8

—Claro que tenía que haber un espía —dijo Hari, cortando las protestas de Maserd—. Alguien que supiera lo de la Nebulosa Thumartin, por ejemplo. No nos tropezamos los archivos y máquinas terraformadoras por accidente.

»Y había otras pistas. Cuando Sybyl y el Gornon auténtico empezaron a acceder a esos antiguos archivos, usted ya sabía más sobre la historia humana que ningún catedrático de las universidades imperiales.

—Como expliqué antes, Seldon, las familias nobles a menudo tienen bibliotecas privadas que sorprenderían a los miembros de la meritocracia. Mi familia siente tradicional interés por asuntos como…

—¿Cómo los sistemas de gobierno empleados en la Tierra? Ese tipo de conocimiento es notable. Incluso increíble. Luego estaban las máquinas labradoras que tan nervioso pusieron a Horis… esos enormes aparatos usados hace tanto tiempo en preparar mundos para la ocupación humana. Su reacción hacia ellas fue de indiferencia… como si estuviera contemplando a un viejo enemigo familiar.

Esta vez Biron Maserd sonrió, sin molestarse en refutar la afirmación de Hari.

—¿Es un crimen desear que el universo tenga más diversidad?

Hari se echó a reír.

—Para un psicohistoriador, es casi una blasfemia. La galaxia es ya tan complicada que las ecuaciones casi revientan por las costuras. Y eso sólo tratando con la humanidad. ¡Los matemáticos preferiríamos simplificar!

»No. No advertí todas las pistas porque estaba obsesionado con el caos. Sybyl, Planch y los demás constituían una amenaza tan grande… Mientras que Kers Kantun me dijo que era usted un aliado, que odiaba el caos tanto como cualquiera…

—¡Y lo odio!

—Yo entendí que eso significaba que era usted hombre práctico, seguidor del imperio, como hacía creer. Pero ahora veo que es otro utópico, Maserd. ¡Cree que la humanidad puede escapar del caos si experimenta el tipo adecuado de renacimiento!

Biron Maserd miró a Hari durante un larguísimo instante antes de responder.

—¿No trata de eso el Plan Seldon, profesor? ¿De preparar una sociedad humana que sea lo suficientemente fuerte para vencer al antiguo enemigo que acecha dentro de nuestras almas?

Ese fue mi viejo sueño, respondió Hari para sí. Aunque hasta hace unos pocos días creía que había quedado obsoleto.

En voz alta, dio a Maserd una respuesta distinta, consciente de que los demás estaban escuchando y observando.

—Como muchos nobles, es usted en el fondo pragmático, milord. Como carece de herramientas matemáticas, intenta una cosa tras otra, abandonando cada solución fracasada sólo cuando se ve obligado a conceder que es hora de intentar otra.

Hari señaló a las dos mujeres cyborg, Zorma y Cloudia, una de las cuales había nacido humana y la otra con un cerebro positrónico fiel a las Leyes de la Robótica. Sólo que ahora habían empezado a difuminar las diferencias.

—¿Sigue implicado en este proyecto radical, o está simplemente cooperando por conveniencia temporal?

Aceptando al parecer la inevitabilidad de las conclusiones de Hari, Maserd dejó escapar un suspiro.

—Nuestros grupos se conocen desde hace mucho tiempo. Mi familia… —Sonrió, sombrío—. Nos encontrábamos entre los que enviaron los archivos, hace mucho tiempo, mientras luchábamos a la desesperada contra la difusión de la amnesia. ¡Y combatimos contra las máquinas terraformadoras! Fue inútil, en gran medida. Pero conseguimos unas cuantas victorias.

Fue Horis Antic quien hizo la siguiente pregunta con voz apagada.

—¿Qué clase de victorias? ¿Quieres decir que os enfrentasteis a robots y vencisteis?

—¿Cómo se puede combatir a seres que son mucho más poderosos y están totalmente seguros de que actúan por tu bien? A pesar de todo, conseguimos detener unas cuantas veces a las horribles máquinas, adelantándonos y emplazando colonos humanos en un mundo previsto para la terraformación. Varias veces eso detuvo a las máquinas labradoras, que no pudieron arrasar un planeta con habitantes humanos.

Mors Planch parpadeó.

—¿No conoceríamos esos lugares?

—Cuando las guerras robóticas terminaron, hicimos un trato con Daneel Olivaw. Accedimos a dejar de combatir la amnesia, y a poner en cuarentena los mundos protegidos. A cambio, él no nos alteró y dejó nuestra memoria intacta. El precio último fue la pasividad. Permanecer silenciosos e inactivos. —Maserd apretó la mandíbula—. Con todo, mientras el Imperio Galáctico funcionó, fue una alternativa mejor que la ruina y el caos.

—Su actuación en este asunto difícilmente puede ser considerada pasiva —señaló Hari.

Maserd estuvo aparentemente de acuerdo.

—El imperio se está desmoronando. Todos los viejos tratos parecen inútiles. Todo el mundo está esperando por lo visto a que Daneel Olivaw presente un plan. Incluso los calvinianos —indicó con el pulgar a R. Gornon Vlimt— parecen demasiado tímidos para oponerse directamente a su antiguo enemigo. Todo lo que quieren es adelantar a Hari Seldon en el tiempo, como si eso asegurara que todo va a salir bien.

Maserd soltó una carcajada.

El robot que había sustituido al excéntrico Gornon Vlimt avanzó un paso. Por primera vez, sus programas de simulación imitaron a un humano dominado por la incertidumbre.

—¿No creen que Olivaw elaborará algo positivo para el bien de la humanidad a largo plazo?

Una mujer rio.

—¿Entonces se reduce a eso? —preguntó Zorma. A pesar de todos vuestros planes secretos, sois un atajo de tiktoks timoratos. Escucha lo que dices, depositando tu confianza en alguien a quien has combatido durante tanto tiempo. ¡Si acabas de citar la Ley Cero de Daneel!

Zorma sacudió la cabeza.

—Ya no quedan calvinianos auténticos.

Hari no tenía intención de dejar que la conversación se disolviera en disputas ideológicas entre robots. Tampoco le importaba que Biron Maserd hubiera estado espiando todo el tiempo. De hecho, le deseaba suerte al noble. Lo que realmente importaba ahora era la decisión que tenía que tomar. Esa inmediatez quedó clara cuando el ayudante de R. Gornon entró apresuradamente en la tienda.

—Los preparativos están completos. En menos de una hora llegará el momento. Es hora de subir al andamio.

Y así, sin haber tomado aún una decisión, Hari se unió a una procesión que recorría los caminos que conducían a la antigua universidad. Sus pasos eran iluminados en parte por la luna en cuarto creciente y por el luminoso resplandor que emitían los átomos de oxígeno al ser golpeados por los rayos gamma que brotaban del suelo. Mientras avanzaba, sintiéndose débil por la edad, Hari, experimentó la acuciante necesidad de hablar con alguien en quien pudiera confiar.

Sólo un nombre ocupó su mente, y lo murmuró en voz baja.

—¡Dors!

Lo último que esperaba era que aquello se convirtiera en una ocasión ceremonial. Pero una procesión de terrícolas acompañó a Hari y los demás camino del sarcófago. Los nativos entonaban una extraña melodía, a la vez terrible y extrañamente alegre, como si expresara su esperanza de redención. Tal vez la canción tenía muchos miles de años de antigüedad, y se remontaba a antes incluso de que la humanidad abandonara su cuna para asaltar las estrellas.

Acompañando a R. Gornon y Hari iban las ciborgs «desviadas», Zorma y Cloudia. Biron Maserd caminaba ahora abiertamente junto a ellas. A petición de Hari, Wanda Seldon y Gaal Dornick habían sido despertados para unirse al cortejo, aunque se le había advertido a Wanda que no intentara ninguna interferencia mentálica. Algunos de los robots presentes tenían habilidades similares, suficientes para contrarrestar cualquier esfuerzo que ella pudiera hacer.

La nieta de Hari parecía triste, y él trató de tranquilizarla con una sonrisa. Educado como meritócrata, Hari siempre había esperado adoptar hijos, en vez de tener los suyos propios. Y sin embargo, pocas alegrías, en la vida se habían equiparado a ser padre de Raych, y luego abuelo de esta excelente joven, quien se tomaba tan en serio sus deberes como agente del destino.

Horis Antic pidió que lo excusaran, en apariencia para continuar su investigación, aunque Hari conocía el verdadero motivo. La brillante «anomalía espacio-temporal» aterraba a Horis. Pero Gornon no quiso dejar a nadie en el campamento, así que Antic tuvo que acompañarlos, justo detrás del prisionero Mors Planch. Incluso los supervivientes del renacimiento de Ktlina se unieron a la procesión, aunque Sybyl y los demás apenas parecían conscientes de nada excepto de un estentóreo murmullo de voces dentro de sus propias cabezas.

Mientras se acercaban a la anomalía cubierta por el andamio, Hari había visto el contorno redondeado del sarcófago dejar atrás cada una de las antiguas ciudades.

Primero, Vieja Chicago, con sus rascacielos destrozados aún apuntando osadamente al cielo, recordando una época de apertura y ambición sin límites. La siguiente en desaparecer fue Nueva Chicago, aquella monstruosa fortaleza donde tantos millones de seres se encerraron para apartarse de la luz del día y de un terror que no podían comprender. Finalmente, la pequeña Chica desapareció, el blanco pueblecito de porcelana donde la última civilización de la Tierra luchó en vano contra la irrelevancia, en una galaxia a la que simplemente ya no le importaban sus orígenes.

Tras doblar una curva del antiguo campus universitario, llegaron a un lugar desde donde se veía la grieta, unas gruesas paredes hendidas que antaño pretendieron sellar algo espantoso. Enterrarlo para siempre. Hari miró a su izquierda, a R. Gornon.

—Si esta anomalía realmente da acceso a la cuarta dimensión, ¿por qué no ha sido empleada durante todos estos siglos? ¿Por qué nadie intentó cambiar el pasado?

El robot sacudió la cabeza.

—Viajar al pasado es imposible a muchos niveles, doctor Seldon. De todas formas, aunque se pudiera cambiar el pasado, eso sólo crearía un nuevo futuro donde alguien más estaría descontento. Esa gente, a su vez, enviaría emisarios para cambiar su pasado y así sucesivamente. Ningún camino temporal tendría derecho a reclamar la realidad por encima de ningún otro.

—Entonces tal vez nada de esto importe —musitó Hari—. Tal vez todos seamos solamente imágenes paralelas de un espejo… o bien pequeñas simulaciones, como los números que conjugamos en el Primer Radiante. Temporales. Fantasmas que sólo existen mientras otra persona piensa en ellos.

Hari no miraba por dónde iba. Su pie izquierdo tropezó en el terreno irregular y empezó a caer hacia delante… pero fue detenido por la mano fuerte y amable de R. Gornon. Incluso así, el cuerpo de Hari sintió temblores de dolor y fatiga. Echó de menos a su cuidador, Kers Kantun, y la silla de ruedas que llegó a odiar. En cierto modo, Hari notaba que estaba muriéndose que llevaba deslizándose hacia la muerte varios años.

—No me hallo en buen estado para hacer un viaje largo —murmuró, mientras sus compañeros esperaban a que se recuperara.

—El único humano que ha hecho este viaje también era un anciano —le aseguró Gornon—. Las pruebas demuestran que el proceso es suave, o de otro modo nunca nos arriesgaríamos a causarle daño. Y cuando llegue, habrá alguien esperando.

—Ya veo. Aun así, me pregunto…

—¿Qué, profesor?

—Tenéis a vuestro alcance grandes poderes de ciencia médica. Logros y técnicas que los robots han alumbrado durante milenios. Estas ciborgs —señaló a Zorma y Cloudia— parecen capaces de duplicar cuerpos y extender la vida indefinidamente. Así que me pregunto por qué no potenciáis mi salud física, al menos un poco más, antes de hacer este viaje.

—No está permitido, profesor. Hay buenas razones morales, éticas y…

Una áspera risa, procedente de la robot llamada Zorma, lo interrumpió.

—¡Excepto cuando cuadra con vuestros propósitos! Tendrías que darle a Seldon una respuesta mejor, Gornon.

Tras una pausa, Gornon dijo en voz baja:

—Ya no tenemos el aparato organiforme. Nos lo quitaron en Pengia. El aparato era necesario en parte para continuar un importante proyecto… y eso es todo lo que diré al respecto.

Continuaron caminando hasta que el brillo que emanaba de la tumba resquebrajada llenó la noche, proyectando las sombras arácnidas del andamio por la universidad destruida. La mayoría de los terrestres y los otros acompañantes se subieron a los montículos de escombros cercanos para observar, mientras Hari y Gornon encabezaban una menguada procesión hacia una amplia plataforma de madera que empezaron a elevar por medio de chirriantes cuerdas, aupando a una docena de los presentes.

Mientras Hari y su entorno ascendían, le comentó a Gornon:

—Se me ocurre que tal vez os estéis tomando un montón de molestias innecesarias. Hay otro modo de enviar a una persona al futuro, ¿sabes?

Esta vez, el robot no respondió. En cambio, Gornon rodeó los hombros de Hari con un brazo para sostenerlo mientras el improvisado ascensor alcanzaba su destino con una sacudida. Hari tuvo que cubrirse los ojos para protegerlos del resplandor que brotaba del muro de contención roto.

Tras los murmullos de asombro de sus invitados, Gornon dio una explicación a la vez conmovedora y breve.

—Comenzó con un sencillo experimento bienintencionado, durante la misma era osada en que los humanos inventaron los robots y la hipervelocidad. Los investigadores de este lugar tuvieron una increíble corazonada y actuaron impulsivamente. De repente, un rayo de espacio-tiempo roto brotó, alcanzó a un peatón y arrancó a Joseph Schwartz de su vida normal para llevarlo diez mil años al futuro.

»Para Schwartz comenzó una gran aventura. Pero en el Chicago que dejó atrás, una pesadilla acababa de iniciarse.

Hari observó el rostro del robot, buscando las complejas expresiones de emoción que Dors y Daneel simulaban tan bien. Pero aquel hombre artificial era sombrío y estoico.

—Hablas como si hubieras estado presente cuando sucedió.

—Yo no, pero un modelo de robot anterior estuvo. Un robot cuyas memorias heredé. Esas memorias no son agradables. Algunos de nosotros creen que este acontecimiento marcó el fin de la gran época de juvenil exuberancia de la humanidad. No mucho después entre recriminaciones internacionales, empezaron las primeras oleadas de irracionalidad. Los robots fueron desterrados de la Tierra. Empezó a haber amargura entre las naciones y los mundos coloniales. Hubo estallidos de guerra biológica. Algunos de nosotros juramos…

Hari tuvo de repente una salvaje corazonada.

—Tú estuviste aquí, ¿verdad? Ese agente de Daneel al que mencionaste antes… el que ayudó a impedir que los terrícolas esparcieran una nueva plaga, ¿fuiste tú?

R. Gornon se detuvo, luego asintió secamente.

—Entonces Zorma tiene razón. Después de todo no eres calviniano.

—Supongo que ya no encajo en ninguna de las rígidas clasificaciones, aunque en una época fui un ferviente seguidor del giskardianismo.

Ahora la impasible máscara del robot se resquebrajó. Como la de cualquier hombre estoico cuya ecuanimidad queda destrozada por la emoción más poderosa: la esperanza.

—El tiempo afecta incluso a los inmortales, doctor Seldon. Muchos de nosotros, viejos robots cansados, no sabemos lo que somos. Tal vez usted nos lo podrá decir, cuando haya tenido una oportunidad de reflexionar. Con el tiempo.

Y así llego al momento de la decisión, reconoció Hari, todavía protegiéndose los ojos mientras contemplaba la áspera luz. Naturalmente, sería un jarro de agua que se echara atrás ahora. Todo el mundo estaba mirando. Incluso aquellos, como Wanda, que desaprobaban todo aquel plan se sentirían decepcionados hasta cierto punto al ver cómo el espectacular show prometido se cancelaba porque la estrella se retiraba en el último minuto. Por otro lado, Hari tenía fama de hacer lo inesperado. Sentía una deliciosa atracción por la idea de sorprender a toda esta gente.

Varios miembros del grupo se acercaron a la luz opalina y se asomaron al interior. Biron Maserd señaló el edificio que se desmoronaba, sin duda un antiguo laboratorio de física donde se cometió el error original. El jefe de la tribu se situó junto a Maserd, asintiendo. Incluso Wanda se acercó con curiosidad, aunque Horis Antic se mantuvo a distancia, mordiéndose las uñas rotas.

Mors Planch se adelantó y alzó sus manos esposadas.

—Quítemelas, Seldon, se lo ruego. Estos robots… todos le reverencian. Quizás estaba equivocado. Déjeme demostrarle lo que valgo para usted, antes de marchar. Tengo información… el paradero de alguien precioso para usted. Alguien a quien lleva buscando muchos años.

Hari comprendió bruscamente a quién se refería Planch.

¡Bellis!

Dio un paso hacia el capitán pirata.

—¿Ha encontrado a mi otra nieta?

Al oír esto, Wanda Seldon desvió por completo su atención del sarcófago. También ella se acercó a Planch.

—¿Dónde está? ¿Qué le ha ocurrido a mi hermana?

R. Gornon interrumpió.

—Lo siento mucho, pero tendrían que haberlo discutido antes. Ya no hay más tiempo. En cualquier momento el campo se extenderá. Hemos conseguido transformar el rayo en un campo circular, pero no podemos estar seguros de cuánto…

Otra figura se acercó a Hari. El jefe de la tribu terrícola. Aunque su acento era todavía pastoso e inseguro, Hari consiguió entender lo que decía.

—Tadavía hay teempou para que las faimeelias resuelvan sus asuuuntos. Pooor favour, contiinúe seenior.

El desgarbado terrestre le hizo un gesto a Mors Planch.

Hari sintió un escalofrío de irritación, pues aquel no era asunto del terrestre. Gornon intervino primero, mirando con mala cara al jefe.

—¿Qué sabéis vosotros de esos asuntos? ¡Es hora de prepararnos! Mirad cómo el brillo se hace más intenso mientras hablamos.

A través de la grieta del sarcófago, Hari vio que el brillo era, en efecto, más fuerte. Biron Maserd se apartó del borde de la plataforma y señaló hacia el interior.

—¡Hay algo que se expande hacia afuera! Como una esfera hecha de metal líquido. ¡Se está acercando!

—¿Estamos seguros aquí? —preguntó Horis Antic, nervioso.

R. Gornon replicó:

—Nunca se ha expandido más allá de los límites del sarcófago. No tocará a los que se encuentren en la plataforma.

—¿Y qué hay de Hari Seldon? —preguntó Zorma la robot ciborg—. ¿Será seguro que entre en esa cosa?

Gornon dejó escapar un suspiro de frustración imitada.

—Llevamos mil años ejecutando experimentos de calibración. El profesor Seldon experimentará una suave transición instantánea a la zona futura elegida… una época situada dentro de unos cuantos siglos, cuando deberán tomarse decisiones que afectarán a todo el destino de la humanidad.

—Unos cuantos siglos… —murmuró Mors Planch. Entonces dio un paso hacia Hari—. Bien, profesor Seldon. ¿Tenemos un trato?

Hari miró a Wanda, esperando su asentimiento, pero ella en cambio negó con la cabeza.

—No puedo leer el secreto en su mente, abuelo. Hay algo complejo en su cerebro. ¿Recuerdas cómo tuve que luchar ayer, sólo para mantenerlo inmóvil? Con todo, estoy segura de que averiguaremos dónde tiene escondida a Bellis. Sólo hará falta tiempo, trabajando con él en privado.

A Hari no le gustó esa parte de su afirmación.

Tal vez sería mejor hacer un trato. Podría marcharme de este mundo con la conciencia limpia.

Sin embargo, antes de que Hari pudiera hablar, Planch dejó escapar un rugido. Alzó ambas manos esposadas y atacó.

Rápido como un rayo, R. Gornon Vlimt agarró a Hari y lo apartó. Pero en aquel confuso instante, Hari advirtió que él no era el objetivo del capitán pirata. Fingiendo atacar a Hari, Planch hizo que Gornon entrara en modo protector reflejo, despejando el camino para lo que pretendía en realidad.

Mors Planch dio cuatro rápidos pasos hacia Biron Maserd, de pie en el borde de la plataforma. El noble se tensó preparándose para luchar… y entonces, al comprender, se apartó del camino.

Con un grito lleno a la vez de miedo y alegría, Planch saltó del parapeto a la luz opalina. Al recorrer el espacio vacío, su cuerpo colisionó con una esfera que se expandía lentamente en ondulaciones, como mercurio líquido… y desapareció en su interior.

Mientras Hari observaba, la bola de espejo siguió expandiéndose, aproximándose inexorable al lugar donde él se encontraba. Nadie habló hasta que Gornon Vlimt comentó, con voz impasible:

—Tendremos que asegurarnos de que sea recibido adecuadamente dentro de cinco siglos. Para entonces no podrá alterar el destino, pero debemos asegurar de que no dañe al profesor Seldon cuando emerja al otro lado.

Hari sintió una oleada de emociones: admiración por el valor del capitán espacial, desesperación por haber perdido una pista sobre el paradero de su otra nieta. A pesar del estoico pragmatismo de R. Gornon Hari contempló la anomalía espacio-temporal con creciente temor.

La siguiente persona en hablar fue el jefe terrícola. Esta vez su acento fue más claro, más fácil de comprender.

—Es cierto que alguien debe esperar aquí en la Tierra para recibir a Mors Planch, pero no tenemos que temer por la seguridad de Hari Seldon.

—¿Y por qué? —preguntó Cloudia, la ciborg había comenzado su vida siendo una mujer humana.

—Porque Hari Seldon no va a hacer este viaje. Ni esta noche ni nunca.

Ahora todo el mundo enfocó completamente su atención en el terrícola, que se irguió, anulando la postura encorvada que adoptaban la mayoría de los terrestres. Wanda observó a aquel hombre desgarbado y soltó un gritito al reconocerlo. Zorma fue la siguiente en reaccionar, murmurando una maldición.

Carente de poderes mentálicos, Hari fue más lento comprender. Con todo, encontró algo familiar en el tono de voz del jefe y en la forma en que ahora se comportaba, parecido a Prometeo, cuyas agónicas labores nunca terminaban.

Hari susurró una sola palabra:

Daneel.

R. Gornon Vlimt asintió, el rostro tan impasible como siempre.

—Olivaw. Llevas aquí algún tiempo, supongo.

El robot que se había disfrazado de terrícola asintió.

—Naturalmente, hace mucho tiempo que conozco los experimentos que tu grupo ha estado realizando aquí. No pude destruir la anomalía temporal, pero hemos estado vigilando la zona. Hace años conseguí convertirme en una figura de importancia entre las tribus terrícolas locales, que respondieron con entusiasmo a mi influencia. Cuando me informaron de que había nueva actividad en este sitio, lo relacioné con las historias del secuestro de Hari y llegué a la conclusión obvia. Daneel Olivaw se volvió hacia Hari.

—Lo siento, viejo amigo. Has sufrido pruebas terribles, en un momento en que deberías descansar con el pacífico conocimiento de tus logros. Yo tendría que haber estado aquí antes, y esperaba alcanzaros en Pengia. Pero hubo problemas repentinos con algunas sectas calvinianas que han renovado su lucha a favor de la antigua religión pura y quieren destruir el Plan Seldon a toda costa. Derrotarlos llevó su tiempo. Espero que perdones el retraso.

¿Perdonar? Hari se preguntó qué había que perdonar. Cierto, había sido utilizado. Por los giskardianos y los calvinianos, y los ktlinianos… y por varias otras facciones, humanas y robóticas. Sin embargo, sinceramente, tuvo que reconocer que las últimas semanas habían sido más divertidas que nada que le hubiera sucedido en la vida desde que cobró importancia para los asuntos galácticos. Desde antes de convertirse en Primer Ministro del Imperio, cuando Dors y él eran jóvenes aventureros e introdujeron sus pensamientos en las mentes de criaturas primitivas para vivir la vida salvaje y libre de los chimpancés.

—No importa, Daneel. Siempre supuse que aparecerías y me ahorrarías la angustia de tomar esta decisión.

—Te lo suplico, Olivaw —dijo R. Gornon Vlimt—. Como uno en quien confiaste durante tantos milenios, por favor permítenos continuar el trabajo de esta noche.

Daneel miró a Gornon a los ojos.

—Sabes que honro los recuerdos de nuestra camaradería. Recuerdo las innumerables batallas que libramos durante las guerras civiles robóticas. La Ley Cero nunca tuvo un campeón más fuerte que tú.

—¿Entonces no puedes creer que estoy haciendo todo esto por el bien a largo plazo de la humanidad?

—Sí que puedo —repuso Daneel—. Pero hace siglos estuvimos en desacuerdo sobre qué debería ser ese bien a largo plazo. Estando la situación en un momento crítico, no puedo dejar que te inmiscuyas.

Al oír esto Hari reaccionó:

—¿Qué inmiscusión, Daneel? Todo ha sucedido a tu favor. Mira los antiguos archivos y las máquinas terraformadoras: lo consideraste un peligro después de la caída del viejo imperio. Durante la era siguiente, podrían ser descubiertos por casualidad y desestabilizar la planeada transición. Ya habías decidido destruirlos, según la Ley Cero. Pero algunos de tus compatriotas se sentían incómodos con la disonancia positrónica que eso causó. Al darles mi permiso, facilité la actuación de tus seguidores.

Miró a Wanda, y vio que ella temblaba brevemente ante la mención de los archivos. También ella comprendía lo peligrosos que eran. Por qué tuvieron que ser destruidos.

—Y cuando los agentes del caos nos encontraron allí, en la nebulosa… —continuó Hari—, Planch dijo que fue a causa de algún informador, desconocido a bordo de nuestra nave, quien les dijo donde encontrarnos. Pero supongo que debiste ser tú, Daneel, usando el cebo de los archivos para atraer a todos los agentes de Ktlina a hacia un solo lugar, eliminando la amenaza que supone el peor mundo del caos de este siglo.

Daneel se encogió expresivamente de hombros.

—No puedo reclamar el mérito de ese golpe, aunque admito que fue valioso. —Se volvió entonces hacia Maserd, el alto noble de Rhodia—. Bien, ¿mi joven amigo? ¿Fuiste tú el agente del que hablaba Mors Planch?

Hari se preguntó por qué Daneel, con los mayores poderes mentálicos de la galaxia, no leía simplemente la mente de Maserd.

Olivaw se volvió hacia Hari.

—No invado su mente porque tenemos un antiguo acuerdo, un pacto entre la familia de lord Maserd y yo. Fueron implacables e increíblemente astutos en sus intentos por combatir la necesaria amnesia.

—Y accedimos a dejar de hacerlo —respondió Maserd— a cambio de que nos dejaran en paz. Nuestra pequeña provincia galáctica ha sido gobernada de forma algo distinta al resto del imperio. Pudimos combatir libremente al caos a nuestra manera.

Daneel asintió.

—Pero parece que nuestro antiguo acuerdo se ha roto.

—¡No!

—Ya has reconocido que te has comunicado con este grupo. —Daneel apuntó con un dedo a las ciborgs, Cloudia y Zorma.

—Está permitido que los Maserd discutamos de cualquier cosa entre nosotros —respondió Biron. Indicó a la cyborg de pelo claro—. Cloudia Duma-Hinriad es mi tatarabuela.

Daneel sonrió.

—Muy astuto, pero la Ley Cero no me permitirá aceptar ese intento por eludir nuestro acuerdo. No si pone en peligro la salvación de la humanidad.

—Y naturalmente tú eres quien debe determinar qué forma deberá tomar esa salvación, ¿no? —preguntó R. Gornon, con una voz que resonó desesperada y sarcástica al mismo tiempo.

—Esa ha sido mi carga desde que el bendito Giskard y yo descubrimos la Ley Cero.

—Y mira lo que ha costado. —R. Gornon señaló las brillantes ruinas radiactivas—. ¡Vuestro gran Imperio Galáctico mantuvo la paz y evitó el caos eliminando la diversidad! La humanidad debe prohibir todo lo que sea extraño o distinto, ya proceda de dentro o de fuera.

Daneel sacudió la cabeza.

—Ahora no es momento de continuar nuestra antigua discusión, tu propuesta Ley Menos Uno. La transición se aproxima. Por el bien de Hari y por el bien del Plan, he de insistir en que os bajéis de inmediato de esta plataforma.

—¿Qué daño hay en permitir que Seldon vea el mundo dentro de cinco siglos? —preguntó Zorma—. Su trabajo en este período ha terminado. Tú mismo lo has dicho. ¿Por qué no dejar que los humanos se involucren en la decisión, cuando tu salvación está preparada?

Daneel contempló el resplandor del interior del sarcófago. Ya podían verse sus reflejos sobre una burbuja que se expandía, aproximándose gradual pero inexorablemente. Miró a Zorma.

—¿Esa es tu principal preocupación? Estoy dispuesto a hacer un juramento, por la memoria de Giskard y por la Ley Cero. Cuando mi solución esté preparada, se consultará a los humanos. No será impuesta a los seres humanos sin su decisión soberana.

Aunque esto satisfizo a Zorma y Cloudia, R. Gornon gritó:

—Os conozco a ti y a tus trucos, Olivaw. Amañarás las cartas, de algún modo. ¡Insisto en que se permita ir Hari Seldon!

Daneel alzó una ceja.

¿Tú insistes?

Aparentemente, esa palabra tenía algún significado especial entre los robots. Pues en ese momento, el mundo explotó en torno a Hari con un súbito borrón.

Rayos de cegadora luz brotaron de las manos de Gornon. Daneel Olivaw respondió del mismo modo. No eran ellos los únicos combatientes.

Bruscamente, partes del andamio cercano se desprendieron de la matriz de tablas de madera, revelando la naturaleza de robots camuflados entre los tubos. Saltaron en apoyo de Daneel.

En respuesta, los seguidores de Gornon dispararon rayos abrasadores. Horis Antic gritó, mientras se ponía a cubierto. Gaal Dornick se puso pálido y se desmayó. Pero ningún humano parecía implicado en la refriega, ya fuera como luchador o como víctima.

Cortantes filos de fuerza pasaron entre las piernas de Hari y bajo sus brazos, o corrieron junto a su cabeza, fallando por centímetros… pero nada llegó a tocar su carne. Fue un combate meticuloso: evitar hacer daño a los humanos presentes era la principal prioridad y el peligro más grande que corrió Hari lo producía la lluvia de componentes robóticos humeantes y destrozado que caían por todas partes.

No duró mucho. Sin duda, R. Gornon nunca esperó vencer. Sin embargo, la primera preocupación de Hari fue el único robot que quedó en pie cuando todo acabó.

—¡Estás herido! ¿Es grave? —le preguntó a su viejo amigo y mentor. Virutas de humo se alzaban en varios lugares del cuerpo humaniforme de Daneel; la ropa y el revestimiento externo de piel se habían quemado y dejaban al descubierto una brillante superficie blindada, resistente a todo menos a una fuerza semejante a la del sol. Hari recordó las leyendas que había leído en Un libro de conocimientos para niños, historias de dioses y titanes, seres inmortales que combatían unos con otros, más allá todo poder humano.

Daneel Olivaw se alzó entre los destrozados, contemplando con tristeza aparentemente sincera la masacre de sus semejantes.

—Estoy bien, viejo amigo Hari.

Daneel se volvió a mirar a Zorma y Cloudia.

—Por vuestra inacción, ¿debo entender que mi promesa os satisfará? ¿Durante los próximos cinco siglos?

Las dos «mujeres» asintieron como una sola. Zorma respondió por ambas.

—No es una espera muy larga. Suponemos que nos mantendrás informados sobre tus planes para la salvación humana, Daneel. Por encima de todo, rezamos porque tu plan sea noble para nuestras dos especies, que tanto han sufrido.

Hari advirtió el mensaje implícito.

En tu devoción por el futuro de la humanidad, no olvides algo para los robots.

Pero conocía demasiado bien a su amigo. La raza de servidores no aceptaría siquiera una segunda prioridad Sólo la humanidad le importaba a Daneel.

—Y ahora es el momento de abandonar este peligroso lugar —dijo Olivaw, tendiendo la mano hacia la palanca que iniciaría el descenso de la plataforma.

Justo entonces Wanda Seldon dejó escapar un grito.

—¡Maserd! ¡Acabo de darme cuenta… no está!

Miraron en todas direcciones, algunos utilizando sus sentidos positrónicos aumentados, pero el noble de Rhodia no estaba presente. O bien había bajado rápidamente por el andamiaje durante la pelea, o…

O Daneel tendrá dos humanos resistentes con los que tratar dentro de unos cuantos siglos, pensó Hari. Será mejor que Daneel no olvide poner a alguien de guardia aquí, porque si esos dos se alían

No había ninguna prueba de que Maserd se hubiera zambullido en la brillante pelota, que ahora ocupaba todo el sarcófago proyectando brillantes rayos de luz cuyos colores Hari no sabía describir, pues podría jurar que nunca en la vida los había visto.

Tras haber sido testigo de cómo batallaban aquellos seres inmortales y omnipotentes, Hari supo que había muy poco que Mors Planch o Biron Maserd pudieran conseguir si los dejaban sueltos en el futuro de la galaxia. Veía con claridad que tipo de sociedades se producirían, a veces florecientes, en aquella era por venir. Su Fundación dominaría ya la zona opuesta de la galaxia, pero los efectos apenas serían visibles en el mundo hogar, la olvidada Tierra.

Con un suspiro, deseó lo mejor a los dos hombres… adondequiera y cuando quiera que hubiesen ido.

El suelo se aproximaba, atormentado por antiguos crímenes apenas recordados. Miró hacia arriba una vez más, al brillo que emanaba del sarcófago.

Admito que me sentí fuertemente tentado. Habría sido una aventura magnífica, sobre todo si me hubieran devuelto de nuevo la juventud.

Hari cerró los ojos, sintiendo el fuerte pero amable contacto del brazo de su viejo camarada Daneel sobre los hombros, sujetando su frágil cuerpo mientras el improvisado ascensor se detenía por fin. Dejó que Daneel le diera la vuelta, guiando sus pasos hacia el campamento terrícola, como había dejado que los demás guiaran su vida desde el principio, durante más tiempo del que advertía siquiera.