Capítulo 3

Una semana después.

Xander gimió cuando la luz solar atravesó la ventana del dormitorio de la casa que había alquilado. Hizo una mueca y entreabrió los ojos, estudiando con atención las líneas blancas que cubrían el falso techo blanco. La noche anterior había estado demasiado ocupado para cerrar las persianas o las cortinas. Y la razón de su distracción estaba acurrucada a su lado, con el largo pelo castaño enredado sobre su torso y las nalgas apretadas contra su cadera.

Recordó vagamente que se llamaba Megan, pero a saber si era cierto. Aquella no era la primera vez que se había liado esa semana con una mujer para pasarse la noche intentando perderse en su interior. Los nombres y las caras daban igual.

Notó un tirón en la polla y miró con el ceño fruncido a la mujer que tenía al lado.

Las dos manos de la chica estaban debajo de su cara, y él alzó la sábana para saber qué era lo que le tenía pillado por las pelotas, literalmente. Un hermoso rostro con el rímel corrido y los labios hinchados le miró. Los rasgos estaban envueltos por una desordenada melena pelirroja y unos brillantes ojos verdes le miraban con picardía mientras deslizaba la lengua a lo largo del rígido miembro. ¿Shelby? Sí, ése era el nombre de la segunda joven.

Los recuerdos de lo ocurrido la noche anterior inundaron su mente. Un club lleno de humo y música a todo volumen en los altavoces. Tres amigas; una de ellas acababa de terminar la relación con su novio tras dos años horribles. A él le había parecido divertido tirarse a la vez a una rubia, una morena y una pelirroja. Había sido una buena idea para no pensar en la mierda que llenaba su vida en ese momento.

Pero por la mañana… la mierda seguía allí.

Y por desgracia, también las chicas.

Con un suspiro, enredó los dedos en el pelo de Shelby y tiró para apartarla de su miembro al tiempo que le dirigía una mirada desaprobadora. Tenía que orinar, sí, pero es que tampoco le apetecía. Lo que tan divertido le resultó la noche anterior, ahora le parecía un coñazo. Tenía treinta jodidos años, ¿durante cuánto tiempo más iba a comportarse como si la vida fuera una fiesta? No obstante, tenía la certeza de que Javier no iba a darle repentinamente la bienvenida a la empresa con los brazos abiertos. Ése no era el objetivo en la vida de su hermano.

—¿Dónde está…? —«¿Cómo coño se llamaba la rubia, la que acababa de dejar a su novio?»— ¿Alexis?

Shelby frunció el ceño.

—Tuvo que marcharse hace un rato. ¿No recuerdas cómo se despidió?

Ahora que lo mencionaba, su dormido cerebro desempolvó los recuerdos. De hecho, comenzaba a recordar todo lo ocurrido.

La noche anterior, cuando llegaron al dormitorio, él había tumbado a Alexis en la cama y la había penetrado al momento. Shelby se había desnudado por completo para plantarle sus tetas de silicona delante de la cara. Le había chupado los pezones mientras embestía a Alexis una y otra vez. Para acabar de dejar a su novio, aquella chica estaba muy necesitada de sexo.

Después de que la joven alcanzara sonoramente el orgasmo tres veces seguidas, él se corrió en su interior y Shelby había ocupado su lugar. Tras estimularse un poco y cambiarse el condón, estaba preparado de nuevo. Megan los había observado durante todo el rato mientras se masturbaba. Para cuando le tocó el turno a ella, dejó que se la chupara en la ducha para poder estar a tono otra vez; se pasó la siguiente hora dándole placer. Shelby y Alexis se habían encargado una de otra mientras observaban. Había tenido la segunda vuelta con Alexis esa mañana antes de que ella saliera disparada.

Ahora que lo recordaba, daría algo por olvidarlo de nuevo.

Rodó por la cama, alejándose de una contrariada Shelby y una Megan adormecida. Tras lanzar una mirada por encima del hombro, hizo una mueca. Había disfrutado de la decadencia de la noche anterior, pero ahora… ¿con aliento matutino y sábanas pegajosas? No.

—He quedado dentro de un rato, señoras —mintió—. Podéis serviros lo que veáis en la nevera. Gracias por pasar la noche conmigo. Estoy seguro de que podréis encontrar la puerta.

Tras una larga ducha, salió y observó con satisfacción que las chicas y sus cosas habían desaparecido… Casi por completo. El diminuto tanga verde de encaje que había sobre la almohada le hizo lanzar un suspiro en voz alta. Al acercarse, vio que Megan había añadido una nota con su nombre y número de móvil.

Justo lo que no quería. Cogió la prenda con dos dedos y la tiró a la basura; después se lavó las manos. Mientras se vestía, llamó a la criada y le ordenó que cambiara las sábanas. La mujer, de edad madura, arqueó una ceja pero no dijo nada.

Mejor. No necesitaba la lástima de nadie. Ya tenía suficiente con la suya propia.

Cogió las llaves dispuesto a salir de allí. Se subió al Audi y condujo hasta las oficinas temporales que había alquilado para Industrias S. I. Sabía que su hermano no querría verlo por allí, aunque le daba igual. Si su hermano había dado un paso para superar sus problemas, sin duda había sido diminuto.

La luz del sol le cegó cuando salió del coche y le envolvió el opresivo calor matutino. Se apresuró a entrar al amparo del bendito aire acondicionado. Había una pelirroja con el ceño fruncido en recepción, acunando a un bebé en sus brazos. La puerta que comunicaba con el despacho de Javier estaba cerrada.

—¿Hoy está mejor? —preguntó él en voz baja.

Morgan Cole se había ofrecido para estar unas horas cada mañana en las oficinas, acompañada de su hijo, y ayudar a Javier con el papeleo. A cambio, su hermano ya le había regalado un todoterreno nuevo.

—¿Javier? —Morgan levantó la vista del bebé y le miró—. Quizá un poco, sí. No ha abierto una botella hasta las once. Es todo un progreso.

¿Lo era de verdad? Ni siquiera había esperado a la hora de comer. Su hermano trabajaba como un negro hasta altas horas de la mañana. Sí, lo reconocía, había salido todos los días con Tyler a correr y también se había machacado un poco en el gimnasio, y hacía yoga con Morgan antes de ir al despacho. Entre las nueve y las diez de la mañana, todo el mundo decía que Javier parecía centrado. Activo. Pero cuando llegaba el mediodía ya estaba estresado, tenso, y de mal humor.

Se pasó la mano por el pelo intentando forzar una sonrisa.

—Gracias. ¿Qué tal el niño?

Morgan meneó la cabeza justo cuando el bebé comenzaba a llorar.

—Lo lamento muchísimo, pero tengo que llevarme a Brice a casa. Vuelve a tener fiebre.

Aquella no era una buena noticia. El bebé necesitaba cuidados y no disponer de la ayuda de una secretaria eventual durante unos días haría que Javier estuviera todavía más estresado… y abriera antes esa botella. Deseó que Javier aceptara su ayuda, sin embargo… sabía que no podía presionar más a su hermano o acabaría estallando.

—Sí, no te preocupes —tranquilizó a Morgan—. Haz lo que necesites. La familia es lo primero.

Con una sonrisa de disculpa, ella se levantó y recogió sus cosas.

—Voy a hacer algunas llamadas a ver si puedo encontrar a alguien que eche una mano a tu hermano. No voy a dejarle colgado sin más.

No era un problema de Morgan, y no tenía por qué tomarse la molestia, pero él se lo agradecía.

—Gracias.

Ya en la puerta, ella reacomodó al bebé contra su pecho y se detuvo.

—Sé que estás preocupado y que las cosas entre vosotros no han sido fáciles, pero dale tiempo. Tiene demonios internos de los que no es fácil librarse. Acabará haciéndolo, quizá ahora todavía no está preparado.

Industrias S. I. no disponía de tiempo para que Javier se encontrara a sí mismo.

Xander estaba al día y había leído los blogs especializados y el Wall Street Journal.

Los rumores indicaban que salvo que las líneas de investigación abiertas y los equipos de desarrollo mostraran al tío Sam algo novedoso, el gobierno comenzaría a contratar a otros fabricantes. El primero de la lista era su mayor rival, United Velocity. Y si no disponían de ingresos para desarrollar prototipos y construir nuevas utilidades para el Ejército, Industrias S. I. pasaría a la historia.

Él estaba a punto de pasar por alto los deseos de su hermano y ayudar de todas maneras. Sin embargo, sabía que aquello solo produciría que la brecha que había entre ellos se ensanchara. Javier era más importante que la empresa, aunque sabía que si su herencia se iba al garete, su hermano quedaría devastado y ya no habría remedio para él. Ni siquiera cuando era niño había logrado aceptar sus fracasos; Javier era un líder nato y su deseo y aptitud para volcarse en las tareas eran legendarios. Al hacerse adulto no había cambiado.

—Estoy intentando encontrar la manera de que recupere la razón y encauce su vida, pero se me está acabando el tiempo.

—Lo has hecho bien, tranquilo. Estas cosas son complicadas. —Ella ladeó la cabeza al tiempo que acunaba al quejoso bebé—. Jack piensa que Javier necesita algo en lo que concentrarse y que le distraiga del trabajo.

—Pues con la botella de Cîroc no va a conseguirlo.

—Pero esas botellas no le presionan ni le fallan. Cuando bebe el vodka, no se siente culpable ni embargado por la cólera. ¿Sufrió mucho por su esposa?

Él no sabía la respuesta. El cuerpo de Francesca había sido hallado mientras él se encontraba ayudando a Tyler a hacer caer a un fiscal corrupto de Los Angeles. La prensa se había cebado con el tema, y él se concentró en dejar en paz a su hermano y atraer a los periodistas para que el foco de atención no fuera Javier. Antes de la muerte de Francesca, su hermano había sido un hombre serio, centrado y temperamental, pero no un borracho malhumorado.

—Quizá. No lo sé. —Le avergonzó admitirlo—. Aunque ya ha pasado un año.

—El dolor no tiene fecha de caducidad. El abuelo de Jack murió dos días después del nacimiento de Brice, hace casi nueve meses, y todavía veo tristeza en la mirada de mi marido de vez en cuando. No se ha olvidado del hombre al que tanto quería, y tiene que enterrarlo lentamente. Quizá a Javier le ocurra lo mismo con los recuerdos de Francesca; ha debido de quererla muchísimo.

—Lo cierto es que no.

Morgan le miró extrañada y luego clavó los ojos en el bebé que comenzaba a dormirse en sus brazos.

—¿Ha estado enamorado alguna vez? ¿Real y profundamente enamorado?

—No lo sé. Hasta que se casó con Francesca jamás le había visto preferir a una mujer sobre otra. Y aún así… —Frunció el ceño, avergonzado al darse cuenta de que en realidad sabía muy poco sobre la vida personal de su hermano. Los cinco años que les separaban no siempre les habían mantenido alejados, pero últimamente no habían ayudado a acercarles—. No sé si ha sentido esa devoción de la que hablas.

—¿Vuestros padres estaban enamorados?

Él hizo una mueca.

—Sí, claro. A mi padre le encantaba tirarse a las secretarias sobre el escritorio y mi madre estaba enamorada de Nordstrom.

Morgan le miró con pesar y él deseó haber mantenido la boca cerrada.

—Parece que vuestras experiencias con el amor no han sido demasiado buenas. Odio parecer un psicólogo de tres al cuarto, pero quizá Jack tenga razón y Javier necesite que algo o alguien le importe de verdad.

A pesar de lo mucho que odiaba la idea, la teoría era aceptable. Javier necesitaba implicarse en otra cosa. Se comportaba como si en la vida no hubiera nada importante, salvo los negocios y la bebida. Y nada de eso iba a conseguir que se sintiera apreciado. Su corazón no estaba implicado. Si tuviera una razón importante para vivir, algo de lo que preocuparse, ¿mejoraría su estado? Al menos estaría de mejor humor. Por lo que él sabía, su hermano llevaba un año sin acostarse con nadie.

No era de extrañar que estuviera cabreado.

Dio un repaso mental a las mujeres que conocía. Francesca había sido alta, delgada, sensual y lujuriosa. Conocía a muchas así. El problema era que mirarían a Javier con el signo del dólar brillando en sus ojos, no como a un hombre con necesidad de tiernos cuidados amorosos.

—¿Alguna idea de dónde podría encontrar a alguien así para él? Necesito ayuda con rapidez.

Morgan arqueó una ceja.

—Si tanta prisa tienes, prueba con un perro. No he dicho que Javier necesitara a alguien. Sino a alguien que le importe de verdad.

Sí. ¿Existía tal cosa? Él llevaba años poniendo a prueba a las mujeres. Salvo las esposas de sus amigos, todas grandes mujeres de las que admiraba algo más que su belleza, jamás había conocido a alguna con la que quisiera estar toda su vida, mucho menos una que pudiera ser la salvadora de su hermano.

Javier abrió en ese momento la puerta de su despacho con una botella de vodka en la mano. Lanzó a Morgan una mirada de inquietud y le ignoró a él por completo.

—¿El bebé sigue teniendo fiebre?

Ella asintió con expresión de preocupación.

—Sí, voy a ver si encuentro a alguien que pueda echarte una mano. Te llamaré para decírtelo.

Aunque Javier necesitaba con urgencia que alguien pasara a ordenador sus notas, las organizara y leyera, y Morgan era su única ayuda en ese momento mientras estaba de vacaciones en el programa de televisión que presentaba, él no puso mala cara ante la interrupción de sus deberes o el incremento de trabajo que se le venía encima.

—Lo más importante es ese hermoso bebé. —Javier sonrió al niño.

En la botella todavía quedaba la mitad del contenido, quizá Javier todavía pudiera mantener una conversación razonable. Quizá pudiera decirle lo que faltaba en su vida y él pudiera ayudarle a solucionarlo. ¡Joder!, no soportaba los sentimentalismos. Sus intentos por llegar a su hermano eran un chiste, pero alguien tenía que hacerlo.

—Gracias. —Morgan salió a la calle y se dirigió hacia su coche con los labios pegados a la cabecita de su hijo, cubierta con una pelusilla tan oscura como el pelo de su padre.

Se preguntó cómo sería amar a alguien tanto como para querer ponerle un anillo en el dedo y plantar una semilla en su vientre. Se encogió de hombros. No importaba. Era algo que jamás ocurriría.

Javier también observaba a Morgan con una expresión de gravedad y tristeza…

De anhelo. No por la propia Morgan, sino por lo que ella representaba. Hogar, corazón, amor, devoción… Para siempre.

Y quizá, filosofó, necesitaba volver a mantener relaciones sexuales. O follar con alguien interesante. Sí, eso haría que se desvanecieran sus problemas, seguro que se olvidaría de todo, al menos por un rato.

En cuanto Morgan desapareció, Javier le miró. Tenía los ojos entrecerrados, como si estuviera desafiándole mientras tomaba un buen trago de vodka.

—¿Has comido algo antes de comenzar a beber? —le preguntó.

—Vete a la mierda.

—Imagino que el alcohol te ayuda a tomar decisiones importantes.

Javier le miró colérico.

—Vete a la mierda.

—¿Tu vocabulario se ha visto reducido a esas palabras?

—No. Por favor, vete a la mierda.

Así no adelantaban nada. Javier le odiaba cada día más. Soportaría la enemistad de su hermano durante el resto de sus vidas, no le importaría convertirse en su chivo expiatorio, si volvía a ser el Javier que conocía. Había hecho una jugada desesperada para recuperarle y esperaba que su plan no le estallara en la cara.

Estaba a punto de ofrecerse de nuevo a ayudarle a llevar Industrias S. I., pero ya conocía la respuesta. Volver a verse rechazado por su hermano no debería hacerle tanto daño, pero… Él también era humano.

Cuanto más intentaba ayudar a Javier, más fuerte era su rechazo. Ya estaba cansado, sobre todo porque no sabía qué más hacer.

—¿Qué quieres? ¿Que me vaya a la mierda de verdad? ¿Que tire la toalla? ¿Que deje que te ahogues en el trabajo y en el vodka y pretenda que no me importa? ¿Qué clase de hermano sería entonces?

Javier le miró con frialdad.

—La clase de hermano que me abandonó cuando lo necesitaba y dejó morir a Francesca. Te necesitaba entonces, no ahora.

Javier estaba empecinado. Estaba demasiado cerrado y colérico para sentir o cambiar. Xander contuvo una maldición. Había pensado que unas semanas alejado de la gran ciudad y de su círculo de amigos le ayudaría a alejarse un poco del trabajo. Pero su hermano cada vez estaba más cerrado a él.

—No tengo la culpa de eso. Yo no puse una cuerda en torno al cuello de Fran y apreté. En lugar de culparme a mí, ¿por qué no tratas de dar con el asesino de tu mujer? Te ayudaré.

—¿No has ayudado suficiente ya? No, muchas gracias. Ya me he ocupado de ello. He contratado a un investigador privado que ahora mismo se encuentra en Aruba. Nick es el mejor. Descubrirá la identidad de ese bastardo. Luego iré hasta el fin del mundo si es necesario para acabar con él.

Se alegraba de oírle decir eso. Cerrar la puerta de ese asunto le llevaría paz.

—Pero no puedes hacer eso. Piensa. Deja que la policía…

—¡Joder! Deja de meterte en mis asuntos. ¡Vete a la mierda!

Xander suspiró y miró a su hermano fijamente. No quería darse por vencido ni admitir la derrota. Pero Javier… Bueno, no podía obligar a su hermano a olvidar la sensación de culpa ni a entrar en razón.

—He hecho todo lo que se me ha ocurrido para ayudarte y sigues insistiendo en apartarme de ti. ¿Sabes qué te digo? Que estupendo. Si quieres que me vaya a la mierda, eso haré. —Se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta, deteniéndose cuando estaba abriéndola—. Te dejaré en paz hasta que terminen estas seis semanas. Puedes quedarte con la casa, buscaré otro sitio. Si continúas en tus trece al final, cerraré el pico y me mantendré alejado de ti.

—Bien. De todas maneras no te he pedido nada. Y llévate a tus putas contigo. Ayer sus gritos me impidieron dormir.

Xander apretó los dientes y contuvo el deseo de clavar el puño en la pared de cristal que tenía al lado.

—Concedido. Y una cosa más, Javier.

—¿Qué?

—Vete a la mierda. Para siempre.

Salió dando un fuerte portazo y se dirigió al Audi. Necesitaba una copa y un buen polvo. Y sabía muy bien a dónde ir.

Tras caminar hasta Las Sirenas Sexys, London entró en el local con la llave que le había facilitado su prima Alyssa y desactivó la alarma. No volvió a cerrar con llave, dado que Alyssa apenas tardaría un cuarto de hora y el letrero indicaba que el club seguía cerrado.

El interior estaba tranquilo, pero una sensación de anticipación flotaba en el aire.

Las luces estaban apagadas, la barra vacía, los altavoces mudos… pero al cabo de unas horas todo aquello habría cambiado. Los hombres llenarían el local y una música rítmica y salvaje flotaría en el aire. Fluiría el alcohol, habría pitos y silbidos.

Las chicas se pavonearían casi desnudas, dispuestas a seducir a cada uno de los presentes.

No es que ella quisiera ser una stripper, pero no le importaría tentar a un hombre de esa manera. Daba gracias a Dios por poder caminar y no haberse quedado atada a una silla de ruedas. Sin embargo, quería conocer a gente que no fuera enfermera o fisioterapeuta. Incluso había salido alguna vez con un tipo estupendo y le había besado un par de veces, pero Brian también trabajaba en el hospital. Cuando vio el terrible mapa de cicatrices que cubría la parte baja de su espalda, se había sentido asqueado y puso una excusa sobre estar demasiado ocupado para poder volver a salir con ella. Avergonzada y desanimada, se olvidó de él. Dejar que la vieran desnuda no era un error que estuviera dispuesta a volver a cometer. Allí podía fingir que nada de eso había ocurrido.

Tras casi diez años de recuperación y rehabilitación, había huido de casa de su madre y atravesado medio país para visitar a su prima. Alyssa y Luc la habían acogido con los brazos abiertos. Le gustaría poder pagarse un alquiler o cuidar a su preciosa hija a cambio. Hacer algo. Pero por ahora era imposible. Quizá algún día…

Dejando a un lado la culpa y la tristeza, atravesó el local vacío. Las suelas de sus sandalias repicaron en el aire cuando subió al escenario. Acarició con el dorso de los dedos la brillante barra vertical que había en el medio. ¿Qué se sentiría al tener la confianza y el tipo de cuerpo que permiten que alguien se desnude en una sala llena de hombres? ¿Al escuchar los silbidos de admiración y comentarios subidos de tono? ¿Al saber que todos esos tipos estaban siendo arrebatados por la lujuria mientras la miraban y no por la lástima?

Jamás se enteraría, pero podía fingirlo.

Con una amplia sonrisa, se bajó del escenario y corrió hacia los camerinos.

Encontró unos de los zapatos de tacón de aguja más sexis de su prima.

Tambaleándose sobre ellos, encendió las luces y la música, tal y como Alyssa le había enseñado la primera vez que la acompañó a Las Sirenas Sexys. Aquel era un lugar donde los hombres podían olvidarse de que tenían un trabajo de mierda o un hogar vacío. Donde bebían y se relajaban… Ahora, sería el sitio donde ella se imaginaría que era sexy, que sabía cómo conseguir que un hombre se tragara la lengua y le suplicara piedad. Eligió una erótica melodía de Rihanna. La sensual voz de la cantante fluyó sobre ella haciéndola sentir bien siendo mala.

Cerró los ojos y bamboleó las caderas al compás de la música mientras regresaba al escenario. El calor de los focos le calentó la piel. Movió la cabeza al ritmo de la melodía antes de pasarse la mano por el pálido pelo, dejando que los largos mechones cayeran sobre sus rotundos pechos. Se dio la vuelta lentamente y se contoneó sobre los excitantes tacones al tiempo que ponía las manos sobre las caderas, arqueándolas hacia atrás para enseñar las nalgas, justo como Alyssa le había enseñado.

Las lecciones de striptease que le estaba dando su prima se habían convertido en lo más interesante de su estancia de Lafayette. Alyssa era una mujer sexy como el pecado y antes de convertirse en la dueña del club se ganaba la vida como stripper.

Ahora estaba casada con uno de los cocineros más famosos del país y tenían también un restaurante en la ciudad. Se había propuesto que ella recuperara sus fuerzas, flexibilidad y confianza en sí misma a la vez que perdía algo de peso. Respecto a las dos primeras, había hecho ya grandes progresos, según los doctores. En cuanto al exceso de peso, ya había perdido casi quince kilos, pero todavía tenía que perder otros tantos. Sin embargo, nada de eso había servido para que volviera a sentirse como la animadora y brillante estudiante que había sido antes de convertirse en una inválida.

Alejó de su mente aquellos pensamientos sombríos y caminó alrededor de la barra frotando su cuerpo contra ella, comenzando con el valle entre sus pechos, el abdomen y la entrepierna, donde se demoró un momento friccionándose a fondo, mientras dejaba caer la cabeza hacia atrás.

A continuación curvó la pantorrilla en la barra, se agarró con una mano y arqueó la espalda. Se llevó una mano al cuello, acariciándolo antes de seguir bajando por las clavículas hasta los tensos pechos. Dio entonces la vuelta a la mano, deslizando la palma por su abdomen hasta apretarse el monte de Venus. En su mente, los hombres la animaban, golpeaban el escenario y pedían más. Y ella se lo dio. Comenzó a desabrochar los botones de la delicada blusa de flores.

Jugueteó con los pequeños discos de plástico imaginando los aullidos que la animaban a mostrar los pechos y la lujuria que se arremolinaba en la estancia. Abrió los ojos y lanzó un rápido vistazo a su alrededor. Las Sirenas Sexys estaba tan vacío como cuando ella entró. Nadie podía ver sus cicatrices. Nadie salvo, quizá, Alyssa, y ella no la juzgaría ni le importarían.

Se mordió el labio y liberó el primer botón, exponiendo un indicio de su sujetador de encaje blanco. Una oleada de calor inundó su cuerpo.

«¡Más!».

Aflojó el segundo y tiró de los bordes de la blusa por debajo de los pechos. Se sujetó a la barra con una mano y se dobló hacia atrás, dejando caer la cabeza como si quisiera mirar a la audiencia desde abajo. Fantaseó con que había docenas de miradas clavadas en ella, que la deseaban y anhelaban. Movió un hombro y dejó que la blusa resbalara, dejándolo al aire.

Lentamente se arqueó hacia arriba, pegando su cuerpo ardiente contra la barra en una ondulante ola. Con los labios entreabiertos, bamboleó las caderas mientras desabrochaba el resto de los botones hasta que la blusa estuvo completamente abierta. Giró el otro hombro para que se deslizara por sus brazos y cayera al suelo.

Ahora solo los tirantes del sujetador de encaje y la larga melena le cubrían la espalda. Sintió un escalofrío que le hizo perder un poco de fluidez, al sentirse demasiado expuesta, pero por una vez en su vida se sentía demasiado libre para que le importara.

Por suerte, nadie la veía.

Sonrió, dejándose llevar por la fantasía un poco más. Sí, podía perder el conocimiento. Incluso caerse del escenario y hacerse daño. Daba igual, estaba disfrutando demasiado de aquellos momentos robados para detenerse ahora.

Mordiéndose los labios, lanzó a la audiencia imaginaria una mirada pícara antes de cerrar los ojos llevada por un éxtasis que no estaba fingiendo en absoluto. Bajó la mano a la cinturilla de los pantalones y abrió la cremallera mientras restregaba la ruborizada mejilla contra la barra, sintiendo con alivio el frío metal contra su cara febril. Abrió los ojos e imaginó a un hombre guapo y moreno en uno de los asientos vacíos de la primera fila. Él la miraba con deseo y abrasadora lujuria, como si supiera que podía mirar, pero jamás tocar. El hormigueo entre sus piernas se intensificó y ella se retorció contra la barra para aliviar el ardor. Aquello solo consiguió que se convirtiera en un latido.

La música se detuvo momentáneamente. Ella respiró hondo y sus pechos subieron y bajaron en silencio. Cuando los fuertes y eróticos acordes comenzaron a sonar de nuevo, metió la mano en la cinturilla de los pantalones y los bajó un poco.

Volvió a pensar en el hombre imaginario de la primera fila… Parecía necesitar que le provocara un poco.

Con una amplia sonrisa, se dio la vuelta, asegurándose de que el pelo le cubría la espalda. Puso las manos en los muslos y le ofreció sus nalgas, que movió trazando un lento círculo. Finalmente, bamboleó las caderas de un lado para otro, haciendo que los pantalones se deslizaran por el trasero y las piernas poco a poco hasta dejar a la vista su nuevo tanga de encaje blanco que había comprado a juego con el sujetador. Había querido sentirse sexy, como una hembra que pudiera captar la atención de un tipo tan sensual y atractivo como el admirador imaginario de la primera fila.

Cuando los pantalones cayeron alrededor de sus tobillos, se los quitó y permaneció allí, apenas cubierta por la ropa interior, encaramada a los altísimos tacones, rojos como el pecado, diseñados para atraer la atención de un hombre y hacerle jadear con la lengua fuera.

Se paseó por el frente del escenario, meneando las caderas mientras se las acariciaba con las palmas. Luego las subió a los redondos pechos antes de enredar los dedos con los espesos mechones mientras dejaba caer la cabeza hacia atrás como si el deseo la envolviera. Las largas hebras le hicieron cosquillas en la parte baja de la espalda, los rizos contra los que había luchado toda la vida parecían tener vida propia y querían juguetear con su piel.

La canción estaba llegando al brusco final y un redoble de batería surgió de los altavoces. Giró las caderas en círculos antes de doblar la cintura sobre una pierna al tiempo que llevaba la mano sobre los pliegues empapados de su sexo para presionar el punto más caliente durante un momento antes de darse la vuelta para dirigirse a la barra, con el pelo flotando sobre su odiada espalda. Se agarró a la brillante barra y se meció alrededor de ella, envolviéndola con la pantorrilla antes de volverse hacia su imaginaria audiencia justo cuando se detenía la música.

Sonrió en el abrupto silencio, sintiéndose un poco tonta pero completa y sorprendentemente libre.

Hasta que oyó los aplausos… Y un admirativo silbido masculino.

Contuvo el aliento y abrió los ojos como platos, presa del pánico que atravesó sus venas como un rayo. Se cubrió los pechos con un brazo; al ver que se derramaban por encima, bajó el otro a las caderas para ocultar su sexo, apenas tapado por aquel estúpido tanga que tan sexy la había hecho sentir unos minutos antes. Ahora se preguntó si la convertiría en víctima de una violación. Por más de una razón, no se atrevió a dar la espalda a quien estuviera acechándola más allá del círculo de luz, así que no se acercó a la ropa. Retrocedió lentamente al ver salir a un hombre de las sombras.

Cuando él entró en el círculo de luz brillante, London lo miró en estado de shock.

Parecía como si hubiera sido arrancado de su imaginación. Pelo oscuro, piel bronceada, mandíbula cuadrada y barbilla firme. Sus ojos brillaban con intensidad, con el mismo aire divertido que mostraba la amplia sonrisa. Alto, bien vestido, guapo… Y no apartó la vista de ella ni por un instante.

A ella se le aceleró el corazón.

—Es-s-stá cerrado.

Él se encogió de hombros y dio un paso hacia el escenario.

—La puerta estaba abierta.

—Bueno, no abrirán hasta las cuatro. Regresa entonces.

Sus palabras no lo disuadieron en lo más mínimo. Se acercó un poco más.

—Siento haberte asustado. Tu baile fue tan dulce y seductor que no podía dejar pasar la oportunidad de decírtelo. De hecho, me gustaría decirte mucho más. ¿Cómo te llamas, belleza[1]?

Si fuera un violador, no se sentiría obligada a ser educada.

—Tienes que marcharte.

Él alzó las manos en un gesto como si quisiera decir que era inofensivo… Algo que ella no se creyó.

Dio otro paso atrás.

—Tranquila. Respira hondo. Escúchame. —Su voz bajó una octava mientras daba otro paso adelante.

Al instante, le obedeció sin pensar. Se preguntó por qué. ¿Quizá había algo en su voz? Contenía una nota severa, pero su expresión era educada. Fuera la razón que fuera, ella respondía. Bajó la mirada al escenario mientras sus pensamientos giraban sin parar.

—Buena chica, belleza. No voy a hacerte daño. Tranquila.

Una vez más se encontró haciendo lo que él ordenaba y alegrándose para sus adentros de que la hubiera alabado. Parecía orgulloso de ella. ¿Tan sedienta estaba de halagos? ¿Tan triste era su vida que se deshacía ante las palabras amables de un potencial asesino?

—No tienes que preocuparte —le aseguró él—. Soy amigo de Alyssa Traverson, la dueña.

Eso le puso los pelos de punta. Él debería haberse ceñido a la verdad y debería haberle dicho que era un simple cliente.

—Conozco a casi todos sus amigos y jamás te había visto. ¿Cómo te llamas?

—Xander.

¿Xander? ¿El playboy millonario amigo de Logan? Sin duda su ropa era de marca. Aunque sus ojos parecían ser de color avellana en vez de azules como los de su hermano, se parecía lo bastante a Javier —guapo como un demonio— como para convencerla de que decía la verdad.

Las buenas noticias eran que si era amigo de Logan, no era un asesino en potencia ni un violador. De hecho, había escuchado muchas historias de la manera en que Xander había ayudado tanto a Logan como a Tyler a poner a salvo a sus esposas en situaciones de gran peligro. Por lo que sabía, ambos hombres tenían un buen radar para detectar criminales, así que Xander no era un psicópata.

Sin embargo, la ponía nerviosa. Había leído en algún sitio que había hombres que podían acelerar el corazón de una mujer. Lo había considerado una tontería hasta hacía poco; Xander y Javier pertenecían a esa clase.

—¿Cómo te llamas? —preguntó Xander.

—L-London.

—¿Como Londres en inglés? —sonrió.

Ella asintió con la cabeza. ¡Oh, Dios! Su mirada era tan penetrante que le derritió el cerebro. Si la miraba así, no podía pensar en nada racional.

—¿Has estado allí alguna vez? —se interesó él.

—No. —Intentó sonreír—. Algún día iré.

—Deberías ir —sonrió él—. Es un lugar único. Una ciudad hermosa, igual que tú, belleza.

—¿Qué significa eso?

—Significa preciosa.

Eso era lo que había dicho su hermano cuando estaba casi inconsciente.

—No me mires con el ceño fruncido de esa manera. Me pareces una mujer hermosa. ¿Trabajas aquí?

¿Estaba tomándole el pelo? Todavía estaba en tanga y no tenía nada para cubrirse. Se puso a recoger su ropa, cogiendo antes la blusa y apretándola contra sus pechos. Primero había estado tan asustada, luego tan cegada por su belleza, que se había olvidado que estaba casi desnuda.

Él se rio.

—Mmm… Vestida o desnuda, eres muy sexy. Tienes unos pezones rosados de lo más tentadores.

Ella extendió la camisa sobre sus pechos al tiempo que notaba que las mejillas se le calentaban poco a poco.

—No puedes saber eso, llevo sujetador.

—De encaje transparente.

Una rápida mirada a sus senos le demostró que él estaba en lo cierto, y dado que el tanga era de la misma tela, las posibilidades de que él pudiera ver su sexo eran bastante elevadas. La mortificación la inundó como una ola. Lo cierto era que no debería molestarla; eran muchos los médicos y profesionales sanitarios que la habían visto desnuda durante los últimos diez años, pero ellos siempre la habían considerado un espécimen. Xander, sin embargo, la miraba como un depredador ante un plato de carne. De una manera voraz, intensa. Su mirada era penetrante y ardiente. En ella ardía el deseo a fuego lento. Y no podía evitar responder a él. Sí, se sentía halagada, pero además notaba un revoloteo en respuesta entre las piernas.

—¿Podrías…? —Se mordió los labios buscando valor para formular la pregunta—. ¿Podrías comportarte como un caballero y darte la vuelta para que pueda vestirme?

Él se encogió de hombros con una sonrisa que decía que estaría encantado de volver a desnudarla cuando surgiera la oportunidad.

—Claro.

—Gracias —repuso con rigidez antes de girarse sobre los talones.

Se peleó con su ropa, tirando del pantalón para pasarlo por las caderas y poniéndose la blusa con dedos temblorosos. Aquello era lo más prudente, alejarse de un mujeriego que le había echado el ojo. No tenía experiencia con esa clase de hombres… Bueno, no tenía experiencia con ninguna clase.

¿No era ésa la razón por la que había abandonado la casa de su madre y había ido allí? ¿Alejarse de la alargada sombra de su accidente y empezar de nuevo en un lugar donde nadie conociera la tragedia de su adolescencia? Experimentar la vida.

Vivir de verdad.

¡Claro que sí!

Sabía que Xander no iba a ganar el premio al marido del año. Tampoco es que ella esperara casarse. Le gustaría llegar a tener novio algún día, pero en este momento lo único que quería era conocer a gente, tener citas y mantener alguna relación sexual. O muchas. Tenía la libido tan alta como cualquier otra chica, quizá más dado que no sabía exactamente lo que se estaba perdiendo. Aunque libros y películas ofrecían tentadores vislumbres, no era como tener la experiencia real porque entonces… lo sabría, ¿verdad? Podría decir que lo había experimentado… y con un hombre que supiera lo que estaba haciendo. Si Xander se había acostado con tantas mujeres como decían, ¿por qué le iba a importar hacerlo con una más?

Dudaba que su virginidad o su pasado tuvieran importancia para él.

Con la decisión tomada, desabrochó el botón superior y abrió el cuello de la blusa para que él tuviera un buen atisbo de su escote.

—Ya puedes darte la vuelta.

Él lo hizo y, al instante, apareció una mirada de aprecio en sus ojos.

Belleza, no tenía intención de asustarte o mirar sin ser invitado. La puerta estaba abierta, entré y me pareciste tan hermosa que simplemente no pude apartar la mirada. Me alegro de no haberlo hecho.

Xander le tendió la mano despacio, como si estuviera dándole la oportunidad de rechazarle. Ella notó que la invadía una ardiente sensación. El corazón se le aceleró y comenzó a palpitar con violencia, pero se negó a ceder al deseo de huir.

Con una sonrisa tranquilizadora, la ayudó a bajarse del escenario y luego la tomó por el codo con cierta posesividad para acercarla a él.

—Ven conmigo. Siéntate y cuéntame. —Las palabras fueron mitad orden, mitad petición. Le señaló con la mano la oscura barra del club.

London no vio peligro en ello.

—Vale.

—Muy bien. No puedo prometerte que no intentaré hacerte una proposición, pero siempre puedes decir que no —bromeó con una encantadora sonrisa—. Me gustaría conocerte mejor. Por ahora, me obligaré a mantener las manos quietas —prometió—, hasta que me digas lo contrario.

Ella vaciló mientras intentaba pensar a pesar de lo difícil que le resultaba, con él tan cerca.

—No eres de los que se dan por vencidos, ¿verdad?

—Sobre todo cuando quiero algo.

Con una sonrisa llena de encanto y que, sin duda, había usado a menudo, la condujo al bar y la acomodó en un reservado en la esquina. No se le escapó que él se situó entre ella y la salida.

Mirándolo con las pestañas bajas, se sentó en donde él le había indicado y observó aquella cara cincelada, demorándose en la sensual curva de sus labios antes de bajar la vista a sus musculosos hombros y el ancho pecho. Cuando se dio cuenta de que se había quedado mirándolo fijamente, se obligó a clavar los ojos en su cara.

Él la observaba con una sonrisa que decía «te pillé» con mucha prepotencia y dientes blancos. La había visto casi desnuda y aún así coqueteaba con ella. Era una buena señal.

—¿Cuánto tiempo llevabas… observándome? —preguntó ella.

—Iba a hablarte cuando comenzó a sonar la música. Empezaste a bailar y ya no pude abrir la boca. Eras erotismo en movimiento. Además, parecías estar divirtiéndote mucho.

Su madre decía que ese tipo de hombres era incorregible. Sin duda era de ésos que pedían perdón en lugar de permiso.

—Y lo hacía, pero pensaba que nadie me veía. ¿Hay alguna posibilidad de que te olvides de lo que has visto?

—Ni la más remota. —La amplia sonrisa de Xander se hizo todavía mayor cuando se recostó sobre la mesa y la miró fijamente—. Cuéntame algo sobre ti, sexy London.

—Tengo veinticinco años y acabo de mudarme aquí. Y… —No tenía nada más interesante que decir—. ¿Y tú?

—Yo tengo treinta y voy a quedarme varias semanas y… —Le atrapó la mano y la puso entre las suyas, rodeándola con dedos firmes—. Me preguntó por qué te pones tan tensa cada vez que te digo que eres sexy.

¿Lo había notado?

—Eres muy observador…

—¿No crees que vaya a incluir tu striptease entre mis recuerdos más eróticos? —Le guiñó un ojo—. Vamos a charlar un rato, digamos por ejemplo diez minutos. Luego te volveré a decir que eres muy sexy y esta vez te lo creerás, ¿trato hecho?

Aquello sonaba genial, pero tenía una talla grande.

—¿Estás tomándome el pelo?

—¿Por qué piensas eso, belleza?

Había un reto sutil en sus palabras que la hizo dudar, pero no era una cuestión de inseguridad.

—Estoy convencida de que no tengo sentido del ritmo y que parecía un elefante con patines. Y casi igual de grande.

Él entrecerró los ojos.

—¿Quién te ha dicho que no eres atractiva?

—Nadie, pero no estoy ciega. —Meneó la cabeza, azorada—. Mira, aprecio tus palabras, de veras…

—No quiero dudas. Te encuentro atractiva y no veo razón para mentir al respecto. No eres hermosa de una manera usual. —Al ver que ella se tensaba, él siguió hablando—. Y eso es bueno, belleza. No te has puesto una capa de maquillaje, no tienes pestañas postizas ni fundas en los dientes. No llevas uñas de porcelana ni las uñas de los pies salpicadas con margaritas brillantes… o lo que sea que se lleva en este momento. No te has puesto una minifalda tan corta como para que yo pueda saber si te has depilado el vello púbico. Tus pechos son perfectos, no de silicona, y no has seguido alguna dieta estúpida que te hubiera podido poner al borde de la inanición para que pareciera que acababas de sobrevivir a Auschwitz. Estás cómoda con tu cuerpo. Eres natural. ¿Sabes cuánto tiempo hacía que no veía a una mujer como tú?

Ella frunció el ceño.

—¿Desde cuándo no les gustan a los hombres las mujeres perfectas?

—No puedo hablar por los demás hombres. Hay mucho idiota suelto al que no le importa lo falsa que sea una chica con tal de que parezca atractiva. Lo sé porque también yo fui así. —Se encogió de hombros—. Ahora he llegado a un momento en mi vida en que prefiero lo real.

London le miró de soslayo antes de erguir la cabeza y estudiarle atentamente.

—No sé cómo tomármelo.

—¿Siempre eres tan desconfiada?

Con un leve rubor, ella se recostó en el asiento y bajó la vista. Debería dejar de molestar a Xander, de intentar que viera lo peor de ella. Sin duda era lo mejor que le había ocurrido en su aburrida vida.

—El caso es que no tengo… demasiada experiencia. Imagino que tú sí.

—Mucha. No pienso mentir al respecto. Y eso quiere decir que tengo muy claro qué me gusta y qué no.

—Entonces, ¿no estás tomándome el pelo?

Xander la obligó a ponerse de pie y la atrapó por la cintura para pegarla a su torso.

—Belleza, ¿te parece que estoy de broma? —Apretó las caderas contra sus nalgas, presionando su dura erección contra ella—. ¿De verdad no te crees que me pareces increíble y que estoy desesperado por tocarte?

London se quedó paralizada, y él comenzó a besarle en el cuello con tanta pasión, que ella se estremeció conteniendo el aliento.

—No tienes por qué halagarme. Sé el aspecto que tengo.

—No tienes ni idea de cómo te veo yo. —Su voz se volvió más ronca y dura—. Eres dulce. —Volvió a pasarle los labios por el cuello, saboreando su piel con la lengua—. Suave. —Le acarició la leve curva del abdomen, la redondez de la cadera antes de meter la mano entre sus muslos.

Ella contuvo el aliento al notar un hormigueo en la piel cuando él le rozó el muslo, apretando la palma contra la sensible piel del interior… antes de volver a subir los dedos.

—Así, relájate.

Cuando él le pasó el pulgar por el nudo que guardaba sus más húmedos secretos, ella comenzó a estremecerse sin remedio.

—Quiero tocarte, belleza. Arrancarte la ropa y demostrarte lo mojada que puedo conseguir que te pongas. Quiero enseñarte cuánto placer puedo darte.

¿Y no era eso lo que ella quería también?

—No lo hagas. —Le temblaba hasta la voz.

Él apartó las manos y se alejó un paso.

—¿Qué no te toque? ¿Qué no te halague? ¿Qué es lo que no quieres que haga?

—No… —Ella suspiró temblorosa—. No te detengas.