Durante su última puesta de sol en la Tierra, Hari Seldon contempló los rayos gamma titilar sobre Chicago. Telones ionizados brillaban y ondeaban como auroras boreales, aunque allí la energía impulsora no procedía del lejano sol, sino del propio suelo. Pensó que casi podía ver pautas en las oleadas luminosas, como el inteligente trabajo de jardinería que había contemplado en los jardines imperiales cuando Horis Antic le ofreció una oblea de datos con pistas tentadoras.
Entonces, mientras Hari observaba, todo parecido con una estructura organizada desapareció del extraño horizonte. Ahora el brillo le recordó en cambio a Shoufeen Woods, donde el orden había sido desterrado y reinaba el caos.
Los preparativos para la marcha finalizaron. Dentro de poco, Hari podría subir a la nave de Wanda para regresar a Trantor y su antigua vida: odiado por los hombres y mujeres a los que exiliaba a Terminus, temido por los actuales gobernantes imperiales y reverenciado por su pequeño grupo de psíquicos y matemáticos que estaban seguros de que conocía el curso futuro de la historia.
Daneel se quedaría para resolver unos asuntos con los habitantes terrestres. Había acuerdos que hacer. El sarcófago resquebrajado tenía que ser enterrado para que nadie más pudiera utilizar en su provecho el aciago desgarrón en el continuum espacio-temporal.
Desde su puesto de observación en lo alto de un montón de escombros, Hari oía la voz de Horis Antic tartamudeando llena de nerviosismo mientras recogía su colección de tipos de suelo, adquirida durante su visita a ese extraño mundo. Podría haber incluso un trabajo científico o dos, algo que animara el perfil de su carrera, aunque nada podría borrar el estigma asociado con alguien que trabajaba con tierra.
En cualquier caso, el hombrecito parecía feliz. Daneel había hecho bien su trabajo.
Sintiendo que las piernas le temblaban, Hari volvió a sentarse en la silla flotante que le había proporcionado Wanda. Ahora la necesitaba cada vez más, puesto que los tratamientos rejuvenecedores se estaban agotando. Pronto sería de nuevo un viejo lisiado. Pronto estaré muerto.
Sentado, pudo echarse hacia atrás y contemplar el cenit donde el brillo de la radiación de la Tierra se rendía ante el resplandor de las estrellas, constelaciones que sus antepasados sin duda conocían de memoria. Aquellas pautas estelares sin duda habían cambiado en veinte mil años, no obstante, y se preguntó cómo habría sido el cielo si R. Gornon Vlimt se hubiera salido con la suya y hubiera enviado a Hari a una galaxia quinientos años más vieja. Quinientos años más de experiencia y pena.
Sonaron pasos sobre el sendero de grava, demasiado suaves para ser humanos.
Tras una larga pausa, Daneel Olivaw preguntó:
—¿Qué ves ahí arriba, amigo mío?
Hari sintió tensión en la garganta.
—El futuro.
—Muy bien. ¿Tienes una buena vista?
Hari se echó a reír.
—Una silla cómoda… un lugar elevado desde donde mirar… y por supuesto mis ecuaciones. Oh, sí, Daneel. Puedo ver bastante desde aquí.
—¿Y no te sientes decepcionado por no haber hecho un viaje a ese futuro?
—No mucho. Habría sido interesante. Pero tenías motivos para impedirlo, y lo comprendo. Probablemente habría acabado inmiscuyéndome. —Hari volvió a reírse—. Además, necesitarás a un hombre que nunca cometa errores, y yo lo soy todo menos eso.
—¿Tienes algo en especial que lamentar?
—Sólo una cosa. Puedo verla ahora.
Hari señaló el cielo, un poco a la izquierda del cenit, pero no una constelación, sino más bien un puñado de términos psicohistóricos que flotaban en su cielo, más reales en ese momento que las resplandecientes estrellas.
—Por favor, dímelo —solicitó Daneel—. Explícame qué ves allí arriba.
Hari advirtió que su amigo inmortal, capaz de extender su visión de rayos X al espectro radial, sentía envidia en ese momento. Hari sintió un extraño placer.
—Veo mi Fundación, que ahora mismo se está estableciendo en Terminus, iniciar su accidentado viaje hacia la aventura y la gloria. Las probabilidades son fuertes durante dos siglos, al menos. El impulso psicohistórico ha llegado a un punto en que casi puedo ver a los actores en esta obra. Los Enciclopedistas, políticos, comerciantes y charlatanes vivirán una época de gran peligro personal. Y sin embargo obtendrán la satisfacción de participar en algo grandioso: construir una sociedad preparada para el éxito.
Hari alzó su otra mano, señalando hacia un resplandor en la atmósfera ionizada de la Tierra.
—¡Ah! ¿Has visto eso? ¡Una perturbación! Se producen continuamente, aunque la mayoría se anulan entre sí. Además, diseñamos la Fundación para que fuera fuerte, adaptándose a cada flujo y perturbación con tenacidad.
—Y sin embargo, con tanto dependiendo del Plan, ¿nos atrevemos a dejar que el destino humano dependa de las reacciones de unos cuantos millones de nuestros descendientes? ¿Podemos confiar en que respondan con tanto coraje y determinación como predicen las ecuaciones?
Hari sacudió la cabeza.
—No, no podemos. Me convenciste de eso, hace mucho tiempo, Daneel. ¡Las perturbaciones del Plan deben ser corregidas! El Plan debe continuar su curso. Para hacerlo, necesitaremos una mano que nos guíe. Una Segunda Fundación que utilice las matemáticas para seguir cada giro y desviación, y luego aplique presión aquí y allá, en los puntos adecuados, para que la Primera Fundación continúe la trayectoria asignada.
Suspiró.
—Fui fácil de persuadir. Después de todo, la Segunda Fundación es una extensión mía, una forma de inmortalidad. Una forma de seguir husmeando y entrometiéndome después de que este envoltorio físico haya sido devorado por los gusanos y se convierta en el suelo que tanto admira Horis. La Segunda Fundación tal vez haya sido idea de Yugo Amaryl… ¿pero se la inspiraste tú? En cualquier caso, la vanidad fue suficiente para hacer que estuviera de acuerdo.
»Pero empezaste a exigir cada vez más, Daneel.»¿Serán suficientes las matemáticas? Te preocupaba que mis sucesores no fueran lo bastante fuertes. Una sociedad de guías secretos necesitará algo más potente que ecuaciones. Un poder suprahumano que les permita apartar a reyes, alcaldes y científicos de ideas peligrosas y empujarlos de vuelta al camino que se les haya asignado. ¡Y así, en cuanto hiciste esta sugerencia, apareció una herramienta semejante!
Hari señaló el horizonte, donde Vieja Chicago fluctuaba con un firme brillo.
—Tu regalo al Plan Seldon, Daneel… ¡los mentálicos! Tuvimos que hacer una reformulación importante del Plan cuando eso salió a la luz. Por fortuna, la mutación sólo apareció cuando quisiste. Algunos de los psíquicos te ayudarán a sembrar tu gran mente universal, mientras que otros se mezclarán con mis Cincuenta matemáticos, creando una nueva raza capaz de cálculos y de magia.
Cayó el silencio sobre el montículo de escombros.
Finalmente Daneel comentó:
—Ves mucho desde aquí, viejo amigo.
Hari asintió.
—Oh, sí, veo todos los ajustes que tuvimos que hacer en las ecuaciones para tratar con esta nueva aristocracia que estará preparándose durante los siguientes siglos, desarrollando su poder e influencia, confiando cada vez más en el dominio mental y menos en las matemáticas. Si se quedan a cargo, incluso con una tradición de deber y de nobleza, acabarán por convertirse en una clase dominante. Una raza gobernante. Una raza que hará que todos los antiguos sacerdocios o familias reales parezcan aficionados.
Hari miró a Daneel.
—¿Pero qué opción tenemos? Con el tiempo la Fundación dejará de distraerse con crisis momentáneas, competidores galácticos y el desafío de la expansión. Con el tiempo, la civilización que establezcamos en Terminus alcanzará una nueva cota de confianza… y se enfrentará a su inevitable colisión con el caos. En ese punto, nuestras predicciones serán más aproximativas. Las ecuaciones psicohistóricas demuestran que las posibilidades de éxito de la Fundación se habrán reducido sólo al setenta por ciento.
—Eso no es suficiente, Hari. No es suficiente.
—Por eso insististe, Daneel. La Fundación será tan fuerte, dinámica y empática como cualquier civilización humana podría ser. Si alguna cultura estará alguna vez preparada para enfrentarse al caos, sobrevivir a las plagas solipsistas y franquear el camino al otro lado será esta. Y sin embargo, si fracasa…
—Ese es el problema, Hari.
—Exactamente. Nos quedamos con una posibilidad entre cuatro de que la humanidad sea destruida. Comprendo que quisieras algo mejor, Daneel. Te viste obligado a hacer todo lo que estuviera en tu poder para ampliar las posibilidades.
»Primero, exigiste una sociedad mentálica secreta, para ayudarte a guiar la Primera Fundación. Pero eso sólo alteró unos cuantos percentiles. Peor aún, introdujo nuevas perturbaciones. El resentimiento de la gente común contra una aristocracia de psíquicos, por ejemplo. Y el peligro de los mentálicos no controlados.
Hari alzó ambas manos.
—Toda una elección, ¿verdad? O bien una batalla endiablada contra el caos o una clase gobernante permanente compuesta por mutantes. ¡No me extraña que al final decidieras que tenía que haber una tercera solución! No me extraña que trabajaras tanto por desarrollar Gaia como forma de sustituir al Plan Seldon.
Cuando Daneel respondió, había profundo respeto y compasión en su voz.
—Tu trabajo aún tiene suma importancia, Hari. La humanidad debe estar entretenida durante los siguientes siglos.
—¿Entretenida? Quieres decir distraída, ¿no? Los miembros de mi Fundación creerán que son atrevidos exploradores con el destino en sus manos y que labran un futuro mejor gracias a sus esfuerzos, ayudados por las leyes de la historia. Luego, bruscamente, les echarás todo esto encima. Demostrado ya por algún tipo que lo sabrá todo.
—Un hombre que nunca se equivoque —corrigió Daneel.
Hari agitó una mano.
—Lo que sea.
Daneel suspiró.
—Sé que tienes tus reservas, Hari. Pero considera la perspectiva a largo plazo. ¿Y si hay entidades en otras galaxias, similares a las mentes meméticas que encontramos en Trantor? ¿Y si son más poderosas? Tal vez ya hayan asimilado todas las formas de vida de sus galaxias natales. Su influencia podría ahora estar dirigiéndose hacia nosotros. Esa fuerza exterior supondría una amenaza terrible para la humanidad. Sólo si la especie humana se unifica y es poderosa y cohesiva dentro de un verdadero supraorganismo, Galaxia… sólo entonces estaremos seguros de vuestra supervivencia.
Hari parpadeó un instante.
—¿No es un panorama inverosímil? ¿O al menos muy remoto?
—Tal vez. ¿Pero debo atreverme a correr el riesgo? Me veo obligado por la Ley Cero… y por mi promesa a Elijah Baley, para protegeros a todos, no importa cuánto duela. No importa cuánto cueste.
R. Daneel Olivaw dio un paso adelante y señaló hacia el cielo.
—¡Además, piénsalo, Hari! ¡Todas las almas humanas en contacto con las demás! Todo el conocimiento compartido instantáneamente. Todas las malinterpretaciones eliminadas. Cada pájaro, animal e insecto incorporado a la enorme red unificada. La serenidad y la comprensión definitivas que anhelaron vuestros sabios. Y puede conseguirse en poco más de la mitad del tiempo que proyectas para la batalla final de la Fundación contra el caos.
—Sí, tiene características atractivas —concedió Hari—. Y sin embargo, mi mente y mi corazón siguen diciendo Terminus, en el otro extremo de la galaxia. Un mundo pequeño muy parecido a este… a esta pobre Tierra malherida. A pesar de todo, Daneel, las posibilidades estaban a su favor. Todos los factores coincidían. Habrían tenido una buena posibilidad…
—El setenta por ciento no es suficiente.
—¿Entonces por qué no les dejarás intentarlo?
—¡Hari, aunque consigan llegar a ese mítico otro lado, no sabes qué clase de sociedad construirán después! Admites que las socioecuaciones explotan en singularidades en ese punto. De acuerdo, los miembros de la Fundación podrían derrotar al caos. Podrían conseguir alguna gran sabiduría nueva, pero luego ¿qué? ¿Qué pasará cuando se produzca la siguiente crisis? La psicohistoria no ofrece ninguna solución. Tú y yo estamos ciegos. No tenemos ni idea de lo que seguirá. Ninguna habilidad para planear ni para protegerlos.
Hari asintió.
—Esa incertidumbre… esa incapacidad de predecir… ha sido el terror que me ha acompañado toda la vida. Siempre he combatido contra eso, y es el lazo que me unió a ti, Daneel. Sólo que ahora, mientras me acerco a mi final, veo una extraña forma de belleza en ello.
»La humanidad ha sido como un niño horriblemente traumatizado que ha permanecido en su cuna, donde estaba seguro y caliente. Puede que te diferencies de los calvinianos en muchas cosas, Daneel. Pero ambos grupos ordenasteis amnesia para ayudar a aliviar nuestro trauma colectivo… un soso olvido que podría haber desaparecido en cualquier momento que nuestros protectores decidieran subir las persianas y abrir la puerta. Pero nunca lo hicisteis.
»Tratarnos de esa forma habría sido un crimen horrible, si no fuera por la excusa del caos. E incluso con esa excusa, ¿no hay un límite? ¿Un punto en el que hay que dejar al niño solo, para que emprenda nuevos desafíos? ¿Para que se enfrente al universo en sus propios términos? —Hari sonrió—. Sólo podemos pedir que nuestros descendientes sean mejores que nosotros. No podemos exigir que sean perfectos. Tendrán que resolver sus problemas, uno a uno.
Daneel se le quedó mirando durante un rato, antes de volver la cabeza.
—Tal vez vosotros sois capaces de adoptar esa actitud respecto a vuestra vida, pero mi programación es menos flexible. No puedo correr riesgos con la supervivencia de la humanidad.
—Lo comprendo. Pero piensa, Daneel: si Elijah Baley estuviera aquí ahora mismo, ¿no crees que él estaría dispuesto a correr el riesgo?
El robot no respondió. El silencio se extendió entre ellos, cosa que no pareció mal a Hari. Todavía estaba contemplando las ecuaciones pintadas sobre las estrellas, esperando que algo volviera a aparecer.
Algo que había atisbado antes.
Bruscamente, varios de los factores flotantes entraron en una nueva órbita, hasta formar una pauta que no existía en ningún lugar más que en su propia mente. Ninguna versión existente del Primer Radiante del Hari Seldon contenía esta reflexión. Tal vez era la alucinación de un anciano. O quizá se tratase de una propiedad emergente que surgía de todas las cosas nuevas que había aprendido durante esa aventura final. Fuera lo que fuese, le hizo sonreír.
¡Ah, aquí estás de nuevo! ¿Eres real…? ¿O la manifestación de un deseo?
El motivo era un círculo que regresaba a sus orígenes. Hari miró a Daneel, sin duda la persona más noble que jamás había conocido. Después de veinte mil años luchando por el bien de la humanidad, el robot continuaba inflexible, imparable, tan decidido como siempre a llevar a sus amos a algún destino seguro y feliz.
Sin duda cumplirá su última promesa. Podré ver a mi amada esposa, una última vez.
Como había vivido más íntimamente con un robot que ningún humano, Hari sentía cierta simpatía por Zorma y Cloudia, que querían una unión mayor entre las dos razas. Tal vez dentro de muchos siglos su política formaría con otras una rica mezcla. Pero sus esperanzas y planes eran irrelevantes en aquel momento. Por ahora, sólo dos versiones del destino tenían alguna posibilidad de éxito real: la Galaxia de Daneel, por un lado… y la titilante figura que Hari veía ahora flotando en el cielo ante él.
—Nuestros hijos tal vez te sorprendan, Daneel —comentó por fin, rompiendo el largo silencio.
Tras reflexionar brevemente, su amigo robot contestó:
—Esos hijos… ¿te refieres a los descendientes de los exiliados en Terminus?
Hari asintió.
—Dentro de unos quinientos años, serán ya un pueblo diverso y emprendedor, orgulloso de su civilización y de su individualidad. Puede que engañes a la mayoría de los robots con tu «hombre que siempre tiene razón», pero dudo que muchos en la Fundación lo acepten.
—Lo sé —reconoció Daneel, dolido—. Habrá resistencia contra la asimilación por parte de Gaia. Pánico miope, quizás incluso violencia. Todo será inútil a la larga.
Pero Hari reaccionó con una sonrisa.
—Creo que no lo comprendes, Daneel. No es la resistencia lo que tiene que preocuparte. Será una extraña forma de aceptación lo que supondrá el mayor peligro para tu plan.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir: ¿cómo puedes estar seguro de que no será Gaia la asimilada? Tal vez la cultura de esa Fundación futura será tan fuerte, tan diversa y abierta, que simplemente absorberán tu innovación, le darán a Gaia los papeles de ciudadanía y luego pasarán a cosas más elevadas.
Daneel miró a Hari.
—Me… me cuesta trabajo imaginarlo.
—Es parte de la pauta que ha seguido la vida desde que salió del limo primigenio. Lo sencillo se incorpora a lo complejo. A pesar de todo su poder y su gloria, Gaia (y Galaxia) son seres simples. Tal vez su belleza y poder sólo serán parte de algo más grande. Algo diverso y grandioso de lo que hayas imaginado jamás.
—No puedo abarcar todo eso. Parece arriesgado. No hay ninguna seguridad…
Hari se echó a reír.
—Oh, mi querido amigo. Los dos hemos estado siempre tan obsesionados por la capacidad de predecir… Pero a veces hay que entender que el universo no está bajo nuestro control.
Aunque sentía la debilidad de su cuerpo, Hari se aupó en la silla flotante.
—Te diré una cosa, Daneel. Vamos a hacer una apuesta.
—¿Una apuesta?
Hari asintió.
—Si te sales con la tuya y Gaia asimila a todo el mundo para acabar creando una enorme Galaxia unitaria, dime… ¿seguirán siendo necesarios los libros?
—Por supuesto que no. Por definición, todos los miembros del colectivo sabrán, casi instantáneamente, todo lo que se pueda aprender de los demás. Los libros, sea cual sea su forma, son una técnica para transmitir información entre mentes separadas.
—Ah. ¿Y esta asimilación debería ser completa dentro de, digamos, seiscientos años? ¿Setecientos, en el exterior?
—Debería.
—Por otro lado, supongamos que yo tengo razón. Imagina que mi Fundación resulta ser más fuerte, más sabia y más robusta de lo que tú, Wanda o ninguno de los robots esperan. Tal vez te derrote, Daneel. Tal vez decidan rechazar la influencia externa de los robots, o de los mentálicos humanos, o de las mentes cósmicas todopoderosas y sabias.
»O tal vez acepten Galaxia como un maravilloso regalo, la incorporen a su cultura y continúen. Sea como sea, la diversidad humana y el individualismo continuarán de algún modo. ¡Y siempre habrá necesidad de libros! Tal vez incluso de una Enciclopedia Galáctica.
—Pero yo creía que la Enciclopedia era sólo una excusa, para iniciar la Fundación en Terminus.
Hari agitó una mano ante él.
—No importa. Habrá enciclopedias, aunque tal vez no al principio. Pero la cuestión que tenemos delante, el tema de nuestra apuesta, es: ¿Se publicarán todavía ediciones de la Enciclopedia Galáctica dentro de mil años?
»Si tu plan Galaxia tiene éxito, en su forma pura y simple, no habrá libros ni enciclopedias dentro de un milenio. Pero si yo tengo razón, Daneel, la gente seguirá creando y publicando compendios de conocimiento. Puede que compartan muchísima sabiduría e intimidad mediante poderes mentálicos, igual que la gente hace ahora llamadas por holovisión. ¿Quién sabe? Pero también mantendrán un grado de individualismo, y seguirán comunicándose con los demás de formas anticuadas.
»Si yo tengo razón, Daneel, la Enciclopedia continuará… junto con nuestros hijos… y mi primer amor. La Fundación.
Hari Seldon guardó silencio, en una reflexión silenciosa que R. Daneel Olivaw respetó.
Pronto, su nieta Wanda subiría por esa loma, una colina compuesta de restos desmoronados de civilizaciones humanas pasadas, y lo recogería para iniciar el viaje de regreso a Trantor… y quizás a la reunión especial que tanto ansiaba.
Pero por el momento, Hari admiró el panorama a que se extendía ante él, el paisaje estelar entremezclado con sus amadas matemáticas. Contempló el cielo moteado de radiación y saludó al Caos, su viejo enemigo.
Por fin te conozco, pensó.
Eres el tigre que solía cazarnos. Eres el frío del invierno. Eres el amargo bocado del hambre… la traición por sorpresa… o la enfermedad que ataca sin avisar y nos hace gritar: «¿Por qué?».
Eres todos los desafíos a los que se ha enfrentado la humanidad, y superado al final a medida que nos hacíamos un poco más fuertes y sabios con cada triunfo. Eres la prueba de nuestra confianza… nuestra habilidad para persistir y prevalecer.
Yo tenía razón al combatirte… y sin embargo, sin tu oposición la humanidad no sería nada, ni podría haber nunca una victoria.
El caos, advirtió ahora, era la sustancia subyacente de la cual evolucionaron sus ecuaciones. Como la vida misma.
De todas formas, ya no tenía sentido lamentarlo. Pronto sus moléculas se unirían al Caos en una danza infinita.
Pero allí arriba, entre las estrellas, el sueño de toda su vida seguía viviendo.
Sabremos. Comprenderemos y creceremos más allá de todos los límites que nos aprisionan.
Con el tiempo, seremos más grandes de lo que jamás creímos posible.