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R. Zun Lurrin comprendió por fin el asombroso alcance del plan de Daneel para salvar a la humanidad.

—Planeas ayudarlos a unirse. Crear una red telepática en la que cada alma humana se conecte con las demás.

El Servidor Inmortal asintió mientras contemplaba a sesenta sujetos humanos con idéntica expresión de felicidad en el rostro, meditando bajo una alta cúpula.

—Imagina. No más rencor. El final de la amargura y la rivalidad egoísta. Y sobre todo, no habrá más solipsismo. ¿Pues cómo puede nadie ignorar los sentimientos de los demás cuando esos sentimientos se han hecho intensamente palpables, como partes integrales de tu propia mente?

—Unidad y singularidad —suspiró Zun—. El viejo sueño. Y podemos proporcionárselo por fin.

Pero entonces Zun frunció el ceño, mientras contemplaba a los sesenta humanos que tenía delante.

—Están en paz, en completa conexión, porque cada uno de ellos está unido a un amplificador mentálico positrónico. ¿Pero dices que no podemos hacer lo mismo a gran escala?

Daneel asintió.

—No debemos permitir ese tipo de dependencia de medios mecánicos.

—¡Pero nos permitiría combinarnos con nuestros amos! Robots y humanos unidos en permanente y amorosa sinergia.

—Y en esa sinergia, la porción mecánica se iría haciendo más dominante con el paso del tiempo —dijo Daneel—. Aún más, considera cuántos robots tendríamos que construir. Sólo podría conseguirse permitiendo la autorreproducción. Eso abre la puerta a la selección, el darwinismo, la evolución… y al final acabaríamos con una nueva especie androide. Una que piense principalmente en sus propios intereses en vez de en los de la humanidad. Juré no permitirlo nunca.

»No. No debemos dejar que los humanos dependan hasta ese grado de los robots. Esa fue la política de los espaciales, la herejía contra la que nos advirtió Elijah Baley. La abominación que forzó a Giskard a actuar como lo hizo. —La voz de Daneel resonó, llena de determinación—. Los humanos deben conseguirlo por su cuenta. Y por más motivos que los que te he contado hasta ahora. Razones que tienen que ver con la supervivencia de la misma especie.

Zun Lurrin reflexionó unos instantes.

—En ese caso, déjame extrapolar, Daneel. A partir, de estos datos, me aventuro a imaginar tu plan.

»Hace cien años, iniciaste una serie de experimentos genéticos con pequeños grupos de seres humanos. Uno de esos proyectos produjo el genio matemático de Hari Seldon. Otro produjo una súbita oleada de mutantes en Trantor, humanos con poderes mentálicos que sólo unos cuantos robots poseían hasta entonces.

—Excelente. Vas por buen camino, Zun —asintió Daneel—. Piensa en la escena que tienes delante: estos sesenta humanos unidos en gloriosa tranquilidad, poderosos y felices. ¡Ahora imagina que tiene lugar sin ayuda robótica! Formarían su propio comité mental. Una unión de almas. Una unión fuerte, libre de la dependencia de ayudas artificiales.

Zun Lurrin asintió.

—Comprendo lo que dices, Daneel. Eso sería, ciertamente, más deseable. ¡Pero ten en cuenta la demora! Harán falta siglos para desarrollar mentálicos humanos lo suficientemente fuertes y numerosos para servir como puentes mentales y que conecten ciudades enteras, territorios, incluso planetas. ¿Por qué esperar tanto? ¡En este mismo instante, tenemos a mano herramientas que podrían ser modificadas para este mismo propósito! ¿Por qué no usas estos aparatos, estrictamente durante el ínterin hasta que haya disponibles suficientes mentálicos humanos? El Imperio Galáctico no tiene por qué caer. Simplemente sería transformado, casi de la noche a la mañana, si reprogramáramos ciertas aplicaciones…

Daneel sacudió la cabeza al estilo humano, amable, pero en desacuerdo.

—Es una idea tentadora. Pero los inconvenientes son fatales. Número uno: imponer esta unión de espíritus por medios mecánicos crearía tremendos conflictos con la Primera Ley entre muchos robots, cuyos circuitos la interpretarían como «daño». He probado esta idea con varios de tus compañeros y sus reacciones van desde el entusiasmo, como la tuya, hasta el escándalo y la repulsión.

»Está claro que semejante acción dispararía de nuevo las guerras civiles robóticas.

Zun tembló ante la idea.

—¿Entonces borraste toda memoria de esta idea a los robots que la rechazaron?

—Tomé esa precaución, sí. Y si tu reacción hubiera sido distinta, habría hecho lo mismo contigo, Zun. Te pido disculpas.

—No hace falta disculpa alguna cuando la necesidad y el bien de la humanidad están en juego —dijo Zun, descartando con un movimiento de la mano la preocupación de Daneel—. ¿Y el otro motivo?

—La variabilidad humana. En milenios recientes, grupos pequeños pero significativos se han vuelto inmunes a casi todas las influencias estabilizadoras que hemos empleado para evitar el caos. También son extremadamente resistentes a la persuasión mentálica. ¡Imagina cómo reaccionarían esos individuos si vieran bruscamente a sus amigos, vecinos y seres queridos convertirse en «maestros de meditación» de la noche a la mañana!

»No, sería aún peor, Zun. Supongamos que conseguimos atraer a una mayoría de humanos a esa macroconsciencia, que renunciaran a la individualidad para unirse en una sola corriente mental. ¿Cómo reaccionarán los pocos que se quedarán fuera?

»¿Se enfurecerán? ¿Se sentirán abandonados?

»O tal vez malinterpreten lo que vean a su alrededor e imaginen que alguna fuerza extraña ha convertido a sus seres queridos en zombis, obligándolos a pensar de forma idéntica, todos al mismo tiempo.

»No olvides que esos seres excepcionales son a menudo ingeniosos. Dedicarían todas sus energías a descubrir y encontrar esa fuerza extraña exterior.

»Nos encontrarían. Nos declararían la guerra.

Zun Lurrin imaginó la escena mientras Daneel la iba describiendo, y comprendió de inmediato la inmensa sabiduría del Servidor Inmortal.

—Este nuevo logro… esta nueva forma de vida humana, tiene que ser introducida en el momento adecuado, bajo las circunstancias apropiadas. Todos los robots deben considerarlo necesario. Todos los humanos deben considerarlo una mejora.

Daneel asintió.

—Y por eso no puede suceder todavía. No puede imponerse por medios artificiales. Tendremos que esperar hasta que esté preparada una gran población de mentálicos humanos. Hasta que el imperio se haya desmoronado y la humanidad esté sufriendo. Entonces, cuando anhelen algo que los unifique y los salve, llegará el momento de ofrecerles a Gaia.

Zun se volvió para mirar a Daneel.

—¿Gaia?

—Un antiguo término para el espíritu que cubre todo un planeta. Una diosa buena y amable que sabe cuándo cae cada gorrión, porque cada pájaro del aire, cada pez del mar y cada humano vivo son parte integrante de su ser.

La voz del Servidor Inmortal se volvió distante mientras los ojos de Daneel parecían enfocar un lejano horizonte lleno de majestuosidad y belleza.

—Y después de que cada planeta tenga su Gaia, tal vez veamos algo aún mayor. Algo que lo abarcará todo. Galaxia.

Su voz se convirtió en un susurro.

—Y entonces… tal vez… yo encontraré la paz.