7

Soñó con una antigua leyenda que había leído. La historia de un hombre, condenado a morir, a quien le quitaron una costilla mientras dormía y que, por tanto, adquirió una extraña forma de inmortalidad.

De algún modo, Hari advirtió que la historia podía aplicársele. Mientras yacía indefenso, sólo semiconsciente, alguien pareció rebuscar en su interior y sacarle una pieza. Una parte importante. Algo precioso.

Empezó a levantarse, para protestar: Pero una voz familiar lo tranquilizó.

No temas. Sólo estamos tomando prestado. Venerando. Copiando.

No echarás nada en falta.

Sigue durmiendo y sueña cosas agradables.

No tenía motivos para dudar de aquellas palabras reconfortantes. Obedeciendo la orden, se relajó y durmió, imaginó que su amada Dors estaba tendida a su lado. Esbelta y calmada. Siempre paciente y firme.

Durante un rato, pareció que también él había descubierto el truco de vivir para siempre.

Tras haber dormido durante el viaje de regreso y gran parte del día siguiente, Hari bajó por la plancha de la nave y se encontró en un atardecer helado en el planeta Tierra. Moviéndose torpemente (porque los dolores de la ciática habían regresado a su pierna izquierda), se cubrió los ojos contra el resplandor de los lejanos edificios situados a varios kilómetros de distancia. Las ruinas más recientes, que se remontaban a la primera época imperial, brillaban bajo el sol como porcelana blanca. Chica sólo podría haber albergado a unos cincuenta mil habitantes en su momento de esplendor. Sin embargo, la pequeña ciudad fantasma era claramente acogedora comparada con su vecina, una montaña de metal, más grande que un asteroide, una ciudad-caverna sin ventanas, donde millones de personas se encerraron para huir de alguna insoportable pesadilla durante los primeros días de Daneel Olivaw.

Mucho más cerca, entre los edificios más antiguos de la universidad, algunos de los actuales terrícolas habían emplazado un improvisado campamento donde trabajar para su último jefe, R. Gornon Vlimt. Dos de los ayudantes calvinianos de Gornon dirigían a los trabajadores que excavaban una especie de sarcófago de más de un centenar de metros de ancho. Se levantaron nuevos andamios hasta una grieta en la muralla de contención. En su interior, Hari atisbó los restos de un edificio más antiguo que cualquier otro que hubiera visto. Más antiguo quizá que el vuelo estelar.

A través de la grieta se filtraba un brillo pulsante que destacaba incluso a la luz del día.

Los terrícolas que trabajaban uniendo troncos y planchas de madera eran criaturas de aspecto demacrado, mal vestidas y dolorosamente delgadas, como si apenas sobrevivieran a base de aire sucio. Tenían el rostro demacrado, y algo acechaba en sus ojos… un fluctuar que parecía una distracción, hasta que Hari observó con más atención. Entonces cayó en la cuenta de que los nativos estaban escuchando continuamente, prestando atención a los más tenues sonidos: el caer de una piedra o el vuelo de una abeja. Aquella gente podía a duras penas ser considerada peligrosa de cerca, aunque Hari recordó que sintió algo muy distinto cuando sólo eran sombras oscuras en las colinas cercanas que lanzaban proyectiles de piedra a través de la noche.

—Lamentan el ataque —explicó R. Gornon, presentando a Hari al jefe local, un ser alto y delgado que hablaba un dialecto incomprensible—. Me ha pedido disculpas en nombre de su pueblo. El deseo de atacar les vino de pronto, inexplicablemente. Para expiar su falta de hospitalidad, el jefe quiere saber cuántas vidas deben ser sacrificadas.

—¡Ninguna! —Hari se sintió aterrorizado ante la idea—. Por favor, diles que se ha terminado. Lo hecho, hecho está.

—Desde luego, lo intentaré, profesor. Pero no tiene ni idea de lo seriamente que se toman los terrícolas estos asuntos. Su actual religión se basa en la responsabilidad total. Creen que todo esto. —Gornon indicó la desolación radiactiva— fue causado por los pecados de sus antepasados y que ellos conservan parte de la culpa.

Hari parpadeó.

—Han expiado toda culpa sólo con vivir aquí. Nadie merecería esto, no importa lo enorme que sea su crimen.

Gornon habló brevemente en el duro dialecto local, y el jefe gruñó, aceptando. Se inclinó una vez ante Gornon y luego ante Hari, y después retrocedió.

—No siempre fue así —le dijo el robot a Hari, mientras continuaban caminando—. Incluso diez mil años después de que el planeta fuera envenenado, unos cuantos millones de personas seguían viviendo en la Tierra, cultivando pedazos de buena tierra, viviendo en ciudades modestas. Tenían tecnología, unas cuantas universidades y algo de orgullo. Quizá demasiado orgullo.

—¿Qué quieres decir?

—Cuando el Imperio Galáctico empezaba a asentarse, trayendo la paz después de cien siglos de guerra y desunión, casi todos los planetas se unieron ávidamente a la nueva federación. Pero los fanáticos terrestres consideraron que era una blasfemia que otro mundo gobernara. Su Culto de los Antiguos planeó hacer la guerra contra el imperio.

—Ah, recuerdo que hablaste de esto antes. Uno contra millones… pero con horribles gérmenes como aliados.

—En efecto, un arma biológica de virulencia sin igual derivada de organismos encontrados aquí mismo en la Tierra. Un contagio que impulsaba a sus víctimas a esparcirlo aún más.

Hari hizo una mueca. La plaga era un factor que podía hacer que las proyecciones psicohistóricas fallaran… e incluso se desmoronaran.

—Con todo, el plan fue desbaratado.

Gornon asintió.

—Uno de los agentes de Daneel residía aquí, con la misión de vigilar el mundo madre. Por fortuna, ese agente tenía un aparato especial, capaz de aumentar los poderes neurales en ciertos tipos de humanos. Tuvo la suerte de encontrar un sujeto con las características adecuadas, sobre todo una fuerte convicción moral, y le dio a ese hombre poderes mentálicos, primitivos pero efectivos…

—¿Un mentálico humano, hace tanto tiempo?

—Ese hombre consiguió frustrar el plan. Así, indirectamente, el agente de Daneel impidió la catástrofe.

Hari reflexionó.

—¿Fue ese el fin de la civilización terrestre? ¿Evacuaron a la población para impedir más rebeliones?

—Al principio no. Al principio el imperio ofreció compasión. Incluso se tomaron medidas para restaurar la fertilidad de la Tierra. Pero se reveló demasiado caro. La política cambió. Las actitudes se endurecieron. Un siglo después, se dio la orden de evacuar. Sólo quedaron estos terrestres que se esconden entre la destrucción.

Hari dio un respingo al recordar a Jeni Cuicet, que se afanaba con tanta fuerza por evitar el exilio en Trantor.

No podemos controlar los vientos del destino, pensó.

La nave Orgullo de Rhodia se encontraba aún en el lugar donde había sido aparcada unos cuantos días antes, tras la cara norte del sarcófago. Sólo que ahora había un campamento de desaliñadas tiendas cerca, los habitáculos de los trabajadores. Algunos miembros de la tribu se congregaban alrededor de una olla, cocinando. El olor hizo que Hari arrugara la nariz, lleno de repulsión.

No muy lejos, divisó a una mujer mucho más fornida que ningún terrestre, vestida con prendas desgarradas que titilaban como el horizonte radiactivo. Caminaba, alzando una mano delante del rostro, murmurando rápidamente, y luego alzaba la otra mano. Hari reconoció a Sybyl, la científico-filósofa de Ktlina, ahora evidentemente atrapada en una etapa terminal del mal del caos: la fase solipsista, en la que la indefensa víctima entusiasma con sus cualidades únicas y corta toda conexión con el mundo exterior.

Todo se vuelve relativo, reflexionó Hari. Para un solipsista no existe la realidad objetiva, sólo la subjetiva. La seguridad furiosa y violenta de la opinión individual contra el cosmos entero.

R. Gornon Vlimt habló con voz queda, tan baja que Hari apenas entendió las palabras.

—Eso fue lo que el Culto de los Antiguos planeó desencadenar sobre la galaxia.

Hari se volvió a mirar al robot.

—¿Te refieres al Síndrome del Caos?

Gornon asintió.

—Los conspiradores desarrollaron una forma especialmente virulenta capaz de superar todos los mecanismos de control sociales que Daneel Olivaw había desarrollado para su nuevo imperio. Por fortuna, el plan fue desbaratado por su heroica intervención. Pero cadenas más débiles de la misma enfermedad ya se habían vuelto endémicas en la galaxia, quizá transmitidas por las primeras astronaves.

Hari sacudió la cabeza. Pero todo tenía demasiado sentido. ¡Advirtió de inmediato que el caos tenía que ser a la fuerza una plaga contagiosa!

La primera vez que golpeó, no pudieron darse cuenta de que era. Lo único que supieron fue que, en el cenit de su confiada civilización, la locura se esparcía bruscamente por todas partes.

Una cosa era que un renacimiento destruyera un mundo moderno como Ktlina, uno entre millones. Pero cuando sucedió la primera vez, la humanidad sólo se había extendido a unos cuantos planetas. La pandemia debió haber afectado a todos los seres humanos vivos.

De repente ya no pudo confiarse en nada más. La anarquía destruyó la gran Cosmópoli Técnica. Para cuando los disturbios cesaron y el polvo se despejó, la población de la Tierra había huido bajo tierra, ocultándose con psicótica agorafobia. Mientras tanto los espaciales renunciaron al sexo, el amor y todos los placeres gratificantes.

Hari se volvió hacia el robot.

—¿Comprendes lo que esto significa, no?

R. Gornon asintió.

—Es una de las últimas claves del enigma que llevas toda la vida intentando resolver. El motivo por el que no puede permitirse que la humanidad se gobierne a sí misma, o que avance sin obstáculos hacia su pleno potencial. Cada vez que tu raza se vuelve demasiado ambiciosa, esta enfermedad despierta y lo destruye todo.

Se encontraban ahora entre las tiendas. Hari vio que los otros miembros de la tripulación de Ktlina no se encontraban mejor que Sybyl. Uno de los soldados supervivientes miraba aturdido al espacio, mientras una mujer nativa trataba de darle de comer con una cuchara. Otro, sentado en el suelo, cruzado de piernas, explicaba entusiasmado a un grupito de niños de no más de dos años de edad por qué el nanotrascendentalismo era superior al neorruellianismo.

Hari suspiró. Aunque había combatido al caos toda la vida, los datos proporcionados por Gornon le permitían verlo con una perspectiva nueva. Tal vez el caos no era inherente a la naturaleza humana después de todo. Lo causaba una enfermedad, un factor importante que sus ecuaciones tal vez pudieran cambiar…

Suspiró, descartando la idea. Como el agente infeccioso responsable de la fiebre cerebral, esta enfermedad había evitado ser detectada y tratada por todos los médicos y biólogos de la galaxia durante mil generaciones. Era inútil soñar con encontrar una cura a esas alturas, cuando el Imperio se autodestruiría dentro de tan poco tiempo.

A pesar de todo, Hari reflexionó.

Mors Planch estuvo en Ktlina y en varios otros mundos del caos. Sin embargo, no sucumbió. ¿Podría haber una clave a todo esto en su inmunidad para la persuasión mentálica?

Un grupito se congregaba al fondo de la tienda más grande. Alguien hablaba nerviosamente, usando todo tipo de términos técnicos. Hari pensó que sería otro ktliniano enfermo, hasta que reconoció la voz, y sonrió.

Oh, es Horis. Bien, está sano y salvo.

A Hari le preocupaba el pequeño burócrata abandonado en la Tierra. Al acercarse, vio que entre el público de Antic se encontraban Biron Maserd y Mors Planch. Uno de los pilotos estelares era un prisionero esposado, y el otro un amigo de confianza, pero ambos adoptaban una expresión de divertido interés. El noble lo saludó con una sonrisa cuando Hari se aproximó.

Planch lo miró ansiosamente a los ojos, como diciendo que su conversación tenía que continuar pronto. Dice que tiene algo que quiero. Información tan importante para mí que forzaría las reglas en su favor, e incluso me arriesgaría a dañar a la Segunda Fundación.

Hari sintió curiosidad… pero esa sensación fue prácticamente derrotada por otra. Expectación.

Esta noche debo decidir R. Gornon no me obligará a viajar en el tiempo. La opción es completamente mía.

Horis advirtió por fin a Hari.

—Ah, profesor Seldon. Me alegro mucho de verlo. Por favor, échele un vistazo a esto.

En una burda mesa había varias docenas de material apilado que oscilaba entre lo sucio y lo mohoso o desmoronado. De hecho, parecían montones de tierra.

Naturalmente. Su profesión es el estudio de suelos. Es su anclaje en un momento como este. Algo a lo que aferrase ante todas estas preocupaciones.

Hari se preguntó si algunas de las muestras no serían peligrosas, pero tanto Maserd como Mors Planch se habían quitado la capucha de su traje de radiación, y tenían más tiempo de vida que arriesgar que Hari.

Horis mostró orgullosamente su colección.

—He estado ocupado, como puede ver. Naturalmente, sólo he tenido tiempo para un muestreo rutinario. Pero los terrestres son muy serviciales y envían a sus muchachos en todas direcciones a que tomen muestras para mí.

Hari captó la indulgente sonrisa de Maserd y asintió. Que Horis disfrute. Ya habrá tiempo para discutir asuntos más importantes antes de que caiga la noche.

—¿Y qué ha determinado hasta ahora?

—¡Oh, muchísimo! Por ejemplo, ¿sabía usted que los mejores suelos de esta zona no son de origen terrestre? Hay varios lugares, no lejos de Chica, donde plantaron muchas hectáreas de rica arcilla. El material procede inconfundiblemente del Mundo Lorissa, a más de veinte años luz de distancia. Lo trajeron aquí y lo esparcieron de forma limpia y organizada. ¡Alguien trató de restaurar este planeta! Situó el esfuerzo hace aproximadamente diez mil años.

—Hari asintió. Esto encajaba con lo que Gornon había dicho antes, que el imperio había intentado restaurar el mundo hogar, antes de cambiar de opinión, cerrar las universidades y evacuar a millones de sus hogares, dejando sólo una raza de abotargados supervivientes.

—¡Pero hay más! —insistió Horis Antic, acercándose al lugar donde había emplazado varios instrumentos. Me he quedado despierto toda la noche estudiando las emanaciones de esa cosa que los antiguos sellaron allí.

Hari señaló al inmenso sarcófago de acero y hormigón, y la grieta de entrada a la que los trabajadores de R. Gornon pretendían acceder por medio de sus andamios.

—No tengo las herramientas adecuadas ni la experiencia necesaria. Pero está claro que aquí hubo alguna especie de bucle en el continuo, hace mucho tiempo. Ahora está dormido, pero los efectos deben ser potentes cuando esa cosa despierta. Ese tiktok, el que se hace pasar por Gornon Vlimt, me hizo sentirme escéptico cuando habló de enviar a alguien a través del tiempo, Pero ahora tengo mis dudas.

El burócrata-científico sonrió.

—Lo que yo puedo decir, y el robot tal vez no se lo haya dicho, es que aunque el bucle espaciotemporal está dormido, hay efectos que permean todo este planeta. Uno de los más notables es un cambio en la estabilidad del óxido de uranio, una molécula ligera que se encuentra en las regiones hidrotermales de la mayoría de los planetas tipo terrestre. Sólo que aquí hay una predisposición ligeramente superior para que los átomos constituyentes…

Hari parpadeó, advirtiendo bruscamente algo. Le habían dicho que la transformación de la Tierra en un mundo radiactivo se produjo por la decisión de un robot, durante la era poscaótica. ¿Pero podrían haber sido sembradas antes las semillas? ¿En el brillante renacimiento en que Susan Calvin y sus contemporáneos no veían límites a su ambición ni a su poder?

¿Y si Giskard sólo amplificó algo que ya existía? ¿Pudo eso impulsar a los seguidores de Daneel a acceder? ¿Explicaría eso por qué aquel efecto sólo se produjo una vez? ¿En la Tierra?

Horis se dispuso a continuar explicando con entusiasmo los detalles de aquella antigua tragedia. Pero fue interrumpido por la campana de la cena… lo que significaba, compartir la hospitalidad de los terrícolas. R. Gornon consideraba que los terrícolas sentirían herido su orgullo si rehusaban.

Hari consiguió tragar unos cuantos bocados de engrudo indescriptible, y sonrió apreciativamente antes de excusarse. Tras subir despacio al montículo de escombros, se sentó ante las tres ciudades destrozadas y sacó de su bolsillo la última copia del Primer Radiante del Plan Seldon.

Se sentía un poco culpable por haber cogido la copia de Wanda, pero su nieta no lo advertiría, ni le importaría tampoco. Gaal Dornick y ella continuaban a bordo de su nave, conectados a máquinas de sueño hasta los procedimientos de esa noche.

Pronto he de decidir si avanzo cinco siglos… suponiendo que eso funcione como dicen, y no me desintegre sin más.

Sonrió ante esa idea. Parecía una forma interesante de desaparecer.

De todas formas, ¿qué tengo que…?

De repente, el cielo tembló con un resonante trueno, un estallido sónico. Alzó la cabeza. Allí donde unas cuantas estrellas habían empezado a brillar apareció un objeto reluciente, un cilindro alado que viró y planeó, disponiéndose claramente a aterrizar.

Hari suspiró. Tenía la esperanza de perderse durante un par de horas en sus amadas ecuaciones. Era absorbente contemplar el nuevo modelo matemático que había emergido, una pauta para el futuro, pero las ideas flotaban ya dentro de su cabeza y estaba seguro de que volver a comprobar el Primer Radiante no cambiaría nada.

Con esfuerzo, consiguió levantar su frágil cuerpo. Fluctuantes parches de radiación iluminaron su camino, siguiendo el serpenteante sendero de vuelta al campamento.

Para cuando lo alcanzó, los nuevos visitantes ya habían llegado.

Un par de mujeres se hallaban cerca de R. Gornon Vlimt. Una de ellas se volvió y sonrió, mientras Hari se acercaba al campamento de los terrestres.

—¿El invitado de honor, supongo?

La expresión de Gornon apenas varió.

—Profesor Seldon, permítame que le presente a Zorma y Cloudia. Han recorrido una gran distancia para ser testigos de los acontecimientos de esta noche, y para asegurarse de que no está usted sometido a ningún tipo de coacción.

Hari se echó a reír.

—Toda mi vida ha sido guiada por los demás. Si sé más y veo más que mis compañeros humanos, es porque eso sirve a algún plan a largo plazo. Así que decidme, ¿a qué tipo de robots pertenecéis? —les preguntó a las dos recién llegadas—. ¿Sois de otra secta de calvinianos? ¿O representáis a Daneel?

La llamada Zorma sacudió la cabeza.

—Nos hemos separado de los calvinianos y los giskardianos. Ambos grupos nos llaman pervertidos. Sin embargo, nos encuentran útiles cada vez que algo importante va a tener lugar.

—Pervertidos, ¿eh? —Hari asintió. Todo encajaba—. ¿Cuál de ustedes es la humana?

Cloudia se llevó una mano al pecho.

—Yo nací siendo una de los amos, hace mucho tiempo. Pero este nuevo cuerpo mío es al menos en una cuarta parte robótico. Zorma, aquí presente, tiene muchas partes protoplásmicas. Así que su pregunta es complicada, profesor Seldon.

Hari miró a R. Gornon, cuyo rostro no reveló nada, aunque podía simular toda la gama de emociones.

—Comprendo por qué las otras sectas positrónicas encuentran su política preocupante —comentó Hari.

Zorma asintió.

—Buscamos sanar la grieta entre nuestras especies difuminando la distinción. Ha sido un proyecto largo costoso, y no del todo satisfactorio. Pero seguimos con esperanza. Los otros robots nos soportan, porque sentirían una seria disonancia mental si trataran de eliminarnos.

—Naturalmente, si eres en parte humana, estás protegida por la Primera Ley. —Hari hizo una pausa—. Pero eso no será suficiente en sí mismo. Tiene que haber algo más.

Cloudia asintió.

—También proporcionamos un servicio. Somos testigos. No nos decantamos por ningún bando. Recordamos.

Hari no pudo dejar de sentirse impresionado. Esa pequeña secta había mantenido su existencia durante, largo tiempo, soportando el desprecio de fuerzas muy superiores, mientras mantenía cierto grado de independencia en una época en que la memoria humana estaba nublada por la amnesia. Hacían falta mucha disciplina y paciencia para soportar siglos así, resistiendo la siempre presente necesidad de actuar. En ciertos aspectos, requería un espíritu opuesto al de Mors Planch. De hecho, habría gente casi exactamente como…

Se dio la vuelta, buscando un rostro entre la multitud, escrutando más allá de Horis, Sybyl, los terrestres y Mors Planch.

La mirada de Hari se posó en el noble de Rhodia, Biron Maserd, que se mantenía apartado de la multitud, cruzado de brazos, con expresión de indiferencia. Hari vio ahora a través del disfraz.

—Venga, mi joven amigo —instó al alto lord—. Venga a unirse a sus camaradas. Que no haya más secretos entre nosotros. Es la hora de la verdad.