Los saltos hiperespaciales se sucedían, llevándola a través de un segmento de la espiral galáctica. Ahora estaba a medio camino entre Trantor y la periferia. Con cada paso del viaje, Dors sentía que los potenciales positrónicos se volvían más tensos dentro de su cerebro preocupado.
Ahora sé qué es lo que querías que advirtiera, Lodovik.
Puedo ver lo que antes no veía.
Y si fuera una persona de verdad, te odiaría por ello.
Tal como estaban las cosas, tenía que impulsar repetidamente los interruptores de circuitos para acabar con las espirales autogeneradas de furia simulada.
Estaba furiosa consigo misma por haber tardado tanto tiempo en ver lo obvio. Furiosa con Daneel, por no haberle contado nada de aquello hacía años. Pero sobre todo furiosa con Lodovik, por haber eliminado la última serenidad que quedaba en su universo. La serenidad del deber.
Me diseñaron y construyeron para servir a Hari Seldon. Primero bajo la forma de una amada maestra de edad en su colegio de Helicon, luego como una compañera mayor en la universidad y, finalmente, como su esposa, para amarlo y protegerlo y ayudarlo durante décadas en Trantor. Cuando «morí» y tuve que ser separada, podría haber regresado con Hari bajo alguna otra forma, pero no se me permitió. Daneel expresó su completa satisfacción por cada detalle del trabajo que había hecho, pero simplemente me reasignó a otro lugar.
No conseguí quedarme al lado de Hari para estar con él hasta el final Desde entonces me he sentido…
Se detuvo, y luego potenció el pensamiento.
Me he sentido amputada. Rota.
La razón de su mal era a la vez lógica e inevitable.
Se supone que un robot no debe profundizar tanto en las emociones humanas, y sin embargo Daneel me diseñó para que así lo hiciera. De otro modo, no habría podido tener éxito en mi tarea.
Naturalmente, comprendía los motivos de Daneel Olivaw, su urgencia. Terminado ya el trabajo de la vida de Hari Seldon, ahora había otras labores vitales por hacer y sólo un pequeño grupo de robots positrónicos de nivel alfa para realizarlas. El interés de Daneel por crear humanos mentálicos sanos y felices era obviamente de gran importancia para algún plan cuyo objetivo último era el beneficio de la humanidad. Y por eso ella había cumplido diligentemente las órdenes, concentrándose en cuidar de Klia y Brann.
Pero su propio éxito en esa misión significaba tedio. Un vacío en el que Lodovik Trema había lanzado…
Cerca, en una mesa cubierta de cables, la cabeza de R. Giskard Reventlov le devolvía su petrificada sonrisa metálica cada vez que miraba en esa dirección.
Dors recorrió la cubierta de metal, repasando una vez más todo lo que había descubierto.
Los recuerdos grabados son claros. Giskard usó sus poderes mentálicos para alterar mentes humanas. Al principio sólo para salvar vidas. Después, lo hizo por motivos benévolos más sutiles, pero siempre se sintió obligado por la Primera Ley: no causar daño a esos humanos. Los motivos de Giskard fueron siempre purísimos.
Esto fue aún más cierto después de que Daneel Olivaw lo convenciera para que aceptase la Ley Cero y pensara sobre todo en el bien a largo plazo de la humanidad.
Dors recordó un episodio vivamente, reproducido de una antigua memoria almacenada en aquella cabeza sonriente.
Daneel y Giskard acompañaban a lady Gladia, una prominente aurorana, durante una visita a uno de los mundos colonizados recientemente por los terrestres. Giskard era en parte responsable de que los colonos estuvieran allí, pues años antes había ajustado mentálicamente a muchos políticos de la Tierra para allanar el camino de la emigración. Pero algo importante sucedió en aquella noche especial, cuando los tres asistían a una gran reunión cultural en Baley.
La multitud empezó a mostrar su hostilidad hacia lady Gladia, acusándola. Algunos profirieron amenazas contra la espacial. A Giskard le preocupó que sus sentimientos resultaran heridos. Entonces temió que los participantes pudieran convertirse en una turba hostil.
Así que los cambió.
Se proyectó mentalmente y torció una emoción aquí, un impulso allá, acumulando impulso positivo igual que un adulto empuja a un niño en un columpio. Y pronto los ánimos empezaron a cambiar. La propia Gladia merecía parte del reconocimiento, pues pronunció un discurso maravillosamente efectivo. Pero a nivel superior fue el trabajo de Giskard lo que convirtió a millares (y a más de un millón de personas más que veían el acontecimiento a través de hiperondas) en alegres defensores de la dama.
De hecho, Dors había oído ya historias sobre aquella velada histórica, igual que sabía el relato de la crucial decisión de Giskard, sólo unos pocos meses más tarde. El aciago momento en que un robot leal decidió disparar una máquina saboteadora, convirtiendo en radiactiva la corteza de la Tierra, para ayudar a destruir su estratosfera y expulsar a su población al espacio. Por su propio bien.
Todos los hechos importantes estaban allí ya, pero no el color.
No los detalles.
Y sobre todo no el elemento crucial que de pronto quedó claro para Dors, un día en Smushell, cuando decidió bruscamente pasar sus deberes a un ayudante tomó una nave y huyó a toda prisa. Desde entonces, había estado sopesando las implicaciones, incapaz de pensar en otra cosa.
Daneel y Giskard siempre tuvieron buenos motivos para todo lo que hacían. O, como diría Lodovik, racionalizaciones convincentes.
Incluso cuando interferían con instituciones humanas soberanas, mediando en procesos políticos legítimos, o encargándose de destruir por su cuenta la cuna de la humanidad, siempre actuaban por el bien final de los humanos y la humanidad, bajo la Primera Ley y la Ley Cero, según ellos la entendían.
Pero ahí radicaba el problema.
Según la entendían.
Dors no podía dejar de imaginar que la sonrisa de Giskard era una mueca, dirigida personalmente a ella. Miró la cabeza.
Los dos os contentasteis con hablar de todo esto entre vosotros, pensó. Todos esos razonamientos y contraargumentos sobre la Ley Cero. La Reforma roborreligiosa que Daneel y tú provocasteis. Vuestras decisiones de alterar la mente de las personas y de cambiar la política de las naciones, incluso de mundos. Asumisteis esa responsabilidad y ese poder sin molestaros siquiera en consultar con un ser humano sabio.
Contempló la cabeza de Giskard, todavía asombrada por el descubrimiento.
Ni uno solo.
Ningún profesor, ni filósofo, ni líder espiritual. Ningún científico o erudito o escritor.
Ningún experto en robótica, para que hiciera comprobaciones y diagnosticara si Daneel y Giskard no habían sufrido un cortocircuito, o se habían estropeado mientras elaboraban una argumentación que acabaría por extinguir a la mayoría de las especies de la Tierra.
Ni un solo hombre o mujer de la calle.
Ni uno. Simplemente, lo hicieron.
Siempre supuse que bajo la Ley Cero, en alguna parte, tenía que haber algún tipo de voluntad humana, igual que con las otras Tres Leyes decretadas por Calvin y sus compañeros. La Ley Cero tenía que haber sido implantada con sus raíces y orígenes basados de algún modo en la voluntad de los amos.
¡Tenía que haberlo sido!
Averiguar que no era así, que ningún ser humano había oído hablar jamás de la doctrina hasta después de que la Tierra se convirtiera en un mundo inhabitable, la golpeó hasta el centro de su ser.
Esta revelación no tenía nada que ver con la lógica. Los argumentos básicos que Daneel y Giskard intercambiaron hacía tanto tiempo continuaban siendo válidos.
(En otras palabras, ninguno de los dos estaba estropeado ¿aunque cómo podían estar seguros de eso, en aquella época? ¿Qué derecho tenían a actuar sin comprobar primero la posibilidad?)
No. La lógica no era el problema. Todo aquel que tuviera sentido podía ver que la Primera Ley de la Robótica debía ser ampliada. El bien de la humanidad en conjunto tenía que ser más importante que el de los individuos. Los primeros calvinianos que rechazaron la Ley Cero estaban simplemente equivocados, y Daneel tenía razón.
No era ese el descubrimiento que trastornaba a Dors.
Era haber descubierto que Giskard y Daneel continuaron con su decisión sin haber consultado con los humanos. Sin pedirles opinión, ni escuchar lo que tenían que decir.
Por primera vez, Dors comprendió parte de la desesperada energía y pasión positrónica con la que tantos calvinianos se resistieron a la causa de Daneel, durante los siglos que siguieron a la caída de la Tierra, una guerra civil en la que millones de robots fueron destruidos.
De repente, la campaña de Olivaw tenía que ser juzgada a un nivel completamente distinto de los motivos deductivos.
El nivel del bien y del mal.
Qué arrogancia, pensó. ¡Qué engreimiento y qué desprecio tan enormes!
El simulacro de Juana de Arco no compartía su furia.
—No hay nada nuevo en lo que hicieron Daneel y su amigo hace tanto tiempo. ¿Desde cuando han consultado los ángeles con los seres humanos, cuando mediaron en nuestro destino?
—¡Ya te he dicho que los robots no son ángeles!
La figura de la cota de malla sonrió desde la holopantalla.
—Entonces digamos que Daneel y Giskard rezaron, y actuaron siguiendo la guía divina. Lo mires como lo mires, ¿no acabamos por llegar a una cuestión de fe? Esta insistencia en la razón y las consultas mutuas es muy parecida a lo que obsesiona a Lodovik y Voltaire. Pero yo creía que estabas por encima de esas cosas.
Dors murmuró una maldición y desconectó la holounidad, preguntándose por qué se molestaba en llamar al antiguo simulacro. En la actualidad era su única compañía, y por eso había recuperado a Juana, para tener a alguien con quien hablar.
Pero la criatura sólo parecía interesada en hacer preguntas inquietantes.
Dors todavía no estaba segura de qué planeaba hacer cuando llegara a su destino.
Sin embargo, no tenía ningún plan de oponerse al Servidor Inmortal. Si alguna vez se enfrentaba a Daneel, probablemente él la convencería de lo contrario. La lógica de Olivaw era siempre tan impecable… como lo había sido en aquellos días remotos en que la Tierra era todavía verde y los humanos tenían aún un poco de control sobre sus vidas, para bien o para mal. Incluso ahora, con toda probabilidad, Daneel hacía todo lo que estaba en su mano por el bien a largo plazo de la humanidad. Su visión sin duda carecía de defectos o tachas.
Sin embargo, Dors sabía una cosa con seguridad.
Ya no trabajo para él.
En ese momento, tenía una prioridad principal, por encima de todo lo demás.
Dors necesitaba ver a Hari Seldon.