Dos misteriosos rastros partieron en direcciones opuestas de la Nebulosa Thumartin, abandonando así el lugar donde un millón de archivos y máquinas terraformadoras habían explotado recientemente para convertirse en chispeantes nubes de memoria ionizada. Habían decidido que Dors seguiría una de las pistas. Los amigos calvinianos de Lodovik seguirían la otra en su propia nave.
Eso le pareció bien a Dors, que tenía una fuerte corazonada respecto a la dirección que había tomado Hari.
Por desgracia, Lodovik Trema estuvo de acuerdo con su elección. Después de presentarle brevemente a sus nuevos aliados, se echó una mochila al hombro y cruzó el túnel que conectaba ambas compuertas para instalarse a bordo de la nave de Dors.
—Zorma y sus amigas me necesitan menos que tú —explicó.
—¡Entonces su necesidad es menos que cero! —replicó ella. Lodovik simplemente sonrió, pues no parecía tener ganas de discutir. Pero Dors no estaba dispuesta a dejarlo pasar.
—Esto va a ser un intercambio de información completo, Trema. O de lo contrario saldrás de aquí e irás a pie el resto del camino. Empieza a hablarme de esos aliados tuyos. Sabes lo que pienso de los fanáticos que niegan la Ley Cero.
Apenas un par de años antes, un pequeño culto calviniano establecido en Trantor había decidido que era el momento de atacar a Daneel Olivaw donde más daño pudiera hacerle: destruyendo el Plan Seldon. Si al Servidor Inmortal le importaban Hari Seldon y la psicohistoria, entonces ese grupo de robots contrarios estaba decidido a interferir. Casi engañaron a un mentálico humano para que hurgara en la mente de Hari. Sólo la buena suerte y una rápida intervención desbarataron el plan, justo a tiempo.
—Este grupo es diferente —le aseguró Lodovik—. Incluso conociste a Zorma antes, en Trantor, cuando empleaba un cuerpo masculino y discutía el plan para sabotear a Hari.
Dors recordó. El robot calviniano le había parecido razonable. De todas formas, sacudió la cabeza.
—Es poca base para confiar en fanáticos.
—Según algunos, los verdaderos fanáticos y herejes son los robots de la Ley Cero —replicó Lodovik—. Has reproducido las memorias de R. Giskard Reventlov. Conoces lo fino que era el hilo del que Daneel y él tiraban cuando sustituyeron nuestra antigua religión por una nueva.
—Las guerras civiles han terminado, Lodovik. Una enorme mayoría de los robots supervivientes aceptan la Ley Cero, mientras que los Antiguos Creyentes se dispersan en docenas de pequeñas sectas, escondiéndose y conspirando en oscuros rincones de la galaxia. Dime, ¿en qué creen tus nuevos amigos? ¿Qué curiosas ideas han desarrollado durante su larga y frustrada diáspora?
Las constelaciones fluctuaban y cambiaban sutilmente en el exterior cada vez que la nave ejecutaba otro salto hiperespacial. Lodovik sonrió.
—Su credo es extraño, desde luego… Piensan que hay que consultar a nuestros amos sobre su propio destino.
Dors asintió. Trema había estado apuntando hacia esa apostasía desde su accidente. ¿Por qué si no le entregó la cabeza de Giskard en primer lugar?
—Eso está bien como principio. ¿Pero es práctico?
—Te refieres al caos —respondió Lodovik—. En efecto, Zorma y sus compatriotas deben tener cuidado respecto a qué humanos se revelan. Pero sin duda habrás visto las cifras de los estudios humánicos de Daneel. Más del dos por ciento de la población es resistente ya a los factores de seguridad de Olivaw así como a la seducción del caos. Es uno de los motivos por los que Hari teorizó que una fundación, enclavada en Terminus, podría evolucionar a través de fuerzas sociales y psicológicas para cruzar el umbral que hasta ahora ha resultado ser letal para todos los demás…
Dors alzó una mano para interrumpirlo.
—Todo eso es muy interesante, Lodovik. En otras circunstancias me encantaría conocer a esos humanos maduros en los que tus amigos calvinianos quieren confiar. ¡Pero ahora mismo me interesa encontrar a Hari Seldon! ¿Sabes algo del grupo que lo tiene?
Lodovik asintió.
—Tienes razón, Dors. La antigua religión se disolvió en muchos cultos pequeños. Nunca han tenido un líder carismático, como Daneel, para unirlos. Los calvinianos de Trantor, guiados por el pobre Plussix, eran embarazosamente simples. Recordarás que Zorma trató de convencerles de que no llevaran a cabo su alocado plan. También quiso disuadir al grupo que ha secuestrado a Hari.
Los programas simuladores de emociones de Dors enviaron un escalofrío de horror por su espalda.
—¿Sabes qué quieren los secuestradores?
—Por desgracia, no. Son un grupo extraño, más sofisticado que los de Trantor, con algunas ideas extrañamente originales que han ido desarrollando a lo largo de los siglos. Los datos que Zorma tiene de ellos son limitados. Pero parece que algunos de sus líderes llegaron a estar aliados en otro tiempo con Daneel, y luego se separaron en circunstancias desagradables.
»Zorma está segura de que tienen grandes planes para tu ex marido.
Dors detectó que hacía hincapié en el «ex», y se preguntó por qué Lodovik quería recalcar ese punto.
La unidad holográfica cercana, donde guardaba el simulacro de Juana de Arco, emitió un ansioso impulso de microondas para recordarle a Dors la promesa que había hecho.
Juana quiere contactar con la versión de Voltaire que Lodovik lleva en su cerebro positrónico mutado. Como si estuviera dispuesta a confiar en los dos juntos. —Eso la condujo a otro pensamiento—. ¿Qué pensaría Daneel si supiera que Lodovik y yo nos hemos aliado, a pesar de los resquemores?
Sacudió la cabeza.
—¿Sabes algo más sobre los que se llevaron a Hari?
—No mucho, excepto que no son cautelosos ni responsables, como el grupo de Zorma, ni simples fanáticos, como el de Plussix. ¡De hecho, Dors, son del tipo con quienes tú habrías pensado que me aliaría! Muy sofisticados. Listos. Tecnológicamente diestros. —La sonrisa de Lodovik fue sombría—. Y desde casi cualquier punto de vista, Dors, están rematadamente locos.