Horis Antic sostenía que no estaba loco, sólo terriblemente enfadado. Después de pasar varios días murmurando para sí mientras se volcaba en sus instrumentos, se lanzó hacia los demás mientras cenaban, gritando:
—¡La verdad es que no comprendo a ninguno de ustedes!
La emoción, a la que estaba poco acostumbrado, perlaba de sudor la ancha frente del burócrata.
—¡Todos siguen discutiendo interminablemente sobre viejos libros de historia, como si a alguien en la galaxia le importara un comino, o quisiera leerlos! Mientras tanto, el mayor misterio de todo el universo espera ser resuelto. La respuesta podría hallarse a unos pocos kilómetros de nosotros. ¡Pero ustedes la ignoran!
Hari y los demás dejaron de comer el plato preparado por el mayordomo de Maserd con los artículos privados del noble. Durante varios días, esos manjares habían servido como lubricante entre los dos grupos y suavizado en parte la acritud de su pugna continua sobre los mundos caóticos y el antiguo misterio de la amnesia humana. Nadie había convencido a nadie. Pero al menos Sybyl y Gornon ya estaban dispuestos a discutir posibles defectos en su gran esquema para usar los archivos prehistóricos como arma contra el Imperio galáctico.
Su entusiasmo menguó un poco al darse cuenta de que el plan había sido intentado antes, quizás incontables veces, y nunca con demasiado éxito.
A pesar de ese pequeño progreso, Hari sabía que había pocas posibilidades de disuadirlos antes de que llegaran otras naves de Ktlina. Así que acarició otra fantasía, la de encabezar un motín con Maserd y Kers Kantun, tomar ambas naves y recuperar el mando de la situación mediante la violencia.
Tal vez era su vigor físico aumentado tras los tratamientos médicos de Sybyl lo que impulsaba aquella idea. Hari lo pensaba con frecuencia, recordando los tiempos en que era un experto en artes marciales. ¿Podría volver a cobrar vida el antiguo entrenamiento en caso de emergencia? En las circunstancias adecuadas, un hombre mayor podía derrotar a otro más joven, sobre todo si contaba con la ventaja de la sorpresa.
Por desgracia, cualquier posibilidad de éxito dependería de que Mors Planch y su tripulación bajaran la guardia. Además, Hari se preguntaba si de verdad podía confiar en Maserd. El aristócrata provinciano pasaba demasiado tiempo con los caosistas, gritando de excitación cada vez que reconocía algo mientras tomaban muestras aleatorias de los antiguos archivos. Su entusiasmo por tales cosas parecía bastante caprichoso, incluso para un miembro de la nobleza.
Cuando Horis Antic entró en el salón, escupiendo palabras de furia, el capitán del Orgullo de Rhodia reaccionó con desarmante amistosidad. Acercó una silla e invitó al Gris a sentarse.
—¡Bueno, pues entonces ven aquí y cuéntanoslo, viejo amigo! Supongo que estás hablando de esas antiquísimas máquinas que flotan muertas a la deriva por estribor. Ten por seguro que yo, por lo menos, no las he olvidado. ¡Por favor, sacia tu sed y habla!
Hari reprimió una sonrisa de admiración por la forma en que Maserd quitó hierro a un momento de tensión. Los nobles no carecían de habilidades en sus propias artes. Aparte de su interminable «Gran Juego» de lucha de clanes y ascensos en la corte, también eran responsables del sistema galáctico de caridad civil. Se aseguraban de que ningún individuo escapara por las grietas del sistema de bienestar burodemocrático en ningún lugar del imperio. Bajo la guía del ruellianismo, el señor o la señora de cualquier ciudad, condado, planeta o sector tenía a su cargo asegurarse de que todo el mundo se sintiera incluido en sus dominios. Llevaba tanto tiempo funcionando así que la simpatía brotaba de los nobles de forma tan natural como el oxígeno de una planta verde.
Es decir, mientras no convirtieras a uno de ellos en tu enemigo. Hari había aprendido esa lección a las duras, por su experiencia en el remolino político de Trantor. También sabía que el ruellianismo sería una de las primeras víctimas cuando el imperio se desplomara. El auténtico feudalismo, uno de los modelos protohistóricos más básicos, volvería a establecerse en la galaxia, cuando los lores nuevos y antiguos abandonaran los juegos simbólicos y empezaran a ejercer un poder tiránico.
Un poco aplacado por la amabilidad de Maserd, Antic se desplomó en el asiento y aceptó una copa de vino. Tragó una de sus píldoras con varios impresionantes tragos antes de encogerse de hombros con un suspiro.
—¡Bueno, tal vez tú lo recuerdes, Biron! Pero nuestro compañero el profesor parece haber olvidado el motivo por el que vinimos aquí en principio.
El burócrata se volvió hacia Hari.
—¡La cuestión de la sedimentación, Seldon! Perseguimos la pista de una respuesta. El motivo por el que tantos mundos fueron arrasados y revueltos en algún momento del pasado. ¿Por qué las rocas de la superficie fueron pulverizadas y convertidas en ricos suelos negros? Yo…
Horis fue interrumpido por un agudo grito.
—¡Ay!
Hari se volvió y vio a Jeni Cuicet, todavía vestida con una bata de la enfermería, que se llevaba las manos a la cabeza y jadeaba repetidamente. Su rostro se retorció y tuvo que combatir lo que parecían ser espasmos de auténtico dolor.
—¿Te encuentras bien, querida? —preguntó Sybyl, con preocupación, mientras el súbito ataque empezaba a remitir. Jeni trató de quitar importancia al asunto y tomó un largo sorbo de agua de una copa de cristal que sostenía con manos temblorosas. Luego rechazó la oferta de Sybyl de un hipospray.
—Me golpeó de repente. Ya saben. Uno de es «retortijones» que la gente de mi edad tiene a veces, justo después de la fiebre. Estoy segura de que todos recuerdan cómo era.
Jeni era muy amable y cortés al decir eso, sobre todo cuando sufría tanto. Naturalmente, Antic y Kers no sufrieron, casi con toda seguridad, ese particular achaque adolescente. Ni Maserd, sin duda, ya que la mayoría de las víctimas de la fiebre cerebral se convertían más tarde en excéntricos o meritócratas.
Sybyl y Gornon, por otro lado, sabían exactamente lo que estaba viviendo Jeni. Los dos miraron a Horis Antic.
—¿Tiene que farfullar obscenidades delante de la pobre niña? Ya es bastante malo que tengamos que escucharlas mientras tratamos de comer.
El Gris parpadeó, evidentemente muy confuso.
—Sólo estaba hablando de cómo podríamos saber por fin por qué millones de planetas consiguieron un suelo nuevo casi simultáneamente…
Esta vez, Jeni dejó escapar un gemido de agonía, se cubrió la cabeza con ambos brazos y casi se cayó de la silla. Sybyl dejó escapar una apresurada maldición y luego indicó a Kers Kantun que la ayudara a llevar a la muchacha de vuelta a la cama. Al salir, la mujer de Ktlina lanzó una mirada airada a Horis, quien pretendió no tener ni idea de lo que acababa de suceder.
Tal vez no lo sepa de verdad, pensó Hari, piadoso. Antic probablemente pasaba poco tiempo con adolescentes. La gente mayor, incluso los meritócratas que habían sufrido fiebre cerebral severa de jóvenes, tendían a olvidar con cuánta intensidad solían afectarlos las palabras y temas tabú. Esa respuesta inicial menguaba rápidamente. A los treinta y tantos años, la mayoría simplemente consideraba que era de mal gusto hablar de tierra o de otros tópicos vulgares.
—Es un caso fuerte —comentó Maserd, piadoso—. Rara vez los vemos tan severos en casa. La haría hospitalizar si pudiera.
—La gente no se muere de fiebre cerebral —murmuró Horis Antic.
Gornon Vlimt dejó de beber de su vaso.
—¿Ah, no? Tal vez sea así en el imperio. Pero en Ktlina ha matado a mucha gente desde que empezó el renacimiento a pesar de todos nuestros esfuerzos por aislar el virus.
—¿Creen que lo produce un agente infeccioso? —preguntó Maserd—. Según todo indica, ese síndrome existía incluso en las eras del amanecer. Siempre supusimos que la causa era intrínseca. El precio por tener una inteligencia privilegiada.
Vlimt dejó escapar una risa amarga.
—Tonterías. Es otra herramienta para ayudar a sujetar a la mayoría de la raza humana. ¿Ha advertido alguna vez cuántos nobles lo tienen? Pero no se preocupe, aristo. Tarde o temprano daremos con el virus y lo derrotaremos, igual que todos los otros planes y represiones inventados por la clase dominante.
A Hari no le gustaba la dirección que tomaban las cosas. Hasta ahora, había conseguido apartar sus discusiones e investigaciones de los robots, ayudado por el hecho de que la inteligencia artificial era otro tema tabú por reflejo. Ahora debía hacer lo mismo con la fiebre cerebral.
Es un tema que debo despejar por mí mismo, pensó. En algún lugar de su subconsciente, lo sintió agitarse, transformándose en términos matemáticos, preparándose para llenar un nicho a la espera en las ecuaciones. Eso dejó a sus pensamientos superficiales libres para practicar la diplomacia.
—Ahora que Jeni no está, me gustaría oír lo que Horis vino a decirnos. Algo sobre toda la bonita tierra en la que nuestros buenos granjeros plantaron sus semillas, en millones de mundos. Ese rico suelo, vino de alguna parte, ¿no, Horis? La mayoría de los planetas sólo tenían vida marina primitiva hasta que llegaron los colonos humanos. ¿Así que está usted dando a entender que se hizo algo para crear toda esa hermosa tierra?
Gornon Vlimt se levantó a tal velocidad que volcó la silla.
—Son ustedes repugnantes. Cuando pienso en las grandes ideas y hermosas obras de arte de las que podríamos discutir, y de lo único que quieren hablar es de…
No pudo terminar. Más que un poco achispado, el excéntrico de Ktlina se marchó, dejando solamente a Maserd, Hari y Mors Planch para escuchar la teoría de Antic. Incluso Planch pareció aliviado al ver marchar a Gornon.
—¡Sí! —contestó entusiasmado el burócrata Gris a la pregunta de Hari. ¿Recuerda que mencioné que más del noventa por ciento de los planetas con mares y atmósferas de oxígeno sólo tenían formas de vida primitivas? Algunos piensan que es porque tenían insuficiente radiación mutadora para asegurar una rápida evolución. Por eso sus continentes estaban pelados, cubiertos sólo por musgos, helechos y cosas así. No había la suficiente complejidad para desarrollar la fantástica piel viviente de suelo que necesita un mundo para sobrevivir realmente.
»¡Y sin embargo, veinticinco millones de mundos colonizados tienen suelos cultivables! Vastas y ricas extensiones de piedra pulverizada, mezcladas con materia orgánica hasta una profundidad media de unos… —Sacudió la cabeza—. Eso no importa. El tema es que algo debe haber sucedido para que se crearan esos suelos. ¡Y hace bastante poco!
—¿Cuánto tiempo? —preguntó Mors Planch, con los pies apoyados en la hermosa mesa de roble de Biron Maserd. Si el tema le repugnaba, el capitán pirata lo ocultaba bastante bien.
—Ha sido difícil recopilar datos suficientes —vaciló Antic—. Y la resistencia oficial contra esta investigación es increíble. La mayor parte ha sido conseguida como interés particular, transmitida de un hombre al siguiente durante los últimos…
Planch golpeó la mesa con el puño; los vasos se tambalearon.
—¿Cuánto tiempo?
Lord Maserd frunció el ceño al ver ese tipo de conducta en su propia casa. Pero asintió.
—Por favor, dínoslo, Horis. Tu mejor cálculo.
El Gris inspiró profundamente.
—Unos dieciocho mil años. Un poco más en el Sector Sirio. Un poco menos según nos extendemos, hacia fuera a partir de ahí. El fenómeno barrió la galaxia como el fuego en una pradera, y terminó en unas pocas docenas de siglos, como máximo.
—El planeta que se menciona tanto en los antiguos archivos —comentó Planch—, la Tierra, está en el sector Sirio. Así que este fenómeno sedimentador suyo encaja con el ritmo de la expansión humana a partir del mundo natal.
—Un poco antes —coincidió Horis—. Tal vez unos cuantos cientos de años por delante de la oleada colonizadora. Entre los pocos que pensamos en el tema, llegamos a preguntarnos si algún fenómeno natural pudiera explicar que este efecto masivo ocurriera en millones de planetas, prácticamente en todos a la vez. Tal vez una onda energética de origen desconocido que abarcó toda la galaxia, quizás emitida por el agujero negro central. Imaginamos que los colonizadores fueron entonces atraídos por las zonas afectadas, ante la súbita y accidental disponibilidad de toda esa tierra fértil. ¡Pero ahora veo que habíamos confundido causa y efecto!
Maserd maldijo entre dientes.
—Ahora piensas que fue hecho a propósito, por esas grandes máquinas de ahí fuera. —Miró hacia una de las naves que los separaban del vacío del espacio—. Ellas hicieron esto… moviéndose por delante de la migración humana, enviadas al siguiente mundo virgen, donde…
El noble se detuvo, como si fuera incapaz de articular la conclusión obvia. Por tanto, Horis continuó.
—Sí, ellas son las labradoras. Esos proyectores de energía que transportan, lo que todos pensaron que eran armas. Con ellos apuntaban a los planetas, sí, enfocando la energía acumulada en enormes recolectores solares. Pero su uso no era la guerra. Tenían un objetivo mucho más benigno: preparar el camino para los colonos que iban a seguirlos pronto.
—¿Benigno? —murmuró Maserd, contemplando su bebida—. ¡No si fueras uno de los desgraciados nativos y vieras que de pronto un monstruo aparecía en el cielo!
Mors Planch se echó a reír.
—Sientes mucho amor por los hongos y los helechos, ¿verdad, noble?
Maserd empezó a incorporarse. Hari alzó una mano pidiendo paz antes de que los dos empezaran a intercambiar golpes.
—Lord Maserd procede de un planeta cercano a Rhodia llamado Nephelos —explicó Hari—. Donde ya existían antes complejos animales no estándar que sobrevivieron a la llegada de la vida nacida en la Tierra. Creo que ahora mismo está pensando que debió haber muchos otros mundos anómalos. Planetas donde la tasa de mutación era lo bastante grande para crear formas de vida superiores, y que dejaron los fósiles que Horis nos mostró anteriormente.
—Pero esos mundos no fueron tan afortunados como Nephelos —gruñó Maserd—. Planetas donde todos los animales nativos fueron arrasados para que la tierra tuviera la consistencia adecuada para su cultivo.
Hari trató de desviar un poco la conversación.
—Una pregunta, Horis. ¿No necesita también el buen suelo nitratos y material orgánico?
—Así es, en efecto. Una parte fue probablemente proporcionada por reacciones inducidas por máser en la atmósfera. Luego todo llegó mezclado con lluvia. Sospecho que los depósitos de carbono de la subsuperficie fueron también provocados, y con ellos se alimentó a clases especiales de plantas y bacterias… pero todo eso habría sido fácil comparado con aplastar, moler y alterar la tierra para que tuviera la textura adecuada y el contenido mineral que necesita la vegetación para mantenerse.
Mors Planch puso objeciones.
—Me impresiona esta fantástica idea, Antic. Pero la escala tan enorme de esa empresa es demasiado increíble. Algo tan épico sería recordado. No me importa a qué causas distintas atribuyan nuestra amnesia social. ¡Los descendientes de esos trabajadores cantarían eternamente ese logro!
—Tal vez todavía lo hacen —dijo Biron Maserd, mirando a Hari—. Tal vez esa gran acción es recordada todavía, hasta el presente, por aquellos que la llevaron acabo.
Al comprender lo que daba a entender, Hari experimentó un escalofrío.
Maserd lo sabe. Ha visto las máquinas labradoras de cerca. Su carencia de habitáculos para las tripulaciones humanas. Ha relacionado este hecho con la mención de los robots en los archivos. Como nunca ha sufrido fiebre cerebral, no le repugna pensar en hombres mecánicos.
No hace falta la psicohistoria para llegar a la conclusión de que algún grupo de seres inorgánicos partió de las cercanías de la Tierra y comenzó una campaña agresiva para preparar mundos con las condiciones adecuadas para ser colonizados por los humanos. Cuando la gente llegó a cada planeta preacondicionado, lo encontró ya labrado, con un ecosistema básico similar al de la Tierra… y posiblemente incluso con cosechas listas para ser recogidas.
Hari recordó la historia del antepasado de Antic, que quizás había encontrado una auténtica raza alienígena. Si el relato era cierto, sólo sucedió porque los no humanos habitaban un mundo demasiado caliente para ser candidato a su acondicionamiento.
¿Pudo haber habido otros, menos afortunados? ¿Nativos inteligentes cuyos pueblos y granjas y ciudades fueron transformados en abono para los recién llegados del otro lado de las estrellas? ¿Seres que ni siquiera llegaron a mirar a los ojos a los pioneros que los eliminaron? ¿Granjeros que perforarían sus huesos aplastados cada vez que un arado se hundiera en el rico suelo negro?
Hari recordó las entidades meméticas de Trantor. Los especialistas en ordenadores habían considerado a los salvajes predadores de software como simulacros humanos huidos, enloquecidos por haber pasado siglos en la datasfera de Trantor. Pero aquellos seres digitales decían ser algo completamente distinto: restos dejados por los primeros habitantes de la galaxia, millones de años más antiguos que la propia humanidad.
Una cosa estaba clara. Las mentes meméticas odiaban a los robots. Aún más de lo que odiaban a los seres humanos, despreciaban a la especie de Daneel y la hacían responsable de alguna catástrofe pasada.
¿Podrían estar refiriéndose a esto? ¿Al Gran Episodio Sedimentador?
Una vez, Olivaw dijo algo sobre la «gran vergüenza» que había enterrada en el pasado remoto de los robots. Su propia facción no era responsable, declaró Daneel. Otro grupo, enraizado en la cultura espacial, había perpetrado algo espantoso. Algo de lo que el amigo robot de Hari se negaba incluso a hablar.
No me extraña, pensó. Una parte de él consideraba que arrasar los planetas con fines de siembra era monstruoso, y sin embargo…
Sin embargo, contemplar la mera posibilidad de numerosos tipos de vida alienígena hacía que se sintiera incómodo. Sus ecuaciones ya tenían suficientes problemas tratando con la complejidad humana. Tantos factores añadidos habrían convertido la psicohistoria en algo virtualmente imposible.
Hari advirtió que estaba divagando de nuevo. Con un respingo, se dio cuenta de que Antic le hablaba.
—¿Qué, Horis? ¿Puede repetirlo?
El burócrata suspiró, frustrado.
—Estaba diciendo que la correlación es ahora incluso mejor, entre su modelo y el mío. Parece que he encontrado uno de sus factores perdidos, profesor.
—¿Factores perdidos? ¿Referentes a qué?
—Mundos caóticos, Seldon —comentó Planch—. Nuestro hombrecito Gris sostiene que hay una correlación del veinte por ciento entre los estallidos de caos y las partes de la galaxia donde la siembra fracasó. Donde las máquinas se estropearon y dejaron planetas sin alterar en varios caminos, arcos y vías estelares, Hari parpadeó y se enderezó.
—¡No lo dirá en serio! ¿El veinte por ciento?
Todas las otras preocupaciones desaparecieron bruscamente. Eso repercutía directamente sobre la psicohistoria. ¡Sobre sus ecuaciones!
—Horis, ¿por qué no lo mencionó antes? Debemos averiguar qué atributo de mundos no labrados contribuye a las funciones de probabilidad…
Un grito ululante le interrumpió, haciendo que los cuatro hombres se pusieran en pie. No era un simple grito de dolor pasajero, sino un frustrado gemido de frustración y esperanzas perdidas.
Mors Planch y Biron Maserd salían ya por la puerta cuando Hari cojeó detrás de Horis Antic y alcanzó el pasillo. Gritos de sorpresa resonaron desde el saloncito. Luego se hizo el silencio.
Horis llegó entonces a la puerta, varios pasos por delante de Hari. El burócrata se detuvo y contempló boquiabierto la habitación, como si fuera incapaz de creer lo que veía en ella.