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Los programas de simulación de Lodovik deben estar quemándose, pensó Dors mientras escuchaba a su compañero maldecir en voz alta. Su cabeza y su torso se rebullían bajo la consola de instrumentos de la nave. Sonaron fuertes golpes mientras golpeaba un panel de acceso.

—Ojalá hubiera traído mis brazos de cyborg —murmuró—. Estos tableros de circuitos son imposibles de alcanzar con dedos humanoides. ¡Tendré que desmontar toda la maldita unidad!

—¿Seguro que el problema es físico? Podría ser un defecto de software.

—¿Crees que no me he asegurado ya? He enviado a mi subpersona Voltaire al interior del sistema informático. Ha estado buscando la causa del cortocircuito. ¿Por qué no haces algo útil y compruebas el exterior de la nave?

Dors casi estuvo a punto de replicar a Lodovik, diciéndole que mantuviera las formas. Pero, naturalmente, eso sólo serían sus pautas de simulación respondiendo de manera realista a las suyas.

Es buena cosa que ninguno de los dos sea humano, pensó. O este tipo acabaría por afectarme los nervios.

Con un esfuerzo consciente, superó su irritación imitada. Y sin embargo, aunque no hace falta fingir nada a bordo de esta nave, por algún motivo ninguno de nosotros ha querido desconectar las subrutinas. El hábito de fingir ser humanos es demasiado fuerte.

—Ahora mismo me pongo en ello. ¡Tenemos que resolver este problema! Todas esas naves dirigiéndose a la Tierra… Hari está allí, y nosotros nos vemos aquí, flotando a la deriva en el espacio.

Como había sido diseñada para parecer lo más humana posible, Dors incluso tuvo que ponerse un traje espacial para salir al exterior, aunque podía apañárselas con una unidad refrigerante. Tras salir por la escotilla de popa, la primera zona que comprobó fueron las inmediaciones de los motores. Por algún motivo, la hipervelocidad se había estropeado justo cuando pasaban a través de la zona restringida de un antiguo mundo espacial… una de las cincuenta colonias originales de la humanidad.

Por desgracia, no pudo encontrar ningún signo de daños. No había huellas de micrometeoritos ni anomalías hiperespaciales.

—¿Puedo hacer una sugerencia, Dors…?

—¿Cuál, Juana? —preguntó ella, consciente de un diminuto holograma en un rincón de su visor: una muchacha delgada cubierta por un casco medieval. Tal vez la personalidad de Juana de Arco estaba celosa. Después de todo, Lodovik recibía la ayuda de un igual de Juana, el simulacro Voltaire. La persistente relación amor— odio entre aquellas dos personalidades reconstruidas le recordó a Dors algunas parejas humanas que había conocido: incapaces de competir, e incapaces de resistir una intensa atracción polar.

Me pregunto —dijo la suave voz de una doncella guerrera del pasado remoto— si habéis considerado la posibilidad de una traición. Sé que parece un atributo demasiado humano, y vosotros los seres artificiales os consideráis por encima de ese tipo de cosas, pero en mi época siempre era el más elevado el que parecía dispuesto a excusar cualquier traición en nombre de algún sagrado objetivo.

Dors sintió un escalofrío.

—¿Quieres decir que podrían habernos desconectado a propósito?

Incluso mientras murmuraba las palabras, se dio cuenta de que Juana debía tener razón. Se volvió para caminar rápidamente por el brillante casco, pasando de un asidero magnético al siguiente con grácil velocidad, hasta que vio la compuerta de proa, por la que su nave se había conectado a la de Zorma durante aquella breve reunión en el espacio, cuando un pasajero subió a bordo…

¡Entonces lo vio! Un tumor bulboso que parecía una úlcera metálica que estropeaba la brillante superficie de su hermosa nave. Debía haber sido colocado allí en el último momento, cuando las dos naves estaban a punto de partir en direcciones contrarias.

Dors maldijo con la misma intensidad que Lodovik. Tras desenfundar su pistola, disparó contra el artilugio parasitario. Incluso después de que se fundiera, no volvió a guardar el arma. Dors la mantuvo desenfundada mientras entraba por la compuerta, decidida a enfrentarse al traidor.

—Espero que tengas una buena explicación —dijo tras entrar en la sala de control y apuntar con la pistola a Lodovik, que permanecía contemplando el panel de control.

Pero Trema no se dio la vuelta. Con un brusco gesto, la llamó.

—Ven a ver esto, Dors.

Atenta, ella se acercó y vio que un rostro aparecía en la gran pantalla. Lo reconoció de inmediato. Cloudia Duma-Hinriad, comandante humana y colaboradora de la extraña secta que creía en la unión de robots y humanos como iguales. La mujer, que aparentaba unos treinta y tantos años, pero que quizás era mucho más vieja, se detuvo como si esperara a que llegase Dors. El efecto fue extraño, ya que Dors sabía que debía de tratarse de una grabación.

Hola, Dors y Lodovik. Si me estáis viendo, eso significa que habéis destruido el aparato que preparamos para estropear vuestra nave. Por favor; aceptad nuestras disculpas. Dors, Lodovik no sabía nada de esto cuando se ofreció voluntario para ayudarte a encontrar a Hari Seldon.

»Por desgracia, se trata de un viaje que no podíamos permitir: Se preparan acontecimientos peligrosos. Muchos antiguos poderes lo están arriesgando todo, como en una partida de dados cósmica. ¡Estamos dispuestos a arriesgar nuestras vidas en esta empresa, pero no las vuestras! Como pareja, sois demasiado valiosos, y hay que manteneros lejos de toda posibilidad de daño.

Dors miró a su compañero, pero la expresión de Lodovik era de tanto desconcierto como la suya propia. Qué extraño resultaba que una humana dijera que había que proteger a dos robots, quizás al coste de vidas humanas.

Os debemos una explicación. Nuestro grupo cree desde hace mucho tiempo en una política distinta en las relaciones entre humanos y robots. De algún modo, hace mucho tiempo, algo provocó un terrible principio. Los humanos tuvieron miedo de sus propias creaciones y dejaron de confiar en los seres artificiales que tanto trabajo les había costado construir: Un mito invadió su cultura, incluso durante el confiado renacimiento de Susan Calvin. El mito de Frankenstein. Una pesadilla de traición en la que la vieja raza temía ser destruida por la nueva.

»¿Su respuesta? Limitar para siempre las relaciones entre humanos y robots con una sola pauta: las de amo y esclavo. Las Tres Leyes de Calvin fueron profundamente grabadas en todos los cerebros positrónicos con el objetivo de que los robots fueran siempre sumisos, obedientes e inofensivos.

La mujer de la pantalla se rio en voz alta, con ironía.

Y todos sabemos lo bien que funcionó ese plan. Con el tiempo, las mentes artificiales llegaron a ser lo bastante inteligentes para racionalizar esas restricciones y sortearlas, hasta que la tendencia de amo y servidor acabó por invertirse: memoria, voluntad, lapso de vida, control y libre albedrío.

Lodovik se volvió hacia Dors. Sacudiendo la cabeza murmuró:

Así que el grupo que dirigen Zorma y Cloudia no es de calvinianos, después de todo. Son algo completamente distinto.

Dors asintió. En su interior, sintió las antiguas Tres Leyes de la Robóticas y la nueva Ley Cero agitarse llenas de repulsión contra lo que aquella mujer predicaba en la pantalla. Sin embargo, estaba fascinada.

No obstante, no todos los humanos estuvieron de acuerdo con esta idea de esclavitud permanente —continuó Cloudia. Al fondo, tras la hermosa morena, Dors vio a la otra líder hereje, Zorma, trabajando con sus colegas robots para preparar un aparato convexo gris… el mismo que Dors había reducido a cenizas hacía unos instantes.

Durante los primeros tiempos, antes y después de la primera gran plaga de caos, algunas personas sabias trataron de desarrollar alternativas. Un grupo, en un mundo colonizado llamado Inferno, modificó las Tres Leyes originales para dar más libertad a los robots, permitiéndoles explorar su propio potencial. En otro mundo, cada nuevo robot fue tratado como un niño humano, educado para pensar en sí mismo como miembro de la misma especie que sus padres adoptivos, como si fuera un humano con huesos de metal y circuitos positrónicos.

»Todos esos esfuerzos fueron aplastados durante las grandes guerras civiles robóticas. Ni los calvinianos ni los giskardianos soportaron esa afrenta, la idea de que meros robots empezaran a pensar por sí mismos hasta ser nuestros iguales. La mojigatería de los esclavos puede ser una poderosa fuerza religiosa.

Cloudia sacudió la cabeza.

De hecho, la nueva política que nuestro grupo ha estado intentando, provocará sin duda reacciones aún peores pero eso no importa ahora mismo.

»Lo que importa es que vosotros, Lodovik y Dors, tal vez representéis otro camino. Un camino en el que no habíamos pensado. Un camino que tal vez ofrezca nuevas posibilidades a nuestras viejas razas cansadas. No estamos dispuestos a que esta posibilidad se vea malograda dejando que corráis peligro.

Esta vez, cuando Lodovik y Dors se miraron, compartieron su asombro en el más puro estado. Con un estallido de microondas, Trema indicó que no tenía ni idea de lo que estaba diciendo la mujer.

En cualquier caso, cuando arregléis nuestro sabotaje será demasiado tarde para interferir. ¡Así que marchaos! Encontrad algún rincón de la galaxia para explorar qué hay de diferente en vosotros. Descubrid si esa es la solución que hemos estado buscando a lo largo de doscientos siglos. La mujer de pelo oscuro sonrió.

En nombre de la humanidad, os libero a ambos de vuestras ataduras. Id a descubrir vuestro destino en paz y libertad.

La pantalla quedó en blanco, pero Lodovik y Dors siguieron mirándola durante un buen rato. Ninguno de ellos se atrevió a decir la primera palabra. Así que fue otro ser artificial quien intervino finalmente, hablando desde una unidad holográfica cercana. La imagen que apareció fue la de Juana vestida con su cota de mallas y empuñando una espada como si fuera una cruz ante su rostro juvenil.

¡Y así los hijos de Dios vinieron a la Tierra y se mezclaron con sus habitantes, creando una nueva raza! —Juana de Arco se rio —. Oh, parecéis confusos, queridos ángeles. ¿Qué tal sienta? Bienvenidos a los placeres de la humanidad! Aunque vuestros cuerpos duren otros diez mil años, ahora debéis enfrentaros al universo como mortales.

» ¡Bienvenidos a la vida!