ella cerró la boca, frustrada, con la sensación de que estaba siendo castigada.
Pero no podía ponerse a discutir con su jefe el primer día de trabajo. Por lo general, no hacía alarde de un temperamento fuerte, aunque en ese momento… tuvo que resistir el deseo de dar un golpe en el suelo con el pie y exigirle que le dejara acabar una frase. A fin de cuentas, ¡era por su bien!
Giró sobre sus talones para dirigirse a su escritorio.
—Sin duda, dar órdenes a diestro y siniestro es algo genético —rezongó entre dientes.
—Lo he oído. —Parecía que él se estaba riendo.
Ella se dio la vuelta y se apoyó en el marco de la puerta.
—Hablo en serio.
—No tiene ni idea, pequeña. —Una sombra atravesó sus rasgos.
Aquel comentario la hizo estremecer. Xander había comentado algo similar.
¿Qué demonios quería decir? Tenía la sensación de que aquellas palabras ocultaban una miríada de significados y que si profundizaba en el asunto podría acabar por abrir la proverbial caja de Pandora.
—Antes de que me dedique a lo que me ha ordenado, ¿quiere que le traiga un café?
Él le dirigió una mirada llena de anhelo antes de negar con la cabeza.
—¿Conoce a Tyler?
Ella asintió con la cabeza.
—Hemos coincidido un par de veces.
—Bien, le han nombrado mi entrenador personal mientras estoy en Lafayette. Es… Es un sádico que me ha impuesto determinados alimentos orgánicos y naturales. Creo que mi cuerpo está al borde del colapso. Si se enterara de que tomo un café, me castigaría haciéndome correr más kilómetros.
London intentó contenerse, pero no lo consiguió. Soltó una carcajada.
—Pobrecito. Estoy segura de que es lo mejor para usted. Pensaré en ello mientras degusto mi vaso de amarga cafeína.
—Si me llega el olor, se arrepentirá.
Él lanzó las palabras juguetonamente, pero ella pensó que las estaba diciendo en serio.
Meneando la cabeza, ella cerró la puerta y se dirigió al escritorio para ponerse a trabajar. El problema de las videoconferencias no podía resolverse en diez minutos, sin embargo no le llevó demasiado tiempo encontrar algunas opciones viables.
Recogió toda la información obtenida y la organizó para presentársela a Javier al final de la jornada. La carpeta con la lista de personas con acceso a zonas de seguridad supuso más trabajo. ¿A santo de qué molestaban al presidente de la compañía por unas cuentas más activas de lo normal? Quizá algún cerebrito del Departamento de Seguridad se había fijado en ese dato y le dio por señalarlas como sospechosas.
Frunció el ceño mientras llamaba al responsable, un tal Doug Maynard. Él le explicó la situación y ella intentó entender todo lo que le contó.
—Señor Maynard…
—Doug —la corrigió.
—Gracias. Estoy un poco perdida. Si los miembros de investigación y desarrollo suelen entrar en la base de datos, y es necesario para su labor, ¿por qué te resultan tan extrañas sus actividades?
—¿Cuánto tiempo llevas trabajando en la empresa? —preguntó Doug.
«Bueno, directo a la yugular…».
—Hoy es mi primer día.
—Así que todavía no estás familiarizada con la seriedad con que nos tomamos aquí los temas de seguridad. Nos ocupamos de asuntos gubernamentales y trabajamos con equipos militares de alto secreto. Muchos de nuestros proyectos son de armas y sistemas de protección que no verán la luz hasta dentro de cinco años, algunas veces más. No solo tenemos que preocuparnos por que nos espíen países hostiles, además nos vemos afectados por el espionaje corporativo. Somos una de las mejores compañías en nuestro campo. Hemos sido blanco de un buen número de espías que querían vender todos nuestros secretos a nuestros competidores. Ya no nos preocupa la KGB o la Interpol, sino cualquiera, desde los talibanes a los espías de General Dynamics. Así que nos cabrea mucho pensar que están accediendo a nuestras bases de datos algunas IPs imposibles de localizar, ¿crees que exageramos?
»Tenemos que ser muy eficientes o perderemos todos. Nuestros soldados incluso pueden llegar a perder la vida. Cuanto antes lo sepas, antes te integrarás en la compañía. Hasta entonces, no vuelvas a hacerme preguntas estúpidas.
Ella se recostó en la silla sorprendida. Doug tenía razón… Toda la razón del mundo. Ella no sabía todo eso. Su inocente pregunta había iniciado una acalorada perorata. No era culpa suya haber empezado a trabajar ese día. Incluso así, se sentía avergonzada.
—Lo siento. No sabía nada. El señor Santiago me ha pedido que lo investigue y estoy tratando de entender que…
—Deja de hacerme perder el tiempo —gritó tan alto que ella estuvo segura de que estaban oyéndole incluso en Siberia—. Lo único que necesitamos es que Santiago nos dé permiso para impedir esos accesos. Los de investigación y desarrollo se han pasado. Así que sé una buena niña e indícale que lo estamos haciendo por el bien de la compañía. Sospecho que existen secretos en torno al Proyecto de Recuperación capaces de hacer saltar todo por los aires. Hemos invertido millones en él y no me importa si tienes que hacerle una mamada para arrancarle del pasado y que se concentre en esta compañía.
Ella abrió la boca para responder —sin saber qué decir— cuando vio que Javier estaba en la puerta, mirándola con cara de disgusto. Sin duda había escuchado cada palabra de la diatriba de Doug.
—Deme el teléfono. —Javier se acercó a ella con la mano extendida con impaciencia.
Ella silenció la llamada.
—Puedo manejarlo yo sola. Me encargaré de ello.
—Esta vez no. Tápese los oídos, pequeña. —Le arrebató el auricular de la mano—. No seas gilipollas, Doug. Y nunca vuelvas a hablar a mi secretaria de esa manera. Apenas lleva aquí dos horas y sigue mis órdenes. Si tienes que decirme algo, me lo dices a la cara. Y como vuelvas a sugerir alguna actividad impropia entre London y yo, me ocuparé de ti personalmente.
Colgó el teléfono antes de clavar en ella los ojos con severidad. London sintió el extraño deseo de disculparse, pero no había hecho nada malo, así que le sostuvo la mirada.
—Me ha dado la impresión de que está realmente contrariado porque, para él, usted está exponiendo a la compañía a múltiples peligros al permitir el acceso a…
—Sé perfectamente qué es lo que le molesta. Y lo trataré con él. —De repente, él la atravesó con la mirada—. En este ambiente la testosterona flota en el aire. Se respira a bocanadas. No puede dejar que le pasen por encima o no durará mucho.
Una punzada de miedo la atravesó.
—Le indiqué que no llevaba mucho tiempo y que no conocía los detalles.
Javier comenzó a negar con la cabeza antes de que terminara la frase.
—Al decirle eso, lo único que le indicó fue, «no sé nada, dime qué hago». Jamás le dé munición a nadie para ponerse por encima de usted. Lo que debería haberle dicho era que obedecía órdenes y que esperaba que le respondiera de manera correcta y responsable. Escriba cualquier comentario al respecto y envíemelo. No dialogue con esos charlatanes; están convencidos de que tienen razón y nada de lo que diga les hará cambiar de idea. Por si no se había dado cuenta, llevo todo esto con puño de hierro.
Ella le miró parpadeando. Aquello no debería de resultarle tan excitante. Pero él era excitante. La manera en que la protegía y cuidaba; cómo se esmeraba en enseñarle la mejor manera de sobrevivir en la compañía…
Ella ladeó la cabeza y le miró con más curiosidad de la que debería.
—¿Ayuda siempre tanto a sus secretarias, o me está dando todos esos consejos porque piensa que estoy desvalida?
Javier clavó en ella unos ojos azules y acerados. Se acercó un paso y ella se esforzó en ignorar el fuerte latido de su corazón. Por fin, él respiró hondo, como si hubiera tomado una decisión.
—La respuesta adecuada, siguiendo las consignas del departamento de Recursos Humanos, es que aunque su trabajo consiste en ayudarme, siento que mi deber es asegurarme de que se encuentra en un ambiente donde el trabajo es profesional y tolerable. Eso incluye una disculpa por la manera de hablarle anteriormente. Y ya de paso me disculpo también por cualquier episodio de embriaguez en el futuro.
Sí, ésa era una respuesta adecuada a las indicaciones de cualquier departamento de Recursos Humanos. Salvo quizá, la parte relativa a la embriaguez. Sin embargo, tenía el presentimiento de que no era totalmente sincero.
—¿Y la verdad? —susurró ella.
Él se inclinó más cerca. ¡Oh, Dios!, su proximidad la mareaba. El intoxicante y almizclado aroma de su piel flotó en el aire hacia ella y tuvo que contener un audible suspiro.
—La verdad… —la inmovilizó con otra de esas miradas ilegibles—, es que carece de confianza en sí misma, pequeña. Si va a trabajar para mí, va a necesitar hacerse fuerte. Me entristece pensar que no es consciente de su valía y me gustaría que se diera cuenta de que nadie tiene derecho a tratarla de una manera tan grosera en su trabajo. Además, usted es tan inteligente como Doug. Todavía no ha tenido la oportunidad de aprender todo lo necesario para hacer su trabajo; lo aprenderá con el tiempo. Y espero que también adquiera confianza. Es demasiado inteligente, eficiente y… agradable como para no ir con la cabeza alta. La próxima vez que se tope con Doug, o con un imbécil como él, espero que lo ponga en su lugar.
London se recostó en su silla, sorprendida. Javier parecía realmente preocupado por ella; por su autoestima, crecimiento personal y felicidad… Por lo menos hasta cierto punto. ¿Por qué quería que tuviera éxito? La agudeza de su mirada la hacía preguntarse si podría tratarse de algo más personal. Se sentía muy afortunada por trabajar para un ejecutivo tan amable y experimentado. El hecho de que además fuera muy atractivo era una gratificación más.
—Gracias, señor. Aprenderé y la próxima vez lo haré mejor.
—Sé que lo hará. Tengo fe en usted. —Él se irguió y echó un vistazo al reloj—. Por lo general, siempre invito a comer a mi secretaria el primer día de trabajo, pero tengo una reunión urgente. Algo personal que no puede esperar. He quedado a mediodía con un hombre. Váyase en cuanto llegue. No vuelva por aquí antes de la una.
Javier le dio la espalda y ella le observó cerrar la puerta antes de regresar a su escritorio para ponerse a revisar correos electrónicos como si no la hubiera halagado con una frase y rechazado en la siguiente. Miró el reloj en la pantalla del ordenador.
Faltaban diez minutos para la cita de Javier. Quizá debería marcharse ya, y no sentirse herida por aquel repentino rechazo. A fin de cuentas, solo era su secretaria.
Él solo le debía un cheque con su sueldo.
Mientras apagaba el ordenador y recogía sus cosas, entró un hombre de treinta y tantos años, vestido con vaqueros y una camiseta donde se podía leer: «Bienvenido al Arroyo Mierda. Lo sentimos, nos hemos quedado sin remos», sobre su amplio pecho. Se fijó en los musculosos bíceps cuando atravesó la estancia. ¿Es que en Lafayette había una fábrica de tíos buenos? La primera vez que fue allí se había imaginado que en aquel lugar solo había gente del pantano y cangrejos de río. Le alegraba ver que se había equivocado.
London recogió el bolso.
—¿Quién es usted?
—Nick Navarro, investigador privado. Javier está esperándome.
—El señor Santiago está en su despacho. Le diré que ha llegado.
Él hizo desaparecer el espacio que les separaba y la cogió por el codo.
—Espera. ¿Está sobrio?
Ella se apoyó en el respaldo de la silla, sus pensamientos iban a toda velocidad.
¿Cuánto tiempo llevaba bebiendo su nuevo jefe?
—Está completamente sobrio. Regresaré a la una.
—Eres su secretaria, ¿verdad? —Al verla asentir con la cabeza, suspiró—. ¿Eres nueva? Mira, no vayas a almorzar demasiado lejos. Después de que le cuente lo que he averiguado, va a necesitar todo el apoyo que puedas darle.
Se le ocurrió que podía sacar el sándwich y comerlo en su escritorio, y casi había decidido hacerlo cuando Javier salió de su despacho.
—Hola, Nick. Gracias por venir. London, puedes marcharte. Adiós.
Vio cómo daba un paso atrás para permitir que Nick entrara en la oficina antes de cerrar la puerta. A pesar de que no era asunto suyo, las palabras de Javier la habían molestado. Se trataba de un asunto privado, pero no le había gustado que él la hubiera ignorado por completo. Podría ayudarle si se lo permitía; escucharle, ofrecerle un hombro donde apoyarse. Ella también había pasado momentos difíciles.
¿Por qué iba a confiar él en una chica a la que apenas conocía? Seguramente las palabras que le había dicho antes sobre su autoestima no habían sido más que eso, palabras. Apenas debía de considerarla capaz de cruzar la calle sin alguien que la ayudara. Era solo un cuerpo que había contratado para responder al teléfono durante cinco semanas, solo eso.
Le demostraría que era mucho más.
Negó con la cabeza y se puso en pie para dirigirse hacia la puerta. Había una farmacia en esa misma calle. Estaba segura de que más tarde, Javier necesitaría varias cosas. Podía acercarse a ese establecimiento y de paso comer su sándwich, quizá también podría ponerse en contacto con Alyssa.
El problema era que todo eso no le llevaría más de veinticinco minutos. Por lo que le quedaría otra media hora a más de treinta grados con una humedad del noventa y cinco por ciento. Incluso aunque regresó a las oficinas muy despacio, no gastó todo el tiempo que Javier le había dado para almorzar. Su jefe no era feliz y ella lo lamentaba, pero prefería disfrutar de la refrigerada comodidad que proporcionaba el aire acondicionado del despacho. Suspiró con alivio al llegar.
—Repite eso —escuchó que decía Javier.
—Ya me has oído, hombre. —Nick parecía vacilar—. Está bien, sigue torturándote… He identificado al asesino de tu esposa. Es un asesino a sueldo. Las cámaras de seguridad del hotel lo grabaron. Su nombre real no es conocido, solo tienen fichada su cara.
—¿Un mercenario? ¿Estás completamente seguro?
—Sí. Es de nacionalidad francesa. Apenas puede pisar suelo europeo o americano sin ser arrestado. Los disfraces no le ayudan mucho con los métodos de reconocimiento facial que hay hoy en día, así que se pasa gran parte del año en Cuba. Pasa los veranos en Laos, salvo cuando está trabajando, por supuesto.
—Dos lugares muy recomendables. ¿Cómo conocería Fran a este tipo? ¿Y cuándo?
—Por lo que yo he averiguado, se conocieron en un bar de copas unas semanas antes de que él la matara. La llevó a la casa que alquiló en Aruba en mayo, cuando ella comenzó a ser su objetivo. Se convirtieron en amantes la misma noche que se conocieron. Ella regresó a casa y a partir de ahí, entablaron comunicación, primero por Facebook y luego por correo electrónico y Skype. Volvieron a reunirse en Aruba. Ella puso como excusa un encuentro con sus amigas en una casa de vacaciones para verle otra vez.
London observó a través de la pequeña ventana cómo Javier contenía la respiración, tambaleándose como si Nick le hubiera pegado. Ella se aferró al bolso.
¿Su esposa le había sido infiel? ¿Era algo que ya sabía? ¿Por qué le habría engañado esa mujer? Era uno de los hombres más atractivos del mundo. De los que estaban al mando, rico, educado… ¿Qué más le pedía esa mujer a un hombre?
—El asesino utilizó el alias de Jacques Valjean —añadió Nick.
—¿Usó el apellido del protagonista de Los miserables?
Nick sonrió de medio lado.
—Sí, eso es. Muy gracioso, ¿eh?
Ella se asomó otra vez a la ventana de comunicación y vio que Javier se paseaba por la estancia. Parecía agitado, furioso, cuando agarró una botella de Cîroc. Ya había desaparecido un tercio.
—¿Qué más? —exigió él.
—Hemos acotado el tiempo de la muerte entre las dos y las tres de la madrugada del cuatro de junio. La causa fue estrangulamiento con una cuerda, como ya sabes. Hemos deducido que el asesino trasladó el cuerpo en una maleta grande que bajó por la escalera de servicio hasta el coche de alquiler. Luego lanzó el vehículo con la maleta al océano.
—¿Y cómo desapareció él?
El otro hombre se encogió de hombros.
—Tampoco es demasiado difícil. Se largó. El alquiler de la casa terminó antes de que se convirtiera en sospechoso. Los investigadores de Aruba… No supieron seguirle la pista. Su trabajo suele dejar mucho que desear.
Vio que Javier tensaba la mandíbula y quiso consolarle. Él amó a esa mujer y, mientras pensaba que su esposa estaba pasándolo bien con sus amigas, ella le era infiel. Era asesinada y desechada como basura por un asesino profesional. Saber de su infidelidad ya sería demoledor, pero saber que quien puso fin a su vida había sido un amante que solo quería matarla… Javier debía de estar pasando una agonía.
—Nada de esto responde a la pregunta que te he formulado al principio. ¿Por qué? ¿Por qué fue a por Fran un asesino? Era hija y esposa de hombres de negocios. No era importante. Si su asesinato está relacionado con espionaje industrial, ¿por qué no ir directamente a por el objetivo? Es decir, a por mí. Dudo mucho que quien contratara a este tipo quisiera robarle sus bolsos de Versace. ¿Qué querrían de ella?
—Todavía estoy buscando una explicación lógica. Lo único que sé es que este tipo es caro y su trabajo es secreto. En el pasado fue contratado por algunos dictadores muy conocidos y por militares corruptos. No sé por qué lo utilizaron para acabar con tu mujer. Estoy estudiando la correspondencia que mantuvo con el tipo que le alquiló la casa en Aruba para sacar en claro un nombre real o una dirección… Todo esto con el más absoluto sigilo. No quiero alertarle ni darle razones para que sospeche de ti a través de mí.
Claro que no. Le dio un vuelco el corazón al pensar que Javier tendría que enfrentarse a ese asesino. Apenas conocía a su jefe, pero estaba encariñada… sin duda mucho más de lo que debería. La idea de que estuviera en peligro casi hizo que se desmayara de ansiedad. Una parte de ella deseó que se detuviera aquella investigación. Si Nick ahondaba en la vida de ese asesino para averiguar quién le había contratado, este podía revolverse contra Javier. ¿Qué ocurriría entonces?
—Aún tengo más información —aseguró Nick, con la voz ronca por la tensión—. Siéntate.
—Puedo recibir las noticias de pie, gracias. —Tomó otro trago de vodka.
—Creo que es un error.
—Si quisiera tu consejo, te lo pediría. —Javier arqueó una ceja—. Suéltalo.
—El forense de Aruba recibió un soborno por ocultar el hecho de que tu mujer estaba embarazada… aproximadamente de cuatro semanas.
London tuvo que morderse los labios para contener un jadeo. ¿Javier no solo había perdido a una esposa, sino también un hijo? ¡Santo Dios!, no era de extrañar que fuera una ruina humana.
Deseó consolar a su jefe, decirle que le ayudaría de la manera que pudiera, que permanecería a su lado, que haría lo que fuera para ayudarle a superarlo.
Era evidente que a él no le importaba. Era su secretaria, no su novia o su amante.
Aún así, se hizo la silenciosa promesa de intentar que volviera a resurgir de sus cenizas, igual que él la guiaba profesionalmente.
Renovó esa promesa consigo misma cuando vio que Javier se retiraba detrás del escritorio y se bebía de un trago casi todo lo que quedaba en la botella.
—¿Alguna cosa más? —Escuchó que le preguntaba a Nick. La voz era desapasionada, pero la rigidez era evidente en su perfil, en el rictus de sus labios y la tensión de su mandíbula.
—Por ahora no. Si hago algún progreso con respecto a dar con la identidad del asesino o la persona que lo contrató, serás el primero en saberlo.
—Actuarás con prudencia, ¿verdad?
—Un ratón haría más ruido que yo. Te lo prometo.
Javier asintió con la cabeza.
—Gracias. London te acompañará a la puerta.
Cuando Nick se volvió hacia ella, London se apresuró a girar la silla hacia el escritorio. Abrió la carpeta que Javier le había facilitado esa mañana con las quejas sobre el exceso de consultas en la base de datos y simuló estudiarlas.
—Ya puede dejar de escuchar a hurtadillas —dijo Nick tras salir del despacho de Javier y cerrar la puerta.
Ella levantó la cabeza con una mirada de culpabilidad.
—Sus secretos están a salvo conmigo.
—Eso espero —murmuró el investigador—. Necesita a alguien de su lado.
Estudió al hombre. Llevaba el pelo oscuro demasiado largo, sus vaqueros estaban descoloridos y llenos de agujeros… No daba imagen de demasiada profesionalidad y, sin embargo, hacía progresos en el caso. Y por lo que parecía, Javier le importaba por alguna razón. Debía reconocerlo.
—¿Cuánto tiempo hace que le conoce? —le preguntó.
—Aproximadamente cinco años. Solo recurre a mí en casos muy difíciles. Estuvo desgarrado entre temas burocráticos y otras sandeces relacionadas con la muerte de Francesca durante los meses siguientes al fallecimiento. Hace apenas unas semanas que me hice cargo de la investigación.
—¿Siempre ha bebido así?
—Nunca.
London no sabía si eso era buena o mala señal. Soltó el aliento trémulamente.
—Necesita que alguien se preocupe por él, y estoy respondiendo a tus preguntas porque espero que tú seas esa persona. Si le traicionas, te cortaré en miles de pedazos diminutos y te enterraré en los últimos confines de la tierra. Nadie podrá llegar a imaginar lo que te ocurrió.
Nick no lo dijo sonriendo, así que ella no se lo tomó a broma.
—No se preocupe. Javier confió en mí cuando me contrató. Ya le debo más de lo que le puedo pagar. —Cerró el puño con fuerza antes de aflojarlo—. ¿Por qué no se hablan él y su hermano?
Nick se encogió de hombros al tiempo que negaba con la cabeza.
—No sé demasiado sobre cómo es la relación con Xander. Sé que Javier no es dado a los histrionismos. Por lo que he visto, Xander ha dedicado su vida al vino, las mujeres y la música… y no necesariamente en ese orden.
Quizá fuera eso, pero presentía que allí había algo más profundo.
—Gracias.
Nick miró el despacho de Javier por encima del hombro.
—Ten cuidado con él, tengo la sensación de que este caso va a ponerse feo antes de que se solucione. Y parece que ha tomado demasiado vodka.
No podía llevarle a casa dado que no tenía carnet de conducir. Ya se las arreglaría.
—No se preocupe.
Dicho eso, Nick se fue. Ella se quedó sentada en la silla sin saber qué hacer.
¿Debía quedarse allí y pretender que no había oído nada? ¿O sería preferible que golpeara su puerta y viera si podía ayudarle de alguna manera?
Al final, Javier tomó la decisión por ella. Se levantó y abrió la puerta con una mano mientras sostenía la botella vacía con la otra.
Vio que se balanceaba sobre sus pies mientras clavaba en ella una mirada acusadora.
—Ha vuelto temprano.
—No tenía otra parte a donde ir. No me di cuenta de que…
—Cuando doy órdenes es por alguna razón. —Golpeó el escritorio con el puño.
La ira retorcía sus rasgos, pero ella percibió el dolor que había debajo.
Se estremeció antes de que su temperamento surgiera como una llamarada.
—Soy su secretaria. Usted me eligió. Déjeme ayudarle, ¡maldita sea!
—Nada de maldiciones, pequeña. Usted es mi ayudante en el trabajo, no la necesito en mi vida personal.
Aunque él tenía razón, sus palabras le hicieron daño. Aun así, vaciló, debatiendo consigo misma sobre si era mejor quedarse callada o no. Si quería conservar el empleo, debería callarse. Si quería salvarlo a él, tenía que hablar.
—¿Está seguro? Sin duda necesita algo. Si no fuera así, no se habría pulido una botella de vodka en apenas una hora. ¿Quiere que me disculpe? Pues de acuerdo. Lamento haber escuchado lo que no debía. Lamento que haya perdido a su amada esposa y al niño que iba a tener. Lamento que esté triste y avergonzado, que sienta que la situación escapa a su control. Lamento que se haya aislado tanto de todos, que confíe en que su nueva secretaria va a ayudarle a regresar a casa y no su hermano o sus amigos. Lamento si le causo todavía más pesar, pero no pienso disculparme nunca por intentar ayudarle. —Metió la mano en el bolso y sacó el paquete de la farmacia, que depositó sobre el escritorio—. Aquí tiene una caja de ibuprofeno y unas gafas de presbicia.
Javier maldijo entre dientes antes de lanzar la botella a la papelera.
—¿De dónde demonios has salido? —El alcohol parecía haber conseguido que él olvidara cualquier formalismo y empezara a tutearla—. Eres la primera persona de la compañía que en diez años tiene valor para enfrentarse a mí y apenas eres una niña. —Le vio menear la cabeza—. Lo que has escuchado es confidencial.
Le molestó que se lo dijera.
—Por supuesto.
Él se tambaleó sobre sus pies y ella dio un brinco para ayudarle a sentarse en la silla de oficina. Javier se desplomó pesadamente y el mueble rodó sobre la alfombrilla de plástico. Él detuvo el movimiento rodeándole las caderas con los brazos.
Ella notó que se calentaba por todas partes. Javier Santiago estaba tocándola.
Contuvo el aliento… igual que hacía cada vez que recordaba la pecaminosa manera en la que su hermano la había acariciado con la boca hasta conducirla al orgasmo. Y de alguna manera, no podía deshacerse de la idea de que si Javier supiera lo que Xander y ella habían hecho unos días antes, no estaría precisamente encantado.
—¿Señor?
—Maldición, sí… —gimió él—. Oír esa palabra en tus labios es tan dulce…
Ella notó un hormigueo entre las piernas, y temió que fuera deseo. Le llamaba «señor» por la posición que ocupaba en la compañía cada uno de ellos, pero sus palabras sugerían que eso le proporcionaba un placer casi sexual. No lo entendía, pero quería hacerlo.
—Debería soltarme. —Era lo último que ella quería, pero odiaría que el pesar de Javier se hiciera más profundo. No lo necesitaba.
Él intentó levantarse, se tambaleó otra vez más y se aferró a su cintura para recuperar el equilibrio. ¡Santo Dios! Era como si la envolviera… Tuvo que recurrir a todas sus fuerzas para no abrazarle. ¿Qué clase de chica era ella que recibía placer de un hermano y también deseaba al otro? No tenía respuesta para ello. Entonces, una de las manos de Javier le rozó el pecho camino del hombro y cualquier pensamiento se disipó bajo el calor que le provocó su contacto.
Javier la abrazó y la miró a los ojos.
—Tienes razón, debería… —Articulaba mal las palabras—. Eres tan guapa, London… ¿Sabías que me pasé casi toda la entrevista pensando en lo mucho que deseaba acostarme contigo?
Ella se vio inundada por una oleada de calor. Se le abrió la boca. Parpadeó intentando procesar lo que él había dicho. Quería. ¡Guau! Debería sentirse insultada, preocupada o asustada… Algo apropiado a la situación. Pero lo único que sentía era un hormigueo en el clítoris que le decía que tenía un gran problema.
—Señor, yo…
—Sí, me llamarás así algún día cuando estés arrodillada ante mí, pequeña.
¿Arrodillada? ¿Cómo si rezara?
—No entiendo.
Él le dirigió una inestable sonrisa y rozó su cuerpo contra el de ella antes de hundir la cara en su cuello e inhalar profundamente. El olor a alcohol le envolvía, aunque eso no impedía que le deseara. También olía su fuerza, su almizcle, su necesidad… Desearle cuando estaba tan perdido no era nada inteligente. Querer aprovecharse de él en ese momento la incluía en la categoría de estúpida perdida, pero no podía evitar lo que sentía.
—Lo sé. Lo entenderías si me saliera con la mía.
Javier alzó la cabeza con los ojos cerrados, su boca estaba cada vez más cerca de la de ella. ¿Tenía intención de besarla? El hombre que se había reunido con ella esa mañana se sentiría horrorizado si pudiera verse ahora. Y a pesar de saber que podría apaciguarle con un beso, tenía el presentimiento de que eso solo haría que lo lamentara por la mañana.
—No puede… —le empujó, intentando poner un poco de distancia entre ellos.
Pero en lugar de conseguir eso, él volvió a hundirse en el asiento.
Los ronquidos llegaron poco después, mientras ella le miraba, negando con la cabeza. Bueno, eso ponía fin, sin duda, a la jornada laboral. Y no podía dejarle allí.
Con un suspiro, buscó el móvil en el bolso y marcó el número de Alyssa.
—Hola, necesito tu ayuda. Bueno, mejor dicho, la necesita Javier. ¿Puedes venir a buscarnos? Creo que no debería estar solo esta noche.