Capítulo 4

Xander se sintió sorprendido. ¿La mujer que le había dicho que sea diera la vuelta para que no la viera vestirse ahora quería que la sedujera? Sin duda sería un placer para él y, muy pronto, también para ella. Hizo cálculos mentales sobre cuánto tiempo le llevaría desnudarla y tenerla bajo su cuerpo. Diez minutos como mucho.

Tendría suerte si resistía cinco rozando con sus labios cada centímetro de su piel, succionándole los pezones, antes de introducir su polla lentamente dentro de aquel dulce coño.

Volvió a hundir la cara en la fragante curva que unía el cuerpo con el hombro y recorrió aquella piel a besos. Era tan suave por todas partes… ¡Dios! Podría pasarse el día tocándola y no aburrirse en absoluto. Olía a pecado, con una nota cítrica al principio que pronto se veía anulada por el aroma a jazmín y vainilla que coqueteaba con sus fosas nasales y le obligaba a acercarse todavía más.

«¡Más!». Definitivamente necesitaba más. Bien, de acuerdo en que a su polla jamás le costaba mantenerse a la altura y homenajeaba a cualquier beldad, pero eso era todo un récord incluso para él. Era una joven preciosa y… sumisa. Una sumisa de verdad. Representaba todo lo que quería en una mujer. Todo lo que deseaba. Todo lo que se había perdido en la vida.

Lanzó una mirada a aquellas nalgas exuberantes cubiertas con esos feos pantalones con bolsillos por todas partes. Si pudiera, se los arrancaría del cuerpo. Le gustaría vestirla con minifaldas que permitieran acceder con facilidad a todos sus suaves secretos. Cuando estuvieran solos, le prohibiría llevar bragas o cualquier prenda que le impidiera acariciar a placer aquella tierna carne que tan desesperadamente quería ver, tocar… saborear. Iba a tener que preguntarle a Alyssa dónde y por qué había escondido a aquella deliciosa preciosidad.

Con una amplia sonrisa de expectación, le puso las manos en la cintura y la giró para mirarla a la cara. Ella estaba tan nerviosa que se mordía el grueso labio inferior con sus pequeños dientes blancos, mientras se estremecía sin control.

Xander frunció el ceño y le puso el dedo debajo de la barbilla para alzarle la cabeza.

—Mírame.

Las espesas pestañas revolotearon sobre unos ojos tan azules que sintió como si le dieran un puñetazo en el estomago. No era solo el hermoso color; era el conjunto.

Se había acostado con algunas de las mujeres más hermosas del mundo, de las más bellas de todos los continentes, excepto la Antártida; ése se lo había saltado, no había nada que ver y odiaba el frío. Pero todas aquellas vivencias se desvanecieron al mirar a London.

Lo que más le afectaba era su expresividad. Cada pensamiento que atravesaba su mente se veía reflejado en su cara. Miedo. Ansiedad. Curiosidad. Tímido deseo. Ella le miraba como un niño sin dinero miraría el escaparate de una confitería y aun así no hizo ni un solo movimiento hacia él.

Se había dirigido allí en busca de una chica adecuada con la que pasar la tarde y liberar gran parte de su tensión. No podía ignorar el presentimiento de que había encontrado mucho más. Aunque apenas habían intercambiado un puñado de palabras, presentaba un montón de intrigantes contradicciones. Aquella belleza acababa de realizar un striptease de alto voltaje que le hacía notar los pantalones muy apretados, pero no había respondido a su pregunta de si trabajaba allí. Según se estaban desarrollando los acontecimientos, se sentía más inclinado a pensar no solo que no se desnudaba por dinero, sino que nunca se había quitado la ropa en público.

Lo que le hacía preguntarse, ¿por qué demonios se había marcado un número de striptease cuando no esperaba audiencia?

Ella respiró hondo y sus pechos subieron tentadoramente, él no pudo evitar fijarse en que el botón superior estaba abierto y dejaba a la vista un delicioso atisbo del canal entre ellos. Antes de que aquella imagen le dejara en blanco el cerebro y se abandonara a la seducción, la miró a los ojos.

Éstos eran, sin duda, el espejo de su alma. En su interior se vislumbraba una mujer amable y suave. Aunque también notó su ansia, su impaciencia… Su necesidad.

—¿Quieres que te bese? —murmuró a un aliento de su boca.

Ella aspiró aire y separó los labios.

—Sí.

London respiró la palabra y el efecto fue directo a su polla.

—¿Quieres que te desnude, saboree tu cuerpo, te folle a conciencia y me trague tus gritos de placer?

Con los labios entreabiertos, ella le miró con las pestañas bajas, vacilando.

Luego se puso de puntillas al tiempo que se equilibraba, apoyando los dedos en sus hombros.

—Sí.

«¡Joder, sí!». Allí mismo. En ese mismo momento. Estaban solos… aunque había algo en esa chica que le decía que no se iba a sentir satisfecho con un polvo rápido sobre una mesa, ni sosteniéndola contra la pared mientras la taladraba con su miembro. Ella pedía otro trato. ¿Por qué, si no, la llamaba preciosa en la lengua de sus antepasados, cuando a todas sus demás conquistas las llamaba «nena»?

Sospechaba que si daba rienda suelta a todo el deseo que ardía por London, si le separaba las piernas para perderse entre ellas con el ansia que le dominaba, ella se asustaría. Aquel era un proyecto en el que debía ir despacio. Tenía que matar las horas. Los días y las semanas. Podía dedicar tiempo a seducir a esa belleza.

—Eso es lo que yo quiero también, belleza, pero no aquí.

Y ahora que había decidido dejar la casa alquilada a Javier, tampoco podía llevarla allí. Además, no era capaz de acostarse con ella en el mismo lugar donde habían tenido lugar sus depravadas travesuras con Megan, Shelby y… ¿cómo se llamaba la otra? Alexis. Sí, London no pertenecía a aquel lugar.

—¿Vives cerca de aquí?

Ella le miró con algo parecido al pánico.

—No. Quiero decir sí, vivo cerca, pero no podemos ir allí. Me alojo en casa de una prima…

—¿Podría vernos?

—Exactamente.

Recordó haber visto un hotel de camino hacia allí. No era un establecimiento de cinco estrellas, pero tendría que valer. La cogió de la mano.

—Tengo una idea. Ven conmigo.

En aquel momento, sonó un mensaje de texto en el móvil que ella llevaba en los pantalones. Lo sacó y lo leyó con el ceño fruncido. Tecleó una respuesta antes de guardarlo. Entonces respiró hondo.

—Creo que tengo una idea mejor. ¿Me acompañas?

Él sonrió. La anticipación recorría su cuerpo e inflamaba su ansiosa erección de una manera casi dolorosa.

—Tú delante, belleza.

Cuando London pasó a su lado, le acarició las nalgas. Al verla contener el aliento, él sonrió de oreja a oreja. La observó mientras se dirigía a la entrada para cerrar la puerta. El tintineo metálico de las llaves resonó en el vacío. Ahora estaban completamente solos. ¡Oh, sí! Aquello iba a ser muy bueno.

Una vez que salieron de la zona del bar, él le cogió la mano y la estrechó entre sus dedos mientras la seguía al piso superior por las escaleras que había detrás del escenario. Ella abrió la única puerta y, cuando entraron, vio que el espacio estaba dominado por una cama enorme de cuatro postes. ¡Joder!, lo que podía hacer allí con London y largas cuerdas de nailon. Aquel pensamiento le hizo contener un gemido.

En el interior, unas llamativas fotos artísticas, en blanco y negro, casi todas de paisajes, cubrían las paredes. El edredón blanco parecía mullido e invitador bajo los rayos de sol que entraban a raudales por la ventana.

Él cerró la puerta.

—Genial, ¿nadie nos molestará aquí dentro?

Ella se humedeció los labios con nerviosismo.

—Por lo menos en las próximas horas.

—Oh, belleza… Estás en un buen lío. ¡Dios!, no te imaginas todas las maneras en que voy a poseerte.

Ella tragó saliva, parpadeó y le miró con aquellos ojos tan azules.

—Bueno… Tendrás que demostrármelo.

Su dulce voz sonó un poco jadeante, y percibió su pulso palpitante en la base del cuello. London estaba más que nerviosa. La tranquilizaría y la haría anhelar el placer, lograría que dejara de pensar.

—Ésa será mi tarea. —La pegó a su cuerpo—. No te preocupes, yo me ocupo de todo.

Ella intentó asentir con la cabeza, pero él tenía las manos hundidas en su pelo y no podía moverla. Lo cierto es que todavía no la tenía donde quería, pero pronto lo haría.

La giró y la puso de espaldas sobre la cama, donde ella se hundió en el algodonoso edredón blanco. Tenía el pálido pelo revuelto y la suave cara bajo la de él. Sus ojos mostraban que estaba bastante excitada. Ella reaccionaba a él y, a pesar de la depravación de la noche anterior, Xander apenas podía contener la impaciencia.

Ella poseía algo nuevo y fresco. Era diferente. Casi pura.

Cubrió su cuerpo con el suyo y contuvo el aliento al sentir sus dúctiles curvas.

Luego le ahuecó la mano sobre la mejilla. Era muy hermosa. London parpadeó sin dejar de mirarle, mientras su piel adquiría un suave tono rosado. Él se sintió un cabrón afortunado.

M-me miras mucho…

—Te miro y pienso todas las maneras en que voy a conseguir que te corras. —La vio contener el aliento y cómo sus mejillas se ponían más rojas. No pudo contener una sonrisa—. ¿Asustada, belleza?

—Un poco.

Evidentemente, estaba más que un poco asustada, pero dejó pasar aquella inocente mentira por el momento. En vez de usar sus labios para contradecirla, lo haría para besarla.

Se inclinó hacia ella, dándole tiempo para protestar, cosa que no hizo. Rozó sus labios con los de ella suavemente, conociéndolos y estudiándolos. Ella los abrió poco a poco como una mariposa, hasta que por fin le dejó entrar. Notó que la joven contenía el aliento cuando se internó en su boca, deslizando su lengua contra la de ella en un erótico tango.

London se agarró a sus hombros y se quedó casi inmóvil. Jadeó en su boca. Él percibió los apurados latidos de su corazón contra el pecho.

—Tranquila. Todo está bien. Haré que disfrutes.

Ella asintió con la cabeza. Se esforzaba por confiar en él, y tendría que conformarse con eso por el momento. Pronto la pondría a prueba. Por ahora, le deslizó la mano en la nuca, inclinó su boca sobre la de ella y se recreó.

La misma dulzura que había saboreado en su lengua la primera vez estalló ahora en sus sentidos. Ella se rindió al beso, su cuerpo se ablandó bajo el suyo mientras se aferraba a él con todas sus fuerzas.

Con un gemido, él se internó más profundamente en su boca. Ella se arqueó hacia arriba, separando más los labios para aceptar cada empuje de su lengua. El beso se volvió más voraz; la devoró con crueldad, perdiéndose en el interior de aquella cálida cueva. ¡Joder! Podría ahogarse en ella, olvidar en su boca todos sus problemas. No necesitaba a una de las strippers de Alyssa; necesitaba a esa chica.

Más tarde —mucho más tarde— averiguaría por qué estaba desnudándose en el escenario de Las Sirenas Sexys cuando el local estaba vacío.

En ese momento, solo quería estar dentro de ella de todas las maneras que pudiera.

Volvió a hundirse en sus labios otra vez más. Ella le respondió, apresándole la cadera con la pierna en silenciosa provocación. Se aprovecharía de eso muy pronto, pero por ahora, le presionó la espalda contra el colchón y tanteó hasta encontrar los botones de la blusa. Los desabrochó uno tras otro sin resistencia, como un cuchillo caliente se hundiría en un bloque de mantequilla.

Al instante estaba apartando la tela y renunciando a sus labios para mirarla. ¡Un premio gordo! Los pechos se derramaban por encima del encaje del sujetador. Eran obras de arte, pálidos y suaves. Y auténticos. Apenas podía esperar para atraparlos con los labios; para acariciarlos, para rozar los pezones con los dedos, para escucharla contener el aliento antes de cerrar los ojos. Arrancaría de un tirón ese maldito sujetador y succionaría los pezones hasta que estuvieran hinchados y rojos.

Ahora los veía a través del encaje; eran dulces puntos rosados que se erguían hacia él suplicando sus atenciones.

—Quiero fuera ese sujetador. Y la blusa. Quítatelos.

Ella no se movió.

—Ummm… ¿No podemos bajar antes las persianas?

¿Y arruinar la que estaba seguro que sería una de las mejores imágenes que verían sus ojos en los últimos tiempos?

—No, belleza. Voy a ser un buen amante. Me aseguraré de que te corras una y otra vez. Pero nadie va a bajar la persiana, no pienso dejar que te escondas de mí.

Ella volvió a sonrojarse mientras procesaba sus palabras. Apareció una expresión de pánico en su cara, pero se enfrentó a él con valentía.

—Me sentiría más relajada si la habitación estuviera a oscuras.

Él negó con la cabeza.

—Te quedarías escondida en la zona donde te sientes cómoda y no te rendirías a mí. Vamos a dejar la persiana subida. Quítate la blusa, belleza. —Se encargaría él mismo del sujetador; de hecho, sería entretenido.

London vaciló. Se sentó y le observó con las pupilas dilatadas. Luego se miró a sí misma con el ceño fruncido. Cruzó por su cara una expresión de desagrado. Con rapidez se deshizo de la blusa y se dejó caer en la cama. A él no le gustaron nada las sospechas que giraron en su mente. ¿A London no le gustaba su cuerpo? ¿Sería porque era una mujer y no una sílfide? ¿Porque tenía curvas y no era plana como una niña?

Antes de que él pudiera enfadarse por ello, ella dejó caer la blusa a un lado y luego metió los brazos torpemente bajo la espalda, intentando llegar a la correa del sujetador.

—¿Me quito también esto?

Él alzó una ceja. La expresión de London era como un libro abierto y decía que la joven luchaba con todas sus fuerzas contra sus inhibiciones, y eso tenía su mérito.

Sin embargo, parecía que ella estaba tratando de tomar el control de la situación, y no pensaba permitirlo.

—Pensándolo bien, belleza, seré yo quien disfrute de ese placer. Quiero desnudarte lentamente, muy despacio. Para mi recreo… Para mi placer.

Ella se mordió un labio como si aquella respuesta le molestara por alguna razón, y suspiró.

—Mira, sé que parezco un poco tensa. Estoy segura de que has estado con mujeres mucho más bonitas y que seguramente no te gustará que…

—No termines esa frase. Deja de preocuparte sobre qué me gustará o lo que pienso y todo irá bien.

—Eres muy mandón.

«Si ella supiera…». Xander sonrió.

—No es la primera vez que me lo dicen. Y dudo mucho que sea la última.

Antes de que ella pudiera hacer algún comentario al respecto o atascarse otra vez, se tendió sobre su cuerpo, separándole las piernas con las suyas y apretando su miembro palpitante contra su cálido y suave sexo. La agarró por las caderas y, completamente vestido, se arqueó contra ella con un largo gemido. Sí, pronto estarían desnudos y enlazados. Antes iba a tener que ejercitar la paciencia y hacer que se olvidara de tan extrañas reticencias.

Volvió a capturar su boca. Jamás se cansaría de besarla. Ella no era una experta; de hecho, sospechaba que no la habían besado mucho o que había sufrido una recua de novios que no habían adorado correctamente aquellos exuberantes labios. Algo que él pensaba solucionar.

Cuando ella se derritió bajo su cuerpo para ofrecerse con más entusiasmo que sutileza, él rodó sobre su espalda llevándola consigo. La rodeó con sus brazos y llevó los dedos al cierre del sujetador. London apenas tuvo tiempo de jadear antes de que abriera los cuatro corchetes. Para ser una prenda de encaje, era muy resistente. Con unos pechos así, lo necesitaba, aprobó para sus adentros. Le encantó abrirse camino hasta su piel, sentir cómo los corchetes se deslizaban bajo sus dedos.

Le bajó los tirantes por los brazos y lanzó la prenda al suelo.

—No vas a necesitarlo durante un buen rato.

Ella se sonrojó.

—Se te da bien quitar sujetadores. Es evidente que lo has hecho muchas veces. Eres un hombre terrible, ¿verdad?

Él le brindó una amplia sonrisa. No recordaba cuándo había sido la última vez que una mujer le había hecho reírse a pesar de ponerle a cien.

—El peor. Y seguramente, lamentarás todo esto mañana.

Ella le miró en silencio antes de negar con la cabeza.

—Si me haces sentir bien no lo lamentaré. Dame algo que recordar. Eso es todo lo que quiero.

¿Por qué se despedía incluso antes de haber follado? Le intrigó, pero lo dejó pasar por el momento. Cuando terminaran la interrogaría a conciencia. Aunque en realidad lo que pensaba hacer era proporcionarle tanto placer que no pudiera soportar la idea de dejarle marchar.

Feliz con el plan, volvió a rodar sobre la cama y se arrodilló entre las piernas de London para quitarse la camisa. La tiró por el aire y aterrizó cerca del sujetador.

Cuando clavó los ojos en ella, London miraba boquiabierta su pecho, deslizando los ojos por los pectorales, los abdominales… hasta el…

—¡Oh, caray! Eres… Creo que me he comido la lengua.

Él se rio. Era tan ingenua e inexperta que cada respuesta era lo primero que le pasaba por la cabeza. No pensaba lo que decía. No fingía ronronear para él ni adoptaba poses de poster central con expresión de estrella del porno. London era completamente auténtica y a él le encantaba.

—Espero que no sea cierto, belleza. Necesitaré esa lengua más tarde. —Le guiñó un ojo.

La vio sonrojarse todavía más.

—Me abrumas.

—Todavía no te he dado razones para ello, pero pronto…

Y pensó en todas las maneras en las que podría abrumarla de verdad. De pronto, se bajó de la cama y se aprovechó de que estaba tumbada de espaldas.

—Quédate quieta. No muevas ni un músculo ¿Me lo prometes?

—¿Qué vas a hacer?

—Conseguiré que te sientas fantástica. Solo necesito que me prometas que vas a quedarte aquí quieta como una buena chica.

Vio una sombra de indecisión en su cara.

—¿Me va a doler?

—Si te duele es que hago algo mal. —Sonrió de oreja a oreja para tranquilizarla.

Ella asintió con la cabeza, mirándole con nerviosismo antes de quedarse inmóvil.

—De acuerdo.

No hubo juegos ni añadió ningún comentario más sobre lo bien que la iba a hacer sentir. La anticipación recorría su cuerpo como un estallido de fuegos artificiales cuando atacó los botones del pantalón femenino. Ella apenas tuvo tiempo de enterarse de lo que estaba haciendo cuando ya tenía bajada la cremallera y la prenda se deslizaba por sus tobillos antes de caer al suelo.

«¡Joder! Simplemente magnífica», pensó mientras deslizaba la mirada por su cuerpo hasta el minúsculo tanga de encaje. Se lo había visto en el escenario, pero ahora estaba más cerca, la situación era más personal y la prenda resultaba todavía más provocativa de lo que había imaginado. London tenía los muslos suaves, muy blancos y un poco rotundos. Serían una almohada fantástica cuando le devorara el sexo. No podía esperar a clavar los dedos en esas piernas y estudiar lo que se ocultaba entre ellas mientras estaba arrodillado en el medio. Su montículo estaba protegido por pálido vello rizado. Le gustaría que se depilara. Sería rosada, bonita y perfecta… Y se le hizo la boca agua solo de pensarlo.

—Estás mirándome fijamente… ahí abajo. —London parecía casi avergonzada de su cuerpo. Y eso no podía ser.

—¿Te refieres a tu sexo, belleza? Claro que te miro. Eres preciosa.

—Esa parte no es bonita, es funcional.

—Creo que en realidad es ambas cosas. Pero no querrás discutir conmigo, ¿verdad? —Afiló su voz para que ella supiera que encontraría esa sugerencia inaceptable.

Ella vaciló y alzó un poco la cabeza. Él carraspeó y arqueó una ceja, indicándole sin palabras que esperaba una respuesta. Era evidente que ella no sabía que era un Amo. Y sin duda no sabía tampoco que ella era una sumisa nata. Si lo hacía, apostaría lo que fuera a que jamás había explorado ese lado de su sexualidad. Pero la guiaría y dejaría que fuera el instinto sumiso que poseía lo que la acercara a él en ese momento. Muy pronto, la ataría y la llevaría al éxtasis absoluto. ¡Oh, Dios!, apenas podía esperar a sentir ese exuberante trasero bajo su mano, cada vez más rojo para su mirada y su placer.

Sí, era un pervertido. Que le demandaran.

—No, no quiero… —repuso ella finalmente con cierta inseguridad. Él lo dejó pasar.

—Buena chica. Dame el tanga.

Ella abrió los ojos como platos.

—¿Que te lo dé? ¿Quieres decir que me lo quite y…? —Meneó la cabeza y suspiró—. ¿De verdad?

—Quiero llegar a tu sexo. Quiero que me demuestres que me quieres allí. Venga, belleza.

Ella respiró hondo, como si estuviera reuniendo todo su coraje.

—¿Puedes prometerme una cosa?

El tono de aprensión que envolvía su voz le hizo detenerse. Allí pasaba algo realmente raro. ¿Sería por su falta de experiencia? Él había estado con miles de mujeres. Sabía cuándo una no tenía muchas tablas. Ella era demasiado mayor para ser virgen, pero era evidente que se había topado con algún tipo inepto y poco sensible. Esa certeza hizo que quisiera proporcionarle una experiencia completamente diferente, así que estaba preparado para ser indulgente hasta… cierto punto.

—¿Cuál, belleza?

—No me mires la espalda. Prométemelo y haré cualquier cosa que quieras.

Él frunció el ceño. «¿Su espalda?». Cada vez que iniciaba una relación con una sumisa, negociaba las condiciones. Después de todo, los límites se hablaban y se consensuaban. Consideraría eso como uno de los límites suaves, lo que quería decir que pronto la empujaría más allá.

—De acuerdo.

Ella soltó el aliento que retenía, aliviada por haber escuchado esa respuesta.

—Gracias.

Entonces deslizó las cintas del diminuto tanga, retorciéndose para bajarlo por las caderas y los muslos. Él no miró más abajo; seguramente tenía los pies pequeños y las uñas de los pies pintadas de rojo o algún color igual de encantador, sino que clavó los ojos en su sexo y ya no apartó la vista. Sí, como sospechaba, dulce carne rosada. Sus pliegues estaban mojados y un poco hinchados, pero él sabía cómo excitarla todavía más.

—Esa sonrisa tuya está empezando a asustarme —reconoció ella con una risa.

Él se situó entre sus piernas, relamiéndose los labios.

—Deberías asustarte, belleza.

Sin añadir nada más, le separó los muslos y abrió los pliegues con los pulgares.

Entonces repasó los labios con la punta de la lengua, recreándose en los jugos que se producían para él. Ella contuvo el aliento mientras se aferraba a las sábanas, y él casi se murió de placer. Era más que dulce, London era completamente adictiva y bebió de su sexo como si no pudiera tener suficiente. De repente, se preguntó si en algún momento llegaría a saciarse. Todo en ella, desde la manera en que se arqueaba hasta los leves grititos que no lograba contener o la velocidad en que se le endurecía el clítoris contra su lengua, todo le excitaba a más no poder.

—Así, así —la alentó—. Eres ardiente, nena. Estás mojada y resbaladiza. —Hundió la nariz entre sus pliegues y su olor inundó sus sentidos, haciéndole casi explotar—. Mmm, voy a grabarte en mi piel. Voy a recordar cada segundo. Y voy a llevarte a la cama una y otra vez para saborearte sin parar. Córrete contra mi lengua, belleza.

Ella bajó las manos y enredó los dedos en su pelo para tirarle de los mechones al tiempo que se apretaba contra su boca. Él notó que sus pliegues se hinchaban más.

Se iba a correr al cabo de unos segundos. Tenía el cuerpo rígido como si lo atravesara una tormenta. Notaba la tensión que crecía en su interior, se deshacía para él y, cuando por fin estallara, observaría la función, maravillándose de lo hermosa que era, antes de follarla.

Y si lo hacía, durante algunas horas no tendría que pensar en lo malo que era y lo bueno que era Javier… No importaba. No pensaba seguir esa línea de pensamiento.

¿Para qué molestarse cuando London era mucho más fascinante que aquella oleada de piedad mental?

Usó la lengua para rodear la pequeña abertura, lamiendo entre los pliegues de arriba abajo hasta el clítoris, dulce como el caramelo. ¡Santo Dios!, ya se imaginaba con ella otra vez. De hecho, sabía que iba a querer volver a tirársela. La convencería para que se desnudara para él de todas las maneras imaginables.

Aquella idea hizo que se le engrosara todavía más la erección. Ni siquiera sabía que aquello era posible.

—¡Xander! —gritó ella, jadeando asustada.

Él se limitó a gemir contra ella como único reconocimiento; nada haría que prescindiera de aquel sabroso manjar antes de que explotara presa del éxtasis.

Ella se puso rígida y le atrapó con fuerza la cabeza entre aquellos muslos de infarto intentando detenerle. Le empujó con fuerza. ¿Qué demonios…? ¿Le había hecho daño de alguna manera?

—¿Qué te ocurre, belleza?

Ella meneó la cabeza.

—Es demasiado. Demasiado intenso… demasiado fuerte…

«¿De verdad?». Eso solo reforzaba la certeza de que quien se había acostado antes con ella era un completo inepto.

—Entonces es cuando es perfecto. Te verás envuelta por esa intensa oleada y alcanzarás el clímax. —Inclinó de nuevo la cabeza sobre su sexo para acariciarle el hinchado brote y más abajo.

—Me cortaré —dijo con preocupación—. No soy muy buena con los orgasmos.

«¿Qué no era buena?». ¿Quién le había dicho tal idiotez?

—Estoy seguro de que eres más que buena. Con quienquiera que hayas estado, no le creas; no es digno de ti. Yo cambiaré las cosas, belleza. Te convertiré en una experta, te lo prometo.

En medio de un chisporroteante silencio y estremecedores jadeos, besó su carne expuesta con boquiabierta pasión, devorándola sin pausas ni restricciones. En pocos segundos la había llevado de nuevo a la cima. Era posible que ella luchara contra el orgasmo porque le resultaba poco familiar, pero él se aseguraría de que no lo hiciera durante mucho tiempo.

—Déjate llevar. —Ella no podía ignorar la orden implícita en su tono. Era demasiado dulce, demasiado sumisa para no ceder—. Ábrete para mí.

Ella obedeció sin vacilar. En cuanto no tuvo defensas contra la lengua que la abrasaba, Xander añadió un dedo. Y London siguió sus órdenes. ¡Oh, Dios! ¡Qué estrecha era! Parecía como si su dedo fuera a ser aplastado por las palpitantes paredes. ¡Joder! ¿Cuánto tiempo llevaba sin follar con nadie? ¿O es que sus antiguos novios tenían la polla tan fina como un lápiz?

Las preguntas se arremolinaron en su cerebro hasta que ella gritó llevada por el clímax y su vagina comenzó a palpitar en torno a su dedo. Intentó introducir un segundo dedo para alargarle el orgasmo friccionando el punto G, pero apenas podía moverlo. Lo deslizó como pudo, recreándose en la imagen que se ofrecía anta él y sintiendo que ella se contorsionaba sin poder evitarlo. London estaba ruborizada y cada curva de su exuberante cuerpo ondulaba bajo la fuerza de un éxtasis arrebatador.

Por fin, logró retirar el dedo y alzó la cabeza mientras ella exhalaba un trémulo suspiro. ¡Santo Dios! ¡Qué hermosa era! Estaba sonrojada y despeinada, algo sudorosa y le brillaba la piel. Parecía completamente saciada. Él perdió el control sobre su corazón, algo que no había ocurrido desde hacía años. Se dio cuenta de lo hastiado que se había vuelto con el tiempo. London hacía que lo experimentara todo como si fuera la primera vez.

¿Y eso no le encantaba?

—¿Cómo te encuentras, belleza? —ronroneó.

—¿Sigo viva? —Apenas logró decir las palabras antes de cerrar los ojos y relajarse bajo él.

Él se rio mientras se llevaba el dedo a la boca para lamerla Iba a tener que penetrarla antes de que se corriera. Besó su cuerpo hacia su boca.

—Oh, sí. Pero no puedes ni imaginarte cómo vas a estar cuando termine contigo.

Observó la sonrisa que apareció en su cara mientras buscaba un condón en el bolsillo. Se bajó la cremallera y se recreó en la manera en que ella abría los ojos cada vez más, según él iba exponiendo los centímetros de su miembro. Cuando estuvo desnudo por completo ante ella, London se llevó la mano a la boca como si fuera una dama virginal de otros tiempos.

Se quedó paralizada «Una dama virginal». ¿Sería posible?

El cerebro comenzó a darle vueltas mientras se repetía esa pregunta. «¡Joder!».

¿Era por eso por lo que no estaba acostumbrada a que la besaran o a que un hombre le comiera el sexo? ¿Por eso no se depilaba? ¿Por eso parecía tan nerviosa?

¿Por eso era tan estrecha en torno a su dedo?

Todas las piezas encajaron y él rodó sobre la espalda para clavar los ojos en el techo sin parpadear. Cuanto más lo pensaba, más seguro estaba de que ésa era la respuesta. «¡Oh, joder!». Puede que no tuviera muchas reglas en su vida: no acostarse con las mujeres o las novias de sus amigos, dejar siempre a una mujer satisfecha, no acostarse con ninguna más de un par de veces y… la más importante era ¡nada de vírgenes! Querían más de lo que él podía ofrecer. No, lo esperaban.

Estaban envueltas en una confusa responsabilidad… Algo que él no quería.

Pero a London… la deseaba con toda su alma. ¿Era realmente tan importante esa regla?

Dividido entre aquellos pensamientos tan lógicos y su miembro palpitante, rodó hacia ella y la miró fijamente.

—Eres virgen, ¿verdad?

Bueno, no lo había preguntado con la suavidad que había planeado, pero necesitaba saberlo. Y tuvo la respuesta en cuanto ella comenzó a sonrojarse.

—Eso no importa…

—Eso significa que sí. —«¡Oh, Dios! ¿Y ahora qué?».

Se sentó, con un gran suspiro. ¿Se quedaba o se marchaba? ¿Se levantaba o se tumbaba? Sintió la mirada de London en la espalda antes de que ella se incorporara a su lado, con la sábana apretada contra sus pechos desnudos, que asomaban por los lados. No iba a olvidarlos —ni tampoco lo deseaba— en un futuro cercano.

—No estaba reservándome para alguien importante… Es solo que no ha surgido antes. En realidad quiero… Ya sabes… Mantener relaciones sexuales. —Le rodeó el bíceps con los dedos y él sintió una sacudida en su miembro. Todavía palpitaba en protesta. «¡Menudo cabrón!».

Meneó la cabeza. Si ella no era capaz de decir que iban a follar, es que no estaba preparada para hacerlo. Apartó la sábana y se puso de pie para recoger con rapidez los bóxer y los pantalones.

Luego se volvió a mirarla. Parecía suave y frágil. Tenía los labios hinchados y las mejillas sonrojadas. Se maldijo a sí mismo de todas las maneras que sabía; no estaba preparado para dejarla. El pensamiento de no volver a apoderase de esa boca, de no volver a saborear sus rosados pliegues otra vez, de no sumergirse en su interior… era peor que el propio infierno. Pero aquella chica merecía algo más.

Merecía devoción. Él se conocía a sí mismo demasiado bien; no era el hombre adecuado para darle algo más que un buen revolcón.

—¿Estás rechazándome? —Parecía traicionada—. ¿Por qué le das tanta importancia a mi virginidad? A mí no me importa.

—Solo quieres deshacerte de ella, ¿es eso? —Arqueó una ceja mirándola.

Debería sentirse aliviado al saber que lo único que necesitaba era una polla y él estaba disponible. Quizá una chica así no era de las que tomara cariño a nadie, pero no sintió alivio al pensarlo. Por el contrario, se agobió. Sintió una furia absoluta.

Una ira tan intensa que le tomó por sorpresa. A un nivel que no quería examinar, no podía soportar ser solo un pene para ella. Quería que le deseara.

Xander se pasó una mano por el pelo. Aquello no tenía sentido. ¡Genial! Ella le había despojado de cualquier pensamiento racional. Quizá toda aquella mierda con Javier había hecho descarrilar su lógica. Quizá se sentía tan inútil que quería significar algo para la mujer con la que follara.

Quizá solo estaba volviéndose loco.

—Sí —confesó ella—. Bueno, solo al principio. Pero es evidente que tú lo sabes todo. Me refiero en cuestión de sexo. —La vio sonrojarse—. Eres divertido, agradable y sexy. Me gustas. ¿Por qué no hacerlo contigo?

«¿Por qué?». Buena pregunta. No parecía demasiado interesada. No parecía que supiera lo suficiente de él como para estar interesada en su dinero. Pero no podía entender que alguien de más de veinte años pudiera no tener ninguna experiencia sexual. Si él mismo se subía por las paredes si se pasaba dos días sin mojar.

Aquello era la mar de frustrante. Tampoco era lo suficientemente bueno para ayudar a Javier, y estaba cansado de no ser importante para las personas que le importaban. Y ahora estaba con London. De acuerdo, no la conocía lo bastante como para que fuera tan importante como su hermano, pero de alguna manera no podía decidirse a abandonarla por aquel desaire sin intención. No podía dejarla ir.

¿No lo ponía eso entre la proverbial espada y la pared?

—Mira, sé que no soy la mujer más guapa del mundo. No pasa nada si tú no…

La silenció con una mirada abrasadora. ¿De verdad iba a jugar esa carta? Había ido con ella cuando debería haberse dado cuenta hacía un buen rato de que había algo raro. Pero no, había seguido adelante por lo mucho que la deseó. No, por lo mucho que la deseaba. ¡Joder!, todavía lo hacía.

—¿Si no estoy interesado? —preguntó con voz aguda—. ¿Qué esté lo suficientemente duro como para usar la polla de martillo indica que me resultas indiferente?

Ella suspiró.

—No lo sé. Ya he admitido que jamás había hecho esto antes. Mira, lo entiendo. Sea por lo que sea, no me deseas. No es por mí, ¿es eso lo que quieres decir? ¿O es cualquier otro cliché estúpido? No importa. Lo haremos más sencillo; vete. Me gustas y me has hecho sentir muy bien, así que muchas gracias.

La vio retroceder en la cama, envolviéndose en el enorme edredón y sujetándolo con una mano sobre su cuerpo mientras recogía la ropa con la otra. Cuando logró reunir todas las prendas, se dirigió con cierta indecisión hacia la puerta contigua. Él la siguió con la mirada hasta que su trasero desapareció en el pequeño cuarto de baño.

¿Por qué demonios no quería que le viera la espalda? ¿Por qué seguía siendo virgen? ¿Por qué la deseaba por encima de cualquier otra cosa?

—¿Podrías hacerme el favor de desaparecer antes de que salga? Esto ya es muy violento.

Antes de que él pudiera responder, ella cerró la puerta.

Bueno, ahora estaba muy cabreado. De acuerdo, la había hecho pensar que iban a follar y ahora no lo hacían, ¿era esa razón para poner punto final a todo? ¿Tendría ella interés solamente en él si se la tiraba?

Se abrochó los pantalones, se acercó a la puerta del baño y la abrió. Había llegado el momento de dejar de actuar como una nenaza y comenzar a hacerlo como un Amo.

Cuando entró, ella gritó y se movió para volver a cubrirse con el edredón.

—¿Qué demonios estás haciendo aquí dentro? ¿No sabes llamar a la puerta? —le espetó ella.

Tenía el sujetador en una mano y él estuvo a punto de arrebatárselo y metérselo en el bolsillo. Y era posible que todavía lo hiciera, todo dependía de lo que ella respondiera.

—Quiero que me contestes a una pregunta con absoluta honestidad, belleza. Si me marchara de aquí dejándote con la virginidad intacta, ¿buscarías a otro hombre al que entregársela?

Ella le miró con el ceño fruncido.

—Has dicho que tú no la quieres. Lo respeto. Ya no voy a molestarte más.

—Responde a la puta pregunta. —¡Santo Dios! ¿Qué tenía esa mujer que hacía pedazos su mundo?

—No lo sé. No pienso ponerme a buscar ahora mismo un hombre que se encargue del asunto… ¿pero no pretenderás que quiera ser virgen durante el resto de mi vida?

Sí, en eso tenía razón. No la culpaba. Aunque también tenía la impresión de que se volvería loco si se enteraba de que otro tipo la tocaba. Bueno, ¿no era increíble?

Se pasó la mano por la cara.

—Me has sorprendido. No esperaba que lo fueras. Lamento no haber respondido demasiado bien. Creo… —Su mente giraba a toda velocidad. ¿Realmente estaba a punto de sugerir eso? Sí, ¡maldita sea!—. Creo que deberíamos comer mañana juntos y discutir cuál será nuestro próximo paso. No estoy diciéndote que no. Me gustas, probablemente más de lo que deberías. Y yo… —Se encogió de hombros—. No sé demasiado de vírgenes inocentes. Nunca me he acostado con una. Solo necesito algo de tiempo para pensar sobre ello.

Ella suspiró al tiempo que encorvaba los hombros.

—O me deseas o no me deseas. Y no me refiero solo a físicamente. Ya me he dado cuenta de que en ese aspecto no hay problema. —Se sonrojó—. Me refiero a algo diferente. No quiero tu lástima, y no quiero crearme falsas expectativas por culpa de tus mentiras.

—De acuerdo.

Y ése era el problema. Se dio cuenta de que llevaba años mintiéndose a sí mismo. Puede que más de una década. Nunca había mantenido relaciones con alguien que le excitara de esa manera. ¿Por qué London? ¿Por qué ahora? No tenía respuestas. Quizá las encontrara antes de volver a verla.

Ella ladeó la cabeza para mirarle.

—No te entiendo.

—Podría ser un idiota, acostarme contigo y no volver a verte después. Podría aceptar lo que me ofreces sin importarme lo que sientes. Y eso es lo que haría normalmente, con cualquier otra mujer. Pero contigo… —Meneó la cabeza—. Por alguna jodida razón, contigo no puedo.

Ella le empujó fuera del cuarto de baño, pillándole por sorpresa. Cuando estuvo fuera, le cerró la puerta en las narices. ¿Qué coño…?

—¿Qué haces?

London no le respondió durante un buen rato, luego abrió de nuevo la puerta y se paseó ante él, ya vestida. La vio lanzar el edredón a la cama y coger los zapatos para ponérselos. La observó boquiabierto. No parecía exactamente enfadada, pero tampoco sabía de qué humor estaba.

—¿Belleza?

Ella le miró por encima del hombro. El dolor era palpable en sus ojos antes de dirigirse a la puerta del dormitorio para abrirla bruscamente. Salió y sus tacones repicaron en los escalones de madera. ¿De verdad pensaba que se iba a marchar así sin más? Normalmente era él quien se largaba. ¿Por qué demonios no lo hacía?

—¡London! —gritó, corriendo tras ella. La alcanzó en mitad de la escalera y la agarró por el brazo—. Háblame.

—Creo que ya me he humillado suficiente por el momento. Fue una estupidez pensar que un hombre tan atractivo como tú querría realmente algo con… —Ella no parecía capaz de mirarle a los ojos y se limitó a menear la cabeza—. Mira, está bien. No pasa nada, no nos debemos nada. Olvídate de todo esto. ¿Puedes soltarme?

Él no podía explicar qué coño le pasaba. No entendía nada de lo que le estaba ocurriendo, pero todo su ser le decía que no podía dejar que ella se fuera, sino que debía conseguir que volviera a subir las escaleras, desnudarla y desvirgarla. Ser su primer amante.

—No —repuso con firmeza—. No te dejaré marchar. Y no me olvidaré de ti. Dame tu número de teléfono. Prométeme que mañana comerás conmigo. Resolveremos todo esto porque, aunque a ti te parezca mentira, te deseo. Con todo mi ser.

Ella vaciló durante un buen rato antes de facilitarle un número. Él sacó su móvil y lo grabó en la agenda. Reconoció el prefijo de su móvil como el que se utilizaba en la zona de Los Angeles y si quedó paralizado. ¿Sabía ella quién era él? ¿Conocía su reputación? Aquel era otro misterio más a añadir al enigma que ella suponía.

Cuando volvió a levantar la mirada, ella estaba ya al pie de las escaleras. ¡Joder!

Guardó el móvil en el bolsillo trasero del pantalón y salió disparado tras ella, alcanzándola cuando intentaba abrir la puerta principal. Atrapó su cuerpo contra la hoja con el suyo. Le temblaban los hombros y tenía la respiración entrecortada.

¡Mierda! La había hecho llorar.

Con toda la suavidad que pudo, intentó abrazada, pero ella se zafó. Él no se lo permitió. Le sostuvo la barbilla y la obligó a mirarle. Oh, se resistió… sin resultados. Por fin, logró verse reflejado en aquellas acuosas profundidades. Las lágrimas habían dibujado plateados rastros en sus mejillas. El corazón le dio un vuelco y se sintió como un jodido hijo de puta.

Belleza… No llores.

—No te preocupes. Es cosa mía.

—Lloras porque te he hecho daño. —Le acarició la cara—. Creo que eres la mujer más sexy del mundo. Ya estoy pensando en volver a estrecharte entre mis brazos. Entonces todo será diferente. Lamento haberlo jodido todo.

A ella le tembló la barbilla. Era evidente que estaba intentando no seguir llorando. La vio encogerse de hombros.

—No pasa nada.

Se había cerrado en banda. No iba a conseguir nada más de ella, y si quería volver a tocarla iba a tener que tener mucha paciencia y dejar de pensar en sexo.

Tenía que idear un plan y no vacilar ni un instante.

—De acuerdo. Te llamaré esta noche, belleza. Mañana almorzaremos y hablaremos de todo esto… Y podremos hacer algo si todavía me deseas, ¿vale?

Con un amargo asentimiento, ella alzó la mano.

—Adiós, Xander.

Y salió al exterior. La vio alejarse a buen paso por el aparcamiento hasta que desapareció de su vista.