Dors Venabili pasó la última parte del viaje transformando su aspecto. Quería realizar su trabajo rápidamente y acabarlo sin preguntas. No serviría de nada aparecer en Trantor con el rostro de una mujer que todo el mundo creía muerta… ¡la esposa del ex Primer Ministro, Hari Seldon!
Aparcó su nave en una zona de atraque comercial y tomó el ascensor Orión para bajar a la superficie envuelta en metal de Trantor. En la aduana, una simple frase codificada persuadió a los ordenadores de inmigración para dejarla pasar sin someterla a un escáner corporal. Los robots de Daneel llevaban incontables generaciones utilizando esta técnica para entrar en la capital.
Y aquí estamos de nuevo, pensó, de vuelta a las cavernas de acero donde pasé la mitad de mi existencia protegiendo a Hari Seldon, guiando y nutriendo su genio, simulando tan bien ser una esposa que mis sentimientos inculcados acabaron por ser indistinguibles del verdadero amor.
E igualmente urgentes.
La rodeaban sofocantes multitudes, tan distintas de la lánguida vida pastoral de la mayoría de los mundos imperiales. Dors solía preguntarse por qué Daneel diseño Trantor de esa forma: un laberinto de pasillos de metal cuyos habitantes apenas veían el sol. Ciertamente, aquello no era necesario para propósitos administrativos, ni para albergar a sus cuarenta mil millones de habitantes. Muchos mundos imperiales sostenían poblaciones mayores sin haber tenido que aplastar y unir todos los continentes, hasta convertirlos en una sola conejera de acero.
Sólo después de ayudar a Hari a definir los esbozos de la psicohistoria comprendió ella el verdadero motivo subyacente.
En la era del amanecer, cuando fue fabricado Daneel, una enorme mayoría de humanos, los de la Tierra, vivían en abarrotados refugios artificiales como resultado de algún horrible cataclismo. Y a lo largo de los siguientes milenios, cada vez que un planeta pasaba por algún episodio caótico especialmente malo, las personas, traumatizadas, reaccionaban de la misma manera: escondiéndose de la luz en cavernas parecidas a colmenas.
Al diseñar Trantor de esta forma, Daneel había utilizado astutamente esta pauta de comportamiento ¡Trantor ya era, por diseño, un planeta lleno de supervivientes del caos! La paranoia y el conservadurismo inherentes lo convertían en el último lugar de la galaxia donde nadie intentaría un renacimiento.
Y sin embargo, pensó, un minirrenacimiento tuvo lugar aquí una vez. Hari y yo apenas sobrevivimos a las consecuencias.
Una voz la sobresaltó cuando sonó a Su espalda.
—¿Supervisora Jenat Korsan?
Era uno de sus alias. Se dio la vuelta y vio a una mujer vestida de gris, con insignias de nivel medio en la charretera, que ofrecía a Dors el saludo adecuado para un funcionario dos niveles superior.
—Espero que haya tenido un viaje agradable, supervisora.
Dors respondió con otra cortesía ruelliana. Pero, como de costumbre entre los Grises, había poco tiempo que perder en galanterías.
—Gracias por recibirme aquí, subinspectora Smeet. He accedido a sus informes sobre la emigración a Terminus. El progreso general parece ser bueno. Sin embargo, observo ciertas discrepancias.
La burócrata trantoriana pasó por una serie de fluctuantes expresiones faciales. Dors no necesitó poderes mentálicos para leer su mente. Los Grises que vivían destinados permanentemente en la capital se sentían superiores a los funcionarios del brazo espiral exterior, sobre todo a los que Dors pretendía pertenecer, una controladora de la lejana periferia. Con todo, no podía ignorar el rango. Alguien de la estatura aparente de Dors podía crear problemas. Era mejor cooperar y asegurarse de que se comprobaban todas las cajas.
—Tiene usted suerte, supervisora —le dijo a Dors la oficial local—. Allí mismo se ve una fila de emigrantes que entran en las cápsulas de la primera fase de su largo viaje.
Dors siguió el brazo extendido de Smeet, que indicaba una lejana sección de la enorme sala de tránsitos. Allí, vio una cola de figuras cabizbajas moviéndose de un lado a otro entre cordones de terciopelo. Sus agudos ojos robóticos amplificaron la escena para escrutar a varios cientos de hombres, mujeres y niños, cada uno de ellos con maletas o sujetando el cable de un carro automático. El ambiente no era del todo sombrío. Observó a algunos individuos que trataban de animar a sus compañeros. Pero la presencia de los agentes de la Policía Especial revelaba la verdad: eran una especie de prisioneros. Exiliados enviados a los más lejanos rincones del universo conocido, a quienes nunca se permitiría regresar al corazón metropolitano del imperio.
El precio humano del Plan de Hari, reflexionó Dors Su destino es una inhóspita roca llamada Terminus, supuestamente para crear una nueva Enciclopedia, y rechazar con ello el acoso de una edad oscura. Ninguno de ellos conoce la siguiente capa de verdad, el hecho de que sus herederos tendrán generaciones de sensacional gloria. Durante algún tiempo una civilización centrada en Terminus, la Fundación, brillará más de lo que lo haya hecho jamás el viejo imperio.
Dors sonrió, recordando sus mejores años con Hari, cuando el Plan Seldon empezaba a tomar forma, pasando de ser un mero destello en las ecuaciones a una fantástica promesa: una aparente salida a la trágica incertidumbre de la humanidad. Un camino hacia algo lo suficientemente osado y fuerte para rechazar el caos, evitar la locura y llevar a la humanidad a una nueva era.
Aquellos fueron tiempos excitantes. El pequeño grupo de Seldon trabajaba frenéticamente, compartiendo intensas esperanzas. Por el camino, crearon un grandioso plan, un tremendo drama cuyos principales actores serían estos mismos emigrantes y su posteridad en la oscura Terminus.
Entonces Dors frunció el ceño, al recordar el resto, el día en que Hari advirtió que su plan era defectuoso Ningún plan, por muy perfecto que sea, podría cubrir todos los imponderables ni ofrecer una predicción perfecta. Con toda probabilidad, perturbaciones y sorpresas desviarían aquel hermoso diseño. Yugo Amaryl insistió, una Segunda Fundación.
Ese fue el principio de la desilusión. Recordó lo poco elegantes que se volvieron entonces las hermosas ecuaciones, forzando el grácil y poderoso impulso de cuatrillones a seguir la voluntad de unas pocas docenas. Todas las cosas fueron cuesta abajo a partir de entonces.
Al observar la procesión de exiliados, supo que su destino no era tan brillante después de todo. La Primera Fundación sería gloriosa, pero su función era ayudar a preparar el terreno para algo más. Terminus sería estéril.
Un poco como yo, supongo. Hari y yo alumbramos civilizaciones y criamos hijos adoptivos, pero nuestras creaciones fueron siempre de segunda mano.
Era tentador ir a visitar a su nieta, Wanda Seldon. Pero será mejor que no. Wanda es mentálica, y aguda como un láser. No puedo dejar que descubra lo que pretendo.
—¿Ha habido algún otro intento de huida? —le preguntó a la funcionaria Gris.
Casi desde el mismo día en que Hari hizo el trato con el Comité de Seguridad Pública, algunos exiliados se revelaron contra el destino que se les había impuesto. Sus métodos oscilaban desde ingeniosos subterfugios legales a enfermedades fingidas o a intentos de mezclarse con la población de Trantor. Dos docenas incluso robaron una nave espacial y trataron de buscar un santuario en el «mundo renacentista» de Ktlina.
Smeet asintió, reluctante.
—Sí, pero cada vez menos, desde que los especiales redoblaron su supervisión. Una muchacha, la hija de dos enciclopedistas, falsificó astutamente sus documentos para conseguir un trabajo aquí, en el ascensor. Desapareció hace doce días.
Casi al mismo tiempo que Hari. Dors ya lo había comprobado en la base de datos policial y había visto la exigua información sobre la desaparición de Seldon.
Mientras se preparaba para partir del Gran Atrio, Dors escrutó por última vez la fila de exiliados. Aunque algunos lamentaban su destierro y otros parecían dolidos por ser expulsados del corazón del viejo imperio, advirtió que la mayoría de ellos estaban sorprendentemente animados. Esos hombres y mujeres charlaban llenos de fuerza mientras la cola avanzaba. Captó conversaciones sobre ciencia, artes, teatro, además de nerviosas especulaciones sobre las oportunidades que encontrarían en el exilio.
Después de varios años apiñados en Trantor, incluso sus pautas lingüísticas mostraban las primeras sutiles pistas de una deriva que habían descrito ya las ecuaciones una deriva que conduciría a un idioma destinado a ser llamado al cabo de cien años Dialecto Terminus, una evolución del Galáctico Estándar que sería cada vez más escéptico y optimista a medida que se fuera desprendiendo de muchas de las antiguas restricciones sintácticas.
Naturalmente, algunos de los nuevos chistes y palabras en argot habían sido introducidos por los Cincuenta, los psicohistoriadores, como parte de un proceso continuado: preparando suave e imperceptiblemente a los exiliados para su función. Pero los hipersensibles oídos de Dors también captaron frases que no formaban parte del programa. Evidentemente, los exiliados trabajaban por su cuenta.
Bueno, no debería sorprenderme. Son los mejores que pudimos reclutar de veinticinco millones de mundos. Los más inteligentes, sanos y enérgicos… y los más dedicados al más puro pragmatismo. La semilla ideal para algo valiente y nuevo. Si la humanidad fuera a intentar conseguir una cura milagrosa a través de sus propios esfuerzos, esta gente y sus herederos podrían haberlo conseguido… ayudados por las ecuaciones de Seldon.
Ah, bueno, ese fue el sueño.
Dors sacudió la cabeza. No tenía sentido recrearse en aquellas esperanzas. De haberlo hecho, y de haber sido humana, se habría echado a llorar.
Dors se volvió hacia las entrañas de Trantor con sólo un pensamiento en la mente. Encontrar a Hari.
—¿Qué quieres decir con eso de que habéis perdido el rastro? ¡Creía que habíamos colocado un señalizador en su nave!
El robot que se hallaba frente a Dors permaneció inexpresivo, quizá porque las muecas faciales eran innecesarias entre su especie positrónica, o bien porque ese era el rictus que un humano adoptaría tras permitir un embarazoso fallo de seguridad y perder a una de las personas más importantes de la galaxia.
—Hace menos de una semana que el transmisor guarda silencio —respondió R. Pos Helsh—. Tenemos cierta idea de en qué dirección fue el yate espacial después de partir de Demarchia. Nuestros contactos con el Comité de Seguridad Pública cuentan que un crucero de la Policía Especial desapareció violentamente poco después en la Nebulosa Thumartin.
—Esa noticia es preocupante. ¿Habéis enviado robots al lugar?
—Nos disponíamos a hacerlo. Entonces un mensaje de Daneel nos lo prohibió.
—¿Qué? ¿Dio alguna razón?
El otro robot transmitió un equivalente en microondas a un encogerse de hombros.
—Somos pocos aquí en Trantor —explicó—. No hay agentes dignos de confianza que malgastar, así que las investigaciones se han dejado en manos de la policía. Además… —el robot masculino hizo una pausa antes de continuar en tono seco—, tengo la fuerte impresión de que todo ha sucedido según algún plan de Daneel.
Dors reflexionó.
Bueno, eso no me sorprendería. Utilizar a Hari, incluso en su vejez, cuando habría que dejarlo a solas con la satisfacción de sus logros. Si hubiera algún tipo o función que todavía pudiera realizar; para ampliar la estrategia a largo plazo de Daneel, dudo que el Servidor Inmortal vacilara ni siquiera un instante.
Pero seguía quedando un misterio.
—¿Qué podría hacer Hari a estas alturas ya para ayudar a Daneel?
Ella no tenía mucho tiempo. Pronto los agentes de Daneel se enterarían de que estaba allí por propia voluntad, tras haber abandonado su puesto en Smushell. Dors no tenía ni idea de qué podría hacer Daneel al respecto. Olivaw había sido notablemente tolerante cuando Lodovik Trema se rebeló en toda regla. En otras ocasiones, Daneel había ordenado desmantelar a robots si su conducta era contraria a su visión del bien superior. Y hacía mucho tiempo, durante las guerras civiles robóticas, fue una fuerza imparable, capaz de actuar con gran saña… todo por el beneficio a largo plazo de la humanidad.
Dors decidió dejar Trantor y dirigirse a la Nebulosa Thumartin. Pero quedaba otra cosa más por hacer.
Tras visitar una oscura sección de la biblioteca de la Universidad de Streeling, se conectó a un oculto panel de fibra óptica. Usando secretas puertas traseras de software, Dors evitó las trampas que normalmente defendían los datos más preciosos del Grupo Seldon… el Primer Radiante. Por fin consiguió cargar la última versión del Plan Seldon. Tal vez le diera alguna pista de lo que iba a hacer Hari. Por qué un anciano inválido marchaba en sus últimos días con un oscuro burócrata y un noble diletante, persiguiendo historias de fósiles y polvo.
La Universidad de Streeling era uno de los raros lugares de Trantor donde algunos edificios de plata y mármol se alzaban hacia el cielo poblado de estrellas. Tras salir de la biblioteca, Dors evitó una estructura sin ventanas situada a pocos metros de distancia, donde cincuenta psicohistoriadores se reunían para continuar refinando el Plan, preparándose para su larga servidumbre al destino. Y sin embargo, sólo dos de ellos poseían poderes mentálicos. El resto eran simples matemáticos, como Gaal Dornick. Pero pronto se reproducirían con psíquicos dotados, se mezclarían ambas habilidades y esparcirían las semillas de una poderosa clase gobernante en la galaxia. Una Segunda Fundación para dirigir en secreto a la Primera.
Hari había intentado convertir la necesidad en virtud. Después de todo, los poderes mentálicos ofrecían una oportunidad excelente para solventar cualquier inconveniente que pudiera aparecer a lo largo de los años. Con todo, era una solución poco elegante, metida a la fuerza entre las ecuaciones. A él nunca le gustó realmente el concepto de un cuerpo de élite de semidioses.
Con el tiempo, aquello consumió a Hari.
Tal vez por eso envejeció tan pronto, pensó Dors. O tal vez simplemente me echaba de menos. Fuera como fuese, ella se sentía culpable por haber estado lejos tanto tiempo, por mucho que Daneel hubiera racionalizado la necesidad.
Mientras abandonaba el distrito universitario, Dors sintió un roce familiar contra las capas superficiales de su mente. Miró al norte y centró su mirada en un puñado de académicos de toga púrpura, meritócratas de séptimo y octavo nivel, que caminaban hacia el Edificio Amaryl. Uno de ellos, una mujer pequeña, tropezó bruscamente y empezó a correr hacia Dors.
Era Wanda.
Cualquier movimiento inusitado atraería sin duda la atención, así que Dors adoptó la expresión típica de la distraída burócrata vestida de Gris que representaba, aburrida e inocua, mientras cruzaba el patio.
Wanda vaciló. Dors sintió una sonda mental mientras pasaban una al lado de la otra. Pero el talento de su nieta no era lo bastante fuerte para penetrar el disfraz externo de un robot bien entrenado. Después del tiempo pasado en Smushell, atendiendo a psíquicos mucho más fuertes, Dors esquivó fácilmente el sondeo de Wanda.
De todas formas, fue un momento de tensión. Algo en Dors, la parte dedicada a actuar y sentir como humana, quería abrazar a esa persona a quien había conocido y amado.
Pero Wanda no necesita ahora mismo encontrarse con su difunta abuela. Está contenta y feliz con su trabajo, segura de que la Segunda Fundación impulsará un gran despertar en la humanidad, dentro de mil años.
No tengo derecho a perturbar ese logro, por ilusorio que sea.
Así que Dors continuó caminando, el rostro y la mente lo suficientemente distintos para que Wanda finalmente sacudiera la cabeza y descartara aquella breve sensación de familiaridad.
Cuando estuvo a una distancia prudente, Dors dejó escapar un profundo suspiro.