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Hari decidió no decirle a su nieta que le habían robado la copia del Primer Radiante. Si se la había llevado Gornon, ahora no podrían recuperarla. Pero el robot calviniano había manifestado un profundo respeto por el Plan Seldon. Hari estaba seguro de que la sección de Gornon nunca se inmiscuiría en el experimento Terminus, aunque consiguieran descifrar las protecciones supercrípticas del artilugio. Simplemente habían pretendido enviar a Hari a quinientos años en el futuro para que afinara sus modelos y «juzgara» una nueva sociedad creada por la Fundación.

Wanda tenía una versión posterior y mejor del Primer Radiante a bordo de su nave. Hari se zambulló rápidamente en ella para incorporarle factores y ecuaciones que explicaran lo aprendido en aquel viaje. Entre los nuevos elementos se encontraban los factores de control que había notado en falta en sus ecuaciones durante años: fiebre cerebral, aparatos de persuasión orbitales, además de la historia largamente oculta de las máquinas terraformadoras y los archivos que había descubierto en la Nebulosa Thumartin. Antes de que la nave de Wanda terminara de salir de la influencia gravitatoria de la Tierra, vio ya un esbozo mejorado… un esbozo que explicaba muchas cosas tanto del pasado como del futuro.

Mientras Gaal Dornick pilotaba, el noble Biron Maserd se enzarzó en una fútil discusión con Wanda Seldon.

—¿No depende todo su grandioso Plan del secreto? Sin embargo, no le importa dejar a Horis y a los demás en la Tierra. Si los rescatan, o consiguen reparar su nave, hablarán.

—Es de esperar —respondió Wanda.

Maserd sacudió la cabeza.

—¡Aunque eso no suceda, habrá otras filtraciones! A lo largo de los siglos, nada de esta magnitud puede ser mantenido permanentemente en secreto. El profesor Seldon incluso grabó mensajes para que sean entregados en Terminus mucho después de su muerte. No pueden estar seguros de que la gente del futuro carezca de medios para curiosear por delante de su tiempo. Supongo que no comprendo su confianza, a la vista de tan inevitables revelaciones.

Con nada más que hacer por el momento, Wanda adoptó el aspecto de una maestra paciente, aunque su alumno posiblemente olvidaría todo aquello cuando la nave llegara a Trantor.

—Inevitable. Es cierto, milord. Pero la psicohistoria es principalmente un estudio de masas de población. Sólo en circunstancias especiales cuentan las acciones de los individuos. Durante el imperio, docenas de mecanismos sociales han actuado mucho tiempo para mantener el conservadurismo y la paz, a pesar de que existieran frecuentes perturbaciones. Cuando el imperio caiga, operarán factores distintos. Pero en la mayoría de la galaxia el efecto será el mismo. Una enorme mayoría de personas no hará caso a los rumores sobre robots y humanos con poderes de control mental. Puede que incluso haya unos cuantos programas paranoicos de entretenimiento o de noticias al descubierto… ¡algunos probablemente sean fieles al detalle! Y sin embargo, serán anulados, ya que la gente estará distraída con las necesidades de cada día. Todo esto se ha previsto en el Plan.

—¿Entonces está usted diciendo que el impulso de la historia es imparable? En ese caso, ¿por qué es necesaria su guía? ¿Por qué un grupo secreto de controladores? ¿No tienen fe en sus propias ecuaciones?

La pregunta de Maserd penetró el trance matemático de Hari. Fue como un cuchillo que apuñalara una vieja herida familiar. La confiada respuesta de Wanda no alivió el dolor.

—Puede que haya perturbaciones que precisen de esa guía. Hemos estudiado muchos escenarios, especulando sobre factores que tal vez surjan de la nada, desviando el Plan.

Hari había participado en esas extrapolaciones informatizadas. El más poderoso factor externo que amenazaría la estabilidad del plan había sido el descubrimiento de humanos con poderes mentálicos. Amenazaba con hacer que todo fuera absolutamente inviable, hasta que el mecenas secreto de Hari, Daneel Olivaw, ofreció una solución: incorporar a todos los mentálicos conocidos dentro de la Segunda Fundación, convirtiendo una pequeña sociedad de matemáticos en una potente fuerza para guiar a la nueva sociedad de Terminus y sortear cada bache y desvío.

—Supongo que es una forma de abordarlo, y que, ustedes, los genios matemáticos, saben más que yo. Pero perdonarán a un ignorante miembro de la clase noble por preguntar… ¿Han considerado la alternativa?

—¿Qué alternativa es esa, milord?

—¡La alternativa de compartir el secreto con todo el mundo! —Maserd se inclinó un poco más hacia Wanda, abriendo mucho las manos—. Publicar todo el Plan, esparcir el conocimiento de la psicohistoria por toda la galaxia, de modo que los miembros de todas las clases sociales, desde la nobleza y los burócratas hasta los ciudadanos corrientes, puedan visualizar modelos informatizados…

—¿Y para qué iba a servir eso?

—¡Permitiría que todas las personas trataran con sus vecinos sobre la base de una comprensión mucho mejor! Con un conocimiento de la naturaleza humana que ahora guardan ustedes para sí.

Wanda miró a Maserd un momento y se echó a reír.

—Tiene usted razón, lord Biron. Las razones son demasiado técnicas para explicarlas. ¡Pero sin duda, aunque sea a nivel visceral, entiende usted lo tonta que sería esa idea! Si todo el mundo conociera las leyes de la humánica, y pudiera acceder a ellas con un ordenador de bolsillo, las interacciones resultantes se volverían tan enormemente complejas que no podríamos modelarlas. El Plan mismo desaparecería.

Hari estaba de acuerdo con Wanda, y sin embargo se sintió divertido, e incluso un poco atraído, por la atrevida idea del joven noble. Tenía un regusto a la utopía que a menudo veía durante las primeras fases de algunos renacimientos-caos. Y sin embargo, había algo estéticamente atrayente en este paralelismo ¿Podría una población evitar la trampa del caos si todos sus miembros, emplearan la psicohistoria para ver los peligros que les acechaban en el camino? ¿Si reconocieran los síntomas del caos, como el solipsismo, por adelantado?

Naturalmente, Wanda tenía razón. Las ramificaciones no podrían ser modeladas. Era demasiado arriesgado tratar la idea de Maserd en el mundo real. Y sin embargo…

Alguien se sentó cerca y distrajo a Hari. Mors Planch llevaba esposas de contención, pero podía moverse con libertad por la cabina. El capitán pirata de piel oscura se acercó.

—No quiero que vuelvan a borrarme la memoria, doctor Seldon. Su nieta acaba de decir que su maravilloso Plan puede soportar que algunos individuos sepan demasiado. Si es así, ¿por qué no me dejan marchar cuando lleguemos a Trantor?

—Es usted un individuo extremadamente dinámico, capitán Planch. Encontraría algún astuto modo de usar el conocimiento contra todos nosotros.

Planch sonrió torvamente.

—¿Así que ahora se ha vuelto usted un hereje de su psicohistoria? ¿Cree en el poder del individuo?

Hari se encogió de hombros, rehusando contestar a la indiscreción del pirata.

—¿Y si le ofreciera algo a cambio de mi libertad? —dijo Planch en voz baja.

Hari se sentía fatigado por los incansables movimientos y el incesante planear de aquel hombre. Fingió concentrarse en la conversación entre Biron y Wanda.

—¿Pero importará eso? —Maserd estaba cada vez más entusiasmado—. Imagine que todos los millones de habitantes de la galaxia proyectaran adecuadamente la conducta humana, planificando por adelantado sus propios intereses, teniendo al mismo tiempo en cuenta la salud general de la sociedad. ¿No será eso más fuerte que un solo modelo o plan? Incluso yo puedo ver que las estrategias individuales de la mayoría de la gente cancelarían a las de los demás. Pero el resultado global debería ser una humanidad más sabia, más fuerte y capaz de cuidar de sí misma…

La voz de Biron se apagó. Al principio Hari pensó que fue a causa de la expresión de Wanda. Amaba mucho a su nieta, pero a veces parecía demasiado segura, incluso condescendiente en su confianza como agente del destino.

Entonces Hari vio que Maserd ni siquiera miraba a Wanda. La boca del noble expresaba una completa sorpresa. Cerca, Mors Planch se envaró, súbitamente tenso.

Hari se enderezó. Incluso las ecuaciones que todavía corrían por los rincones de su mente huyeron bruscamente, como enjambres de criaturas voladoras expulsadas por la presencia de un depredador cercano. Parpadeó, y vio cómo al otro lado de la cabina de la nave un intruso acababa de salir de un compartimiento de almacenamiento… más pequeño que un ser humano, vestido con unos pantalones cortos y con el cuerpo demasiado cubierto de pelo marrón. Las cuencas oculares sobresalían en una frente que se curvaba hacia atrás de una manera que no parecía humana ni animal.

Hari reconoció al momento al chimpancé, o pan, cuya feroz mueca dejaba al descubierto unas intimidatorias hileras de dientes amarillos. En su mano derecha la criatura empuñaba un objeto bulboso, un cilindro redondeado terminado en una boca acampanada. Aunque no era una pistola de rayos, saltaba a la vista que se trataba de un arma. En la otra mano sostenía una grabadora, que se activó en modo reproductor.

Hola, queridos amigos —dijo la inconfundible voz de Gornon Vlimt—. Les insto a permanecer en calma. La criatura que tienen ante ustedes, indetectable por cualquier mentálico, robot o humano, no hará daño a nadie. Yo nunca lo permitiría, aunque ahora deben ustedes quedarse temporalmente indefensos para impedir nuevas interferencias en nuestros planes.

»Por favor; intenten relajarse. Hablaremos en persona pronto… cuando se encuentren de nuevo en la superficie del mundo que nos engendró a todos.

La voz de Gornon se apagó, y la unidad reproductora se detuvo con un chasquido audible. En ese punto, el pan hizo una mueca, como si comprendiera lo que estaba a punto de suceder.

Mors Planch y Biron Maserd avanzaron hacia la criatura. Hombres de acción, habían acordado silenciosa y rápidamente atacarla desde direcciones opuestas. Mientras tanto, Wanda se concentró con el ceño fruncido intentando con sus poderes mentálicos contactar y dominar los pensamientos de una mente extraña.

Hari podría haberles advertido que no se molestaran. El chimpancé pulsó el disparador del arma y un chorro de gas inundó la sala, incoloro pero con un alto índice de refracción. Hari advirtió que el pan llevaba filtros en la nariz.

Tanto da, pensó. Había asuntos que terminar allá en la Tierra.

Aquellos asuntos habían esperado veinte mil años o más. Calculó que no importaría si esperaban un poco más.

Sorprendido por su propia ecuanimidad, con una leve sonrisa en los labios, Hari se sentó en su silla mientras todos los demás jadeaban, se debatían y caían al suelo. Cerró los ojos, abandonando la conciencia con una sensación de serena expectación.