Ayudados por dos simulacros de software, Juana y Voltaire, por fin encontraron todos los artilugios de sabotaje que el grupo de Zorma había plantado a bordo de la nave. Lodovik gritó entusiasmado cuando los motores volvieron a ponerse en marcha, y celebró su triunfo con un bailecito por la sala de control, exactamente igual que un varón humano jubiloso.
Dors sintió las pautas emocionales surgir de sus propias subrutinas de simulación. A pesar de su creciente sensación de urgencia, había sido extrañamente agradable trabajar codo con codo con Trema, compartiendo teorías y reflexiones, probando una solución tras otra.
Le gustó su entusiasta demostración de victoria, no tan diferente de la forma en que Hari solía actuar cada vez que conseguía un nuevo logro en los modelos de la psicohistoria.
—Lamento interrumpir esta celebración —comentó Juana de Arco, mientras su esbelta figura de muchacho aparecía en la holopantalla central. Al fondo, Dors vio una forma masculina vestida con un arcaico jubón y calzas (la simulación conocida como Voltaire), que escuchaba atentamente con un par de audífonos, como si tratara de detectar algo en la distancia.
—Nos pedisteis que rastreáramos cualquier emisión que llegara de la Tierra. Voltaire dice que ha encontrado un mensaje que utiliza los códigos característicos de la Segunda Fundación. Parece ser de Wanda Seldon. Informa a sus compatriotas de Trantor de que ha recuperado con éxito a su abuelo. El plan para secuestrarlo ha fracasado. Abandonarán la Tierra dentro de unas horas para llevar a Hari directamente a casa.
Dors miró a Lodovik, que exhaló un largo suspiro.
—Bueno, entonces supongo que eso es todo. Tanta prisa para nada. Seldon está a salvo y no hemos llegado a tener la posibilidad de enfrentarnos a Daneel.
Dors sintió verdadero alivio por ambas cosas. Y sin embargo, era natural que estuviera un tanto abatida.
—Supongo que es lo mejor. Sólo somos una pareja de tiktoks disfrazados.
Lodovik se echó a reír.
—Oh, creo que somos mucho más. Tú, al menos, eres algo especial, Dors. Deberíamos discutirlo, con profundidad.
Dors asintió. Parecía una buena idea. Tenían mucho de que hablar. Y sin embargo, a pesar de sus sentimientos encontrados, le resultaba difícil decidir cuáles eran sus prioridades.
—Debo ir a Trantor, lo comprendes.
—Y estoy de acuerdo. Tienes fuertes obligaciones, y no se me ocurriría interferir. Pero tal vez podamos vernos cuando esos asuntos hayan sido zanjados.
Esta vez le tocó a ella sonreír amablemente.
—Quizá. Mientras tanto, ¿puedo dejarte en algún lugar del camino?
—Te acompañaré hasta Demarchia. Hay algunas cosas que quiero investigar allí. —Bajó la voz—. Pero ten cuidado en Trantor, ¿de acuerdo?
Dors sacudió la cabeza.
—Dudo que nadie quiera hacerme daño. Además, puedo cuidar de mí misma.
—No temo que te hagan daño. Eres vulnerable, Dors. Fuiste diseñada para ser más humana que robot. Tu unión con Hari es intensa. Prepárate para pasarlo mal cuando llegue el fin. Si necesitas a alguien con quien hablar…
No hubo más que decir. El silencio se impuso mientras ella tomaba el control de la nave y la enviaba al primero de los muchos saltos hiperespaciales que los llevarían al centro de la galaxia. Al lugar donde confluían todos los caminos y donde ella tenía tanto que hacer antes de considerarse verdaderamente libre.
Se me prometió que podría estar contigo antes de que murieras, Hari.
Pretendía hacer valer esa promesa por encima de todas las demás cosas del universo.