A la mañana siguiente, mientras las cuadrillas de terrícolas trabajaban para eliminar los restos de la batalla, Daneel y Hari se reunieron con Zorma y Cloudia ante su veloz nave estelar, mientras se preparaban para partir.
—Cloudia, te lo ruego. Si tu nieto alguna vez se pone en contacto contigo, persuádelo para que no interfiera. Nos aproximamos a un clímax, dentro de cinco o seis siglos. Si Biron trata de detener este juggernaut, me temo que sólo resultará herido.
La cyborg humana asintió, y Hari advirtió, quizá con un poco de envidia, la juvenil fuerza de su esbelta figura. A pesar de las partes reemplazadas, era mucho más vieja que él. Su expresión era paciente, aunque sardónica.
—Es decir, si aparece. Puede que tú le veas antes que yo, Daneel, si se abalanzó detrás de Mors Planch y le estás esperando aquí cuando llegue a esa época futura. Si es así, sé amable con el muchacho. Tiene buenas intenciones.
Casi siempre soy amable. Pero si tiene buenas intenciones, ¿por qué robó la copia de Hari Seldon del Primer Radiante psicohistórico? Escaneé la nave de Gornon y encontré pruebas evidentes de que Maserd fue el culpable.
Cloudia sonrió sombría.
—Los Hinriad tendemos a ser pozos sin fondo cuando se trata de adquirir conocimiento. Nada es suficiente. Deberías saberlo ya, después de dieciocho mil años. Somos el único grupo humano que luchó contigo hasta arrancarte un empate y obligarte a negociar.
Daneel asintió, ladeando la cabeza.
—Todo eso pertenece al pasado y depende de vuestra buena conducta. Os dejo marchar ahora, basándome en vuestro juramento de no-intromisión.
Zorma se rio con ganas, muy parecida a una mujer humana que tuviera a la vez un poco de miedo y fuera gallardamente desafiante.
—Nos dejas ir por el mismo motivo que una vez respetaste a Lodovik Trema, aunque su mutación hizo que todos los otros robots de la Ley Cero desearan reducirlo a pedazos.
»Eres listo, Olivaw. Lo bastante listo para ser un inseguro. Estás preparando alguna especie de solución de refuerzo, por si el plan de la psicohistoria de Seldon tiene que ser sustituido. Pero tu solución tal vez necesite su propio refuerzo a su vez. En ese caso, tu única esperanza sería una nueva sinergia entre robots y humanos. Tal vez una combinación híbrida, como nosotros, los pervertidos. —Zorma se señaló a sí misma y Cloudia—. O bien algo que te resulte tan profundamente perturbador como Lodovik Trema.
Zorma bajó la voz y suavizó su expresión.
—Recuerda tu promesa, Olivaw. Consultarás a la humanidad cuando presentes tu gloriosa salvación, tan cuidadosamente diseñada. Hay inquietud entre muchos robots, incluso entre tus seguidores.
Daneel asintió.
—Mantendré mi palabra. La voluntad humana jugará su papel en la decisión.
Zorma miró a Daneel, como tratando de taladrar su impenetrable piel con los ojos.
—Bien, en ese caso, al menos no se repetirá un error cometido aquí en la Tierra.
Entonces, por un canal de microondas que sólo los robots compartían, añadió:
Una última nota, Daneel. Deja en paz a Dors y Lodovik. Son especiales. Les diste las semillas de algo precioso. No lo lamentes si la llevan en direcciones que tú no comprendes.
Hari y Daneel vieron cómo las dos mujeres partían, subían la pasarela y cerraban el portal. Su nave se alzó sobre los cojines de antigravedad, viró lentamente aceleró hacia el este, surcando el cielo sobre las antiguas ciudades, tocando cada una con su sombra.
Guardaron un rato de silencio. Luego Hari habló:
—Tú y yo sabemos que no mantendrás esa promesa.
El amigo robot de Hari se volvió a mirarlo.
—¿Cuánto has descubierto?
—Ahora conozco todos los mecanismos de control… al menos lo suficiente para comprender los huecos en las ecuaciones psicohistóricas que me sorprendían. Técnicas que os ayudaron a tus aliados y a ti a mantener el imperio estable, pacífico, libre del caos contra todo pronóstico durante los últimos doce milenios.
Daneel le dedicó una débil sonrisa.
—Me alegro de que tuvieras la satisfacción de descubrirlo por ti mismo. Pensaba explicártelo todo, antes de…
—¿Antes de que me muriera? —Hari rio—. No te vuelvas escrupuloso conmigo, así de repente. Además, la mayoría de los antiguos sistemas de contención se están viniendo abajo. Es fácil ver que los estallidos de caos se harían cada vez más frecuentes si el imperio no cayera. Si no fuera empujado hasta el borde, de hecho.
»De todas formas, todo eso es parte del pasado, y estamos hablando del futuro. Cuando incluyo algunos otros factores, como la forma en que has ido introduciendo a mentálicos humanos durante las dos últimas generaciones, y tu promoción de siempre de las artes de la meditación entre los humanos, empiezo a comprender qué tipo de «salvación» tienes en mente.
Daneel contempló las devastadas ruinas de Chicago y el paisaje yermo de más allá. Su voz era apagada.
—Se llama Gaia. Una forma de llevar cada mundo viviente a un nuevo nivel de conciencia. Aunque a la larga tenemos la esperanza de que conecte cada planeta con los demás, para que todos se conviertan en algo verdaderamente maravilloso… Galaxia.
—Un enlace mentálico completo entre todos los humanos vivientes. —Así que Hari había acertado en su suposición—. Eso tardará tiempo en conseguirse. No me extraña que necesitaras mi Plan… para mantener a la humanidad ocupada hasta que esta solución Gaia esté preparada. Creo que puedo comprender muchas de sus ventajas, desde tu perspectiva, Daneel. Pero por favor usa tus propias palabras, dime que este gran regalo merecerá todos los problemas.
El robot se volvió a mirar a Hari y extendió los brazos como para abarcar la magnitud de una visión magnífica.
—¿Qué problemas no resolvería esto? ¡El fin de la enemistad humana, las peleas, las guerras, una vez que todos los hombres y mujeres vivos comprendan perfectamente los pensamientos de los demás! El fin de la soledad… la palabra perderá todo su significado cuando cada niño se una al nacer a la comunidad.
»¡La habilidad para compartir todas las grandes ideas en un instante! Estabilidad e inercia contra los cambios súbitos que asegurará para siempre a la humanidad la protección contra la impulsividad del caos. Y hay más, mucho más.
»Mis experimentos muestran ya una maravillosa posibilidad, Hari. Semejante macrounión de mentes humanas podría convertirse en algo conectado de algún modo con toda una ecosfera subyacente. Las sensaciones y ansias primitivas de los animales, e incluso de la vida vegetal, se vuelven accesibles. Los cerebros humanos se convertirán entonces sólo en los órganos superiores de una entidad universal que abarcará toda la fuerza vital entera de un planeta, incluso hasta los pulsantes latidos del magma por debajo de la superficie.
»El resultado inevitable será paz, serenidad, sensación de unión con todo tipo de seres… igual que decían a menudo los grandes sabios del pasado. La negación del individualismo egoísta en favor de la profunda sabiduría del todo. Esto será vuestro cuando todos estéis unidos a la conciencia colectiva.
Hari se sintió verdaderamente conmovido.
—Parece hermosísimo, expresado de esa forma. Naturalmente, la visión que presentas me resulta atractiva dada mi propia neurosis vital, el odio a lo impredecible. La mente cósmica, esta nueva deidad, será fantásticamente más fácil de modelar que enjambres de pendencieros humanos individuales. Incluso puedo ver de dónde sacaste la idea. Al leer la antigua enciclopedia que me regalaste, sé que muchos filósofos prehistóricos compartieron este sueño. —Entonces Hari alzó el dedo índice de una mano—. Pero la sinceridad psicohistórica me obliga a decirte esto, Daneel: hay varios problemas importantes esperándote, mientras intentas aplicar esta solución Galaxia. Y el resultado tal vez no sea tan maravilloso y feliz como acabas de describir.
Para su sorpresa, Daneel permaneció en silencio en vez de pedir explicaciones. Hari reflexionó sobre el motivo… y entonces miró a los ojos de su antiguo mentor.
—Ahora comprendo por qué no quisiste que fuera al futuro.
Daneel dejó escapar un suspiro.
—Con tu estimable reputación e inteligencia, serías recibido como una figura pública de primer orden desde el momento en que fueras reconocido y se confirmara tu identidad. Si R. Gornon se hubiera salido con la suya, sin duda te habrían elegido como líder de alguna gran comisión de humanos para evaluar la unión propuesta en Galaxia.
»Sin embargo yo ya sabía que entrarías en conflicto con esta solución alternativa, Hari. Tienes sentimientos encontrados sobre esta supramente que se hará cargo de todo una vez que el Plan Seldon consiga su propósito. En tu escepticismo, organizarías una comisión de verdad. Una comisión que resolviera esos problemas a los que acabas de aludir.
Hari comprendió lo que quería decir Daneel, pero insistió de todas formas.
—Estoy seguro de que haríamos un estudio justo; presentaríamos los resultados a instituciones humanas soberanas bajo una luz favorable.
—Eso no basta, Hari, y lo sabes. La humanidad debe ser salvada, y tiene un paupérrimo historial a la hora de actuar siguiendo sus mejores intereses.
Hari reflexionó sobre eso.
—Entonces marcarás las cartas, como hiciste al preparar mi llegada a la Nebulosa Thumartin justo cuando era necesario destruir los archivos. Sabías que yo tenía necesariamente que decidir a favor de su destrucción. Mi carácter, mi psicología, el temor al caos… todo hacía que mi decisión fuera inevitable… aunque al menos soy lo bastante inteligente para darme cuenta por mí mismo. Esos robots de la Ley Cero que sentían inquietud por destruir los archivos encontraron un medio de resolver su disonancia. Mi «autoridad humana» les permitió continuar con el plan que habías previsto. Todo por el bien de la humanidad. —Hari volvió a alzar un dedo—. Zorma tenía razón. El verdadero grupo al que tienes que convencer es el de los robots. Has previsto, dentro de unos cinco siglos, que ellos serán quienes harán que tu plan fracase si no puedes satisfacer sus impulsos positrónicos. ¡Y puesto que vas a sustituir a la vieja humanidad familiar por algo nuevo y extraño, harán falta muchos argumentos para convencerlos! No me extraña que cedieras tan fácilmente, e hicieras esa promesa a Zorma. La voluntad humana debe parecer que juega un papel en la decisión, o te resultará difícil que todos los robots estén de acuerdo.
»Y sin embargo, te conozco, Daneel. Sé lo que Giskard y tú hicisteis aquí. —Hari señaló la tierra yerma y radiactiva—, razonando que fue por nuestro propio bien, sin consultar siquiera con uno de nosotros. También, querrás que la decisión sobre Gaia sea una conclusión inevitable. ¿Te importaría decirme cómo lo conseguirás, dentro de quinientos años?
Hubo varios minutos de silencio antes de que Daneel contestara.
—Presentando a un ser humano que siempre tenga razón.
Hari parpadeó.
—¿Cómo dices? ¿Un humano que siempre tenga qué?
—Uno que siempre haya tomado decisiones correctas, desde la infancia en adelante. Uno que, en tiempos de crisis, escoja el lado ganador, y que siempre ha demostrado tener razón ante la prueba del tiempo. Y que la tendrá siempre.
Hari miró a Daneel y luego soltó una carcajada.
—¡Eso es imposible! Viola todas las leyes físicas y biológicas.
Daneel asintió.
—Y sin embargo, puede ser convincente. Tal vez incluso más creíble que la comprensión de los asuntos humanos a través de la psicohistoria, Hari. Todo lo que tengo que hacer es empezar con un millón de niños y niñas, con las tendencias adecuadas, y presentarles desafíos desde la pubertad hasta los treinta años aproximadamente. Muchos de esos desafíos conducirán a éxitos… o a errores que puedan ser corregidos. A pesar de eso, muchos de ellos fracasarán y serán eliminados. Con el tiempo, las estadísticas me garantizan que al menos uno satisfará mis necesidades. Uno que tendrá en apariencia demasiado éxito para ser explicado por medios naturales.
Hari recordó un clásico plan de bolsa que había tenido éxito para expulsar a los habitantes del Sector Krasner (siete mil millones de personas) unos ochenta años atrás. La idea de Daneel era una versión inteligente de este viejo juego, que sólo funcionaba cuando se practicaba con inmensa paciencia. También era casi imposible de detectar si se hacía bien.
—Así que después de todo no habrá ninguna comisión investigadora. Ninguna necesidad de informar a instituciones humanas soberanas en busca de una decisión. ¡Si ese tipo siempre va a tener razón, eso le dará crédito suficiente para impresionar a la mayoría de los robots, que simplemente aceptarán cualquier cosa que decida!
»Naturalmente, algunos temerán que le estés influyendo mentálicamente y estarán atentos a ese truco. Comprobarán su cerebro en busca de signos de manipulación. ¡Pero tú no tendrás que tocarlo! Puedes utilizar técnicas psicológicas para que tome por adelantado la decisión adecuada, sobre todo si controlas su educación… como hiciste conmigo. —Hari se detuvo, reflexionando un momento—. De este modo, la mayoría de los robots se librarán de la influencia de la Segunda Ley. Obtendrás la aprobación humana para tu plan, sin tener que consultar a la humanidad en conjunto.
»Naturalmente, sabes que algunos de ellos no se lo tragarán. Muchos se rebelarán de todas formas, e intentarán proteger a la humanidad de la que ven como una toma del poder por parte de una sola supramente mutante.
Daneel asintió.
—A lo largo de los años… desde que se separó mí, mi viejo aliado, a quien conociste como R. Gornon ha estado predicando una apostasía llamada Ley Menos Uno. Una extensión de la Ley Cero que amplía una vez más nuestros deberes. Requiere que no sólo protejamos a la humanidad, sino a la vida que la humanidad representa… la diversidad y la inteligencia, en todas sus manifestaciones, ya sean humanas, robóticas o incluso alienígenas. Los que creen en esta idea no querrán que una sola macroconsciencia se apodere de la galaxia, eliminando todos los elementos disidentes.
»¡Aún más, incluso ahora algunos me acusan de falsificar todo el fenómeno de los mentálicos humanos! Dicen que sería demasiado fácil simular el aspecto de esta nueva mutación, ocultando amplificadores de micropensamiento cerca y manteniéndolos constantemente enfocados en el supuesto telépata humano.
Hari advirtió que su amigo no negaba explícitamente el rumor. De hecho, recordaba cierto pendiente del que Wanda nunca se separaba, desde la infancia… pero eso era otro tema.
Daneel continuó.
—Tienes razón, Hari. La guerra civil robótica continuará, poco después de que se descubra Galaxia. Pero si la aprobación por parte de la voluntad humana puede parecer suficientemente convincente, la mayoría de robots apoyarán a Galaxia. Verán que es la única esperanza de salvar a la humanidad.
Esta vez Hari se enderezó. Cerró un puño.
—¿La única esperanza? Entonces veamos…
Fue interrumpido por el sonido de unos pasos que se acercaban por el camino de grava. Hari se volvió para ver a Horis Antic acercarse. El grueso burócrata Gris llevaba el uniforme, antaño impecable, cubierto de polvo, y Hari vio que su mano izquierda temblaba nerviosa mientras se introducía otra píldora azul en la boca. Antic se ponía muy nervioso en presencia de los robots, y los acontecimientos de los últimos días no habían hecho nada por calmar su ansiedad. Por fortuna, todo esto se convertiría en un vago recuerdo cuando lo internaran en un sanatorio de Trantor, donde le implantarían en la mente una historia falsa. Al menos, ese era el plan de Wanda. Hari sabía que habría más que eso.
—Gaal Dornick dice que la nave está casi preparada para despegar. Los terrícolas han accedido a cuidar de Sybyl y los otros supervivientes de Ktlina. Serán amables. Con el tiempo, la manía solipsista tal vez remita y les permita reintegrarse a una sociedad sencilla.
»¡Sigo sin poder creerlo! —continuó Horis—. Una cosa es averiguar que la fiebre cerebral es una infección creada a propósito contra los humanos más brillantes pero descubrir luego que el caos es similar…
Daneel le interrumpió.
—En absoluto. La fiebre cerebral es relativamente benigna. Fue diseñada y lanzada para combatir la primera plaga de caos, cuyas virulentas versiones iniciales escaparon de la Tierra en las astronaves pioneras.
—¿Fue el caos un arma de guerra? —preguntó Horis, con voz apagada.
—Nadie lo sabe, aunque algunas historias afirman que sí. Las primeras burdas versiones salieron de la Tierra antes de que yo fuera creado, con la idea de que los ciudadanos temieran a los robots, su gran invento. Oleadas posteriores aplastaron el último renacimiento terrestre, convirtiendo a los terrícolas en agorafóbicos y los espaciales en paranoicos. Todo lo que Giskard hizo aquí. —Daneel señaló la tierra radiactiva—, y lo que yo hice en los milenios siguientes, tuvo sus raíces en esa horrible plaga.
—P-p-pero… —tartamudeó Horis—. ¿Y si hubiera una cura? ¿No lo arreglaría todo de nuevo? Todas esas cosas que he oído… y sólo entiendo un poco… toda esa charla acerca de salvar a la humanidad del caos… ¡Sería todo innecesario si alguien encontrara una cura!
Por primera vez, Hari vio oleadas de irritación surcar el rostro de Daneel.
—¿Cree que no se me ocurrió eso, hace mucho tiempo? ¿En qué imagina que estuve trabajando durante los primeros seis mil años? ¡Cuándo no tenía que librar una guerra civil contra los robots de la antigua religión, dediqué todas mis energías a encontrar algún medio de acabar con el caos de raíz! Pero fue demasiado tarde. El virus había sido astutamente diseñado para que se mezclara con los cromosomas humanos, escondiéndose e insertándose en cientos de lugares cruciales. Aunque supiera dónde están todos, haría falta otra plaga letal para limpiar todos los puntos genéticos donde se oculta el caos. Morirían trillones.
»Fue entonces cuando me di cuenta de que el caos solo podía ser detenido si impedíamos las condiciones que provocaban un estallido. Si la ambición y el individualismo despertaban la enfermedad, entonces una sociedad conservadora ofrecía la mejor esperanza. Un Imperio Galáctico que proporcionara paz, justicia y serenidad para una sociedad que nunca cambiara.
Horis Antic asintió. Naturalmente, siendo un Gris, compartía la inclinación hacia un orden en el que todo estaba clasificado y encasillado adecuadamente.
—Así que no hay cura. ¿Pero qué hay de la inmunidad natural? ¿No he oído hablar de eso en algún momento? —La enfermedad siempre ha sido trágicamente virulenta entre los miembros más brillantes de la humanidad. Incluso así, algunas personas muy inteligentes demostraron ser inmunes a las tentaciones del egoísmo y el solipsismo. Pueden ser individualistas sin negar la humanidad de los demás. Pero, esta inmunidad se extiende demasiado lentamente. Si tuviéramos mil años, o dos mil…
Hari preguntó algo que le había estado molestando.
—¿Eran Maserd y Mors Planch inmunes?
—Biron Maserd fue protegido contra el caos por la noblesse oblige de su clase aristocrática. En cuanto a Planch, tienes razón, Hari. Su mente era sorprendente. Casi imposible de leer con mis poderes mentálicos. Había vivido inmerso en tres renacimientos-caos diferentes, y sin embargo continuó siendo completamente ágil. Flexible. Empático, aunque fiero.
—Kers Kantun dijo que era normal.
—Hmm. —Daneel se frotó ligeramente la barbilla—. Kers tenía algunas ideas únicas. Pensaba que la humanidad de hoy no es la misma que nos creó. Los mundos verdaderamente humanos no estarían sujetos al caos, pensaba, ni sus mentes serían tan fácilmente manipuladas.
Horis Antic avanzó un paso. La ansiedad en su voz sustituyó su típico temblor nervioso.
—¿Sigue teniendo los archivos de su búsqueda de la cura? Ha habido avances médicos en los últimos milenios y millones de trabajadores cualificados podrían encontrar ideas que hubiese pasado por alto.
Hari exhaló un suspiro.
—¿Por qué se molesta, Horis? Sabe que esos recuerdos le serán borrados, o sustituidos, en cuanto lleguemos a Trantor. Nunca me pareció de los que quieren saciar la curiosidad por su propio bien.
Horis reaccionó frunciendo amargamente el ceño.
—¡Quizá soy más de lo que cree, Seldon!
Hari asintió.
—De eso estoy bastante seguro. Anoche se me ocurrió repasar los acontecimientos que han tenido lugar desde que nos conocimos, y los observé bajo una luz nueva.
Ahora el nerviosismo del hombre Gris regresó. Se tragó otra píldora azul.
—No sé de qué está hablando. Pero ya le he robado demasiado tiempo. Hay preparativos que hacer. Tengo que ayudar a Gaal Dornick…
—No —le interrumpió Hari—. Es la hora de la verdad, Horis.
Se volvió hacia Daneel.
—¿Has tratado de leer la mente de nuestro joven amigo burócrata?
Horis deglutió audiblemente ante la idea de ser sondeado mentálicamente.
—La Segunda Ley me obliga a ser cortés, Hari —respondió Daneel—. Sólo invado las mentes humanas cuando la Primera Ley o la Ley Cero lo hacen necesario.
—Y por eso nunca te has sentido obligado a investigar a Horis. Bien, déjame que anule esa idea ahora. Echa un vistazo. Apuesto a que te resultará difícil.
—No… por favor… —Antic alzó ambas manos, como para protegerse de los dedos mentálicos de Daneel.
—Tienes razón, Hari. Es extraordinariamente difícil pero este hombre no es Mors Planch. Lo consigue mediante una combinación de drogas y disciplina mental evitando ciertos pensamientos con escrupuloso autocontrol.
—¡Déjenme en paz! —chilló Horis, tratando desesperadamente de darse la vuelta y echar a correr. Pero una suave parálisis le abrumó y se desplomó hacia delante hasta sentarse en un cercano montón de escombros. Naturalmente, Daneel no podía permitir que se hiciera daño al caer.
—Déjeme ver ese aparato Horis, extendiendo una mano.
Nuevos temblores sacudieron al burócrata, pero finalmente accedió y se metió la mano en un bolsillo de la chaqueta, de donde sacó un pequeño escáner. Sin duda era uno de los mejores agentes imperiales disponibles.
—No tenía intención de llegar al sanatorio, ¿verdad? Mientras todo el mundo lo considerara débil e inofensivo, la seguridad se relajaría. En Trantor, estaría en su elemento, capaz de conectar con mil canales distintos de comunicación… con una miríada de trucos a los que sólo un Gris tiene acceso. Puertas cerradas se abrirían misteriosamente y desaparecería.
Horis se desmoronó al ver que no tenía sentido resistir. Cuando habló, su voz sonó distinta, a la vez derrotada y más fuerte. Con una nota de triste orgullo.
—Envié un informe parcial desde Pengia. Eso no podrá detenerlo.
Hari asintió.
—Era usted el contacto secreto que informó a Mors Planch, el que quería que vinieran los ktlinianos. ¿Por qué? Odia el caos tanto como yo. Kers Kantun lo sabía y lo percibo en su carácter.
Horis suspiró.
—Era un experimento. No bastaba con hacer una exploración. Teníamos que crear una crisis. Una escena de conflicto con las fuerzas del caos a un lado y sus amigos tiktoks a otro. Resultó ser un modo efectivo de conseguir que todos hablaran, discutieran y se justificaran unos ante otros. Yo apenas tuve que decir una palabra aquí y otra allá.
—Su actuación ha sido impresionante —reconoció Hari.
—Igual que su disciplina mental —añadió Daneel—. Incluso sin drogas, no habría advertido nada hasta que concentré toda mi atención en usted.
Estos cumplidos sólo provocaron una mueca de desdén.
—Estamos acostumbrados a ser menospreciados por todos los nobles engreídos y los meritócratas pagados de sí mismos. Incluso los excéntricos y los ciudadanos nos tratan como si sólo fuéramos parte del paisaje. Hace mucho tiempo que dejamos de lamentarlo y llegamos a controlarlo, incluso a provocar esa impresión.
Horis cerró el puño.
—Pero díganme, ¿quién gobierna en realidad este Imperio Galáctico? Ni siquiera usted, Seldon, con su sabiduría matemática, ni tú, robot, que diseñaste el régimen trantoriano en primer lugar… Lo comprenden en teoría, pero no lo ven.
»¿A quién llaman cuando un sol estalla y quema la mitad de un continente de algún mundo provincial? ¿Quién se asegura de que las señales de navegación funcionen? ¿Quién vacuna a los niños, mantiene el suministro eléctrico y se asegura de que los granjeros cuiden sus tierras para que sus nietos tengan algo que sembrar? ¿Quién controla las tasas de mortalidad, para que puedan enviarse equipos médicos a algún mundo desconocido antes de que se den cuenta de que han entrado en una corriente espacial que ha contaminado de boro su atmósfera? ¿Quién se encarga de que los engolados nobles y los despectivos meritócratas no lo destruyan todo con un plan egoísta tras otro?
Horis asintió.
—Sabemos que la Orden Gris hace un trabajo noble ¿Debo entender que sembró usted esa idea en la mente de Jeni Cuicet y que preparó su huida para que se aprovechara del Día de Examen?
Horis rio, sardónico.
—¿Cómo cree que consiguió trabajo en el ascensor Orión? Hemos estado apartando con disimulo a algunos de los exiliados a Terminus. ¡Unas cuantas vidas salvadas del involuntario destierro y la prisión, sentenciadas por delitos que no eran propios!
—¿Dice usted esto y afirma comprender el Plan Seldon?
Otra mueca.
—Una lección que enseñamos una y otra vez en las Academias Grises, algo que predicaste hace mucho tiempo bajo el disfraz de Ruellis —dijo Antic, señalando a Daneel—, es que el fin generalmente no justifica los malos medios. De todas formas, los grandes razonamientos corresponden a los nobles y meritócratas. Los Grises no podemos permitírnoslos. Cuando se violan los derechos de la gente, alguien tiene que hacer algo.
Se volvió hacia Hari Seldon.
—Oh, la maldita arrogancia. ¡Publica usted estudios científicos sobre la psicohistoria durante décadas y, de repente, se calla y establece un grupo secreto para controlarla! ¿Y supone que nadie en veinticinco millones de mundos prestó atención durante los primeros años? ¿Cree que algunos burócratas dedicados no habrían visto su descubrimiento como una posible herramienta que explorar… y quizá que utilizar para gobernar mejor?
»Oh, sólo somos unos pocos que yo sepa, pero llevamos estudiando la psicohistoria más de una década. Nuestro respeto por usted, doctor Seldon, no tiene parangón. Pero su Plan nos confunde y nos llena de dudas. De preguntas que no podíamos formularle a usted abiertamente.
Hari comprendió. Los simples burócratas se habrían sentido, como mínimo, desairados. Linge Chen y el Comité de Seguridad Pública podían arrestar a cualquier funcionario que supiera demasiado. Luego estaban los rumores de que los enemigos de Hari Seldon a menudo sufrían inexplicables ataques de amnesia.
—Entonces haga ahora sus preguntas, Horis. Le debo eso al menos.
El hombrecito inspiró profundamente, como si tuviera mucho que decir. Pero al principio sólo pudo murmurar un par de palabras:
—¿Por qué?
Inhaló de nuevo.
—¿Por qué debe caer el Imperio Galáctico? ¡No tiene por qué! Cierto, las cosas se están relajando. Algunos dicen que se desmoronan. Pero las ecuaciones… sus ecuaciones, no demuestran nada que no podamos controlar con un montón de trabajo duro y sudor. ¡Si la competencia tecnológica está declinando, dennos recursos para impartir una mejor enseñanza científica! Den rienda suelta a billones de jóvenes brillantes. ¡Dejen de racionarnos y de repartir unas cuantas migajas en las escuelas técnicas!
—Lo intentamos una vez —empezó a responder—. En un planeta llamado Madder Loss…
Pero Horis lo interrumpió, atropellándose en las palabras que dirigía principalmente a Daneel.
—¡Incluso los estallidos de caos podrían ser controlados! Cierto, están empeorando. Pero el servicio de salud también mejora continuamente, y nunca se ha perdido un paciente todavía. ¿Estaría dispuesto a acabar con el imperio que ha ofrecido la paz durante doce mil años sólo para mantener a la humanidad distraída durante unos cuantos siglos más? ¿Por qué no mantener el imperio en marcha hasta que esté preparada su nueva solución? ¿Es porque los habitantes de la galaxia deben ser reducidos a un estado miserable para que así acepten ansiosamente lo que vaya a ofrecerles?
A Hari le resultaba difícil cambiar de esquema mental. Durante mucho tiempo había tratado a Horis de forma condescendiente. Ahora veía al funcionario Gris bajo una nueva luz, no sólo como un agente secreto sorprendentemente efectivo, sino como un psicohistoriador de corazón… como Yugo Amaryl al principio de su larga colaboración. Un hombre que comprendía más de lo que había dado a entender.
—¿Cree realmente que las instituciones imperiales son capaces de manejar más crisis como la de Ktlina? —Hari sacudió la cabeza—. Sería una apuesta terrible. Si un solo lugar contagiado por la plaga se liberara y llegara a infectar la galaxia…
—¡Si…! Está usted hablando de personas, Seldon. Casi doce cuatrillones de personas. ¿Deben todos ser lanzados de vuelta a una era oscura sólo porque no confía en que hagamos nuestro trabajo?
»Además, qué importa si uno de esos nuevos renacimientos realmente lo consigue y alcanza los fabulosos logros con los que todos sueñan, y alcanza el mítico otro lado donde la inteligencia y la madurez superan al caos. Si los mantenemos a todos en cuarentena, la galaxia, permanecería relativamente a salvo. ¡Mientras tanto, es factible realizar experimentos, planeta por planeta!
Hari miró a Horis Antic, sorprendido por el valor del hombre. Yo nunca correría tales riesgos. Obviamente, él odia el caos con una pasión más grande que la mía. Pero ama al imperio todavía más.
Sacudiendo de nuevo la cabeza, Hari respondió:
—No son los mundos del caos los que en última instancia obligan a Daneel a derribar el imperio.
»Son ustedes, Horis.
La expresión de aturdimiento y sorpresa del rostro de Antic fue tan grande que Hari se sintió incapaz de hablar. Miró a Daneel y pidió en silencio a su amigo robot que se explicara, cosa que hizo con la voz de la Ruellis de antaño.
—No olvide, mi joven humano, que yo inventé su Orden Gris. Conozco sus capacidades. Soy consciente de cuántos millones se sacrifican mientras visten ese uniforme, sin recibir agradecimiento por parte de las otras castas sino desprecio. Incluso hubiesen conseguido, con perseverancia y un poco de ayuda por parte de la psicohistoria, sostener el viejo imperio tambaleante, hasta que mi nuevo regalo, Galaxia, estuviese listo para nacer. Pero ahí se encuentra el punto de fricción.
»Verá, también recuerdo a su antepasado (cuyo nombre era Antyok), de la época en que la humanidad se topó con una auténtica raza alienígena que se había salvado de las máquinas terraformadoras. Los robots de toda la galaxia accedieron a discutir ese tema. Eran sólo unos pocos millares de criaturas alienígenas, y la humanidad ya ascendía a cinco cuatrillones de individuos. Sin embargo, discutimos durante un año sobre el peligro que representaban esos seres. Los humanos de todos los sectores y provincias rebosaban de entusiasmo, deseo de ayudar a los no-humanos a ponerse en pie. Estaban entusiasmados por haber hallado diversidad, nuevas voces con las que hablar. Algunos robots vieron en ello el potencial para disparar el caos. Otros pronosticaron que los alienígenas se convertirían en una amenaza para los humanos si en un par de miles de años se permitía que se extendieran a las estrellas. Mientras tanto, algunos, como el robot que conocieron ustedes como R. Gornon, dijeron que los no-humanos merecían ser protegidos por una versión ampliada de la Ley Cero.
»La cuestión es que ninguna de nuestras deliberaciones robóticas contó al final. ¡A nuestra reunión secreta nos llegó la noticia de que los alienígenas habían escapado! Secuestraron las naves llegadas para tomar posesión de su mundo a través de una retorcida cadena de misteriosas coincidencias. Los investigadores encontraron culpa suficiente para repartir, pero no achacaron ninguna al individuo que fue el auténtico responsable. Su antepasado, un humilde burócrata que conocía todos los medios adecuados para manipular el sistema, para hacer justicia mientras pretendía ser un funcionario inocuo y sin rostro.
Era una versión distinta de la que Horis había contado a bordo de la nave. Pero Hari sintió un escalofrío al verlo asentir.
—Su propia presencia aquí, Horis, demuestra que la perseverancia no se ha perdido. Fui Primer Ministro, ¿recuerda? Sé que los archivos de datos de Trantor son ilimitados. Nada puede ser eliminado completamente de ellos. Todo el que tenga habilidad suficiente es capaz de derrotar la amnesia y encontrar lo que necesita saber sobre el pasado humano… y ahora sobre su futuro también. Es usted una demostración viviente de la necesidad de todo esto, Horis.
—¿Yo? ¿Se refiere a la burocracia? ¿A nosotros, los zánganos sin rostro? ¿Los sosos contables y los afiladores de lápices? ¿Quiere decir que el imperio tiene que caer por nuestra causa?
Hari asintió.
—Nunca me lo había planteado hasta ahora en esos términos. Pero claro, no soy yo quien va a derribarlo. —Miró a Daneel—. Todo se reduce a la voluntad humana, ¿verdad? A ese día, dentro de cinco siglos, en que un hombre que nunca se equivoque deba tomar una elección. Cuando ese día llegue, no debe haber ya ninguna a burocracia galáctica. Ningún cubículo ni oficina polvorienta rebosante de entrometidos imprevistos como Horis y sus amigos. Ningún procedimiento severo para asegurarse de que cada decisión se delibera abiertamente.
»La caída de Trantor no tiene nada que ver con el caos, ¿verdad, Daneel? Su objetivo es acabar con tu hermoso invento, la Orden Gris, de la única forma en que puede hacerse, con la destrucción total de los archivadores, las memorias de los ordenadores, los hombres…
Esta vez Daneel Olivaw no respondió. La expresión de su rostro fue suficiente. Si algún humano dudó alguna vez de que un robot inmortal pudiera sentir dolor, le habría bastado con mirar el rostro prometéico de Daneel.
—Así que estamos condenados a seguir combatiendo la oscuridad… para nada. A morir en nuestros despachos, sin conocer la futilidad de todo ello.
Hari colocó una mano sobre el hombro de Horis.
—Ahora debe olvidar todo esto. Vuelva a sus clasificadores y sus informes sobre el suelo. El conocimiento por el que tan arduamente ha luchado, con tanta ingenuidad y valor, sólo le causará dolor. Es hora de dejarlo Horis.
Antic miró bruscamente a Hari.
—¿No van a esperar a que lleguemos a Trantor?
Hari miró a Daneel, pidiéndole en silencio un retraso para que Horis pudiera al menos conversar con ellos durante el viaje de regreso. Pero su amigo robot respondió con un pronto movimiento de cabeza. Antic había demostrado tener demasiados recursos, estar demasiado preparado para sacarse otro as de la manga.
Al advertirlo, el burócrata Gris se levantó, enderezando su porte, buscando cierta dignidad.
Pero no pudo dejar de tartamudear.
—¿Do-dolerá?
Daneel habló, mirando al humano a los ojos:
—En absoluto. En realidad… ya está hecho.