Javier se despertó poco a poco. Sentía como si estuvieran golpeándole la cabeza con un bate de béisbol; un doloroso martilleo que parecía no tener fin. Emitió un gemido antes de aventurarse a entreabrir un ojo. Los rayos de sol atravesaban la ventana e incidían justo sobre su cabeza. Volvió a cerrarlo con una maldición.
¿Qué había hecho la noche anterior?
Examinó cuidadosamente sus recuerdos. El Dominium, Whitney y su trasero enrojecido… La ansiedad que se apoderó de él, dejándole paralizado. Xander había intentado entrenarle, pero él solo se acordaba de la cólera. Se había burlado de su hermano. Y, ¡oh Dios!, había abandonado a una sumisa entregada y necesitada. La había dejado en un lugar público, donde era vulnerable a cualquiera que se acercara.
No la había reconfortado, diciéndole lo preciosa y entregada que era. Solo había soltado el látigo y huido. Pero no era la primera vez que fracasaba a la hora de proteger a alguien que estuviera a su cuidado. Era posible que dirigiera una multinacional millonaria, pero sus relaciones personales eran una puta ruina.
¿Qué había hecho después de eso? ¿A quién más había lastimado con sus inconscientes acciones? Todo lo ocurrido entre aquel momento en el club y el momento actual era una enorme laguna mental.
Salvo la pelea con Xander.
Se acordaba con cristalina claridad de cada una de las atroces acusaciones que llevaban un año carcomiéndole por dentro. Había echado a su hermano la culpa de la muerte de Francesca. Apretó los ojos con fuerza. Sabía que no era culpa de Xander; su mujer, aburrida de estar sola, había elegido a un donjuán que le prestaba más atención que él. Aunque, por otro lado, estaba seguro de que si Xander se hubiera encargado de ella, Francesca no habría acompañado a su asesino a Aruba. Eso era innegable. Y pensar en ello hacía que la cabeza le doliera todavía más.
Rodó a un lado con un gemido de sufrimiento. El movimiento le revolvió el estómago. ¿Estaba enfermo? ¿Cuánto había bebido la noche anterior?
—Buenos días, dormilón —escuchó decir a una lenta y ronca voz femenina.
Dado que llevaba un año sin despertarse al lado de una mujer, abrió los ojos de par en par. Sentada a los pies de la cama había una hermosa morena de origen latino que vestía una camiseta de tirantes negra sin sujetador debajo. Su pelo oscuro colgaba en espesos mechones y cubría la mitad de sus grandes pechos. Los marcados pezones pugnaban contra el algodón. Había subido una pierna y apretaba la rodilla contra el pecho con el brazo. Unos pantalones de yoga negros le ceñían los exuberantes muslos y caderas.
—Buenos días. —Se apoyó en los codos y la miró fijamente. ¡Joder! No recordaba a aquella hermosa mujer. Si por fin había decidido volver, como se suele decir, a montar en bici, desde luego había elegido bien, aunque le hubiera gustado poder acordarse. ¿Cuándo la había conocido? ¿Dónde? Le palpitó la cabeza. Aquello no tenía sentido.
La vio acercarse a una pequeña mesita con el indicio de una sonrisa en los labios.
Ella tomó una humeante taza y se la llevó a los labios.
—¿Café?
—Por favor —graznó él. Le ayudaría a aclararse la cabeza y quizá, mientras iba a buscarlo, recuperara la memoria—. Solo.
Pero no ocurrió. Observó su curvilíneo trasero hasta que desapareció por el pasillo. Nada. ¿Por qué no podía recordar aquellas nalgas alzándose hacia él?
La mujer regresó unos momentos después con otra taza humeante que dejó sobre un platito en la mesilla de noche, junto con dos pastillas de color naranja.
—Ahí tienes. También te he traído un par de comprimidos de ibuprofeno.
«¡Bendita fuera!». Javier se relajó un poco. Le había sorprendido darse cuenta que llevaba los calzoncillos puestos. No se molestó en taparse con la sábana porque estaba seguro de que aquella morena tan guapa habría visto y tocado todo su cuerpo.
—¿Entonces…? —Llegó a decir antes de coger la taza y dar un sorbo que utilizó para tragar las pastillas.
—Entonces… —Ella también dio un sorbo a su café al tiempo que arqueaba una ceja.
Parecía que no estaba dispuesta a facilitarle las cosas, así que iba a tener que humillarse un poco.
—Lo siento, pero tengo que confesar que… no recuerdo cómo te llamas.
Ella pareció todavía más divertida, lo que hizo que se sintiera muy confuso. ¿Por qué no estaba enfadada?
—Me llamo Kata.
Aquel nombre no le sonaba de nada.
—Yo Javier.
—Lo sé. —Ahora pareció que incluso ocultaba la sonrisa detrás de un sorbo de café.
—Escucha, es posible que esto que voy a decir haga que me consideres un capullo, pero no recuerdo nada de lo que ocurrió anoche. ¿Hemos…? —«Follar resultaba demasiado basto para decirlo en voz alta y hacer el amor demasiado personal. Concretamente él no hacía el amor con nadie»—. ¿Hemos mantenido relaciones sexuales?
—¿No lo recuerdas? —La vio parpadear, algo desilusionada.
En ese momento se sintió realmente un capullo y le cogió la mano para darle un apretón.
—¡Joder! Debí de beber más de la cuenta y… —Eso sonaba muy mal. Tenía que cerrar el pico y concentrarse en lo que había ocurrido la noche anterior. Lo que pasa es que eso sería más fácil sin ese monstruoso dolor de cabeza. Sin embargo, le debía a Kata intentarlo.
Una vez salieron del Club Dominium, Xander lo había arrastrado a la mansión que compartían en Dallas. Uno de los criados les había servido la cena. Había picoteado un poco antes de ponerse a rondar por la casa como una bestia enjaulada, desesperada por recuperar la libertad. Cuando regresó a su habitación, le esperaba un vaso largo de vodka Cîroc con hielo en la mesilla. Se lo tomó con ansiedad.
Hasta ahora no había pensado de dónde habría salido. Xander se había dedicado a eliminar hasta la última gota de licor de la mansión. ¿Por qué había estado allí ese vaso? ¿Y por qué sentía una resaca más fuerte de lo habitual? A menos que… su hermano hubiera servido aquella copa de vodka y hubiera añadido algo más fuerte.
¿Cómo demonios iba, si no, a estar allí con una desconocida?
—¿Dónde estamos?
—En Lafayette, Louisiana.
«¿Qué?». Lafayette era sin duda el punto medio entre Hicksville y el culo del mundo. Sí, el culo del mundo. No había estado allí antes y jamás se le habría ocurrido visitarlo. No existía manera humanamente posible de que se hubiera dedicado a conducir la noche anterior las seis horas que llevaba llegar a Lafayette y no se acordara. Aquello era obra de su hermano. «¡Menudo cabrón!». Al parecer, Xander no captaba el significado de «vete a la mierda», pero se prometió a sí mismo que se lo metería en la cabeza aunque fuera a golpes.
Pero eso también quería decir que jamás había tocado a Kata, y que ella conocía los hechos al dedillo.
—Es la primera vez que nos vemos, ¿verdad?
Ella sonrió sinceramente por primera vez.
—Te has dado cuenta muy rápido. Sí.
—Podías habérmelo dicho desde el principio en vez de dejar que me agobiara de esa manera. —La miró con acritud.
Ella sonrió de oreja a oreja.
—Podría, pero… ¿dónde hubiera estado entonces la diversión? Tu hermano te trajo en plena noche y te dejó en la cama. Estaba dormida cuando llegaste, ésta es la primera vez que nos vemos.
Bueno… Si Kata conocía a Xander, era más que probable que lo hiciera en el sentido bíblico. Se desplazó hasta apoyar la espalda en el cabecero y se cubrió con la sábana. Ella se rio y se levantó, estirándose con los brazos en alto. En esa posición no pudo evitar ver el guiño que le hizo el brillante piercing que llevaba en el ombligo y los círculos gemelos que rodeaban sus pezones y presionaban contra la tela. «¡Espectacular!». Era posible que su hermano fuera un capullo, pero tenía buen gusto con las mujeres.
—¿Dónde está ahora Xander?
—Según la nota que me dejaron, Xander ha salido con Tara, mi cuñada. Compartimos esta casa. No tengo ni idea de cuándo estarán de vuelta.
Él rechinó los dientes.
—Gracias. Voy a marcharme. Aunque mi hermano me haya traído aquí, no pienso imponer mi presencia durante más tiempo. Un placer conocerte. Gracias por el café y el ibuprofeno.
Se puso en pie tambaleante, pero se le subió la sangre a la cabeza de golpe y estuvo a punto de dejarse caer de nuevo sobre la cama. Se apoyó en una lámpara cercana que casi tiró al suelo. Cuando la estaba enderezando, volvió a revolvérsele el estómago, lo que hizo que la cabeza le palpitara con más intensidad. Se derrumbó sobre el colchón. Ahí acababa su grandiosa salida.
La pospondría para cuando se sintiera algo mejor… después de que hubiera visto a Xander. Sí, prefería marcharse después de haberle echado la bronca a su hermano.
Si se fuera ahora, parecería que huía con el rabo entre las piernas y, después de todo, Xander no le daba miedo. Aunque reconocía para sus adentros que era mucho más falso de lo que siempre le había considerado.
¿Quién era exactamente Kata y por qué ayudaba a su hermano? ¿No había dicho ella que Xander estaba fuera en compañía de otra mujer? Quizá fuera ésa la razón por la que Kata no se acostaba con su hermano. Quizá… pero improbable. Xander iba detrás de cada cosa con faldas que respirara. Pero también recordaba haberle oído afirmar que la tal Tara era su cuñada. ¡Joder! No había quién se aclarara.
—¿Estás casada?
—Sí. Y también lo está Tara. Estamos casadas con los hermanos Edgington, imagino que Xander te habrá hablado de ellos.
Logan y Hunter, los SEALs. Sí, recordaba vagamente haber escuchado algo sobre ellos. Si no le engañaba su memoria, el marido de Kata era capaz de matar a un tío con sus propias manos, sin inmutarse, si se le ocurría mirar un poco más de la cuenta a su esposa, y él estaba demasiado enfermo para defenderse. Aquello no era nada reconfortante.
—¿Tu marido está por aquí?
Ella se rio.
—No, ni espero que regrese a casa de momento.
Él se relajó de nuevo contra la almohada, aliviado. Bien. Por lo menos tenía la certeza de que sus pelotas seguirían pegadas a su cuerpo en su lugar original y no en el fondo de su garganta. Pero eso era lo único positivo de todo lo ocurrido esa mañana.
—¿Sabes por qué Xander me ha traído aquí?
Kata frunció los labios, vacilando, como si estuviera buscando las palabras adecuadas.
—Dijo algo sobre eliminar tus distracciones.
—¿Hay alguna manera de tomar una copa en esta casa?
—No, a partir de esta mañana. —Ella le sonrió con picardía.
Aquello le puso los pelos de punta. Su hermano lo trataba como a un bebé.
Xander podía darse por muerto. En el momento en que traspasara la puerta, le atravesaría con un atizador. Pero ¿por qué cojones no le dejaba en paz?
La discusión de la noche anterior volvió a inundar su mente. Había sido de órdago. Xander había intentado razonar con él… a su manera. Admitía que no había escuchado ni una de sus palabras ni había sido razonable. Pero no iba a negar que dar rienda suelta a su cólera y decirle a su hermano lo que pensaba le había sentado bien.
Apretó los dientes.
—¿Ha dicho mi hermano por casualidad el tiempo que va a durar esta visita?
—Lo siento. —Ella se encogió de hombros con indiferencia—. Creo que no demasiado. Por cierto, soy agente de libertad condicional en Lafayette y Parish, lo que quiere decir que soy poli, pero además soy psicóloga. Me encantaría escucharte y hablar contigo de todo eso que te preocupa.
La idea de compartir sus secretos y especialmente su cólera con una hermosa mujer a la que acababa de conocer, le horrorizó.
—No me conoces de nada.
—Algunas veces un desconocido imparcial suele ofrecer los mejores consejos.
Tal muestra de bondad le sorprendió y sintió que la cólera volvía a bullir en su interior.
—¿Qué quieres que te cuente, Kata? Mi mujer se fugó con su amante, que la asesinó brutalmente. Estoy amargado.
—Tienes todo el derecho a estarlo. El luto es un proceso largo y difícil. No quiero imaginar lo que supone perder al cónyuge, en especial en circunstancias tan violentas.
—No quiero hablar de ello.
—Vale, la oferta sigue en pie. No me parece mal que no quieras hablar conmigo, pero necesitas hacerlo con alguna persona objetiva. Y también creo que necesitas dejar de buscar respuestas o absolución en el fondo de una botella y encontrarte a ti mismo de una vez.
Sus palabras fueron munición para el fuego que le ardía en la sangre. ¡Joder!, esa mujer le consideraba un jodido alcohólico.
«¿Y no lo eres?», susurró una voz en su mente.
—Estoy bien —le ladró.
Ella le miró, desilusionada.
—Vale. Eres igualito a Xander. A ti te gusta beber, a él le gustan las mujeres. Los dos estáis jodidos y ninguno lo reconoce. Lo he captado. Voy a hacer el desayuno. ¿Quieres huevos y beicon?
Aquel sarcástico comentario no ocultaba precisamente lo que pensaba, y él contuvo una mueca. No le debía explicación alguna a esa mujer, en especial no tenía por qué contarle algo que le retorcía las entrañas y le avergonzaba por completo. No podía abrir su corazón y contarle la historia de su vida, pero sí le debía ser educado y amable. Solo intentaba ayudarle.
—Lo siento, Kata. Me duele la cabeza y estoy cabreado con mi hermano. —«No sé adónde voy, qué estoy haciendo ni si todavía hay algo que me importe»—. Pero me vendría bien desayunar.
No era cierto, pero por lo menos le ofrecería esa satisfacción. Ya se lo había hecho pasar demasiado mal.
—No se te da bien mentir, pero me esforzaré en que valga la pena comer.
—Te echaré una mano —aseguró al tiempo que apartaba la sábana. Miró a su alrededor.
Vio los pantalones que llevaba puestos la noche anterior doblados encima del tocador. Estaban arrugados, pero aquella era la menor de sus preocupaciones en ese momento. Se levantó lentamente, agarrándose al cabecero para mantener el equilibrio. El dolor de cabeza había disminuido hasta convertirse en un sordo martilleo. Por fin, fue capaz de atravesar el dormitorio, coger los pantalones y dirigirse al cuarto de baño al otro lado del pasillo.
Kata le había dejado allí un cepillo de dientes y un peine. Se tomó su tiempo para utilizar ambos antes de ponerse el pantalón, intentando obtener algo de valor para enfrentarse al mundo.
Tras recoger la taza de café, recorrió el pasillo en pos de la música que flotaba en el aire para encontrar a Kata canturreando en la cocina al compás de la canción de la radio mientras el beicon crepitaba en la sartén. Aquello olía muy bien.
—¿En qué puedo ayudar?
Ella le dirigió una sonrisa de diversión por encima del hombro.
—¿Los millonarios saben cocinar?
—No —admitió con timidez—. Pero puedo poner la mesa.
Kata se rio antes de señalar con la cabeza hacia la mesa que había en el rincón, que ya estaba preparada para desayunar. Ella se había encargado incluso de colocar un jarrón con flores frescas.
—Ah, bien. Debo admirar… tu eficiencia.
—Puedes servirte un café. Está recién hecho. —Le guiñó un ojo—. No tardaré demasiado en tener todo listo.
Sin duda alguna. Unos minutos después, ella le ponía delante un plato con huevos y beicon crujiente. No dejó ni las migas; estaba mucho más hambriento de lo que había supuesto. Justo en el momento en que acababa de dejar la taza sobre la mesa y se ponía una mano sobre el estómago lleno, alguien llamó a la puerta.
Kata no pareció demasiado sorprendida. Se apresuró a levantarse para abrir la puerta con una sonrisa.
—¡Tyler!
Un rubio enorme entró tras ella con una bolsa de supermercado en una mano y la estrechó entre sus brazos. Ella correspondió al gesto mientras él lo miraba por encima del hombro de la joven. Tyler parecía un hombre satisfecho. No, era incluso más. Le envolvía esa aura que muestran los tipos absolutamente felices, como si su rostro fuera una valla publicitaria que anunciara al mundo su satisfacción. Él tuvo que tragarse la envidia.
Tyler comenzó a hacerle cosquillas a Kata en la cintura y ella le apartó con un empujón, pero cuando pasó junto a su lado, ella aprovechó para darle una palmada en el trasero.
—Eres un peligro público.
—Crepusculera —se burló él con una amplia sonrisa.
Ella suspiró.
—Jamás conseguiré que te olvides de eso. Pero no te creas que estás libre de pecado, colega. Sé muy bien quién me mangó el DVD de Amanecer, parte I.
—Quizá… Pero los crepusculeros poseen cierta categoría gracias a tenerme entre sus filas.
Kata se dio la vuelta con los ojos en blanco.
—Lo que tú digas. Javier, éste es Tyler Murphy, ex-detective de antivicio en el Departamento de Policía de Los Angeles. No te fíes de él, era un golfo.
—Eh, sigo siendo un golfo —protestó Tyler.
—¡Oh! Espera que le cuente a Delaney que has dicho eso… —Le lanzó una sonrisa maligna.
Tyler lanzó un gruñido antes de acercarse a él tendiéndole la mano.
—Encantado, Javier. Espero que seas menos capullo que tu hermano. Estoy hasta los mismísimos de que se pase el día intentando ligarse a mi mujer.
A pesar de la sonrisa amable, Tyler no parecía el tipo de hombre con el que quisiera tener problemas, incluso aunque no le palpitara la cabeza. Llevaba una camiseta que ceñía sus duros bíceps y los marcados abdominales y ni siquiera el pantalón negro de lycra para correr o las zapatillas deportivas de colorines reducían el aura de poder.
Estrechó su mano.
—Así es mi hermanito, todo un capullo. —«Es irónico que quiera ligarse a tu mujer cuando no quiso tener nada que ver con la mía».
Tyler sonrió y miró el reloj.
—Observo que Kata ya te ha dado de desayunar, así que es el momento de ponerse en forma. —Chocó los nudillos con los de ella.
Javier observó con el ceño fruncido aquella extraña relación. No coqueteaban, pero tampoco se comportaban como hermanos. Parecían… amigos. Había oído hablar en ocasiones de hombres y mujeres que mantenían ese tipo de relaciones, sin embargo nunca se lo había creído. Xander se había tirado a todas sus amigas. Y su padre apenas había sido mejor. Cuando estaba en la universidad, él mismo había tenido amigas, aunque todas con derecho a roce.
Aquel tipo de amistad que presenciaba le resultaba extraña y a la vez cómoda. Se sentó a observar.
Tyler le lanzó la bolsa de plástico que llevaba en la mano y él la atrapó en el aire.
—¿Qué es esto?
—Encontrarás todo lo que necesitas para hoy. Tenemos que darnos prisa antes de que el sol comience a abrasar. Una carrerita de cinco kilómetros a treinta grados con el noventa por ciento de humedad es demasiado para cualquiera. No te la recomiendo.
Escuchó las palabras de Tyler pero no las procesó, hasta que abrió la bolsa y encontró en el interior una camiseta blanca y un pantalón corto gris para hacer deporte, junto con unas zapatillas deportivas. ¿Esperaba de verdad que corriera cinco kilómetros con aquel calor asfixiante, con la cabeza como un bombo y el estómago lleno de huevos?
—Tengo preparados los botellines de agua. —Kata abrió la puerta de la nevera.
Él negó con la cabeza, dejó caer las prendas sobre la mesa y los miró como si estuvieran chiflados.
—No pretendo ofenderos, pero no pienso correr. Me da igual que Xander piense que lo necesito. Lo único que necesito es dormir un poco más, luego buscaré la manera de salir de este pueblo para seguir adelante con mi vida. Y ahora, si me disculpáis…
Tyler chasqueó la lengua al tiempo que meneaba la cabeza.
—Si no nos ponemos a correr ahora, llegarás tarde a la clase de yoga con Morgan. Te aseguro que es chiquitita pero matona, y sé por experiencia que las madres lactantes tienen un horario tan apretado que no suelen mostrar paciencia con las tonterías de los hombres. Y dado que está casada con Jack Cole, caben muchas posibilidades de que le haya enseñado algunos métodos realmente desagradables de cortar las pelotas. No me gustaría presenciar esa escena, así que muévete.
«¿Yoga? ¿Después de correr? ¿Qué más se le habría ocurrido a Xander?».
—Muchas gracias, pero no me interesa. —Miró a Kata—. ¿Sabes dónde está el resto de mi ropa? ¿Y mi móvil? Quiero pedir un taxi.
Kata negó con la cabeza y Tyler soltó una carcajada.
—¿Qué te parece tan gracioso? —exigió.
Antes de que pudieran responderle, comenzó a sonar el móvil de Kata y ella respondió.
—¿Diga? —Ella hizo una pausa sin apartar la vista de él—. Sí. —Silencio—. Sí. —Otro silencio más largo—. No. —Otro—. Creo que es una buena idea. ¡Gracias!
Colgó con una empalagosa sonrisa en la cara. A él le dio muy mala espina.
—¿Qué cojones pasa?
—Xander está de camino. Llegará dentro de una hora aproximadamente. Dice que entonces hablará contigo.
Tyler se le acercó y le dio una vigorosa palmada en la espalda.
—Estupendo. Así tenemos una hora para recorrer esos cinco kilómetros. Vamos.
—Va a ser que no —aseguró, arrastrando las palabras.
Tyler sonrió de oreja a oreja mientras encogía sus musculosos hombros.
—Sí, bueno, voy a tomarme eso como algo intermedio entre un «ni de coña» y un «vete a la mierda».
Javier le miró furioso. Aquel mono rubio y musculoso resultaba demasiado gracioso para su gusto. No le importaría hacerle comer las pelotas en ese momento para demostrarle quien era. La cólera comenzó a inundarle de nuevo; sus pensamientos giraban dentro de su cabeza. Notó que empezaba a perder el control y se obligó a respirar hondo varias veces antes de coger la bolsa de plástico.
—Estupendo. Voy a cambiarme. —Solo porque le apetecía. Si no tenía alcohol con el que ahogar la furia que comenzaba a inundarlo, intentaría expulsarla de otra manera. Dudaba mucho que funcionara, pero las demás alternativas pasaban por destrozar la cocina de Kata o pelearse con Tyler, que parecía más que capaz de responder.
En el momento en que Xander atravesara la puerta, esperaba sentir una incontenible necesidad de vomitar en sus zapatos de diseño.
Unos minutos después, y ya con otra ropa, Tyler y él trotaban a ritmo lento por la calle. Una casa tras otra, cada una igual a la anterior salvo algún detalle suelto, la mayoría tenían porches sombreados con mecedoras. A pesar de la temprana hora, el calor y la humedad eran agobiantes.
—Se me había olvidado cuánto odio el clima del sur —protestó cuando comenzó a sudar.
Tyler parecía feliz cuando sonrió ampliamente.
—Yo también soy de Los Angeles. Cuesta habituarse a esto… pero luego no quieres irte.
Se negaba a quedarse allí el tiempo suficiente para que ocurriera eso.
—Si no te cae bien Xander, ¿por qué le estás ayudando? —preguntó él después de doblar una esquina que les llevaba de una tranquila calle residencial a otra más congestionada. Los coches pasaban zumbando a su lado y adelantaron a algunos trabajadores con ojeras y cafés humeantes en vasos de cartón. También se cruzaron con más deportistas como ellos, que sudaban felizmente. Él los estudió con el ceño fruncido antes de volver a mirar a Tyler, que seguía sin desprenderse de aquella sonrisa que comenzaba a molestarle de verdad.
—Me hizo un favor que jamás podré pagarle.
El dinero no era un tema importante para Xander porque jamás se había tenido que esforzar para ganarlo; hizo una mueca sarcástica.
—Estoy seguro de que no esperaba que se lo pagaras. A mi hermano le encanta regalar dinero. Creo que le hace sentirse más a gusto en su papel de pobre niño rico.
Al incrementar Tyler la velocidad, comenzó a resoplar y jadear con aquellas últimas palabras resonando en su cabeza. ¡Joder!, parecía un hombre cínico y amargado. Puede que porque lo era. Odiaba que Francesca se hubiera interpuesto entre ellos —que todavía se interpusiera— pero no podía dejar de pensar que todavía estaría viva si Xander hubiera respondido cuando le necesitó.
—No me dio dinero. —Tyler por fin dejó de sonreír—. Salvó la vida de mi mujer y me ayudó a meter entre rejas a un peligroso criminal. Podría haber pasado de todo y haber usado todo ese tiempo para tirarse a una mujer tras otra. Es lo que suele hacer.
—Desde que cumplió trece años —se obligó a sonreír.
Tyler frunció el ceño.
—Me da la sensación de que no sientes mucho aprecio por tu hermano.
Dado que aquel tipo ya era amigo de Xander, no sintió necesidad de explicarle nada.
—¿Jamás te peleas con tus hermanos?
—No tengo, pero sé que si tuviera un hermano capaz de preocuparse por mí, me sentiría en deuda con él.
—Yo también lo haría si tuviera un hermano así, pero no lo tengo. —Cuando Tyler abrió la boca, él negó con la cabeza, deseando poder estar ya de vuelta en casa de Kata y meterse en cama. Aquella carrera de cinco kilómetros había conseguido que sus pulmones estuvieran a punto de reventar—. Me alegro de que os ayudara. Xander puede ser un gran tipo. —«Cuando le da la gana».
—Está de tu parte, amigo. Está muy preocupado por ti.
Javier se reservó sus escépticos pensamientos.
—Patético, ¿verdad?
Tyler le miró con el ceño fruncido, pero gracias a Dios guardó silencio durante el resto de la tortuosa carrera. Él se concentró en el pavimento que pasaba bajo sus pies, en el dificultoso paso del oxígeno a sus pulmones, en el alocado latir de su corazón. No estaba disfrutando, pero por primera vez en mucho tiempo sus pensamientos y sus sensaciones se concentraban en una misma finalidad: aspirar aire fresco. Cuando llegaron a la casa de Kata, no tenía energía para estar furioso y se sentía extrañamente calmado.
Hasta que Tyler y él entraron en la cocina y vio a Xander allí, sentado con una hermosa pelirroja, ambos con una taza de café en la mano y compartiendo un chiste.
Aquel maldito bastardo estaba tan sereno que parecía que no tenía preocupación alguna. ¡Qué agradable era poder despojarse de cualquier sentido de la responsabilidad como si se tratara de un abrigo barato!
—¡Eres un cabrón! —atravesó la cocina hacia su hermano.
Tyler le retuvo agarrándole de la camiseta.
Xander meneó la cabeza y se volvió hacia la pelirroja.
—Buenos días, Javier. Te presento a Tara Edgington.
«¿La esposa de Logan?». Era una mujer muy guapa.
—Encantado —ladró. Al momento se reprendió interiormente por su crudeza.
Era Xander el objeto de su cólera, no esa mujer preciosa que quería ayudarle.
Arrepentido, tendió la mano a Tara.
Ella sonrió antes de estrechársela.
—Espero que te encuentres mejor esta mañana y que Tyler no te haya dejado para el arrastre. —Lanzó al enorme rubio una mirada de fingida reprimenda.
—Pues espera a la sesión de pesas de mañana —repuso el rubio, guiñando un ojo.
—Tyler no va a torturarme más. —Negó con la cabeza—. Una y no más. Aprecio vuestra hospitalidad, pero debo regresar a Dallas ahora. Me gustaría darme antes una ducha.
Tara no respondió, se limitó a mirar a Xander de tal manera que decía que la pelota estaba en su tejado. Kata regresó en ese momento a la habitación, vestida con unos pantalones negros de pinzas y una camiseta de flores que enfatizaba sus abundantes pechos. Ella apoyó la cadera en la alacena y le miró con una sonrisa de disculpa.
—Ha sido entretenido. —Tyler le dio una palmada en la espalda—. Volveré mañana a las seis. Correremos un poco antes de que comience a hacer calor y luego haremos también algo de pesas.
—No te molestes. No pienso… —Javier no consiguió terminar la frase antes de que Tyler cerrara la puerta, sin hacerle caso.
¡Mierda! Su hermanito le había llevado a su territorio y allí nadie tomaba en consideración lo que él decía. En cuanto se diera una ducha, iría al aeropuerto más cercano y se subiría al primer vuelo que saliera rumbo a Dallas.
—Siéntate —ordenó Xander.
Javier arqueó una ceja ante la arrogancia que mostraba su hermano. Notó como una nueva bocanada de ira comenzaba a bullir en su interior e intentó contenerla con todas sus fuerzas.
—Te dije que te fueras a la mierda, pero has preferido drogarme y traerme aquí. No puedes obligarme a quedarme, así que no pienso sentarme. Si no quieres que me convierta en tu enemigo… —Se encogió de hombros—. Deberías habértelo pensado bien cuando te pedí ayuda. Era entonces cuando te necesitaba, no ahora. Me largo.
Se volvió hacia Kata con intención de salir de la cocina rumbo al cuarto de baño para darse la ducha que tanto necesitaba.
—Cierto, no puedo retenerte aquí —convino Xander a su espalda—. Pero creo que una vez que me escuches no querrás marcharte.
—¿Qué parte de «vete a la mierda» no has entendido? —Miró a su hermano con el ceño fruncido.
Si las palabras le molestaron, su hermano no lo demostró.
—Lo entiendo. Pero paso. Éste es el trato: puedes elegir. O te quedas aquí seis semanas y haces lo que yo quiero, a ver si te recuperas, o voy a la prensa y les cuento lo que hay; que estás a punto de convertirte en un alcohólico, que tienes episodios de furia y que ahora mismo eres incompetente para dirigir la empresa.
Él le miró anonadado, pero al momento se sintió furioso.
—¿Es que te has vuelto loco? Si les cuentas eso… El negocio no está en su mejor momento; tú mismo dijiste que la Junta Directiva está nerviosa. Si vas aireando eso públicamente, cavarás nuestra propia tumba. Sí, me vencerás, pero… Oh, ¿es eso lo que quieres? ¿Crees que es la manera de tomar las riendas, hermanito?
Xander no duraría ni una semana sometido a la presión que suponía ser director general. Los días de quince horas de trabajo y no disfrutar de los fines de semana era algo incompatible con su agenda de fiesta. Jamás había mostrado interés en ningún tipo de responsabilidad. ¿Por qué iba a empezar ahora?
—Lo haré si no me queda más remedio —aseguró Xander—. Como pongas un pie fuera de Lafayette o te desvíes del horario marcado para las próximas seis semanas, iré a la prensa y a la mierda la empresa. Tengo suficiente dinero ahorrado para vivir a todo tren durante tres generaciones, pero solo tengo un hermano. No estoy dispuesto a ver cómo te matas lentamente por culpa de esa zorra.
Aquellas palabras le dejaron aturdido. ¿Xander estaba dispuesto a acabar con todo solo por ayudarle? No estaba seguro de si debía cruzar la cocina para estrangularle o darle un enorme abrazo. Su hermano le observó con una mirada firme en aquellos ojos color avellana. También leyó en ellos un indicio de pesar.
Aquella era la manera que Xander tenía de demostrarle que le importaba. Él sabía que le tenía cogido por los cojones; su hermano solía alardear a menudo, pero nunca con él. Por supuesto, él también podría filtrar a la prensa historias sobre su hermano, aunque era algo del dominio público.
«¡Joder!».
—Es mi vida. Sé que tratas de ayudarme, pero no puedes arrancarme del infierno —aseguró.
—Claro que sí. —Xander meneó la cabeza.
—¿Por qué no me dejas en paz? —Su temperamento tomó las riendas—. No puedes obligarme a quedarme aquí.
—Sí, puedo. Lo que estás haciendo ahora, dejándote llevar por la pena y la presión está acabando contigo y acabará destruyéndote.
Él odiaba admitir que su hermano tenía razón. Si se arriesgaba a dejar que la prensa se enterara de esa pugna personal, Industrias S. I. no lo resistiría. Y él se debía a la Junta Directiva, a los empleados, a la memoria de sus padres, que Dios los tuviera en Su Gloria.
—Maravilloso. Me quedaré —claudicó—. Así que… ¿cómo piensas orientar mi vida? ¿O tal vez pretendes ser mi Amo?
Tara y Kata se rieron por lo bajo al escucharle. Observó que Xander lanzaba una mirada furibunda a la pelirroja, a la que ella hizo caso omiso, antes de volverse hacia él.
—Seré cualquier cosa que necesites. Haré lo que sea necesario hasta que te recuperes y puedas seguir adelante, pero voy a poner la línea en zurrarte.
Cuanto más calmado se mostraba su hermano, más airado estaba él. Sin embargo, la conclusión estaba clara; Xander tenía buenas intenciones aunque sus métodos le irritaran.
—Vete a la mierda.
—Eso ya lo has dicho y no funcionó. Estoy ofreciéndote seis semanas de vacaciones, sin preocuparte de los negocios. Has trabajado todos los días, incluso el del entierro de Francesca. Tiene mucho mérito, lo reconozco, pero no estás en tu mejor momento. Es la ocasión idónea para tomar la decisión. ¿Quieres que te ayude? Trabajaremos juntos en el negocio.
Aunque Xander estaba brindándole una ofrenda de paz, él no era capaz de aceptarla. Tenía que volar con alas propias. Y si caía, no podía arrastrar a Xander con él. Además, tenía su orgullo… Ya se estaba viendo forzado a permanecer en ese pequeño pueblo contra su voluntad. A él le gustaba poder controlarlo todo y los negocios eran solo una parte. Su padre le había dejado ese legado. Industrias S. I. tenía problemas por su culpa y sería él quien sacara la compañía adelante. Después de todo, ¿qué sabía Xander de productos de alta tecnología?
—Yo me encargaré de Industrias S. I., como siempre.
Su hermano se encogió de hombros y le lanzó un juego de llaves por encima de la mesa.
—Son de tus nuevas oficinas. Nos reuniremos allí dentro de poco. No es gran cosa, pero es lo mejor que he podido conseguir con tan poco tiempo. No están amuebladas todavía, sin embargo mañana dispondrás allí de todo lo necesario. He llamado a tu despacho en Los Angeles para que tu secretaría enviara aquí todo tu trabajo. Se ha despedido. El viernes fue su último día.
Y él había estado borracho como una cuba. ¡Joder!
Javier suspiró y dejó caer los hombros. Janice había sido su cuarta secretaria personal en los últimos diez meses.
—Llamaré a Henner y le diré que envíe todo lo que voy a necesitar.
—Después de todo, ¿para qué, si no, son las manos derechas? —dijo Xander sarcásticamente.
Nadie pudo obviar el tono burlón. Él meneó la cabeza. Durante años, Xander no había querido tener nada que ver con la empresa salvo para cobrar los cheques que llegaban a su nombre para poder comprar deportivos último modelo y joyas para sus amantes. Aquel repentino interés por la empresa no duraría.
—Exacto —respondió en el mismo tono.
Xander le había arrastrado a ese agujero de mierda, le había obligado a cambiar su vida durante seis semanas y luego había entablado esa lucha por el poder. ¿Qué es lo que quería? ¿Que estuviera tan contento? ¿Que confiara en sus consejos comerciales? ¿Que no se enfadara?
Miró a Kata.
—Parece que voy a abusar de tu hospitalidad un poco más. ¿Te importa que me dé una ducha antes de que le eche un vistazo a mis nuevas oficinas?
Ella negó con la cabeza y le acompañó al cuarto de baño, adonde le llevó una toalla limpia.
—Lo único que quiere Xander es lo mejor para ti.
Sonrió, pero fue una mueca vacía y falsa. Si su hermano hubiera querido lo mejor para él, le habría ayudado un año antes con Francesca. Si aquella era la manera de ayudar de Xander, no quería saber nada de ella… ni de él.