Hari contempló Pengia, preguntándose qué había en el planeta que le resultaba extraño. Desde la órbita el lugar parecía tranquilo, como cualquier mundo imperial típico, con brillantes mares azules e inmensas y llanas regiones agrícolas cubiertas por campos de trigo y ricos huertos.
Las pequeñas ciudades, claramente, no dominaban allí la vida. De hecho, aquel bucólico lugar tenía con seguridad exactamente el mismo aspecto desde hacía muchos miles de años.
Y sin embargo las amplias llanuras fértiles le parecieron de pronto extrañas a Hari, ahora que sabía la fuente de su bien ordenada geometría. Alguna máquina increíble las había creado, con toda probabilidad. Su mente imaginó una época, no muy lejana según los cómputos galácticos, en la que el fuego artificial cayó del cielo, arrasando y pulverizando simas acuáticas enteras, tallando cursos ideales para los ríos y luego sembrando aquella primera versión de Pengia con toda la vegetación y los alimentos necesarios para los colonos humanos.
Hari advirtió algo más.
No he visto muchos mundos imperiales «típicos». Me he pasado la mayor parte de mi vida rebuscando, investigando lo extraño, tratando de comprender desviaciones de las leyes de la psicohistoria. Esforzándome por comprender cada brizna y variación en nuestro modelo en desarrollo.
Nunca me pareció importante visitar un lugar como este, donde nace la inmensa mayoría de los seres humanos. Donde su vida transcurre casi idéntica que la de sus antepasados y se muere modestamente o en la desesperación, según cada drama particular.
Incluso Helicon, donde había pasado sus primeros años, era ampliamente reconocido como una anomalía. Aunque la agricultura dominaba la economía del planeta, una casualidad genética local produjo una notable industria constructora que proporcionó genios matemáticos para la burocracia y la meritocracia. ¡No era extraño que Daneel decidiera realizar sus experimentos e investigaciones allí!
Este lugar puede ser típico, pensó Hari. Pero ya no estoy seguro de lo que significa esa palabra. Una vez más, la humildad parecía sorprendentemente reconfortante a su edad.
Naturalmente, todas estas extrañas reflexiones podrían ser un producto residual de su reciente tratamiento rejuvenecedor. Hari sentía una renovada fuerza en las articulaciones, mayor firmeza en el paso, lo cual no haría sino condicionar su estado de ánimo general, infectándolo con una ansiedad que, irónicamente, lamentaba hasta cierto punto, pues sabía que era artificial.
Y sin embargo parte de él se sentía sorprendida por lo poco que había cambiado.
Sigo siendo un viejo. No tengo un aspecto distinto. Noto que me han dado un poco más de vigor, pero, sinceramente, dudo que eso se traduzca en un lapso de vida superior. ¿Es esto todo lo que puede conseguir la disparidad entre el renacimiento de Sybyl y las biotecnologías secretas que los calvinianos han estado atesorando durante siglos? El contraste no es nada impresionante.
Hari tenía la vaga sensación, casi como en un sueño, de que le habían quitado tanto como le habían dado mientras estaba allí tendido en aquella caja blanca. Había sucedido más de lo que parecía.
El hermoso mundo azul se acercó más a las pantallas del Orgullo de Rhodia mientras R. Gornon Vlimt los conducía hacia un lugar donde aterrizar. Por algún motivo, todo el mundo miraba hacia el este mientras descendían. A nadie le importaba lo que había al oeste, que era después de todo, casi idéntico. Jeni Cuicet, sentada en una silla flotante, sin apenas moverse, combatía las oleadas de escalofríos que la asaltaban.
Horis Antic no dejaba de señalar los rasgos de la geografía de abajo, compartiendo con Biron Maserd una nueva excitación puesto que comprendían cómo se había formado aquel terreno, un codicioso placer intelectual que Hari comprendía bien. Sonrió a sus dos jóvenes amigos.
Sybyl y Planch estaban acurrucados juntos en ventanilla situada más a proa, murmurando en secreto aunque Hari imaginaba qué era lo que los tenía preocupados. Los tripulantes de rango inferior de Ktlina y Orgullo de Rhodia acababan de someterse a un tratamiento con drogas e hipnosis aplicado por R. Gornon. Estos hombres realizaban sus tareas un poco aturdidos y evidentemente sin ningún recuerdo de los extravagantes acontecimientos que habían tenido lugar durante la semana anterior.
Sybyl y Planch se preguntan cuándo les llegará el turno a ellos, pensó Hari. Deben estar tratando de elaborar algún plan para evitarlo, o bien de dejar un mensaje para sus amigos. Lo sé porque es lo que yo haría en su lugar.
Antic y Maserd parecían menos preocupados, quizá porque confiaban en la protección de la amistad de Hari o porque eran más dignos de confianza. No era probable que ninguno de ellos apoyara nada que llevara al caos. A pesar de todo, Hari dudaba.
R. Gornon actúa en muchos aspectos como si compartiera los planes de Daneel. Sin embargo, mató a uno de los agentes de Daneel y está claro que huye a toda velocidad para no ser capturado por el Servidor Inmortal.
Había complejidades que Hari no entendía aún. Por lo tanto, Biron y Horis tal vez tenían demasiada fe en su amistad y confianza para preservar su memoria de los recientes acontecimientos.
Planch y Sybyl llegaron a una conclusión. Se acercaron a Hari con expresión decidida.
—Estamos dispuestos a admitir que ha ganado usted otra vez, Seldon —dijo la mujer de Ktlina—. Así que hagamos un trato.
Hari sacudió la cabeza.
—Es una exageración decir que yo he ganado nada. De hecho, estas «victorias» recientes me han costado más de lo que imaginan. Además, ¿qué les hace pensar que me encuentro en situación de hacer ningún trato, mucho menos de aceptar uno?
Sybyl puso cara de frustración, pero Planch, el mercader espacial, seguía imperturbable.
—No comprendemos todo lo sucedido, pero es evidente que nuestras opciones son limitadas. Aunque usted no pueda darle órdenes a esa cosa —señaló con la cabeza a R. Gornon—, está claro que tiene alguna influencia. Esas máquinas tiktok le tienen en muy alta estima.
Valoran el uso que pueden hacer de mí, se dijo Hari con cierto desánimo. Naturalmente, eso era injusto. Aparentemente, todos los robots, incluso los enemigos de Daneel reverenciaban a Hari por un motivo especial: era lo más parecido a un amo plenamente consciente y sabio que había existido en el universo humano desde hacía miles de años.
Para lo que me va a servir, pensó amargamente. Y para lo que le va a servir a la humanidad.
—¿Cuál es su propuesta? —le preguntó a Mors Planch.
El capitán mercante fue directamente al grano.
—Tal como yo lo veo, este tiktok mentálico podría tomar a cualquiera de nosotros, dejarlo inconsciente, inyectarle droga y borrar su cerebro. ¡Pero ese modo de actuar tiene dos desventajas! Primero, al viejo Gornon aquí presente no le gustará hacerlo, por culpa de esa Primera Ley suya. Oh, podría razonar que es por al bien superior, pero me imagino que nuestro hombre de lata preferiría encontrar algún otro medio de impedirnos hablar, ¿no?
A Hari le impresionó este razonamiento. Planch lo había entendido bastante bien.
—Continúe.
—Además, dondequiera que aparezcamos con un agujero en la memoria, será una pista enorme para todos nuestros amigos, o para cualquiera que nos conozca. Hay gente allá en Ktlina que estaba al corriente de nuestros planes. No importa lo que le haga el robot a nuestras mentes, esos sabios podrán usar alguna nueva tecnología renacentista para deshacer el daño. Gornon tendría que dejarnos la mente casi en blanco y arrojarnos a un agujero para asegurarse de que eso no suceda.
Hari advirtió que Biron Maserd se acercaba para participar en la conversación.
—Está usted dando por hecho que su amada revolución caótica todavía reina en Ktlina —dijo el noble—. Aunque la enfermedad siga allí, ¿durará lo suficiente para que su escenario valga? ¿Sobre todo ahora que los antiguos archivos han sido destruidos?
—Tal vez subestima usted cuántas armas tiene en su arsenal este renacimiento concreto. Ktlina no está cruzado de brazos, como pasó con Sark. Ni es tan confiado, como Madder Loss. Y aunque caiga como los demás, una creciente red de colaboradores y simpatizantes está preparada para ayudar al siguiente mundo a intentar librarse de la antigua trampa.
Hari no pudo dejar de admirar la dedicación y la pasión de aquel hombre. Planch y él solamente discrepaban en lo referente a sus creencias básicas, lo que los humanos eran capaces de conseguir. Yo estaría de su lado, como conspirador dispuesto, si tan sólo los hechos subyacentes fueran distintos.
Pero la psicohistoria demostraba que el viejo imperio se desplomaría mucho antes de que se alcanzara el umbral crítico de Planch. Una vez que la red de comercio, servicio y apoyos mutuos del Imperio se rompiera, las poblaciones locales de cada planeta tendrían preocupaciones mucho más serias que aspirar a llevar a cabo el siguiente renacimiento. La supervivencia sería lo primero. La nobleza intervendría, como hacía siempre en tiempos de crisis, imponiendo tiranías benévolas o despóticas. La plaga del caos sería detenida en seco por algo igualmente terrible. El derrumbe de la propia civilización.
—Continúe, Planch —le instó Hari—. ¿He de entender que tiene alguna otra alternativa que ofrecer?
El capitán mercante asintió.
—No pueden dejarnos libres… eso lo comprendemos. Y sin embargo sería preferible no matarnos o vaciar por completo nuestras mentes. Así que nos gustaría sugerir una alternativa.
»Llévennos de vuelta con ustedes a Trantor.
Mors Planch pretendía continuar, pero un fuerte gritó lo interrumpió.
—¡No!
Todos se volvieron para ver a la joven Jeni Cuicet que se apoyaba en ambos codos, tratando de incorporarse en la silla flotante.
—No volveré allí. Me enviarán a Terminus, junto con mis padres. Esta maldita fiebre cerebral empeorará aún más las cosas. ¡Dirán que significa que soy un maldito genio! ¡Estarán aún más ansiosos por enviarme a esa horrible roca y allí me pudriré!
Sybyl se acercó a Jeni, distraída durante un instante de su dolor, y trató de ofrecer a la muchacha un poco de alivio químico. Mors Planch y Hari intercambiaron una mirada.
Planch no tiene que entrar en más detalles, pensó Hari. No tiene sentido perturbar a la muchacha. Además, sé lo que está sugiriendo. Hay métodos antiguos que los emperadores han empleado para mantener a la gente en un «exilio» seguro en la misma capital. Es una opción arriesgada. Tal vez Planch piense que puede escapar de ese confinamiento, aunque los rehenes imperiales han probado las restricciones durante miles de años.
O bien tal vez prefiere vivir cómodamente en un lugar cosmopolita, como alternativa a perder la memoria.
Cualquier posible discusión sobre el tema quedó cortada de cuajo cuando R. Gornon gritó por encima de su hombro:
—¡Abróchense los cinturones! Aquí no tienen sofisticados sistemas de guía, así que el descenso puede que sea un poco más brusco de lo acostumbrado.
Nadie pensó en desobedecer. El poder de Gornon ya había sido ampliamente demostrado. Mientras los pasajeros veían cómo el rústico espaciopuerto de Pengia se desplegaba ante ellos, todos supieron que había asuntos por resolver. Cada uno de ellos se enfrentaría a una toma de decisión en Pengia. Un cambio de destino.
Media docena de hombres de aspecto fornido se reunieron con ellos en el límite del campo de aterrizaje. Hari tuvo la inconfundible sensación de que eran robots, sin duda miembros del pequeño culto calviniano de Gornon.
Tres vehículos grandes se aproximaron a la nave, que se había posado junto a un hangar. Los tripulantes de Biron Maserd y los que habían servido a bordo de la nave pirata de Mors Planch se subieron a un coche. El segundo alojó a Horis, Sybyl, Planch y Maserd, con la silla flotante de Jeni en la parte de atrás. Su parada inmediata sería un hospital local, donde los médicos estaban familiarizados con la fiebre cerebral y tenían instalaciones para ayudar a la muchacha.
A Gornon no parecía preocuparle que hablara de lo que había visto. Las víctimas de la fiebre cerebral a menudo tenían alucinaciones extravagantes y nadie se tomaría en serio sus descabelladas historias. Además, Hari advirtió que los motivadores de la nave habían quedado en marcha. Los calvinianos no planeaban quedarse mucho tiempo… unos días como máximo.
Incluso eso puede ser demasiado, si la organización de Daneel es tan eficaz como siempre. Hari se preguntó qué impulsaba a aquellos robots herejes a correr tantos riesgos.
Hari y Gornon se unieron a los demás. En piloto automático, la limusina empezó a dirigirse a las colinas cercanas, evidentemente una zona donde residía la nobleza local. Hari supuso que Gornon tenía una mansión esperando. Nada sino lo mejor para sus cautivos.
Mientras la limusina llegaba a una puerta lateral para salir del espaciopuerto provincial, Hari se volvió a contemplar el Orgullo de Rhodia, y la agudeza restaurada de sus ojos le hizo advertir algo extraño.
Los robots que Gornon había dejado a cargo de la nave estaban descargando algo pesado por la escotilla de pasajeros. Era blanco y tenía la forma de un ataúd de grande.
Incluso los fornidos robots parecían esforzarse bajo su peso mientras lo transportaban al tercer y último vehículo. Sus movimientos indicaban gran cuidado, como si su carga fuera de algún modo más preciosa que sus propias vidas.
Como si muchas esperanzas dependieran de que alcanzara a salvo algún destino lejano.