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R. Zun Lurrin se asombró al descubrir algo que Daneel había ocultado a sus ayudantes más fieles: ¡en Eos vivían humanos!

La antigua base de reparaciones para los robots seguidores de la Ley Cero había sido escogida por su situación remota y por su carácter inhóspito para la vida orgánica. Era un secreto muy bien guardado que los amos nunca desentrañarían, ni lo imaginarían siquiera. ¡Y sin embargo, allí estaba! Una pequeña comunidad de hombres y mujeres viviendo tranquilamente bajo una cúpula transparente que se extendía justo debajo del lago de metal congelado.

Los robots permanecían fieles a su lado, previendo en silencio las necesidades de cada persona. Como sus requerimientos físicos eran atendidos por las máquinas, los humanos tenían libertad para volcar toda su atención en un solo objetivo.

Conseguir la quietud.

La serenidad.

La unidad.

—Durante siglos, tuve la respuesta ante las narices y, sin embargo, no la vi —le dijo Daneel Olivaw a Zun. Una ceguera debida a que soy fundamentalmente una criatura del caos.

—¿Tú? —Zun se lo quedó mirando—. ¡Pero Daneel, has combatido el caos durante casi toda tu existencia! Sin tus incesantes esfuerzos… e innovaciones, como el Imperio Galáctico, las plagas de locura habrían destruido a la humanidad hace mucho tiempo, en vez quedar limitadas a pequeños estallidos.

—Tal vez sea así —respondió Daneel—. Sin embargo, comparto muchas de las suposiciones que sostenían mis creadores, aquellos brillantes robotistas humanos que vivieron en una época de ciencia dinámica. El primer gran tecnorrenacimiento. Lo que aquellos programadores creían en lo más hondo todavía domina mis circuitos. Igual que ellos, habitualmente creo que todos los problemas pueden resolverse por medio de la experimentación directa y el análisis. Así que, nunca se me ocurrió que nuestros amos, en su ignorancia actual, ya hubieran encontrado otra forma de llegar a la verdad.

Zun contempló a los humanos, unos sesenta en total, que permanecían sentados silenciosamente en una alfombra hecha de juncos naturales trenzados. Tenían la espalda recta y las manos abiertas y huecas sobre el regazo. Ninguno decía una palabra.

—Meditación —comentó Zun—. Lo he visto a menudo. La mayoría de las religiones populares y los sistemas místicos la enseñan, así como incontables escuelas de higiene y disciplina mental.

—En efecto —dijo Daneel—. Este tipo de régimen es anterior a la civilización tecnológica. Los seres humanos entrenaron su mente de formas similares en una gran diversidad de culturas. De hecho, casi la única sociedad que ignoró la meditación fue la civilización tecnooccidental.

—La que construyó los robots.

—La que desató el primer gran caos asesino.

—Comprendo por qué has impulsado la meditación a lo largo de milenios —asintió Zun—, potenciándola en todas las formas de ruellianismo. La técnica posee influencia estabilizadora, ¿no?

—Es una de las muchas herramientas que hemos empleado —asintió Daneel—. Los resultados conseguidos con la meditación son compatibles con los objetivos generales del imperio. Los individuos se mantienen ocupados desarrollando su propia espiritualidad en vez de enzarzarse en los arrogantes proyectos cooperativos propios de las eras científicas.

—Hmm. Esto también será importante en los comienzos de la era postimperial, ¿no?

—Así es, Zun. Una de las primeras crisis a las que se enfrentará la Fundación de Seldon se resolverá cuando los líderes de Terminus descubran cómo manipular esos mismos conjuntos de respuestas religiosas y los utilicen para tener influencia sobre sus vecinos inmediatos en los reinos periféricos.

Zun aguardó un rato de silencio y observó a los sesenta humanos, sentados casi inmóviles sobre sus esterillas. No eran los únicos seres vivos bajo aquel techo transparente. Vio que Daneel se había encargado de que plantaran un jardincillo cerca, con árboles en miniatura y peces de colores que salpicaban junto a una hermosa cascada. Varias docenas de pájaros blancos tenían sus nidos en las ramas. Zun los vio alzar el vuelo, trazar al unísono un círculo completo alrededor de la cúpula y posarse de nuevo. En apariencia, ninguno de los humanos pareció reaccionar. Pero Zun supo que lo sabían todo respecto a los pájaros. De hecho, los hombres y mujeres tenían algo que ver con el vuelo, de algún modo.

Por fin, volvió a hablar.

—Tengo la sensación de que aquí hay algo más de lo que me dices, Daneel. Si la meditación es simplemente un modo útil de mantener entretenidos a los humanos, para distraerlos de los estados caóticos, no estarías llevando a cabo esta investigación aquí en Eos, nuestro escondite más secreto.

—Es verdad, Zun. Verás, los adeptos a la meditación hace tiempo que prometieron muchas cosas. Que proporciona serenidad, desapego, y un cierto autocontrol orgánico. Eso no tiene discusión. Las técnicas han demostrado ser útiles para ayudar al Imperio Galáctico a permanecer en paz casi siempre. Pero los creyentes también prometieron algo más, algo que descarté durante muchos miles de años por considerarlo una mera superstición.

—¿Sí? ¿El qué?

—Una forma de conectar con lo que hay más allá. Con lo otro. Un método de conseguir la fabulosa comunión de las almas. Algo que hace que los humanos sean más grandes que lo humano. Durante muchos años, la ciencia intentó investigar eso. En la mayoría de los casos resultó no ser más que ilusión. Autoengaños, como cuando una mente hipersensible experimenta emociones y quimeras que interpreta como la culminación de un sueño.

»Durante miles de años, descarté este aspecto, y empleé la meditación principalmente como herramienta, social una de las muchas que me ayudaron a crear una civilización agradable y conservadora, a salvo del caos. Entonces sucedió algo.

—¿Qué ocurrió?

—Uno de mis agentes, al pretender mejorar su imitación de los seres humanos, se unió a un grupo de meditadores, participó en sus sesiones y fingió ser uno de ellos. Era un robot con poderes mentálicos, como tú, Zun. Sólo que esta vez, cuando empezó a meditar, muchas de sus salvaguardas cayeron. Entró en contacto con todo el grupo.

—¡Pero se supone que sólo debernos hacer eso bajo condiciones cuidadosamente controladas! —objetó Zun—. Tal vez podamos ajustar las mentes de los humanos individuales, y de grupos, incluso de planetas enteros pero sólo siguiendo procedimientos estrictos. ¡Esa es la política trazada hace tanto tiempo por Giskard y por ti!

—Fue un acto de descuido —reconoció Daneel—. Pero tuvo magníficos resultados. Verás, una vez que nuestro robot mentálico se unió al grupo de meditación, de repente existió un vínculo entre varias docenas de mentes humanas que ya llevaban décadas trabajando para conseguir un vacío disciplinado, un estado cero donde el estentóreo ruido de la vida diaria quede minimizado. ¡Casi al instante, entraron en comunión! Lo mismo que tantísimos sabios habían prometido durante miles de años se consiguió por fin, con la pequeña ayuda de un robot equipado mentálicamente.

Zun contempló a los sesenta humanos, todos ellos adultos y de mediana edad, y advirtió por primera vez que había un pequeño robot detrás de cada uno. Con sus sensores mentálicos, Zun sondeó y advirtió que cada una de las pequeñas máquinas tenía un solo propósito, actuar como puente entre el humano cercano y los demás. Al ampliar su investigación, usando los cambiantes dedos del pensamiento, Zun entró por fin en contacto con la malla psíquica que habían creado bajo la cúpula.

La mente de Zun retrocedió al instante, como si sintiera un poderoso contacto extraño. Extraño… y sin embargo increíblemente familiar. Estaba acostumbra a contactar con mentes humanas, a veces muchas a la vez, sobre todo cuando algún imperativo de la Ley Cero exigía que hiciera un ajuste grupal, ¡pero nunca se había unido a un grupo cuyos miembros estuvieran pensando los mismos pensamientos, concentrados en las mismas imágenes exactas, ampliándose unas a otras mientras las máquinas resonaban con orgánica fuerza mentálica!

—Esto es asombroso, Daneel —murmuró—. ¡Bueno, es el opuesto exacto del caos! Si se pudiera enseñar a los amos a hacer esto…

Daneel asintió.

—Me complace que captes tan rápidamente las implicaciones, Zun. Ya ves que esto podría ser el cimiento de un tipo de cultura humana completamente nuevo, un tipo inherentemente más inmune a la plaga del caos que el mismísimo Imperio Galáctico en su cenit. Después de todo, la estabilidad del imperio se debió a diecisiete influencias importantes, lo que Hari Seldon llamó «estados presa», para impedir que los mundos aislados cayeran en los llamados renacimientos. ¿Pero y si la humanidad pudiera conseguir con nuestra ayuda uno de sus propios sueños? ¡Una auténtica comunidad de espíritu y de mente!

—Esa sola entidad sería lo bastante poderosa para resistir al atractivo individualista del caos.

—En efecto, piénsalo, Zun. Ya no nos veríamos forzados a mantener a la humanidad ignorante de su pasado o de su inherente poder. Ya no tendríamos que confinar al niño en una guardería por su propio bien. En cambio, podríamos mirar de nuevo a los humanos a los ojos y servirles tal como se pretendió que hiciéramos.

—Sospechaba desde hacía tiempo que tenías un plan de apoyo, Daneel. ¿Entonces la psicohistoria de Hari Seldon es sólo una medida preventiva?

El rostro humanoide de Daneel se llenó a la vez de dolor e ironía.

—Mi amigo Hari se enorgullece de su brillante invención, pero incluso él se da cuenta ahora de que el Plan Seldon nunca será completado. Sin embargo, el experimento Terminus es extremadamente valioso. La Fundación mantendrá a la humanidad ocupada durante los siglos que serán necesarios.

—¿Por qué tanto tiempo, Daneel? —preguntó Zun—. Sería relativamente fácil poner en marcha esta nueva solución. ¡Podríamos producir en masa amplificadores mentálicos robot por miles de millones y enseñar a las multitudes de cada mundo humano a usarlos! Ya hay maestros entrenados en meditación en todos los pueblos y ciudades. Con la ayuda de nuestros giskardianos…

Daneel sacudió la cabeza.

—No es tan sencillo, Zun. Mira de nuevo a los hombres y mujeres que tienes ahí sentados. Dime qué ves. ¿Cuál es la anomalía?

Zun contempló al grupo durante largo rato, luego dijo en voz monótona:

—No hay ningún niño.

Daneel compartió el silencio subsiguiente. Por fin terminó con un suspiro.

—Esto no es suficiente, Zun. La humanidad no puede basarse en los robots para conseguir llegar a su destino… ni siquiera a un destino tan hermoso como este.

»En definitiva, para que esto funcione… tendrán que superarnos.