—¿Así, que todo esto es para calmar la comezón de un robot? —preguntó Biron Maserd cuando Hari le explicó la propuesta. Junto con Horis Antic, estaban sentados en la cima de una colina que dominaba la sucia orilla que antiguamente fuera el lago Michigan.
—Todos hacen lo que consideran que es lo mejor para nosotros —resumió el noble—. ¡Pero según parece quieren que parezca que cuentan con nuestra aprobación!
Hari asintió. A esas alturas los otros dos hombres comprendían la base fundamental de la conducta robótica: las Tres Leyes estaban tan profundamente inscritas en sus cerebros positrónicos que no podían ignorarlas. Pero hacía ya mucho tiempo que Daneel Olivaw y otro antiguo robot descubrieron un bucle que les permitió anular las viejas Leyes Calvinianas cada vez que podía justificarse que actuaban por el bien de la humanidad a largo plazo. Sin embargo, las antiguas leyes permanecían, como un instinto que nunca podría ser purgado por completo, como un hambre que busca ser satisfecho o un picor que hay que rascar.
—Por eso el grupo de Daneel filtró la información suficiente para llamar la atención de Horis y preparar nuestra partida de Trantor —explicó Hari—. Lo supiera en efecto Daneel o no, algunos de sus seguidores decidieron que era hora de deshacerse de los archivos. Sabían que sólo era cuestión de tiempo que algún mundo del caos los encontrara. Y aunque el caos sea impedido por el colapso del imperio, los archivos seguirían siendo un peligro. Decidieron eliminar los viejos contenedores de datos. Pero las órdenes inscritas en ellos hicieron que les resultara doloroso.
—A menos que las órdenes fueran anuladas por alguien en cuya autoridad confiaran. Ese fue usted, Seldon. —Maserd asintió—. Me he dado cuenta de que nuestro anfitrión —señaló con el pulgar hacia Gornon Vlimt— no interfirió en la destrucción de los archivos aunque pertenezca a una secta diferente. Doy por supuesto que la aprobaba, pero tenía otro uso para usted cuando ese asunto terminara.
—Eso es. Kers me habría llevado a casa… y habría encontrado algún medio para asegurarse de que Horis y usted guardaran silencio. Como los dos son amistosos y no son partidarios del caos, un pequeño toque de amnesia, o simplemente la compulsión de no hablar de esos asuntos habría bastado.
Horis Antic se estremeció, pues al parecer no le agradaba la idea de que se inmiscuyeran de aquella forma en su memoria o su voluntad.
—Entonces ese nuevo uso que Gornon quiere hacer de usted, profesor, ¿implica lanzarlo adelante en el tiempo?
Horis parecía tener problemas para comprender el concepto.
—¿De qué podría servirle eso a nadie?
—No estoy seguro. El grupo de herejes de Gornon es mucho más sutil y con planteamientos a más largo plazo que los calvinianos que encontré en Trantor. Todavía no saben gran cosa de los planes de Daneel…
Hari se mordió los labios un momento antes de continuar.
—Sobre la solución definitiva que se supone que acabará para siempre con la amenaza del caos. Es más, el grupo de Gornon está cansado de luchar contra Daneel y perder cada batalla. Lo respetan y están dispuestos a concederle el beneficio de la duda.
»Pero quieren tener una opción de repuesto, por si resulta ser algo que acaben odiando.
—¿Entonces lo han secuestrado a usted para hacer presión contra Daneel?
Hari sacudió la cabeza.
—Mi ausencia no lo retrasará lo más mínimo. Cumplí con mi última función de utilidad cuando di permiso para destruir los archivos. Ahora soy un hombre libre… quizá por primera vez en la vida, capaz de elegir el rumbo que quiera. Incluso para lanzarme de cabeza al futuro siguiendo un capricho.
Horis Antic se golpeó una mano con el puño de la otra.
—¡No puede hablar en serio de aceptar esa oferta! Lo que pueda haber dentro de esa cúpula de contención rota asustó de muerte a nuestros antepasados. Gornon dice que causó un daño terrible antes de que consiguieran sellarla. Aunque usted crea esa descabellada historia, en un hombre primitivo desplazado de su tiempo diez mil años, ¿cómo puede arriesgar su vida y dejar que lo prueben con usted?
—Con la osadía de un anciano al que le queda muy poco tiempo —respondió Hari, casi para sí mismo—. ¿Para qué más he de vivir? —preguntó con voz algo más fuerte—. La curiosidad es la única motivación que me queda, Horis. Quiero ver si las ecuaciones funcionaron. Quiero ver por mí mismo qué tiene en mente Daneel para nosotros.
El silencio imperó durante un rato, mientras los tres contemplaban los resplandores crecer y estallar sobre un extraño horizonte. Ninguno podía asociar esa escena de devastación con la Tierra que habían observado en los archivos visiones de un mundo más vivo que ningún otro en el cosmos conocido.
—Habla como si ya hubiera tomado una decisión —dijo Maserd—. ¿Entonces por qué lo discute con nosotros? ¿Por qué nos encontramos aquí?
—Gornon me lo explicó. —Hari se volvió para indicar al robot humanoide, pero este había partido hacia alguna misión. Tal vez había regresado al Orgullo de Rhodia… o bien al brillante interior de la cúpula de contención, para iniciar los preparativos para el viaje de Hari.
—Gornon dice que es una tontería que se tomen decisiones de forma individual o por parejas. La gente que lo hace así puede convencerse así misma para hacer cualquier cosa. Necesitan la perspectiva y la capacidad crítica que proporcionan otras mentes. Incluso los robots han aprendido esto a la fuerza.
Hari indicó la Tierra envenenada.
—Esto es especialmente relevante —continuó—, porque el grupo de Gornon no sólo quiere que observe la situación dentro de quinientos años. Quieren que ejerza como una especie de juez.
Maserd se inclinó hacia delante.
—Ya lo ha mencionado antes. Pero no comprendo. ¿Qué diferencia puede haber?
A Hari le resultaba molesto tener que respirar a través de una mascarilla. Menguaba su capacidad de audición y hacía que su habla sonara curiosa… o tal vez era la extraña atmósfera.
—Todos estos robots, los que sobrevivieron a las guerras civiles de antaño, son un poco raros. Son inmortales, pero eso no significa que a medida que pasan los años no puedan cambiar, haciéndose más intuitivos, incluso algo emocionales, en vez de estrictamente lógicos. Incluso los que siguen a Daneel tienen particularidades y diferencias. Se sienten obligados por la Ley Cero, pero eso no implica un acuerdo perpetuo.
»Tal vez llegue una época en que la resolución humana desempeñe un papel importante, como sucedió con la destrucción de los archivos… sólo que a escala mucho más amplia. —Hari alzó una mano, señalando hacía la Vía Láctea en el cielo—. Imaginen cómo será dentro de quinientos años. Los preparativos de Daneel han finalizado. Está dispuesto a revelar algo portentoso, posiblemente maravilloso, para dar paso al siguiente gran avance de la humanidad. Una humanidad que será inmune al caos y sin embargo con espacio para crecer. La eliminación de lo antiguo en favor de algo mejor.
»Gornon dice que esa perspectiva perturba a muchos robots, que la encuentran a la vez electrizante y terrorífica. Incluso la Ley Cero podría resultar inadecuada en ese caso. Muchos robots se negarán a eliminar a la antigua versión de la humanidad para dar a luz a la nueva.
Maserd se enderezó.
—¡Quieren que esté usted en escena, dentro de cinco siglos, para tirar el anzuelo! Para entonces, su nombre será aún más famoso. Será conocido como el amo arquetípico, el humano con más inteligencia y voluntad en veinte mil años. Si a todas las facciones diferentes de robots les gusta el plan de Daneel, su aprobación declarada les facilitará ponerlo en marcha. Pero por otro lado, si un gran número de ellos se siente incómodo, o incluso lo odian, sus objeciones podrían provocar que el líder de los robots… ese Daneel Olivaw que menciona sea depuesto.
Hari se sintió impresionado. La habilidad política innata de Maserd le daba la capacidad de comprender asuntos que habrían intimidado a otros hombres.
—¿Y si es algo intermedio? —preguntó Horis—. ¿Podría desencadenar su presencia una nueva guerra civil robótica?
—Buen razonamiento —admitió Hari—. Es posible, pero lo dudo. Los de la facción de Gornon dicen que quieren mi sincera opinión después de que vea el futuro. Pero dudo que me den un púlpito desde el que predicar, a menos que ya sepan y estén de acuerdo en lo que vaya a decir. En cualquier caso…
Una risotada interrumpió a Hari antes de que pudiera continuar.
Se volvió para ver a varias figuras apenas a una docena de metros, acercándose sobre el silencioso cojín de una plataforma antigravitatoria. Mors Planch saltó de ella y sus botas golpearon la superficie compuesta por guijarros con una serie de fuertes sonidos aplastantes. Dos hombres con armaduras al estilo militar, armados con pesadas pistolas de rayos, lo siguieron, mientras que Sybyl, la científica de Ktlina, apuntaba a Hari y sus dos amigos con una extraña arma.
—¿Y soportaría usted ser utilizado de esa manera, doctor Seldon? —preguntó Mors Planch mientras se acercaba, confiado, como si no tuviera ni una sola preocupación en el mundo.
Hari notó que Biron y Horis se envaraban junto a él. Extendió un brazo para contenerlos.
—Sé cuál es mi papel en el mundo, Planch. Todos somos herramientas, en un grado u otro. Al menos podré elegir qué bando me utiliza.
—¡Los seres humanos son algo más que herramientas! —gritó Sybyl—. O factores en sus ecuaciones. ¡O bebés peligrosos para que niñeras-robot nos mantengan encerrados en un corral!
Maserd y Planch se midieron con respeto mutuo, de un espacial a otro.
—Ya le dije que tendría que haber venido con nosotros —le comentó Planch al noble.
—Pensaba que se quedarían varados en Pengia —respondió Maserd—. Está claro que están ustedes mejor organizados de lo que imaginaba.
—Tenemos canales de información. Una fuente que nos ayudó a reagrupar nuestras fuerzas rápidamente después de la destrucción de los archivos… y el colapso de Ktlina.
Planch se volvió a mirar a Hari.
—Sucedió exactamente tal como usted predijo, profesor. Casi al pie de la letra. Algunos piensan que eso significa que usted orquestó el derrumbe de nuestro renacimiento. Pero, después de haber estado algún tiempo con usted, sé que es solamente más psicohistoria. Tiene usted poderes de vidente.
—No siempre me gusta tener razón. Hace mucho tiempo que sé que sólo causaría más dolor. —Ofreció su mano—. Mis condolencias, capitán. Tal vez estemos en desacuerdo respecto al origen del caos, pero los dos lo hemos visto en acción. Si se pudiera encontrar algún medio para detenerlo para siempre, ¿no cree que estaríamos en el mismo bando?
Mors Planch miró la mano extendida de Hari antes de negar con la cabeza.
—Tal vez más tarde, profesor. Cuando lo hayamos sacado de este horrible lugar. Cuando sus dones y poderes de previsión se apliquen al servicio de la humanidad, en vez de ayudar a sus opresores, entonces tal vez tenga un regalo para usted. Algo que sé que quiere.
Hari dejó caer la mano y soltó una carcajada.
—¡Y ustedes hablan de liberar a la gente para que no sea utilizada! Dígame, ¿qué planean? ¿Usarían la psicohistoria como arma? ¿Para calcular las maniobras de sus enemigos y así poder derrotarlos? ¿Creen que eso les permitirá mantener vivo el próximo renacimiento y expandirlo para que contagie toda la galaxia? Déjeme que le diga qué sucederá si hacen eso, si algún grupo humano monopoliza ese poder. Se convertirá en una aristocracia obligada, una tiranía que utilizará herramientas matemáticas para reforzar su dominio del poder. No escaparán a eso simplemente porque sostengan ser virtuosos. Las ecuaciones mismas muestran lo difícil que es para cualquier grupo renunciar a ese tipo de poder una vez que se ha adquirido.
—Y sin embargo, me pregunto… si suficiente gente compartiera… —murmuró Biron Maserd. Luego el noble, alzó bruscamente la cabeza.
—Pero nos estamos adelantando, Planch. Al parecer están ustedes muy bien organizados. Tenían buenos servicios de inteligencia y recuperaron rápidamente las fuerzas restantes de Ktlina. Les felicito por habernos seguido hasta aquí. Y sin embargo, me asombra su temeridad para enfrentarse de nuevo a estos poderosos enemigos robóticos.
Mors Planch se echó a reír.
—¿Olvida lo que les hicimos en Pengia? ¿Ve a algún robot en este momento? —Señaló en la dirección donde Hari había visto por última vez a R. Gornon Vlimt—. Escaparon de aquí en cuanto nuestra nave apareció en el horizonte. Advierta que ni siquiera se molestaron en advertirlos a ustedes tres.
Hari guardó silencio. ¿Cómo podía explicar que no se trataba de un asunto de lealtad? Eran grupos distintos, cada uno desesperadamente convencido de que tenían como objetivo principal el bien absoluto de la humanidad. Cada uno consideraba que eran los pragmáticos solucionadores de antiguos problemas. Pero él sabía que los problemas tuvieron su origen hacía mucho tiempo, en ese mismo suelo en el que ahora se hallaba, incluso antes de que destilara humos radiactivos.
Mors Planch contempló el cielo. Uno de los guardias señalo y dejó escapar un gruñido de satisfacción. Hari vio una serie de silenciosas chispas destellar en una zona del espacio rodeada por una constelación para la que sus antepasados sin duda tenían un nombre. Reconoció los destellos, pues había visto muchas imágenes similares cuando era Primer Ministro. Eran naves estelares destruidas por armas de tipo militar. Miró de nuevo a Planch.
—Por su expresión de satisfacción, ¿debemos suponer que sus fuerzas acaban de eliminar a sus enemigos?
—Eso es, doctor. Nuestro misterioso contacto nos advirtió que probablemente seriamos interceptados por cruceros policiales.
Planch consultó con uno de los soldados y luego escuchó un mensaje que le transmitían a través de los auriculares de su casco. Frunció el ceño y sacudió bruscamente la cabeza.
—Qué extraño.
Horis Antic avanzó un paso, mientras se retorcía las manos nerviosamente.
—¿Qué le han hecho a la policía? Había hombres y mujeres a bordo de esas naves. No teorías, no abstracciones. ¿Cuántos deben morir para satisfacer sus ansias de venganza?
Hari agarró la manga de Horis para contener al pequeño burócrata. ¿Cómo podía explicar que el verdadero enemigo era el caos?
—Algo ha ido mal, ¿verdad, Planch? ¿Se está volviendo contra ustedes su batalla en el espacio?
—Nuestras fuerzas aniquilaron a la policía. Sólo una nave escapó… pero se encamina hacia aquí.
—¿Y sus naves la están persiguiendo? —apuntó Maserd. Al parecer, este noble no asociaba la palabra, «policía» con rescate.
Planch consultó de nuevo entre murmullos con su ayudante antes de responder.
—Nuestras naves de guerra han empezado a abandonar la zona terrestre. No estoy seguro de por qué. Pero sospecho que han sido influidos.
Horis Antic retrocedió un paso.
—¡Mentálicos!
Planch asintió.
—Eso es lo que deduzco.
—¡Entonces estaremos preparados para ellos! —anunció Sybyl con cierto alivio en la voz—. Nuestra arma contra los cerebros positrónicos sólo funciona a corto alcance, así que dejemos que se acerquen. Nos encargaremos de esos monstruos tiktoks igual que eliminamos a los guardias de Pengia.
Maserd se opuso.
—¿Pero y si los robots le fríen la mente antes de que logren disparar el arma? En Pengia los tomaron ustedes por sorpresa, y R. Gornon admitió que su grupo sólo tenía escasos poderes mentálicos…
—Oh, no se preocupe tanto, excelencia —se mofó Sybyl—. Lo tenemos todo previsto. Allá en Ktlina, sólo pudieron hacer progresos parciales al estudiar este fenómeno de los cerebros positrónicos, pero fueron los suficientes para que podamos defendernos.
Mors Planch se volvió hacia su ayudante.
—Conecten el aparato. Búsqueda activa. Que la bomba se dispare si llega un eco positrónico en un radio de trescientos metros.
Miró a Hari y sonrió.
—Si son robots, detectarán el escáner y sabrán que es más aconsejable mantenerse a distancia. Si son enemigos humanos, se enfrentarán a las armas forjadas en Ktlina. —Palmeó su pistola—. Sea como sea, profesor Seldon, nadie va a intervenir en su favor, ni en favor de la aristocracia secreta que nos ha gobernado durante tanto tiempo. Esta vez va a venir usted con nosotros y pondrá sus habilidades al servicio de su propia especie, frustrada y reprimida, para darle por fin una oportunidad de ser libre.
Hari vio una línea que surcaba el cielo de oeste a este, y luego empezaba a trazar una espiral para aterrizar. En sus ochenta y tantos años de vida, jamás se había sentido tan impotente para desviar el rumbo de su propio destino.