A London todavía le daba vueltas la cabeza mientras caminaba de regreso a la casa de su prima. Pensaba en Xander, y todas las cosas lujuriosas y maravillosas que le había hecho desfilaron a cámara lenta por su cabeza. Había disfrutado de un orgasmo de verdad, ofrecido por un hombre increíble. Un tipo sofisticado, fascinante, experimentado e inteligente. Demasiado bueno para ser cierto.
Pero ella solo era una virgen estúpida y gorda, llena de cicatrices y nerviosismos.
No debería haberse sorprendido cuando se negó a hacer el amor con ella, no debería haberle dolido como si le arrancaran el corazón del pecho. Estaba segura de que acabaría encontrando a un tipo llamado Bill, o Alan, Ben o Tom. Sí, todos esos nombres sonaban a persona seria, responsable y nada exótica. Ninguno de ellos podría seducirla en un local de striptease ni la haría alcanzar los fuegos del infierno pegando su boca hambrienta contra su sexo. Ninguno de ellos sería lo suficientemente experimentado para sospechar que era virgen. Ninguno la afectaría lo suficiente como para hacerla llorar.
Sí, había muchas posibilidades de que ninguno le hiciera arder la sangre, ni la hiciera alcanzar el orgasmo como Xander.
Suspiró. Quizá no debería haber iniciado nada con él, pero si quería salir de su caparazón y comenzar a vivir, iba a tener que correr riesgos. Aún así, supuso que necesitaba empezar con alguien, aunque no fuera tan guapo ni tan experto en dar placer a una mujer. Lección aprendida. Seguiría adelante.
Tampoco era como si Xander fuera a llamarla.
El aire de la tarde la envolvió en un húmedo halo mientras ella ponía un pie delante del otro en dirección a casa de Alyssa y Luc. Aquellas fascinantes sandalias le hacían daño en el dedo gordo y comenzó a sudar. La humedad provocada por el orgasmo se deslizaba entre sus muslos. Envió aquel pensamiento al fondo de su mente.
De repente sonó el móvil en el bolsillo. Lo sacó y leyó la pantalla, feliz y sorprendida de ver un número familiar.
—Hola, Kata. ¿Quieres dar una vuelta? Estoy dispuesta a andar más de esos cinco kilómetros. Solo necesito cambiarme de zapatos.
—Me tomas el pelo, ¿verdad? Ahora hace demasiado calor —gimió la mujer de Hunter, y London imaginó a la sensual morena abanicándose en ese momento—. Lo cierto es que te llamaba para preguntarte si has conseguido empleo.
¿Cómo iba a hacerlo? No podía conducir y no tenía experiencia en ningún campo. Solo se le daban bien los ordenadores y llevar la contabilidad. Le gustaba trabajar con gente, sin embargo nada de eso valía para nada salvo para ganar el salario base sirviendo hamburguesas. Y eso, antes de que comenzara a exponer sus asuntos médicos.
—No —admitió en voz baja.
—Pues quizá lo consigas si tienes un momento para una entrevista rápida.
—¿Ahora?
—Cuanto antes mejor.
Se miró la blusa que se pegaba a la piel e hizo una mueca.
—Tengo que darme una ducha y cambiarme de ropa… —Y también debería maquillarse. Quizá podría intentar hacerse un peinado un poco profesional. Debía intentar no parecer una mujer que acabara de tener su primer orgasmo—. ¿Puedes recogerme en casa de Luc y Alyssa dentro de cuarenta y cinco minutos?
—Claro. Creo que ésta es una buena oportunidad para ti, cielo. —Kata cortó la llamada.
A ella se le ocurrió en ese momento que ni siquiera le había dado tiempo a preguntar a su amiga para qué tipo de trabajo iban a entrevistarla, porque como se tratara de remover el agua de los pantanos no iba a poder con ello.
Entró en casa y la quietud le dijo que estaba sola. No esperaba otra cosa; Alyssa le había enviado un mensaje de texto para decirle que iba a llevar a su hija al médico. Aprovechó el momento para enviarle a Luc un mensaje pidiéndole que fuera él quien cerrara con llave Las Sirenas Sexys, aduciendo que se había olvidado. Y era cierto, había estado demasiado concentrada en Xander.
Tras poner los ojos en blanco ante tamaña estupidez, subió las escaleras. Se duchó antes de maquillarse lo mejor que pudo en el tiempo de que disponía, intentando no pensar en Xander a pesar de los hormigueos que recorrían su cuerpo.
Sabía que él se sentiría feliz al no tener que tratar con ella.
Sonó un claxon fuera de la casa y se puso en movimiento apresuradamente.
Había llegado el momento de dejarse de fantasías.
Corrió al armario, de donde sacó una falda de seda gris y una blusa rosa bastante formal con el escote bordado y suaves volantes en la cintura. Se miró en el espejo y pensó que le quedaba bastante bien, aunque parecía algo anticuado. Una prenda más apropiada para su abuela que para ella.
Volvió a escuchar el claxon y se apresuró a ponerse unos elegantes zapatos con plataforma —una de sus pocas debilidades—. Se recogió el pelo de cualquier manera y se lo aseguró con una pinza antes de correr escaleras abajo.
Tras cerrar la puerta con llave, se introdujo en el precioso Mustang de Kata.
Cuando se deslizó en el asiento de cuero, recibió un chorro de aire acondicionado en la cara y suspiró de placer.
—Gracias por todo. Sé que estás en plena jornada laboral.
—Me deben algunas horas extra, así que me las pagan de esta manera. —La hermosa latina le sonrió.
Ella se movió nerviosa.
—¿No vas a contarme nada de este trabajo?
Kata vaciló antes de negar con la cabeza.
—Creo que es mejor que te presentes a la entrevista con la mente abierta. Es posible que te sorprendas al principio… Si es así, no lo demuestres. Hablaremos después. ¿De acuerdo?
—¿Que me sorprenda? ¿Qué clase de trabajo es?
—De secretaria. Se trata de un hombre de negocios que necesita con urgencia un ayudante. Puedes hacerlo. Olvídate de cualquier idea preconcebida. Es posible que este tipo sea un poco gruñón, pero tú eres dulce y suave. Os equilibraréis.
Frunció el ceño. Kata no le aclaraba nada. Era muy mosqueante. Antes de que pudiera añadir nada más, su amiga giró el volante y entró en un aparcamiento, donde frenó el coche en una plaza cerca de la entrada del edificio.
—Tienes que ir a la oficina cuatrocientos veinte.
—¿Por quién…?
—¡Vete! —La interrumpió Kata, empujándola fuera del coche—. Está esperándote.
Con un suspiro, abrió la puerta y se dirigió al edificio. Se escuchaban los suaves acordes del hilo musical en el vestíbulo. Había exuberantes plantas que surgían entre piedras negras entre las que saltaban brillantes chorros de agua. En el frente, había un banco de granito, y un poco más allá, los ascensores.
Se abrió la puerta de uno y salió una familia. Cuando estuvo dentro, se pasó las manos sudorosas por la falda intentando contener los nervios. Podía hacerlo.
«Sonríe. Sé simpática. Sé educada y prudente. Mantente calmada. Demuestra que puedes ser de ayuda».
Cuando estuvo frente a la puerta marcada con el cuatrocientos veinte, se detuvo.
¿Debía entrar sin más o esperar a que la invitaran? ¿Debía llamar? ¿Era un lugar público o… privado?
Mientras permanecía allí, mordisqueándose el labio, la puerta se abrió de golpe con tanta fuerza que le sorprendió que no se desprendiera de las bisagras. Un hombre ceñudo se cernía sobre ella y la miraba con unos entrecerrados ojos azules que destacaban en medio de la piel bronceada. El pelo oscuro parecía disparado en todas las direcciones, como si no hubiera hecho otra cosa que mesárselo durante todo el día. El olor a alcohol le envolvía como una nube.
—¿Quién es usted? —ladró el tipo.
Ella apretó los labios para contener un jadeo. Iba a matar a Kata. Era el hombre que estaba durmiendo la mona el otro día en la habitación de invitados de su amiga.
El que echaba de menos a su esposa recientemente fallecida. El que le había aflojado las rodillas. Javier, el hermano de Xander.
—Soy London McLane, señor. Me han dicho que estaba esperándome.
Javier apretó con fuerza la botella de vodka que llevaba en la mano y que quedaba oculta por la puerta mientras clavaba los ojos en aquella rubia llena de curvas.
«¿Señor?». Sí, le gustaba cómo sonaba en aquellos exuberantes labios. Su primer instinto fue empujarla contra la pared, capturar su boca y besarla hasta que suplicara por más.
Ella le miró con aquellos grandes ojos azules, parpadeando por la sorpresa. Sí, supuso que nadie esperaba que su futuro jefe estuviera bebiendo como un cosaco a tan tempranas horas.
Repasó a la mujer de arriba abajo. Tenía una piel perfecta y pálida. Se sonrojaría cuando estuviera excitada, cuando frotara su barba incipiente en sus mejillas, cuando la besara en el cuello, cuando lamiera su dulce sexo.
Por primera vez desde hacía semanas, su miembro respondida alargándose y engrosándose como si se irguiera para saludar. Frunció el ceño y se dio la vuelta para refugiarse en el interior, detrás del escritorio. Esperaba que ella entendiera la muda invitación, pero no podía volverse hacia ella sin quedar en evidencia.
Se hundió en la silla y ocultó la entrepierna debajo de la mesa. Se sintió gratificado al verla… ¿Cómo había dicho que se llamaba? ¿Lauren? ¿Lacey? No lo recordaba. La vio seguirle y sentarse en una silla frente a aquel escritorio que sin duda había visto días mejores.
—¿Currículo?
Ella tragó saliva con nerviosismo, luego rebuscó en el interior del bolso para sacar una carpetilla de cartulina. La abrió con delicadeza y retiró unas páginas que le tendió. El papel parecía impregnado en su perfume, que poseía una nota ácida y dulce a la vez. Contenía algo intrigante. De hecho, ella en su conjunto, en especial aquellos ojos enmarcados con largas pestañas, era un misterio. Parecía poseer un lenguaje secreto.
Quiso acostarse con ella.
Pero carraspeó, se recostó en la silla de cuero y leyó el currículo. London, ése era el nombre. Dejó la botella de vodka en el suelo y se recreó en los detalles de la vida de aquella joven, reducidos a una única página, escrita con pulcritud.
—¿Por qué ha tenido que obtener el título de enseñanza obligatoria fuera del instituto?
Ella alzó un poco la barbilla y enderezó los hombros.
—Cuando estaba en segundo sufrí un accidente. Estuve hospitalizada muchos meses y luego tuve que someterme a largas sesiones de fisioterapia. En el momento en que me recuperé había pasado demasiado tiempo para graduarme con mis compañeros.
Él alzó los ojos del currículo y la estudió. ¿Así que había estado enferma durante tanto tiempo que perdió varios cursos en el instituto?
—Suena serio.
—Lo fue. Ahora ya estoy recuperada.
«Casi por completo». Sospechó que ella se callaba algo. Él llevaba demasiado tiempo tratando con tiburones en los negocios para creerse cualquier historia que le contaran.
—¿Le han quedado secuelas que puedan afectar al desarrollo de su labor? —Si se ceñía a las leyes laborales, no podía preguntar tal cosa… Pero seguramente ella no lo sabía.
—Estoy tomando una medicación nueva, espero que no haya ningún problema.
No era una respuesta precisa y no le gustó oírlo. Pero tampoco él era perfecto.
Estaba seguro de que debería rechazarla, pero no había tenido suerte con las secretarias anteriores. Necesitaba una como fuera, y Morgan la había recomendado.
—No ha reflejado sus experiencias laborales. —Volvió a leer apresuradamente el currículo. Era eso o clavar los ojos en los rotundos pechos.
—Acabo de licenciarme en la universidad. Por culpa del accidente mi graduación tuvo que retrasarse.
La miró. Era algo mayor que los veintidós años que tenía la gente cuando terminaba los estudios universitarios, pero no demasiado. De hecho, le hacía sentirse viejo. Tras el año que acababa de pasar se sentía casi un anciano.
Respiró hondo para concentrarse y miró la página que sostenía en la mano.
—Jamás he oído hablar de esta universidad.
Ella frunció el ceño, haciéndole desear haber mantenido la boca cerrada. No es que tuviera un montón de candidatas, y ninguna de las que había entrevistado le había convencido. Su instinto le decía que ella era diferente, justo lo que necesitaba; alguien que trabajaría duro, alguien a quién podría moldear para convertirla en la ayudante perfecta. Ponerla en aprietos solo serviría para hacerla sentir incómoda.
Tenía que dejar de aguijonearla, de exigirle información personal. Todavía no había hecho ni una pregunta sobre sus habilidades como mecanógrafa, o cómo se le daban los ordenadores, ni tampoco sobre sus requisitos salariales. Había ido directo a por ella.
—Debido a mis lesiones, asistí a una universidad a distancia.
La observó cruzar los tobillos de manera remilgada antes de meter los pies debajo de la silla y colocar las manos entrelazadas en el regazo. Por el recatado escote de aquella blusa vislumbró el indicio de un sujetador de encaje. Aquella joven irradiaba inocencia, algo que hacía años que no veía. Le tenía absolutamente fascinado.
Sí, sin duda quería acostarse con ella.
Y en el momento en que la contratara, aquella opción quedaría anulada. Lo último que necesitaba su multimillonaria empresa —con más enemigos acechándola de los que podía contar— era una denuncia contra su presidente por acoso sexual. Y a pesar de eso, necesitaba a una secretaria eficaz más de lo que necesitaba a una mujer en su cama.
Se forzó a pensar en los negocios y rebuscó entre la montaña de papeles que tenía en el escritorio. Dio con su agenda y hojeó las páginas hasta llegar a una en la que esbozaba la estrategia a seguir con un nuevo prototipo de un vehículo militar ligero en el que llevaban meses investigando y desarrollando. El que se utilizaba en la actualidad, estilo Humvee, no tenía capacidad para ambulancia. Éste era más ligero y alcanzaba más velocidad. Si Industrias S. I. apostaba por él, coparían el mercado con rapidez. No era un producto tan excitante como la tecnología láser que había creado Chad Brenner para la compañía, y con la que había hecho una fortuna, pero ese nuevo desarrollo también les reportaría millones.
Si Industrias S. I. podía arreglárselas para sacar al mercado ese prototipo antes de que su competidor, United Velocity, tuviera algo similar, se harían con el mercado.
Cogió la botella de vodka y se levantó, lanzando la agenda en dirección a London.
—Esta semana he trabajado en lo que llamo Proyecto de Recuperación. Me gustaría que organizara toda esa información.
Ella clavó los ojos en la libreta, leyendo en silencio el contenido antes de mirarle y asentir con la cabeza. Sus enormes ojos azules volvieron a ponerle duro como el acero. ¿Cómo sería verla arrodillada ante él? ¿Le miraría de esa misma manera en el momento en que le metiera el pene en la boca?
Se obligó a tragarse la lujuria dándose la vuelta y se dirigió a la puerta. Más para ocultar su erección que por perderla de vista.
—¿Tiene alguna pregunta que hacerme sobre lo que hay ahí escrito?
—No, señor.
La respuesta hizo que su corriente sanguínea se viera inundada por más lujuria.
Probablemente, dada la diferencia de edad, ella le consideraba nada más que un jefe maduro. La dulce y pequeña London no tenía ni idea de que él quería levantarle la falda, desgarrarle las bragas y comenzar a zurrar su bonito trasero para ver cómo se le ponía rojo, y comprobar si eso hacía que se mojara.
—Bueno. Tengo un archivo vacío y una caja llena de carpetas. Organice los papeles de este escritorio siguiendo ese esquema. Tiene treinta minutos. Cuando termine, es necesario escribir un memorándum para enviarlo por correo electrónico. La dirección está escrita en el borde inferior de la página. Tiene quince minutos más para ello. Después discutiremos sobre sus funciones y, si llegamos a un acuerdo, sobre su sueldo. ¿Tiene alguna duda?
Ella releyó las páginas pasándolas con rapidez. Luego negó con la cabeza.
—No, señor.
—Excelente. La dejo sola.
Durante los siguientes cuarenta y cinco minutos, él podría dirigirse a la tienda más cercana y pagar un precio ridículamente alto por otra botella de Cîroc. Y si fuera otro día, habría hecho eso. En ese momento, prefería perder el tiempo observándola. Si quería, podía mentirse a sí mismo y asegurarse de que quería descubrir si ella era competente y capaz de llevar a cabo ambas tareas en aquel lapso de tiempo. Y en parte tenía curiosidad, pero sobre todo quería mirarla. Había algo en ella. Una elegancia innata, aquellos grandes ojos azules, esos deliciosos pechos, su dulzura…
Sin embargo, se obligó a salir de su despacho y sentarse en la silla libre en la zona de recepción, desde donde la estudió a través de la ventana vertical que comunicaba ambos locales. No había hecho el amor con una mujer desde antes de la muerte de Francesca. Durante el último año no había tenido demasiado tiempo libre, cierto, pero tampoco había tenido deseo de follar con nadie. London había cambiado eso.
Sería mejor para ella si ese deseo desaparecía.
Aun así, no apartó la mirada de ella mientras se movía, reorganizando su escritorio. Agrupó con rapidez las carpetas correspondientes con los temas que había indicado en la agenda y las puso en el archivo. Luego comenzó a coger los papeles y a ordenarlos en montones, revisando las notas en busca de referencias cada dos por tres. Nunca supuso que acabaría a tiempo; había dejado demasiado material para clasificar como para poderlo archivar tan deprisa.
Para su sorpresa, London se detuvo y miró a su alrededor con un suspiro de satisfacción tan solo veintiocho minutos después. Entonces se puso a mecanografiar el memorándum como una posesa y lo terminó en siete minutos. La observó releerlo, comprobando la ortografía, y lo envió. Le habían sobrado cuatro minutos.
¡Joder! Una secretaria eficaz que se preocupaba más por el trabajo que por sus uñas. Una que no ponía mala cara porque pensaba que le había encargado demasiado trabajo ni que juzgaba que estuviera borracho. Una entre un millón.
London se dirigió a la puerta y la abrió. Él estaba allí mismo. Sabía que debía dar un paso atrás y no presionarla, pero su imagen —y había estado mirándola durante demasiado tiempo— le dejaba noqueado. «Santo Dios». Era preciosa. No como una modelo. De hecho no parecía demasiado preocupada por su apariencia. Le gustaría verla con ropa más juvenil, aunque no fuera sexy… Tenía que dejar de pensar tonterías.
Relegando la fantasía del jefe cruel que doblegaba a su secretaria sobre el escritorio al fondo de su mente, arqueó una ceja.
—¿Ha terminado?
Ella bajó la vista.
—Sí, señor.
Él contuvo el aliento. ¿Sabría ella que emitía vibraciones absolutamente sumisas? ¿Se imaginaría que simplemente mirarla hacía que se quisiera arrancar los pantalones, subirla a la mesa y follarla sin respiro durante una semana? Xander había estado empujándole a aquella mierda de Amos y sumisas desde hada meses.
Incluso había intentado darle algunos consejos puntuales sobre cómo tratar a Francesca cuando ésta empezó a perder el control. Aunque nada de eso había calado hondo en él, era lo suficientemente troglodita como para admitir que disfrutaba viendo a una sumisa bajando la vista. Era una rendición a su voluntad, un permiso implícito para tocarla de la manera que quisiera. ¿Qué hombre no disfrutaría con ello? Pero cuando lo hacía London, el gesto le dejaba la mente en blanco, y toda la sangre de su cuerpo bajaba a la ingle para inflamar su pene hasta que no era capaz de discernir qué cabeza era la que controlaba sus actos.
—Muy bien —la alabó, antes de carraspear para hacer desaparecer de su voz el tono ronco—. Cuénteme lo que ha hecho.
Ella movió la cabeza para sostenerle la mirada.
—Hay once carpetas en el archivo, rotuladas con el encabezamiento que me dijo. Siguen un orden alfabético. Los documentos correspondientes están dentro de cada una de ellas. Además creé una más para los albaranes del proyecto. Si trabajara para usted, seguramente habría fotocopiado las facturas y archivado los originales donde corresponden, poniendo las copias en el proyecto, donde pudiera seguir la pista a los costes asociados con este asunto.
Exactamente lo que le habría pedido si trabajara para él.
—Excelente. ¿Y qué me dice del correo electrónico?
—Lo he enviado como me pidió. Me he tomado la libertad de corregir la puntuación y ordenar algunas palabras para que resultara más claro. Le he enviado una copia oculta.
Javier sacó el móvil del bolsillo y abrió la cuenta de correo. El mensaje apareció al momento y lo leyó con rapidez.
—Perfecto.
London le dirigió una sonrisa que decía con más elocuencia que las palabras que estaba encantada de haberle complacido. ¡Joder!, si continuaba haciendo eso, iba a terminar sobre su escritorio, y él sería el gilipollas que llevase a Industrias S. I. a la ruina por acoso sexual.
Debería darle una palmadita en la cabeza y mandarla de regreso a su casa. Sin duda no debía contratarla.
Respiró hondo y avanzó tras ella para dirigirse a su sillón. Se hundió en él y dejó la botella sobre una esquina del escritorio. Luego la invitó a ocupar la silla frente a él con un gesto de su mano.
Ella se sentó remilgadamente, con la espalda recta y las rodillas juntas. Le gustaría verla allí con una minifalda, sin bragas y las piernas separadas.
Contuvo una sonrisa. No tuvo que preguntarse si aquellos pensamientos conmocionarían a la pequeña London. Sin duda lo harían.
—Hábleme de sus limitaciones médicas.
La vio tragar saliva antes de erguir la cabeza.
—En algunas ocasiones pierdo el equilibrio y acabo cayéndome. En el pasado, he experimentado algunos desvanecimientos, pero con la nueva medicación los resultados son mucho mejores. Y cuando ocurre, no dura más allá de unos minutos y no tienen consecuencias. No preveo que mi condición física cause problemas, señor.
Quería preguntarle sobre su lesión y cómo demonios había ocurrido. Era evidente que le había afectado de manera profunda. Para ser una chica tan guapa y lista, no tenía la suficiente confianza en sí misma. Realizaba las tareas con facilidad y aplomo, pero su interacción con él era tensa y nerviosa. Cuando le preguntaba sobre la lesión, se ponía rígida. Sin duda, allí ocurría algo.
—¿No va a preguntarme por la botella de vodka?
Ella vaciló. Sin duda no se esperaba esa pregunta.
—No, señor.
—¿Lo aprueba? —la desafió.
—No es asunto mío —repuso, clavando las manos en el regazo.
—No lo es —convino él—. Me alegra escuchar que no tendré que oír ni una palabra sobre ese tema.
—No bebería si fuera feliz, pero sigo diciendo que no es asunto mío. Sin embargo, me vería forzada a pedir un taxi si usted tuviera intención de conducir en estado ebrio.
—¿Por qué?
—No me gustaría que le metieran en la cárcel ni que fuera un peligro para los demás.
«¡Oh! Un corazón dulce y compasivo». Le agradó esa cualidad.
—El trabajo aquí solo durará cinco semanas. Si decido conservarla a mi servicio, sería necesario que se mudara.
Ella tragó saliva; parecía un poco nerviosa.
—Trabajaré con ahínco para que así sea.
Y estaba seguro de que lo haría.
—¿Qué le parece este sueldo para empezar? —Mencionó una cifra que la hizo abrir los ojos como platos. Él contuvo una sonrisa.
—Me parece bien, señor.
—Excelente. También disfrutará de un seguro médico sin restricciones por las condiciones preexistentes. Un plan de pensiones y unas vacaciones pagadas de tres semanas después de los primeros seis meses.
—¿Va a contratarme?
Era una decisión estúpida, dado lo mucho que la deseaba. Seguramente lo lamentaría alguna tarde cuando hubiera ingerido demasiado vodka como para preocuparse por las acciones legales que pudiera acarrear su comportamiento. Pero ella le daba esperanzas de que aquella oficina podría funcionar y los proyectos salir adelante. El hecho de que le proporcionara también una erección eterna, era algo que debería superar o pasar por alto.
—En Recursos Humanos insistirán en que pase una prueba de drogas antes de nada. Deme su dirección de correo electrónico y la pondré en contacto con la persona adecuada. Una vez solventado ese trámite, podrá empezar el lunes si está de acuerdo, pequeña.
La sonrisa que esperaba no se produjo. De hecho, ella parecía muy preocupada.
—Señor…
—Dígame. ¿Qué ocurre?
—Mis lesiones me provocan dolores, y el médico me ha prescrito calmantes. Intento no tomarlos, pero algunas veces tengo problemas para dormir.
También él. Pero estaba dispuesto a apostar que si olvidaba sus reticencias sobre tirarse a su secretaria, acabaría tan cansado que se sumiría en un profundo sueño.
Dejó a un lado aquellas fantasías de enredadas sábanas mojadas y cuerpos entrelazados.
—Nos aseguraremos de que en recursos humanos están al tanto de todo esto. No se preocupe. A menos que surja cualquier otra cuestión, esté aquí el lunes a las ocho y media. ¿De acuerdo?
Ella le miró y parpadeó. Él pensó que jamás se acostumbraría a esos preciosos e inocentes ojos azules.
—Sí, señor. ¿Alguna otra cosa?
La orden de que debía cambiarse la blusa vibró en la punta de su lengua, pero se la mordió. Dado que no podía dejar de desearla, incluso con aquel asexuado atavío, sería mejor que se vistiera con cualquier ropa pasada de moda que tuviera.
—No se retrase.
* * *
London todavía se estremecía cuando Alyssa la recogió unos minutos después.
Su prima bajó la ventanilla al verla aparecer y sacó la cabeza.
—Kata me llamó, he conducido como una loca para llegar a tiempo. Tenía que enterarme de todo. ¿Qué ha pasado?
—¡Me ha contratado! —London todavía no se lo creía cuando se subió al coche de su prima.
Por los documentos que había visto y la dirección de correo electrónico, él era Javier Santiago, presidente de Industrias S. I. Imaginar que alguien de esa categoría quisiera contratarla como secretaria y por ese sueldo —el doble de lo que esperaba— era increíble. Él sería un jefe exigente y ella se ganaría cada penique, pero por ahora se limitaba a disfrutar de la sensación de tener empleo por primera vez en su vida. Por fin estaba a punto de tener una vida de verdad.
De lo de disfrutar de una vida sexual se encargaría más tarde. Xander seguía ocupando sus pensamientos, pero la había rechazado. Tenía que respetarlo. Además, meterse en la cama con el hermano de su jefe no era lo más inteligente. Ya conocería a alguien. Todavía no era el momento adecuado para pensar en hombres. Sí, le gustaría que el primero fuera alguien como Xander, aunque había muchos más hombres en el mundo. Ya se ocuparía de ello. Las montañas había que subirlas de una en una.
—¡Oh, cariño, es genial! —Alyssa casi la tiró del asiento—. ¿Cuándo empiezas?
—El lunes.
—Necesitarás ropa nueva —afirmó su prima, mirando con ojo crítico la anticuada blusa rosa.
London se negaba a aceptar más que la hospitalidad necesaria.
—Me compraré algo después de cobrar el primer sueldo.
—Iremos de compras este fin de semana. —Cuando ella abrió la boca para rehusar, Alyssa negó con la cabeza—. Me lo pagarás cuando cobres.
Se lo agradeció con un susurro, antes de reclinarse en el asiento para ver el paisaje pasar.
—Lamento haberte dejado plantada antes. Hoy ha sido una locura en Bonheur, y después tuve que llevar a Chloe al pediatra. —La niña, que ocupaba su sillita en el asiento de atrás, se rio al escuchar su nombre. Alyssa la miró por el espejo retrovisor y sonrió—. Y esta niña bonita se portó muy bien, ¿verdad? Por suerte no está acatarrada, solo tiene una pequeña alergia.
—No te preocupes —la tranquilizó ella—. Ya tendremos la siguiente clase de baile en otro momento.
—Justo después de la cena. O eso espero. ¡Necesito hacer ejercicio! —gimió Alyssa.
London no sabía por qué su prima pensaba eso. Su cuerpo estaba igual de delgado y sexy que siempre. Dados los gemidos y suspiros que provenían del dormitorio de Alyssa y Luc cada noche, imaginó que hacían una buena cantidad de ejercicio allí dentro.
—Me parece bien.
—¿Cerraste con llave Las Sirenas Sexys?
—Le pedí a Luc que lo hiciera. Tuve que… que irme de repente. —London observó a su prima de reojo mientras ésta clavaba los ojos en el tráfico—. Conocí a alguien allí.
Alyssa la miró con agudeza.
—¿Qué? El club estaba cerrado.
—Abrí yo usando tu llave. No cerré desde el interior pensando que llegarías unos minutos después. —Se saltó la parte en la que se había puesto a hacer un striptease en el escenario para protagonizar una fantasía que jamás se haría realidad—. Cuando estaba a punto de irme, entró un hombre. Hablamos un poco. —Miró por la ventanilla esperando evitar que su prima pudiera ver lo ruborizada que estaba—. Me dijo que te conoce. Se llama Xander.
Lys se quedó paralizada y bajó la botella de agua que había llevado a la boca.
—¿Has conocido a Xander?
Ella asintió con la cabeza.
—Me invitó a salir, pero…
—¿Te invitó a salir con él? —Alyssa parecía a punto de ahogarse.
—Sí. —Miró a su prima—. ¿Ocurre algo?
—Un momento, un momento… ¿Hablamos de un tipo de casi uno noventa, lujuriosos ojos color avellana y voz capaz de derretir a cualquiera? ¿Te refieres a ese Xander?
Lo había descrito a la perfección.
—El amigo de Logan, ¿verdad? Sí, es ése. Pero le dije que no.
Bueno, no era exactamente lo que había ocurrido, pero no quería entrar en detalles.
—¿Has rechazado a Xander? —Al ver que ella asentía con la cabeza, Alyssa pareció quedarse anonadada. Luego se rio—. Debes de ser la primera mujer en la historia que hace eso. Me muero por conocer los detalles. ¿Cómo se lo tomó él?
London se encogió de hombros. ¿Qué decía ahora? No quería confesar que había sido ella la que se ofreció y él quien no aceptó en primer lugar. El episodio había resultado un tanto humillante. Aunque tampoco iba a volver a verlo.
—Pareció sorprendido, pero lo aceptó con deportividad. No ocurrió nada más.
—Le rechazaste… —Alyssa negó con la cabeza como si no pudiera creérselo.
—Bueno, después me marché. De hecho, ni siquiera le dije que éramos primas. Si le ves, preferiría que no mencionaras que me conoces. Al final, las cosas resultaron un poco tensas y…
—¿Malas? —Alyssa le lanzó una mirada de sospecha—. Está bien. Cuéntame lo que sucedió. Quiero conocer toda la historia.
«Él me desnudó, me abrió las piernas y comenzó a chuparme el sexo hasta que grité desmayada del placer». No, mejor no decir eso.
—Tuvimos un malentendido. No tiene importancia. Solo, pienso que sería más fácil que no volviéramos a vernos.
Esta vez, su prima vaciló todavía durante más tiempo.
—Sí, seguramente será lo mejor. Es… Es demasiado para ti.
Las palabras de su prima respaldaban sus sospechas, pero se sintió molesta.
—¿En qué sentido?
—Bueno… Si tuvieras intención de aprender a manejar un avión, no te recomendaría que empezaras por un F22.
—¿Qué quieres decir? —insistió.
—Va muy rápido, cariño. Decir que es un playboy sería una declaración comedida. Más o menos lo mismo que decir que Luc puede hervir agua.
En otras palabras, Xander tenía un verdadero talento. Sí, ella lo sabía de primera mano. Y si se le daba de vicio el sexo oral, imaginaba que sería igual de experto en el resto. Seguramente podría hacerla alcanzar el orgasmo de pie, sentada, o…
Aquellos pensamientos la hicieron retorcerse en el asiento.
—Entiendo.
—No. Estoy segura de que no lo haces. —Alyssa se incorporó al tráfico cuando el semáforo se puso verde—. Xander no es solo un encantador playboy millonario, además es un Amo.
—¿Un qué?
Alyssa parpadeó como si aquella conversación le resultara incómoda, como si tuviera que explicar a un niño todo el asunto de las abejas y las flores. Ella se puso en tensión. Era virgen, no estúpida.
—Un dominador sexual.
Ella tenía una ambigua idea de a qué se refería por algunos libros que había leído y algunas conversaciones aisladas entre Luc y sus amigos. Pero dado el profundo timbre de la voz de Xander cuando le ordenaba que hiciera algo, las palabras de Lys no eran una sorpresa.
—¿Le gusta atar a las mujeres para hacerles daño?
—No sé qué es lo que le gusta en particular, aunque estoy casi segura de que las ata. Jamás he escuchado que sea un sádico, solo que le gustan las mujeres sumisas; tenerlas bajo su control. Así que seguramente será mejor que no salgas con él.
Si, seguramente. Pero aún así no comprendía tanta insistencia por parte de su prima.
—Me sugirió salir a almorzar. ¿Qué crees que me hubiera podido hacer en un lugar público?
—Sabe montárselo bien. No me preocuparía por él. Si quieres salir con alguien, elegiría a alguien más joven y menos capaz de seducirte en los primeros diez minutos.
Ella frunció el ceño. ¿No era eso lo que había pensado ella misma? Además, después de recibir ese consejo de Alyssa, sería lo más prudente. Sin embargo, había sido prudente desde que tenía memoria. Había permanecido en su silla de ruedas hasta que el especialista le dio luz verde para continuar; no había caminado sin ayuda hasta que el fisioterapeuta se lo permitió. No celebró su veintiún cumpleaños por estudiar y no tener que acudir a un lugar donde sería compadecida por su falta de movilidad. Superó la súbita muerte de su padre por culpa de un infarto al darse cuenta de que la vida era breve y estaba desperdiciando la suya dejándose llevar por el miedo.
—Quizá sí quería que me sedujera —admitió con suavidad.
Alyssa la miró en aturdido silencio.
—Tengo veinticinco años. A mi edad, casi todo el mundo ha experimentado determinadas cosas. —Hasta ese día, el único hito romántico en su vida había sido el lastimero beso que le dio Justin Chambers después del baile de décimo grado.
—Lo sé, cariño. No estoy diciéndote que no debas salir con nadie, que no debas disfrutar de experiencias con los hombres, solo que… Con Xander, cualquier tipo de experiencia terminará exactamente una hora después de empezar.
Sin duda ella era una estúpida por pensar que podría manejar más tiempo a un hombre así. Sin duda, poner fin a su breve relación había sido lo mejor.
—Por lo menos tendría algo de experiencia.
—Oh, desde luego. —Alyssa asintió con la cabeza—. Pero ¿cómo llevarías después que él te dejara?
¿Lo haría? Seguramente. Cuando se negó a salir con él, sin duda lo habría desconcertado. Aun así, él no se plantearía seguir viéndola. Estaba segura de que jamás la llamaría. Y si lo hacía… bueno… que fuera lo que Dios quisiera.
El único hombre además de él con el que le gustaría salir era su hermano. Quien además de ser su nuevo jefe, parecía un viudo acongojado que tenía que recurrir al alcohol para superar cada día. Javier tenía problemas. Y ella era una chiflada por pensar que él podría llegar a considerar llegar a salir con ella. A partir del lunes, su relación sería estrictamente laboral.
—Es algo fuera de discusión. Le rechacé y Xander no sabe quién soy. No creo que nuestros caminos vuelvan a cruzarse. —Se estremeció—. Aunque voy a trabajar para su hermano.
Alyssa suavizó su expresión.
—Lo lamento por Javier. No conozco los detalles, pero su vida ha sido una pena durante el último año. Xander está obligándole a vivir aquí seis semanas para que deje de beber y se concentre de nuevo en sus responsabilidades. Por eso deduzco que la vida de Javier debe de estar al borde del colapso.
Sí, eso era factible. Parecía que la ecuanimidad del hombre que la había entrevistado esa tarde pendía de un hilo. Ella había tenido la sensación de que en cuanto saliera de las oficinas, él desaparecería con su botella. Había visto en su cara un anhelo desesperado que hacía que quisiera salvarlo. ¡Oh, Dios! ¡Qué prepotente sonaba eso! Después de sufrir tantas dificultades, siempre quería ayudar a los demás a superar sus montañas personales. Pero llegar a Javier… Era evidente que se trataba de un hombre demasiado orgulloso como para querer su ayuda. Si intentaba tenderle una mano, chocaría con él y acabaría herida.
—Bueno, empiezo el lunes. Mi trabajo consiste en facilitar el suyo. Espero conseguirlo. —Gracias a Dios, aquello hacía que su carga fuera más liviana. Iba a ser su secretaria, no su salvadora. Solo debía evitar a su hermano.
No se planteaba ni por un momento que fuera a resultar fácil.