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Supieron que algo iba desesperadamente mal antes de llegar al último tramo del pasillo donde estaba atracado el Orgullo de Rhodia. Media docena de figuras humanas deambulaban sin rumbo ante la compuerta Sybyl y Horis Antic, junto con los dos tripulantes de Maserd y un par de ktlinianos. Miraban las paredes, avanzaban unos cuantos pasos, murmuraban y pedían disculpas mientras chocaban unos con otros.

—Será mejor que los subamos a bordo —sugirió Maserd.

—Y que salgamos de aquí lo más rápido posible. No tengo ganas de quedarme a esperar explicaciones.

Ambos condujeron a los aturdidos humanos hacia la compuerta. Por fortuna, parecían alegres. Sybyl incluso dejó escapar un gritito de felicidad y trató de abrazar a Hari.

Una vez a bordo, vieron un motivo para la confusión. Todos los robots mecanoides inferiores que Kers Kantun había dejado a bordo como cuidadores yacían rotos y esparcidos por el suelo. Jeni Cuicet estaba sentada entre un puñado de componentes, sonriendo mientras trataba de encajarlos, como si fueran piezas de un rompecabezas. Dos piratas de Ktlina discutían como niños pequeños, peleando por una brillante célula ocular de una de las máquinas asesinadas.

—Calentaré los motores —le dijo Maserd a Hari—. Reúna a todos y averigüe cómo están.

Hari asintió. Los nobles llevaban veinte milenios perfeccionando su tono de mando. Cuando había que tomar decisiones sin deliberar, era mejor confiar en la rápida reacción visceral de un noble. Mientras Biron se adelantaba, Hari empujó a los demás hacia el salón y los ató a los cómodos asientos que allí había. Tras un rápido recuento, advirtió que faltaban cuatro personas. Recorrió velozmente ambas naves y encontró a dos ktlinianos más, un hombre y una mujer, ocultos en un trastero, consolándose mutuamente. Con unas cuantas palabras tranquilizadoras, logró que se reunieran con los demás.

—¡Eh, profesor! —saludó Jeni alegremente—. Tendría que haberlo visto. Tiktoks combatiendo a tiktoks. ¡Sólo verlos me hizo sentir como si se me fuera a abrir la cabeza!

La muchachita era valiente y estoica, pero Hari notó que su fiebre seguía siendo alta, quizás empeorada por las cosas de las que acababa de ser testigo.

Tengo que encontrar el antídoto para el fármaco que Kers utilizó para drogarlos y así Sybyl podrá prestar atención médica a esta pobre chica. ¡Pero la prioridad principal era salir de allí!

Bajo sus pies notó el ritmo creciente de los afinados motores espaciales. Maserd manejaba su yate como si fuera un instrumento musical, saltándose la comprobación normal y preparándose para un rápido despegue.

Eso deja a dos por localizar, pensó Hari, y se volvió justo cuando la sombra de alguien cruzaba el portal tras él. Mors Planch se encontraba allí, frotándose aturdido el puente de la nariz. Aunque los demás habían recibido algún tipo de bebida de la felicidad, Planch había sido drogado a conciencia por Kers Kantun. ¡Ni siquiera debería estar despierto, mucho menos caminando!

—¿Qué ocurre, Seldon? ¿Qué ha hecho… con mi tripulación… mi nave?

Hari casi trató de negar que esto tuviera nada que ver con él, pero no pudo mentir. Tiene más que ver conmigo de lo que jamás hubiese querido.

Agarró al espacial por el brazo.

—Por aquí, capitán. Lo pondré cómodo.

Justo entonces sonó una sirena atronadora, mientras las vibraciones sacudían el yate espacial. Hari y Planch se tambalearon. El grandullón era pesado y fuerte. Mientras sus músculos se contraían, Planch se aferró al brazo de Hari con tanta fuerza que, entre oleadas de agonía, Seldon estuvo apunto de desmayarse.

De repente, alguien apareció y ayudó a Hari a tirar de Mors Planch, aliviándolo de la carga. Hari advirtió que el noble debía estar aún en la sala de control, pilotando la nave, así que sólo podía ser…

En efecto, el recién llegado llevaba unos llamativos pantalones de cuadros fractales y una chaqueta fosforescente. Ya están todos localizados, pensó Hari con cierto alivio, pero también aturdido. Gornon no tenía ningún problema para concentrar su atención. Al contrario que la de los demás, su mirada era firme.

—Vamos, profesor —instó Vlimt—. Tendremos que amarrarnos. El viaje será un poco movidito hasta que salgamos de este lugar.

Hari se sentó en un sillón, cerca del visor, mientras Gornon ataba a Mors Planch y aseguraba rápidamente a los demás.

—Tengo cosas que hacer en la cabina de control, profesor. Hablaremos más tarde. Mientras tanto, ¿por qué no disfruta del panorama? No se ha visto nada parecido en mil generaciones humanas, y quizá nunca habrá nada igual.

Dicho esto, Vlimt salió del salón.

Hari sintió la súbita y salvaje necesidad de gritar una advertencia a Biron Maserd, pero entonces se sintió abrumado por la fatiga. De todas formas, si su suposición era acertada, las advertencias tampoco servirían de nada.

El espectáculo del exterior era en efecto memorable: una andanada de archivos individuales explotando cada vez con más rapidez, para convertirse en un despliegue virtual de fuegos artificiales. Innumerables destellos, uno vaporizando un billón de terabites de información. Hizo falta toda la habilidad del piloto para abrirse paso entre semejante manicomio. Pero pronto Hari vio que otro tipo de destrucción seguía la estela de la nave. La ajada estación espacial que se encontraba en el centro de la gran recopilación de archivos empezó a brillar.

De los túneles y las cámaras de almacenamiento empezó a emanar calor, mientras el contenido del vasto depósito empezaba a fundirse.

Me pregunto qué le pasó a la otra nave. Hari siguió observando, hasta que localizó la nave de Ktlina. Tenía que estar allí en el espacio, un pecio sin nadie abordo. Pero mientras miraba, el esbelto aparato empezó a brillar con energías acumuladas. Los propulsores entraron en ignición y la nave empezó a moverse en dirección opuesta al rumbo tomado por el Orgullo de Rhodia. Pronto su titilante estela fue todo lo que quedó de ella. Luego Hari también le perdió la pista, mientras una zona de destrucción completamente nueva aparecía ante su campo de visión.

Los terraformadores, pensó, mientras veía cómo las gigantescas máquinas labradoras iniciaban su propio ciclo de demolición. Naves prehistóricas, tan antiguas y primitivas y, sin embargo, tan asombrosamente poderosas que habían transformado planetas enteros, empezaron a desintegrarse, como si estuvieran siendo aplastadas por el polvo de los años.

A Horis Antic se le escapó un gemido mientras el experto en suelos señalaba la escena. Se había recuperado lo suficiente del estupor inducido por las drogas para comprender lo que aquello significaba. La prueba de sus hipótesis, un descubrimiento que sería su único intento de obtener fama entre cuatrillones de anónimos ciudadanos galácticos, se desvanecía ante sus ojos.

Hari sintió lástima por el hombrecillo.

Habría sido bueno que se supiera la verdad de todo esto. Daneel sostiene que las labradoras fueron enviadas por un tipo distinto de robots (programados por un fanático aurorano cuya fiera noción de servir a la humanidad significaba aniquilar todo lo demás) a preparar hermosos habitáculos para que aterrizaran los colonos. Daneel repudió a esos antiguos auroranos. Sin embargo, su lógica difiere sólo en que él es más sutil.

Hari no tenía más que una pesimista certeza. La vida no le ofrecía sino derrotas. Ningún rastro de su nieto desaparecido. Ninguna validez para la psicohistoria. Y ahora, por el bien superior, había consentido la destrucción de un tesoro.

Sea lo que sea que tienes en mente para nosotros, Daneel… será mejor que merezca la pena. Será mejor que sea algo realmente especial.

Un poco más tarde, cuando las explosiones hubieron quedado muy atrás, Hari dormitaba y alguien se desplomó pesadamente en el asiento de al lado.

—Bueno, que me zurzan si este universo tiene siquiera una pizca de sentido —gruñó Biron Maserd.

Hari se frotó los ojos.

—¿Quién está pilotando…?

Maserd respondió con expresión agria.

—Ese artista de los pantalones estrambóticos, Gornon Vlimt. Parece que los controles ya sólo le responden a él, no a mí.

—¿Cómo…? ¿Adónde nos lleva?

—Dice que lo explicará más tarde. Pensé en darle un golpe en la cabeza y tratar de recuperar el control. Entonces me di cuenta.

—¿De qué?

—Vlimt debe ser responsable de lo que le sucedió a Kers Kantun, allá en la estación. ¡Dejamos a Vlimt drogado, como a los demás, pero mírelo ahora! Supongo que sólo hay una explicación. Debe ser otro…

—¿Otro tipo de robot?

Esta vez la voz llegó del pasillo, donde se encontraba Gornon Vlimt, con aspecto tan llamativo como de costumbre y la desconcertante ropa del Nuevo Renacimiento de Ktlina.

—Pido disculpas por las molestias, caballeros. Pero la operación que acaba de ser completada requería gran delicadeza y precisión. Las explicaciones tenían que esperar hasta que se consiguiera el éxito.

—¿Qué éxito? —preguntó Hari—. ¡Si pretendía recuperar los archivos, ha fracasado! Todos han sido destruidos.

—Quizá no todos. De todas formas, los archivos no fueron nunca mi objetivo principal —respondió Gornon—. Primero, deberíamos aclarar una cosa. No soy el Gornon Vlimt que ustedes conocieron. Ese hombre sigue drogado, abordo de la nave Ktlina, camino de un falso encuentro en el que contará a sus camaradas caóticos una historia inducida hipnóticamente.

—Entonces eres realmente un robot —gruñó Biron Maserd.

El duplicado de Gornon asintió.

—Como pueden suponer, represento a una facción diferente de los seguidores de R. Daneel Olivaw.

—¿Eres uno de los calvinianos?

El robot no respondió directamente.

—Digamos que lo que acaba de tener lugar es otra escaramuza en una guerra que se extiende más allá del alcance incluso de los archivos perdidos.

—¿Entonces no compartes los objetivos del humano al que sustituyes? ¿El auténtico Gornon Vlimt?

—Eso es, profesor. Gornon quería copiar y difundir los archivos indiscriminadamente entre culturas vulnerables del imperio, creando infecciones de caos en un millón de sitios al azar. Una idea catastrófica. Sus ecuaciones psicohistóricas habrían sido hechas pedazos, y el destino alternativo de Daneel, sea lo que sea lo que ha planeado en secreto, habría sido abolido. Toda esperanza de una transición firme hacia una nueva fase de esplendor se hubiese perdido a medida que la locura campeara por sus respetos. Tendríamos que habernos pasado medio millón de años sacando a los humanos de las madrigueras en las que se habrían escondido cuando la fiebre pasara.

Maserd gruñó.

—¿Entonces apruebas la destrucción de los archivos?

—No es cuestión de aprobación, sino de necesidad.

—¿Entonces cuál es la diferencia entre Kers Kantun y tú? —exigió saber el noble. Maserd estaba, evidentemente, alcanzando el límite de su paciencia con los misterios.

—Hay muchas sectas y subsectas entre la clase robótica, milord. Una facción cree que no deberíamos cerrar puertas ni clausurar nuestras opciones ahora mismo. Para este fin, tenemos que pedirle un favor al doctor Seldon.

Hari se rio en voz alta.

—¡No puedo creerlo! Todos seguís actuando como su fuera vuestro dios… o al menos un representante conveniente para diez cuatrillones de dioses, ¡pero todo lo que queréis realmente de mí es usarme para que excuse y santifique unos planes que ya habéis escogido!

El robot Gornon asintió.

—Fue usted creado para ese papel, profesor. En Helicon, diez mil niños y niñas fueron especialmente concebidos, inoculados y preparados como usted. Y si embargo sólo unos centenares resultaron aptos para ser sometidos a una cuidadosa serie de condicionantes, desde su educación a su entorno familiar, con miras a un fin específico. Tras un largo proceso seleccionador, sólo quedó uno.

Hari se estremeció. Lo sospechaba desde hacía mucho tiempo, pero jamás había oído una confirmación de ello. Quizá este enemigo de Daneel tiene un motivo para revelarlo ahora. Decidió permanecer en guardia.

—Así que fui criado para ser matemáticamente creativo y no convencional, en una civilización cuyas características sociales potencian el conservadurismo y la conformidad. Pero mi creatividad fue guiada, ¿no?

Vlimt asintió.

—Tenía usted que ser inmune a todos los mecanismos retardadores normales para que su creatividad floreciera, y sin embargo una sensación de dirección era esencial, para guiarle siempre hacia el mismo ideal.

Hari asintió.

Capacidad de predicción. Odiaba la forma en que mis padres se comportaban: todo emociones, ninguna razón. Ansiaba predecir lo que haría la gente. La obsesión de mi vida. —Suspiró—. Pero incluso un neurótico comprende su neurosis. Sabía esto desde hacía décadas, robot. ¿Crees que no había deducido que Daneel me ayudó a ser lo que soy? ¿Imaginas que revelar esos hechos menguará mi lealtad y mi amistad hacia él?

—En absoluto, doctor. Lo que tenemos en mente no le pondrá en posición de traicionar a Daneel Olivaw. Sin embargo, nos preguntamos… —Se produjo una pausa, bastante larga para tratarse de un robot—. Nos preguntamos si le gustaría tener una oportunidad de juzgarlo.