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Mientras un tenso enfrentamiento se cernía sobre ellos, Hari advirtió que habían empezado a atraer espectadores. Horis Antic señaló hacia el borde del cercano risco, donde se veían los restos de algún antiguo edificio universitario. Distinguieron allí agazapadas a un grupo de oscuras figuras que, de vez en cuando, se alzaban para ver a los humanos reunidos en torno a la nave espacial.

—Creía que los últimos habitantes fueron evacuados hace diez mil años —dijo el burócrata.

Biron Maserd asintió.

—La universidad a la que asistió mi antepasado… me pregunto si pudo ser esta. Fue uno de los últimos lugares en ser desconectados antes de la evacuación final. Pero quizás algunos se quedaron.

Sybyl se encontraba cerca de ellos. Sus ojos saltaban de las cimas de la colina a la pantalla de su ordenador.

—Parecen ser humanos, aunque hay… anomalías. Las pobres criaturas sólo querían quedarse en su casa, el hogar de la humanidad… pero el imperio se llevó todo aquello que hacía posible la vida normal. No imagino cómo habrá sido tratar de sobrevivir en este maelstrom radiactivo durante tantos años. Sin duda debe haberlos cambiado.

Maserd suspiró. Hari fue quizás el único que oyó al noble murmurar una sola palabra entre dientes.

Especialización

No muy lejos, Mors Planch consultaba con uno de sus soldados voluntarios de Ktlina. El capitán pirata se volvió para informar a sus cautivos.

—La nave que se acercaba ha aterrizado al oeste de aquí. Posee un sistema de camuflaje imperial avanzado. Incluso en Ktlina sólo pudimos penetrar en el secreto de sus sistemas de protección durante los últimos meses… demasiado tarde para ese renacimiento. Pero tal vez en la próxima ocasión los rebeldes estarán mejor preparados.

Mors Planch no parecía preocupado. Sus hombres estaban bien situados. Y un aparato flotaba a diez metros sobre la nave, rotando constantemente sobre un cojín de antigravedad, enviando ondas de energía sintonizadas para detectar la llegada de cerebros positrónicos.

—¿Por qué no despegamos de una vez? —preguntó Sybyl.

—Algo les ha sucedido a nuestras naves de escolta. Quiero averiguar más antes de salir al espacio.

Bruscamente, un oscuro proyectil cayó del cielo para estrellarse en el suelo a pocos metros de sus pies. Aquella primera arma de piedra fue seguida por más, guijarros irregulares y algún fragmento de cristal, y pronto una lluvia de piedras cubrió el pequeño campamento, chocando contra el casco de la nave y haciendo que todo el mundo corriera para ponerse a cubierto.

Tras encontrar una seguridad relativa bajo uno de los alerones estabilizadores de la nave, Hari se acurrucó entre Horis y Maserd. Oyó las descargas láser de las armas de los soldados. El borde de una colina cercana se cubrió de explosiones mientras los hombres de Ktlina disparaban salvajemente para despejar la cima. Hari vio como un nativo, una silueta negra contra las nubes iluminadas por la luna, se preparaba para dar impulso a una honda de cuerda y disparaba su primitivo proyectil antes que un rayo láser lo cortara por la mitad. Durante unos instantes, todo fue ruido y confusión, gritos de furia, dolor y terror…

… luego todo quedó en silencio. Hari escrutó la noche y no vio más movimiento entre las montañas de escombros. Cerca, dos soldados de Ktlina yacían desplomados en el suelo.

Mors Planch se levantó, seguido de Sybyl y Maserd. Horis Antic permaneció agazapado junto al casco de la nave, pero Hari se incorporó justo a tiempo de ver a alguien más salir de las sombras, una silueta más allá del extremo de la nave.

Una voz familiar habló entonces… suave pero firme y decidida.

—Hola, abuelo. Estábamos preocupados por ti.

Hari parpadeó varias veces al reconocer la voz y silueta de su nieta.

—Hola, Wanda. Siempre me alegro de verte. Pero me pregunto por tus prioridades. El trabajo en Trantor está en estado crítico, y yo sólo soy un viejo. Espero que el sentimentalismo no te hiciera seguirme por toda la galaxia.

Hari ya había advertido varias cosas. Ninguno de los soldados de Ktlina seguía en pie. No todos podían ser víctimas del ataque por sorpresa de los terrícolas.

También Sybyl parecía sometida, aunque no del todo inconsciente. Estaba sentada en el suelo, con la cabeza apoyada en las manos, meciéndose adelante y atrás, como una persona demasiado confusa para ordenar sus pensamientos.

—Por favor, repréndeme más tarde, abuelo —le dijo Wanda, con expresión de intensa concentración, mientras miraba a Mors Planch—. Tuvimos buenos motivos para venir hasta aquí, pero las explicaciones pueden esperar. Mientras tanto, ¿quiere uno de ustedes, caballeros, desarmar a este hombre? Es fuerte y creo que no podré contenerlo mucho tiempo.

Biron Maserd dejó escapar un grito mientras se abalanzaba hacia Mors Planch, que había desenfundado su pistola y la alzaba despacio. Perlas de sudor corrían por la frente del capitán pirata, que pugnaba para acercar el pulgar al disparador.

Maserd lo empujó, haciendo que el disparo se desviara y pasara a un palmo de la nieta de Hari, para derrumbar la pared de un antiguo edificio universitario. El noble se apoderó del arma y apuntó con ella a su propietario. En ese momento, Wanda y Mors Planch se relajaron de repente. Cada uno dejó escapar un profundo suspiro, pues su batalla personal había quedado decidida.

—Es duro —comentó Wanda—. Los hemos encontrado bastante últimamente, sobre todo entre los exiliados de Terminus. Suponen un estorbo para nuestros cálculos.

—Alguien me dijo que Mors Planch es distinto porque es normal —musitó Hari—. ¿Sabes qué quiere decir eso?

Wanda negó con la cabeza.

—Es uno de los motivos por los que estoy aquí, abuelo. Así que no te preocupes. No he abandonado mis prioridades por simple sentimentalismo. Hay justificaciones pragmáticas para este rescate… aunque me alegraré de llevarte a casa.

Hari pensó en eso. ¿A casa? ¿A vivir de nuevo en una silla de ruedas, contemplando informes que su mente ya no podía comprender del todo? ¿De vuelta a ser reverenciado pero inútil? De hecho, desde que terminó sus grabaciones para la Cripta del Tiempo, sólo se había sentido verdaderamente vivo durante esta aventura. En cierto modo extraño, lamentaba verla terminar.

Se volvió hacia Mors Planch e hizo la pregunta directamente:

—Bien, capitán. ¿Puede usted arrojar alguna luz sobre esto? ¿Por qué cree usted que es resistente a la persuasión mentálica?

Aunque abatido por este cambio de fortuna, Planch no mostraba ningún indicio de rendición o de derrota.

—Averígüelo usted mismo, Seldon. Si hay más gente ahí fuera que puede resistirse al control mental, que me zurzan si voy a ayudarles a descubrir por qué. Planeen un modo de vencerlos.

Wanda asintió.

—Sí, lo haremos. Por el bien de la humanidad. Porque el Plan requiere correcciones… guía.

—¿Igual que guio a esos pobres terrestres para que nos atacaran con piedras, distrayéndonos hasta que pudo acercarse e inutilizar a mis hombres? —dijo Planch—. ¿Cuántos han muerto? Al menos un robot tendría remordimientos.

Horis Antic se unió al grupo junto a la compuerta.

—Esperen un momento —interrumpió el pequeño burócrata—. ¡No lo entiendo! ¡Creía que Planch tenía defensas contra los robots!

Miró a Wanda.

—¿Quieren decir que es humana? ¿Que existen mentálicos humanos?

Mors Planch dejó escapar un suspiro.

—Ahora recuerdo. Lo supe antes, pero alguien debió someter mi memoria a bloqueo. —Se encogió de hombros—. Tal vez los robots que gobiernan nuestro universo consideran que deben compartir su gran arma con algunos de sus soldados esclavos, para permitir que sus lacayos nos mantengan a los demás bajo control. Es culpa mía. Tendría que haber previsto esa posibilidad. Lo tendré en cuenta la próxima vez.

—Valientes palabras —aplaudió Wanda—. Pero allí, está usted confundido. Los humanos somos los amos del cosmos. Tardaremos algún tiempo en alcanzar el punto en que podamos superar el obstáculo del caos y asegurar nuestra soberanía. En cualquier caso, no recordará usted nada de todo esto. Me temo que esta vez tendremos que borrar a nivel más profundo. Cuando estemos en el espacio y todo el mundo se haya calmado…

Mors Planch hizo una mueca, apretando firmemente los labios con resignación. Pero Horis Antic gruñó y se tomó otra píldora azul.

—No quiero que me borren la mente. Va contra la ley. ¡Exijo mis derechos como ciudadano imperial!

Wanda miró a Hari. Tal vez una semana antes él hubiese respondido con una sonrisa indulgente, compartiendo su diversión por la ingenuidad del pequeño burócrata. Pero por algún motivo, Hari sintió una emoción desacostumbrada: la vergüenza. Apartó la mirada evitando encontrar los ojos de su nieta.

—Debemos partir ahora mismo —dijo Wanda indicando a todos que empezaran a andar. Entonces Hari vio a Gaal Dornick salir de las sombras. El grueso psicohistoriador sostenía con evidente incomodidad un rifle láser con ambas manos.

—¿Qué hay de los demás? —preguntó Dornick, señalando a los soldados de Ktlina que yacían inconscientes en el suelo, y a Sybyl, que seguía meciéndose adelante y atrás, canturreando tristemente para sí.

Wanda sacudió la cabeza.

—La mujer sufre de un absoluto ataque de caos, y los demás no están mucho mejor. Nadie creerá sus historias. No lo suficiente para perturbar el Plan. No tengo tiempo para provocar amnesia selectiva a todos ellos. Estropea su nave y luego nos pondremos en camino.

Hari comprendía el razonamiento de su nieta, Podía parecer cruel dejar a Sybyl y los demás en un mundo envenenado, con la única compañía de mutantes terrícolas. Pero los miembros de la Segunda Fundación estaban acostumbrados a pensar en términos de enormes poblaciones, representadas por ecuaciones en el Plan, y a tratar a los individuos como poco más que moléculas de gas.

Yo mismo he pensado en esos términos, reflexionó.

Sin duda el robot Gornon regresaría en cuanto Wanda, se marchara. Los calvinianos de la secta de Gornon podían estar en desacuerdo con él en muchas cosas, pero cuidarían de Sybyl y los demás mientras tomaban las medidas pertinentes para mantener en secreto lo sucedido.

—Bien, entonces ven por aquí, amigo mío —dijo Biron Maserd, pasando un brazo por los débiles hombros de Horis Antic—. Parece que regresamos a Trantor. Tal vez nunca sabremos qué aventura hemos corrido. Pero te aseguro que cuidaré de ti.

El pequeño burócrata Gris sonrió mansamente al alto aristócrata. Horis parecía a punto de expresar su gratitud cuando puso los ojos bruscamente en blanco. Se dobló y se desplomó en el suelo a los pies de Maserd. Pronto sus ronquidos sonaron en el valle.

Wanda suspiró.

—Muy bien, pues. No pretendía lidiar con su mente nerviosa, de todas formas. Si el destino lo deja en la Tierra, que así sea. Los demás tenemos un duro viaje por delante si queremos llegar a Trantor esta misma semana.

Hari vio que Maserd debatía brevemente consigo mismo. Era fácil ver qué inquietaba al noble si recoger a Horis y llevarlo en brazos o dejar atrás al Gris. Hari no se sorprendió cuando Maserd dejó escapar un suspiro, se quitó la chaqueta y la colocó sobre Horis Antic.

—Duerme bien, amigo mío. Al menos, si te quedas aquí, tu mente seguirá siendo tuya.

Se marcharon juntos, Maserd, Planch y Hari, detrás de Wanda, mientras Gaal Dornick cubría la retaguardia. Hari miró hacia atrás y vio una única fuente de luz brillando entre los antiguos edificios de la universidad, el resquebrajado cascarón del mausoleo donde R. Gornon Vlimt había pretendido enviarle a una aventura que ahora nunca tendría lugar.

Aunque Hari había dudado de la validez de la idea, sintió sin embargo una oleada de decepción. Tal vez hubiera sido hermoso ver el futuro.

Pronto estuvieron a bordo de la nave de Wanda, luchando contra la gravedad de la Vieja Tierra mientras partían del planeta madre. Un planeta cuyos continentes brillaban con un fuego que no podía ser sofocado.