Para pasar el tercer y último día, Hari solicitó una excursión a Ciudad Pengia. Quería echar un último vistazo a una sociedad galáctica normal, en la que el viejo imperio todavía funcionaba bien, con la esperanza de comprobar un par de hechos para su psicohistoria R. Gornon Vlimt acompañó personalmente a Hari, pilotando un coche descubierto de los que utilizaba la nobleza menor planetaria.
No era gran cosa, menos de un millón de habitantes, la mayoría dispersos en cómodos cantones, cada uno capaz de mantenerse a sí mismo. Aunque la economía de Pengia era principalmente agraria, había un cuantas fábricas para producir las máquinas que hacían la vida cómoda, desde unidades refrigeradoras a centros de ocio casero, diseños que habían cambiado sólo de forma gradual a lo largo de cientos o incluso miles de años. Después de épocas de refinamiento gradual, la mayoría de las herramientas que la gente utilizaba eran destacadamente duraderas, tardaban siglos en deteriorarse. Comprar un repuesto era algo poco habitual, quizás incluso un poco vergonzoso, como si no se hubiese cuidado adecuadamente de una herencia familiar. Allí eran necesarias sólo unas cuantas factorías sofisticadas para atender las necesidades del planeta.
Los artículos perecederos eran otra cuestión. Todo, desde el menaje a los muebles o la ropa, lo producían los gremios, controlados por maestros artesanos cuya autoridad sobre sus aprendices y oficiales era indiscutible. La mayor parte de los diez cuatrillones de habitantes de la galaxia vivía de forma muy parecida.
Hari reconoció las características y ritmos de una sociedad profundamente tradicional y semiagrícola, que sólo necesitaba unos cuantos ingenieros reales, e incluso menos científicos. No era extraño que le hubiera resultado dificultoso reclutar a los cien mil expertos, de primera fila que fundarían su nuevo hogar en Terminus. Incluso los sistemas energéticos de Pengia se basaban principalmente en fuentes renovables (el sol, las mareas y el viento) con una central de energía de fusión protónica complementaria. Y se hablaba de renunciar a aquella sofisticada unidad «atómica» y sustituirla por de un modelo basado en el deuterio, menos eficaz pero mucho más fácil de mantener.
Hari recitó mentalmente las fórmulas psicohistóricas, repasando los elegantes mecanismos de contención que Daneel y sus colegas habían incluido al diseñar un Imperio Galáctico para la humanidad, quince mil años antes. Tras leer Un libro de conocimientos para niños, Hari se maravillaba de cuántas de las mismas técnicas existían ya en la antigua China, mucho antes de que el primer renacimiento tecnológico tuviera lugar en la Tierra.
Aquel imperio prehistórico tenía un sistema llamado bao jin (también llamado gonin-gumi en una cultura cercana) que parecía bastante similar a la presente tradición de responsabilidad comunal. Un pueblo entero era responsable de entrenar a sus jóvenes en las conductas y los rituales apropiados… y toda la comunidad se avergonzaba si algún miembro cometía un delito. Los jóvenes descontentos con este sistema conformista sólo tenían una esperanza: conseguir el traslado a las órdenes Meritócrata o Excéntrica, porque para la mayoría de los ciudadanos comunes, los individualistas tenían poco que hacer entre ellos.
Un toque añadido: se anima sutilmente a los meritócratas y excéntricos para que no se reproduzcan. Eso ayuda a la deriva genética. Daneel no pasó nada por alto.
En el principal centro cívico, Hari y R. Gornon vieron banderolas grises colgando de un edificio de oficinas.
—Los estandartes anuncian que es la semana de pruebas —explicó el robot—. Están teniendo lugar los exámenes para el ingreso en el servicio civil…
—Sé lo que significan los estandartes —replicó Hari. Había estado esperando para hacer algunas preguntas a los calvinianos. Aquel momento parecía tan bueno como cualquier otro.
—Allá en la estación espacial, preparaste una trampa para mi criado, Kers Kantun. Supongo que decidiste decapitarlo rápidamente para impedir que detectara cualquier peligro con sus poderes mentálico ¿no es así?
R. Gornon no se molestó por el repentino cambio de tema.
—Correcto, profesor. Aunque los poderes de Kantun no eran equiparables a los de Daneel, resultaban formidables. No podíamos permitirnos correr riesgos.
—¿Y el chimpancé? ¿El que salió corriendo con la cabeza de Kers?
—Esa criatura era descendiente de los experimentos genéticos que Daneel abandonó hace un siglo. Mi grupo reclutó a unos cuantos porque los robots mentálicos no son capaces de leer ni detectar las mentes de los chimpancés. El pan pudo espiar a Kers y tenderle una emboscada, así que no tuvimos que usar artilugios electrónicos ni positrónicos.
—¿Y qué planeáis hacer con la cabeza de mi criado?
Gornon vaciló.
—Lo siento, profesor. No puedo decirle nada. Decida usted aceptar nuestra propuesta y continuar hacia una nueva y excitante aventura o prefiera regresar Trantor, no tenemos ninguna intención de jugar con su mente. Así que será mejor que no le digamos ciertas cosas.
Hari reflexionó sobre lo que acababa de descubrir. En su próxima parada, se le plantearía una elección. Una decisión vital. Sin embargo, las palabras de Gornon eran tranquilizadoras. Estos robots herejes eran más respetuosos que los del grupo que trató de alterar su cerebro dos años antes.
—¿No me dirás más sobre nuestro destino? —preguntó.
—Sólo que le llevaremos a un lugar donde comenzaron muchos dramas… para que influya en su final.
Continuaron viajando en silencio, observando el plácido ritmo de vida en el agradable imperio de Daneel. Si habían diseñado Trantor como un conjunto de cuevas de acero, con la intención de resistir al caos, los mundos como Pengia tenían múltiples defensas contra la posibilidad de un renacimiento desastroso.
Con todo, Hari advertía que faltaba algo. Incluso tener en cuenta en sus cálculos la fiebre cerebral no fue suficiente para explicar como veinticinco millones de mundos poblados por seres humanos podían permanecer cómodamente estáticos durante tantos miles de años, contentos con la ignorancia sobre su pasado, mientras los hijos llevaban vidas idénticas a las de sus padres. Y puesto que los robots habían sido desarrollados en la primera era tecnológica, ¿por qué no eran reinventados diariamente por brillantes artesanos y estudiantes en mil millones de pequeños laboratorios por la galaxia? Tenía que haber algo más, Alguna poderosa fuerza que ayudaba a controlar las oscilaciones y desviaciones inherentes a la naturaleza humana básica.
Iban de camino a la mansión alquilada cuando a Hari se le ocurrió otra pregunta.
—Recuerdo que, en la nebulosa, Kers Kantun tuvo problemas para someter mentalmente a Mors Planch.
Cuando le pregunté al respecto, dijo algo que me sorprendió. Dijo que Planch es difícil de controlar porque es «normal». ¿Sabes a qué se refería Kers con eso?
El robot Gornon se encogió de hombros.
—Los calvinianos tienden a no usar tan a la ligera los poderes mentálicos. Nuestra secta considera repugnante inmiscuirse en las mentes humanas. De todas formas, es posible que Kers hablara de un cambio fundamental que ocurrió en la condición humana, allá por…
Gornon se detuvo a media frase, mientras el coche entraba en el camino de acceso a la mansión. Hari advirtió bruscamente que la cancela estaba abierta… y había un cuerpo tendido cerca.
Tras frenar en seco, Gornon saltó del asiento del conductor con sorprendente agilidad y se arrodilló junto a la forma postrada. Era uno de los robots que montaban guardia en la mansión. Hari vio que un oscuro fluido surgía por varias partes de su cráneo.
Gornon pasó una mano por todo el cuerpo, sin tocarlo. Un gemido grave escapó de sus labios.
—Mi compatriota está muerto. Algún tipo de fuerza ha causado una implosión en su cerebro.
Hari pensó que tenía la explicación.
¡Daneel ha llegado!
Gornon parecía profundamente preocupado. Cerró los ojos, y Hari supo que debía estar intentando comunicarse por radio con sus otros compañeros.
—Hay más bajas —dijo Gornon lúgubre, y empezó a caminar hacia la gran casa—. ¡Debo asegurarme de que ninguno de ellos sea un ser humano!
Hari lo siguió, un poco aturdido. Aunque ya no estaba confinado en una silla de ruedas, su paso era lento e inestable, el de un anciano.
Al entrar en la casa encontraron al otro ayudante de Gornon tendido al pie de las escaleras, apoyado contra la pared por Horis Antic y Biron Maserd. Sólo los ojos del robot herido no estaban paralizados. Los dos hombres miraron a Hari. Horis empezó a farfullar casi de inmediato.
—¡Mors Planch usó alguna especie de b-bo-bomba para destruir a estos tiktoks! ¡Se escapó limpiamente!
Maserd estaba más tranquilo. Con aplomo de noble explicó:
—Planch elaboró un artilugio con componentes aparentemente inofensivos. Cómo los consiguió no lo sé. Después de hacerlo estallar, nos ofreció la posibilidad de escapar también. Sybyl lo acompañó, pero nosotros decidimos quedamos.
Mientras Gornon se inclinaba sobre el robot herido, Horis Antic se mordió las uñas.
—¿Se… se pondrá bien?
Gornon se comunicó con su colega. Sin romper el contacto visual, explicó:
—Planch debe de haber estado estudiando a los robots hace algún tiempo. Quizás haya usado los nuevos laboratorios de Ktlina. De algún modo, elaboró un arma que ataca directamente nuestros cerebros positrónicos. Es ingenioso. Tendremos que diseccionar a mi amigo, determinar cómo lo consiguió y preparar una defensa.
Mientras los humanos digerían aquella aterradora imagen, Gornon se levantó y les comunicó:
—No tiene sentido buscar a Sybyl y Planch. Debemos adelantar nuestra partida. Por favor, recojan sus cosas marchamos inmediatamente.
Mientras los cuatro partían en el coche, Hari insistió:
—Nos detendremos a recoger a Jeni, naturalmente.
Gornon pareció a punto de negarse, pero Maserd intervino.
—Planch y Sybyl probablemente se ocultarán hasta que puedan contactar con los partisanos. No espero que hagan pública su historia. ¿Pero qué sucederá si lo hacen?
—¿No es eso improbable? —tartamudeó Antic—. Quiero decir que yo no hablaría si estuviera en su pellejo. ¿Qué van a lograr, excepto ser internados en un pabellón psiquiátrico? —Frunció el ceño—. Por otro lado, yo no soy una criatura del caos.
—Exactamente. Ellos actúan según una lógica distinta.
—Por favor, explíquense —pidió R. Gornon—. ¿Cómo se aplica esto a Jeni Cuicet?
Maserd respondió:
—Sybyl, sobre todo, se ha ido volviendo más errática día a día. Puede que acuda a los medios de comunicación… y trate de utilizar a Jeni para corroborar su historia.
Hari suponía que Gornon tenía más miedo a las fuerzas de Daneel que a los fantásticos relatos que circulaban brevemente en los medios de comunicación humanos. Pero para su sorpresa la lógica de Maserd pareció convencer al robot. Gornon hizo virar el coche en dirección al hospital de la ciudad. Biron y Horis entraron y encontraron a Jeni ya vestida, recorriendo su cuarto con la misma fuerza que de costumbre, haciendo imposible la vida a los médicos que querían que descansara. Expresó su alegría al ver a Maserd y Antic, y agradeció la oportunidad de marcharse con ellos. Pero su actitud cambió al ver a Hari y Gornon esperando en el coche.
—Todavía tenemos un trato, ¿verdad, milord? —le preguntó a Maserd—. ¿Me dejarán en algún lugar interesante del camino, antes de que nadie regrese a Trantor?
El noble de Rhodia adoptó una expresión dolida mientras el coche reemprendía el camino hacia el espaciopuerto, sorteando el tráfico de la ciudad.
—Lo siento, Jeni. Pero ya no estoy al mando de mi propia nave. Ni siquiera sé adónde vamos a ir a continuación.
Jeni se volvió hacia Gornon.
—¿Entonces, qué? ¿Qué ocurre, robot? ¿Adónde nos vas a llevar?
Gornon habló con voz átona.
—Primero, a un lugar donde ningún ciudadano cuerdo del imperio decidiría quedarse durante mucho tiempo. Y luego, de vuelta a la capital del imperio humano.
Jeni se miró las manos, decepcionada. Murmuró entre dientes algo sobre los nobles y sus promesas sin valor. Biron Maserd se ruborizó profundamente y no dijo nada. Cuando Hari se volvió hacia la joven y empezó a hablar, ella le dirigió una mirada de puro odio que silenció sus palabras antes de que llegara a pronunciarlas.
Todos guardaron silencio.
Cuando el coche se detuvo ante un semáforo, Jeni dejó escapar un grito de júbilo. Antes de que nadie lograra detenerla, saltó del coche y empezó a correr por la calle.
—¡Alto! —gritó R. Gornon Vlimt—. ¡Te harás daño!
Hari contuvo la respiración mientras ella esquivaba el tráfico y escapaba a duras penas de ser atropellada por una furgoneta de carga. Llegó a su destino, una estructura de múltiples pisos con estandartes grises colgando del pórtico.
Gornon tardó varios minutos en poder dar la vuelta y aparcar en un lugar reservado para la nobleza. Los cuatro se encaminaron hacia el edificio, pero fueron detenidos por un hombre que vestía un uniforme similar al de Horis Antic.
—Me temo que el Ayuntamiento está cerrado hoy, señores. Las instalaciones están siendo utilizadas para los exámenes de acceso al servicio civil.
Hari torció el cuello para ver a Jeni Cuicet de pie en el otro extremo del vestíbulo, escribiendo furiosamente en una carpeta. Luego tendió su brazalete identificativo universal para que fuera escaneado por otro funcionario Gris. Una barrera de cristal se abrió ante ella y Hari entrevió una sala donde más de un centenar de personas ocupaban unos pupitres. La mayoría parecía ansiosos, preparándose para hacer un examen que podría ser su única esperanza de salir de aquel planeta insignificante.
—Acaba de recuperarse de una enfermedad y no ha estudiado —comentó Horis Antic—. Aún así, ¿quién duda de que aprobará con una nota brillante?
El hombrecito se volvió hacia Hari.
—Parece que ha escapado al destino que los demás tenían preparado para ella, profesor. No muchos pueden interferir en el día de las Pruebas, ni siquiera el emperador. Y cuando sea miembro de los Grises, no podrán tocarla. No sin rellenar impresos, por triplicado, durante el resto de este eón.
Hari miró al hombrecito, sorprendido por su tono. El orgullo teñía la voz de Antic. Hari reconoció en su hombro un chip que los miembros de la burocracia a veces llevaban cuando hablaban a sus superiores en la Orden Meritócrata.
Biron Maserd se echó a reír.
—Bueno, bueno. Bien por ella. Si puede soportar esta clase de vida, al menos conseguirá viajar.
Hari suspiró. Ahora la joven nunca descubriría qué fascinante aventura la esperaba en el lejano Terminus… el lugar al que no quería ir.
La barrera de cristal se cerró. Desde el otro lado, Jeni los miró con una sonrisa. Entonces se dio la vuelta para abrazar un destino que ella misma había elegido.