Club Dominium - Dallas, Texas, finales de junio.
Después de atizar con la mano abierta el femenino y curvilíneo trasero de la sumisa, Xander Santiago lo miró con ojo crítico. Estaba agradablemente enrojecido.
La mujer permanecía inclinada y atada sobre el banco de azotes; atractiva, sometida, dócil, exponiendo su hinchado y empapado sexo, jugoso como un melocotón maduro.
Mientras los marcados acordes de Nine Inch Nails resonaban en la mazmorra, trazó un círculo caminando alrededor de ella y sonrió al ver sus mejillas ruborizadas y los ojos cerrados con expresión de éxtasis. Whitney había sido la mejor elección para esa tarde, experimentada pero aún así dulce. Se estremecía por el deseo de agradar. Y de follar.
Era justo lo que su hermano Javier necesitaba.
—Fíjate, ¿ves cómo te ofrece el trasero? ¿Lo empapado que está su coño? Parece imposible que pueda llegar a estar más resbaladizo e hinchado, y sin embargo pide más. Una sesión con el látigo la transportará sin remedio al sumiespacio. —Le indicó, tendiéndole el instrumento de grueso mango y largas colas trenzadas que brillaban bajo la tenue luz—. Es tu turno. Respira hondo. Sabes lo que tienes que hacer.
Javier asintió con la cabeza pero frunció el ceño. El sudor le perlaba las sienes.
No tomó el látigo sino que se pasó la bronceada y temblorosa mano por el ondulado pelo oscuro, que parecía no haber sido cortado desde hacía meses. Y así era, al parecer en los últimos tiempos su hermano solo había tenido tiempo para revolcarse en vodka y cólera.
¡Joder!, Javier necesitaba echarse una profunda mirada a sí mismo para darse cuenta de que era necesario que se controlara un poco. Xander esperaba que aquella lección sirviera para que se reencontrara con su Amo interior, ése que a todas luces ocultaba bajo capas de estrés, dolor y culpa, y detener así aquella vorágine de autodestrucción que parecía haberle apresado. Dado que los consejos y el tiempo transcurrido no habían servido para nada, aquella era la única manera que se le ocurría de ayudar a su hermano.
Si no funcionaba, estaba casi seguro de que no habría remedio.
Tomó la muñeca de Javier y le puso el mango del látigo en la mano. Su hermano lo agarró cerrando el puño, pero tenía la mirada perdida.
—Respira hondo —ordenó con un chasquido de dedos—. Céntrate, hombre. Ella está ahí, esperándote. Contrólate y asume el mando.
Javier asintió bruscamente con la cabeza antes de coger aire. Llevó el brazo hacia atrás trazando un tembloroso arco, pero la postura no era la correcta. Si la azotaba ahora, incidiría en la parte posterior de los muslos de Whitney, no en su delicioso trasero, produciéndole dolor, pero no de la clase que buscaban.
—¡Maldita sea! —Javier maldijo por lo bajo, negó con la cabeza y parpadeó con rapidez.
Xander le puso la mano en el hombro.
—Concéntrate en Whitney.
Se puso frente a su hermano, obligándole a mirarle.
—En este momento solo puedes pensar en ella. En su conducta, en sus movimientos y demás indicaciones no verbales, así podrás decidir la mejor manera de suministrarle las sensaciones que necesita.
Javier alzó la cabeza con la mirada perdida y la respiración entrecortada.
—¿No la ves? ¿Acaso te ha dicho su palabra segura? —siguió presionándolo.
Cerrando los ojos con fuerza, Javier apretó el látigo entre los dedos, consiguiendo que las venas de su muñeca sobresalieran. El brazo le tembló cuando respiró hondo una vez más y su aliento produjo un sonido metálico al salir.
Xander se alarmó.
—¿Javier?
—¿Qué? —ladró.
Acercó su cara a la de él antes de hablar.
—¡Venga! ¡Dime cuál es su palabra segura!
Vio como se ensanchaban las fosas nasales de su hermano, cómo se frotaba los ojos cerrados, antes de abrirlos y menear la cabeza. Estaba tratando de estar allí, con ellos, pero no lo conseguía. Xander se pasó la mano por la cara lleno de frustración.
—Puedes hacerlo —le animó—. Te he enseñado. Posees el instinto necesario. Eres tú quien tiene el mando en este juego. Búscalo en tu interior. Usa el poder que ella te ofrece, Javier. Siente su confianza y asume tu papel de Amo.
Javier contuvo el aliento, enderezó los hombros y le miró con concentrada tensión antes de asentir con la cabeza. Él frunció el ceño, preocupado, y dio un paso atrás para que su hermano dejara caer el látigo sobre el trasero de Whitney. Pero Javier clavó los ojos sin ver en los firmes y enrojecidos globos gemelos antes de tragar saliva. Dio un paso atrás con la respiración todavía más agitada.
¡Joder! Notaba cómo su hermano se le escabullía entre los dedos poco a poco.
Día a día. Un paso adelante y tres hacia atrás. Maldijo para sus adentros a Francesca una vez más. Era ella la que había convertido a su hermano mayor, un hombre fuerte y dominante, en un individuo inseguro como un crío. La que le había transformado con mentiras y culpa. A lo largo del último año había envenenado su indomable voluntad, dejando tan solo un caparazón vacío. Incluso desde la tumba, aquella hermosa zorra seguía hincando los dientes en él.
—¡Javier!
Los azules ojos de su hermano se clavaron en él con las pupilas dilatadas, sin enfocar. ¡Maldición!, estaba estremeciéndose otra vez. Contuvo un grito de frustración.
—Concéntrate. Dime su palabra segura o pásame el látigo —gruñó.
—Er… —Javier cerró el puño y dejó caer la cabeza—. ¡Joder! Tengo que salir de aquí.
—Déjate de gilipolleces y dime qué te pasa —le apremió en voz baja, esperando que nadie de su alrededor les oyera.
Su hermano volvió a mirar las nalgas de Whitney. El placer que él había conseguido durante los ejercicios previos había comenzado a disiparse. Ella estaba tensa, volvía a su cuerpo, regresaba a la realidad. Xander rodeó el banco de azotes una vez más para observar el hermoso rostro de la sumisa. Ella examinaba lo poco que podía ver de la estancia con aquellos pesados ojos verdes y sus cabellos platino se ondulaban mientras giraba la cabeza a un lado y otro.
Con una maldición, se acercó a ella y le puso una mano en la espalda.
—Tranquila, Whitney.
—¿Tengo permiso para hablar, Señor?
Bueno, no es que quisiera oírla, pero se había ganado el derecho a expresarse.
—Sí, sumisa.
—¿He hecho algo incorrecto? —Su voz era ansiosa.
—No, no es culpa tuya —aseguró con rapidez, acariciando su suave piel. Vaciló, ¿qué más podía decir? Sin duda no podía explicarle que su cuñada, harta de que su hermano solo tuviera tiempo para el trabajo, le había engañado con otro hombre y que éste la asesinó. Un año después, Javier seguía sintiéndose culpable. Era una ruina humana. Continuaba experimentando episodios en los que se quedaba con la mente en blanco o en que era presa de una furia incontrolable. Algunas veces, como ahora, se convertía en una piltrafa humana en toda la extensión de la palabra.
—Javier ha tenido problemas últimamente. —Daba gracias a Dios de que nadie en Dallas se fijara en los ecos de sociedad de los periódicos de Los Angeles a menos que se mencionara a una estrella de cine. Si lo hicieran, Whitney conocería la tragedia sin sentido que envolvía a su hermano—. Solo necesita tiempo para recuperar el ánimo. Yo me ocuparé de ti. ¿Qué tal estás? ¿Quieres un poco de agua o cualquier otra cosa?
La expresión de Whitney fue comprensiva.
—Lamento escucharle. No, Señor. Estoy bien. Seré paciente si eso complace a ambos.
Xander la besó en la mejilla.
—Eres una sumisa valiente. Serás recompensada.
Eso provocó una amplia sonrisa en la joven y él respondió con otra reconfortante.
Hasta que notó que el látigo se estrellaba contra su pecho. Lo atrapó por instinto antes de ver que Javier se dirigía a la puerta a grandes zancadas.
¡Joder! No podía dejar a su hermano a su suerte cuando parecía estar en medio de otra crisis. A lo largo del año anterior había tenido que llevarle dos veces a urgencias para que le hicieran un lavado de estómago antes de que muriera por coma etílico.
Pero tampoco podía dejar a Whitney desamparada y atada en un club de sado una noche de sábado. Había depredadores por todas partes y, aunque el dueño del club, Mitchell Thorpe, investigaba a todos los miembros con lupa, ningún sistema era perfecto.
Miró a su alrededor y vio una figura familiar. Agarró el delgado brazo de la mujer y la llevó junto a la sumisa. La furiosa mirada que le dirigió ella se convirtió en otra más pícara al reconocerle.
La joven le sonrió de oreja a oreja mientras se pasaba el pelo negro por encima de la pálida piel del hombro.
—La última vez que nos vimos todavía tenías que pedirme consentimiento para someterme. No puse ninguna objeción, ¿recuerdas?
Ésa era Callie. La sumisa con la lengua más viperina que hubiera encontrado nunca.
—Esto es una emergencia —gruñó—. Libera a Whitney, por favor, y ocúpate de ella.
Ella se puso seria al momento.
—Por supuesto. Ve. Llámame si necesitas cualquier otra cosa.
Viperina… Pero muy leal. Se podía confiar en ella. Callie cumpliría su palabra.
—Gracias —murmuró antes de salir disparado detrás de su hermano.
Lo atrapó por el brazo cuando estaba a punto de meterse en un estrecho vestuario vacío, pues casi todo el mundo estaba entregado activamente a los juegos esa noche; que es lo que estarían haciendo su hermano y él si hubiera logrado meter algo de cordura en su cabeza.
—¿Qué te pasa? —le exigió, obligándolo a girarse.
No obtuvo respuesta.
—Habla conmigo —insistió.
—Déjame en paz. —Javier intentó liberar el brazo con un brusco ademán.
¡Cólera! Javier la poseía en abundancia, una olla hirviendo de ella, una ardiente furia que él no llegaba a comprender. Su hermano no le había explicado nunca a qué se debía el brusco cambio sufrido a lo largo de los últimos doce meses. ¿Era por la sensación de culpa que le agobiaba al no haber sido capaz de salvar a Francesca de una muerte terrible? ¿Estaría la aflicción convirtiéndose en cólera? Quizá lo único que necesitaba era confesar en voz alta toda aquella mierda.
—Escúchame. —Agarró a Javier por los hombros—. Lamento que hayas perdido a Francesca, pero no era más que un parásito; una zorra traicionera. No la amabas. Hubiera apostado mis pelotas a que querías divorciarte de ella y no lo hiciste porque te hubiera costado una pasta. Que trabajabas todas esas horas para evitarla. ¿Estoy en lo cierto, verdad? En vez de enfrentarse a los problemas que teníais, ella eligió fugarse con su amante, y éste la mató. Pero lo hizo él, no tú. No es culpa tuya.
—No toda. —Javier le inmovilizó con sus ardientes ojos azules antes de girarse y golpear la taquilla con el puño—. También es culpa tuya.
Él maldijo por lo bajo. ¿Otra vez la misma historia?
—No podría haberla salvado, Javi.
—¡Por lo menos podías haberlo intentado! —siseó, aproximando su cara a la de él al tiempo que hacía rechinar sus dientes con tanta fuerza que los tendones del cuello sobresalieron. Un intenso rubor le cubría las mejillas—. Durante tres décadas cumplí los deseos de nuestros padres, fui el estudiante modelo y tomé las riendas del negocio familiar para que tú pudieras continuar haciendo todo eso que te gusta tanto: jugar. Solo te pedí un favor a cambio. ¡Uno! Y te negaste.
Javier había hecho todo eso porque no podía soportar no ser el mejor. Porque ese holding de empresas valorado en millones de dólares era su herencia por nacimiento.
Era el heredero y él lo que sus padres llamaban «el repuesto». Le habían educado, pero también consentido, jamás se llegó a saber si podría haber aportado algo al negocio. Después de todo, con un hermano tan capaz, no había sido necesario.
—Me pediste algo imposible —insistió él.
—Casi cada puta noche te dedicas a someter a un par de mujeres. Francesca necesitaba tu guía, tu disciplina. Yo estaba enfrascado en la adquisición de Reptor, trabajando dieciocho horas al día. Lo único que tenías que hacer era dominarla.
Igual que le ocurrió el día que Javier le pidió que fuera el Amo de Francesca, pensó que su hermano se había vuelto loco. Ahora, contó hasta diez para sus adentros, intentando controlar su temperamento.
—Esa petición hubiera provocado tantos problemas que ni siquiera sé por dónde empezar. Primero, jamás he tenido una sumisa en propiedad y no estaba preparado para hacerme responsable de una las veinticuatro horas del día. Y menos si era tu consentida esposa. Este tipo de relaciones tiene un principio básico: deben ser consensuadas, es lo que da seguridad y sensatez al asunto. No hubiera habido ni pizca de seguridad cuando me entraban ganas de estrangularla cada momento del día. Además estaba loca. Incluso aunque no hubiera habido esos problemas, existía un escollo mayor; no era sumisa. Jamás se habría sometido a mí. Si la hubiera forzado a ello no hubiera sido nada más que un matón, porque me habría dedicado a calentarle el trasero todos los días. ¡Joder!, seguramente cada hora.
Javier entrecerró los ojos.
—Ella podría haber sido sumisa contigo, pero ni siquiera lo intentaste. Y yo sé por qué. Querías tirártela. Te negaste a hacerme el favor porque el sexo no estaba incluido en el trato.
—También quiero subirme algún día a un toro salvaje, pero eso no quiere decir que sea tan estúpido como para hacerlo. —Miró a su hermano con el ceño fruncido—. Sí, me hubiera gustado follarla, lo admito. Era muy guapa. Pero también era una víbora y te amargaba la vida. Algo que te dije que ocurriría antes de que te casaras con ella, pero jamás has escuchado ni una puta palabra de lo que te he dicho desde que éramos niños. La deseabas, pero en vez de mantener una relación con ella y punto, te convenciste a ti mismo de que siendo hija de un ejecutivo, sería la esposa modelo para ti, otro ejecutivo, así que te casaste con ella.
—Era uno de los términos de un delicado acuerdo. En su momento tenía sentido.
—Fue un mal acuerdo.
—Y a ti te gusta decir «te lo dije».
—El padre de Francesca te la tendió como si fuera una zanahoria colgando de un palo, y tú fuiste tan estúpido como para tragar el anzuelo. Te jodió durante años. ¡Dios, todavía lo hace!
Su hermano se puso en guardia.
—Los ingresos han crecido considerablemente gracias a ese acuerdo.
—¿A costa de tu cordura?
Javier apartó la mirada con una maldición, y él supo que su hermano estaba a punto de desaparecer otra vez. Posiblemente en busca de una botella que acabara con su vida de una vez por todas. Había tenido que deshacerse de cada arma que pudiera haber en la casa de Dallas, en donde habían residido durante las últimas semanas, y también de la mansión de Los Angeles. No tenía sentido tentar al destino.
Sabiendo que por aquel camino no conseguiría nada, probó de otra manera.
—Toda esta historia está afectando también a los negocios, Javier. Están cayendo en picado. No estás centrado, titubeas con torpeza… Tus episodios son cada vez más frecuentes y los tiburones merodean a nuestro alrededor. ¡Joder, déjame ayudarte!
—No. —La suave sílaba resonó en la estancia como un grito.
—¿Por qué? Tengo un jodido Máster en Administración de Empresas que jamás he podido poner en práctica porque no me dejas.
—¿Te quedaría tiempo entre las diarias dosis de latigazos y todos esos polvos? Además, olvídate de exigirle a tu secretaria que se desnude cuando traspase la puerta; nos acusarían de acoso sexual y no podríamos hacernos los suecos, nos demandarían.
El sarcástico comentario de Javier fue como si le clavara un hacha en el pecho.
—No tienes ni idea de lo que soy capaz, pero jamás lo averiguarás porque te niegas a compartir conmigo la responsabilidad sobre el negocio. Y a pesar de que estás intentando hacerme sentir culpable, jamás habrías compartido a tu mujer conmigo.
Había vivido a la sombra de su hermano mayor durante casi treinta años, deseando poder complacer a sus padres. Por fin, se dio cuenta de que era imposible y se dio por vencido. A partir de entonces se dedicó a perseguir el placer. Había llegado muy pronto a la conclusión de que no quería vivir una vida pendiente de los negocios, como Javier.
—Gilipolleces. Te pedí ayuda. Te lo supliqué… —Su hermano hizo una mueca.
—Cuando Francesca escapó a tu habilidad para manejarla, te fijaste en el BDSM como si fuera una especie de tirita curalotodo. Ahora llevas meses entrenándote en este estilo de vida. ¿Sabes por qué no hubiera podido someterla? Porque jamás habría funcionado, incluso aunque nunca hubiera surgido la oportunidad de follar con ella. Olvídate si piensas que iba a reconocerte como su marido y a mí como su Amo, y de repente ser feliz.
—Quizá no hubiera sido feliz, pero al menos no hubiera ido a Aruba para ser asesinada por su amante.
Xander negó con la cabeza mientras se preguntaba cómo era posible que Javier siguiera sin ver la realidad.
—Si no hubiera sido él, hubiera sido otro. Y mientras tanto, ella se habría dedicado a jugar con nosotros, enfrentándonos el uno con el otro con tal de salirse con la suya. Nos habría destrozado.
—Bueno, pues ha ganado, porque es lo que está haciendo. —Javier se giró aunque al momento se dio la vuelta para gruñir—. ¡Vete a la mierda, Xander! Para siempre.
Con Javier desplomado en el impecable asiento de cuero del copiloto de su nuevo Audi último modelo, Xander condujo hacia el Este en medio de la noche.
Tamborileó los dedos sobre el volante siguiendo el ritmo de la violenta música alternativa que sonaba por los altavoces. Esa clase de sonidos le gustaba.
No veía final para aquel jodido desorden y ya no sabía qué hacer. La maniobra que había llevado a cabo esa noche iba a hacer que Javier le pusiera en su lista negra durante el resto de su vida. Pero al menos estaría vivo para… odiarle.
Cuando sonó el teléfono, lanzó una mirada al identificador Bluetooth y respondió con una sonrisa.
—¡Cherry!
—Como Logan te escuche llamarme así, te matará —aseguró la esposa de su mejor amigo.
—Es lo que me sale cuando pienso en tu pelo rojo, en tu dulzura e inocencia.
Ella se rió.
—Como comprenderás, estando como estoy casada con Logan, de inocente tengo más bien poco. ¿Ya estás en camino?
—Sí. Llegaremos a altas horas de la madrugada, pasadas las tres. Lamento…
—No te preocupes. Mi nuevo jefe es muy comprensivo.
—¿Así que por fin lograré conocer al infame Jack Cole?
—Es muy posible. Ahora que tiene un bebé se muestra el doble de irritable porque no duerme tanto como le gustaría, pero la parte positiva es que rara vez se presenta temprano en la oficina. —Tara parecía feliz por esa circunstancia y él tuvo que sonreír.
—Gracias por darnos alojamiento en tu casa hasta que podamos arreglar algo.
—Sin problemas. Solo recuerda las reglas básicas: subir la tapa del inodoro antes de orinar, no pasearte desnudo por casa y nada de intentar ligar con Kata a menos que quieras que Hunter te mate. Es… muy protector.
—¿Y Logan no? —repuso con sarcasmo.
—Vale, tienes razón. Pero ya me entiendes…
—Sí, Katalina, esa preciosa latina, está fuera de mi alcance. Tendré que resignarme.
—Me di cuenta de lo popular que te convertiste la última vez que estuviste en Lafayette. No creo que te cueste mucho. ¿Qué tal Javier?
Xander notó el cambio de tono en sus palabras, la preocupación. Él había quedado tocado después de aquella desagradable discusión con su hermano. Se había pasado las últimas horas engañando a Javier, algo que le resultaba angustiante, y no estaba preparado para lidiar con la ternura de Tara en ese momento.
—No te preocupes, Javier no molestará a Kata. Tras la saludable dosis de hidromorfina que le di en Dallas, de lo único de lo que va a preocuparse durante un buen rato es de las sábanas.
—¿Cómo obtuviste la receta? —Suspiró—. ¡Oh, Dios mío! ¿Te acuestas con una médica?
Él sonrió de oreja a oreja.
—Tiene algunas cualidades increíbles.
—¿Te refieres a su capacidad profesional o a sus pechos?
—¿Tengo que elegir? —bromeó para aligerar la situación.
—Te lo juro, tu polla tiene tanto trabajo que me alucina que todavía no se te haya encogido por exceso de uso o contraído alguna enfermedad exótica de la que nadie ha oído hablar.
Él hizo una mueca ante la usual broma, pero le siguió la corriente.
—Tara, creo que me has echado de menos. No sé si lo sabes, pero estar con un hombre de mundo en vez de con un SEAL tiene ciertas ventajas.
—No estoy yo tan segura. En lugar de un peligro terrorista ocasional, tendría que preocuparme de todos los padres enfadados y maridos celosos que quisieran dispararte. Paso.
Él se rio. Adoraba esas diatribas verbales con la mujer de Logan. Ella pensaba que siempre estaba de broma. Y era lo normal, dado que no tenía ninguna razón para tomarle en serio.
—Bromas aparte, ¿qué tal está Javier? ¿Se encuentra bien? —preguntó ella.
Estaba jodido y Tara lo sabía de sobra. No dejaría grogui a su hermano para trasladarle a otro Estado en medio de la noche si estuviera bien. Se pasó la mano por los ojos irritados.
—Espero que logre estarlo. Pero como ya te dicho, ocuparme de un hombre que se comporta como un crío es más trabajo del que imaginaba. Lamento cargarte con mis problemas.
—Si Logan no estuviera de misión, te echaría una mano. Puedes contar conmigo, y también con Kata, Jack, Deke o Tyler. Todos están dispuestos a ayudarte. La mujer de Deke, Kimber, es enfermera; nos podrá ayudar si necesitamos ayuda médica. Luc y Alyssa Traverson nos han prometido comida del Bonheur.
—Estupendo. Asegúrate de que no se olvidan de incluir un buen vino —ironizó él, aunque no tenía nada de gracia. Estaba cansado de ver a Javier pegado a una botella.
—Lo haré. Por cierto, he dado con una casa que creo que te gustará. También debería ser fácil encontrar un local para oficinas. Me han dado algunas direcciones. Podrás revisar mañana la lista mientras uno de los chicos cuida del niño.
—A Javier le va a encantar… —Su voz rezumaba sarcasmo.
—¿Lo de la secretaria o lo de los chicos?
—Seguramente las dos cosas, pero es su problema. Si no hubiera hecho el gilipollas durante el último año, no estaría ocurriendo nada de esto.
Tara contuvo la risa.
—Hoy he recibido un correo electrónico de Logan. Espera estar en casa dentro de una semana con un permiso. Hunter se incorporará a su nuevo trabajo con Jack y Deke en Oracle, pero estoy segura de que logrará escapar algunas horas. Entre los dos se ocuparán de que Javier se ubique de nuevo y coma en condiciones.
—Un poco de trabajo físico también le irá bien. Muchas gracias, Tara. No sé qué habría hecho sin ti. Javier ha sacado billete hacia la autodestrucción y no se me ocurre otra manera de impedir que emprenda el viaje.
—Encontraremos la manera de encargarnos de él para que tú puedas volver a ser tan encantador e incorregible como siempre.
London McLane golpeó la puerta de la pequeña casa de una sola planta a las ocho de la mañana siguiente. Estaba un poco jadeante y tensa, sin embargo había recorrido a pie casi un kilómetro ella sola. Se suponía que no debía hacer nada sola hasta que dejara de tener aquellos lapsus, pero para eso podían pasar años, si es que ocurría alguna vez. Estaba cansada de ser una carga para todos los que la rodeaban. Su prioridad absoluta era demostrarse a sí misma —y a su familia— que podía ser autosuficiente.
A pesar de haber cumplido veinticinco años, no había hecho nada de lo que un adulto hacía un día cualquiera; conducir un coche, tener un empleo o pasar una tarde a solas. No quería una existencia segura, quería una vida extraordinaria. Una en la que pudiera escalar montañas, enamorarse o ayudar a los demás. En la que pudiera dejar a un lado todos sus miedos y sentirse en paz consigo misma.
Tras casi diez años siendo prisionera de su propio cuerpo, estaba decidida a dejar de serlo. El resto de su vida empezaba ese mismo día… Incluso aunque no estuviera demasiado segura de cómo conseguirlo.
Kata Edgington abrió la puerta y le dio la bienvenida con una brillante sonrisa.
La hermosa morena la abrazó al verla.
—Pasa, querida. ¿Qué tal estás? ¿El viaje desde Cali ha sido bueno? ¿Te has mudado a Lafayette para siempre?
Ella entró en la alegre casita al tiempo que se colocaba el pelo detrás de la oreja.
—Sí. He enviado aquí todas mis cosas a pesar de las objeciones de mi madre.
Pero empezaba a agobiarme en casa. Lo que he visto hasta ahora me indica que Lafayette será un buen cambio para mí. Es totalmente distinto a Orange County. Me han recetado que camine todo lo que pueda y pienso aprovechar todas las oportunidades que se me presenten. Incluso voy a probar a hacer footing, así que definitivamente voy a entrenarme para conseguir hacer cinco kilómetros en otoño. Me han dado algunas medicinas nuevas que van a ayudarme a conseguirlo. —Frunció el ceño al pensar en las pastillas que debía tomar a diario—. Pero no serán necesarias más operaciones a no ser que empeore.
Kata la miró con compasión.
—Lo lamento. Debe de ser horrible todo lo que has tenido que pasar.
Antes de que pudiera evitarlo, London tuvo un destello de una carretera mojada, el fuerte rugido de Evanescence en los altavoces del deportivo. Amber y su novio discutían porque él se había enrollado con otra chica y…
Se estremeció e intentó concentrarse en Kata.
—Sí, pero ahora quiero superarlo. Ha llegado el momento de comenzar a vivir de nuevo.
Kata le dio un afectuoso y rápido abrazo. Luego asomó la cabeza por la puerta antes de cerrarla.
—¿No te han traído Alyssa y Luc?
Su prima Alyssa y su marido habían hecho mucho por ella. En los últimos meses les había visitado más de una vez y ahora la habían acogido con los brazos abiertos.
Les ayudaba en lo que podía; cocinando, poniendo lavadoras o cualquier cosa que se le ocurriera. No era suficiente y ella lo sabía. Esperaba que pronto pudiera devolverles todo lo que habían hecho por ella.
—No. Siempre están muy ocupados y tengo que empezar a encargarme de mí misma. No puedo dejar que mis limitaciones me superen.
—London, si te caes y te golpeas la cabeza…
—Entonces, al menos, sentiría algo. —Agradecería el dolor tras años de vacío y sufrimiento, siempre y cuando supiera que tendría fin—. Jamás seré independiente a menos que me esfuerce.
Kata frunció los labios como si no le gustara lo que oía y estuviera a punto de decírselo.
—¿Estás preparada para pasear conmigo? —cambió ella de tema.
La joven hizo una mueca y se disculpó con la mirada.
—Debería haberte llamado por teléfono, pero todo ha ocurrido muy rápido. Lo siento, no puedo salir. Estoy cuidando a… a alguien.
—¿Al pequeño Caleb?
Cuando negó con la cabeza, el pelo oscuro de Kata se derramó sobre sus hombros.
—No, Caleb está con Deke y Kimber. Creo que sus padres tienen planes para él.
El marido de Kata, Hunter, tenía una profunda debilidad por su sobrino pequeño, así que la suposición había sido natural. El crío era un revoltosillo que siempre estaba haciendo ruidos, imitando a camiones o aviones. Ella estaba segura de que no pasaría mucho tiempo antes de que Hunter y Kata tuvieran su propio hijo, y serían unos buenos padres. No estaba celosa de lo que tenían, pero si sentía una punzada de envidia. Además, a ella también le encantaban los niños, aunque no estaba convencida de que fuera capaz de ser una buena madre. Pero como tampoco había un hombre en su vida, ni en su cama, pensar en hijos propios era una utopía.
Forzó una sonrisa.
—Bueno, si estás vigilando a ese pequeño demonio de Tyler, diría que está demasiado callado.
—Lo habrías oído a más de un kilómetro. Seth es, con diferencia, el peor de los dos críos de Tyler y Delaney. Y eso que Chase posee un buen par de pulmones para ser un bebé. —Kata se rio antes de confesar la verdad—. Lo cierto es que me estoy ocupando de un hombre hecho y derecho. Es un favor que le hacemos al mejor amigo de Logan. ¿Te acuerdas de lo que te contamos sobre Xander?
—¿El playboy millonario? —A ella le habían gustado las historias que contaban los amigos de Alyssa sobre aquel tipo misterioso que vivía a tope y le iba la marcha.
Por ellos, sabía que Xander era guapo, encantador y, por supuesto, el típico hombre que pensaba «ámalas y déjalas». Pero por lo que ella sabía, todas las mujeres que pasaban por la vida de Xander eran afortunadas. Al menos habían sido amadas a conciencia.
—Ese mismo. ¡Oh, Dios mío! No creo que ese hombre deje pasar un día sin estar con una chica y, por lo que me han dicho, se lo hace pasar realmente bien. —Kata sonrió antes de continuar—. Bueno, pues estoy vigilando a su hermano. Javier está hecho polvo.
Aquello sonaba horrible.
—¿Puedo ayudarte de alguna manera?
La mirada de Kata se suavizó.
—Muchas gracias, cariño, pero no estoy segura de que ninguno de nosotros pueda hacer nada para ayudarle a salir adelante. Asesinaron a su esposa hace más o menos un año.
London sintió una oleada de ternura.
—¡Oh, pobre hombre! Eso es horrible. ¿Dieron con el culpable?
—No.
«¡Qué terrible!».
—¿La policía descubrió al menos por qué la mataron?
Kata comenzó a hablar, pero su respuesta fue interrumpida por un gemido de dolor, un susurro y un golpe. Ella la vio atravesar corriendo el pasillo hasta la primera habitación a la izquierda y la siguió, preocupada por un hombre al que no conocía. Javier debía de tener el corazón destrozado para necesitar ayuda un año después de la muerte de su mujer. Debía de haberla amado con toda su alma.
Cuando entró en la estancia detrás de Kata, un hombre se levantaba tambaleante de la cama para tropezar con la mesilla de noche. Estaba cubierto solo por un bóxer de color gris oscuro que se ceñía a sus muslos y caderas, resaltando un trasero de primera. Tenía los hombros anchos y musculosos con la piel suave y bronceada.
Incluso encorvado como estaba era un hombre muy alto. Grande y poderoso. El pelo oscuro se rizaba a la altura de la nuca.
Observó que Kata lo tomaba del brazo, impidiendo que diera un paso más y, probablemente, que se cayera de bruces.
—Retira las sábanas de la cama y ayúdame a acostarlo otra vez.
Ella se apresuró a obedecer y apartó bruscamente la manta y la sábana. Cuando levantó la mirada, Kata había sujetado a Javier desde atrás, sosteniéndole por los abultados bíceps, y trataba de conducirlo hacia la cama. Sin embargo, él la había arrinconado entre su sólido cuerpo y la mesilla de noche y no le dejaba sitio para maniobrar. Ella se acercó al pobre viudo para ayudarle y le estudió. La ternura fue en lo último en lo que pensó.
Incluso con aquella mirada perdida y aturdida, Javier era el hombre más guapo que hubiera visto nunca. Su cercanía la impactó como una brisa helada. Notó mariposas en el estómago… y también algo más abajo, entre las piernas. No quiso pensar en aquel repentino aleteo. Olía a hombre, y no era el aroma a una colonia.
Calculó que debía de tener diez años más que ella y su experiencia vital se reflejaba en las arruguitas que rodeaban su boca y las líneas que cruzaban su frente. Los altos y marcados pómulos indicaban que debía de parecer una especie de guerrero vengador cuando se enfadaba. Todo lo que veía la impulsaba a apretarse contra él, rodearle con sus brazos y prometerle que ella se encargaría de hacer desaparecer su dolor.
—¿Puedes ayudarme, por favor? —La pregunta de Kata hizo que se pusiera en movimiento.
Sostuvo a Javier por la cintura. ¡Santo Dios, ardía! La piel estaba tan caliente bajo sus palmas que se quedó perpleja. Si aquel hombre la hacía caer sobre la cama y la cubría con su cuerpo, no necesitaría nada más para mantenerla caliente. Por no hablar de lo que provocaría en sus entrañas aquella pecaminosa y ancha boca, que hablaba de dominación en estado puro. El mero pensamiento de sentir aquellos labios sobre los suyos hacía que no pudiera respirar.
—¿London? ¿Te pasa algo?
El tono de preocupación en la voz de Kata logró que apartara su atención de Javier y mirara por encima del bronceado hombro para encontrar las oscuras pupilas de su amiga.
—Bueno, lo siento. A veces soy un poco lenta. —«Como cuando veo a tíos que están como un queso casi desnudos».
Kata le sonrió para darle ánimo.
—No te preocupes, cariño.
Justo en ese momento, a Javier le fallaron las rodillas y cayó hacia delante. Ella le sostuvo, tambaleándose bajo su peso. Le rodeó con los brazos. Aquel torso caliente le quemó a través de la fina camiseta de algodón y, a pesar del calor, notó que sus pezones se contraían.
Si eso era atracción sexual, ya sabía por qué la gente cantaba sobre el tema.
Dio un paso atrás al tiempo que respiraba hondo, tratando de no perder el equilibrio mientras retrocedía hacia la cama con Javier apoyado en ella. Él estaba prácticamente inconsciente. No la recordaría, y si lo hacía, en el mejor de los casos, pensaría que era una persona dispuesta a ayudar cuando fuera necesario. En el peor, que era un rubia gordita con una patente falta de experiencia con los hombres. De cualquier manera, alguien insignificante para él. Había llegado el momento de bajar la cabeza de las nubes y olvidar cualquier fantasía. Intentó consolarse pensando que quizá él fuera una persona horrible. O muy mal amante… ¡Cómo si ella pudiera saber la diferencia! Sin embargo, después de echarle otro vistazo, tuvo que rectificar; aquel hombre no podía hacer nada mal.
Kata y ella lucharon para volver a meterlo en la cama. Incluso sus piernas eran pesadas y tuvo que volver a rodearle la cintura con los brazos para arrastrarlo por el colchón. Cuando hundió la cara entre sus duros músculos abdominales, con aquella saludable protuberancia algo más abajo, la admiración hizo que volviera a sentir ese cosquilleo entre las piernas.
Como estaba más cerca que Kata, se estiró por encima de él para agarrar las sábanas y cubrirlo con ellas. Javier gimió y soltó una maldición entre dientes. Le miró a la cara y notó que tenía clavados los brumosos ojos en sus pechos, que ahora se balanceaban a menos de quince centímetros de su cara. Lo vio sonreír antes de mirarla.
—Preciosa… —susurró.
«¿Yo?». Imposible. Aquel tipo había perdido la cabeza. Quizá tenía alucinaciones con su esposa muerta.
Entonces él cerró los ojos y aquello dejó de tener importancia.
Para un hombre como aquel, una chica como ella nunca sería importante. Y ella… Ella tenía el mal presentimiento de que Javier rondaría sus sueños durante muchas noches.