El horizonte brillaba.
El cielo del planeta Tierra titilaba con incontables centelleos, chispas individuales que rivalizaban con las dispersas estrellas por la posesión del cielo.
Cerca del suelo, casi podía imaginarse que se oía el suave chisporroteo de la radiación, cuya intensidad variaba enormemente de un lugar a otro. En algunas zonas era terriblemente intensa. A través de las gafas proporcionadas por el robot Gornon Vlimt, aquellos lugares se revelaban con fantasmagórica fosforescencia, como espíritus trataran de manar hacia arriba, esforzándose por escapar del terreno torturado.
El Orgullo de Rhodia había aterrizado cerca de uno de los «lugares seguros», una antigua ciudad que abrazaba la costa de un amplio lago ahora cubierto de la espuma verdipurpúrea de algas viscosas. Desde lo alto de un gran montículo de ladrillos rotos, Hari distinguía los contornos de tres antiguas ciudades, cada una alzándose contra las ruinas de la anterior.
Más recientes y menos impresionantes eran un puñado de hábitats arcológicos de aspecto relativamente reciente y estilo Topano, de la primera Era de Consolidación del Imperio Trantoriano, la última vez que la Tierra tuvo una población de tamaño apreciable, unos diez millones de habitantes.
Al sur de la orilla del lago se alzaba una estructura ciclópea, una ciudad impresionante tanto desde el punto de vista galáctico como por su misma antigüedad. Una enorme unidad contenida en sí misma que se extendía bajo tierra y que en otros tiempos había protegido a sus habitantes del viento, la lluvia y, sobre todo, de tener que contemplar el cielo desnudo.
No fue la radiactividad lo que causó que treinta millones de habitantes de Nueva Chicago se amontonaran de esa forma. Cuando la Tierra todavía era verde y vibrante esa metrópoli colmenar ya existía. De hecho, sólo fue vaciándose cuando el fecundo suelo empezó a volverse letal, cuando aquellos que podían hacerlo partían a las estrellas en una gran diáspora aterrada. Hasta aquel horrible éxodo, enormes números de personas habitaban la gran ciudad cerrada, separados de la naturaleza solamente por una fina capa de acero.
No, lo que hizo que tanta gente, por lo demás sana, se escondiera así lejos de todos los placeres de la luz del sol, fue el mismo enemigo mortífero al que he combatido toda mi vida. Esta metrópoli fue una de las primeras lecciones objetivas sobre los peligros del caos.
Tras aquella enorme cúpula achaparrada se alzaba otra ciudad más (Vieja Chicago, la había llamado Gornon), un túmulo de edificios caídos de una era aún más antigua, menos tecnológicamente avanzada. Y sin embargo, las gafas de Hari amplificaron la lejana visión, paseando la mirada por gráciles arcos de autopista más atrevidos y hermosos que ninguno de los que se veían en los mundos imperiales. Algunos de los edificios más altos todavía aguantaban en pie, y su arquitectura ambiciosa y descarada hizo que el corazón le diera un vuelco. La antigua metrópoli había sido construida por unas personas que tenían una osadía de espíritu de la que al parecer carecían sus descendientes de Nueva Chicago.
Algo había pasado que aplastó esa osadía.
Le he dado nombres. Mis ecuaciones describen la forma en que atrae seductoramente a los mejores y más brillantes, para acabar transformándolos en solipsistas que se alzan contra sus vecinos. Y sin embargo, confieso que nunca te comprenderé, Caos.
El robot Gornon se encontraba cerca, parecido en todo a un humano excepto en su atuendo. Llevaba ropas normales de calle, mientras que Hari (y sus dos amigos humanos, pendiente abajo) iban ataviados con monos de una sola pieza que los protegían de los letales rayos.
—El viejo Giskard Reventlov tomó una decisión fantástica al transformar todo esto en una tierra yerma, ¿verdad profesor Seldon?
Hari estaba esperando la pregunta de Gornon. ¿Cómo responder?
El universo estaba totalmente convulsionado. Los humanos, los creadores y dioses, no tenían ningún poder y casi ninguna voluntad… sólo mortandad. Los siervos creados estaban al mando, como lo hacían desde el día que un omnipotente ángel expulsó firmemente a la humanidad de su primer edén. Hari apenas podía abarcar el concepto, pese a su mente. Comprenderlo verdaderamente estaba más allá de su alcance.
Y sin embargo las matemáticas implican…
Gornon insistió.
—Al menos puede usted ver por qué una mayoría de robots se resistieron al principio a la innovación de su Ley Cero. Vieron el dolor que causó y decidieron unirse bajo la bandera de Susan Calvin.
—Bueno, os sirvió de poco. Vuestra guerra civil provocó un vacío de poder. Mientras dos facciones importantes de robots combatían, los seguidores auroranos de Amadiro mandaron libremente sus implacables máquinas terraformadoras, sin interferencias ni guía humana. De cualquier forma, cuando la guerra terminó, Daneel tuvo la última palabra.
—Admito que Olivaw tuvo ventaja desde el principio. La Ley Cero resultaba especialmente atractiva para algunas de las más brillantes mentes positrónicas. Habían estado buscando algún medio de tratar con las inevitables contradicciones creadas por las primeras Tres Leyes.
Hari sonrió con malicia.
—¿Contradicciones? ¿Cómo secuestrar a un anciano y arrastrarlo a media galaxia de distancia hasta un planeta envenenado? ¿Cómo encaja eso con vuestra preciosa Primera Ley de la Robótica?
—Creo que conoce usted la respuesta, profesor. Daneel Olivaw ganó la guerra civil, no sólo tomando el control, sino también en un sentido mucho más amplio. Sencillamente, ya no quedan calvinianos puros. La antigua religión es imposible de mantener en las circunstancias actuales. Todos creemos en alguna «versión» la Ley Cero. En la importancia superior de la humanidad frente a los seres humanos individuales.
—Pero diferís respecto a qué curso específico será bueno para nosotros a largo plazo —asintió Hari—. Muy bien. Así que aquí estoy, en la mítica Tierra. Vuestro grupo ha realizado grandes esfuerzos y ha corrido tremendos riesgos por traerme aquí. ¿No me dirás ahora qué queréis? ¿Es algo como lo que pidió Kers Kantun, allá en la nebulosa? ¿Queréis mi permiso humano para destruir algo cuya destrucción ya habéis previsto de todas formas?
Se produjo una larga pausa. Entonces Gornon respondió:
—En cierto modo, describe usted exactamente nuestras intenciones. Y sin embargo dudo que sea capaz de imaginar lo que estoy a punto de proponerle.
»Varias veces en los últimos meses, e incluso en las grabaciones que ha hecho usted para la Fundación, ha dicho que desearía disponer de algún medio para ver los frutos de su trabajo. Poder ser testigo del desarrollo de su gran Plan, y ver a la humanidad transformarse durante los próximos mil años. ¿Lo decía realmente en serio?
—¿Quién no querría ser testigo de cómo una semilla crece y se convierte en árbol? Pero es sólo un sueño. Vivo ahora, durante el final de un gran imperio. Me basta con prever un poco el siguiente.
—¿Profetiza que su Plan se desarrollará sin problemas durante los siguientes cien años?
—Sí. Casi ninguna perturbación puede interferir a esa escala temporal. El impulso social es muy grande.
—¿Y doscientos años? ¿Trescientos?
Malhumorado, Hari se sentía inclinado a no participar en aquel interrogatorio. Y sin embargo las ecuaciones surgían de los recovecos de su mente, uniéndose y creando un enorme remolino, como si las preguntas de Gornon las atrajeran.
—Hay varias maneras en las que el Plan podría tener problemas a esa escala —respondió despacio, con reticencia—. Siempre existe el peligro de que alguna nueva tecnología trastoque las cosas, aunque la mayor parte de los avances importantes tendrán lugar en Terminus. O puede ocurrir algún hecho casual que tenga relación con la naturaleza humana…
—¿Cómo la llegada de los mentálicos humanos?
Hari dio un respingo. Naturalmente, algunos calvinianos ya eran conscientes de la nueva mutación.
Como vio que no contestaba, Gornon continuó:
—Ahí es donde piensa que todo empieza a desdibujarse, ¿verdad, profesor? Si los mentálicos han aparecido una vez, podrían hacerlo una segunda, casi en cualquier parte. Para afrontar esa contingencia, su Segunda Fundación tuvo que incorporar esos poderes psíquicos. En vez de una pequeña orden de monjes monásticomatemáticos, deben convertirse en una nueva especie… una raza maestra.
Hari sintió que la voz se le quedaba atascada en la garganta.
—Una Segunda Fundación fuerte actúa como fuerza de control, manteniendo las ecuaciones estables durante varios siglos más…
—Ah, otra fuerza de control. Y dígame, ¿aprueba usted esos métodos?
—¿Cuándo la alternativa es el caos? A veces el fin justifica los…
—Quiero decir: ¿los aprueba matemáticamente?
Por primera vez, Gornon habló con cierto ánimo. Su cuerpo se inclinó ligeramente hacia Hari.
—Piense por un momento sólo como matemático, profesor. En ese campo se concentran sus mayores dones. Dones que incluso Daneel contempla con asombro.
Hari se mordió los labios. A su alrededor, los campos de radiación se mezclaban con una negrura fría y silenciosa, como un millón de tumbas.
—No. —Descubrió que apenas podía hablar—. No apruebo las restricciones artificiales. Son… —Hari buscó la expresión adecuada, y sólo pudo encontrar una forma de definirlo—. No son elegantes.
Gornon asintió.
—Lo ideal para usted sería dejar que las ecuaciones actuaran por su cuenta, ¿verdad? Dejar que la humanidad encuentre un nuevo estado de equilibrio por su cuenta. Dadas las condiciones de partida adecuadas, eso debería funcionar y conducir a una civilización tan vigorosa, dinámica y libre que pueda incluso superar a…
Los ojos de Hari se nublaron. Miró al suelo, murmurando.
—¿Cómo dice, profesor? —Gornon se acercó más—. No he podido oírlo.
Hari miró a su torturador, y gritó:
—¡Digo que no importa, maldito seas!
Se quedó allí de pie, respirando entrecortadamente a través de la máscara filtrante de su traje protector, odiando a Gornon por obligarlo a decir aquello en voz alta.
—No pude dejar las ecuaciones en paz. No pude correr ese riesgo. Me hablaron de iniciar una Segunda Fundación… y luego de convertirlos en superhombres psíquicos. ¡De hecho, abracé alegremente esa idea! La sola idea… el poder que implicaba…
»Sólo más tarde me di cuenta…
Se detuvo, incapaz de continuar.
La voz de Gornon sonó grave Y compasiva:
—¿Se dio cuenta de qué, profesor? ¿De que todo es un engaño? ¿Una forma de mantener a la humanidad marcando el tiempo mientras alguien más llega a la solución definitiva?
—Maldito seas —repitió Hari, esta vez en un susurro.
Hubo otra larga pausa; luego Gornon se enderezó y miró al cielo, como si lo escrutara esperando a que llegara alguien.
—¿Sabe qué ha planeado Daneel? —preguntó el robot por fin.
Hari tenía fuertes sospechas, gracias a las insinuaciones que el Servidor Inmortal había dejado caer durante el último par de años. La aparición de mentálicos humanos en Trantor era un salto genético y psíquico demasiado grande para ser una coincidencia. Tenía que formar parte del siguiente plan de Daneel.
Eso debía saberlo ya Gornon. En cuanto al resto de la deducción de Hari, ¡desde luego no iba a decirle a ese robot hereje nada que pudiera ayudarle a combatir a Olivaw!
La psicohistoria tal vez no sea la clave final del destino humano, pero si ayuda a Daneel a elaborar algo aún mejor tendré que vivir con ese papel secundario. Sigue siendo una tarea noble, considerándolo todo.
—Bien, bien. —Gornon se encogió de hombros suspiró—. No le pediré que revele ningún secreto, ni que cambie de lealtades.
»Sólo repetiré la pregunta que he formulado antes. ¿Le gustaría, profesor Seldon, ver su trabajo desarrollarse? Ha dicho que era su deseo más profundo, ver la Fundación en plena gloria. Tener otra posibilidad de clarificar las ecuaciones.
»Repito una vez más, ¿lo decía en serio?
Hari contempló al hereje un buen rato.
—Por el código de Ruellis… —murmuró en voz baja—. Creo que tú sí que estás hablando en serio.
—Sucedió bastante cerca de aquí —dijo Gornon, señalando algunos edificios desmoronados situados a unos cuantos cientos de metros de distancia—. Un accidente que descuadró literalmente el tiempo.
Hari siguió al robot hasta un nuevo puesto de observación, desde donde contempló varias estructuras de ladrillo claramente anteriores a la monumental caverna de acero cercana.
—Una vez —explicó Gornon—, esto fue un hermoso campus universitario. Elegantes edificios albergaban a algunos de los más grandes eruditos y científicos de la humanidad durante lo que debió ser una Edad Dorada. Una época en que la tecnología y la expansión del conocimiento parecían ilimitados y los osados investigadores probaban y experimentaban, impulsados por la curiosidad y convencidos de que el conocimiento no podía perjudicar a una mente valiente.
Le sorprendió ver que uno de aquellos edificios estaba rodeado por una enorme construcción de acero y ladrillo. Esta estructura externa no tenía belleza alguna sino un aspecto apresurado que sugería alguna emergencia terrible. Tal vez allí había sucedido algo y la gente erigió una tumba de hormigón reforzado para sellar aquel horror. Un sarcófago para enterrar algo que no pudieron matar.
—Uno de sus experimentos salió mal —explicó—. Estaban sondeando la matriz fundamental de la naturaleza. Incluso hoy día, su técnica no ha vuelto a ser descubierta, aunque se teme que un mundo del caos pueda hallarla de nuevo, el día menos pensado.
—Entonces dime qué sucedió —instó Hari. Se sentía incómodo mientras recorrían una espiral interior hacia la burda cúpula.
—Los físicos que trabajaban aquí se hallaban inmersos en una carrera por desarrollar el viaje más rápido que la luz. En otro lugar de la Tierra, sus competidores habían descubierto técnicas que se convertirían en nuestro moderno hiperimpulsor, preparándose para entregarle a la humanidad la llave del universo. Al enterarse de esa noticia, los investigadores de este campus sintieron la necesidad desesperada de completar sus experimentos antes de que todas las subvenciones fueran transferidas a aquel otro logro. Así que corrieron el riesgo.
Después de caminar durante un rato, Hari vio bruscamente una rotura en el contorno de la cúpula. Algo había roto su barrera de contención. Una extraña luz brotaba de la grieta.
—En vez de usar la tecnología hiperespacial, intentaron desarrollar un impulsor estelar basado en taquiones —explicó Gornon—. Sólo querían demostrar que podía hacerse. Acelerar un pequeño objeto en línea recta. No comprendían el efecto de resonancia. Lo que produjeron fue un láser taquiónico. El rayo surgió de aquí, recto como cualquier rayo de luz, expandiéndose y horadando agujeros en cualquier objeto que se cruzara en su camino, y desintegró a un peatón que caminaba por las cercanías antes de continuar hasta abandonar la superficie del planeta y desaparecer en el espacio. En las siguientes semanas tuvieron lugar otros acontecimientos preocupantes, hasta que se produjo el pánico. Para entonces, la única idea que se les ocurrió fue enterrar el monstruo y olvidarlo.
Hari contempló el brillo luminoso que manaba del interior de aquella especie de tumba. Era distinto a la titilante radiación que lo rodeaba por todas partes. Sin embargo, había un denominador común. Destrucción nacida de la arrogancia. ¡Y el robot lo había llevado allí para que de algún modo compartiera todo eso!
—Taquiones… —Hari murmuró la palabra. Nunca había oído hablar de ellos antes, pero aventuró una suposición—. Cometieron un error de geometría básica ¿verdad? Estaban buscando un medio de atravesar el espacio. Pero en cambio abrieron un agujero a través del tiempo.
El robot asintió.
—Eso es, profesor. Alcanzó al peatón que supuestamente quedó «desintegrado» y que, en realidad, experimentó un destino bastante distinto. Fue transportado, en bastante buen estado, hasta la misma posición en la superficie de la Tierra… unos diez mil años en el futuro.
Tras volverse a mirar a Hari, el Gornon artificial le dedicó una amable sonrisa.
—Pero no se preocupe, doctor Seldon. No estamos pensando en viajar hasta tan lejos. Quinientos años o así deberían ser suficientes, ¿no cree?
Hari se quedó mirando al robot, aturdido, y luego contempló el suave resplandor cercano, y de nuevo a Gornon.
—Pero… ¿pero para qué?
—Bueno, para juzgarnos, naturalmente. Para evaluar todo lo que haya sucedido mientras tanto. Para afinar su psicohistoria a la luz de nuevos acontecimientos y descubrimientos.
»Y sobre todo, para ayudar a la humanidad y a los robots a decidir si deberían caminar juntos el camino elegido por R. Daneel Olivaw.